Literatura y Deporte
Estimados docentes y participantes:
Podrán realizar la lectura de los siguientes documentos, con el propósito de conocer más sobre la vida olímpica apreciada desde los diferentes géneros literarios.
CUENTOS
Agón 28, los juegos de Teresa K.
José Luis López
Casanova, señor de las moscas.
Héctor de Mauleón
Diomedón, siglos después.
Marcial Fernández
El Futbol a Sol y Sombra.
Eduardo Galeano
Fábulas de Esopo.
Fidelidad al estilo.
Federico Schaffler
No veré el futbol.
Jordi Soler
Una extraña flor color malva.
José Luis Vasconcelos
La amazona del gol.
Mabel Martínez.
POESÍA
Pasiones futboleras
Luis Felipe Hernández
PLATKO.
Rafael Alberti
A Aristóclides, vencedor en el pancracio.
Introducción a la Nemea III (Fragmento)
A Hierón de Siracusa
Introducción a la Olímpica I (Fragmento)
MEDALLISTAS MEXICANOS
Francisco Cabañas
Medallista de plata en Los Ángeles 1932
Boxeo
Gustavo Huet Bobadilla
Medallista de plata
Los Ángeles 1932
Tiro
Equipo mexicano de Básquetbol
Medalla de bronce.
Berlín 1936
Fidel Ortíz Tovar
Medallista de bronce
Berlín 1936
Boxeo
Equipo nacional de Polo
Medallistas de bronce en Berlín 1936
Alberto Valdés
Medalla de Oro por equipos, Premio de las Naciones
Ecuestre
Londres 1948
Joaquín Capilla
Máximo ganador de medallas en México: 1948, 1952, 1956
Humberto Mariles Cortés
Doble medalla de oro y medalla de bronce en ecuestre
Londres 1948
Raúl Campero
Medallista de bronce
ecuestre
Londres 1948
Rubén Uriza
Medallas de oro y plata en ecuestre
Londres 1948
Juan Botella Medina
Medallista olímpico mexicano
Bronce en Roma 1960
Clavados
Trampolín de 3m
Juan Favila Mendoza
Medallista de bronce
Tokio 1964
Boxeo
Agustín Zaragoza Reyna
Medalla de bronce.
México 1968
Boxeo
Alvaro Gaxiola Robles
Medallista de plata
México 1968
Clavados
Plataforma de 10m
Antonio Roldán Reyna
Medallista de oro
México 1968
Boxeo
Felipe Muñoz Capamas
Medallista de oro
México 1968
Natación
Joaquín Rocha Herrera
Medalla de bronce
México 1968
Boxeo
José Pedraza Zúñiga
Medallista de plata
México 1968
Caminata, 20km
María Teresa Ramírez Gómez
Medalla de bronce
México 1968
Natación
Pilar Roldán Tapia
Medalla de plata
México 1968
Esgrima
Ricardo Delgado Nogales
Medallista de oro en México, 1968
Boxeo
Alfonso Zamora Quiroz
Medallista de plata
Boxeo
Munich 1972
Daniel Bautista Rocha
Medallista de Oro
Caminata
Montreal 1976
Juan Paredes Miranda
Medallista de bronce
Boxeo
Montreal 1976
Carlos Girón Gutiérrez
Medallista de plata
Clavados
Moscú 1980
Joaquín Pérez de las Heras
Doble medallista de bronce
Ecuestre
Moscú 1980
Daniel Aceves Villagrán
Medallista de plata.
Lucha grecorromana
Los Ángeles 1984.
Ernesto Canto Gudiño
Medalla de oro
Caminata
Los Ángeles 1984
Héctor López Colín
Medallista de plata.
Boxeo
Los Ángeles 1984.
Manuel Youshimatz Sotomayor
Medallista de bronce
Ciclismo
Los Ángeles 1984.
Raúl González Rodríguez
Medalla de oro y medalla de plata
Caminata
Los Ángeles 1984.
Jesús Mena Campos
Medallista de bronce
Clavados
Seúl 1988
Mario González Lugo
Medallista de bronce
Boxeo
Seúl 1988
Carlos Mercenario Carbajal
Medallista de plata
Caminata
Barcelona 1992
Bernardo Segura Rivera
Medallista de bronce.
Caminata
Atlanta 1996
Víctor Estrada Garibay
Medallista de bronce. Tae Kwon Do
Sydney 2000.
Cristian Bejarano Benítez
Medallista de bronce. Boxeo
Sydney 2000.
Noé Hernández Valentín
Medallista de plata.
Caminata
Sydney 2000
Soraya Jiménez Mendívil
Medallista de oro.
Levantamiento de pesas
Sydney 2000
Joel Sánchez
Medallista de bronce.
Caminata
Sydney 2000
Fernando Platas Álvarez
Medallista de plata.
Clavados
Sydney 2000
AGÓN 28, LOS JUEGOS DE TERESA K.
José Luis López
Teresa subió esa noche al podio olímpico e intentó esbozar el gesto de felicidad ensayado hasta el cansancio desde que tuvo edad para hacer revolotear sus brazos en el aire, agradeciendo los aplausos de la audiencia.
No pudo.
Algo la paralizaba.
Y la había dejado sorda y ciega, ajena al griterío de la multitud o al parpadeo de miles de luces en el templo al cuerpo del Domo Olímpico.
No estaba más en la Gran Carpa. Estaba muy lejos de ahí y se sentía desfallecer, víctima de la seducción de la fiera que prepara el zarpazo final.
Eran sus ojos los que la mantenían en trance.
Los tenía frente a sí. Fríos y escrutadores, de aquel gris pálido igual al color de tantas mañanas en que no se permitían pestañear, repasando frente al espejo cada movimiento y cada músculo.
Su cuerpo no era el suyo. Era igual aunque otro, el vivo retrato de pechos como frutas que nunca madurarán y mil huellas de años de esclavitud.
Las dos mujeres estaban ahí. Madre e hija. Dos niñas sin formas en las que habitaban ya dos chiquillas de figura misteriosa, ambas marchitas cuando tenían por delante toda una vida.
Una medalla de plata colgaba de su largo cuello, como de ave, aunque tenso ahora, lo mismo que los gestos del rostro, endurecidos en un rictus.
Teresa, embebida en sus desvaríos, parecía ignorarlo y ni siquiera se percató de la presencia de los agentes que irrumpieron en el Domo, interrumpiendo la ceremonia.
Irina, la campeona de gimnasia helénica, fue bajada del podio a empellones.
La rabia, el miedo y la angustia se agolparon en la garganta de Teresa. Pero no le quedaban lágrimas.
Los hombres de negro esposaron a Irina, le hablaron de sus derechos y callaron, una y otra vez, cuando la gimnasta suplicó una explicación. Luego, fue despojada por un uniformado de la presea dorada y el comando la escoltó rumbo a una puerta de emergencia.
Entonces otro agente hizo subir a Teresa el escalón que la separaba de la cima. En la pizarra oficial parpadeaban el logo escarlata de la Agencia Antidrogas y un anuncio:
Teresa K. ¡Campeona en Agón 28! Teresa K. ¡Campeona en Agón 28! Tere Irina Z. ¡Expulsada del Movimiento! Irina Z. ¡Expulsada del Movimiento! I
Desde el podio Teresa regresó la medalla plateada y sus flores. Lo mismo hizo Ecaterina N., poseedora del bronce.
Recibieron sus trofeos y los arreglos respectivos: el rojo carmesí, que la Magdalena de las Asimétricas, Esveta G., recogió del suelo para entregarlo a la nueva campeona; el verde olivo para la subcampeona.
Teresa no escuchó la salva de aplausos que sonó en su honor, ni tampoco el himno olímpico, como no pudo ver que el cielo en el Domo resplandecía por ella.
Tenía la mirada puesta en los filosos rombos carmesí del ramo de Olímpicas que apretaba en su regazo, otra vez los ojos clavado en sus ojos.
Era el laberinto de espejos del sueño, el de las horas en duermevela que antecedían a las noches de gloria. Sus ojos no eran dos, ni cuatro, sino cientos de miles escudriñando los vuelos y giros de su cuerpo en el vacío.
Y Teresa viajaba de una barra a otra, hasta contar decenas de ellas, siempre aferrada a los aparatos como el halcón a la presa, siempre libre volando por los cielos del Olimpo.
Esta vez los cristales estallaron con estrépito cuando los agentes de la AA hicieron bajar a Teresa del podio y repitieron el rito de las esposas, el derecho a callar, el silencio sepulcral ante las preguntas de la campeona.
El ramo de Olímpicas fue a parar al suelo de nueva cuenta. Ecaterina no quiso aceptarlas, ni prolongar más esa pesadilla. Acabó con Irina y Teresa en la prisión móvil en que serían conducidas al Centro de Rehabilitación de la Gran Carpa.
Todavía alcanzaron a escuchar cómo el estruendo de la gente ahogó el anuncio de la próxima ascensión de una nueva campeona. El resto de las competidoras habían sido expulsadas por violar la Carta de Sustancias, Métodos y Ritos Prohibidos, así que la Federación Global decretó que el nombre de Lolly Pop entrara al Mausoleo del Movimiento como reina de la prueba de vuelo en asimétricas.
Irina, Teresa y Ecaterina testificaron, en la sala de juegos del Tribunal del Movimiento, la ceremonia en que fue proclamada campeona Dolores P., Lolly Pop, hermafrodita de 12 años creado en el Centro Genético de la Gran Carpa en su lucha por instaurar el imperio de la ética en el olimpismo.
Después, las tres gimnastas fueron sometidas a juicio. Irina, a quien otra atleta denunció anónimamente por introducir en la Villa bebidas y ropa deportiva no oficiales, fue sentenciada a cuatro años de ejercicios obligatorios. Igual condena recibió Ecaterina, culpable de vampirismo, más otra pena de un ciclo olímpico de prisión por desacato, una vez que rechazó los segundos de gloria que le regalaron los dioses olímpicos.
Teresa no supo que se le acusó por tener el tatuaje de una amapola en la muñeca derecha. Desde que inició el proceso, clavó los ojos en los de su juez para extraviarse en esa mirada severa frente al espejo, estudiando al detalle la respiración, el ritmo cardiaco, la tensión de los músculos.
Una vez recluida en el Centro de Meditación del Monte Olimpo, soñó una noche que su celda era un cuarto lleno de espejos. Buscó su reflejo en los muros blancos a su alrededor y se desnudó. Entre las sombras de la noche pudo ver los pechos sin vida, las cicatrices en las carnes.
Cuando intentaba iniciar un ejercicio, se desvaneció y, en el último suspiro, Teresa huyó, para siempre, del cuerpo que la mantenía encerrada en otra prisión.
Tomado de.
Cuentos e Historias de Estadio. Relatos deportivos y taurinos, futbol, toros y atletismo.
Ficticia. Ciudad de cuentos e historias
López, José Luis. Agón 28, los juegos de Teresa K.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/11/00
Marzo de 2004.
CASANOVA, SEÑOR DE LAS MOSCAS
Héctor de Mauleón
Una noche lo encontraron, ebrio e inconsciente, en un rincón oscuro de la Plaza Garibaldi. Apenas pudo decir su nombre cuando fue registrado en un albergue de indigentes. Vivió ahí durante dos meses, hasta que el 25 de noviembre de 1980 el corazón se le inmovilizó. Había estado conversando, desde su catre, con otros dos asilados; de pronto se quedó con la mirada fija en el techo. Así la tenía cuando le cerraron los ojos.
-Sácame de aquí. Quiero morir en la calle, morirme viendo las estrellas -le había dicho a un amigo que alguna vez lo visitó en el manicomio.
Su deseo no se cumplió. Casanova abandonó el mundo en un cuarto estrecho y asfixiante. Nadie reclamaría el cuerpo: las autoridades deportivas tuvieron que hacerse cargo de su sepelio. En 1950 se le había declarado "El Mejor Boxeador del Medio Siglo". Años después se le entregó el trofeo "Ídolo de Todos los Tiempos". Sin embargo, el hombre que cimbró toda una época moriría absolutamente solo.
La historia se ha manoseado, repetido hasta el hartazgo:
-Nadie había podido adentrarse así en la médula del pueblo mexicano. Nadie logró conmover de ese modo al público de su tiempo. Y sin embargo, el derrumbe de Casanova tampoco tuvo sus precedentes. Rodolfo subió y cayó con la misma fuerza, triunfó y se desplomó con la misma intensidad -dice el cronista deportivo Antonio Andere.
"Señor de las Moscas" -escribe Carlos Monsiváis-, Casanova es la visión cruel, lacerada, agónica, suplicante, del mexicano que ya se enteró que todo triunfo es limitado y todo fracaso inabarcable; Casanova nos pertenece como ser emblemático, como alegoría profunda y llagada del México donde uno se enseña a saber perder.
A principios de 1932 varios hechos de sangre -entre los que destaca el asesinato del compositor Guty Cárdenas- sacuden a la sociedad mexicana. Bajo los titulares enrojecidos pasa inadvertido el debut, en la Arena Nacional, de un boxeador al que los promotores han bautizado como Young Casanova. En las páginas del El Universal, sólo un par de líneas dedicaría al suceso el cronista Mr. Hook: "Paco Villa perdió contra Young Casanova en el cuarto round, por nocaut técnico, en vista de haberse agotado y no presentar resistencia a su adversario".
Si el silencio cuele convenir a la edificación de una leyenda, tampoco una semana más tarde, cuando aquel desconocido subió al ring para enfrentar al excampeón Julián Villegas, hubo grandes comentarios. Y sin embargo Villegas fue derribado varias veces, se mantuvo en pie hasta el campanazo final "debido a un milagro inexplicable".
Recuerda el periodista deportivo Sony Alarcón:
-En una época en que la televisión no existía, la radio estaba en pañales y los periódicos eran poco leídos, la fama que con unas cuantas peleas adquirió Casanova comenzó a correr con rapidez sorprendente. Rodolfo subía al ring casi cada semana, para demoler uno a uno a todos sus rivales.
A lo largo de los seis meses siguientes, el novato sostuvo once peleas más. Ganó nueve por nocaut y dos por decisión. La mayor parte de sus adversarios fueron a la lona antes de comenzar el cuarto round.
-Verlo boxear era un espectáculo impresionante. Casanova estrujaba el alma. Su entrega era indescriptible. Uno de sus manejadores, Luis Morales, tuvo la idea de untarle aceite en el cuerpo para hacerlo brillar bajo la luz de los reflectores. Cuando él se quitaba la bata, uno tenía la impresión de que estaba viendo a un príncipe azteca, a una especie de héroe mitológico.
En poco tiempo los candidatos a víctimas locales quedaron agotados, y llegó para Casanova la primera prueba de fuego. Los promotores decidieron enfrentarlo, en el antiguo Toreo de la Condesa, con el filipino Speedy Dado, a quien el especialista Nat Fleischer consideraba el segundo peso gallo del mundo.
La afición estaba ávida de emociones fuertes: el boxeo profesional acababa de nacer -apenas en 1928 había sido formada la Comisión de Box del DF- y los ídolos surgidos hasta entonces no habían demostrado ser sino simples estatuillas de barro: Alfredo Gaona "no mataba ni a una mosca con los guantes", al talento de Luis Arizona, David Velazco o Manuel Villa, le faltaba la chispa capaz de encender las arenas. De hecho, en aquel firmamento primigenio sólo otro candidato aspiraba a avasallar la devoción del respetable: el joven Kid Azteca, que esa misma noche le iba a disputar a David Velazco el título nacional de los welter.
Los diarios afirmarían al día siguiente que el amanecer de los ídolos había comenzado.
Casanova tenía dieciocho años de edad y escasos seis meses dentro del boxeo profesional. No había enfrentado jamás a una figura de renombre. Dado, en cambio, peleaba desde 1925. Además de ocupar una posición privilegiada en la clasificación internacional, el portento de sus puños, que combinaba la velocidad con la contundencia, había logrado demoler a más de un campeón mundial.
En la penúltima pelea de esa noche, Kid Azteca subió al ring y destronó a David Velazco por decisión. El ambiente hervía cuando Casanova salió del vestidor. Según los apuntes de Mr. Hook, más de veinte mil espectadores estallaron de euforia cuando, apenas a un minuto de iniciado el encuentro, el mexicano envió al otro a la lona. De ahí en más, la pelea se convertiría para el filipino en un verdadero infierno: en el tercer round intentó abandonar el combate, "pero las autoridades lo amenazaron con retirarle la paga", en el cuarto cayó estrepitosamente, bajo las feroces andanadas de ocho onzas lanzadas por Casanova. Escribía Mr. Hook: "El público, en un estado de frenesí contagioso, no solamente prorrumpió en ovaciones atronadoras, sino que las exclamaciones incoherentes y los gritos desarticulados expresaban el gozo que embargaba a todos los concurrentes".
El triunfo de Kid Azteca era quizá más importante, pero desapareció en medio de la euforia. Casanova había nacido y empezaba la leyenda. Aunque nadie pensara en eso, aquella noche también se confirmaba una certidumbre melancólica: la condición del ídolo es la muerte.
Rodolfo Casanova es hoy una sombra que deambula por el panteón de los ídolos nacionales.
-No hay libros sobre su vida y las crónicas de sus peleas andan perdidas en los periódicos... -dice el exboxeador Carlos Montes.
Amigo inseparable de Kid Azteca y, si se le requiere, testigo presencial de la vida boxística de México en los años treinta, Montes agrega:
-Se dicen muchas cosas de Rodolfo, pero no todas son ciertas. La verdad debían conocerla bien sus familiares, pero todos ellos han desaparecido... Parece que se los tragó la tierra.
Montes hace una pausa para mirar el puñado de hojas manuscritas que sostiene entre las manos. Dice:
-Yo he escrito algunas cosas. Son datos generales, pueden ayudar a iluminar un poco más el pasado de Rodolfo.
Se trata de una biografía casi telegráfica: "Casanova vivía en la colonia Martín Carrera. Comenzó ganando diez pesos por pelea. Después la tarifa subió y le pagaron 50. Cuando comenzó a pelear en estrella le daban 200 pesos".
Se lee después:
Antes de que se le conociera como el Chango -apodo que le pusieron porque tenía los brazos muy largos- lo llamaron el Nevero de la Lagunilla porque trabajó en un mercado que estuvo donde después se construyó el Deportivo Guelatao. Era un mercado de madera, que tenía anuncios muy grandes afuera de cada local. En la nevería de don Francisco Osorio, el letrero decía: El nevero de la Lagunilla. Rodolfo trabajaba ahí como ayudante, batiendo los botes con hielo y con sal.
En toda obra colectiva la verdad se desfigura de manera irremediable. Al ídolo se le corrige, se le interpreta, se le inventa. En medio de la confusión, un hecho claro: Rodolfo Casanova nació en la ciudad de León, en junio de 1915. Su padre, Rafael Casanova, fue enterrado por la Revolución al año siguiente. Jerónima Núñez, su madre, emigró a la capital y se instaló con sus hijos en las cercanías de Tlatelolco.
-A los nueve años andaba yo descalzo, nunca supe lo que era un juguete; mi madrecita con dificultades nos mantenía... No sé decirlo, sólo fui un par de años a la escuela, me gustaría poder explicar lo que sentía... Era algo así como un dolor en el pecho ver que mi madre trabajaba de sirvienta. Me prometí sacarla de ahí lo más rápido posible y por eso dejé la escuela y me fui a trabajar -narró el propio Casanova, en 1979, al reportero Sergio Lara Mejía.
Por lo demás, en la mitografía de este peleador aparecen reiteradamente dos historias.
Una: a finales de los años veinte, el exboxeador Manuel Canseco, que trabajaba como chofer de la línea Roma-Mérida, decide contratar los servicios de un cobrador que le ayude, llegando el caso, a bajar del camión a los pasajeros indeseables. Un pleito presenciado en La Lagunilla habrá de revelarle que el nevero Rodolfo Casanova es el candidato ideal: basta pulirle algunos defectos, lo demás puede aprenderlo sobre la marcha. Casanova es contratado por el chofer y no tarda en poner los puños en acción. Canseco, boxeador fracasado, descubre en su empleado un ídolo en embrión y lo recomienda con el afamado manager Tío Torres. Desde luego, Torres también queda deslumbrado y decide iniciar al muchacho en el pugilismo profesional -Canseco, por su parte, también tomó parte en el negocio y al paso del tiempo fue manager, entre otros, del célebre Pipino Cuevas.
Dos: en los estrechos círculos boxísticos de La Lagunilla, el guanajuatense Carlos Casanova se revela de pronto como un virtuoso del pugilismo; en 1928 es invitado a representar a México en las Olimpiadas de Amsterdam, pero La Fatalidad, que en este caso se llama "siempre no hubo dinero para el pasaje", impide que el joven participe en los Juegos. Carlos abandona así el boxeo, aunque su ejemplo ha echado raíces en el ánimo de su hermano menor, Rodolfo, quien se empeña en imitarlo. El chofer Manuel Canseco lo descubre y lo incorpora al grupo de peladores amateurs de la línea Santiago-Algarín. Ahí lo encuentra el cronista deportivo Fray Nano -director del diario La Afición- quien más tarde habrá de presentarlo con el promotor Jimmy Fitten, el Don King de México en los años treinta.
1933 es el año deslumbrante: doce nocauts; sólo una palea perdida. El rival más temible, News Boy Brown, a quien nadie había podido noquear, cae fulminado en el tercer round.
Los adjetivos se acumulan. No importa que Rodolfo amanezca cada vez con mayor frecuencia en las delegaciones, que el manager deba ir a sacarlo de las cantinas, que su afición al relajo lo vuelva incontrolable. ¿Qué importa, si el gancho a la quijada aparece invariablemente y Rodolfo es fajador, duro, valiente y siempre está listo en el momento justo?
Johnny Zavala, Baby Palmore, Juan Rivero, Willie Davis y Little Dempsey caen en tres rounds. El promotor Fitten comprende que, pese a que "ciertos actos de su vida privada" parecen disminuir el potencial de Rodolfo, la hora de enfrentarlo con un campeón mundial por fin ha llegado.
El campeón se llama Sixto Escobar y es puertorriqueño. Hasta ese momento, ningún mexicano ha logrado fajarse un título mundial. La pelea despierta un interés inusitado: Casanova encarna la única esperanza de un pueblo acostumbrado a la derrota; los diarios lo convierten en héroe nacional.
El combate se celebra en la ciudad de Montreal. Las apuestas parecen favorecer al mexicano: nadie ha resistido su gancho a la quijada. Pero Escobar no sólo lo resiste, también lo persigue, le abre las cejas, lo dobla con un cruzado de derecha y luego le asesta dos golpes cargados de dinamita. Casanova se desploma sobre la espalda y rueda hasta quedar bocabajo. Tarda dos minutos en recuperar el sentido mientras en la Ciudad de México, donde se sigue la pelea por radio, se hace un silencio atroz.
"¡Honda decepción!", reza un titular al día siguiente. Páginas adentro, advierte con indignación un periodista:
Casanova está en peligro de correr la misma suerte de otros boxeadores mexicanos, los cuales, por verse obligados a sostener demasiados pleitos, acabaron su carrera en plena juventud. A lo anterior hay que añadir que nuestro popular púgil no se ha distinguido precisamente por la observancia de métodos de vida propios de su profesión. Todavía es tiempo de recuperar el terreno perdido, si sus directores no persisten en acabar con la gallina de los huevos de oro.
La moneda estaba en el aire. "Hay que declarar a Casanova propiedad nacional para cuidarlo y poder salvarlo", escribiría Manuel Seyde. Pero la moneda venía cayendo, ante la indiferencia de todos.
-Antes de ir a Montreal, Casanova le depositó palabra de matrimonio a su novia. Iban a casarse cuando él regresara. Perder la pelea fue para él un golpe muy duro. Pero la mayor decepción se la llevó al regresar del viaje. Cuando buscó a su novia descubrió que se había ido con otro.
Kid Azteca enciende un cigarrillo sin filtro y aspira profundamente mientras busca los recuerdos perdidos a lo largo de sus ochenta y cuatro años.
-Nunca se repuso -agrega al fin-. Jamás volvió a ser el mismo. Siempre he pensado que fue ahí donde perdió la fe. Se metió a los cabarets y anduvo emborrachándose durante semanas.
No se supo nada él durante casi tres meses. Los periódicos dejaron de mencionarlo. De pronto, alguien apareció para salvarlo.
