A
Fernando Burgos
Padre,
las cosas que habrá oído en el confesionario y aquí en la sacristía...
Usted es joven, es hombre. Le será difícil entenderme. No sabe
cuánto me apena quitarle tiempo con mis problemas, pero ¿a quién
si no a usted puedo confiarme? De verdad no sé cómo empezar. Es
pecado alegrarse del mal ajeno. Todos lo cometemos ¿no es cierto?
Fíjese usted cuando hay un accidente, un crimen, un incendio.
Qué alegría sienten los demás porque no fue para ellos al menos
una entre tantas desgracias de este mundo.
Usted no es de aquí, padre, no conoció México cuando era una ciudad
pequeña, preciosa, muy cómoda, no la monstruosidad que padecemos
ahora en 1971. Entonces nacíamos y moríamos en el mismo sitio
sin cambiarnos nunca de barrio. Éramos de San Rafael, de Santa
María, de la colonia Roma. Nada volverá a ser igual... Perdone,
estoy divagando. No tengo a nadie con quién hablar y cuando me
suelto... Ay, padre, qué vergüenza, si supera, jamás me había
atrevido a contarle esto a nadie, ni a usted. Pero ya estoy aquí.
Después me sentiré más tranquila.
Mire,
Rosalba y yo nacimos en edificios de la misma calle, con apenas
tres meses de diferencia. Nuestras madres eran muy amigas. Nos
llevaban juntas a la Alameda y a Chapultepec. Juntas nos enseñaron
a hablar y a caminar. Desde que entramos en la escuela de párvulos
Rosalba fue la más linda, la más graciosa, la más inteligente.
Le caía bien a todos, era amable con todos. En primaria y secundaria
lo mismo: la mejor alumna, la que portaba la bandera en las ceremonias,
bailaba, actuaba o recitaba en los festivales. "No me cuesta trabajo
estudiar", decía. "Me basta oír algo para aprendérmelo de memoria."
Ay,
padre, ¿por qué las cosas están mal repartidas? ¿Por qué a Rosalba
le tocó lo bueno y a mí lo malo? Fea, gorda, bruta, antipática,
grosera, díscola, malgeniosa. En fin... Ya se imaginará lo que
nos pasó al llegar a la preparatoria cuando pocas mujeres alcanzaban
esos niveles. Todos querían ser novios de Rosalba. A mí que me
comieran los perros: nadie se iba a fijar en la amiga fea de la
muchacha guapa.
En un periodiquito estudiantil publicaron: "dicen las malas lenguas
que Rosalba anda por todas partes con Zenobia para que el contraste
haga resplandecer aún más su belleza única, extraordinaria, incomparable".
Desde luego la nota no estaba firmada. Pero sé quién la escribió.
No lo perdono aunque haya pasado más de medio siglo y hoy sea
muy importante.
Qué
injusticia ¿no cree? Nadie escoge su cara. Si alguien nace fea
por fuera la gente se las arregla para que también se vaya haciendo
horrible por dentro. A los quince años, padre, ya estaba amargada.
Odiaba a mi mejor amiga y no podía demostrarlo porque ella era
siempre buena, amable, cariñosa conmigo. Cuando me quejaba de
mi aspecto me decía: "Qué tonta eres. Cómo puedes creerte fea
con esos ojos y esa sonrisa tan bonita que tienes". Era sólo la
juventud, sin duda. A esa edad no hay quien no tenga su gracia.
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