La primera etapa de Benedetti como cuentista tiene por centro
Montevideanos. El narrador logró sin proponérselo
universalizar la experiencia de una época y un lugar específicos.
Era imposible imaginar entonces a sus lectoras y lectores de este
fin de siglo. En aquel entonces Benedetti habrá pensado
que la modesta y digna edición de Alfa nunca iba a reimprimirse
ni a salir de los confines nacionales. Desde luego ese Montevideo
ya no existe, ya fue arrasado por la tempestad de la historia.
Pero no leemos estos cuentos sólo por tener la experiencia
de cómo eran y cómo vivían ciertas personas
en determinadas circunstancias.
Aquella oficina de la que hablan sus historias abarca el mundo
entero como la aldea de Chéjov o el villorrio normando
de Maupassant. El acierto de Benedetti fue partir de sus prójimos
más próximos para ahondar narrativamente en el enigma
de las relaciones humanas, en la pregunta sin respuesta en torno
a nuestra convivencia. El deseo, el poder, el amor, el miedo,
el odio, la envidia, la enfermedad, la frustración, la
alegría, la plenitud, la amistad, la juventud, el dinero,
o la falta de dinero, la vejez, la exaltación, el aburrimiento:
la materia incesante de la vida encarna en historias cotidianas
de personas concretas gracias a una maestría que renuncia
a todo exhibicionismo y una actitud crítica que jamás
se niega a la compasión. Aun frente a la imagen más
odiada, la del torturador, Benedetti quiere entender. Comprender
no es justificar sino darnos conciencia de que lo peor y lo mejor
de todos los seres humanos está latente en nuestro interior.
La parte más aterradora del verdugo es su semejanza potencial
con nosotros mismos.
Para
escribir se necesitan todo los sentidos. Para narrar es necesario
ante todo saber escuchar. La narrativa es el arte de la memoria
representado en el teatro de la imaginación por letras
que son imágenes y acciones pero en primer término
voces, monologantes y dialogantes. Todas las edades humanas y
todo los oficios y profesiones se hallan representados en los
cuentos de Benedetti. Imposible pasar por alto la destreza con
que sabe acercarse a las personas, más que los personajes,
de quienes lo separa el abismo de las generaciones; ni cómo
los poderes de su prosa hacen que ningún sentimiento le
sea ajeno, ninguna tierra extraña. Emplea todas las formas
del relato, todo el repertorio ancestral y contemporáneo:
narración en primera, segunda y tercera personas, monólogo
interior, admirables diálogos en que el supremo artificio
es la aparente naturalidad, testigos que ignoran el sentido último
de cuanto nos refieren. Si embargo muchas de sus narraciones se
aferran al origen oral de todo cuento y están dichos por
la escritura a un interlocutor presente o ausente.
Sus
cuentos no serían lo que son si no forman parte indesligable
de una totalidad. Montevideanos dialoga con Los poemas
en la oficina, La tregua, El país de la cola de paja,
reflexión crítica y advertencia sobre el Uruguay
que se encaminaba hacia la mayor crisis de su historia. La
muerte y otras personas- título aún más
premonitorio que La víspera indeleble- corresponde
al período de Gracias pro el fuego, Contra los puentes
levadizos, Letras del continente mestizo, Cuaderno cubano.
Si el principio del fin de lo que había sido hasta entonces
el pacto social uruguayo aparece en "Ganas de embromar",
"Péndulo" y "El cambiazo", otras regiones
de la imaginación surgen en "Miss Amnesia" y
"Acaso irreparable". Con la impunidad que nos da "predecir"
lo que ya sucedió, vemos estos cuentos "fantásticos"
como involuntarias prefiguraciones metafóricas de lo que
ya era un camino sin retorno para el Uruguay y para toda Hispanoamérica
en los años que mediaron entre la victoria de la Revolución
cubana y el golpe militar en Chile.
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