-Se trataba de un militar -recuerda Sony Alarcón-: el general Palma. Era un fanático suyo. Le dijo: "A partir de hoy yo voy a manejarlo", y lo encerró en un cuartel para alejarlo de la bebida. También le puso nuevos entrenadores, porque los anteriores no podían controlarlo.
Casanova entrenó bajo la vigilancia de Palma varias semanas. La noticia de su reaparición no emocionó a nadie, aunque iba a disputar el título nacional de los plumas con el joven valor Juan Zurita.
Incluso Mr. Hook se mostraba escéptico. Desde su perspectiva, Casanova se veía "muy lento", parecía "un autómata que se mueve al impulso de invisibles hilos". Y sin embargo, al desarrollarse el combate, aquel autómata se volvería un vendaval que llevó al campeón al borde del nocaut y terminó poniendo de pie a un público que regresaba al redil entre retorcimientos histéricos.
-¿Hasta dónde habría llegado Casanova si hubiera tenido la fortuna de vivir otra vida? -se pregunta Sony Alarcón.
No existen respuestas. Lo cierto es que aquel 15 de septiembre de 1934 Casanova se reconciliaba con el público y bajaba del ring convertido en el nuevo campeón de México.
La amenaza viene desde lejos y su nombre comienza a resonar en todas partes: Joe Conde.
Cuando lo tiene enfrente por primera vez, Casanova se siente avasallado por sus ojos incisivos, su sonrisa burlona.
Nadie sabe cuáles son las fibras que le mueve. ¿Es el calzoncillo negro adornado con una calavera blanca, o el casimir inglés, el delgado bastón, la gardenia pálida que Conde se coloca en el pecho al salir de la arena?
-Indio ignorante -le dice el recién llegado durante su primera pelea. Y luego gruñe palabras ásperas, voces en inglés que su rival no entiende.
Nadie, salvo Sixto Escobar, había podido noquearlo. Ahora, inseguro y con lágrimas en los ojos, el nevero falla golpe tras golpe. Cae en el cuarto round y esconde la cara entre los guantes. Conde le quitaría el cinturón dos veces más. Iba a convertirse en su pesadilla, su infierno exclusivo y particular.
Es enero de 1936 Casanova está todavía en la cima de su gloria y acomete la empresa más grande de su carrera: en una de las peleas más dramáticas que se recuerden, vence al campeón mundial Freddie Miller, que había permanecido invicto a lo largo de ciento setenta combates.
En el Toreo de La Condesa no cabe un alfiler. En unas cuantas horas se venden veinticinco mil boletos. El combate, sin embargo, empieza con mala fortuna para el mexicano. Miller demuestra por qué es el campeón. No le toma demasiado esfuerzo enviar a Casanova a la lona. Escribe el exboxeador Raúl Talán: "El público se quedó silencioso aunque Rodolfo se levantó antes de que empezara la cuenta. Le gritaron desde su esquina: "¡Abrázate! ¡Abrázate!", pero él no obedeció".
Según El Universal, "todos los semblantes se ven contrariados; el Toreo parece un cementerio. Casanova, sin embargo, no se entrega fácilmente: sigue yendo al frente, cabecea, se encorva, mueve las piernas. Los rounds comienzan a correr y la magia opera de nuevo. Mientras el recinto se va convirtiendo en "un campamento de apaches que gritan desaforadamente, Freddie Miller comienza a recibir la peor paliza de su vida: la campana del noveno round lo sorprende buscando una esquina en la cual esconderse. No está en juego el título mundial, pero eso a nadie le importa: Abelardo Rodríguez, presidente de México, se pone en pie, algunas mujeres se echan a llorar, y Fray Nano escribe la columna que bautiza a Casanova como un campeón sin corona.
La frase dará pie a una película memorable -rodada por Alejandro Galindo en 1945-, pero encerrará fatalmente el destino del boxeador: a partir de 1938 Casanova es ya el superdotado que no supo aprovechar sus facultades. Tony Mar lo vence en diez rounds. Panchito Villa lo derrota en dos ocasiones y Juan Zurita lo noquea sin esfuerzos durante un combate sostenido en Guadalajara. Vaticina crudamente un periodista: Casanova ya pasó a la historia. Pronto lo veremos expandiendo vasos de nieve de a quinto y de a centavo.
En rápida sucesión, rodeado por los densos vapores del alcohol, el Chango pierde con Ray Campo, Pedro Ortega, José Luis Vera y George Dixon II. Un día la cabeza se le llena de voces y tiene que pedir a gritos que alguien aleje las visiones que lo persiguen por las mañanas. Las sombras lo ha alcanzado. Casanova fue llevado a un manicomio. El alcohol terminó por enloquecer a nuestro popular campeón, informa un diario.
En 1943 alguien que se parece a Rodolfo Casanova sube al ring de la Arena Coliseo. Le quedan resabios de velocidad, débiles instantes en que chisporrotea impecablemente su antigua técnica. Pero en general, aquello es una sombra. Por lo demás, la Arena Nacional ha desaparecido, Joe Conde se ha retirado y el tiempo borra las huellas de Mr. Hook. El cronista deportivo de El Universal es ahora un tal A. Lego. Escribe en la edición correspondiente: Casanova subió al ring para ganarse unos cuantos pesos, sirviendo de gancho a quienes sin pizca de moral todavía ven en él un filón productivo. Algunas franjas del público abandonan la arena por considerar aquello un ultraje a la memoria de nuestro máximo ídolo. Algunos más se conduelen: cuando Casanova noquea a un rival mediocre y desconocido, comienzan a lanzarle monedas que él recoge lastimosamente. Indignado ante el espectáculo que por necesidad ha debido presentar el boxeador más espectacular de todos los tiempos, A. Lego pide a las autoridades una contribución que asegure la tranquilidad del ídolo. Nadie responde.
De ahí en más, Casanova encarnaría el mito del perdedor, entrando y saliendo del manicomio, rehabilitándose durante algunos meses para volver a caer después, y viviendo de limosnas, de préstamos, de caridades. Es el teporocho de Garibaldi, el borrachín que recorre San Juan de Letrán causando lástima y asco.
Esta pelea la tengo que ganar le hacen decir en una película de boxeadores -Guantes de Oro, 1959-, para aludir a su lucha contra el alcoholismo. Pero Casanova pierde otra vez, y cada que los diarios se asoman a su vida es para confirmar la intensidad de su tragedia.
El reportero Marco Erasmo Ortiz lo encuentra treinta y un años después, en 1974, trabajando en una vulcanizadora del rumbo de Mixcoac. Casanova parece a salvo del delirium tremens: posa para las fotos alzando pesadas llantas de tráiler o mostrando unos puños que siguen pareciendo contundentes.
Su personalidad es arrolladora [escribe el periodista]. Basta que quiebre su rostro indígena, cetrino e inconmovible, para que uno se sienta arrobado por su sonrisa franca e inocente.
Sin embargo, el Chango abandona ese sitio poco después y el infierno se abre para conducirlo al cuarto en donde un desconocido se encargará de cerrarle los ojos. Una sábana cubrió el cadáver. En la habitación no había guantes, ni títulos, ni amigos, ni nada.
Tomado de.
Cuentos e Historias de Estadio. Relatos deportivos y taurinos, futbol, toros y atletismo.
Ficticia. Ciudad de cuentos e historias
Mauleón de, Héctor. Casanova, Señor de las Moscas.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 01/10/00
Marzo de 2004.
DIOMEDÓN, SIGLOS DESPUÉS
Marcial Fernández
Mientras se fumaba un cigarrillo, Ernesto Gómez imaginaba ganar el próximo Maratón de la Ciudad de México. Pensó en qué gastar el dinero del premio, en lo reconfortante de su futura fama, en el auto deportivo que le obsequiaría la empresa patrocinadora de la carrera, en la mujer guapa y de carnes firmes que se le acercaría con admiración, y, satisfecho, encendió otro cigarrillo -con la colilla de su anterior- y siguió imaginando. Los iniciales cinco kilómetros los trotaría dentro del gran bloque de atletas. A partir del sexto, se colocaría entre los primeros lugares. En el kilómetro diez, sería el puntero de la competencia. Del doce al veinte, bajaría dos posiciones. Al pasar el treinta y cinco, recuperaría una. En el cuarenta, la otra. Para el resto del recorrido, empezaría a oír los aplausos del público. Y así, paladeando el humo de su quinto cigarrillo y acomodándose en su silla de ruedas, Ernesto Gómez fue el ganador del maratón.
Tomado de.
Cuentos e Historias de Estadio. Relatos deportivos y taurinos, futbol, toros y atletismo.
Ficticia. Ciudad de cuentos e historias
Fernández, Marcial. Diomedón, siglos después.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/10/99
Marzo de 2004.
El futbol
Eduardo Galeano
La historia del futbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el futbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez. El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, futbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un futbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.
El jugador
Corre, jadeando, por la orilla. A un lado lo esperan los cielos de la gloria; al otro, los abismos de la ruina. El barrio lo envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le pagan por divertirse, se sacó la lotería. Y aunque tenga que sudar como una regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en latele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar. Los empresarios lo compran, lo venden, los prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está. Sometido a disciplina militar, sufre cada día el castigo de los entrenamientos feroces y se somete a los bombardeos de analgésicos y las infiltraciones de cortisona que olvidan el dolor y mienten la salud. Y en las vísperas de los partidos importantes, lo encierran en un campo de concentración donde cumple trabajos forzados, come comidas bobas, se emborracha con agua y duerme solo. En los otros oficios humanos, el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de futbol puede ser viejo a los treinta años.
Los músculos se cansan temprano:
-Éste no hace un gol ni con la cancha en bajada.
-¿Éste? Ni aunque le aten las manos al arquero.
O antes de los treinta, si un pelotazo lo desmaya de mala manera, o la mala suerte le revienta un músculo, o una patada le rompe un hueso de esos que no tienen arreglo. Y algún mal día el jugador descubre que se ha jugado la vida a una sola baraja y que el dinero se ha volado y la fama también. La fama, señora fugaz, no le ha dejado ni una cartita de consuelo.
El arquero
También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es un solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del futbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos. Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.
El Hincha*
Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio. Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno. Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.
Rara vez el hincha dice: "hoy juega mi club". Más bien dice: "Hoy jugamos nosotros". Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música. Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.
El estadio
¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. En Wembley suena todavía el griterío del Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero aguzando el oído puede usted escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los húngaros golearon a la selección inglesa. El Estadio Centenario, de Montevideo, suspira de nostalgia por las glorias del futbol uruguayo. Maracaná sigue llorando la derrota brasileña en el Mundial del 50. En la Bombonera de Buenos Aires, trepidan tambores de hace medio siglo. Desde las profundidades del estadio Azteca, resuenan los ecos de los cánticos ceremoniales del antiguo juego mexicano de pelota. Habla en catalán el cemento del Camp Nou, en Barcelona, y en Euskera conversan las gradas de San Mamés, en Bilbao. En Milán, el fantasma de Giuseppe Meazza mete goles que hacen vibrar al estadio que lleva su nombre. La final del Mundial del 74, que ganó Alemania, se juega día tras día y noche tras noche en el Estadio Olímpico de Munich. El estadio del rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir.
* Término utilizado en Uruguay para nombrar al aficionado.
** Textos extraídos del libro: El Futbol a Sol y Sombra , Eduardo Galeano. Siglo XXI Editores, México, 1995.
FÁBULAS DE ESOPO
La liebre y la tortuga
Cierto día una liebre se burlaba de las cortas patas y lentitud al caminar de una tortuga. Pero ésta, riéndose, le replicó:
-Puede que seas veloz como el viento, pero yo te ganaría en una competencia.
Y la liebre, totalmente segura de que aquello era imposible, aceptó el reto, y propusieron a la zorra que señalara el camino y la meta.
LLegado el día de la carrera, arrancaron ambas al mismo tiempo. La tortuga nunca dejó de caminar y a su lento paso pero constante, avanzaba tranquila hacia la meta. En cambio, la liebre, que a ratos se echaba a descansar en el camino, se quedó dormida. Cuando despertó, y moviéndose lo más veloz que pudo, vió como la tortuga había llegado de primera al final y obtenido la victoria.
Hércules y Atenea
Avanzaba Hércules a lo largo de un estrecho camino.
Vio por tierra un objeto parecido a una manzana e intentó aplastarlo. El objeto duplicó su volumen. Al ver esto, Hércules lo pisó con más violencia todavía, golpeándole además con su maza. Pero el objeto siguió creciendo, cerrando con su gran volumen el camino. El héroe lanzó entonces su maza, y quedó plantado presa del mayor asombro.
En esto se le apareció Atenea y de dijo:
-Escucha, hermano; este objeto es el espíritu de la disputa y de la discordia; si se le deja tranquilo, permanece como estaba al principio; pero si se le toca, ¡mira cómo crece!
Zeus y Apolo
Disputaban Zeus y Apolo sobre el tiro al arco.
Tendió Apolo el suyo y disparó su flecha; pero Zeus extendió la pierna tan lejos como había Apolo lanzado su flecha, haciendo ver que no llegó más allá de donde se encontraba él.
Hércules y Atenea
Avanzaba Hércules a lo largo de un estrecho camino.
Vio por tierra un objeto parecido a una manzana e intentó aplastarlo. El objeto duplicó su volumen. Al ver esto, Hércules lo pisó con más violencia todavía, golpeándole además con su maza. Pero el objeto siguió creciendo, cerrando con su gran volumen el camino. El héroe lanzó entonces su maza, y quedó plantado presa del mayor asombro.
En esto se le apareció Atenea y de dijo:
-Escucha, hermano; este objeto es el espíritu de la disputa y de la discordia; si se le deja tranquilo, permanece como estaba al principio; pero si se le toca, ¡mira cómo crece!
FIDELIDAD AL ESTIILO
Federico Schaffler
Salvador observó en la pantalla de su vieja PC986 las alineaciones de la última semifinal del Campeonato Mundial de Fútbol Virtual. Las escuadras de México y Alemania estaban listas para que millones de netheads accionaran sus dígitos sobre los teclados para influir en movimientos y jugadas. Horas antes, los equipos de Brasil y Estados Unidos midieron sus fuerzas, con la victoria de los sudamericanos.
Los nombres registrados en todo el ciberespacio en las pantallas, líquidas, holográficas o convencionales, resultaron de una votación amplia sobre el equipo ideal de cada país competidor. Una vez electos, fueron registrados ante la FIFA, quien proveyó a los organizadores de los archivos necesarios para que cada avatar pudiera funcionar solo con las habilidades naturales que dichos deportistas poseyeron, o aún poseían, a fin de evitar sorpresas, además de darle mayor credibilidad al encuentro. La diferencia se encontraba en el cambio permanente y sucesivo de la dirección técnica y los jugadores. El entrenador de la escuadra nacional, por enésima ocasión, era el multiaclamado y multirenegado Velibor "Bora" Milutinovic. Salvador votó sin éxito por que fuera otro el responsable del equipo. Después de todo, era válido soñar.
El joven de 14 años verificó la hora del partido y decidió que tenía tiempo suficiente para registrarse y acudir después a comprar algo para comer. Antes de salir, tecleó la clave de acceso personal que le permitiría participar en el encuentro, autorizó que le cargaran a su tarjeta de débito el importe correspondiente y puso online el audio de los cronistas electrónicos. Titubeó unos instantes ante el menú de voces sintetizadas para narrar el choque deportivo, optó por seleccionar al legendario Angel Fernández, aquél locutor que según su abuelo fue el mejor, sobre todo cuando al iniciar gritaba su ya clásico: "A todos los que viven y aman el fútbol..."
Salvador, a pesar de su corta edad, en verdad vivía y amaba el fútbol y en esta ocasión estaba seguro de que su equipo, la Selección Nacional de México, tendría muchas posibilidades de lograr por primera vez un campeonato del mundo, aunque fuera en el ciberespacio, contra la escuadra brasileña, quien por tradición era siempre finalista y multicampeón, no solo en el mundo real. Esperaba ahora un resultado histórico y ansiaba también pasaran ya los cuatro meses faltantes para el inicio del verdadero torneo mundial, para el cual ya estaba calificado el equipo mexicano. Verificó la claridad de la conexión y salió presuroso, dejando el monitor encendido.
Después de leer el comunicado que acababa de recibir, Hugo Sánchez maldijo de nuevo a los directivos de la Federación Mexicana de Fútbol y a los de la FIFA. Pasaba ya de los 50 años y a pesar de lo sucedido, tenía la energía suficiente y el ímpetu para contribuir al esfuerzo del equipo mexicano, o al de cualquier otro representativo nacional. Contra todo lo que pudiese haberse dicho en su contra en las últimas décadas, era el mejor futbolista mexicano en la historia de ese deporte, a pesar de su carácter, desplantes y bravuconadas. En los últimos años demostró ser un entrenador muy competente, incluso condujo al equipo nacional a la semifinal en el Mundial del 2006 en Japón, donde de manera lamentable, pero fiel a su estilo, volvió a perder el control y agredió al árbitro que marcó un penalti en contra. El tanto le permitió al anfitrión pasar a la gran final, donde cayó ante Brasil. Un equipo mexicano, desmoralizado por completo, sucumbió ante el representativo de Sri Lanka y terminó en la cuarta posición. El sueño de una final americana, entre México y Brasil, tendría que esperar algún tiempo más.
Los últimos cuatro años fueron los peores para Sánchez. Tras ser despedido como entrenador de la Selección Nacional, no hubo equipo de su país que deseara contratarlo después de cumplir 24 meses de castigo. Terminó dirigiendo una escuadra de la segunda división española, país donde aún le tenían cariño, al no poder olvidar su fama y sus cinco "Pichichis" como máximo goleador en los ochentas. Al efectuarse las eliminatorias para el Campeonato Mundial del 2010 en Sudáfrica, no perdió la esperanza de que algún representativo nacional lo contratara, pero no fue así. Nadie quería arriesgarse a otro colérico desplante en una competencia de esa naturaleza, y el refrendo del veto de la FMF y de la FIFA, apenas recibido por correo electrónico, le "sugería con amabilidad" ni siquiera pensar en ir en persona a Ciudad del Cabo durante el próximo torneo. "No podemos evitar su telepresencia, pero las autoridades sudafricanas fueron muy explícitas al catalogarlo como persona non grata, dados sus antecedentes rebeldes y de falta de respeto a los directivos y árbitros. Por favor evítese la pena de ser deportado", consignaba el texto, agregando una invitación para presenciar, o participar, si le apetecía, en el Campeonato de Fútbol Virtual, como uno más de los millones de telejugadores.
¡Joder! Ni a Maradona le prohiben ir, pero a mí sí. No hay justicia en este mundo, pensó de mal humor. Aventó a un lado la copia impresa del mensaje, tomó el elevador para bajar los cinco pisos desde el penthouse de su residencia y enfiló su auto deportivo para ir a comprar bocadillos en algún establecimiento lejos de su casa de verano. Esperaba que el aire tibio de Cancún despejara su mente y enfriara el coraje.
Salvador sabía que Hugo Sánchez vivía en la misma ciudad que él. Después de su castigo, durante algunas semanas los telediarios siguieron de cerca los rumiantes arrebatos de quien hasta que poco a poco dejó de ser noticia. Su fama se redujo y terminó siendo un sánchez más, aunque con un pasado excelso. Al muchacho le agradaba pensar que ambos vivían en la misma ciudad, en lo que para muchos era un lugar paradisíaco, pero para otros, como él, era tan solo el sitio donde nació y vivía con sus padres.
Incluso en una ocasión Salvador vio a su ídolo de lejos, en una playa reservada a las personas distinguidas y los turistas. Intentó evadir a los guardias de seguridad, quería por lo menos saludarlo, pero no fue lo suficientemente rápido al brincar la cerca preventiva. Dos fortachones lo alcanzaron y fue arrastrado, sin consecuencias, por la cálida arena, hasta dejarlo algo lejos, con una severa advertencia de no reincidir o de hacerlo, atenerse a las consecuencias. El futbolista ni siquiera se percató del incidente. Después, investigó dónde vivía el ídolo e incluso abordó un par de camiones para llegar frente a la casa de varios pisos, donde por el momento vivía sólo. Esperó por horas a que saliera y nunca lo hizo. En esos días viajaba por el extranjero en visita de rigor a una de sus familias y supervisando sus negocios.
Cuando Salvador vio a Hugo frente al mostrador de la tienda de la esquina, muy lejos de su casa, comprando jugos de frutas embotellados y chicharrones de cerdo, no podía creerlo. Se acercó a él, titubeante. Al llegar a su lado, el tendero, impávido ante un cliente mas, le entregaba unas cuantas monedas de cambio al ex-futbolista.
-Hugo... -alcanzó a decir, mientras lo miraba con enormes ojos de incredulidad.
Ante la notoria sorpresa del chico y su franca admiración, no pudo menos que esforzarse en hacer a un lado el enojo, aunque fuera por un momento, para adoptar su papel de ídolo profesional.
-Creo que todavía así me llamo -le dijo tendiéndole la mano-, ¿y tú eres...?"
Salvador extendió el brazo, para cerrar el saludo, olvidando que con él detenía contra su cuerpo una enorme botella plástica de refresco de cola. El envase cayó al suelo, rebotó una vez, y ante el asombro del chico, el retirado futbolista la detuvo al vuelo con el empeine, manteniéndola inmóvil con su pie unos segundos, como si fuera un balón. Un rápido movimiento la elevó por el aire, donde la capturó con la mano. Después la colocó sobre el mostrador y enseguida extendió una vez más la diestra para completar el interrumpido saludo.
-Tienes suerte de que ya no hacen envases de cristal, si no, ya estarías limpiando el piso. ¿Me decías que tu nombre es...?
-Salvador. Salvador Rangel. A sus órdenes, -dijo un instante después y apretó con fuerza la mano de Hugo Sánchez, viviendo la intensidad del momento. Sintió la energía palpitante de una leyenda viva del balompié nacional.
-En algún momento de mi vida jugué fútbol con un Salvador y con un Rangel, pero eso fue hace mucho tiempo. ¿Me devuelves mi mano, por favor? -expresó con una sonrisa divertida, ante la turbación del jovencito.
-Disculpe, pero es que...
-No me digas nada. ¿Cuánto es el consumo de mi amigo? Yo lo invito, -preguntó al tendero. Liquidó la cuenta y ambos salieron del establecimiento.
-Señor Sánchez...
-Llámame Hugo. Todos lo hacen.
"Señor Hugo..."
-Nada más "Hugo", olvídate del "Señor", -le pidió mientras se dirigían a su auto convertible, color rojo y blanco.
-Va a estar difícil, pero voy a intentarlo. Hugo. ¿Cómo le hizo para llegar a ser el mejor futbolista de México?
Acostumbrado a las preguntas incisivas de los reporteros y a las idiotas peticiones de algunos aficionados, jamás esperó una pregunta que lo remontara a lo más profundo de sí mismo. Lo pensó unos momentos, depositó en el piso del asiento de atrás de su vehículo sus compras, abrió la portezuela de su auto y después de abordarlo contestó.
-Simplemente quise. Me lo propuse y quiero pensar que lo logré, aunque me queda la frustración de nunca haber sido Campeón del Mundo o por lo menos jugar en una final.
En ese momento, Salvador recordó el inicio de la transmisión del encuentro por la red. Consultó rápido su reloj y se maldijo en su interior que fuera justo en el momento en que conoció a Hugo, cuando tuviera que conectarse a la red. Pero por primera ocasión logró participar en el torneo y el juego estaba a punto de empezar.
-¿Contesta esto a tu pregunta?, -inquirió mientras percibía un notorio nerviosismo en el joven, quien de pronto se vio ausente, por algo que no era su presencia. -¿Te pasa algo? ¿Puedo ayudarte?
-Disculpe, Señ... Hugo, es que ya va a empezar en la red el partido de México y ya confirmé mi participación. No puedo llegar tarde o me ganan mi lugar. Es la primera vez que voy a jugar y para mi es muy importante esta representación. Yo creo que usted si me entiende. No puedo llegar tarde. Discúlpeme. Me dio mucho gusto conocerlo, pero me tengo que ir, -le dijo con rapidez, al estrecharle otra vez la mano, y salir corriendo, calle abajo, sin esperar una palabra más del futbolista.
Sánchez vio en los ojos de Rangel la determinación que alguna vez tuvo él mismo, la osadía que aún poseía y la ilusión de defender a su patria, en un campo de juego, como él lo hizo tantas veces. El muchacho iba a hacerlo en la red, algo que él jamás había intentado.
