jk
|
|
|
Ezequiel Martínez entrevista a Mario
Benedetti con motivo de sus 80 años
(Buenos Aires, septiembre del 2000)
|
Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti nació un 14 de
septiembre de hace 80 años. Una vez le escribió un
poema al hijo que nunca tuvo en el que prometía colgarle
un único, solitario nombre; en lo posible, un monosílabo,
"de manera que uno pudiera convocarlo con sólo respirar".
Mario etcétera Benedetti, logró aferrarse a los extremos
de su nombre oficial y suprimir todo el resto en documentos y afines.
"Eran esas costumbres italianas de meter muchísimos
nombres -justifica el escritor uruguayo nacido en Paso de los Toros,
departamento de Tacuarembó, uno de los tantos puntos de la
geografía que se disputa la cuna de Carlos Gardel-. Yo tenía
un tío que tenía los nombres de todos los reyes que
reinaban el día que nació. Un disparate."
Las décadas fueron regando otros azares sobre Benedetti.
Hoy su rostro luce arrugas de poesía y a veces su mirada
dice más que mil historias, aunque él las haya escrito
casi a todas: su alma hecha palabra recorre los versos de Inventario
y Viento del exilio, acompaña los acordes cotidianos
de canciones como Por qué cantamos y El sur también
existe; es el novelista de La tregua y La borra del
café, el cuentista de Montevideanos y La muerte
y otras sorpresas, el dramaturgo de Pedro y el Capitán,
el ensayista de Perplejidades de fin de siglo, el intelectual
comprometido con causas que la razón no desconoce.
Este Benedetti, que transitó todos los géneros posibles,
supo anclar sus textos en la mayoría de los puertos que inquietan
a la condición humana: el amor, la muerte, el tiempo, la
miseria, la injusticia, la soledad, la esperanza. Y lo hizo de una
manera tan simple y directa que miles de lectores lo convirtieron
en "su cómplice y todo".
Actualmente, Mario Benedetti vive mitad de su tiempo en España
y mitad en Uruguay. Está acostumbrado a convivir con un aparatito
que despide vapores salvadores cada vez que le falta el aire, y
en sus poemas hasta se ríe de ésta y otras fallas
de fábrica que le trajeron las décadas: "...mis
cataratas, mis espasmos asmáticos, mi herpes zoster, mi lumbago,
mi hernia diafragmática", enumera en "Heterónimos".
Sabe que su cuerpo le empezó a confiscar la frescura que
mantiene su mente, pero él le pone el pecho al asunto con
palabras: su próximo libro de poemas, El mundo que respiro,
pone el acento en la cercanía de la muerte.
Su defensa de la utopía lo enfrentó a más de
un destierro. Debutó como exiliado en 1983, cuando cruzó
el charco y se instaló en Buenos Aires buscando una seguridad
incierta. Fue aquí donde inauguró el "llavero
de la solidaridad": cuando las cosas comenzaron a ponerse oscuras
acudía a ese manojo que le abría la puerta de las
casas de cinco o seis amigos.
-1-
------------------------------------------------------------------------
|
|