Ensayo sobre la poesía de José Emilio Pacheco por Mario Benedetti
(Fragmento extraído del libro La Hoguera y el viento,
José Emilio Pacheco ante la crítica
, Ediciones Era, 1999)

(Fragmento extraído de La realidad y la palabra, Seix Barral, Barcelona, 1990)

 


No obstante, cuando llegue la meta ignominiosa con su minuto letal, ese único que no transcurre, ya no habrá reloj o corazón capaz de detectar el silencio infinito. En Pacheco el tiempo depende en última instancia de la muerte, ese "intenso garabato", y de ahí su desolación. La imagen del polvo ha sido sabiamente elegida como atributo de la desintegración. Todo vuelve a ser polvo: "el polvo, ese lenguaje / que hablan todas las cosas". Sin embargo, el polvo no sólo afecta y subordina al hombre y su destino; también carcome las cosas, esa realidad inanimada que en algún momento pudo el poeta suponer que lo defendería contra el vacío: "...el polvo / devora el interior de los objetos", dirá en El reposo del fuego. Sólo un año después, en la novela Morirás lejos¸ uno de los personajes convendrá en que "las palabras son alusiones, ilusiones". Entre la alusión y la ilusión vive el poeta su tránsito especular, durante el cual todo se refleja en todo, y entonces, la ilusión del reflejo en el reflejo, y el reflejo de la ilusión en la ilusión, van configurando ese imaginario distanciamiento de la muerte, que, de pronto, ante la repentina ausencia de una ilusión/espejo, se convierte en agobiante cercanía. Sin duda, "vivir es ir muriendo" y, por si eso fuera poco: "Regresar ¿a dónde? / A todas partes vamos a no volver". Puesto a elegir entre Buda, Quevedo, Baudeliere y Heráclito, legados todos que conscientemente asume, el poeta se inclina dolorosamente por Heráclito, para quien, a pesar del panta rhei, todo volverá al fuego y se consumirá en una hoguera universal.

Embarcado en el rumbo heracliteano, Pacheco va alternando su conflicto vida/muerte con la contradicción agua/fuego, pero es el fuego el que le brinda los adecuados elementos para convertir en alegoría la dimensión de su angustia. Además del tiempo y la muerte, esas constantes, hay otros referentes en la obra poética de Pacheco: la noche, el fuego, el mar, el polvo. No obstante, esos temas se encadenan con naturalidad, quizá porque todos forman parte de lo mismo, son distintas variantes de lo mismo.

El primer libro trata, como es sabido, de los elementos de la noche; el segundo, del reposo del fuego. O sea, que el fuego recoge el testigo de las manos oscuras de la noche. Aquí y allá hay versos que documentan ese tránsito. "La noche arde en su fuego", dice en el primer libro: "Toda la noche vi crecer el fuego", retoma en el segundo. Noche y fuego; fuego y noche. El fuego se condena a sí mismo: destruye y se destruye. Aniquila para renacer. "Toma la antorcha, / prende fuego al desastre. / Y otra hoguera florezca." Es claro que el imprevisible mundo, renacido del fuego, trae consigo otra angustia:

Pero, ¿es acaso el mundo un don del fuego
o su propia manera ya cansada
de nunca terminar
le dio existencia?

Y otra vez el testigo, tan perecedero como el fuego:

Arden las llamas,
mundo y fuego.
Mira
las hoja al viento,
tan triste
de la hoguera.

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