Conseguí
dominarme (eso se lo debo a Marcial, me ha enseñado a controlarme
y cada vez lo hago mejor), y me enderecé como si no hubiera
sucedido nada, puse la toalla en la percha y tapé el frasco
de agua colonia. En fin, ahora sabíamos a qué atenernos,
en el fondo era mucho mejor así. Enfermera, enfermo, y
pare de contar. Que el agua colonia se la pusiera la madre, yo
tenía otras cosas que hacerle y se las haría sin
más contemplaciones. No sé por qué me quedé
más de lo necesario. Marcial me dijo cuando se lo conté
que había querido darle una oportunidad de disculparse,
de pedir perdón. No sé, a lo mejor fue eso o algo
distinto, a lo mejor me quedé para que siguiera insultándome,
para ver hasta dónde era capaz de llegar. Pero seguía
con los ojos cerrados y el sudor le empapaba la frente y las mejillas,
era como si me hubiera dado cualquier cosa para que se agachara
y volviera a secarme la frente como si yo no le hubiera dicho
eso, pero ya era imposible, se iba a ir sin hacer nada, sin decirme
nada, y yo abriría los ojos y encontraría la noche,
el velado, la pieza vacía, un poco de perfume todavía,
y me repetiría diez veces, cien veces, que había
hecho bien en decirle lo que le había dicho, para que aprendiera,
para que no me tratar como un chico, para que me dejara en paz,
para que no se fuera.
Empiezan
siempre a la misma hora, entre seis y siete de la mañana,
debe ser una pareja que anida en las cornisas del patio, un palomo
que arrulla y la paloma que le contesta, al rato se cansan, se
lo dije a la enfermera chiquita que viene a lavarme y a darme
el desayuno, se encogió de hombros y dijo que ya otros
enfermos se habían quejado de las palomas pero que el director
no quería que las echaran. Ya ni sé cuánto
hace que las oigo, las primeras mañanas estaba demasiado
dormido o dolorido para fijarme, pero desde hace tres días
escucho a las palomas y me entristecen, quisiera estar en casa
oyendo ladrar a Milord, oyendo a tía Esther que a esta
hora se levanta para ir a misa. Maldita fiebre que no quiere bajar,
me van a tener aquí hasta quién sabe cuándo,
se lo voy a preguntar al doctor Suárez esta misma mañana,
al fin y al cabo podría estar lo más bien en casa.
Mire, señor Morán, quiero ser franco con usted,
el cuadro no es nada sencillo. No, señorita Cora, prefiero
que usted siga atendiendo a ese enfermo, y le voy a decir por
qué. Pero entonces, Marcial... Vení, te voy a hacer
un café bien fuerte, mirá que sos potrilla todavía,
parece mentira. Escuchá, vieja, he estado hablando con
el doctor Suárez, y parece que el pibe...
Por suerte después se callan, a lo mejor se van volando
por ahí, por toda la ciudad, tienen suerte las palomas.
Qué mañana interminable, me alegré cuando
se fueron los viejos, ahora les da por venir más seguido
desde que tengo tanta fiebre. Bueno, si me tengo que quedar cuatro
o cinco días más aquí, qué importa.
En casa sería mejor, claro, pero lo mismo tendría
fiebre y me sentiría tan mal de a ratos. Pensar que no
puedo ni mirar una revista, es una debilidad como si no me quedara
sangre. Pero todo es por la fiebre, me lo dijo anoche el doctor
De Luisi y el doctor Suárez me lo repitió esta mañana,
ellos saben. Duermo mucho pero lo mismo es como si no pasara el
tiempo, siempre es antes de las tres como si a mí me importaran
las tres o las cinco. Al contrario, a las tres se va la enfermera
chiquita y es una lástima porque con ella estoy tan bien.
Si me pudiera dormir de un tirón hasta la medianoche sería
mucho mejor. Pablo, soy yo, la señorita Cora. Tu enfermera
de la noche que te hace doler con las inyecciones. Ya sé
que no te duele, tonto, es una broma.
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