Esto no significa que fuera libresco, erudito, intelectual, a
la manera de un Borges, por ejemplo, que con toda justicia escribió:
"Muchas cosas he leído y pocas he vivido". En
Julio la literatura parecía disolverse en la experiencia
cotidiana e impregnar toda la vida, animándola y enriqueciéndola
con un fulgor particular sin privarla de savia, de instinto, de
espontaneidad. Probablemente ningún otro escritor dio al
juego la dignidad literaria que Cortázar ni hizo del juego
un instrumento de creación y exploración artística
tan dúctil y provechoso. Pero diciéndole de este
modo tan serio, altero la verdad: porque Julio no jugaba para
hacer literatura. Para él escribir era jugar, divertirse,
organizar la vida las palabras, las ideas con la arbitrariedad,
la libertad, la fantasía y la irresponsabilidad con que
lo hacen los niños o los locos. Pero jugando de este modo
la obra de Cortázar abrió puertas inéditas,
llegó a mostrar unos fondos desconocidos de la condición
humana y a rozar lo trascendente, algo que seguramente nunca se
propuso. No es casual o, más bien sí lo es,
pero en ese sentido de orden de lo casual que él describió
en 62.
Modelo
para armar que la más ambiciosa de sus novelas
llevara como título Rayuela un juego de niños.
Como
la novela, como el teatro, el juego es una forma de ficción,
un orden artificial impuesto sobre el mundo, una representación
de algo ilusorio, que reemplaza a la vida. Sirve al hombre para
distraerse, olvidarse de la verdadera realidad y de sí
mismo, viviendo, mientras dura aquella situación, una vida
aparte, de reglas estrictas, creadas por él. Distracción,
divertimento, fabulación, el juego es también un
recurso mágico para conjurar el miedo atávico del
ser humano a ala anarquía secreta del mundo, al enigma
de su origen, su condición y destino. Johan Huizinga, en
su célebre Homo Ludens, sostuvo que el juego es
la columna vertebral de la civilización y que la sociedad
evolucionó hasta la modernidad lúdicamente, construyendo
sus instituciones, sistemas, prácticas y credos, a partir
de esas formas elementales de la ceremonia y el rito que son los
juegos infantiles.
En el mundo de Cortázar el juego recobra esa virtualidad
perdida, de actividad seria y de adultos, que se valen de ella
para escapar a la inseguridad, a su pánico ante un mundo
incomprensible, absurdo y lleno de peligros. Es verdad que sus
personajes se divierten jugando, pero muchas veces se trata de
diversiones peligrosas, que les dejarán, además
de un pasajero olvido de sus circunstancias, algún conocimiento
atroz, o la enajenación o la muerte.
En
otros casos, el juego cortazariano es un refugio para la sensibilidad
y la imaginación, la manera como seres delicados, ingenuos,
se defienden contra las aplanadoras sociales o, como escribió
en el más travieso de sus libros Historias de
cronopios y de famas "para luchar contra el pragmatismo
y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles".
Sus juegos con alegatos contra lo prefabricado, las ideas congeladas
por el uso y el abuso, los prejuicios y, sobre todo, la solemnidad,
bestia negra de Cortázar cuando criticaba la cultura y
la idiosincrasia de su país.
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