Juan de Dios Peza

 


Juan de Dios Peza fue un escritor, periodista, político y poeta de la segunda mitad del siglo XIX mexicano, siglo en el que México se encontraba en la búsqueda de su identidad nacional; este poeta formó parte de este importante pasaje de la historia de nuestro país, hizo un excelente retrato de la vida de ese siglo, por medio de su obra podemos reconstruir parte de la vida de ese período.

Aquí les compartimos una selección de su poesía nacionalista y modernista.

Sobre mi tumba

 

En ti no caben ni desdén ni olvido;
en tu celda distante y solitaria
me das una oración ferviente y diaria;
¡Único don que para mi te pido!

 

 

Y hasta mi hogar desierto y escondido
llega el suave rumor de tu plegaria,
aroma de la tierna pasionaria
que ha ganado el altar y yo he perdido.

 

 

Ora siempre por mí, mi bien amado,
que en esta vida deleznable y dura,
¡Tú eres sierva de Dios, yo del pecado!

 

 

Y que digan al ver mi sepultura:
¡Yace aquí un pecador que fue salvado
por la piedad filial de un alma pura!

 

 

 

 

 

Anoche soñando

 

Anoche soñando que tú me querías
vi a un ángel del cielo tranquilo bajar,
y luego juntaba tu mano a las mías
y yo te miraba y tú me decías
"con todo mi pecho te voy a adorar".

 

 

¡Qué vas a adorarme! mentira, mentira
yo soy la desgracia, sin luz y sin fe...
y entonces el ángel solloza, suspira...
y al irse hasta el cielo, sonriendo te mira,
y luego... llorando de amor desperté.

 

 

 

En cada corazón

 

En cada corazón arde una llama
si aún vive la ilusión y amor impera,
pero en mi corazón desde que te ama
sin que viva ilusión, arde una hoguera.

 

 

Oye esta confesión: Te amo con miedo,
con el miedo del alma a tu hermosura,
y te traigo a mis sueños y no puedo
llevarte más allá de mi amargura.

 

Mi bandera


Bandera que adoraron mis mayores
y que aprendí a adorar cuando era niño,
tú formas el amor de mis amores;
no hay cariño igual a tu cariño.

 


Me llenan de entusiasmo tus colores,
aún más inmaculados que el armiño,
y al verte tremolar libre y entera,
te adoro como a un Dios, ¡oh, mi bandera!
Símbolo de la tierra en que he nacido
emblema del honor y de la gloria,
quien muere por haberte defendido
vida inmortal alcanza en nuestra historia.

 


Las legiones que libre te han seguido
viven de nuestro pueblo en la memoria,
un templo encontrará en cada pecho,
¡oh, emblema de honor y de derecho!
¡Con qué orgullo filial siempre te mira
quien a tu sombra suspendió su cuna!
¡Con qué dolor el corazón suspira
cuando de ti lo aleja la fortuna!

 

 


Tu ausencia amarga, tu presencia inspira:
no hay comparable a ti joya ninguna;
y si te ofende el poderoso, el fuerte,
por defender tu honor, nada es la muerte.

 


Yo juro por mis horas más serenas,
por los amante padres que yo adoro,
dar gustoso la sangre de mis venas
por defender tu nombre y tu decoro;
Juro luchar con tigres o con hienas
que mancillar pretendan tu tesoro,
y morir a tu sombra, ¡oh, santa égida!,
y amante bendecirte al dar la vida.

 

Flota libre y feliz, ¡bandera santa!
Tú nos das los mayores regocijos,
y siempre que una mano te levanta
los anhelos del pueblo en ti están fijos;
Y antes que hollarte la extranjera planta,
morirán junto a ti todos tus hijos:
¡Que mientras haya patria y haya gloria,
sin mancha flotarás sobre la historia!

 

Mi padre

Yo tengo en el hogar un soberano
único a quien venera el alma mía;
es su corona de cabello cano,
la honra es su ley y la virtud su guía.



En lentas horas de miseria y duelo,
lleno de firme y varonil constancia,
guarda la fe con que me habló del cielo
en las horas primeras de mi infancia.



La amarga proscripción y la tristeza
en su alma abrieron incurable herida;
es un anciano, y lleva en su cabeza
el polvo del camino de la vida.



Ve del mundo las fieras tempestades,
de la suerte las horas desgraciadas,
y pasa, como Cristo el Tiberíades,
de pie sobre las horas encrespadas.



Seca su llanto, calla sus dolores,
y sólo en el deber sus ojos fijos,
recoge espinas y derrama flores
sobre la senda que trazó a sus hijos.



Me ha dicho: «A quien es bueno, la amargura
jamás en llanto sus mejillas moja:
en el mundo la flor de la ventura
al más ligero soplo se deshoja.



