Seguí
durmiendo si querés, ya está. Me dijo: "Gracias"
sin abrir los ojos, pero hubiera podido abrirlos, sé que
con la galleguita estuvo charlando a mediodía aunque le
han prohibido que hable mucho. Antes de salir me di vuelta de
golpe y me estaba mirando, sentí que todo el tiempo me
había estado mirando de espaldas. Volví y me senté
al lado de la cama, le tomé el pulso, le arreglé
las sábanas que arrugaba con sus manos de fiebre. Me miraba
el pelo, después bajaba la vista y evitaba mis ojos. Fui
a buscar lo necesario para prepararlo y me dejó hacer sin
una palabra, con los ojos fijos en la ventana, ignorándome.
Vendrían a buscarlo a las cinco y media en punto, todavía
le quedaba un rato para dormir, los padres esperaban en la planta
baja porque le hubiera hecho impresión verlos a esa hora.
El doctor Suárez iba a venir un rato antes para explicarle
que tenía que completar la operación, cualquier
cosa que no lo inquietara demasiado. Pero en cambio mandaron a
Marcial, me tomó de sorpresa verlo entrar así pero
me hizo una seña para que no me moviera y se quedó
a los pies de la cama leyendo la hoja de temperatura hasta que
Pablo se acostumbrara a su presencia. Le empezó a hablan
un poco en broma, armó la conversación como él
sabe hacerlo, el frío de la calle, lo bien que se estaba
en ese cuarto, y él lo miraba sin decir nada, como esperando,
mientras yo me sentía tan rara, hubiera querido que Marcial
se fuera y me dejara sola con él, yo hubiera podido decírselo
mejor que nadie, aunque quizá no, probablemente no. Pero
si ya lo sé, doctor, me van a operar de nuevo, usted es
el que me dio la anestesia la otra vez, y bueno, mejor eso que
seguir en esta cama y con esta fiebre. Yo sabía que al
final tendrían que hacer algo, por qué me duele
tanto desde ayer, un dolor diferente, desde más adentro.
Y usted, ahí sentada, no ponga esa cara, no se sonría
como si me viniera a invitar al cine. Váyase con él
y béselo en el pasillo, tan dormido no estaba la otra tarde
cuando usted se enojó con él porque la había
besado aquí. Váyanse los dos, déjenme dormir,
durmiendo no me duele tanto.
Y
bueno, pibe, ahora vamos a liquidar este asunto de una vez por
todas, hasta cuándo nos vas a estar ocupando una cama,
che. Contá despacito, uno, dos, tres. Así va bien,
vos seguí contando y dentro de una semana estás
comiendo un bife jugoso en casa. Un cuarto de hora a gatas, nene,
y vuelta a coser. Había que verle la cara a De Luisi, uno
no se acostumbra nunca del todo a estas cosas. Mirá, aproveché
para pedirle a Suárez que te relevaran como vos querías,
le dije que estás muy cansada con un caso tan grave; a
lo mejor te pasan al segundo piso si vos también le hablás.
Está bien, hacé como quieras, tanto quejarte la
otra noche y ahora te sale la samaritana. No te enojés
conmigo, lo hice por vos. Sí, claro que lo hizo por mí
pero perdió el tiempo, me voy a quedar con él esta
noche y todas las noches. Empezó a despertarse a las ocho
y media, los padres se fueron en seguida porque era mejor que
no los viera con la cara que tenían los pobres, y cuando
llegó el doctor Suárez me preguntó en voz
baja si quería que me relevara María Luisa, pero
le hice una seña de que me quedaba y se fue. María
Luisa me acompañó un rato porque tuvimos que sujetarlo
y calmarlo, después se tranquilizó del golpe y casi
no tuvo vómitos; está tan débil que se volvía
dormir sin quejarse mucho hasta las diez. Son las palomas, vas
a ver, mamá, ya están arrullando como todas las
mañanas, no sé por qué no las echan, que
se vuelen a otra árbol. Dame la mano, mamá, tengo
tanto frío. Ah, entonces estuve soñando, me parecía
que ya era de mañana y que estaban las palomas. Perdóneme,
la confundí con mamá. Otra vez desviaba la mirada,
se volvía en su encono, otra vez me echaba a mí
toda la culpa.
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