Lo
atendí como si no me diera cuenta de que seguía
enojado, me senté junto a él y le mojé los
labios con hielo. Cuando me miró, después que le
puse el agua colonia en las manos y la frente, me acerqué
más y le sonreí. "Llámame Cora",
le dije. "Yo sé que no nos entendimos al principio,
pero vamos a ser tan buenos amigos, Pablo." Me miraba callado.
"Decíme: Sí, Cora." Me miraba, siempre.
"Señorita Cora", dijo después, y cerró
los ojos. "No, Pablo, no", le pedí, besándolo
en la mejilla, muy cerca de la boca. "Yo voy a ser Cora para
vos, solamente para vos." Tuve que echarme atrás,
pero lo mismo me salpicó la cara. Lo sequé, le sostuve
la cabeza para que se enjuagara la boca, lo volví a besar
hablándole al oído. "Discúlpeme",
dijo con un hilo de voz, "no lo pude contener". Le dije
que no fuera tonto, que para eso estaba yo cuidándolo,
que vomitara todo lo que quisiera para aliviarse. "Me gustaría
que viniera mamá", me dijo, mirando a otro lado con
los ojos vacíos. Todavía le acaricié un poco
el pelo, le arreglé las frazadas esperando que me dijera
algo, pero estaba muy lejos y sentí que lo hacía
sufrir todavía más si me quedaba. En la puerta me
volví y esperé; tenía los ojos muy abiertos,
fijos en el cielo raso. "Pablito", le dije. "Por
favor, Pablito. Por favor, querido." Volví hasta la
cama, me agaché para besarlo; olía a frío,
detrás del agua colonia estaba el vómito, la anestesia.
Si me quedo un segundo más me pongo a llorar delante de
él, pro él. Lo besé otra vez y salí
corriendo, bajé a buscar a la madre y a María Luisa;
no quería volver mientras la madre estuviera allí,
por lo menos esa noche no quería volver y después
sabía demasiado bien que no tendría ninguna necesidad
de volver a ese cuarto, que Marcial y María Luisa se ocuparían
de todo hasta que el cuarto quedara otra vez libre.
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