Es
curioso que, en más de un poema, José Emilio identifique
la hoguera con la tristeza, cuando normalmente el fuego suele
usarse como símbolo de la pasión, del combate, del
entusiasmo, de la alegría, o sea de constantes vitales.
Quizá el poeta no pueda desprenderse de un pronóstico,
que en él es convicción. El vertiginoso, agorero
futuro del fuego: su reposo. "El reposo del fuego es tomar
forma / con su pleno poder de transformarse." La pregunta
es casi de cajón: ¿transformarse en qué?
El reposo del fuego ¿no será acaso la ceniza? Si
bien el poeta no lo dice con todas sus letras, algo sugiere cuando
escribe: "La ceniza siente nostalgia del incendio",
forma velada de anhelar (aquí también la esperanza
es lo último que se pierde) que la muerte sienta nostalgia
de la vida. Nostalgia que, por otra parte, la muerte condenará
de antemano al vacío. "Humo y ceniza no serán
perdonados / pues no pudieron contra la oscuridad". Por su
parte, la poesía intenta lograr ese perdón ("Cada
poema / epitafio del fuego"), simplemente narrando el tránsito
del fuego a la ceniza. Aun así, "es hoguera el fuego
/ y no perdura / Hoja al viento / también / también
tristísima".
Entre
el condenado nacimiento del poema y su triste extinción,
queda todo un proceso que merece la permanente vela de Pacheco.
Por lo pronto enuncia, parafraseando y ampliando a dos poetas
cubanos (José Z. Tallet y Fernández Retamar): "Todos
somos poetas / de transición / La poesía jamás
/ se queda inmóvil". Transición y además
transacción. Para Pacheco el poema es, como sugiere José
Miguel Oviedo, una "transacción verbal". ¿Transacción,
aun aquí, entre la noche y el fuego? El poema consumido
por el fuego. Es decir que, si bien el poema puede ser epitafio
del fuego, éste a su vez puede ser epitafio del poema.
Las alegorías de ida-y-vuelta son indudablemente una de
las tentaciones que lleva implícitas la poesía de
José Emilio.
Para
el título del tercer libro de Pacheco, No preguntes
cómo pasa el tiempo, ya había anticipos de explicaciones
en el primer libro: "Todo nos interroga y recrimina, / pero
nadie responde". Algo que en términos descaradamente
prosaicos vendría a significar: no me preguntes porque
no hay respuestas.
Es
claro que las innumerables interpretaciones y elucubraciones sobre
la poesía de Pacheco son posibles sólo porque su
nivel literario es excelente. El autor maneja el lenguaje con
una claridad y una soltura que en cierta manera oculta, o disimula
su innegable pericia. José Emilio posee una intuición
fuera de serie para estrenar vecindades de palabras. Todos sus
términos son corrientes, comprensibles, pero es posible
que su primordial originalidad, en lo estrictamente literario,
resida en el descubrimiento de una relación inédita
entre esos mismo términos. Es justamente esa sorprendente
vecindad entre dos lugares comunes la que en definitiva los convierte
en un solo lugar extraordinario. La ecuación nueva sirve
para despejar una incógnita nueva.
La poesía de José Emilio arropa la vida con el aliento
de un héroe filosófico. Héroe, por supuesto,
a pesar de sí mismo. Su poesía es coloquial, quién
puede dudarlo, pero lo cierto es que dialoga con la porción
más veraz, más cuestionadora y por fortuna más
humana de nosotros mismos. "Irás y no volverás",
nos dice y se dice a sí mismo con escepticismo y determinación.
Por supuesto, no volveremos, pero mientras vamos, sigamos su consejo:
empuñemos la antorcha del fuego y prendamos fuego al desastre.
Sólo así, mortales como somos, dejaremos constancia
de nuestra expresa voluntad de no morir.