Los
cuentos de Cortázar no son menos ambiciosos ni inconoclastas
que sus textos narrativos de aliento. Peor lo que hay en ellos
de original y de ruptura suele estar más metabolizado en
las historias, rara vez se exhiben con el virtuosismo impúdico
con el que hace en Rayuela, 62.
Modelo para armar y El libro de Manuel, donde el
lector tiene a veces la sensación de ser sometido a ciertas
pruebas de eficiencias intelectual. Esas novelas son manifiestos
revolucionarios, pero la verdadera revolución de Cortázar
está en sus cuentos, Más discreta pero más
profunda y permanente, porque soliviantó a la naturaleza
misma de la ficción, a esa entraña indisociable
de forma-fondo, medio-fin, arte-técnica que ella se vuelve
en los creadores más logrados. En sus cuentos, Cortázar
no experimentó: encontró, descubrió, creó
algo imperecedero.
Así
como el rótulo de escritor experimental le queda
corto, sería insuficiente llamarlo escritor fantástico,
aunque, sin duda, puestos a jugar a las definiciones, ésta
le hubiera gustado más que la primera. Julio amaba la literatura
fantástica y la conocía al dedillo y escribió
a algunos maravillosos relatos de ese sesgo, en los que ocurren
hechos extraordinarios, como la imposible mudanza de un hombre
en una bestezuela acuática, en Axolotl, pequeña
obra maestra, o la voltereta, gracias a la intensificación
del entusiasmo, de un concierto baladí en una desmesurada
masacre en que un público enfervorizado salta al escenario
a devorar al maestro y a los músicos (Los Ménados).
Pero también escribió egregios relatos del realismo
más ortodoxo. Como la maravilla que es Torito, historia
de la decadencia de un boxeador contada por él mismo, que
es, en verdad, la historia de su manera de hablar, una fiesta
lingüística de gracia, musicalidad y humor, la invención
de un estilo con sabor a barrio, a idiosincrasia y mitología
de pueblo. O como El perseguidor, narrado desde un sutil
pretérito perfecto que se disuelve en el presente del lector,
evocando de este modo subliminalmente la gradual disolución
de Johnny, el jazzman genial cuya alucinada búsqueda del
absoluto, a través de la trompeta, llega a nosotros mediante
la reducción "realista" (racional y pragmática)
que de ella lleva acabo el crítico y biógrafo de
Jhonny, el narrador, Bruno.
En verdad, Cortázar era un escritor realista y fantástico
al mismo tiempo. El mundo que inventó tiene de inconfundible
precisamente ser esa extraña simbiosis, que Roger Caillois
consideraba la única con títulos para llamarse
fantástica. En su prólogo a la Antología
de literatura fantástica que él mismo preparó,
Caillois sostuvo que el arte de veras fantástico
no nace de la deliberación de su creador sino escurriéndose
entre sus intenciones, por obra del azar o de más misteriosas
fuerzas. Así, según él, lo fantástico
no resulta de una técnica, no es un simulacro literario,
sino un imponderable, una realidad que, sin premeditación,
sucede de pronto en un texto literario. Recuerdo una larga
y apasionada conversación con Cortázar, en un bistró
de Montaparnasse, sobre esta tesis de Caillois, el entusiasmo
de Julio con ella y su sorpresa cuando yo le aseguré que
aquella teoría me parecía alcanzar como un anillo
a lo que ocurría en sus ficciones.
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