En "El perseguidor" es fácil darse
cuenta de que la figura de Johnny Carter y la de su antagonista
fraternal, Bruno, han tratado de ser vistas por el autor como
si él fuera ellos en alguna medida. El autor trata ahí
de estar lo más cerca posible de su pie, de su carne, de
su pensamiento. Y si hago esta referencia a este otro cuento es
porque en el fondo se trata de una misma operación. La
toma de conciencia ideológica, política, que me
dio la revolución cubana no se limitó solamente
a las ideas. La revolución debe triunfar y se debe hacer
la revolución porque sus protagonistas son los hombres,
lo que cuenta son los hombres. Y esa cosa aparentemente tan trivial
e incluso perogrullesca fue muy importante para mí, porque
si yo había sido indiferente a los vaivenes políticos
del mundo, era porque era indiferente a los protagonistas de esos
vaivenes políticos. Yo podía tener mucha simpatía
por los republicanos españoles y mucho odio por los franquistas,
pero basado en criterios mentales. No me gustaba el fascismo por
razones obvias y sí me gustaba la democracia de los republicanos.
Pero yo me quedaba afuera de la parte que correspondía
a la sangre, a la carne, a la vida, al destino personal de cada
uno de los participantes en esos enormes dramas históricos.
Entonces, en muy poco tiempo (el símbolo son estos dos
cuentos) se produce la aparición de lo que actualmente
se llama el compromiso. Es decir, que yo empiezo a darme cuenta,
a descubrir un territorio que hasta entonces apenas había
entrevisto. Lo cual no quiere decir que yo vaya a ser un escritor
de obediencia, un escritor que se limita únicamente a defender
su causa y a atacar a la contraria, sino que voy a seguir viviendo
en plena libertad, en mi terreno fantástico, en mi terreno
lúdico, y yo sé que tú quieres que hablemos
de lo lúdico.
Omar
Prego: Sí, pero antes me gustaría que
dejáramos claro esto que algunos llamarían "un
viraje" a falta de una expresión mejor.
Julio Cortázar: Sí, un viraje que en realidad
no lo es. Más bien eso que consiste en tomar una conciencia
directa de los problemas ideológicos por un lado y de sus
protagonistas por otro, algo que empezaba a determinar, por lo
que a mí tocaba, eso que suele llamarse habitualmente compromiso.
Es decir, que llegó el día en que frente a una injusticia
cualquiera -hablemos en abstracto- yo tuve la necesidad de sentarme
a la máquina y escribir un artículo protestando
por esa injusticia, me sentí obligado a no quedarme callado,
sino a hacer lo único que podía hacer, que era o
hablar en público si se trataba de reuniones o de escribir
artículos de denuncia o de defensa según los casos.
Y eso, en el fondo, es lo que termina por llamarse compromiso.
O sea, que un hombre que está entregado a la literatura,
de golpe, agrega, incorpora y fusiona preocupaciones de tipo geopolítico
que se pueden manifestar en lo que escribe literariamente o que
pueden darse separadamente, como un cuerpo ya más especializado
de escritura. Creo que ya te señalé el horror que
me produce todo "escritor comprometido" que solamente
es eso. En general, nunca he conocido un buen escritor que fuera
comprometido a tal punto que todo lo que escribiera estuviese
embarcado en ese compromiso, sin libertad para escribir otras
cosas.
Omar
Prego:
Un profesional del compromiso, o un comprometido profesional.
Julio
Cortázar: No, yo no conozco ningún gran escritor
que haya hecho eso. Estoy hablando de escritores de literatura,
no de filósofos ni de ensayistas. Yo siempre he vivido
en un mundo de literatura que al mismo tiempo es un mundo lúdico,
porque para mí es la misma cosa. Yo no podía de
ninguna manera aceptar el compromiso como una obediencia a un
deber exclusivo de ocuparme de cosas de tipo ideológico.
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