Arrancó el motor de su automóvil, dio una vuelta en U, para seguir al joven que corría con todas sus fuerzas rumbo a su casa y lo alcanzó, emparejando la velocidad de ambos.
-Salvador: ¿Me invitas a jugar fútbol contigo?
Esta vez, alcanzó a contener su sorpresa, afianzó la bolsa contra su cuerpo, disminuyó un poco su velocidad y se lanzó como atleta olímpico de salto de altura, para caer de espaldas en el asiento trasero del convertible, sin rozar siquiera la carrocería ni esparcir por el suelo sus compras, que abrazaba emocionado.
-Dos cuadras derecho y una a la izquierda, en la casa verde.
Ahora el sorprendido fue Sánchez, quien pisó a fondo el acelerador, mientras descubría la amplia sonrisa de Salvador y el brillo inigualable en los ojos de quien vive el inicio de un sueño que anhela completar.
-¡Agárrate bien, porque ahorita llegamos! ¡México nos necesita!
Era en verdad una novedad lo que vivía en ese momento el experimentado futbolista. Conocía y navegaba en la red desde muchos años antes, pero nunca se propuso presenciar un encuentro de fútbol de este tipo. Las reglas eran similares a las de un partido normal, aunque la operación de los jugadores era distinta. Las capacidades técnicas y de interacción de los avatares estaban basadas en los atletas reales y era controlada por una interfase especial entre los cabletas o netheads que se conectaban y participaban en el entretenimiento. Un sofisticado programa permitía que las decisiones de miles, e inclusos millones de usuarios, se compilaran en un instante y decidieran el rumbo del encuentro, el nivel de competitividad y la entrega de los futbolistas. Todos estos factores influenciaban el resultado. La novedad en este torneo era que el programa analizaba todos los movimientos y estrategias de los participantes, y como el legendario Big Blue de IBM, que venció a Kasparov muchos años antes y a cuanto gran maestro de ajedrez le pusieron enfrente desde entonces. El programa permitía deducir los movimientos siguientes y la eficacia de cada uno de ellos, proyectando estrategias definidas, que eran alimentadas al teclado y computadora del entrenador del equipo. Esta perfecta conjunción entre la dinámica del público, el frío análisis y calculador actuar de un programa y la compilación de las propuestas de quienes fungían en un momento dado como entrenador, era lo que hacía más interesante la competencia. Además, de manera aleatoria se otorgaba el control de cada jugador y del propio director técnico a un participante real. Esta variante le daba más vitalidad a la competencia y hacía más impredecible el resultado final.
Hugo y Salvador estaban conectados desde el inicio a la transmisión. Corría ya el segundo tiempo y faltaban 10 minutos para el final. El marcador estaba empatado a un gol entre México y Alemania, con goles del delantero teutón Litbarski y del recio zaguero "Kalimán" Guzmán. Sánchez decidió ver para aprender. La prudencia sugería dejar que Salvador participara sólo todo el primer tiempo y parte del segundo. Pasaron por alto la opción contratada de juego asistido, pero aún así, el futbolista gritó eufórico en los momentos de tensión y cuando México empató el marcador. Esa entrega y vehemencia era parte intrínseca de su naturaleza y contra eso no podía luchar.
Estaban recostados paralelos sobre un sillón de raída tapicería en el cuarto de Salvador. Sobre sus cabezas se encontraban colocados los dos cascos con pantalla de cristal líquido que les permitía "vivir" el juego. Acostumbrado al rugir de los estadios, admiró un instante a Rangel, a quien parecía no importarle el elevado sonido. Durante el encuentro, los millones de aficionados que intentaron ser parte del mismo y que no lograron cumplir los requisitos, tuvieron que conformarse con ser espectadores.
Sánchez concluyó que era hora de participar y dejar de ser un espectador más. Faltaban pocos minutos para el silbatazo final y lo que menos deseaba era exponer a su equipo a una serie de penaltis. La historia tendía a ser endiabladamente repetitiva.
-Dame acceso, Salvador, -pidió moviendo con la mirada el cursor del menú que estaba sobrepuesto a la imagen del estadio para comunicarse con su nuevo amigo. Rangel accedió sin perder de vista el balón o el monitoreo continuo de la barra que mostraba las estadísticas hasta el momento. La posibilidad del juego asistido permitía una participación mayor de los conectados a la red, además, los promotores del espectáculo sabían que un usuario nuevo, aunque fuera fugaz, podría después convertirse en un asiduo consumidor de su producto. La mercadotecnia conocía ya todas las variantes del comportamiento humano, así como su tendencia a las adicciones y el fútbol virtual también era adictivo.
La señal fue compartida justo en un avance de la selección nacional de México. El Hugo real percibía con claridad el lugar que ocupaba en el campo su avatar, la imagen recreada por la electrónica. Durante el transcurso de cualquier encuentro de fútbol como este, todos los participantes cambiaban de jugador cada 7.5 minutos, con el objeto de que en los 90 del tiempo reglamentario, ocuparan las once posiciones del campo, además de la dirección técnica del equipo. Para mala suerte de Hugo, ahora que estaba él conectado, cuando al fin comprendió las sutiles diferencias entre jugar en un campo real y hacerlo en uno imaginario, Salvador había ocupado ya desde el primer tiempo la posición de centro delantero y ahora jugaba como mediocampista. En ese momento se avanzaba hacia la meta contraria con el balón en control de los mexicanos. La única posición que les restaba por ocupar era la dirección técnica, misma que llegaría a sus manos en menos de dos minutos.
Por el momento, los nuevos amigos analizaron las posibilidades y cualidades de José Antonio Roca, entre ellas su preciso pase largo. Avanzaban apoyados en toques cortos con Horacio Casarín cuando a lo lejos percibieron como la imagen del primero se desmarcaba del legendario Franz Beckenbauer. Roca conectó un pase al hueco y como era de esperarse, el Hugo artificial se elevó en el aire para rematar al marco con la ahora clásica huguiña. El balón se estrelló con fuerza en el travesaño, para regresar al área chica. Para fortuna del equipo mexicano, Enrique Borja se encontraba en el lugar justo en el momento indicado, también fiel a su estilo. El remate de cabeza colocó el balón en el fondo de las redes, lejos del alcance de Sepp Meier. El pase de Hugo a Hugo sirvió para lograr una momentánea diferencia en el marcador.
La euforia del dos a uno, a favor de México, circuló el ciberespacio. Ambos gritaban de alegría. Ahora sólo restaba esperar que se les asignara la dirección del equipo durante los últimos siete minutos y medio y que pudiera conservarse la ventaja.
La final entre México y Brasil, parecía ser inminente. Sólo habría que aguantar unos minutos más los embates germanos.
Con toda seguridad, al igual que millones de otros mexicanos, esperaban que no ocurriera alguna desgracia futbolística y pudieran contenerse los elaborados y fuertes ataques de Seeler, Rummenigge, Vogts y Muller sin recibir gol en contra. Si todo seguía igual, Hugo Sánchez y Pelé al fin se verían las caras, o los avatares, en un estadio de fútbol. Era un sueño a punto de hacerse realidad.
En el momento esperado, recibieron la opción de hacer recomendaciones como director técnico del equipo. Su opinión con toda seguridad se perdería entre las miles de sugerencias de otros tantos aficionados en el mundo real, pero eso no importaba. La propuesta final del software al compilar las opciones recibidas sin duda tendería hacia la defensiva. Bajar a todos los jugadores a proteger el marco de Antonio «La Tota» Carbajal. Era la reacción lógica que podía esperarse de los mexicanos, ahora que estaba tan cerca la posibilidad de participar en una final de fútbol, aunque fuera en la telaraña mundial del Internet.
Fiel a su manera de jugar y a su vehemencia característica de luchar siempre, Hugo propuso atacar. Estaba seguro que sería una voz en el desierto, pero iba en contra de su naturaleza retraerse a defender. Estaba seguro de que había llegado el momento de utilizar la cabeza para algo más que rematar a gol. La mejor defensa, siempre se ha dicho, es el ataque. Y lo que mejor hacía él era precisamente atacar.
Extendió un brazo para palmear agradecido, y en actitud de solidaria complicidad, el hombro de Salvador. Por el momento ya no le importaba tanto el veto del Mundial de Sudáfrica. Su mente estaba fija en la esperada final contra Brasil.
Mientras los mexicanos realizaban un contragolpe mas, encabezados por su propia imagen, rezó en silencio porque el marcador terminara así y que Alemania no pudiera empatar. Brasil y Pelé lo aguardaban en el próximo partido.
A medida que se consumían los minutos, la posibilidad de llegar a los penaltis era cada vez más remota, pero el revitalizado héroe no quería pensar en eso.
Sabía muy bien que la fidelidad al estilo es difícil de vencer.
Tomado de.
Cuentos e Historias de Estadio. Relatos deportivos y taurinos, futbol, toros y atletismo.
Ficticia. Ciudad de cuentos e historias
Schaffler, Federico. Fidelidad al estilo.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/11/00
No veré el futbol
Jordi Soler
"No veré el futbol", dijo. Decisión fácil cuando no se tiene costumbre de verlo y se empieza, como si nada, un día cualquiera. Aunque la verdad, hacer del sábado un día cualquiera no es tan fácil. levantarse como si fuera martes, hacer café, darle Whiskas a los gatos, acompañar los primeros sorbos de la taza con las primeras páginas del libro en turno, como si fuera lunes, o jueves. No se puede mantener la ilusión de que el sábado es martes por demasiado tiempo, unas horas después la inercia del exterior ya lo inundó todo y entonces hay que abrir las ventanas para que entre el sábado y los de adentro no sufran una descompresión, como el buzo que cambia bruscamente de profundidad y entre un pataleo y otro se le revienta el sistema circulatorio. El buzo que sube bruscamente puede sintetizarse en una sola palabra: "brusco". Inmediatamente después se inclinó sobre un cuaderno para anotar la idea. Se sintió feliz, era sábado y él empezaba a trabajar con ritmo de día normal.
Es fácil decir que no se verá el futbol cuando no se tiene la costumbre de hacerlo, como un vegetariano diciendo: hoy no comeré carne y que se jodan todos. Anotó también estas ideas: "a algunos no nos gusta este juego de 22 hombres bien crecidos, de pantalón corto y camiseta de colores brillantes, corriendo sudorosos detrás de una pelotita. Y lo peor: hombres y mujeres de edad adulta emocionándose hasta las lágrimas cada vez que uno de esos adultos ridículos ejecuta algún desfiguro. Increíble".
Hacer que un sábado pareciera lunes era difícil, pero éste era peor, porque además jugaban México contra Bélgica. Desde temprano, aunque el aislamiento para defenderse del mundo era riguroso, empezaba a meterse el ruido de los televisores. Debajo de las líneas anteriores anotó éstas: "El ruido de los comentaristas de futbol que han logrado llevar la profesión de locutor a un extremo inconcebible: hablar durante 90 minutos, con lujo de inflexiones vocales, guturales y estomacales, sin decir absolutamente nada. Los espectadores, para equilibrar las cosas, nunca ponen atención a lo que el locutor no dice".
Dejó la pluma y reemprendió la lectura. Bebió de su taza el cuarto trago de café. Una extradiástole lo hizo prometer, como siempre, que dejaría el café para siempre. Retomó la lectura de la correspondencia que el filósofo Leibniz enviaba a la princesa Carolina. Empezó el partido. Se dio cuenta por el murmullo de sus vecinos, que provocó una vibración ligera.
A la tercera página, entre el séptimo y el octavo sorbo de café, cuando Leibniz trataba de desacreditar a Descartes ante los ojos de la princesa, otro murmullo, más sordo y más espeso puso a temblar el edificio. Seguramente el balón pasó cerca, pensó; e inmediatamente después concluyó que a Leibniz no le importaba tanto desacreditar a su colega, sino trazar una ruta emocional, inflada de conceptos filosóficos, que lo llevara a ese sitio tan soñado que era la cama de Carolina.
Medio párrafo más adelante, otro murmullo, y después otro, con más volumen que los anteriores. Todo el mundo estaba pendiente del juego. "¡Qué exageración!" dijo, y repitió, "¡no veré el futbol!". Regresó al cuaderno a escribir unas líneas: "y esa frasecita de sí se puede con la que animan los fanáticos a su equipo denota, para empezar, que nunca se ha podido. Se trata de una frase derrotista, de una antiporra".
Regresó al cachondeo filosófico de Leibniz, que con tal de tener sexo con la princesa Carolina, ya le andaba diciendo que su concepto de Dios, con todo y que era una simple princesita, era más complejo y sofisticado que el de Descartes. Un murmullo fuerte, al borde del grito, estremeció el edificio, la manzana y la colonia entera.
Imposible pretender que era jueves ese sábado tan escandaloso. Trató de concentrarse, con toda su voluntad, pero el sábado y el futbol entraban a chorros por la ventana. Leibniz, haciendo gala de su lujuria filosófica, le pedía a Carolina una cita para explicarle más de cerca unos detalles sobre el Dios de Descartes, y cuando empezaba a decirle dónde y a qué horas podían verse, un rugido bestial, que sacudió a la ciudad entera le tiró el libro de las manos. ¡Gol de México!, gritó, y corrió a encender el televisor.
UNA EXTRAÑA FLOR COLOR MALVA QUE BROTA DEL MURO
José Luis Vasconcelos
El portero clavó su porcina mirada en la charola de periodista que le mostré, me sonrió con respetillo. Había logrado vencer el único obstáculo que me separaba del evento.
Había recorrido la Revu largo rato y en todos los congales los precios de entrada eran estratosféricos, así que decidí entrar al Río Rita, previa adquisición de una birria obligatoria.
El panorama era desolador, en el interior del antro deprimente brotaba un hongo ahumado que flotaba sobre el hormiguero.
Elegí un buen lugar, cerca de la barra y justo detrás de dos pequeños sinaloenses que profundizaban en los ontológicos corridos del Chalino.
"¡Compadre, compadre venga!, la comadre dio a luz un niño, yo creo que será boxeador o futbolista porque rompió la fuente de un trancazo"...
Fue lo primero que alcancé a escuchar de las bocas difusas que parloteaban en la megapantalla. El pueblo enloqueció, hermanaron sus risas para festejar el certero vaticinio de la agorera del vagón, mientras el afortunado padre se recargaba en un árbol, sonriendo estúpidamente.
Di un sorbo a mi cabeza y peiné mi cerveza, empezaba a compartir el enfado general, mientras en otros lugares la pelea preliminar llegaba a su fin, en el atestado bar vomitaban la tragicomiérdica videobiografía del fenómeno del box.
Prolongaban nuestra agonía. Miré a diestra y siniestra y los meseros, contorsionistas chinos, se encaramaban entre el húmedo y pestilente boscaje humano.
El sudor reciclado era una boa constrictor deslizándose entre el follaje de cuellos y brazos. Mientras la raza apostaba y refería datos del ídolo. Otros buscaban imbécilmente dónde apoyar la cabeza.
Entonces la vi, era una extraña flor color malva que brotaba del muro. Parecía niurra, pero su máscara era natural, era la gemela de Talula Falora, la doble de la princesa Mico Micona..., sintió el rigor de mis ojos y sólo me vio para clavar sus verdes aceitunas en el video que escurría de la pantalla.
Por fin el evento postdiferido y postemérito. Testigo de la historia me sumergí en el barritar estremecedor que sacudió al mundo. Las enclenques columnas y las duelas se sacudieron, cascabelearon en un acto de fe.
La casi niurra volteó y sostuvo mis deseos, durante milésimas de segundo, en la curva impresionante de sus pestañas. Sonrió, indeleble y lejana. Temblé, una frase de Tarkovsky aleteó entre mi estupor: "No desear, ser como niños"...
Un sorbo a mi Pacífico.
- Ese Azuma ya está ruco, si gana es porque perdió, dijo el más grande de los pequeñines descendientes de Caro Quintero.
Volteo y Talula lame el caparazón nocturno de nuestro gladiador. Me ve y lanza improperios a un ebrio inmerso en su orina que se debate entre la vida y la muerte. Ampáralo Gran Señora...
De ver a la morra o ver el combate..., pues prefiero pistear. Alguien dice:
- Una birria, compa, una birria. Le apuesto una birria al negro, jomi...
- No, respondo.
- Humm, pa´eso me gustaba compi...
- No compa, ando zarrilla, pura cacharpilla cargo, respondo.
- Es cura, es cura...
Finaliza la primera contienda, gana el pariente de Nelson Mandela. Interiormente yo le iba al Nelson porque el orden de los factores no altera al Azuma...
Comerciales, instantes que nos devuelven la confianza en el ser humano. Anuncian un fraccionamiento nuevo, cercano al aeropuerto:
"Si quieres vivir cachondo
ven a vivir a Macondo
ondo ondo ondo
ven a vivir a Macondo
¡Macondo!"
- Se lo va a fregar el Norris, ese bato es bien chacalón, dice el mesero que me destapa otra cerveza. Ahorita le traigo su cambio, compa... Jamás le vuelvo a ver.
Falora voltea con cierta gracia, es un girasol. Busca dónde estoy, ahora sí sonríe...
Dilema universal: el Norris o la jaina...
Para ganarme su amor debe admirar un detalle sobresaliente que me distinga del resto. Decido asumir una aguerrida postura de Tai Chi, desplazó estoicamente mis 120 kilos de masa, sin que se altere el entorno con los latidos de mi corazón que flota inerme en océanos de grasa.
Por fin algo decente. En minuto y feria el Norris destroza a un fantasma. El público sabe que el perdedor ya es un vegetal marchito que a duras penas subsistirá con la neurona que le queda...
¡Ahhhhh! Ya era hora. Un péndulo de sangre recorre el mundo.
Silencio.
El ambiente queda como Blue Demon al escuchar el escalofriante alarido de la mandrágora. Aparece la fuerza hecha hombre. La leyenda convertida en gancho al hígado se dirige a trote cansino hacia el encordado, enmedio de una fauna sedienta de excremento. Lo tocan, se santiguan. El amo de la destrucción, el obispo del jab con sus abalorios publicitarios colgando de la vestimenta.
¡Julio! ¡Julio! ¡Julio! ¡Julio!
La emoción sacude los intestinos. Las imágenes galopan raudas por los valles de la memoria. Pedro Infante y Juan Diego cabalgan de nuevo en el pulso de los videovidentes. La virgencita del Tepeyac se incomodará, supongo, por la efervescencia devocional que se desvía hacia una nueva y poderosa deidad.
¡Julio! ¡Julio! ¡Julio! ¡Julio!
La nurria en potencia está pendiente de todo. Se anima y silba estrepitosamente. Voltea a a verme otra vez.. Ya se hizo, Zoke Budeke, me digo a mí mix. Te lo merecías por disciplinado...
Un lastimero graznido perfora nuestros tímpanos. Lo reconozco de inmediato:
"Doctor Morales, ni los emperadores romanos cuando regresaban de mil batallas eran recibidos con este entusiasmo. Esto es delirio con el que se recibe a Julio César Chávez". Claro, no podía ser otro que don Antaño Andere.
Los sinaloenses casi se toman de las manos. Besos insinuados, el orgullo nacionalista que se comparte. Brincotean y reconozco en un santiamén los pasos básicos de la quebradita.
Talula Falora otra vez. Una sonrisa que pone en juego la consistencia de mi fervor deportivo o la inminente posibilidad de aventarme un quicky. Se lame los labios ella misma. Sabe lo que trae, autocomplacencia en mitad del hervor... Algo quiere esta perra, pienso, mientras palpo la solidez de mis Trojans.
Llega la ceremonia de los himnos. Todos, jubilosos, entonamos el nuestro y saludamos con fervor a nuestro lábaro patrio. Detestamos a Jimmy Lennon, el guiñapo anunciador que pronuncia el nombre de nuestro campeón mientras los ojos vacunos de Troll King le ven con lascivia.
El cronista habla detrás de las imágenes: "Joe Cortéz les dice ¡quietos, y venga ahora y que gane el mejor. Y como ya se sabe quién es el mejor... Una derecha alcanza en su huida a Whitaker, la derecha por abajo; empieza a enderezar sus armas a la parte blanda Julio César Chávez, que es una fórmula rumbo a la victoria".
Temporalmente Talula deja de existir. Todos estamos entregados a las mosquiteriles evoluciones de nuestro ídolo. Los gritos de la pitonisa del ferrocarril retornan a mi mente: "... le rompió la fuente de un trancazo".
El Río Rita se desborda de emoción, un caudal de energía contenida estalla en el antro. Es un milagro en la frontera, nuestras plegarias transfornan el lugar en un río Rito. Glorioso, la apoteósis vivida es inmarcesible. Un lazo de unión entre seres humanos de diversas razas unidos por la genialidad de los medios, Don King y Talula. Lanzo al aire mi plegaria: Diosito bonito, tú puedes hacerle ganar para que vuelva a pelear pronto, tú también sabes que libra por libra es el mejor.
Todos vemos lo que vemos pero no lo creemos. Round tras round nuestro júbilo pierde facultades, percibo que el misticismo de mis hermanos de evento empieza a desmoronarse. No importa, los momios están a su favor...
Talula intuye, sus fosas nasales se dilatan, percibe algo. Julio no es el Julio que todos conocemos. Los elfos de Televisa casi nos convencen de que nuestro gallo triunfará, pero una desazón nos invade...
De reojo checo a mi niurra, sigo firme. Clávalo Julio, clávalo., ese bato ni aguanta nada, apúrate para que Budeke entre en acción.
Coincido con Andere, a la altura del noveno episodio: "...no sabemos cómo puede ser campeón del mundo un boxeador que se la pasa huyendo y huyendo..."
Doy la razón al Sony: ".. rapidísmo y muy vivo este Whitaker, sin embargo, valiente como él solo, este Julio César sigue presionando. ¡Vean cómo cabecea, cómo se zambulle!, y luego conecta por la zona renal Pernell Whitaker..."
Andere y yo nos irritamos: "... otra falla del árbitro. El golpe a los riñones es prohibido, y ni pío dijo este señor Joe Cortéz. La verdad no nos gusta su actuación."
Casiniurra voltea una vez más. Deja su cerveza en el suelo y se arregla el cabello. Se huele la solapa del saco, hace muecas, así son las extrañas flores color malva...
Si ya me veo con ella en residencial Macondo: Toma abierta de nuestra casa de dos plantas. Apreciamos la construcción bellamente adornada. El jardín en todo su esplendor. En el portal un atado de piedras de Calcuta mecido por el viento. Ella y yo correteamos, un afgano cabalga suavemente mientras brotan rosas a su paso. Ella se avalanza hacia mí y la abrazo. Miramos a la cámara, nos miramos y empezamos a cantar:
"Si quieres vivir cachondo
ven a vivir a Macondo
ondo ondo ondo
ven a vivir a Macondo
¡Macondo!"
¡Atención, atención!... ¡Tierra llamando a Budeke, Tierra llamando a Budeke!... Esto es increíble, todos rezamos cualitativamente en pos del triunfo del púgil. Mantenemos nuestro irredento apoyo y como mexicanos estamos con el nuestro. Masiosare un extraño enemigo, maldito chícharo amargo, por eso nadie lo quiere...
Último round.
Silencio.
Talula Falora está inquieta, se arregla el arete del labio y se ajusta el cinturón...
Los ecos flotan, suspendidos entre la nube de tabaco, son voces de otro mundo...
Eco 1: "La verdad, la verdad, hemos visto a Julio César esta noche inclusive falto de vigor".
Eco 2: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, se ha visto mal en esta ocasión Julio César..."
Ella voltea, camina hacia mí. Qué hago. Budeke y Talula son novios, son novios, lero lero... Házmela buena Diosito. Me mira fijamente, es la transparencia de la máscara, la importancia de apoyarse en el muro, la fascinación que provoca causar deseo...
Es el último round... No, sería un sacrilegio. No puedo fallarle al Julio..., seguiré hasta el final, aunque el camino de los exsexos me lleve a la iluminación... Siento su respiración, su aroma invade mi espacio, tambalea mi endeble postura taichichuanera y esta agonía que no cesa.
Los ecos persisten:
Eco 3: "Julio hoy ha hecho la pelea del hombreeeeeeeeeeeeeeee..."
Talula pasa frente a mí y embiste. De la barra surge una avalancha, un clón de Paquita la del Barrio, es la mujer que nació para rodar, evidentemente es de la estirpe de las verrugas. Se dirige hacia mi Talula con gracia ameboidea...
