"A
ver el pulso", me dijo, y después de tomármelo
anotó algo más en la planilla y la colgó
a los pies de la cama. "¿Tenés hambre?",
me preguntó, y yo creo que me puse colorado porque me tomó
de sorpresa que me tuteara, es tan joven que me hizo impresión.
Le digo que no, aunque era mentira porque a esa hora siempre tengo
hambre. "Esta noche vas a cenar muy liviano", dijo ella,
y cuando quise darme cuenta ya me había quitado el paquete
de caramelos de menta y se iba. No sé si empecé
a decirle algo, creo que no. Me daba una rabia que me hiciera
eso como a un chico, bien podía haberme dicho que no tenía
que comer caramelos, pero llevárselos... Seguro que estaba
furiosa por lo de mamá y se desquitaba conmigo, de puro
resentida; qué sé yo, después que se fue
se me pasó de golpe el fastidio, quería seguir enojado
con ella pero no podía. Qué joven es, clavado que
no tiene ni diecinueve años, debe haberse recibido de enfermera
hace muy poco. A lo mejor viene para traerme la cena; le voy a
preguntar cómo se llama, si va a ser mi enfermera tengo
que darle un nombre. Pero en cambio vino otra, una señora
muy amable vestida de azul que me trajo un caldo y bizcochos y
me hizo tomar unas pastillas verdes. También ella me preguntó
cómo me llamaba y si me sentí bien, y me dijo que
en esta pieza dormiría tranquilo porque era una de las
mejores de la clínica, y es verdad porque dormí
hasta casi las ocho en que me despertó un enfermera chiquita
y arrugada como un mono pero muy amable, que me dijo que podía
levantarme y lavarme pero antes me dio un termómetro y
me dijo que me lo pusiera como se hace en estas clínicas,
y yo no entendí porque en casa se pone debajo del brazo,
y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá
y qué alegría verlo tan bien, yo que me temía
que hubiera pasado la noche en blanco el pobre querido, pero los
chicos son así, en la casa tanto trabajo y después
duermen a pierna suelta aunque estén lejos de su mamá
que no ha cerrado los ojos la pobre.
El
doctor De Luisi entró para revista al nene y yo me fui
un momento afuera porque ya está grandecito, y me hubiera
gustado encontrármela a la enfermera de ayer para verle
bien la cara y ponerla en su sitio nada más que mirándola
de arriba abajo, pero no había nadie en el pasillo. Casi
en seguida salió el doctor De Luisi y me dijo que al nene
iban a operarlo a la mañana siguiente, que estaba muy bien
y en las mejores condiciones para la operación, a su edad
una apendicitis es una tontería. Le agradecí mucho
y aproveché para decirle que me había llamado la
atención la impertinencia de la enfermera de la tarde,
se lo decía porque no era cosa de que a mi hijo fuera a
faltarle la atención necesaria. Después entré
en la pieza para acompañar al nene que estaba leyendo sus
revistas y ya sabía que lo iban a operar al otro día.
Como si fuera el fin del mundo, me mira de un modo la pobre, pero
si no me voy a morir, mamá, haceme un poco el favor. Al
Cacho le sacaron el apéndice en el hospital y a los seis
días ya estaba queriendo jugar al fútbol. Andáte
tranquila que esto muy bien y no me falta nada. Sí, mamá,
sí, diez minutos queriendo saber si me duele aquí
o más allá, menos mal que se tiene que ocupar de
mi hermana en su casa, al final se fue y yo pude terminar la fotonovela
que había empezado anoche.
La
enfermera de la tarde se llama la señorita Cora, se lo
pregunté a la enfermera chiquita cuando me trajo el almuerzo;
me dieron muy poco de comer y de nuevo pastillas verdes y unas
gotas con gusto a menta; me parece que esas gotas hacen dormir
porque se me caían las revistas de la mano y de golpe estaba
soñando con el colegio y que íbamos a un picnic
con las chicas del normal como el año pasado y bailábamos
a la orilla de la pileta, era muy divertido.
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