Hasta que la Triple A le dio 48 horas para seguir respirando en
Argentina y se marchó a Perú, luego a Cuba y finalmente
a España, continuando un exilio que le negó su patria
durante doce años. Y también a su mujer, Luz, que
debió quedarse en Uruguay cuidando a las ancianas madres
de ambos. A pesar de todo, Benedetti no escupe reproches; más
bien le da palmadas a ese tiempo pasado que pudo ser peor.
Ha
publicado tantos títulos como años acarrea sobre
su módica estatura, y en medio de esa vastedad de prosa
y verso su piel fue acumulando éxitos y afectos, miserias
y exilios, errores y utopías. Lo que sigue es apenas una
porción de su abultada historia.
Acaba de cumplir 80 años.
¿Qué cosas ganó con la edad?
M.B. Paciencia, tal vez más serenidad, y madurez
por supuesto. Puede ser también que los años le
regalen a uno más lucidez porque las cosas empiezan a verse
no sólo con los ojos del presente sino también con
los del pasado, y entonces uno puede tener una visión más
aproximada del futuro. Pero también, cuando uno se hace
más viejo, el cuerpo se va deteriorando y la energía
cambia, aunque el cuerpo es la meseta donde se apoyan las cosas
del espíritu, ¿no?
Usted
siempre se ha sentido más cómodo con la poesía,
¿no?
M.B. Siempre digo que soy un poeta que además escribe
cuentos y novelas. También me siento cómodo con
el cuento, aunque me da mucho más trabajo. Un poema lo
puedo escribir en un avión, durante un fin de semana o
mientras espero al destino, en cambio un cuento me puede llevar
años. El volumen de Montevideanos, por ejemplo,
demoré dieciocho años en terminarlo, y sin embargo,
es un género que me gusta mucho. El cuento no admite fallas,
se construye palabra por palabra, cada una tiene que tener su
rol, y los finales son muy importantes. Pero a mí las ideas
y los temas ya me vienen con la etiqueta del género, aunque
a veces me equivoco. Me pasó con El cumpleaños
de Juan Angel: empecé a escribirlo en prosa, como todo
novelista que se precie, pero a las 50 páginas no podía
avanzar más, estaba estancado, cosa que generalmente no
me ocurre. Hasta que me di cuenta de que el tema tenía
una carga poética muy fuerte y lo retomé como una
novela en verso. Ahí cambió todo y la terminé
rápidamente. Algo parecido me pasó con Pedro
y el Capitán: creí que era una novela y terminó
como una obra de teatro que marchó muy bien, se representó
en no sé cuántos países. Creo que funcionó
porque tiene nada más que dos personajes; yo con tres personajes
en teatro no doy... Es un género muy difícil.
¿Y
las novelas?
M.B. Me cuestan menos que los cuentos, aunque para escribir
una novela se necesita un tiempo libre, porque no se pueden escribir
diez páginas hoy y veinte a los dos años. La novela
es un mundo que uno inventa y hay que sumergirse en ese mundo,
en sus personajes... Si a mí me dejaran tranquilo podría
escribir más novelas.
La
poesía, por lo general, no tiene tantos lectores como la
novela o el cuento, y sin embargo, la suya tiene muchos seguidores.
¿Alguna vez se preguntó por qué?
M.B. Sí, y para mí es un misterio. Pienso
que por un lado puede ser porque mis poemas son bastante sencillos,
bastante claros, y eso es algo que se convirtió en una
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