En
sus libros de expresión cada vez más depurada,
dentro de su difícil sencillez, José Emilio brinda
una constante lección del maestro, un permanente examen
de la vista. La concesión del Premio Internacional de
Poesía "José Asunción Silva"
a El silencio de la luna constituyó el triunfo
de una poesía que no se parece sino a la poesía
de José Emilio Pacheco: enumeradora, exploradora, recolectora,
la poesía como gran Historia de los sin Historia, de
lo sin Historia. José Emilio es pesimista, pero nunca
misántropo. Si bien ha dejado de creer en el hombre,
no ha dejado de pensar en él y, por lo tanto, de amarlo.
Por eso hablamos de él y con él, para agradecerle
su fecunda existencia.
En
el fin del siglo XX, del cual ha sido apasionado y brillante
cronista, poeta, narrador, historiador y traductor, mantiene
su lealtad a la voz del niño que desde el Parque Hondo
busca su jardín en la Tierra; al que se enamora sin esperar
otra recompensa que el honor; al que, como Andrés Quintana,
escribe un cuento y se juega la vida; a todos esos personajes
que, creados por él, ya no son él sino nosotros,
esa primera persona, plural y agradecida, que lo sabe hermano
y maestro, compañero en esta isla a la deriva que él
hace más soportable.