Mario Benedetti o los puentes sobre los mares
(prólogo de José Emilio Pacheco a la edición de los Cuentos completos de Mario Benedetti)

 


La primera etapa de Benedetti como cuentista tiene por centro Montevideanos. El narrador logró sin proponérselo universalizar la experiencia de una época y un lugar específicos. Era imposible imaginar entonces a sus lectoras y lectores de este fin de siglo. En aquel entonces Benedetti habrá pensado que la modesta y digna edición de Alfa nunca iba a reimprimirse ni a salir de los confines nacionales. Desde luego ese Montevideo ya no existe, ya fue arrasado por la tempestad de la historia. Pero no leemos estos cuentos sólo por tener la experiencia de cómo eran y cómo vivían ciertas personas en determinadas circunstancias.

Aquella oficina de la que hablan sus historias abarca el mundo entero como la aldea de Chéjov o el villorrio normando de Maupassant. El acierto de Benedetti fue partir de sus prójimos más próximos para ahondar narrativamente en el enigma de las relaciones humanas, en la pregunta sin respuesta en torno a nuestra convivencia. El deseo, el poder, el amor, el miedo, el odio, la envidia, la enfermedad, la frustración, la alegría, la plenitud, la amistad, la juventud, el dinero, o la falta de dinero, la vejez, la exaltación, el aburrimiento: la materia incesante de la vida encarna en historias cotidianas de personas concretas gracias a una maestría que renuncia a todo exhibicionismo y una actitud crítica que jamás se niega a la compasión. Aun frente a la imagen más odiada, la del torturador, Benedetti quiere entender. Comprender no es justificar sino darnos conciencia de que lo peor y lo mejor de todos los seres humanos está latente en nuestro interior. La parte más aterradora del verdugo es su semejanza potencial con nosotros mismos.

Para escribir se necesitan todo los sentidos. Para narrar es necesario ante todo saber escuchar. La narrativa es el arte de la memoria representado en el teatro de la imaginación por letras que son imágenes y acciones pero en primer término voces, monologantes y dialogantes. Todas las edades humanas y todo los oficios y profesiones se hallan representados en los cuentos de Benedetti. Imposible pasar por alto la destreza con que sabe acercarse a las personas, más que los personajes, de quienes lo separa el abismo de las generaciones; ni cómo los poderes de su prosa hacen que ningún sentimiento le sea ajeno, ninguna tierra extraña. Emplea todas las formas del relato, todo el repertorio ancestral y contemporáneo: narración en primera, segunda y tercera personas, monólogo interior, admirables diálogos en que el supremo artificio es la aparente naturalidad, testigos que ignoran el sentido último de cuanto nos refieren. Si embargo muchas de sus narraciones se aferran al origen oral de todo cuento y están dichos por la escritura a un interlocutor presente o ausente.

Sus cuentos no serían lo que son si no forman parte indesligable de una totalidad. Montevideanos dialoga con Los poemas en la oficina, La tregua, El país de la cola de paja, reflexión crítica y advertencia sobre el Uruguay que se encaminaba hacia la mayor crisis de su historia. La muerte y otras personas- título aún más premonitorio que La víspera indeleble- corresponde al período de Gracias pro el fuego, Contra los puentes levadizos, Letras del continente mestizo, Cuaderno cubano. Si el principio del fin de lo que había sido hasta entonces el pacto social uruguayo aparece en "Ganas de embromar", "Péndulo" y "El cambiazo", otras regiones de la imaginación surgen en "Miss Amnesia" y "Acaso irreparable". Con la impunidad que nos da "predecir" lo que ya sucedió, vemos estos cuentos "fantásticos" como involuntarias prefiguraciones metafóricas de lo que ya era un camino sin retorno para el Uruguay y para toda Hispanoamérica en los años que mediaron entre la victoria de la Revolución cubana y el golpe militar en Chile.

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