jk
|
|
|
Ensayo
sobre la poesía de José Emilio Pacheco por Mario
Benedetti
(Fragmento extraído del libro La Hoguera y el viento,
José Emilio Pacheco ante la crítica, Ediciones
Era, 1999)
(Fragmento
extraído de La realidad y la palabra, Seix Barral, Barcelona,
1990)
|
Para la crítica literaria la poesía de José
Emilio Pacheco ha supuesto siempre una tentación de interpretación.
Acicate más bien curioso, si se tiene en cuenta que el
poeta mexicano ha usado siempre un lenguaje diáfano, de
fácil captación, sin léxico rebuscado ni
entrelíneas esotéricas. ¿Por qué entonces
su poesía deja tanto espacio para la interpretación?
Si empezamos por reconocer que la de Pacheco es una poesía
abierta, debemos admitir que la apertura no sólo incluye
al lector sino también al crítico.
Evidentemente, esa apertura es una incitación a que el
lector interprete, pero es obvio que la apertura no sólo
abarca los códigos retóricos o estéticos;
en la poesía de Pacheco se hacen presentes, o simplemente
transcurren, dudas, alusiones, sueños heterodoxos (siempre
más cercanos a la pesadilla que al ensueño), textos
ajenos, experiencias propias. Por otra parte se trata esta vez
de un poeta sin soberbia, que no padece inhibiciones a la hora
de confesar que no siempre alcanza a decir lo que quiere ("Y
no es esto / lo que quise decir. Es otra cosa.") o que la
confusión es de algún modo su coherencia ("Por
el momento nada me ampara sino la lealtad a mi confusión")
o que toda poesía, y por ende la suya, surge la erosión
del tiempo ("Todo poema es un ser vivo: / envejece").
Hay asimismo en Pacheco un recurrente cuestionamiento de su función
como poeta y aún de la condición básica,
insustituible de la poesía. Y todo ello expresado con tal
sinceridad, que no despierta en el lector ni siquiera la mínima
sospecha de que acaso se trata de una hábil máscara
autocrítica. Al fin y al cabo, el poeta se cuestiona a
sí mismo, entre otras cosas porque lo cuestiona todo: el
mundo, la vida, el poder, la muerte. Precisamente, el gran atractivo
de esta obra poética es su constante bucear, con palabras
conocidas, en lo desconocido, en la falsa eternidad, en "el
silencioso estruendo del olvido". Su poder de comunicación
con el lector obedece sobre todo a su sorprendente capacidad para
encarar, con un lenguaje asequible y cercano, los más intrincados
problemas de la existencia y aún para dejar constancia
de su no resignación al inevitable aniquilamiento, al chantaje
de la nada.
Es a partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo
(1969), y sobre todo de Irás y no volverás
(1973) y Desde entonces (1980), que el poeta afina y a
la vez fortalece su capacidad de cuestionamiento e incluso la
expande a zonas de preocupación y compromiso sociales.
-1-
------------------------------------------------------------------
|
|