Pero
no. A papá lo destruyó una porquería que
le hicieron. Y se la hizo precisamente un primo de mamá,
ese que trabaja en el Municipio. Yo no supe nunca en qué
consistió la porquería, pero mamá disculpaba
en cierto modo los arranques del Viejo porque ella se sentía
un poco responsable de que alguien de su propia familia lo hubiera
perjudicado en aquella forma. No supe nunca qué clase de
porquería le hizo, pero la verdad era que papá,
cada vez que se emborrachaba, se lo reprochaba como si ella fuese
la única culpable. Antes de la porquería, nosotros
vivíamos muy bien. No en cuanto a plata, porque tanto yo
como mi hermana nacimos en el mismo apartamento (casi un conventillo)
junto a Villa Dolores, el sueldo de papá nunca alcanzó
para nada, y mamá siempre tuvo que hacer milagros para
darnos de comer y comprarnos de vez en cuando alguna tricota o
algún par de alpargatas. Hubo muchos días en que
pasamos hambre (si viera qué feo es pasar hambre), pero
en esa época por lo menos había paz. El Viejo no
se emborrachaba, ni nos pegaba, y a veces hasta nos llevaba a
la matinée. Algún raro domingo en que había
plata. Aun antes de la porquería, cuando papá todavía
no tomaba, ya era un tipo bastante alunado. A veces se levantaba
al mediodía y no le hablaba a nadie, pero por lo menos
no nos pegaba ni la insultaba a mamá. Ojalá hubiera
seguido así toda la vida. Claro que después vino
la porquería y él se derrumbó, y empezó
a ir al boliche y a llegar siempre después de medianoche,
con un olor a grapa que apestaba. En los últimos tiempos
todavía era peor, porque también se emborrachaba
de día y ni siquiera nos dejaba ese respiro. Estoy seguro
de que los vecinos escuchaban todos los gritos, pero nadie decía
nada, claro, porque papá es un hombre grandote y le tenían
miedo. También yo le tenía miedo, no sólo
por mí y por Mirta, sino especialmente por mamá.
A veces yo no iba a la escuela, no por hacer la rabona, sino para
quedarme rondando la casa, ya que siempre temía que el
Viejo llegara durante el día, más borracho que de
costumbre, y la moliera a golpes. Yo no la podía defender,
usted ve lo flaco y menudo que soy, y todavía entonces
lo era más, pero quería estar cerca para avisar
a la policía. ¿Usted se enteró de que ni
papá ni mamá eran de ese ambiente? Mis abuelos de
uno y otro lado, no diré que tienen plata, pero por lo
menos viven en lugares decentes, con balcones a la calle y cuartos
de baño con bidé y bañera. Después
que pasó todo. Mirta se fue a vivir con mi abuela Juana,
la madre de papá, y yo estoy por ahora en casa de mi abuela
Blanca, la madre de mamá. Ahora casi se pelearon por recogernos,
pero cuando papá y mamá se casaron, ellas se habían
opuesto a ese matrimonio (ahora pienso que a lo mejor tenían
razón) y cortaron las relaciones con nosotros. Digo nosotros,
porque papá y mamá se casaron cuando yo ya tenía
seis meses. Eso me lo contaron una vez en la escuela, y yo le
reventé la nariz a Beto, pero cuando se lo pregunté
a mamá, ella me dijo que era cierto. Bueno, yo tenía
ganas de hablar con usted, porque (no sé qué cara
va a poner) usted fue importante para mí, sencillamente
porque fue importante para mamá. Yo la quise bastante,
como es natural, pero creo que nunca pude decírselo. Teníamos
siempre tanto miedo que no nos quedaba tiempo para mimos. Sin
embargo, cuando ella no me veía, yo la miraba y sentía
no sé qué, algo así como una emoción
que no era lástima, sino una mezcla de cariño y
también de rabia por verla todavía joven y tan acabada,
tan agobiada por una culpa que no era la suya, y por un castigo
que no se merecía.
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