Los murmullos languidecen...
Murmullo lánguido: "Bueno, pues ha terminado esta pesadilla; esa es la calificación exacta para Julio César, una auténtica pesadilla de 12 episodios.
Para mí empieza otra, busco a Talula Falora, abandono mi posición de caballo y ahí está. Los bofos, peludos y lascivos bracitos de la gorda enroscados en mi niurra. Mi flor malva muerde el lóbulo de esa hernia que me robó el amor, mi casa en residencial Macondo y para colmo el Julio no se clavó al Whitaker...
Finjo que no veo, paso de largo y pienso en las coreanas del Chicago. Ellas calmarán este dolor con sus piecitos amarillos pisando lento sobre mi espalda.
Me encamino hacia la salida del Río Rita. Pasaré primero a las Adelitas para ir agarrando ambiente. Ya me siento parte de este humo multicolor. La vida se acomoda suavemente, el nene con el nene y la nena con la nena. Mi corazón agarra su paso. Pinches levi´s que se vayan a Chihuahua a un baile. Escucho el último murmullo:
Último murmullo: "Pensamos, suponemos que hubo manipulación, que hubo mano negra..."
Yo también lo pienso mientras subo la escalera y canturreo una rolita que escuche aquí mismo, en una obra de teatro que el maestro Gurrola presentó en este congal:
"Ligue, ligue, ligue, ligue, li gue, li gue,
allí en el Río Rita
si no te pones moto
te coges un joto
ligue, ligue, ligue, ligue, li gue, li gue..."
Tomado de.
Cuentos e Historias de Estadio. Relatos deportivos y taurinos, futbol, toros y atletismo.
Ficticia. Ciudad de cuentos e historias
Vasconcelos, José Luis. Una extraña flor color malva que brota del muro.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/11/00
Marzo de 2004.
Pasiones futboleras
Luis Felipe Hernández
Histórico
Cada jugador participó ferozmente pero la fulminante patada del delantero definió el resultado: entallamiento de vísceras del árbitro.
Cambio
Ante el marcador adverso, el director técnico envía a su mejor hombre a la banca por dinero para sobornar a los jueces de línea.
Victoria
Disputadísima, sólo uno disfrutará jactancioso la última cerveza del estadio.
Estrella
Hubo discrepancias al decidir sobre otros puestos pero en la elección del portero la opinión fue unánime: todos votaron por él en la asamblea de condóminos.
Crónica
-… La afición es testigo de cómo nuestro hombre ha recorrido de extremo a extremo el estadio librando la custodia de tres rivales. Está a punto de lograrlo, da el servicio, cobra y ¡señoras y señores, ha vendido su centésimo refresco!
Vestidores
Mientras se preparan, la mayoría de los seleccionados opina que el primer tiempo fue lo mejor que cenaron anoche.
Reconocida
Sin intimidarse, el árbitro ha sacado la tarjeta ante la falta inesperada de efectivo en su cartera.
Pasión
Se armó gran trifulca en el partido. Hubo dos expulsados, tres lesionados y ante los ánimos enardecidos no fue posible elegir candidato a la presidencia.
Extractos tomados de:
Hernández, Luis Felipe. Pasiones futboleras, en Circo de tres pistas y otros mundos . Ficticia. México 2002.
PLATKO
Rafael Alberti
(Santander, 20 de mayo de 1928)
A José Samitier, capitán.
Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie,
oso rubio de Hungría.
Ni el mar,
que frente a tí saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más regía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire,
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote,
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiendo en la yerba de otro país. ¡Tú, llave,
Platko, tú, llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto,
temieron las insignias.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie, nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas, sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas, rotas alas,
combatidas, sin pluma, encalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por tí, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario el viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias,
las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko,
tú, tan lejos de Hungría!.
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?.
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.
Los poetas españoles de la generación del 27 (s.XX) fueron muy aficionados al deporte. Y, consecuentemente, lo convirtieron en tema de su poesía. Este poema de Rafael Alberti dedicado al guardameta del Barcelona "Platko"., quien gracias a su gran carisma y personalidad, se convirtió en fuente de inspiración para el poeta ibérico, quien le dedicó éste, uno de sus poemas más conocidos. Fue su actuación en la final de Copa de 1928 contra la Real Sociedad la que llevó a Alberti a escribir estos versos. Platko sufrió una herida en la cabeza durante la primera parte pero, haciendo un enorme esfuerzo y sin hacer caso de los consejos de los médicos, jugó la segunda. A pesar de todo y con la cabeza vendada, el húngaro hizo un partido excepcional y su leyenda creció a partir de entonces.
Píndaro
(518 - 438 a. C.)
A Aristóclides, vencedor en el pancracio
Introducción a la Nemea III (Fragmento)
Si bello de cuerpo y con una conducta que no desdice de su hermosura
el hijo de Aristófanes ha alcanzado la cima de su virilidad,
ya no es fácil seguir surcando el mar inaccesible
más allá de las columnas de Heracles,
héroe dios, dispuso como gloriosos testigos
del límite de la navegación, sometió éste en el mar a descomunales
monstruos de la navegación, sometió éste en el mar a descomunales
monstruos y por propio impulsa exploró de las marismas
las corrientes, por donde llegó hasta el punto final que le condujo de regreso
y descubrió aquella tierra. Corazón mío, ¿hacia que ajeno
promontorio desvías mi navegación?
Te pido que lleves la Musa a Eaco y su raza.
Con mis palabras se compadece lo mas sublime de la justicia elogiar al valeroso....
Del rubio Aquiles, ya de niño, cuando en casa de Fílira
vivía, grandes hazañas eran los juegos: muchas veces
con sus manos lanzaba, veloz como el viento, la jabalina de breve hierro,
en su lucha a leones salvajes la muerte causaba
y a los jabalís aniquilaba;
hasta los pies del Crónida Centauro
llevaba los cuerpos agonizantes,
a los seis años por vez primera y en todo el tiempo postrero...
Píndaro
(518 - 438 a. C.)
A Hierón de Siracusa
Introducción a la Olímpica I (Fragmento)
Reluce su fama
en la colonia, por sus hombres célebres, del lidio Pélope.
Por éste sintió pasión el poderoso Poseidón,
el que la tierra conduce, cuando Cloro lo sacó
del inmaculado caldero
provisto de un brillante hombro de marfil,
¡En verdad que es mucho lo asombroso!
E incluso puede acontecer que los rumores
de los mortales, habladurías adornadas con abigarradas
ficciones, trasgrediendo el relato verdadero,
nos engañen por completo.
Simónides
(500 a.C.)
EPINICIOS
1. A Astilo de Crotona o de Siracusa. ¿Quién de los de ahora se ha ceñido tantas veces la cabeza o con hojas de mirto o con coronas de rosas tras triunfar en las competiciones de las ciudades vecinas?
2. A Anaxilao de Region. Os saludo, hijas de las yeguas de pies veloces como el viento.
3. A Glauco de Caristo. Ni el fuerte Pólux lanzaría sus puños contra él, ni el férreo hijo de Alcmena.
Cuenta Aristóteles que Simónides se negaba a cantar a Anaxilao, vencedor en la carrera de carros tirados por mulas, pretextando lo poco noble de este animal. Cuando se le ofreció más dinero, venció sus escrúpulos, llamando a las mulas 'hijas de las yeguas'.
Simónides
(500 a.C.)
TRENOS
1. De los hombres pequeña es la fuerza, sin éxito son los propósitos y en una vida breve tienen trabajo tras trabajo; y la muerte, de la que no se puede huir, está suspendida sobre todos con igualdad: pues de ella igual parte les toca a los altos y a los bajos.
2. No existe mal que no puedan los hombres esperar: en tiempo escaso todo lo pone boca abajo el dios.
3. De los que en las Termópilas murieron, gloriosa es la fortuna, bello el destino, un altar es su tumba, en vez de lamentos hay recuerdos, el duelo es un elogio: y este presente funerario ni el moho ni el tiempo, que lo consume todo, lo borrará.
Este monumento funerario de hombres valientes ha ganado una gloria de Grecia que es suya ya; de ella es también Leónidas testigo, el rey de Esparta que ha dejado un gran ornamento de valor y una fama que fluye eternamente.
(2) Paso estrecho que comunica Grecia con el norte. Aquí, Leónidas, con un pequeño contingente griego, rechazó en 480 a los persas, causándoles muchas bajas.
(3) Rey espartano muerto en las Termópilas.
Francisco Cabañas
Medallista de plata en Los Ángeles 1932
Boxeo
Queda sin cerrar una de las puertas del viejo, bello armario español antiquísimo, de finas maderas artísticamente labradas.
Y se esparcen, por la sala toda, los recuerdos.
Flotan en la atmósfera.
Están presentes en recortes de periódicos, en fotografías, en diplomas, en documentos.
Y, por sobre todas las cosas, presentes están en la mente de este vigoroso hombre de 75 años, quien ganó la primera medalla olímpica para nuestro país, y que ahora sujeta con firmeza una fotografía y un papel que viste el ocre color del tiempo transcurrido.
Don Francisco Cabañas los muestra, orgulloso.
- Son mis dos grandes tesoros...
Los mira, absorto. Luego sonríe bondadosamente.
- Cuente, don Francisco, por favor cuente.
- Oh, señor... Son dos largas historias.
- Tenemos todo el tiempo que usted quiera obsequiarnos.
HISTORIA PRIMERA
Esto es un vale:
"Comité Olímpico Mexicano
Dirección: Av. P. Legislativo No. 7
Apartado Postal 7974
México, D.F.
BUENO POR $300.00
Recibí del señor Francisco Cabañas la cantidad de $300.00 (trescientos pesos) como depósito de sus comidas a bordo y en la Villa Olímpica, entendiendo que él pagará el pasaje de ida y vuelta a Los Angeles.
Presidente.- GraL Tirso Hernández.
Prosecretario.- M.E. Bracho".
Lo signa el propio M.E. Bracho.
Y, de aquí en más, sólo la voz de don Francisco Cabañas:
Era el verano de 1932...
Y en México empezaron los preparativos para integrar al equipo que nos representaría en los ya inminentes Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
El general Tirso Hernández, en aquel entonces presidente del Comité Olímpico Mexicano, daba mayor apoyo a la esgrima y el tiro.
No había, pues, muchos fondos para quienes practicaban el atletismo, y menos para quienes, como yo, queríamos ser boxeadores olímpicos.
Así que fue muy problemática la integración del equipo pugilístico, ya que para reducir los costos del envío de la escuadra, los directivos de nuestro deporte habían pensado en que nuestro boxeo fuera representado por varios pugilistas de ascendencia mexicana radicados en Los Ángeles, California. Alegaban que ellos tenían más cualidades y mayor experiencia que nosotros.
Pero, en fin, organizaron un torneo clasificatorio para definir al equipo nacional. El mayor problema sobrevino cuando se enfrentaron Chucho Nájera y Miguel Araico. Chucho era uno de los mejores boxeadores amateurs y gran favorito para ganar, pero no pudo acomodarse al estilo zurdo de Araico y perdió la decisión; muy dividida pero justa...
Se integró, pues, un equipo muy bueno. Estábamos: yo, en peso mosca; Sabino Tirado, gallo; Araico, pluma; Miguel Quintanar, ligero, y Manuel Ponce, peso completo. Pero a Quintanar y a mí nos dijeron, a unos días de la salida, que no iríamos porque no había dinero suficiente. Que si podíamos reunir lo que se necesitaba para pagar la Villa Olímpica y los gastos del viaje, lo hiciéramos, porque esa sería la única forma en la que se nos incluiría en el equipo.
Yo me descorazoné totalmente. Sentí que habían sido vanos todos mis esfuerzos y muy estúpidos todos aquellos sueños de representar a mi país en esa competencia. Mi realidad era que tenía que reunir más de 500 pesos... ¡Toda una fortuna en aquellos tiempos!
Las cosas comenzaron a mejorar poco a poco...
Lo primero que sucedió fue que Chucho Nájera, decepcionado por lo que había pasado, decidió debutar de inmediato en el profesionalismo. Su mánager, Félix Vega, que entre paréntesis era un tipo muy astuto, me invitó a la función. Vega estaba enterado, al ciento por ciento, de mi situación. Y fui a la arena a ver pelear a mi amigo, que esa noche enfrentaría a un rival de apellido Guerra. Chucho ganó la pelea y como su estilo gustó tanto, la gente comenzó a arrojar dinero al cuadrilátero. Se juntaron como 80 pesos y el anunciador informó que ese dinero recabado era para el vencedor. Chucho dió las gracias y, de repente, pidió el micrófono al anunciador y ahí, seriamente, en el centro del ring y señalándome con el índice derecho, se dirigió a los espectadores y les dijo: "este dinero no será para mí... Será para él, que es un joven y brillante boxeador aficionado que necesita juntar una cifra muy fuerte para poder ir a competir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles". Entonces algo dijo al promotor, volvió a tomar el micrófono y manifestó al público: "este joven es campeón nacional mosca, y les aseguro que puede ser ganador de una medalla en los Juegos, así que mucho les agradeceré su cooperación para que pueda cumplir su anhelo. Nadie se arrepentirá de ello".
Esa noche salí de la arena con 120 pesos, y con una serie de sensaciones que se encontraban. Estaba feliz y conmovido por el gesto de Chucho y por la cantidad que habíamos reunido, pero al mismo tiempo preocupado, muy preocupado... ¿De dónde iba a sacar lo que faltaba? Y si no podía hacerlo, ¿cómo devolver esa cantidad que la gente había cedido tan espontáneamente?... Y, por último, si finalmente conseguía el dinero y viajaba, había adquirido, desde ya, el compromiso de ganar una medalla. No podía defraudar a nadie.
Los días pasaban inexorablemente y no lograba reunir más dinero. Me faltaban aún ¡380 pesos! para pagar la Villa y hacer el viaje. Estaba muy deprimido. Casi no comía. Asistía al gimnasio y regresaba de inmediato para ayudar a mi madre en una pequeña tienda de abarrotes que teníamos. Evitaba ver a mis amigos de la colonia Obrera, quienes querían que yo hiciera el viaje, pero que se sentían frustrados porque no podían ayudarme económicamente. A duras penas había llegado a reunir, ya, 200 pesos. Pero...
Hasta que, al verme así, mi madre decidió ayudarme. Y me dio los 300 pesos, que eran todos sus ahorros. Ese dinero significaba el sacrificio de muchos años. No lo quise aceptar porque entendía perfectamente el esfuerzo de mi madre para reunirlos. Pero ella, finalmente madre, insistió en desprenderse de ellos para que yo pudiera ir a Los Ángeles. Llorábamos los dos cuando los acepté.
Al día siguiente, a primera hora, ya estaba yo ante el general Tirso Hernández. Entregué el dinero, el señor Bracho firmó el vale, y quedé formalmente inscrito como parte de la delegación mexicana a los Juegos de la décima Olimpiada. Con los otros 200 pesos cubrí el pago del viaje, ida y vuelta, por ferrocarril.
HISTORIA SEGUNDA
Acción en los Juegos Olímpicos.
Ya Francisco Cabañas ha ganado su pase a la final de peso mosca del torneo pugilístico. Y, con eso, se ha convertido -aunque en la misma tarde en que él dispute el oro, al tirador Gustavo Huet le sea entregada la presea de plata que conquistó en la prueba de 50 metros pequeño calibre- es el primer deportista mexicano que conquista una medalla en la todavía incipiente historia de las olimpiadas modernas.
Cae la noche en este sábado del 13 de agosto de 1932.
Don Francisco es el relator:
Se llenó la arena. Estaba repleto el Olympic Auditorium. La gente gritaba, a toda garganta, "¡México!" y repetía el grito una y otra vez. Yo sentía ese ferviente apoyo de los miles de mexicano-californianos allí congregados. Me sentían como algo suyo. Yo los sentía como algo muy mío. Eran, allí, los auténticos representantes de mi país. Yo era su esperanza de victoria. El reloj de la arena marcaba exactamente 19:12 cuando al ring subió mi pelea, en peso mosca. Gritó el anunciador: "en la esquina roja, el húngaro Stephan Enekes; en la azul, el mexicano Francisco Cabañas".
De aquella pelea, más que recordarla le voy a leer la narración que hice para la revista El Ring, una de las mejores de aquella época, unos días después de mi regreso.
El encabezado es "El robo a Cabañitas".
Dice así:
Arbitra un europeo. Posiblemente conoce muy poco de boxeo, pues se auxilia continuamente de los delegados. Raúl Talán está en mi esquina; Quintanar, mi compañero, lo ayuda como second. Bert Colima no me entiende; yo no hablo inglés y su español es precario.
- Primer round. El húngaro ataca, pero lo esquivo. Me siento muy bien, muy valiente, y repelo el ataque con un cruzado de izquierda. El se cierra. Siento que lo he dañado pues veo que se estremece. Está dolido pero alcanza a tirar varios ganchos, y asienta uno. Me doy cuenta de que su boxeo es aparatoso y que debo tener más cuidado. Es un valiente. Le he dado buenos golpes pero, aún así, siempre va adelante. Siento que gano el episodio...
- Segundo round. El húngaro sale y de inmediato empieza a tirar golpes. Varios ganchos me llegan al cuerpo, pero no retrocedo. Lo cruzo. Vuelvo a la carga y le doy una golpiza. Lo cruzo en varias ocasiones. Siento que se cae, que se desmorona. El se sujeta de las cuerdas. La multitud me aplaude. Enekes se resiste a caer pese a estar muy dañado. Siento que también he ganado este episodio y, con él, la pelea...
- Tercer round. Salimos al último asalto. Los dos estábamos muy cansados. El, como en toda la pelea, tirando muchos golpes pero que no llegan a su objetivo; un boxeo aparatoso, finalmente. De pronto, en una de esas entradas, alocadas, me pisa y ambos caemos. El réferi, de nueva cuenta, lo protege. Al único que le cuenta es a mi... ¡Mentira, eso no fue caída! La campana suena. La pelea ha terminado. Enekes, cabizbajo, se dirige a su esquina mientras que el público me abruma con aplausos. En la arena sólo se escucha el nombre de ¡México!, ¡México!...
Termina Francisco Cabañas su relato.
La fotografía, de la que se habla al principio y que está montada en un precioso marco, perpetúa aquel despojo. Muestra a Enekes casi colgado de las cuerdas, mientras el réferi adopta una actitud pasiva y Cabañas permanece expectante.
Es el recuerdo imperecedero de aquel instante en el que me sentí campeón olímpico...
No lo fue. No fue monarca.
- De pronto, me invadieron el desencanto y la rabia. Me quedé helado cuando el réferi se dirigió al húngaro y le levantó el brazo en señal de triunfo. Enekes, incrédulo, se quedó inmóvil por varios segundos, hasta que por fin dió un brinco de gusto, mientras el público dedicaba al jurado una tremenda rechifla que se alargó por varios minutos...
Los diarios de la época llamaban a aquella delegación:
"La desorganizada misión olímpica".
Era la tercera vez que un equipo mexicano competía en los Juegos Olímpicos de la era moderna.
No había tenido éxito alguno en sus dos primeras aventuras: París, 1924, y Amsterdam, 1928.
¿Lo tendría ahora?
Sí.
Así haya sido en forma escueta, los diarios publicaron:
Los Angeles, California, 12 de agosto de 1932.- El mexicano Francisco Cabañas asegura la presea de plata en la división de peso mosca de boxeo; mañana peleará en la final por la de oro ante el húngaro Stephan Enekes. Esta es la primera medalla olímpica para México.
Horas después, Gustavo Huet añadiría su nombre al de los deportistas ganadores de preseas en olimpiadas.
Eran tiempos de gran inquietud en el país. Tiempos de posguerra, en los que, además, aún estaban frescas, en alma y piel del pueblo mexicano, las heridas de la Revolución. Ya no se estremecía su suelo en los estertores de la lucha armada y habían pasado cuatro años desde el asesinato de Alvaro Obregón, pero México entero luchaba en esa difícil transición entre ser el viejo país semicolonial, rural aún, apartado del mundo no sólo por las distancias geográficas sino por su propia incultura y ser el país que se perfilaba hacia la industrialización, hacia el desarrollo, hacia la modernización. Se debatía entre sus propios conflictos; entre, todavía, sus fugaces reyertas. Pero en libertad. Y las diferencias políticas se dirimían con auto-decisiones y no con un balazo en la frente. Fue así como, por estar en desacuerdo con las frecuentes intervenciones de Plutarco Elías Calles -quien se obstinaba en ser el hombre del Poder detrás de la silla presidencial-, Pascual Ortiz Rubio dimitió a la Presidencia de la República en ese 1932 y la Cámara de Diputados eligió a Abelardo L. Rodríguez como presidente interino hasta las elecciones de 1934.
Y ya se perfilaba, con toda su fuerza, un hombre: Lázaro Cárdenas.
Así que, dentro de este panorama, el deporte. . . ¿Qué es eso?
Pero aquella noche, cuando menos, todo era diferente.
Todo sería diferente.
Los diarios estarían muy pendientes del resultado de aquel combate a más de tres mil kilómetros de distancia. Principalmente Excélsior y El Universal distrajeron un poco la atención del público y la desviaron hacia aquella pelea.
Pero había un problema:
La función sería en la noche californiana -dos horas más temprano en relación con el horario de México- y en aquel entonces no había ediciones especiales. Excélsior concibió, entonces, una maniobra para informar al público, cuando menos, del triunfo o del fracaso. En una torre de su edificio sería encendida una luz que anunciaría el resultado: verde en caso de victoria; roja en caso de derrota.
Don Francisco, entre risas:
- Me contaron que había gente, ya muy noche, que estaba ahí, frente al edificio, esperando que se prendiera la luz en la torre. Y lo malo fue que me dieron en la torre... Después me decían algunas personas: "Así que fue usted quien nos desveló aquella noche olímpíca"...
Muchas otras se preguntaron:
¿Quién es este personaje?
Pocos, muy pocos conocían su historia.
¿Quién era este elegido del destino?
Nadie sabia de donde venía...
Venía de las entrañas mismas de un país que, triunfante ya la revolución maderista, pagaba todavía con sangre el precio de su devenir histórico.
Cuando Francisco Cabañas nació -22 de enero de 1912-, meses ha que el dictador Porfino Díaz zarpó, en el Ipiranga, rumbo a su exilio europeo, pero las armas no han sido depuestas. Porque el presidente Madero ha tenido ya, que controlar una sublevación de su enemigo político, Bernardo Reyes, quien se encuentra en Estados Unidos. Y después parten las fuerzas federales a combatir a Emiliano Zapata y a Pascual Orozco, quienes desconocen a su gobierno y lo acusan de traicionar los principios de la Revolución, sobre todo en lo relativo al aspecto agrario.
El boxeo, que seria el deporte de Cabañas, se practica sin reglas y sin límite de rounds, Las peleas acabarán cuando uno de los dos combatientes se declare vencido, o con la intervención del jurado. Las funciones se realizan en la Academia Metropolitana, en el circo Welton y en el salón Nuevo México frecuentemente terminan en broncas espectaculares, porque los espectadores no aceptan las decisiones de los jueces. Es un deporte que engalana las fiestas de la alta sociedad; muy gustado en los clubes privados y espectáculos de primera en las fiestas sociales. Destacan, entre los peleadores nacionales: Fernando Colín, Cuauhtémoc Aguilar, Antonio Esperón, Mendizábal Carreño, Mexican Kid...y, entre los extranjeros, nos visita nada menos que el peleador negro Jack Johnson, quien poco después se convertía en campeón mundial de peso completo, además de Kid Pride, Kid Lavigne, Kid Houde y Mack Connell.
1913...
Ya cumple un año el niño Francisco Cabañas Pardo.
Y su padre, que es músico -domina todos los instrumentos de aire e incluso ha actuado en Europa-, organiza una pequeña fiesta para celebrarlo, dentro de la modestia de aquella vecindad ubicada en Doctor Navarro 28. Y rompe un poco la languidez de las tardes en la colonia de los Doctores. Circulan escasos vehículos por el barrio, habitado por gente de clase media baja. Predominan las carretas y los carretones tirados por animales; poco a poco van quedando en la historia los fastuosos carruajes alados por briosos corceles. El Ayuntamiento ¡horror! registra ya 2,400 vehículos motorizados y en la Alameda se instala el primer sitio de automóviles de alquiler. Esos no son vistos por las calles de la Doctores, empedradas e insalubres, porque las tuberías del drenaje corren a las orillas de la banqueta.
