A finales del año 2019, la ciudad de Wuhan, China, se convirtió en el epicentro de un brote de neumonía de etiología desconocida que no cedía ante tratamientos actualmente conocidos. En pocos días los contagios aumentaron exponencialmente, no solo en China Continental sino también en diferentes países. El agente causal fue identificado como un nuevo coronavirus, clasificado como SARS-CoV2, causante de una enfermedad llamada COVID-19. El 11 de marzo del 2020 la Organización Mundial de Salud declara a esta enfermedad como una pandemia*.

El virus se propaga cuando una persona infectada exhala gotitas y partículas respiratorias muy pequeñas que contienen el virus. Estas gotitas son inhaladas por otras personas o depositarse sobre sus ojos, nariz o boca. En algunas circunstancias, pueden contaminar las superficies que tocan.

Organismos como el CONACYT y la Organización mundial de la salud (OMS), en sus páginas electrónicas informan que, hasta el mes de septiembre del año en curso, se registran en México más de 7 millones de casos confirmados, y un total de 343,578 muertes por COVID-19. A nivel mundial existen 604 millones de casos confirmados, y se registran más de 6 millones de muertes.

Para evitar o prevenir la enfermedad COVID-19 los organismos de salud recomiendan practicar hábitos de cuidado y protección personal como es mantener una distancia considerable entre personas, hacer uso de mascarillas y cubre bocas, lavado de manos con jabón o alcohol, evitar aglomeraciones, entre otras.

Autoridades de salud y gubernamentales recomiendan también aplicarse alguna vacuna de las que se han desarrollado últimamente para evitar o minimizar los malestares causados por la COVID-19. En México se afirma que las vacunas aplicadas son seguras y efectivas; sin embargo, se menciona también que las personas vacunadas pueden enfermarse debido a que ninguna vacuna hasta hoy es 100% efectiva, pero en todo caso, es mucho menos probable que presenten síntomas graves en comparación con las personas que no están vacunadas.