A pesar de la comunicación instantánea, las literaturas
hispánicas han vuelto al aislamiento, a la mutua ignorancia
y al autoconsumismo. Benedetti es uno de los muy pocos autores
leídos en todos los países del idioma (y en innumerables
traducciones). Radicalmente uruguaya y montevideana, su obra es
vista no sólo como la historia íntima de su patria
sino como la gran crónica interior de todo lo que ha pasado
en Hispanoamérica durante los cincuenta años que
abarca su producción.
Benedetti no buscó el éxito ni ha dejado nunca de
ser fiel a sí mismo, a sus obsesiones y a los azares del
cruce de su biografía con la historia de todos. Ha escrito
lo que muchos sentíamos que necesitaba ser escrito. De
allí la respuesta excepcional y acaso irrepetible despertada
por sus libros.
Los montevideanos llaman "el mar" al cuerpo de agua
que los extranjeros vemos aún como el Río de la
Plata a punto de encontrarse con la sal del Atlántico.
Benedetti ha hecho lo imposible: tender puentes sobre los mares
que nos separan en vez de arar en ellos o escribir sobre el agua.
La gran tragedia nacional que lo lanzó al exilio lo hizo
colonizar todos los territorios arrancados por él a lo
no dicho y a lo indecible. Ninguna violencia pudo arrebatarle
la ciudad construida por sus palabras.
Debe
de haber alguna explicación histórica apara el admirable
desarrollo del cuento en la zona rioplatense. En un acto de sociología
instantánea podemos suponer que los inmigrantes necesitaban
contarse historias de las tierras que habían dejado atrás
y articular su experiencia ante los nuevos países. El gran
oleaje inmigratorio se dio en la edad de oro del cuento, la era
de Chéjov, Maupassant y Kipling. Las revistas traducían
relatos para su público urbano y rural, así como
para los viajeros de los ferrocarriles y los barcos que comunicaban
a Buenos Aires con Montevideo y a Montevideo con Buenos Aires
"el vapor de la carrera" que aparece más de una
vez en la obra de Benedetti.
Ya en la primera época de este que expira y pronto hará
de nosotros reliquias, sobrevivientes del siglo pasado, los cuentos
de Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones establecieron en la literatura
rioplatense las tradiciones que a falta de mejor nombre llamamos
realista y fantástica, los antecedentes que en parte hicieron
posible a Borges y a Onetti, a Cortázar, a Bioy Casares,
a Benedetti y a quienes hoy recogen brillantemente su herencia.
Hacia 1940 los escritores y editores del exilio español
se encontraron con el círculo formado en torno a Borges
y Victoria Ocampo. Buenos Aires fue por lo menos hasta Rayuela
y Cien años de soledad, el gran centro transmisor de
la nueva literatura en todas las lenguas. El denostado Uruguay
de la clase media y la burocracia, "el país de la
cola de paja" al que, con la rabia que sólo puede
brotar del más doliente amor, Benedetti llamó en
1960 "la única oficina del mundo que ha alcanzado
categoría de república", también produjo
un sistema educativo, una serie de publicaciones y un lector sin
el cual no se explicaría el nivel de excelencia alcanzado
y sostenido por su literatura.
En la dedicación de Benedetti a escribir cuentos se halla
una prueba de su autenticidad. Nadie que buscara un público
masivo hubiera optado por un género que se suponía
de escasa venta en comparación con la novela. Benedetti
ha derruido este prejuicio y cada una de las colecciones circula
en miles de ejemplares. El renovado auge de la narrativa breve
está en deuda con su constancia. En manos de Benedetti
el cuento aparece como un género de una ductilidad y flexibilidad
incomparables. Es el más antiguo y el más nuevo.
En él todo se ha hecho y todo está por hacerse.
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