Pronto son otras atmósferas y otros ruidos los que desgarran la tranquilidad de la zona.
Porque hoy es el 9 de febrero de 1913.
Y el centro de la ciudad se convierte en zona de batalla.
Hoy da inicio la llamada Decena-Trágica: Manuel Mondragón y Manuel Velázquez liberan a Félix Díaz -sobrino del dictador derrocado- y a Bernardo Reyes. Se unen los conspiradores. Es Mondragón quien dispara el primer cañonazo contra la puerta de Palacio. Y hace blanco. Los sublevados se apoderan temporalmente de Palacio y Catedral, hasta que reculan ante la ofensiva de Lauro Villar, Comandante Militar de la Plaza. Reyes y Velázquez se apoderan de la Ciudadela y la convierten en su cuartel general. Reyes encabeza entonces un segundo ataque a Palacio y muere en el intento, en el que es herido Lauro Villar. El presidente Madero nombra a Victoriano Huerta nuevo comandante. Sobre las calles empedradas ruedan ahora los cañones y galopan los caballos de las fuerzas montadas. Y corren los soldados al encuentro mortal con otros soldados. Espirales de humo se esparcen por la nitidez del cielo tan azul. Y huele a pólvora. Y ululan las sirenas de las ambulancias, que recogen heridos por doquier; para evitar epidemias, los cadáveres son apilados e incinerados en las calles. Mueren muchos civiles entre esa gente que corre, despavorida, entre las balas, enarbolando la blanca bandera de la paz. El combate se generaliza en las cercanías de La Ciudadela. Por todos lados atruena la voz tartajeante de las armas de fuego. Se pelea en Balderas y en Independencia y en la avenida Juárez y en la calle Ancha -Luis Moya- y en Niño Perdido y hay barricadas frente a la Casa de Belem y Felipe Angeles sitia La Ciudadela y se desmoronan los edificios bajo el intenso cañoneo, y se produce un armisticio -el día 16- en el que no hay acuerdo. . . Hasta que, ¡Traición!: Victoriano Huerta se entrevista en secreto con Henry Lane Wilson, embajador de.Estados Unidos, y se produce el Pacto de la Embajada, al que sucederá el Pacto de la Ciudadela, entre Huerta y los sublevados. En la noche del día 18, Huerta sorprende a Madero y al vicepresidente, José María Pino Suárez, en Palacio Nacional, los aprehende y les ofrece respetar sus vidas a cambio de que renuncien a sus cargos. No hay opción. Madero y Pino Suárez firman el día 19. La Cámara de Diputados acepta las renuncias y nombra presidente interino a Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones, quien tendría uno de los mandatos más breves de la historia: apenas 45 minutos, en los que otorga a Victoriano Huerta el Ministerio de Gobernación y después dimite. Huerta, el siniestro calvo de oscuras gafas enmarcadas en finos aros dorados, es investido como Presidente Constitucional Interino. Tres días después, Madero y Pino Suárez son transportados a la Penitenciaria del D.F., y acribillados frente a uno de los muros del penal.
Y cobran nueva vida las fuerzas revolucionarias, ahora para combatir al mandato del terror.
Venustiano Carranza, Pablo González y Alvaro Obregón suman fuerzas e integran el Ejército Constitucionalista, al que posteriormente se adhiere la famosa División del Norte, comandada por Francisco Villa mientras que, por el sur, Emiliano Zapata continúa su tenaz lucha independiente. Pascual Orozco y Juan Andrew Almazán, entre otros, se han rendido y ahora visten el uniforme huertista.
Pronto cae el tirano.
Don Francisco:
- Y mucha gente supuso que volvería la paz a la nacion...
No seria así.
Cada líder respondió a sus expectativas y a su visión personal de lo que debería de ser el, país. Y el gobierno que lo rigiera. La lucha armada se recrudeció y durante largos años por México entero cabalgaron, cabeza con cabeza, la guerra, el hambre, la sed, la peste, la desolación... La muerte, pues. Y uno a uno fueron cayendo, víctimas de sus propias pasiones, de sus propias traiciones, de sus propias ambiciones, los legendarios caudillos de la Revolución.
Pero ya, ya hán abierto un camino...
Don Francisco:
- Afortunadamente, nosotros estábamos muy pequeños para comprender, cabalmente, lo que sucedía en nuestro país. No entendíamos aquellos horribles crímenes políticos. Por ejemplo, yo tenía siete años cuando -10 de abril de 1919- el general Zapata fue asesinado
-en la Hacienda Chinameca, traicionado por el federal Jesús Guajardo-. Todo mundo hablaba de ello, pero yo supe lo que significaba la muerte y de su dolor, hasta que, al año siguiente -en el que también falleció Venustiano Carranza, traicionado, ejecutado en un jacal en Tlaxcalantongo el 21 de mayo- murió mi padre, víctima de una angina de pecho. La vida, entonces, nos cambió totalmente. Con el seguro que nos dejó mi padre, de mil pesos, mi madre instaló una tiendita de abarrotes, La Brisa, cuya puerta trasera se comunicaba con la vecindad en la que vivíamos y entonces tuvimos que trabajar muy intensamente los seis hermanos. Yo estudiaba la primaria.
Y ya peleaba.
En las calles. En la escuela. Donde fuera.
- Es que el boxeo -dice él-, ¿sabe?, como que lo trae uno muy adentro.
Era todavía un niño, pero en toda ocasión posible don Francisco acudía a las funciones de boxeo. Las de pugilismo amateur se presentaban en la arena Libertad, mientras que las de boxeo profesional se realizaban en las arenas Peralvillo y Degollado y en el cine Palatino -en Arcos de Belen-. El pugilismo de paga se reglamentó el 24 de agosto de 1923, cuando el Presidente y el Secretario del Ayuntamiento de la ciudad de México, respectivamente don Ramón Riverol y don Julio Jiménez Rueda, firman el decreto mediante el cual se crea la H. Comisión de Box y Lucha del D.F., cuyo primer presidente es don Manuel Muñoz.
Don Francisco:
- Yo formaba parte de un grupo de amigos que nos divertíamos básicamente en el deporte. Por ejemplo, nos gustaba mucho ir a nadar al Canal -hoy calle del Obrero Mundial-, que era una de las márgenes del Río de la Piedad hoy Viaducto. Recuerdo que una tarde -20 de julio de 1923-, en la que disfrutábamos de un sol espléndido, fué asesinado Pancho Villa -durante una emboscada en Parral, diseñada por Alvaro Obregón y ejecutada por Jesús Salas Barraza-... Otra diversión era el cine Variedades, que funcionaba en la colonia de los Doctores, como a unas seis cuadras de mi casa. Nos íbamos a galería, porque costaba cinco centavos. Su butaquería era de madera. Abajo costaba 15 centavos. Esos asientos estaban mulliditos.
Pero su afición por el pugilismo era incontenible.
Ya el boxeo profesional se presentaba, en sus noches de gala, en la recientemente inaugurada arena Coliseo. Y en ella brillaban los nombres de Babe Arismendi, Manuel Villa, Ceferino Estrada, y se formaba el famoso triángulo Joe Conde-Juan Zurita-Rodolfo Chango Casanova.
Hasta que Cabañas no pudo más.
Es de don Francisco el relato:
Era el año 26. Yo tenía 14 años y acudía a la Escuela de Constructores, en lo que ahora sería la Vocacional, allá por Tres Guerras. Quería ser ingeniero mecánico. En el camino a la escuela, cerca de La Ciudadela, se encontraba el gimnasio Fabriles, que era manejado por José Medrano, a quien auxiliaba Mike Febles. La estrella allí era Manuel Villa 1. Me metí ahí por curiosidad, nada más para ver; después me inscribí sólo para hacer un poco de ejercicio...
Y de pronto descubrí que tenía facultades para el boxeo, y que me encantaba practicar este deporte.
Sucedió que, a unos meses de haber entrado al gimnasio, me inscribí en un torneo que allí se celebró. Pesaba 39 kilogramos y combatí en una división a la que llamábamos Gran Paja. Eramos como 12 chiquillos en ese peso. Y gané. Y me gustó. Y decidí seguir.
Él siguiente paso fue el Club Internacional, que se encontraba en las calles de Tacuba y al que acudía la flor y nata del boxeo mexicano, como Alfredo Gaona, Fidel Ortiz y Carlos Orellana. El director era Rosendo Arnáiz, un profesor muy bueno y muy querido. Hablé primero con su ayudante, Jorge Costas, le dije que era boxeador y que entrenaba en el Fabriles. No dudó de mis palabras pero me dijo que, para ser admitido, tendría que pelear cóntra Chucho Nájera; que si lo vencía y causaba buena impresión, se me daría una oportunidad en el equipo.
Acepté. Me enfrenté a Chucho Nájera. El me venció en una buena pelea, muy cerrada. Pero les gustó mi estilo y me dieron la oportunidad cuando Chucho subió a peso pluma... Así entré al Club Internacional. Hice una gran amistad con Nájera, Gaonita y Fidel Ortiz, aunque todos eran mayores que yo y por eso me llamaron Cabañitas. Me gané su cariño y su confianza a base de un buen comportamiento y de un incontenible deseo de superación. En el club todos nos apoyábamos. Había una ejemplar unión. Yo, por mi parte, desde aquella derrota ante Nájera, me mantuve invicto durante cinco años.
Francisco Cabañas interrumpió sus estudios de ingeniería mecánica dos años después de haber tomado la decisión de ingresar al Club Internacional.
Y dividió así sus tiempos:
Por la mañana apoyaría a su madre en la tienda de abarrotes; entrenaría por las tardes, y por las noches estudiaría contabilidad.
1928: Juegos Olímpicos de Amsterdam.
Cuatro miembros del Club Internacional forman parte del equipo nacional de boxeo:
Raúl Talán, Fidel Ortiz, Alfredo Gaona y Carlos Orellana.
En la estación Colonia, del ferrocarril, los despide su amigo, Cabañitas. Antes de abordar el tren, le escuchan decir:
- Les prometo que voy a estar en los próximos Juegos Olímpicos.
- Lo lograrás, Cabañitas, lo lograrás...
Los Juegos de la capital holandesa fueron inaugurados el 28 de julio. Once días antes
-48 horas después de su segunda toma de posesión como Presidente de la República- y durante un almuerzo en el restaurante La Bombilla, en San Angel, murió el último gran caudillo de la Revolución: Alvaro Obregón fue asesinado a sangre fría por el fanático León Toral.
Cuatro años después, Francisco Cabañas se encontraba entre aquel centenar de jóvenes que, metidos en el albo uniforme, esperaban con cierta impaciencia la partida del tren.
La misma estación Colonia.
Los mismos amigos.
Pero ahora era él quien partía.
Y era dueño absoluto de los recuerdos.
Don Francisco:
En esos momentos lo recordaba todo: aquellas peleas representando al Club Internacional, aquel gesto de Chucho Nájera en la arena Iturbide, aquel momento en el que mi madre me entregó todos sus ahorros y los dos lloramos, aquella despedida a mis amigos que salían rumbo a Amsterdam, mi promesa... Todo eso fue mi gran aliciente: tenía que ser alguien; tenía que regresar victorioso. Había muchas cosas en juego. Mucha gente confió en mí y no podía defraudarla.
- ¡Váaamonooos!-, se alargó el grito del hombre de azul.
Decenas de manos se agitaron en señal de despedida.
El largo gusano de fierro unió todas sus partes y avanzó pesadamente, deslizándose sobre las vías.
Y partieron los atletas al encuentro consigo mismos.
Voz de don Francisco:
- El viaje de México a Ciudad Juárez fue pesado, pero muy bonito. La convivencia en el tren lo hizo menos cansado, ya que todos tratábamos con todos. Antonio Haro Oliva y yo, que éramos de los jóvenes, recibíamos el cariño, la protección de los demás.
Cuando llegamos a Ciudad Juárez nos ofrecieron una gran recepción en el Palacio de Gobierno. Al día siguiente y en autobús, nos dirigimos a El Paso, Texas, desde donde salimos rumbo a Los Angeles, otra vez por ferrocarril. Ese viaje fue más pesado. Hacía un calor insoportable, sobre todo cuando cruzamos el desierto de Yuma. No podíamos ni abrir las ventanas. íbamos allí dentro, sofocados, en mangas de camisa. Nos distraíamos un poco caminando por los pasillos.
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Pero todo cambió cuando llegamos a Los Angeles. La recepción, allí, fue de lo más cálida. Nos estaban esperando un buen número de compatriotas, que nos hicieron sentirnos muy a gusto. Nos ayudaron en todo. ¿Cómo olvidar a gente como Ernesto Carmona? Bert Colima, un peleador mexicano que tenía muchos años de radicar en Los Angeles y que en 1927 había sostenido algunos combates en nuestro país, apoyó decididamente al equipo de boxeo. El no hablaba muy bien el español, pero tenía muchos deseos de ayudar. Y lo hizo. Apenas llegamos a la Villa Olímpica, nos instalamos, y de inmediato nos llevó a entrenar al famoso gimnasio de la calle Maine. Y yo allí, a los 20 años, en mi primer viaje fuera de la capital, y nada menos que representando a mi país en Los Angeles... ¡Como en un sueño!
30 de julio de 1932.
Día inaugural de los X Juegos Olímpicos de la era moderna.
El gran esfuerzo ha valido la pena:
El estadio Memorial Coliseum, construido específicamente para este acontecimiento deportivo, está lleno, en su totalidad: 105 mil espectadores colorean sus tribunas, dan calidez al acto.
Ceremonia de gran belleza y muy vistosa.
Es Charles Curtis, vicepresidente de los Estados Unidos, quien pronuncia las palabras del ritual declarando abiertas las competencias y el militar George Calnan quien toma el juramento deportivo, mientras una gran llama emerge de la antorcha y un cañón dispara diez balas de salva porque son diez, ya, las olimpiadas de la modernidad.
Don Francisco:
- La delegación mexicana fue una de las más aplaudidas por un público respetuoso que, incluso, aceptó de buena manera la solicitud hecha al través de los altavoces para que permaneciera en sus asientos 10 o 15 minutos después de que terminara la ceremonia, para que los atletas pudiéramos salir con fluidez del estadio y alcanzáramos, sin problema de tráfico, la Villa Olímpica.
Se encontraban 1,408 deportistas, representantes de 37 naciones.
Todo bien. Hasta que sucedió lo inevitable: las derrotas comenzaron a llegar a la delegación mexicana.
Este era el panorama en el equipo de boxeo:
Finalmente, el general Tirso Hernández optó por dejar fuera a los mexicano-californianos Manuel Martínez y Raúl Ocampo, y sólo permitió participar a Al Romero, un peso ligero de gran pegada y mucha calidad quien, incluso, era señalado entre los grandes favoritos para ganar una medalla. Pero Al fue descalificado en un insólito veredicto del réferi después de que, en realidad, Romero había noqueado al inglés McLane con un fuerte golpe al plexus. El resto de la escuadra siguió la misma suerte: el peso completo Manuel Ponce perdió ante el francés Gastón Mayer; Tirado -gallo- y Quintanar -welter-: fuera en su primera pelea, lo mismo que el pluma Araico, cuyo vencedor, el estadunidense Jim Haines, tampoco pudo continuar por haber sufrido una herida en la ceja izquierda.
Sólo quedaba Cabañitas.
Don Francisco:
- Yo resulté afortunado desde un principio, pues en el sorteo pasé bye la primera ronda.
- ¿Qué clase de peleador era ese Cabañitas, última esperanza de México en aquellos Juegos?
Se ruboriza don Francisco cuando de autodefinirse se trata:
- Básicamente, yo era un boxeador muy técnico. Nunca me cortaron las cejas ni tuve las llamadas orejas de coliflor. En rara ocasión me conectaban un buen golpe. Recuerdo que Fray Nano, quien era uno de los más conocidos críticos de boxeo, decía que yo era el púgil mexicano que disparaba el 1-2 más rápido. Pero, sobre todo, tenía una buena izquierda que tiraba cruzada.
Segunda ronda del torneo pugilístico.
Se presenta el peso mosca mexicano Francisco Cabañas, quien derrota al italiano Paolo Bruzzi. En su siguiente actuación, se impone al australiano Isaac Duke. Y ya está en la antesala. Si triunfa en su siguiente combate, ante el inglés Stanley Pardoe, habrá asegurado su pase a la final y, con ello, cuando menos estará segura la medalla de plata.
12 de agosto. Hoy. La pelea.
Don Francisco:
- Pardoe era un boxeador más alto que yo, delgado, rubio, y de una gran técnica. La pelea fue muy pareja. De preferencia, yo marcaba la distancia con el jab de izquierda y, en cuanto podía, clavaba el 1-2. Fue un combate de dos esgrimistas del boxeo técnico; un combate fino, de muchos golpes y muy bien ejecutados. Yo subí con un calzón negro y una camiseta color crema con una franja de listones, verdes, blancos y rojos, que iba del costado izquierdo al hombro derecho. La camiseta era de lana y tan larga que parecía uno de esos antiguos trajes de baño. Lo que yo quería era que no se me saliera del calzón. Finalmente, me impuse con toda claridad y me llevé la decisión unánime: 3-0 -en aquel entonces votaban sólo dos jueces y también el réferi en 1952-56 y 60, aumentó a tres el número de jueces y se eliminó la votación del réferi a partir de Tokio 1964 se impuso el sistema de votación de 5 jueces, que permanece hasta la actualidad.
¡Ya!... ¡Francisco Cabañas es el primer medallista olímpico mexicano!
Don Francisco:
- El sueño se había hecho realidad... ¡Imagínese nada más cómo estaría todo aquello! Era como un día de fiesta. Cuando fui a descansar en la Villa Olímpica, me esperaban ya cientos de compatriotas que festejaban esa nuestra primera medalla olímpica. Y todos me cuidaban al máximo. No querían ni que me diera el aire. Todo eso me emocionó muchísimo. Pensaba en lo satisfactorio de ese momento, aunque también sentía pena por el inglés, tan buen peleador y derrotado. Quise imaginar lo que él vivía, pero nada más me estremecí y mejor volví a mi realidad.
Al día siguiente, el Olympic Auditorium presentaba un lleno total.
De por si muy atractivo el boxeo en Los Angeles, aquella jornada final se engalanaba con la presencia de un peleador mexicano.
Y acudieron cientos de compatriotas.
Y casi el pleno de nuestra delegación.
Miles de fanáticos, sin el anhelado pasaporte a la emoción, se agolpaban ante las taquillas. Inútil. Todo había sido vendido. Boletaje agotado.
Don Francisco Cabañas subió al ring acompañado ahora no sólo por Bert Colima, sino también por don Raúl Talán, quien había sido su compañero en el Club Internacional -uno de los cuatro a los que despidió en 1928, cuando salieron hacia los Juegos Olímpicos de Amsterdam- y que hacía una escala en Los Angeles, en su viaje rumbo a Japón, donde expondría su cetro pluma de Oriente.
Don Francisco:
-Raúl me conocía bien, porque habíamos compartido muchos días en el Club Internacional, y finalmente su apoyo en la esquina resultó fantástico para mí, porque a la mera hora a Bert ni le entendía bien. Se ponía muy nervioso y gritaba mucho en inglés, y a veces en un español muy malo. Su "espangles" era una mezcla muy simpática, pero no muy oportuna en el momento en que uno tiene que recibir instrucciones en la esquina. Así que la presencia de Raúl me cayó como anillo al dedo.
Momentos antes de que diera comienzo la pelea contra Enekes, hasta la esquina de Cabañas llegó el tirador Gustavo Huet, quien lucía ya sobre el pecho la medalla de plata ganada ese mismo día. Y le dijo:
- Mirala, es muy bonita... Pero son más bonitas las de oro. ¡Gánala!
Respondió Cabañas, emocionado:
- ¡Voy por ella!... Ese húngaro está muy grandote, pero le voy a ganar.
El diálogo fue interrumpido por la llamada de los asistentes.
Cabañas fue al centro del ring a la presentación; al primer encuentro con su enemigo.
Y sonó la campana...
Y pasaron nueve minutos de acción...
Y fue emitido un fallo controversial y muy protestado.
Don Francisco:
- Me acuerdo que bajé llorando del ring. Me sentía apenado con todo el mundo. Sentía que había fallado, que no había podido ganar, para mi país y para toda aquella gente que me había apoyado, la medalla de oro. Sentía una rabia infinita y no sabía cómo expresarla; no era contra Enekes, el menos culpable de todo, sino contra aquellos jueces que me habían perjudicado.
Hasta que llegó el momento...
Don Francisco:
- Fui llamado a la ceremonia de premiación. Y entonces, como por encanto, desaparecieron toda mi frustración y toda mi rabia... Cuando subí al podio me invadió una sensación que jamás imaginé. Y eso no fue nada al compararlo con lo que sentí cuando vi que se elevaba nuestra bandera, y escuché el clamor del público, y me miré el pecho y vi la medalla.. . ¡Todo lo que representaba! Y volví a llorar. Pero ahora fue muy distinto. Fue entonces cuando comprendí la gran valía de lo que había logrado.
Terminó la aventura. Adios, Los Angeles.
Y se produjo el regreso a casa.
Don Francisco:
- El viaje de retorno fue igual de pesado que el de ida. Pero el mayor incentivo ahora, era el de estar nuevamente en casa y hablar de cada uno de los momentos vividos en aquella Olimpiada. En la estación Colonia aguardaban un grupo de amigos y de familiares. Pocos periodistas. Al día siguiente, en los diarios aparecieron un par de fotografías en las que los personajes centrales éramos Gustavo y yo. Y nada mas.
¿Premios? ¿Reconocimientos? ¿Homenajes?...
Ninguno.
Don Francisco:
- Lo menos que esperaba yo era que me pagaran esos 300 pesos que debía a mi madre y que usé para representar a mi país en el extranjero. Pero nada. Por eso conservo el vale. Como una muestra del apoyo que en aquel entonces era ofrecido al deportista.
Nada hizo el gobierno por Francisco Cabañas.
El primer homenaje que recibió el medallista fue organizado por el reportero deportivo Carlos Gómez, del diario La Prensa, quien colaboraba estrechamente, asimismo, en la celebración del torneo por los Guantes de Oro. La ceremonia se realizó en el gimnasio del parque Venustiano Carranza. Cabañas recibió un diploma y una medalla.
El segundo y último se produjo poco después, cuando la arena Iturbide cambió de local y de las calles de Tacuba pasó a Puente de Alvarado. Otro diploma. Y un caluroso aplauso del público.
Y se acabó.
Francisco Cabañas incursionó en el boxeo profesional, en el que no sostuvo más de diez combates, y de inmediato se retiró.
Don Francisco:
- Fue positivo saber qué era el boxeo profesional, haberlo vivido y no estar ahora con el gusanito de no saber qué es ni qué intereses lo mueven.
1934...
Lázaro Cárdenas es electo Presidente de la República.
El país camina ya con rumbo definido.
Ya no hay asonadas militares.
Y Cabañas es designado entrenador del equipo nacional de boxeo que competirá en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, en los que Fidel Ortiz, su ex compañero y ahora discípulo, obtiene medalla de bronce en peso gallo. Cabañas repite como técnico en los Juegos Olímpicos de la posguerra: Londres, 1948. Sin grandes logros.
Don Francisco:
A lo largo de esas experiencias comprobé mi teoría de que a unos Juegos Olímpicos, o a cualquier torneo de boxeo amateur, no deben ir fajadores. El boxeo es un deporte científico, de elegancia, de estilo, y de inteligencia sobre el ring. Sólo pugilistas con estas condiciones podrán aspirar al triunfo, a las medallas... Porque el boxeo es un deporte muy peligroso, y por él sólo podrá transitar quien haya aprendido el ABC.
Y cuenta don Francisco una anécdota:
No hace mucho tiempo que una dama se le acercó y le dijo que como él había sido un boxeador famoso, por favor enseñara a pelear a sus dos hijos, quienes no sabían defenderse.
- Con mucho gusto, señora... Tráigamelos a partir de mañana-, respondió él.
- Gracias, señor Cabañas... ¿Dónde cree usted que será más conveniente que compre los guantes?
-¿Guantes?... ¿Para qué, señora?
-¿Cómo?... ¿Pues qué no les va a enseñar a boxear?
