Sí,
claro. Pero es que todo empezó mal por culpa de la madre,
eso no se ha borrado, sabés, desde el primer minuto hubo
como un malentendido, y el chico tiene su orgullo y le duele,
sobre todo que al principio no se daba cuenta de todo lo que iba
a venir y quiso hacerse le grande, mirarme como si fueras vos,
como un hombre. Ahora ya ni le puedo preguntar si quiere hacer
pis, lo malo es que sería capaz de aguantarse toda la noche
si yo me quedara en la pieza. Me da risa cuando me acuerdo, quería
decir que si y no se animaba, entonces me fastidió tanta
tontería y lo obligué para que aprendiera a hacer
pis sin moverse, bien tendido de espaldas.
Siempre
cierra los ojos en esos momentos pero es casi peor, está
a punto de llorar o de insultarme, está entre las dos cosas
y no puede, está chico, Marcial, y esa buena señora
que lo ha de haber criado como un tilinguito, el nene de aquí
y el nene de allá, mucho sombrero y saco entallado pero
en el fondo el bebé es siempre, el tesorito de mamá.
Ah, y justamente le vengo a tocar yo, el alto voltaje como decís
vos, cuando hubiera estado muy bien con María Luisa que
es idéntica a su tía y que lo hubiera limpiado por
todos lados sin que se le subieran los colores a la cara. No,
la verdad, no tengo suerte, Marcial.
Estaba
soñando con la clase de francés cuando encendió
la luz del velador, lo primero que le veo es siempre el pelo,
será porque se tiene que agachar para las inyecciones o
lo que sea, el pelo cerca de mi cara, una vez me hizo cosquillas
en la boca y huele tan bien, y siempre se sonríe un poco
cuando me está frotando con el algodón, me frotó
un rato largo antes de pincharme y yo le miraba la mano tan segura
que iba apretando de a poco la jeringa, el líquido amarillo
que entraba despacio, haciéndome doler. "No, no me
duele nada." Nunca le podré decir: "No me duele
nada, Cora." Y no le voy a decir señorita Cora, no
se lo voy a decir nunca. Le hablaré lo menos que pueda
y no la pienso llamar señorita Cora aunque me lo pida de
rodillas. No, no me duele nada. No, gracias, me siento bien, voy
a seguir durmiendo. Gracias.
Por suerte ya tiene de nuevo sus colores pero todavía está
muy decaído, apenas si pudo darme un beso, y a tía
Esther casi no la miró y eso que le había traído
las revistas y una corbata preciosa para el día en que
lo llevemos a casa. La enfermera de la mañana es un amor
de mujer, tan humilde, con ella sí da gusto hablar, dice
que el nene durmió hasta las ocho y que bebió un
poco de leche, parece que ahora van a empezar a alimentarlo, tengo
que decirle al doctor Suárez que el cacao le hace mal,
o a lo mejor su padre ya se lo dijo porque estuvieron hablando
un rato. Si quiere salir un momento señora, vamos a ver
cómo anda este hombre. Usted quédese, señor
Morán, es que a la mamá le puede hacer impresión
tanto vendaje. Vamos a ver un poco, compañero. ¿Ahí
duele? Claro, es natural. Y ahí, decíme si ahí
te duele o solamente está sensible. Bueno, vamos muy bien,
amiguito. Y así cinco minutos, si me duele aquí,
si estoy sensible más acá, y el viejo mirándome
la barriga como si me la viera por primera vez. Es raro pero no
me siento tranquilo hasta que se van, pobres viejos tan afligidos
pero qué le voy a hacer, me molestan, dicen siempre lo
que no hay que decir, sobre todo mamá, y menos mal que
la enfermera chiquita parece sorda y le aguanta todo con esa cara
de esperar propina que tiene la pobre. Mirá que venir a
jorobar con lo del cacao, ni que yo fuese un niño de pecho.
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