Usted
a lo mejor se dio cuenta, pero yo le aseguro que mi madre era
inteligente, por cierto bastante más que mi padre, creo,
y eso era para mí lo peor: saber que ella veía esa
vida horrible con los ojos bien abiertos, porque ni la miseria,
ni los golpes, ni siquiera el hambre, consiguieron nunca embrutecerla.
La ponían triste, eso sí. A veces se le formaban
unas ojeras casi azules, pero se enojaba cuando yo le preguntaba
si le pasaba algo. En realidad, se hacía la enojada. Nunca
la vi realmente mala conmigo. Ni con nadie. Pero antes de que
usted apareciera, yo había notado que cada vez estaba más
deprimida, más apagada, más sola. Tal vez fue por
eso que pude notar mejor la diferencia. Además, una noche
llegó un poco tarde (aunque siempre mucho antes que papá)
y me miró de una manera distinta, tan distinta que yo me
di cuenta de que algo sucedía. Como si por primera vez
se enterara de que yo era capaz de comprenderla. Me abrazó
fuerte, como con vergüenza, y después me sonrió.
¿Usted se acuerda de su sonrisa? Yo sí me acuerdo.
A mí me preocupó tanto ese cambio, que falté
dos o tres veces al trabajo (en los últimos tiempos hacía
el reparto de un almacén) para seguirla y saber de qué
se traba. Fue entonces que los vi. A usted y a ella. Yo también
me quedé contento. La gente puede pensar que soy un desalmado,
y quizá no esté bien eso de haberme alegrado porque
mi madre engañaba a mi padre. Puede pensarlo. Por eso nunca
lo digo. Con usted es distinto. Usted la quería. Y eso
para mí fue algo así como una suerte. Porque ella
se merecía que la quisieran. Usted la quería, ¿verdad
que sí? Yo los vi muchas veces y estoy casi seguro. Claro
que al Viejo también trato de comprenderlo. Es difícil,
pero trato. Nunca lo pude odiar, ¿me entiende? Será
porque, pese a lo que hizo, sigue siendo mi padre. Cuando nos
pegaba, a Mirta y a mí, o cuando arremetía contra
mamá, en medio de mi terror yo sentía lástima.
Lástima por él, por ella, por Mirta, por mí.
También la siento ahora, ahora que él ha matado
a mamá y quién sabe por cuanto tiempo estará
preso. Al principio, no quería que yo fuese, pero hace
por lo menos un mes que voy a visitarlo a Miguelete y acepta verme.
Me resulta extraño verlo al natural, quiero decir sin encontrarlo
borracho. Me mira, y la mayoría de las veces no me dice
nada. Yo creo que cuando salga, ya no me va a pegar. Además,
yo seré un hombre, a lo mejor me habré casado y
hasta tendré hijos. Pero yo a mis hijos no les pegaré,
¿no le parece? Además estoy seguro de que pápá
no habría hecho lo que hizo si no hubiese estado tan borracho.
¿O usted cree lo contrario? ¿Usted cree que, de
todos modos, hubiera matado a mamá esa tarde en que, por
seguirme y castigarme a mí, dio finalmente con ustedes
dos? No me parece. Fíjese que a usted no le hizo nada.
Sólo más tarde, cuando tomó más grapa
que de costumbre, fue que arremetió contra mamá.
Yo pienso que, en otras condiciones, él habría comprendido
que mamá necesitaba cariño, necesitaba simpatía,
y que él en cambio sólo le había dado golpes.
Porque mamá era buena. Usted debe saberlo tan bien como
yo. Por eso, hace rato, cuando usted se me acercó y me
invitó a tomar un capuchino con tostadas, aquí en
el mismo café donde se citaba con ella, yo sentí
que tenía que contarle todo esto. A lo mejor usted no lo
sabía, o sólo sabía una parte, porque mamá
era muy callada y sobre todo no le gustaba hablar de sí
misma. Ahora estoy seguro de que hice bien. Porque usted está
llorando, y, ya que mamá está muerta, eso es algo
así como un premio para ella, que no lloraba nunca.
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