- Señora mía, por favor. . . No es posible poner los guantes a dos personas que no saben boxear. Es imposible poner a dos niños o a dos adultos a golpearse así como así, sin saber lo que es el boxeo... Cómo mover los pies; los brazos, cómo esquivar, cómo preparar un golpe... El boxeo es un arte, señora, el arte de la defensa personal. Y aprenderlo toma mucho tiempo.
La señora jamás volvió a tocar a la puerta de la casa de la familia Cabañas.
Francisco Cabañas ve pasar el tiempo desde la placidez de su retiro.
- Soy un jubilado. Un hombre en paz con la vida, satisfecho de sí mismo.
Cuando se retiró del boxeo, entró a trabajar en la Dirección General de Educación Física, y aprovechó su presencia ahí para tomar cuanto curso era ofrecido: desde administración deportiva hasta salvavidas, pasando por basquetbol, volibol, ping pong y, obviamente, pugilismo. Posteriormente fue comisionado para enseñar boxeo en el Instituto Politécnico Nacional, después en la Universidad Nacional Autónoma de México, y en el Cuerpo de Bomberos. Aprovechó sus estudios sobre contabilidad y se contrató en un despacho de administración de bienes raíces.
Era maestro de boxeo durante las mañanas y administrador durante las tardes.
Así, a lo largo de 25 años, hasta que se retiró. Y entonces instaló un negocio de gelatinas.
Don Francisco:
- Durante todos esos años mi esposa se dedicó a administrar lo poco que ganábamos, ahorró, y ahora podemos vivir en paz.
Y muy bien.
Se respira un ambiente de tranquilidad en la confortable estancia de la casa, estilo califórniana, con sus muros de madera y tan impecablemente pulcra como este hombre, de baja estatura, que viste de traje; hombre tan limpio de espíritu como, dícese en el boxeo, "limpio" del rostro: no hay huellas de los muchos combates sostenidos. Pero ninguna. La nariz conserva su rectitud, sus cejas están intactas, su hablar es fluido, su dentadura está completa... Bailotean sus ojos grandes y expresivos detrás de las gafas; escasea el cabello, semicano, que crece ya nada más en las orillas del cráneo. Las patillas son canosas. Y hay espléndida lucidez en su charla.
Don Francisco:
- Aquí todo fue cuidar.. . Por un lado, me cuidé mucho cada vez que subí al ring. Por el otro, mi esposa -contrajo matrimonio en 1937, con doña Rosario Mejía y son padres de
cuatro hijos: Francisco, Ana María, María del Rosario y Jesús y tienen 17 nietos- cuidó cada centavo libre de que disponíamos; fue una gran ahorradora. Y ahora estamos disfrutando de aquello a lo que tanta atención dedicamos.
- Casi medio siglo como medallista olímpico, don Francisco...
Sonríe él. Bondadosamente.
Enrojecen ligeramente sus pupilas.
- Casi medio siglo de gran orgullo.
Aleja de su rostro las redondas gafas.
- Casi medio siglo de recuerdos. Que nacen, de hecho, del momento aquel que marco para siempre mi vida: el momento en que subí al podio, me dieron aquella medalla y vi nuestra bandera ondear en otros cielos... Casi medio siglo de ser un vicioso del deporte; de insistir en que éste llegue a la infancia y a la juventud de nuestro país, que son la plata y el oro de México... Porque tiene, el deporte, la gran virtud de forjar el temple y de despertar, en quien lo practica, el deseo de ser siempre el mejor. Y casi siempre lo logra. Y si no, se siente uno satisfecho por el esfuerzo realizado. Y es esa una escuela que perdura. Se aprende a ser lo mejor en todo aquello que se intenta, por duro que sea el reto.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Gustavo Huet Bobadilla
Medallista de plata
Los Ángeles 1932
Tiro
Año de 1932 en la todavía entonces romántica Ciudad de los Palacios.
Por los coloridos pasillos de la feria caminan tomados de la mano, inadvertidos, de no ser por esa vistosa gorra blanca, con un metálico escudo nacional al frente que porta él, una de tantas jóvenes parejas.
El es Gustavo Huet Bobadilla, 20 años, deportista, medalla de plata en la competencia de tiro con rifle a 50 metros, en los recientemente celebrados Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
Ella es Luz Núñez, 15 años, novia, enamorada.
Pasan por el stand de tiro.
Bromea él:
-¿Quieres la exhibición gratuita de un campeón?
-¡Vamos!-, dice ella encantada.
Cinco centavos por doce tiros.
De pie los pequeños blancos, sobre plataformas de madera, a no más de 5 metros de distancia.
El arma es un destartalado rifle que dispara municiones.
-¡Tírale a los difíciles, a los clavitos!-, reta ella.
El se apresta. Apunta.
Ella espera expectante.
Dispara él. Una y otra vez. Caen algunos clavitos. Pero otros siguen de pie.
Se molesta él. Frunce el seño. -¡Otra carga!-, exige.
Pero se repite la historia: siguen erguidos, desafiantes, algunos clavitos.
De pronto, unos policías que rondan el lugar, se acercan y preguntan, agresivos, al hombre con el rifle en la mano:
-Oiga usté, ¿por qué trae esa gorra? ¿Dónde la compró?... Esa gorra nomás la pueden llevar los deportistas olímpicos y está penado que otros la traigan...
-Precisamente, oficial, yo soy deportista olímpico...
-¿Usté? ¡No me diga! A ver, ¿cómo se llama?
-Soy Gustavo Huet. Gané medalla de plata en tiro con rifle.
-¡No me haga reír! Se me hace que usté se robó la gorra. Ande, jálele pa' la delegación.
A ver si ante el juez nos cuenta la misma historia.
Ella se angustia.
El trata de tranquilizarla:
-No te preocupes. Espérame aquí. Esto se arregla en un dos por tres.
Efectivamente, minutos más tarde, los avergonzados policías acompañan a Gustavo Huet en su regreso a la feria.
- ¿Ya lo ven? -les dice él, ante su novia, en suave tono recriminatorio-. . . Les dije que era Gustavo Huet, el que ganó medalla de plata en tiro con rifle en Los Ángeles.
-Pos sí, mi jefe, pero, pos, ¿cómo íbamos a creerle si ya llevábamos un buen rato observándolo y usté nomás no tiraba los clavitos?
Ya estaba acostumbrado, Gustavo Huet, a trocar incredulidad por admiración.
Lo había hecho apenas un par de semanas antes -el 13 de agosto-, en un stand de tiro muy diferente a aquel de la feria: el stand de tiro de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
Fue así:
La competencia de tiro, en esa Olimpiada, constó de únicamente dos pruebas: la de tiro con pistola -en la que el coronel mexicano Arturo Villanueva obtuvo el cuarto lugar- y la de tiro con rifle de pequeño calibre .22 cuerpo a tierra.
Hasta ella llegó Gustavo Huet.
Narran las crónicas de aquella época que la de tiro era, sin lugar a dudas, la más elitista de todas las pruebas olímpicas. Los tiradores -sobre todo los europeos- pertenecían a ricas familias de abolengo y algunos de ellos se presentaban a la competencia vestidos de frac, cubiertas las manos con blancos guantes; en los labios la inseparable pipa y a su lado un mozo de ayudantía.
Ya Gustavo Huet les había sorprendido:
¿cómo es posible que este mexicano acompañe su comida con café y no con vino?... ¿Cómo es posible que tome café, que duerma una siesta después de comer y que mantenga el pulso tan firme en los entrenamientos vespertinos?. . -
Pero cuando, ya en la competencia final, vieron tomar posición a aquel joven no tan alto, que cubría su cuerpo moreno con modestas ropas, y que portaba una vetusta carabina que contrastaba con sus modernas armas de competencia, dejaron escapar algunas sonrisillas burlonas.
Pronto tuvieron que mudar la expresión de su rostro.
Porque aquel mozalbete de apenas 20 años acertaba disparo tras disparo.
Con su vieja carabina firmemente pulsada, Gustavo Huet acumuló 294 aciertos. Y estaba ya en el primer lugar.
¿Medalla de oro?...
Los jueces revisaron minuciosamente cada tarjeta, cada blanco.
Y se produjo un largo debate porque los jueces, que al parecer no encontraban la perforación en un disparo del sueco Bertil Ronnmark, decidieron otorgarle, también, 294 blancos. ¡Empate en primer lugar! Medalla de bronce al húngaro Zoltan Hradetsky-Soos, quien logró 293 puntos.
A ronda de desempate, pues.
Dramática, intensamente dramática.
Porque Huet llegó nuevamente empatado con Ronnmark al último disparo, el 25. El sueco lo hizo bueno. ¡Huet lo falló!
Logró, no obstante, el honor de una medalla de plata y por sobre todas las cosas, el honor de hacer escuchar por primera vez en la todavía incipiente historia de los Juegos Olímpicos de la era moderna, el Himno Nacional Mexicano. Porque, oficialmente, tanto Ronnmark como Huet habían finalizado en primer lugar y así se registró en la puntuación.
Pero el oro se lo llevó el rubio Ronnmark, quien, al revisar aquella vieja carabina del mexicano exclamó:
-Si yo hubiera tirado con este rifle, no hubiera hecho nada. Este, comparado con el mío, es como para matar pajaritos.
Nadie, jamás, volvería a sonreír sarcásticamente cada vez que Gustavo Huet se tirara al piso con su vieja carabina al frente.
Gustavo Huet, el menor de una extensa familia de 18 hermanos, nació en la ciudad de México el 22 de noviembre de 1911. Sus padres: el abogado Adolfo Huet -de padres franceses- y doña Celsa Bobadilla, de ascendencia española. Fue la suya, una niñez feliz, sin angustias económicas. Porque su familia era de linaje. Tenía una inmensa casa en la esquina de Doctor Velasco y Calzada de la Piedad -hoy Cuauhtémoc-. Su abuelo, don Eduardo Huet, fundó la escuela de sordomudos en Brasil y posteriormente la de México. Su padre estudió derecho, pero jamás ejerció. Gustavo Huet murió trágicamente el 20 de noviembre de 1951... Apenas a dos días de su cumpleaños número 40.
Le sobrevive doña Luz Núñez, aquella damita que era su novia cuando sucedió el incidente de la feria. Con ella casó y procrearon tres hijos: Gustavo, Marcelo Humberto y Roberto Octavio.
Doña Luz está pensionada. Recibe del ISSSTE 105 mil pesos al mes y después de los sismos de 1985 se quedó sin casa. Vive con su hijo Roberto -ingeniero químico- en un departamento de la colonia Cuauhtémoc. Ahora tiene 71 años de edad, pero se mantiene fuerte -"gracias al deporte"-, siempre sonriente -"es la herencia de mi marido"- y con lucidez narrará, brevemente, una larga historia: la historia que no pudo ser contada por el propio Gustavo Huet.
Es, doña Luz, dueña de la palabra.
Concretémonos a escuchar.
Es suyo el relato:
- Conocí a Gustavo en la escuela y allí surgió nuestro romance. El cursaba preparatoria en otro colegio pero en el mío, donde yo estudiaba comercio, él daba clases de guitarra. La tocaba muy bien, al igual que la armónica y el serrucho, sí, un cerrote cualquiera, de esos para cortar madera. El lo doblaba un poco encorvándolo y lo tocaba con el arco de un violín. Su sonido era precioso, semejante al de un chelo.
- A Gustavo le fascinaba el tiro y como antes los deportistas no tenían ningún apoyo, él lo practicaba con Guillermo su hermano mayor, quien también fue a la Olimpiada, en el patio de su casa. Un día vio en el periódico una convocatoria al torneo selectivo para integrar el equipo de tiro que competiría en Los Ángeles. La idea le entusiasmó tanto que habló con mi cuñado y ambos se inscribieron. Su viejo rifle estaba tan acabado, que para concursar tuvo que atarlo en algunas de sus partes. . . ¡Y aún así ganó!
Eran los primeros días de julio de 1932. Gustavo y yo teníamos apenas un mes de novios. Y nada más me hablaba de su sueño de competir en aquellos Juegos Olímpicos. Sólo de eso. Recuerdo que me contaba que era la tercera Olimpiada; que las dos primeras, en Paris y en Amsterdam, habían sido una buena experiencia para el deporte mexicano. Fuimos de los primeros en saber que, pese a que el país no contaba con los suficientes recursos económicos, poco más de 50 deportistas irían a esos Juegos Olímpicos. Se decía que, como Los Ángeles estaba tan cercana, seria una tontería no asistir. No obstante, los periódicos de la época calificaban como desorganizada misión olímpica" a nuestra delegación.
Nos moríamos de nostalgia cuando llegó el momento de ese viaje a Los Ángeles. Yo no fui a despedirlo a la estación Colonia. Como ya dije, teníamos apenas un mes de novios y yo no frecuentaba a su familia. Y se fue. Pensé que me escribiría, pero no lo hizo. Estaba segura de que se había olvidado de mí. Y es que estábamos muy chicos: yo tenía 15 años y él estaba por cumplir los 21.
Por los periódicos me enteré cuando ganó la medalla. Los compraba todos los días. Me acuerdo muy bien de ese día, el 14 de agosto, cuando en los diarios apareció la noticia de que dos mexicanos habían ganado medalla de plata:
Paco Cabañas en boxeo y Gustavo Huet en tiro. De él decían: "Huet, segundo mundial en la Olimpiada". Y yo, claro, me sentía en las nubes, muy orgullosa de su actuación.
Tampoco fui a recibirlo. No me acuerdo por qué. Tal vez se debió a que llegó muy tarde. Lo que si recuerdo es que su familia le dio una gran fiesta de bienvenida. Y yo allí, en casa, nada más suspirando...
Al otro día me fue a ver. Mira -me dijo-, gané esta medalla. Es tuya". Y también me enseñó un anillo muy bonito que su madre le había regalado la noche anterior. Era su premio. Se lo quitó y me lo puso. Fue, de hecho, el anillo de compromiso, porque al mes nos casamos. Una boda muy sencilla pero muy bonita, inolvidable.
Gustavo, cómo no, estaba muy orgulloso de su actuación, la primera en el extranjero, sobre todo porque logró el reconocimiento de los tiradores europeos que tenían más, mucho más experiencia que él. Le enorgullecía su medalla, pero más le excitaba el recordar como fue obtenida. Siempre recordaba aquella frase final de Ronnmark.
El era un hombre muy sencillo. Sonreía en todo momento. Hombre bueno y apacible, la medalla no lo cambió para nada. Lo que sí cambió es que, como ya estábamos casados, tuvo que ponerse a trabajar. Ya había terminado su preparatoria. Quería ser ingeniero. Inclusive, se había inscrito en la Facultad. Pero tuvo que dar marcha atrás; primero, por los Juegos Olímpicos; después por nuestra boda. Entró a la policía, a la cual representaba en las competencias.
Gustavo era, en ese tiempo, también el mejor armero de México. Era muy hábil con las manos. Compraba armas usadas en La Lagunilla, las arreglaba y después las vendía. Una vez compró dos pistolas y extrayendo y uniendo las mejores partes de cada una de ellas, hizo una sola, a la que quería mucho porque con ella ganó varios torneos en México.
En 1935, tres años después de aquellos juegos, Gustavo volvió a Los Ángeles. Lo invitaron a una competencia y allá, el jefe de la policía, un tal mister Davis, le ofreció trabajo. Lo que en realidad quería era que Gustavo representara a la policía angelina en los torneos, pero Gustavo no aceptó, aunque el sueldo era muy atractivo, muy tentador. Gustavo le dijo: "No, mister Davis. Si alguna vez logro ganar otra medalla, el triunfo será de México, mi país". Davis no lo convenció jamás y no obstante, siguieron siendo muy buenos amigos.
En aquellos años, practicar un deporte no era fácil y menos el tiro, muy costoso cuando no se recibía el apoyo del sector militar. Gustavo tenía que hacer su propio parque. Con él aprendí a hacer balitas. Era todo un proceso que Gustavo lograba muy bien, porque de lo contrario no tendría con qué entrenar. Las balas buenas, las de fábrica, sólo las usaba en las competencias, cuando se las daban. De otro modo era imposible adquirirlas; nosotros no teníamos dinero para ello.
A principios de 1936 Gustavo entró a la Policía Federal de Caminos. Y nadie pensó en favorecerlo con ese trabajo. Entró como cualquier hijo de vecino. Traía su motocicleta y salía a la carretera, como todos los demás. Era muy feliz en su trabajo, no obstante que no tenía tiempo para entrenar. O mejor dicho, no obstante que, como una consecuencia de esas ilógicas envidias, sus superiores no le daban facilidades para entrenar. Lo terrible era que uno de esos envidiosos era precisamente su comandante, Miguel Aranda Díaz, quien se sentía terriblemente celoso de él. Le ponía los peores turnos para que Gustavo no tuviese tiempo de practicar. Quería evitar, a como diera lugar, que Gustavo destacase. Pero, aún así y a pesar de que a muchas competencias llegaba sin una adecuada preparación, mi esposo ganaba siempre.
Además, como eran civiles, tanto Gustavo como su hermano Guillermo tuvieron que enfrentar varios problemas con los militares que recibían, ellos si, todo el apoyo económico y quienes querían que fueran sus representantes los que participaran en los torneos importantes. Y así, no obstante que en los certámenes eliminatorios Gustavo y Guillermo conquistaban a pulso su lugar en los equipos nacionales, la milicia encontraba la manera de poner piedritas en el camino. Una de ellas estuvo a punto de causar que Gustavo no acudiera a los Juegos Olímpicos de Berlín, 1936.
Hace una pausa doña Luz.
Tercia su hijo Roberto, quien explica el incidente:
-Mi tío Guillermo, quien tiraba con pistola, me contó que él había ganado la eliminatoria pero que no fue seleccionado. Que en su lugar había sido designado un militar. Que mi padre se indignó y declaró que si no corregían esa arbitrariedad él no iría a Berlín. Y como mi padre había sido medallista cuatro años antes, respetaron los resultados del torneo selectivo y, así, los dos fueron a Berlín.
La competencia de tiro de la Olimpiada tuvo lugar el 9 de agosto de 1936, en la capital alemana. En rifle, además de Gustavo Huet, el teniente coronel Álvaro García Taboada y el teniente Antonio García Almanza representaron a México.
Roberto Huet:
- Los europeos habían avanzado notoriamente. Sus armas eran magnificas y aunque en aquella época el gobierno del general Lázaro Cárdenas apoyó mucho al tiro, el armamento de la escuadra mexicana no se comparaba con el de los europeos sobre todo porque en esos tiempos de preparación para la guerra, la tecnología al respecto había avanzado mucho. Y en el tiro esto es básico.
No obstante, desde los primeros disparos Gustavo Huet se colocó en el grupo principal encabezado por el noruego Willy Rogeberg, quien finalizó con un perfecto 300 y conquistó la medalla de oro. Seis tiradores empataron en segundo lugar con 294 aciertos -extraña coincidencia: los mismos que don Gustavo alcanzara cuatro años antes-: Gustavo Huet, el húngaro Ralph Berszenyi, el polonés Wladyslaw Karas, el filipino Gison, el brasileño Trindale y el francés Mazoyer.
Todo mundo, pues, esperaba el desempate, como había sucedido en Los Angeles 1932.
Pero los jueces ignoraron la posibilidad de una ronda extra y sorpresivamente, dictaminaron que las medallas de plata y de bronce fuesen otorgadas a los representantes de Hungría y Polonia. La maniobra política había sido clara: eran países que podían jugar un papel muy importante para Alemania, en la inminente conflagración mundial.
Gustavo Huet fue relegado hasta el séptimo sitio.
Roberto Huet:
- Aquello, según nos explicaron, fue muy raro. Al parecer, los jueces celebraron un misterioso sorteo para dictaminar los lugares. Pero nadie tuvo acceso a él. Simplemente, los jueces hicieron el anuncio... Había sido una sucia maniobra de política y de racismo.
Actuación de los militares:
García Taboada finalizó en décimo lugar, García Almanza en el vigésimo sexto.
A pesar de todo esto y como sucedió cuatro años atrás, la delegación mexicana no regresó de los Juegos Olímpicos con las manos vacías. Conquistó tres medallas de bronce: la del boxeador Fidel Ortiz y las de los equipos varoniles de polo y de basquetbol.
MEDALLA DE ORO Y OJO MORADO
Vuelve la voz sonora, amable, de doña Luz:
-Gustavo siguió su vida de siempre: trabajando en la Policía de Caminos y compitiendo cada vez que le era posible. Había torneos clásicos como la Bala de Oro, en el polígono de Santa Fe, así como disputas de varios trofeos challenger. Lo ganaba todo. El era imbatible en México.
En 1938 nuestro país acudió a los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Panamá, y Gustavo fue seleccionado. Regresó con la medalla de oro en rifle y con un ojo morado...
Sucede que en Panamá querían mucho a los mexicanos y los alentaban en todas las competencias. Cuando Gustavo ganó su prueba, el público local lo vitoreó y fue muy festejado. Pero tuvo la mala ocurrencia de ir a la final del basquetbol femenil, un par de días antes de que los Juegos fueran clausurados. Le acompañó su gran amigo, el futbolista Toño Azpiri -el equipo mexicano de futbol fue campeón de ese torneo- y cometieron el error de sentarse al otro lado de la porra mexicana. Disputarían la medalla de oro el equipo de México, integrado casi totalmente por jugadoras de las Politas y la escuadra de Panamá. El gimnasio estaba lleno. El público esperaba una nítida victoria local. Sin embargo, las chicas mexicanas dieron brava pelea y en un juego muy disputado, empataron el marcador cuando el final se acercaba. Hubo una acción muy discutida y la mecha se encendió en las tribunas: comenzó una riña colectiva. De pronto Gustavo, quien era enemigo de las trifulcas, sintió un fuerte golpe en la cabeza y se desmayó. Después le dieron un macanazo en el ojo derecho, mientras que a Azpiri casi le desprenden la oreja con un feroz navajazo. Cuando la bronca acabó, ambos fueron llevados de emergencia a la enfermería. Y allí los curaron; muy bien, por cierto. Pero, mientras eso sucedía allá, los periódicos mexicanos publicaban que Gustavo había perdido un ojo; que estaba ciego. Yo me asusté muchísimo. Y ahora sí, estaba puntual en el aeropuerto para recibirlo, para ver cómo se encontraba. El estaba bien, afortunadamente. Llegó con un inmenso parche sobre el ojo y Toño con la cabeza vendada. Eso si, los dos muy orgullosos con su medalla de oro.
Dos paréntesis obligados. Para dos acotaciones.
Una: curiosamente, tanto en las ramas varonil como femenil, los equipos de basquetbol de México y Panamá permanecían con el marcador empatado, al aproximarse el final de los respectivos partidos por el título. Y en ambos se produjeron sendas broncas. Así que el Comité Organizador determinó que, en virtud de que no había garantías para el equipo visitante
-México- se declararía vacante el primer lugar. Las escuadras mexicanas y panameñas recibieron medallas de plata.
La segunda es de Roberto Huet:
- Como tirador, mi papá tenía una característica muy peculiar: tiraba con los dos ojos abiertos. Y como se sabe, por lo regular los tiradores cierran uno al apuntar. Es raro aquel que tira como lo hiciera mi padre.
La Segunda Guerra Mundial -1939-1945-, que vistió de luto al orbe entero, apagó la llama olímpica. El deporte mundial quedó en la. oscuridad. El regional también. Don Gustavo Huet mientras tanto, se dedicó a entrenar y a participar, en sus ratos libres, en el equipo de acrobacia de la Policía Federal de Caminos.
EL CHAMACO HUET
Doña Luz:
Decían que era tan bueno con la motocicleta como con el rifle. Desde que se fue a Los Angeles les dio por llamarlo El Chamaco Huet. También se esforzaba por pulir sus tiros de fantasía, con los que incrementó su fama...
Por ejemplo: en una ocasión fue a una competencia a Puebla y allí le pidieron que diera una exhibición ante el Presidente Manuel Ávila Camacho. Ahí estaba también el cómico Palillo. Mi esposo, que lo conocía bien, lo llamó y le dijo:
- Colócate aquí, muy firme, no te muevas.
Y le puso una naranja sobre la cabeza.
Y Palillo: -No, mano, pus como crees.
Gustavo, muy serio: -Tú nomás tenme confianza. Las balas son de salva. No te va a pasar nada...
- ¿Me lo juras?. .. Bueno, mi hermano, que conste...
