Mario Benedetti o los puentes sobre los mares
(prólogo de José Emilio Pacheco a la edición de los Cuentos completos de Mario Benedetti)

 


A pesar de la comunicación instantánea, las literaturas hispánicas han vuelto al aislamiento, a la mutua ignorancia y al autoconsumismo. Benedetti es uno de los muy pocos autores leídos en todos los países del idioma (y en innumerables traducciones). Radicalmente uruguaya y montevideana, su obra es vista no sólo como la historia íntima de su patria sino como la gran crónica interior de todo lo que ha pasado en Hispanoamérica durante los cincuenta años que abarca su producción.

Benedetti no buscó el éxito ni ha dejado nunca de ser fiel a sí mismo, a sus obsesiones y a los azares del cruce de su biografía con la historia de todos. Ha escrito lo que muchos sentíamos que necesitaba ser escrito. De allí la respuesta excepcional y acaso irrepetible despertada por sus libros.
Los montevideanos llaman "el mar" al cuerpo de agua que los extranjeros vemos aún como el Río de la Plata a punto de encontrarse con la sal del Atlántico. Benedetti ha hecho lo imposible: tender puentes sobre los mares que nos separan en vez de arar en ellos o escribir sobre el agua. La gran tragedia nacional que lo lanzó al exilio lo hizo colonizar todos los territorios arrancados por él a lo no dicho y a lo indecible. Ninguna violencia pudo arrebatarle la ciudad construida por sus palabras.

Debe de haber alguna explicación histórica apara el admirable desarrollo del cuento en la zona rioplatense. En un acto de sociología instantánea podemos suponer que los inmigrantes necesitaban contarse historias de las tierras que habían dejado atrás y articular su experiencia ante los nuevos países. El gran oleaje inmigratorio se dio en la edad de oro del cuento, la era de Chéjov, Maupassant y Kipling. Las revistas traducían relatos para su público urbano y rural, así como para los viajeros de los ferrocarriles y los barcos que comunicaban a Buenos Aires con Montevideo y a Montevideo con Buenos Aires "el vapor de la carrera" que aparece más de una vez en la obra de Benedetti.

Ya en la primera época de este que expira y pronto hará de nosotros reliquias, sobrevivientes del siglo pasado, los cuentos de Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones establecieron en la literatura rioplatense las tradiciones que a falta de mejor nombre llamamos realista y fantástica, los antecedentes que en parte hicieron posible a Borges y a Onetti, a Cortázar, a Bioy Casares, a Benedetti y a quienes hoy recogen brillantemente su herencia. Hacia 1940 los escritores y editores del exilio español se encontraron con el círculo formado en torno a Borges y Victoria Ocampo. Buenos Aires fue por lo menos hasta Rayuela y Cien años de soledad, el gran centro transmisor de la nueva literatura en todas las lenguas. El denostado Uruguay de la clase media y la burocracia, "el país de la cola de paja" al que, con la rabia que sólo puede brotar del más doliente amor, Benedetti llamó en 1960 "la única oficina del mundo que ha alcanzado categoría de república", también produjo un sistema educativo, una serie de publicaciones y un lector sin el cual no se explicaría el nivel de excelencia alcanzado y sostenido por su literatura.

En la dedicación de Benedetti a escribir cuentos se halla una prueba de su autenticidad. Nadie que buscara un público masivo hubiera optado por un género que se suponía de escasa venta en comparación con la novela. Benedetti ha derruido este prejuicio y cada una de las colecciones circula en miles de ejemplares. El renovado auge de la narrativa breve está en deuda con su constancia. En manos de Benedetti el cuento aparece como un género de una ductilidad y flexibilidad incomparables. Es el más antiguo y el más nuevo. En él todo se ha hecho y todo está por hacerse.

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