Me
dan unas ganas de dormir cinco días seguidos sin ver a
nadie, sobre todo sin ver a Cora, y despertarme justo cuando me
vengan a buscar para ir a casa. A lo mejor habrá que esperar
unos días más, señor Morán, ya sabrá
por De Luisi que la operación fue más complicada
de lo previsto, a veces hay pequeñas sorpresas. Claro que
con la constitución de ese chico yo creo que no habrá
problema, pero mejor dígale a su señora que no va
a ser cosa de una semana como se pensó al principio. Ah,
claro, bueno, de eso usted hablará con el administrador,
son cosas internas. Ahora vos fijáte si no es mala suerte,
Marcial, anoche te lo anuncié, esto va a durar mucho más
de lo que pensábamos. Sí, ya sé que no importa
pero podrías ser un poco más comprensivo, sabés
muy bien que no me hace feliz atender a ese chico, y a él
todavía menos, pobrecito. No me mirés así,
por qué no le voy a tener lástima. No me mirés
así.
Nadie
me prohibió que leyera pero se me caen las revistas de
la mano, y eso que tengo dos episodios por terminar y todo lo
que me trajo tía Esther. Me arde la cara, debo de tener
fiebre o es que hace mucho calor en esta pieza, le voy a pedir
a Cora que entorne un poco la ventana o que me saque una frazada.
Quisiera dormir, es lo que más me gustaría, que
ella estuviese allí sentada leyendo una revista y yo durmiendo
sin verla, sin saber que está allí, pero ahora no
se va a quedar más de noche, ya pasó lo peor y me
dejarán solo. De tres a cuatro creo que dormí un
rato, a las cinco justas vino con un remedio nuevo, unas gotas
muy amargas. Siempre parece que se acaba de bañar y cambiar,
está tan fresca y huele a talco perfumado, a lavanda. "Este
remedio es muy feo, ya sé", me dijo, y se sonreía
para animarme. "No, es un poco amargo, nada más",
le dije. "¿Cómo pasaste el día?",
me preguntó, sacudiendo el termómetro. Le dije que
bien, que durmiendo, que el doctor Suárez me había
encontrado mejor, que no me dolía mucho. "Bueno, entonces
podés trabajar un poco", me dijo dándome el
termómetro. Yo no supe qué contestarle y ella se
fue a cerrar las persianas y arregló los frascos en la
mesita mientras yo me tomaba la temperatura. Hasta tuve tiempo
de echarle un vistazo al termómetro antes de que viniera
a buscarlo. "Pero tengo muchísima fiebre", me
dijo como asustado. Era fatal, siempre seré la misma estúpida,
por evitarle el mal momento le doy el termómetro y naturalmente
el muy chiquilín no pierde tiempo en enterarse de que está
volando de fiebre. "Siempre es así los primeros cuatro
días, y además nadie te mandó que miraras",
le dije, más furiosa contra mí que contra él.
Le pregunté si había movido el vientre y me dijo
que no. Le sudaba la cara, se la sequé y le puse un poco
de agua colonia; había cerrado los ojos antes de contestarme
y no los abrió mientras yo le peinaba un poco para que
no le molestara el pelo en la frente. Treinta y nueve, nueve era
mucha fiebre, realmente. "Tratá de dormir un rato",
le dije, calculando a qué hora podría avisarle al
doctor Suárez. Sin abrir los ojos hizo un gesto como de
fastidio, y articulando cada palabra me dijo: "Usted es mala
conmigo, Cora." No atiné a contestarle nada, me quedé
a su lado hasta que abrió los ojos y me miró con
toda su fiebre y toda su tristeza. Casi sin darme cuenta estiré
la mano y quise hacerle una caricia en la frente, pero me rechazó
de un manotón y algo debió tironearle en la herida
porque se crispó de dolor. Antes de que pudiera reaccionar
me dijo en voz muy baja: "Usted no sería así
conmigo si me hubiera conocido en otra parte." Estuve al
borde de soltar una carcajada, pero era tan ridículo que
me dijera eso mientras se le llenaban los ojos de lágrimas
que me pasó lo de siempre, me dio rabia y casi miedo, me
sentí de golpe como desamparada delante de ese chiquilín
pretencioso.
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