Me
gustaría decirle que es tan linda, que no tengo nada contra
ella, al contrario, que me gusta que sea ella la que me cuida
de noche y no la enfermera chiquita. Me gustaría que me
pusiera otra vez agua de colonia en el pelo. Me gustaría
que me pidiera perdón, que me dijera que la puedo llamar
Cora.
Se quedó dormido un buen rato, a las ocho calculé
que el doctor De Luisi no tardaría y lo desperté
para tomarle la temperatura. Tenía mejor cara y le había
hecho bien dormir. Apenas vio el termómetro sacó
una mano fuera de las cobijas, pero le dije que se estuviera quieto.
No quería mirarlo en los ojos para que no sufriera pero
lo mismo se puso colorado y empezó a decir que él
podía muy bien solo. No le hice caso, claro, pero estaba
tan tenso el pobre que no me quedó más remedio que
decirle: "Vamos, Pablo, ya sos un hombrecito, no te vas a
poner así cada vez, verdad?" Es lo de siempre, con
esa debilidad no pudo contener las lágrimas; haciéndome
la que no me daba cuenta anoté la temperatura y me fui
a prepararle la inyección. Cuando volvió yo me había
secado los ojos con la sábana y tenía tanta rabia
contra mí mismo que hubiera dado cualquier cosa por poder
hablar, decirle que no me importaba, que en realidad no me importaba
pero que no lo podía impedir. "Esto no duele nada",
me dijo con la jeringa en la mano. "Es para que duermas bien
toda la noche." Me destapó y otra vez sentí
que me subía la sangre a la cara, pero ella se sonrió
un poco y empezó a frotarme el muslo con un algodón
mojado. "No duele nada", le dije porque algo tenía
que decirle, no podía ser que me quedara así mientras
ella me estaba mirando. "Ya ves", me dijo sacando la
aguja y frotándome con el algodón. "Ya ves
que no duele nada. Nada te tiene que doler, Pablito."
Me
tapó y me pasó la mano por la cara. Yo cerré
los ojos y hubiera querido estar muerto, estar muerto y que ella
me pasara la mano por la cara, llorando.
Nunca
entendí mucho a Cora pero esta vez se fue a la otra banda.
La verdad que no me importa si no entiendo a las mujeres, lo único
que vale la pena es que lo quieran a uno. Si están nerviosas,
si se hacen problema por cualquier macana, bueno nena, ya está,
déme un beso y se acabó. Se ve que todavía
es tiernita, va a pasar un buen rato antes de que aprenda a vivir
en este oficio maldito, la pobre apareció esta noche con
una cara rara y me costó media hora hacerle olvidar esas
tonterías. Todavía no ha encontrado la manera de
buscarle la vuelta a algunos enfermos, ya le pasó con la
vieja del veintidós pero yo creía que desde entonces
habría aprendido un poco, y ahora este pibe le vuelve a
dar dolores de cabeza. Estuvimos tomando mate en mi cuarto a eso
de las dos de la mañana, después fue a darle la
inyección y cuando volvió estaba de mal humor, no
quería saber nada conmigo. Le quedaba bien esa carucha
de enojada, de tristona, de a poco se la fui cambiando, y al final
se puso a reír y me contó, a esa hora me gusta tanto
desvestirla y sentir que tiembla un poco como si tuviera frío.
Debe ser muy tarde, Marcial. Ah, entonces puedo quedarme un rato
todavía, la otra inyección le toca a las cinco y
media, la galleguita no llega hasta las seis. Perdóname,
Marcial, soy una boba, mirá que preocuparme tanto por ese
mocos, al fin y al cabo lo tengo dominado pero de a ratos me da
lástima, a esa edad son tan tontos, tan orgullosos, si
pudiera le pediría al doctor Suárez que me cambiara,
hay dos operados en el segundo piso, gente grande, uno les pregunta
tranquilamente si han ido de cuerpo, les alcanza la chata, los
limpia si hace falta, todo eso charlando del tiempo o de la política,
es un ir y venir de cosas naturales, cada uno está en lo
suyo, Marcial, no como aquí, comprendés.
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