Sin abandonar su desgarradora militancia contra la muerte, sino
más bien consolidándola, Pacheco denuncia además
la otra flagrante injusticia: la que puede ejercerse desde el
poder, cruento o incruento, mudable o inmanente. Vietnam y la
destrucción sistemática de los resguardos ecológicos,
a tal punto lo sacuden y laceran, que esos temas llegan a infiltrarse
en sus "Aproximaciones" a los clásicos, en cuyas
traducciones y versiones libres asoman hechos y desecho de hoy.
Después de todo, la guerra de Vietnam y las agresiones
a la ecología son meras variantes de la muerte, ese incalculable
y permanente enemigo. La eventual perfección del verso
no puede competir con la "perfección terrible de estar
muerto", a la que habría referido en El reposo
del fuego. La muerte es tan inasible que ni siquiera puede
ser fijada o retenida como tal "Ni siquiera la muerte permanece.
/ Todo vuelve a ser polvo". El poder de la muerte es tan
omnímodo, que es capaz de aniquilar a la misma muerte.
De ahí estos versos impecables y estremecedores, que significativamente
están entre paréntesis: "(Quizá 'vacío'
/ es el nombre profundo de la muerte)".
¿Qué defensas le quedan al poeta contra ese vacío?
No muchas, por cierto; pero entre esas pocas, está la apelación
a los objetos, esas cosas que no pueden morir, porque nunca nacieron.
Vargas Llosa vio con sagacidad que en Pacheco, las cosas, al compararlas
con el hombre, "se defienden mejor contra la muerte, son
menos perecederas que él", y por eso "el poeta
escudriña la realidad inanimada, la captura por medio de
la palabra". Así como, para José Emilio (¿y
para quién no?), el gran rival es la muerte, las cosas
pueden erigirse en sus únicos, incorruptibles aliados.
"Miro sin comprender", admite, y sólo entonces
percibimos que su mirada es también la nuestra. Tampoco
nosotros comprendemos ese prólogo de ruina que es el mundo,
ese azar planificado que es la vida. Si el poeta no puede ayudarnos
a comprender, al menos nos ayuda a indagar por qué no comprendemos.
De esa manera, nos distancia y nos acerca, alternativamente, las
razones o sinrazones de la existencia. Aunque se sabe irremisiblemente
derrotado, el poeta no se da por vencido. Lucha (y escribe) como
una forma de postergar la muerte. "Desde antes de Sherezada
las ficciones son un medio de postergar la sentencia de muerte."
Así lo puntualiza. Pero ¿sólo las ficciones?
Por las dudas, también escribe cuentos y relatos (la notable
novela Morirás lejos es, entre otras cosas, una
alegoría de la postergación), pero en el fondo quizá
mantenga la esperanza de que los poemas, o al menos sus poemas,
consigan una demora más extensa, más francamente
convocada.
"El tiempo nace / de alguna eternidad que se deshiela."
La misión del poeta es, en consecuencia, darle calor, al
menos mientras le quede aliento, antes de que la muerte vuelva
a congelarlo. Nadie podría decirlo más certeramente
que José Emilio:
Llegamos
al otro mar a que nos cubra la muerte. Entretanto
el camino es la meta y nadie avanza solo
y el agua se comparte y revientas. No hay
minuto que no transcurra
Adelante.
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