»Haz el bien sin temer el sacrificio,
el hombre ha de luchar sereno y fuerte,
y halla quien odia la maldad y el vicio
un tálamo de rosas en la muerte.




 

»Si eres pobre, confórmate y sé bueno;
si eres rico, protege al desgraciado,
y lo mismo en tu hogar que en el ajeno
guarda tu honor para vivir honrado.

 

»Ama la libertad, libre es el hombre
y su juez más severo es la conciencia;
tanto como tu honor guarda tu nombre,
pues mi nombre y mi honor forman tu herencia.»

 

Este código augusto, en mi alma pudo,
desde que lo escuché quedar grabado;
en todas las tormentas fue mi escudo,
de todas las borrascas me ha salvado.



Mi padre tiene en su mirar sereno
reflejo fiel de su conciencia honrada;
¡Cuánto consejo cariñoso y bueno
sorprendo en el fulgor de su mirada!



La nobleza del alma es su nobleza,
la gloria del deber forma su gloria;
es pobre, pero encierra su pobreza
la página más grande de su historia.



Siendo el culto de mi alma su cariño,
la suerte quiso que al honrar su nombre,
fuera el amor que me inspiró de niño
la más sagrada inspiración del hombre.



Quisiera el cielo que el canto que me inspira
siempre sus ojos con amor lo vean,
y de todos los versos de mi lira
estos dignos de su nombre sean.

Poema C A R T A

 

Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.

 

La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡ No, no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas caballero.

 

¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que, si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
El tiempo los descubre y los publica,

 

Aquellos que juzgáronme felices
en amores; que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:

 

“Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares,
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser o muy vulgares.

 

Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
para poder decirte mis congojas,
con lágrimas mi carta escribiría.

 

Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
y hay que usar de otra tinta más obscura,
la negra escogeré, porque es la tinta
donde más se refleja mi amargura.

 

Aunque no soy para soñar esquiva
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir, y aún estoy viva;
Tengo ansias de vivir, y ya estoy muerta.

 

Me acosan del dolor fieros vestigios.
¡Qué amargas son las lágrimas primeras!
Pesan sobre mi vida veinte siglos,
y apenas cumplo veinte primaveras.

 

 

 

 

En esta horrible lucha en que batallo,
aun cuando débil tu consuelo imploro,
quiero decir que lloro y me lo callo,
y más risueña estoy cuando más lloro.

 

¿Por qué te conocí? Cuando temblando
de pasión, sólo entonces no mentida,
me llegaste a decir: ¡ te estoy amando
con un amor que es vida de mi vida!

 

¿Qué te respondí yo? Bajé la frente;
triste y convulsa, te estreché la mano,
porque un amor que nace tan vehemente,
es natural que muera muy temprano.

 

Tus versos para mí conmovedores
los juzgué flores puras y divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden, menos las espinas.

 

Yo, que como mujer, soy vanidosa,
me vi feliz creyéndome adorada,
sin ver que la ilusión es una rosa
que vive solamente una alborada.

 

¡Cuántos de los crepúsculos que admiras,
pasamos entre dulces vaguedades,
las verdades juzgándolas mentiras,
las mentiras creyéndolas verdades!

 

Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
me imaginaba estar dentro de un cielo,
y al contemplar tus ojos y tu boca
tu misma sombra me causaba celo.

 

Al verme embelesada al escucharte,
clamaste,-aprovechando mi embeleso-,
“Déjame arrodillar para adorarte”,
y al verte de rodillas te di un beso.

 

Te besé con arrojo, no se asombre
un alma escrupulosa o timorata:
la insensatez no es culpa. Besé a un hombre,
porque toda pasión es insensata.

 

 

 

 

 

Debo aquí confesar que un beso ardiente,
aunque robe la dicha y el sosiego,
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.

 

Cuando toqué tus labios fue preciso
soñar que aquel placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
por donde entramos muchas al infierno.

 

Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.

 

¡Cuántas promesas, cuántos devaneos!
El grande amor con el desdén se paga;
toda llama que avivan los deseos,
pronto encuentra la nieve que la apaga.

 

Te quisiera culpar y no me atrevo;
es, después de gozar, justo el hastío;
yo, que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.

 

Me engañaste, y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre, en cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.

 

Pronto voy a morir; esa es mi suerte.
¿Quién se opone a las leyes del destino?
Aunque es camino obscuro el de la muerte,
¿quién no llega a cruzar, ese camino?

 

En él te encontraré; todo derrumba
el tiempo, y tú caerás bajo su peso:
tengo que devolverte en ultratumba
todo el mal que me diste con tu beso.

 

¿Mañana he de vivir en tu memoria?
En aquella región quizá sombría
mostrar a Dios podremos nuestra historia.
Adiós… Adiós… hasta el terrible día.

 

Leí estas líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando…
Y sintiendo la noche en mi conciencia,
guardé la carta y me quedé llorando.