Gustavo tiró y destrozó la naranja. Palillo se quedó tieso. No podía ni limpiarse la cabeza. Dijo después que sintió que se le caían los pantalones.
En otra ocasión, otra vez en Puebla y asimismo ante un Ávila Camacho, -nada más que este era Maximino, el gobernador-, Gustavo puso un puro en la boca de un soldado y se alejó unos pasos. El chiste era romper el anillo del puro, no destrozar el habano, como sucede a menudo. Y Gustavo lo hizo. Ávila Camacho se quedó con el puro y lo guardó como si fuera un trofeo.
También Roberto Huet quiere narrar una anécdota de su padre. Lo hace así:
- Un día, mi tío Guillermo, que era ingeniero y trabajaba en el reparto agrario, tenía que hacer un deslinde, una medición de terreno en la sierra guerrerense e invitó a mi padre a que lo acompañara. Cuando llegaron a Chilpancingo les dijeron que tuvieran cuidado, pues en la sierra se refugiaban muchos bandidos; les pidieron que fueran armados y que tuvieran muchísimo cuidado.
Total, se internaron en la sierra y allá bien adentro, tal como les fue advertido, un grupo de forajidos los capturó y los mantuvo incomunicados día y medio hasta que se dio cuenta de que no eran ni policías ni militares, y que sólo habían ido a realizar un trabajo topográfico. Los soltaron y les ofrecieron una comida en señal de desagravio.
- Me contó mi tío que los bandidos platicaban que un alemán había estado con ellos y que tiraba muy bien. Supongo que mi padre, de quien dicen era espléndido relatando anécdotas y chistes, les dijo que él había ganado una medalla olímpica como tirador. Así que al finalizar la comida, mi padre pidió permiso de sacar su pistola y ofrecerles una exhibición. A lo lejos se divisaba un naranjo. 'Me gustaría comer algunas naranjas; puedo tirar algunas de aquellas', les dijo. Ellos se rieron: ¿cómo cree usted que se las va a comer, si las va a destrozar con la bala?'. Mi padre les replicó: 'Hay que tirarlas, si, pero del rabito'. Y ellos, incrédulos. Hasta que mi padre comenzó a disparar. Y las naranjas a caer. Los gritos de júbilo siguieron a las exclamaciones de admiración. Total, que quedaron tan sorprendidos por esa extraordinaria puntería que los invitaron a otras dos comidas y después los acompañaron hasta que mi tío terminó su trabajo.
ABANDERADO EN LONDRES '48
Por sus méritos deportivos, Gustavo Huet fue elegido como abanderado de la delegación mexicana a los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948. El primero de julio de ese año, el presidente Miguel Alemán le entregó el lábaro patrio en una sencilla ceremonia realizada en el parque Anáhuac.
Y así, Huet encabezó al representativo mexicano en el desfile inaugural de la justa, el 29 de julio, en el estadio de Wembley, ante el rey Jorge VI y poco más de 80 mil espectadores que cálidamente recibían a los deportistas de 59 países en aquellos llamados "Juegos de la austeridad", en tiempos de posguerra.
A Huet le fue concedido ese privilegio en una delegación en la que resplandecían los nombres de notables atletas mexicanos, Como Humberto Mariles, Rubén Uriza, Joaquín Capilla, Antonio Carbajal, Raúl Cárdenas, Clemente Nicho Mejía, Delmiro Bernal y Francisco Cabañas, el boxeador que conquistó para México la primera medalla olímpica y quien ahora acudía como entrenador del equipo de pugilismo.
Pero a don Gustavo, deportivamente, no le fue tan bien: ocupó el trigésimo sitio, mientras que sus compañeros Oscar Lozano y José Guadalupe de la Torre se situaban en los lugares 26 y 51 respectivamente, en una prueba dominada por los estadounidenses Arthur Cook y Walter Tomsen.
Roberto Huet:
- Esto no es una excusa, sino la realidad:
mi padre seguía tirando muy bien, pero la gran diferencia eran las armas. Había que imaginarse los rifles que tenían en ese momento, después de la guerra, los tiradores de Estados Unidos y de Europa.
Doña Luz:
Sus compañeros del 48 lo querían mucho. Le decían Sherezada porque de verdad los cautivaba con relatos y cuentos. Su plática era muy amena. Ahora era él quien tenía la experiencia y los deportistas más jóvenes siempre se le acercaban cuando necesitaban de un consejo... Le tenían mucha confianza, mucho aprecio.
...EN EL CUMPLIMIENTO DEL DEBER
La charla va llegando a su final.
Arriba, ahora, al tristísimo capitulo en el que se hablará del fallecimiento del notable deportista.
Cuando doña Luz recuerda la forma en que murió su marido, sus tranquilos ojos se encienden por la ira y su voz se quiebra por una emoción no contenida. Todavía...
Dice así la dama:
- En la Policía Federal de Caminos continuaba la labor del comandante en contra de mi marido. La guerra contra él fue abierta. Nomás no le daban tiempo para entrenar. Y mucho menos para competir. Lo peor fue que, sin comprender que el daño se lo hacían al país y no a Gustavo, le negaron el permiso para participar en los primeros Juegos Panamericanos celebrados en Buenos Aires, en el verano de 1951.
Poco después de aquella amarga experiencia falleció mi marido. Fue a la una de la mañana del 20 de noviembre, cuando ya nos preparábamos para festejar su cumpleaños número 40. Murió atropellado, en cumplimiento de su deber como policía de caminos. Ostentaba ya el grado de capitán.
Fue así:
- Ese día a él no le tocaba el turno de la noche, pues había cumplido con el de la mañana. Estaba cansado pero como no había personal suficiente e iba a celebrarse la carrera automovilística Panamericana, le llamaron para que con otro compañero, se trasladara a la carretera de Puebla. Su misión era revisar la documentación de todos los transportes que salían de la ciudad y que llegaban a ella.
Su compañero le dijo que tenía mucho sueño y le pidió el favor de cubrir el primer turno mientras él dormía un rato. Mi marido accedió no obstante su cansancio... Ya era tarde cuando pasó un camión que iba a Puebla. Gustavo lo detuvo y revisó la documentación. Al concluir, observó que de Puebla venía otro camión a la ciudad y se dispuso a revisarlo. Pidió al chofer sus documentos. De repente, ¡Dios mío!, fue arrollado por un automóvil Packard que circulaba a gran velocidad conducido, en completo estado de ebriedad, por Abraham Kuri Zaiter, a quien acompañaba también perdido de borracho, Luis Aguilar Zavaleta. Mi marido murió instantáneamente, prensado entre el Packard y el camión.
Esos señores hicieron caso omiso de los señalamientos de advertencia, pues la carretera estaba en reparación. Incluso, había varios botes con fuego y más adelante, una aplanadora a la orilla del camino. Iban como a 120 kilómetros por hora, cuando se advertía a los conductores que no manejaran arriba de los 40. Se iban a estrellar con el camión que iba a Puebla y que había arrancado muy despacio. Viraron violentamente para evitar el choque, perdieron el control del vehículo y se fueron a estrellar contra el camión, contra mi esposo, que estaban al otro lado de la carretera.
Es inútil hablar del dolor.
Mejor es hacerlo del orgullo de haber sido su esposa.
Del orgullo de mis hijos por haber sido sus hijos.
Gustavo junior que en ese entonces tenía apenas 9 años, me daría las gracias tiempo después, por haberlo llevado al entierro de su padre. Me dijo que para él había sido un orgullo arrancado a la tragedia, escuchar los múltiples elogios que la gente hacía al recuerdo de su padre y recibir las muestras de cariño y de amistad que, no sólo sus compañeros y amigos le dieron en el adiós, sino también los propios camioneros... Porque mi esposo fue siempre un hombre caritativo, buen compañero y honrado como pocos. Era un policía, como lo puede atestiguar su gran amigo León Rivas Colín, muy respetado por los mismos camioneros, quienes, cuando no traían su documentación en regla y veían que él estaba de turno, de plano aceptaban su culpabilidad y la consecuente infracción. A muchos choferes, incluso, Gustavo les prestaba dinero para comer. Y siempre le pagaban...
Mi esposo fue, como tal, como padre, hijo, mexicano y deportista, un hombre ejemplar. Una muestra de que sin importar las condiciones, es posible triunfar y ser buen ciudadano; una muestra de lo que el deporte puede lograr cuando se forja un ser humano.
EL LEGADO DE HUET
Narra, doña Luz, una última anécdota de su marido.
La llama "el legado de Huet".
Dice:
-Mis nietas, Odelie y Paola Huet Bello, se presentaron un día en el CDOM. Querían aprender esgrima, pero les dijeron que no había lugar y les pidieron que dejaran sus datos por escrito. Cuando vieron que su apellido era Huet, les preguntaron si tenían algún parentesco con mi esposo. "Sí, fue nuestro abuelo; ganó una medalla de plata en tiro en Los Ángeles", dijeron las niñas. Y todo cambió de inmediato: "entonces, por supuesto que hay lugar para ustedes".
Actualmente ellas viven en Guadalajara. Odelie continúa con la esgrima; Paola prefirió la equitación.
Ojalá y no sólo ellas a quienes se atendió por ser familiares de un medallista, sino cualquiera que así lo requiera, reciba la adecuada atención y se impulse a todo aquel que quiera iniciar una carrera en el deporte... ¿Cómo, de no ser así, surgirán los Gustavo Huet del futuro?
Dicho esto, cierra doña Luz el dorado libro de sus recuerdos.
Gustavo Huet Bobadilla es el único tirador mexicano que ha ganado una medalla olímpica. Su nombre aparece en las placas alusivas a esta especialidad, en el Salón de la Fama del deporte mexicano.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero, 2004.
Equipo mexicano de Básquetbol
Medalla de bronce.
Berlín 1936
12 de Agosto de 1936. El equipo mexicano está en la lucha por las medallas. Si gana mañana habrá llegado a la final del primer torneo olímpico de basuqetbol. Solo hay un problema: El rival será Estados Unidos, el invicto, el que tiene tres jugadores que rebasan los 2.00 mts., el que ha anotado más de 30 puntos en cada juego, el que es el favorito para ganar la medalla de oro. Así que meditan el coach Alfonso Rojo de la Vega y su asistente principal, Leoncio Colorado Ochoa. ¿Qué hacer? es demasiado poderío. Entonces discurre Rojo de la Vega: Defendernos lo mejor posible y tratar de sorprender, toman lápiz y papel. Trabajan toda la noche, trazan tácticas, diseñan técnicas. El plan de juego queda plasmado en unas hojas, cada línea significa un movimiento especial, cada basquetbolista tiene una misión específica.
13 de agosto, no hay mucho tiempo, asi que temprano el llamado Equipo del Rojo y el Colorado se va a entrenar a un gimnasio privado y practica hasta extenuarse. Horas más tarde ya se encuentran en la cancha de arcilla, quienes harán frente a los estadounidenses han sido anunciados: Los defensas: Jesús Olmos y Raúl Hernández; el centro Carlos Borja, y los delanteros Víctor Hugo Borja y Greer Skoussen. Los reservas: el zaguero Francisco Martínez y el atacante Ignacio de la Vega.
¡Juego! se eleva el balón en el centro del terreno. Ataca Estados Unidos. Lo hará en todo momento, pero la de enfrente es una compleja barrera: Los jugadores mexicanos se mueven con rapidez y acuden a un doble marcaje personal. Se agrupan en su medio campo y de repente, parte uno de ellos en veloz contraataque. El pase es largo y va al lugar. Hombre y esférico se encuentran rumbo a la canasta estadounidense. La jugada sorprende, una y otra vez, a un cuadro obsesionado en descifrar el crucigrama defensivo que le ha sido planteado. Y no hay mas remedio: faul o canasta. La lucha se plantea bajo esas condiciones y así se sostiene. Al final no hay remedio, se impone la superioridad estadounidense. El marcador es de 25-10, pero se han producido dos hechos que marcarán para siempre este duelo: 1.- Por primera vez en el torneo, el poderoso ataque de nuestros vecinos del norte ha sido frenado en menos de 30 puntos, 2.- Su sólida defensiva, pillada en varias ocasiones, tuvo que recurrir al faul en diez de ellas. México, pues, no anotó una sola canasta; sus diez puntos fueron producto de tiros libres.
Se abrazan los jugadores al escucharse el silbatazo final, y se acerca James Nedless, coach del equipo ganador, al maestro Rojo de la Vega, que es nueve años menor. Le felicita: -Casi indescifrable su táctica defensiva, coach- Rojo de la Vega sonrie complacido. -¿como se llama?-, pregunta Nedless. -Rompimiento rápido-, responde el entrenador mexicano. -¿Puedo mirar?- Entonces Rojo de la Vega toma papel y lapiz, vuelve a dibujar trazos complicados y los entrega a Nedless. Se aleja sonriente el entrenador estadounidense. Acaso ha nacido en Berlín y gracias al ingenio de un par de técnicos mexicanos, el que será famoso sistema Fast Breake , tan popular en los Estados Unidos.
Integrantes de la selección olímpica:
• Andrés Gómez Domínguez
• Greer Skoussen Spielbury
• Francisco Martínez Cordero
• Jesús Olmos Moreno
• Jose Pamplona Lecanda
• Carlos Borja Morca
• Rodolfo Ochoperena
• Víctor Hugo Borja Morca
• Raúl Hernández Robert
• Ignacio de la Vega
• Silvio Hernández del Valle
Fuente:
Medallistas Olímpicos Mexicanos, Tomo I, publicación de la Comisión Nacional del Deporte.
Autores: Ramón Márquez C. y Armando Satow.
Enero de 2004.
Fidel Ortíz Tovar
Medallista de bronce
Berlín 1936
Boxeo
Octubre 10, 1908
Nace en esta ciudad Fidel Ortiz Tovar.
Vivió para el boxeo amateur.
Sólo para él.
Decía del pugilismo profesional:
- Es la lacra del boxeo. Acaba con el deporte y con el deportista.
Fue sucesivamente boxeador, entrenador y réferi.
Sostuvo 272 combates a lo largo de 19 años. Sufrió sólo seis derrotas.
Cuarenta de los 67 años de su existencia fueron dedicados -en un ciclo que comenzó en Amsterdam 1928 y finalizó en México 1968- al pugilismo olímpico: acudió a 5 Juegos -dos como púgil, dos como manager y uno como juez-.
Ganó -Berlín, 1936- una medalla de bronce.
Le llamaban Fídelón.
Dijo de él -1952- Raúl Talán quien fuera su compañero de equipo en la Olimpiada de 1928:
- No sólo en las guerras hemos tenido héroes; también en algunos campos los civiles han sido héroes en alguna ocasión y dado gran prestigio a su patria; uno de ellos es Fidel Ortiz, sin duda alguna el boxeador aficionado que más ha destacado en México.
Dice de él Raúl Ratón Macías, quien fuera su discípulo:
- Pasé fugazmente por su vida. Lo conocí cuando fue mi entrenador en la Olimpiada de Helsinki 1952. Después, al dedicarme por completo al boxeo profesional, le perdí la huella. Nunca más lo volví a ver. Y lo sentí porque era un hombre bueno, muy simpático y generoso.
Dice de él Max Tejeda Vega, entrenador de atletismo en Berlín 36 y después reportero deportivo:
- Fidel no tenía aspecto de boxeador. Era muy tranquilo. También honrado y respetuoso. Y muy sano: no tomaba ni fumaba.
Dice de él el contralmirante Víctor Faugier Córdoba, ex-esgrimista y en alguna ocasión presidente de la Federación Mexicana de Remo:
-Era un hombre muy alegre. Le gustaba cantar. En ocasiones lo hacía con el grupo Trovadores de la Sierra, pues era muy amigo de Gil Avendaño, el requinto. Frecuentemente se juntaban e iban a animar las fiestas.
Dice de él Francisco Cabañas:
-Era un valiente del ring...
Sucedió dos años antes de tenerlo como compañero de equipo en aquella aventura olímpica de 1928:
Raúl Talán, el boxeador, descubrió a Fidel Ortiz, el boxeador.
Veintiséis años más tarde, Raúl Talán, el periodista-escritor, lo relataría en su libro ¡En el Tercer Round!
Así:
En el año de 1926 (ya ha llovido) fuimos al deportivo a ver unas peleas y nos encontramos con que eran puros peleadores del toma y daca y preguntamos a nuestro acompañante y amigo, Ernesto Barben, de la palomilla de Santa María:
- Si todos los boxeadores son como éstos, yo me canso de ser campeón...
- Espérate -contestó Ernesto-, todavía falta la estrella en donde aparecerá Fidel Ortiz, entonces a ver qué dices.
Y tras de una presentación relativamente sencilla, subió Fidel Ortiz al ring, saludándole el público con una gran ovación. Era Fidel un jovencito delgado, muy blanco y con apariencia inofensiva, pero con una mirada de águila. Del otro lado subió un prietote a quien también ovacionaron mucho. Decían que pegaba como patada de mula y había noqueado a muchos.
Hacía algún tiempo habíamos visto una película de la pelea de Jack Dempsey contra el francés George Carpentier de quien tan sólo tendrán recuerdos los hombres que ahora peinan canas. Bueno, pues Fidel era un Carpentier chiquito. Boxeaba rapidísimo, de elegante figura, valentía, punch y resistencia, aparte de una escuela muy de él, en que cabeceaba el más mínimo jab.
El hombre del pegue se pasó abanicando el aire los tres primeros rounds (se hacían las peleas a cuatro, de dos por uno). Fidel parecía un bailarín de ballet, se recostaba contra las cuerdas, daba pasitos hacia los lados y en otras ocasiones cabeceaba y cabeceaba que daba gusto ver aquello.
¡Ha, jijo! -dijimos emocionados- esto ya es diferente, ¿pero tendrá punch?
No lo acabábamos de decir cuando soltó un derechazo recibiendo, que en términos de boxeo se llama right cross counter y cayó el moreno para no levantarse más. ¡Podían haberle contado hasta mil!
Cuando terminó su conteo el Tapatio (que era el réfen imprescindible en el deportivo), Fidel Ortiz, muy caballeroso, ayudó a levantar a su contrario y personalmente ayudó a volverlo en sí.
Salimos encantados de esas peleas y desde entonces no faltamos a una y mucho menos en las que anunciaran a Fidel Ortiz.
1926...
No surge el deporte como expresión popular en México.
Han pasado dos años desde que nuestro país acudió por vez primera a una cita olímpica. Pero los grises resultados obtenidos en París -IX Juegos Olímpicos, 1924- en nada contribuyeron al desarrollo del deporte.
Tampoco entusiasmó que México fuese sede de los 1 Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, ese mismo año de 1926. Porque nada más compitieron atletas de nuestro país, de Cuba y de Guatemala -estuvo vedada la participación de las mujeres-, quienes tomaron parte en ocho deportes.
Ahora es 1928.
Año olímpico.
Y el profesor Alfredo B. Cuéllar -auténtico mecenas del deporte- no cesa de decirlo:
- México debe demostrar al mundo que es capaz de terminar con las luchas intestinas y mostrar su juventud, pujante, al mundo entero.
No, no, nada de eso importa.
Son otros los hechos que polarizan la atención de un pueblo que busca apartar la mirada de los estertores de la batalla por el poder, que ha padecido ya a lo largo de casi dos décadas... Como los vuelos de Roberto Fierro -de Mexicali a la ciudad de México- y Emilio Carranza -de la capital del país a Washington-o los prodigios del Niño Fidencio, que lleva multitudes a Espinazo... Preocupa la sangre que se derrama aún por la llamada Revolución Cristera y la asonada militar de los generales Arnulfo R. Gómez y Francisco Serrano
-candidatos presidenciales del Partido Nacional Antirreeleccionista ydel Partido Nacional Revolucionario, respectivamente- quienes se oponen a las reformas a la Constitución que, aprobadas por el Congreso al iniciarse la campaña electoral por la primera magistratura del país, permiten la reelección.
Así que muy pocos se interesan cuando el Comité Olímpico Mexicano da a conocer una lista de menos de 50 atletas nacionales que competirán en los Juegos Olímpicos a celebrarse en la lejana Amsterdam.
Y pasó inadvertida aún por quienes allí disputaban algún encuentro, la fotografía oficial de la delegación, tomada una soleada mañana de domingo en el Estadio Nacional. Nuestros deportistas se presentaron con el uniforme de competencia: una camiseta blanca
-con el escudo nacional en el centro del pecho- y un short negro. Un par de tarahumaras -José Torres y Samuel Terrazas- fueron escogidos para disputar la prueba de maratón. Y por vez primera en la historia deportiva de nuestro país, se había integrado un equipo de boxeo. Fueron cuatro los peleadores seleccionados: Alfredo Gaona, peso mosca; Fidel Ortiz, gallo; Raúl Talán, pluma y Carlos Orellana, ligero. Todos ellos representaban al Club Deportivo Internacional.
El día que parten por tren hacia Veracruz -donde abordarán el barco que los llevará a Europa-, en la estación Colonia les despide un joven boxeador también miembro del Club y que es toda una promesa. Se llama Francisco Cabañas, Cabañitas, quien jugara un papel importante en el futuro de ellos; especialmente en el de Fidelón...
Pero, ¿quién es?... ¿Quién es este Fidelón?
Tomado de ¡En el Tercer Round!:
Se llama Fidel Ortiz Tovar y no tiene ningún parentesco ni con el ciclista (q.e.p.d.) ni con el famosísimo profesor de natación, Tovar.
Fidel nos llevó a su casa que está en la colonia Anáhuac, a espaldas del Colegio Militar. Es una casa con un gran terreno al frente.
- Un tiempo me dio por criar gallinas y me iba bastante bien, pero me aburrí de eso que muchos dicen es sólo para los viejitos.
- Mi padre murió cuando yo tenía seis años y me crió mi madre a la "antigúita", con muchos mimos, así que cuando estaba en la escuela era el puerquito de todos y sobre todo de uno que ahora es mi compadre y quizás mi mejor amigo, el famoso sastre Porfirio Colín.
- Estaba yo en la escuela Florencio del Castillo, de San Rafael, y casi cada tercer diario nos íbamos al callejón de las trompadas, que así le llamaban a la ahora calle asfaltada de Antonio del Castillo, y que entonces estaba empedrado.
- Allí se sonaban con guantes a cada rato y a mí me entró el deseo de probar si era bueno para eso y un día le dije a uno más chaparro que yo, pues no le iba a decir a uno más grande -dice sonriendo- que si quería ponerse los guantes conmigo; al chiquillo no le pareció y por contestación me dio un manazo a lo que yo luego le puse el precio con que ahora se cotiza el dólar, a "ocho por uno" y el chiquillo se soltó llorando...
- Pero lo menos que me imaginaba -dice Fidel con una sonrisa en los labios- es que me fuera a salir un grandote y que es el ahora sastre, ¡Uh...! Ese me puso una zoquetiza que yo no sabía qué hacer; pero entonces me dediqué con más ahínco a estudiar el boxeo y pronto fui de los que descollaron. Mi idea era devolverle al ahora mi compadre la paliza aquella.
- Por fin un día me sentí ya capaz y fui a retarlo, pero aquel no quiso y terminamos por ser amigos.
- Luego se hicieron peleitas entre las palomillas de Santa María y San Rafael en una arenita que había por el Nogal, y por fin fui a pelear el campeonato Excélsior de 1924.
- Aquí salí campeón de peso gallo, mira, ese es el trofeo que gané entonces; luego me llevó Benjamín Nájera, hermano de Chucho, al Club Deportivo Internacional en donde también gané el campeonato de peso gallo, pues siempre peleé en ese peso, sólo hasta los dos últimos años que subí a pluma.
- Después de que gané el campeonato gallo del Deportivo, del Distrito y de muchas cosas más, me enfrenté a Eliseo Hernández, campeón de Chihuahua, a quien gané el campeonato de la República y a eso debo mi ida al primer viaje lejos de la patria. Fui a Amsterdam. Allí perdí una decisión muy dudosa por cierto con un italiano que luego resultó campeón del mundo; luego fui a San Salvador en donde gané el campeonato Centroamericano en 1935; al año siguiente fue lo de la pelea en Berlín en que gané tercer lugar y fui comisionado para llevar nuevamente la bandera en las demás competencias en que después tomé parte.
- Luego hubo una gira por Sudamérica y peleé cuatro veces en la república de Chile, gané las cuatro y me dieron un trofeo que allí ves (un pugilista de bronce); en 1942 fue mi última pelea, con el campeón aficionado de Oklahoma al que vencí por nocaut en el segundo. Después de esa pelea me entró la abulia y me retiré sin ninguna ceremonia.
