Ensayo sobre la poesía de José Emilio Pacheco por Mario Benedetti
(Fragmento extraído del libro La Hoguera y el viento,
José Emilio Pacheco ante la crítica
, Ediciones Era, 1999)

(Fragmento extraído de La realidad y la palabra, Seix Barral, Barcelona, 1990)

 

 

Sin abandonar su desgarradora militancia contra la muerte, sino más bien consolidándola, Pacheco denuncia además la otra flagrante injusticia: la que puede ejercerse desde el poder, cruento o incruento, mudable o inmanente. Vietnam y la destrucción sistemática de los resguardos ecológicos, a tal punto lo sacuden y laceran, que esos temas llegan a infiltrarse en sus "Aproximaciones" a los clásicos, en cuyas traducciones y versiones libres asoman hechos y desecho de hoy. Después de todo, la guerra de Vietnam y las agresiones a la ecología son meras variantes de la muerte, ese incalculable y permanente enemigo. La eventual perfección del verso no puede competir con la "perfección terrible de estar muerto", a la que habría referido en El reposo del fuego. La muerte es tan inasible que ni siquiera puede ser fijada o retenida como tal "Ni siquiera la muerte permanece. / Todo vuelve a ser polvo". El poder de la muerte es tan omnímodo, que es capaz de aniquilar a la misma muerte. De ahí estos versos impecables y estremecedores, que significativamente están entre paréntesis: "(Quizá 'vacío' / es el nombre profundo de la muerte)".

¿Qué defensas le quedan al poeta contra ese vacío? No muchas, por cierto; pero entre esas pocas, está la apelación a los objetos, esas cosas que no pueden morir, porque nunca nacieron. Vargas Llosa vio con sagacidad que en Pacheco, las cosas, al compararlas con el hombre, "se defienden mejor contra la muerte, son menos perecederas que él", y por eso "el poeta escudriña la realidad inanimada, la captura por medio de la palabra". Así como, para José Emilio (¿y para quién no?), el gran rival es la muerte, las cosas pueden erigirse en sus únicos, incorruptibles aliados.

"Miro sin comprender", admite, y sólo entonces percibimos que su mirada es también la nuestra. Tampoco nosotros comprendemos ese prólogo de ruina que es el mundo, ese azar planificado que es la vida. Si el poeta no puede ayudarnos a comprender, al menos nos ayuda a indagar por qué no comprendemos. De esa manera, nos distancia y nos acerca, alternativamente, las razones o sinrazones de la existencia. Aunque se sabe irremisiblemente derrotado, el poeta no se da por vencido. Lucha (y escribe) como una forma de postergar la muerte. "Desde antes de Sherezada las ficciones son un medio de postergar la sentencia de muerte." Así lo puntualiza. Pero ¿sólo las ficciones? Por las dudas, también escribe cuentos y relatos (la notable novela Morirás lejos es, entre otras cosas, una alegoría de la postergación), pero en el fondo quizá mantenga la esperanza de que los poemas, o al menos sus poemas, consigan una demora más extensa, más francamente convocada.
"El tiempo nace / de alguna eternidad que se deshiela." La misión del poeta es, en consecuencia, darle calor, al menos mientras le quede aliento, antes de que la muerte vuelva a congelarlo. Nadie podría decirlo más certeramente que José Emilio:

Llegamos
al otro mar a que nos cubra la muerte. Entretanto
el camino es la meta y nadie avanza solo
y el agua se comparte y revientas. No hay
minuto que no transcurra
Adelante.

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