obsesión para mí: la sencillez. Hacia el fin de
mi adolescencia, cuando yo sabía que iba a ser poeta, leía
a los de más prestigio, y aunque los entendía y
los disfrutaba, me parecían muy enigmáticos, con
toda una retórica que, me parece, espantaba a los lectores.
Me gustaban, pero me dije que yo así no iba a escribir
nunca. Otra de las razones por las que creo que a la gente le
gustan mis poemas es porque he escrito mucho sobre el amor. Pero
así y todo, no me explico demasiado el éxito que
han tenido.
Le
supo sacar provecho al exilio.
M.B. Yo creo que sí. Volví a mi país
un poco mejor de lo que me fui, más ecuánime, más
tolerante, menos radical, pero sin perder mis obsesiones.
Usted
ha inventado una palabra, desexilio, que describe las sensaciones
del regreso. ¿Se termina el desexilio alguna vez?
M.B. Me parece que no. En uno de mis libros puse como epígrafe
una frase de Alvaro Mutis, que dice que uno está condenado
a ser siempre un exiliado, y creo que es cierto. Afuera uno se
siente herido, ajeno, y cuando regresa también se siente
exiliado, porque uno ha cambiado y el país también
ha cambiado. Ha cambiado hasta el paisaje, la mirada de la gente...
Sigue siendo el país de uno, se lo quiere como el país
propio, pero la relación es distinta. Entonces se siente
nostalgia por ciertas cosas del exilio, que tienen que ver más
que nada con las personas.
¿La
patria de uno dónde queda después de ese proceso?
M.B. Como decía José Martí, la patria
es la humanidad. En todos los países, en los que uno ha
estado y en los que no ha estado, hay gente que por lo que piensa,
por sus actitudes, por lo que hace, por lo que siente, por su
solidaridad, son como compatriotas de uno. La patria de cada uno
está formada de esa gente. Porque en el propio país
ha habido también torturadores, corruptos, y esos no son
compatriotas míos.
¿Le
preocupa el tema?
M.B. Bueno, a todo el mundo le preocupa, ¿no? Pero
a los 80 años uno está un poco obligado a pensar
en esas cosas. La muerte es una presencia, y la barajo en conexión
a lo que es la muerte para otros, no sólo para mí.
Pienso que una de las formas de sobrellevar la idea de la muerte
es darle la cara, hablar de ella, dialogar con ella. Me parece
que es una manera de poder soportar ese fin obligatorio. Admitir
la muerte es un modo de restarle importancia, porque si uno está
obsesionado con eso...
Por
eso escribe sobre la muerte.
M.B. Escribo sobre ella para que no me sorprenda, claro.
Su cercanía no tiene que aplastarlo a uno, por eso tengo
un poema que se llama "Como si fuéramos inmortales":
hay que vivir como si lo fuéramos.
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