Me desperté a eso de las cuatro y media y empecé
a pensar en la operación, no que tenga miedo, el doctor
De Luisi dijo que no es nada, pero debe ser raro la anestesia
y que te corten cuando estás dormido, el Cacho decía
que lo peor es despertarse, que duele mucho y por ahí vomitás
y tenés fiebre. El nene de mamá ya no está
tan garifo como ayer, se le nota en la cara que tiene un poco
de miedo, es tan chico que casi me da lástima. Se sentó
de golpe en la cama cuando me vio entrar y escondió la
revista debajo de la almohada. La pieza estaba un poco fría
y fui a subir la calefacción, después traje el termómetro
y se lo di. "¿Te lo sabés poner?", le
pregunté, y las mejillas parecía que iba a reventárseles
de rojo que se puso. Dijo que sí con la cabeza y se estiró
en la cama mientras yo bajaba las persianas y encendía
el velador. Cuando me acerqué para que me diera el termómetro
seguía tan ruborizado que estuve a punto de reírme,
pero con los chicos de esa edad siempre pasa lo mismo, les cuesta
acostumbrarse a esas cosas. Pero me mira en los ojos, por qué
no le puedo aguantar esa mirada si al final no es más que
una mujer, cuando saqué el termómetro de debajo
de las frazadas y se lo alcancé, ella me miraba y yo creo
que se sonreía un poco, se me debe notar tanto que me pongo
colorado, es algo que no puedo evitar, es más fuerte que
yo. Después anotó la temperatura en la hoja que
está a los pies de la cama y se fue sin decir nada. Ya
casi no me acuerdo de lo que hablé con papá y mamá
cuando vinieron a verme a las seis. Se quedaron poco porque la
señorita Cora les dijo que había que prepararme
y que era mejor que estuviera tranquilo la noche antes pensé
que mamá iba a soltarle alguna de las suyas pero la miró
nomás de arriba abajo, y papá también pero
yo al viejo le conozco las miradas, es algo muy diferente. Justo
cuando se estaba yendo la oía mamá que le decía
a la señorita Cora: "Le agradeceré que lo atienda
bien, es un niño que ha estado siempre muy rodeado por
su familia", o alguna idiotez por el estilo, y me hubiera
querido morir de rabia, ni siquiera escuché lo que le contestó
la señorita Cora, pero estoy seguro de que no le gustó,
a lo mejor piensa que me estuve quejando de ella o algo así.
Volvió
a eso de las seis y media con una mesita de esas de ruedas llena
de frascos y algodones, y no sé por qué de golpe
me dio un poco de miedo, en realidad no era miedo pero empecé
a mirar lo que había en la mesita, toda clase de frascos
azules o rojos, tambores de gasa y también pinzas y tubos
de goma, el pobre debía estar empezando asustarse sin la
mamá que parece un papagayo endomingado, le agradeceré
que atienda bien al nene, mire que he hablado con el doctor De
Luisi, pero sí, señor, se lo vamos a atender como
a un príncipe. Es bonito su nene, señor, con esas
mejillas que se le arrebolan apenas me ve entrar. Cuando le retiré
las frazadas hizo un gesto como para volver a taparse, y creo
que se dio cuenta de que me hacía gracia verlo tan pudoroso.
"A ver, bájate el pantalón del piyama",
le dije sin mirarlo en la cara. "¿El pantalón?",
preguntó con una voz que se le quebró en un gallo.
"Sí, claro, el pantalón", repetí,
y empezó a soltar el cordón y a desabotonarse con
unos dedos que no le obedecían. Le tuve que bajar yo misma
el pantalón hasta la mitad de los muslo, y era como me
lo había imaginado. "Ya sos un chico crecidito",
le dije, preparando la brocha y el jabón aunque la verdad
es que poco tenía que afeitar. "¿Cómo
te llaman en tu casa?", le pregunté mientras lo enjabonaba.
"Me llamo Pablo", me contestó con una voz que
me dio lástima, tanta era la vergüenza.
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