Aquellos cuatro púgiles olímpicos de Amsterdam sólo ganaron dos peleas. Y ambas victorias correspondieron a Alfredo Gaona, quien posteriormente fue eliminado. Ortiz, Talán y Orellana fueron derrotados en su mismo debut. De Fidelón se dice que fue víctima de un despojo ante el italiano Carlo Tamagnini.
Primera Olimpiada para Ortiz...
Diría Fidel, años después:
- En Amsterdam teníamos oportunidad de ganar un buen lugar, porque éramos un grupo de muy aceptables boxeadores. Sólo que todos padecíamos del mismo mal: nuestro estilo era más propio del pugilismo profesional que del amateur, y como no teníamos ni un manager o un asistente que nos aconsejara, ni conocíamos las reglas internacionales del boxeo amateur, fuimos rápidamente eliminados. Ese mal fue determinante en nuestra derrota, y lo peor fue que nos acompañó en posteriores olimpiadas.
Pero Fidelón no desmayó.
Prosiguió su carrera y pacientemente esperó a que se cumplieran los cuatro años que lo separaban de la nueva Olimpiada: Los Angeles, 1932.
No obstante, en el torneo selectivo para esa competencia, y ante la gran sorpresa colectiva, Fidelón fue eliminado por Sabino Tirado. Sería éste quien viajara a la ciudad californiana, en un equipo en el que el peso mosca era Francisco Cabañas.
Pero pronto encontró Fidel consuelo: un año antes se había casado con Esperanza Díaz López, famosa retratista y pintora, maestra de Artes Plásticas en la UNAM. Y en ese 1932, de frustración olímpica, nacía su único hijo: Sergio Ortiz Díaz.
Tirado perdió en la primera ronda, pero Cabañitas avanzó hasta convertirse en el primer deportista mexicano ganador de una medalla olímpica -de plata-.
Diría Fidel:
- Yo estaba un poco desanimado por aquella derrota ante Sabino y por un tiempo pensé si debía seguir o mejor le paraba. Pero entonces ganó Cabañitas y eso me impulsó a continuar.
Fidelón siguió adelante.
El boxeo mexicano de aficionados tuvo, entonces, un vigoroso desarrollo. Comenzaron a surgir nuevos clubes. Ya no solamente del Club Internacional brotaban los prospectos; la YMCA, entre otros centros deportivos, también era un gran semillero.
Y cuando el pugilismo fue aceptado como deporte oficial en los Juegos Centroamericanos, un buen número de púgiles mexicanos se inscribió para participar en el torneo selectivo del que surgiría el equipo que nos representaría en la tercera edición de esta competencia regional -San Salvador, 1935-.
Seis fueron los elegidos:
Juan Parra, mosca; Fidel Ortiz, gallo; Rafael Nava, pluma; José Hernández, ligero; Emilio Balíado, welter; Gabriel Rocha, medio.
Cinco regresaron con la medalla de oro. Sólo Hernández volvió con la de bronce. De aquel torneo escribió Fray Nano, director y enviado de La Afición:
Fidel había sido uno de los Leones Mexicanos, un grupo de boxeadores que sembraron el terror. En once combates disputados, ganaron diez por nocaut.
En su pelea final, Fidel Ortiz noqueó espectacularmente al guatemalteco Alberto Co-coy.
Y su estilo impactó a los salvadoreños.
Boxeaba cuando había que hacerlo.
Pero nunca rehuyó un cambio de golpes.
Y como tenía poder en los puños...
A nadie extrañó, pues, que Fidelón fuese el primer boxeador seleccionado para competir en los XI Juegos Olímpicos, a disputarse en Berlín, 1936.
Segunda Olimpiada para Ortiz...
Volvería el destino a unirlo con Cabañitas quien, no obstante ser menor que él -y que el resto de los púgiles escogidos para ese torneo-, fue designado entrenador nacional gracias obviamente a la medalla conquistada cuatro años atrás.
La preselección de boxeo fue encabezada por dos de aquellos que Fray Nano llamó Leones en El Salvador: Fidel Ortiz yEmilio Ballado. Tiburcio de la Rosa, Rafael Esparza, Lorenzo Delgado y Sabino Islas completaban el equipo, que entrenaba en las instalaciones de la YMCA.
Sin embargo, y "por problemas económicos", a la capital germana únicamente viajarian Fidel, Ballardo, Delgado e Islas.
Pero Fidel no será sólo un púgil: ha recibido el alto honor de ser el abanderado oficial de la delegación mexicana.
Así, el 29 de junio de 1936 partió el contingente nacional. Salió de la estación de Buena-vista, rumbo a Veracruz; ahí abordó el buque Orinoco, que lo llevó a España y de ahí a Hamburgo. Y del puerto aleman viajó nuevamente por ferrocarril hasta arribar a la antigua capital de Prusia y del Imperio.
AQUEL DESFILE ANTE
EL FUHRER...
1 de agosto de 1936.
Parecen renacer, en el país todo, aquellos ímpetus guerreros que murieron aplastados en
1918.
Pero hoy es día de paz.
Día de convivencia universal.
Día de colorido.
Y de sonrisas...
Resplandece bajo el típico bigotillo la de Adolfo Hitler, el Fúbrer, el caudillo. Está en el palco de honor, acompañado del conde Baillet Latour, presidente del Comité Olímpico Internacional.
Y mientras las tribunas se colman, 4 mil 169 atletas -representantes de 49 naciones-, esperan que dé inicio el desfile.
Al frente irá el famoso ganador de la primera maratón olímpica, el griego Spiridyon Louis. El porta la bandera de su país y en la mano izquierda, una rama de olivo que entregará al Fúhrer...
Metros atrás, al frente de la delegación mexicana, camina el general Tirso Hernández, presidente del Comité Olímpico de nuestro país. Le sigue Fidel, como abanderado. Y detrás marcha la columna nacional, vestida de blanco; el suéter es cruzado por una franja verde en la que, en mayúsculas y con letras rojas, se ha escrito un nombre: MEXICO.
Ya no es Fidelón, el chiquillo de 19 años que en Amsterdan 28 desfilara por vez primera en una ceremonia inaugural olímpica. Es ahora un hombre de 27 años. Y sabe que difícilmente
podria cumplir otro ciclo olímpico como deportista.
El escenario para el boxeo es el auditorio Deutschland Hall. Tan extenso resulta, tan poco común para la presentación de funciones pugilísticas, que los organizadores deciden stalar no uno sino dos cuadriláteros. La confusión que esto genera, ocasiona la inmediata protesta colectiva. No obstante, es hasta la ronda final cuando vuelve la normalidad y se combate sólo en un ring.
10 de agosto.
Hoy entra en acción Fidel.
O debería de entrar. Porque su rival -aparentemente un púgil africano- no se presenta. Gana Fidelón sin cruzar un solo disparo.
Recuerda Max Tejeda Vega de aquella época:
- En Berlín, Fidel andaba un poco corto de dinero y le pidió prestados diez dólares al maestro Enrique C. Aguirre. De inmediato, éste le dio el billete. Al parecer, Fidel iba a comprar algunos souvenirs para sus familiares. Y un día, como dos meses después de nuestro regreso a México, se presentó Fidel con el maestro y le dijo: "muchas gracias, don Enrique,
aquí tiene sus diez dólares". El maestro ya ni se acordaba de aquel adeudo. Lo miró fijamente y le expresó: "Fidel, eres de los contados que me han pagado cuando les presto. Tenle extendió uno de los billetes de cinco dólares-, quédatelos". Cuando el maestro Aguirre se retiró, Fidel se acercó a mi y me dijo: "¡Uff, qué salvadota me ha dado!... No tengo dinero, pero tenía que cumplir".
El día 12 combaten los cuatro peleadores mexicanos.
Tres de ellos son eliminados.
Sólo sobrevive Fidel Ortiz, quien ha vencido al sudafricano Hannann.
La siguiente pelea será, nada menos, por el pase a la final.
Pero el rival será el peligrosísimo estadunidense Jackie Wilson, un moreno que llega a Berlín precedido de gran fama.
Escribiría Talán en ¡En el Tercer Round!:
De Ortiz dijo en una ocasión el general Tirso Hernandez, ex jefe de la Dirección Técnica de Educación Física y jefe de la delegación que envió México a los Juegos Olímpicos que se efectuaron en Alemania en el año 1936:
-En la Olimpiada de Berlín, toda la delegación estaba pendiente de Fidel Ortiz, queríamos llevarlo hasta entre algodones para que no se lastimara el muchacho; sin embargo, cuando queriamos inyectarle animo a Fidel, él contestaba: "no se apuren tanto por mí, al fin y al cabo el negro con el que voy a pelear estara igual o peor que yo". El negro era el famoso peleador Jackie Wilson, que fue coco de los mexicanos durante larga época: cuanto mexicano le enfrentaban, cuanto mexicano vencía, hasta que se topó con nuestro campeón Nicolas Morán, que le ganó una amplia decisión entre los aullidos de la multitud que llenaba el coso de las calles de Peru.
La pelea entre Wilson y Fidel es el día 14.
Duro combate. La puntuación de los dos jueces, europeos, favorece al estadunidense. El réferi ve ganar al mexicano. Decisión dividida.
El oro y la plata, por tanto, quedan vedados para Fidel.
Tendrá que luchar, ahora, por una medalla de bronce. El otro semifinalista es el sueco Cedenberg.
El combate se realiza el 15.
¡Para Fidel la medalla!. . . Gana (con faciIidad al rubio peleador europeo, mientras que el italiano Ulderico Sergo se adjudica la presea de oro: derrota por puntos a Wilson.
Y es Fidel, el único deportista individual que regresa de aquella olimpiada con una presea.
Dos años después, Fidel ratifica su dominio en el área: en los Juegos Centroamericanos y del Caribe realizados en Panamá, 1938, vuelve a coronarse en peso gallo. En la final se impone dramáticamente al panameño Leocadio Torres, en el que fue considerado como el mejor combate del torneo.
Escribió Fray Nano:
Fidel Ortiz es el mismo y creemos que siempre valdrá exactamente igual, ya que parece ser eterno.
Ya convertido en doble campeón centroamericano y en medallista olímpico y en virtud de que la II Guerra Mundial paralizó toda competencia deportiva, regional o intercontinental, Fidel combinó la práctica del boxeo con su enseñanza.
Y fue invitado a países como Chile, Colombia, Venezuela y Estados Unidos para que dictara clínicas y participara en torneos de exhibición.
Recuerda el mayor Faugier Córdoba:
- En 1940 y como yo pertenecía a la Marina, en el buque Durango realicé un viaje a Sudamérica. De regreso pasamos por Barranquilla y ahí recogimos a Fidel, quien vivió un tiempo en Colombia, donde enseñó boxeo. En el navío, Fidel se levantaba muy temprano para hacer sus ejercicios. Incluso, improvisó un costal. Un buen día, un cabo que al parecer había sido boxeador en Tampico y Veracruz, lo retó a intercambiar golpes. Fidel aceptó. Pensó que se trataba solamente de hacer un poco de boxeo, de moverse y marcar los golpes, pero no: que recibe un fuerte trancazo en la cabeza, y que se va al suelo. Los demás marinos se entusiasmaron al ver al famoso boxeador ahí, caído.
Pero eso molestó a Fidel, quien se levantó para mostrarse en su verdadera dimensión: dueño de un boxeo rapidisimo de manos, de puntería exacta y puños poderosos. Y le dio una ~ cra lección a ese marinero, grandote y moreno, que
se quiso pasar de vivo con él... La paliza fue en serio.
Reinstalado en México Fidel fue maestro de educación física en la Preparatoria de San Ildefonso, aún sin cobrar por ello. Después trabajó en Correos y en la Secretaría de Educación Pública, mientras que en las tardes entrenaba a un grupo de jóvenes peleadores en un gimnasio de la colonia Moctezuma. Su labor resultó tan loable que fue escogido para que se encargara de la dirección técnica del equipo mexicano de boxeo en los XV Juegos Olímpicos, en Helsinki 52.
Tercera Olimpiada para Fidel...
Llega Ortiz a la capital finlandesa con dos buenos prospectos: el peso mosca Chucho Tello y un peso gallo del que ya se habla mucho en el ambiente pugilístico nacional: se llama Raúl Macías; le dicen el Ratón. El tercer integrante del equipo es el peso welter José Luis Dávalos.
En su presentación en la Olimpiada, Dávalos noquea al filipino Tunakan y Macías derrota por decisión al venezolano Amaya, aunque Tello es eliminado.
Pero el Ratón Macías pierde en su siguiente combate -30 de julio- ante el soviético Garbussov. La decisión es muy controvertida y provoca airadas protestas.
Lo que sucede es algo que desconocen los mexicanos: las reglas han cambiado en el pugilismo de aficionados. Por acuerdo de la Asociación Internacional de Boxeo Amateur, a partir de esos Juegos el púgil deberá marcar el golpe, sin importar la potencia de éste.
Raúl Macías:
- Yo estaba seguro de que había ganado, pero después alguien me comentó que me habían quitado muchos puntos porque mi estilo era como el de un boxeador profesional. La verdad, ni Fidel Ortiz ni yo sabíamos del nuevo sistema de competencia, ni cuáles eran puntos y cuáles eran faules. Hasta después comprendí por qué el soviético sólo me tocaba mientras que yo trataba de conectar pocos golpes, pero efectivos.
Pasaron ocho años y Fidel volvió a ser designado técnico del equipo mexicano de boxeo.
Misión: XVII Juegos Olímpicos, en Roma 1960.
¡Cuarta Olimpiada para Fidel!...
Y si en Helsinki había dirigido a Raúl Macías, quien posteriormente se proclamara campeón mundial gallo en el terreno profesional, ahora sería entrenador del zurdo Vicente Saldívar quien años después, se convertiría en monarca mundial de los pesos pluma.
Además de Saldívar integraban el equipo:
Adalberto Hernández, en peso ligero y Rogelio Reyes, en welter ligero.
Nada para recordar.
Si acaso, aquel despojo que los jueces cometieron contra Vicente Saldívar, a quien arrebataron una legítima victoria sobre el suizo Ernest Chervert.
Dijo Fidel en aquella ocasión:
- Todo mundo comprendió que se había tratado de un robo. Vicente fue el legitimo triunfador, pero ya la decisión estaba dada y no había nada que hacer.
Decepcionado por lo ocurrido en esas dos oportunidades, Fidel Ortiz desechó cualquier posibilidad de volver a ser técnico de un equipo olímpico de boxeo.
Solía decir:
- Ya son muchos los corajes... Ya es suficiente.
Así que un día confió a un amigo:
- Voy a intentar poner mi granito de arena para evitar tantos despojos. ¡Yo mismo voy a ser réfen y juez!
Y comenzó a practicar en las funciones populares que él mismo organizaba en aquel gimnasio de la colonia Moctezuma. Y como lo hiciera en aquella su carrera de boxeador, poco a poco fue ascendiendo de categoría, hasta que en 1967 se le otorgó el nombramiento de juez-árbitro por la Federación Mexicana de Boxeo Amateur y a principios del año siguiente la AIBA le extendió el carnet de oficial internacional.
Fidel formó parte así, del cuerpo de réferis y jueces que actuó en los XIX Juegos Olímpicos, en México 68.
¡Quinta Olimpiada para Fidel!
En una breve entrevista publicada en aquel entonces por el diario Excélsior, decía
Ortiz:
- Un boxeador no se hace antes de cinco años. Pero nadie se aguanta y apenas hacen sus pininos ya hasta quieren enseñar.
Se refería a la imposibilidad de realizar un trabajo continuado con los púgiles amateurs quienes abandonan el boxeo de aficionados, atraídos por las grandes sumas que son pagadas en el profesionalismo.
Y decía que peleadores como el Ratón, Saldívar y el Pulgarcito Ramos pudieron haber sido campeones olímpicos si hubieran resistido la tentación de ingresar al boxeo de paga.
- Y como ellos, ¿cuántos más?-, preguntaba
De ¡En el Tercer Round!:
¿Qué el boxeo como esta? Hombre, por los suelos. Hacen falta muchas cosas, lo principal: entrenadores y métodos, por ahí tengo una cosa que seguramente dará una sorpresa pero no escribas nada de eso ahorita, está en ensayo.
¿Debe alimentarse a los pugilistas durante la pelea? ¿Deben quedarse sentados en los descansos? Son cosas que he estado estudiando detenidamente, pues da hasta pena que haya muchísimos tratados de cómo criar un pollo y hasta la fecha no se les dice a los pugilistas qué y cómo deben comer sus alimentos. Hace falta un tratado de boxeo escrito por un mexicano, pues hasta la fecha tan sólo hemos tenido traducciones de lo que se usa en otros países y que por razón natural no pueden acoplarse a nuestras características raciales.
La obra de Fidel quedaría inconclusa.
Septiembre 9, 1975.
Hospital Quiroz, del ISSSTE. 21:10 horas.
Deja de latir el ya cansado corazón de Fidel Ortiz.
Dice de él Francisco Cabañas:
- Fue un hombre cabal...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Equipo nacional de Polo
Medallistas de bronce en Berlín 1936.
Se afirma que el polo fue inventado en Persia, porque se ha comprobado que se jugaba allí en el primer siglo de nuestra era, se extendió después hacia el este: Tíbet, la India, china y Japón. Fueron los ingleses quienes lo incorporaron en el siglo XIX al mundo occidental, porque se hizo muy popular entre los militares destacados en el Regimiento de Húsares, en la India. Las primeras reglas británicas fueron redactadas en 1875 y posteriormente el polo llegó a América. Se jugó, principalmente en Estados Unidos, Argentina y México, fue pues, por herencia, un deporte de militares.
Y Militares eran también nuestros representantes en aquella justa olímpica de 1936 cuando el polo por tercera vez es convocado como deporte oficial.
En los II Juegos Olímpicos de París 1900, compitió un equipo representativo de una región: Norteamérica, sin embargo, su cuatro titulares eran mexicanos: Guillermo Wright, los hermanos Eustaquio, Pablo y Manuel de Escandón, quedando en tercer lugar del torneo y quien se corona campeón es el representativo de Inglaterra.
En Londres 1908, solo es convocado como deporte de exhibición, disputándose un solo partido entre dos clubes ingleses. En Estocolmo 1912 no se programó y es hasta Amberes 1920, después de la reanudación al finalizar la I Guerra Mundial que el polo hace otra vez su aparición como deporte oficial en Juegos Olímpicos. En Paris 1924 Argentina vence a Estados Unidos en el partido por el título. Pero en Ámsterdam 1928 y Los Ángeles 1932 el polo no es programado.
A principios de 1936 se anuncia que el polo vuelve a ser en Berlín, deporte Olímpico y México se apresta a enviar a sus mejores exponentes, todos ellos militares, excepto Julio Mueller a quien se le concede el grado de Mayor auxiliar para que pueda integrarse al equipo nacional.
BUENAS NOTICIAS PARA MEXICO: Sólo se han inscrito otros tres países en la prueba de polo: Argentina, Inglaterra y Hungría, hay posibilidades, buenas posibilidades de ganar una medalla. Jugarán todos contra todos, los puntos por partido ganado determinarán la clasificación final.
Lunes 3 de agosto.- Abren México e Inglaterra el torneo, sostienen un cerrado encuentro en el que los ingleses mantienen la delantera; 4- 3 en el tercer periodo, 7-4 en el cuarto, 13 -8 en el quinto, pero en el sexto. . . cuando mas cansados parecen encontrarse los caballos mexicanos --los polistas ingleses han cambiado de caballo en cada periodo-- mas intenso se hace el acoso sobre la portería británica y se acercan al marcador: 13 - 11. Pero acaba el tiempo para los pupilos del Coronel Flores.
Miércoles 5 de agosto.- Segundo partido, contra Argentina, nada que hacer. Demasiada superioridad: 15 - 5.
Viernes 7 de agosto.- Todavía hay una esperanza: Hungría también ha caído ante Argentina e Inglaterra, el ganador, hoy será medallista olímpico. . .
Y arremeten los mazos mexicanos. Y van sus caballos a todo galope, y vuela la bocha --esfera de 78 a 90 milímetros de diámetro y un peso máximo de 135 gramos-- y cae una y otra vez la meta húngara. El público festeja cada gol mexicano. Y son ya 16 festejos cuando muere el quinto periodo y todo mundo ríe.
Sexto y último periodo del juego por la medalla de bronce.- México 16 - Hungría 0. Intempestivamente los extenuados caballos mexicanos decidieron que había sido suficiente y se pararon. Desesperados sus jinetes se apearon y comenzaron a jalarles las riendas, pero nada. . . queda indefensa la portería mexicana. . . anota Hungría 16 - 1. La conocida aversión del Fürer hacia los húngaros no le impide disfrutar de la cómica escena, jalan los jinetes por la cola a sus cabalgaduras pero nada, otra anotación de Hungría, 16 - 2, el asedio es agobiante durante esos minutos finales, pero no permiten los mexicanos un gol más ¡Victoria! ¡Medalla de Bronce! Estalla la gritería, cien mil espectadores alzan los brazos jubilosos y saludan como suya la victoria mexicana. Con tan solo 17 caballos, México se alza con la Medalla de Bronce. Se supone que, cuando menos, cada uno de los cuatro integrantes de un equipo de polo debe disponer de un caballo por cada periodo de juego. Y estos son seis. Argentina se presentó con 40 corceles.
Fueron los miembros de la milicia quienes incorporan el polo a nuestro país, su gran desarrollo se gestó en la década de los años veinte, pero recibe su impulso definitivo cuando el General Lázaro Cárdenas sube a la presidencia en 1934 y el mundo del deporte era comandado también, por los hombres del uniforme verde olivo. Dos de los principales colaboradores del Gral. Cárdenas eran polistas: El General Gilberto R. Limón, jefe de Guardias presidenciales y el General Manuel Ávila Camacho, en ese entonces secretario de Guerra y Marina es jugador.
Miembros de la selección olímpica:
• Juan Gracia Zazueta
• Antonio Nava Castilo
• Alberto Ramos Sesma
• Miguel Salvagoitia
• Julio Mueller
• Alfinio Flores.- Director Técnico
• Alfonso Arabe.- Veterinario
Gral. Antonio Nava Castillo.- Capitán de la escuadra. Nació en Ixcaquixtla, Puebla el 9 de septiembre de 1905. Inicia la carrera de equitación en el Colegio Militar, en 9121, cuando ingresa a la institución. Se gradúa como miembro de la generación 1921-1925 siendo sus compañeros grandes celebridades dentro de la vida nacional posteriormente: Rafael Ávila Camacho, Director del Colegio Militar de 1948-1950 y después electo gobernador del estado de Puebla; Manuel Ávila Camacho, Presidente de México después del sexenio del Gral. Cárdenas; Alfonso Corona del Rosal, diputado, senador y gobernador del estado de Hidalgo, presidente del PRI, secretario de Patrimonio Nacional y regente del Distrito Federal; José de Jesús Clark Flores, presidente de la Confederación Deportiva Mexicana, del Comité Olímpico Mexicano, vicepresidente del Comité Olímpico Internacional, presidente de la Organización Deportiva Panamericana e impulsor del movimiento olímpico en nuestro país, es el Gral. Clark Flores quien obtiene la sede de los Juegos Olímpicos de 1968. En 1942 los cronistas eligen a Nava Castillo como el mejor deportista del año. Al retirarse de la actividad ecuestre realizó una carrera política que lo llevó a la dirección de la Penitenciaría de Tránsito del D.F. y posteriormente, a la gobernatura de Puebla. Fue un gran impulsor del polo en la capital y en su estado.
Gral. Juan Gracia Zazueta. Nació en Quiriego, Sonora el 18 de abril de 1901. Debutó en el equipo de Guardias Presidenciales a los 26 años, fue además seleccionado de tiro para asistir a los Juegos Centroamericanos y del Caribe en La Habana 1930. Se le concedió la medalla al mérito deportivo.
Gral. Alberto Ramos Sesma.- Nació en Zanatepec, Oaxaca e, 25 de marzo de 1909, se especializó en polo cuando ingresó al Colegio Militar en 1928. Se hizo acreedor a nueve de las más altas condecoraciones deportivas militares y fue dirigente de la Asociación de Polo en México.
Mayor Auxiliar Julio Mueller.- Nació en Chihuahua el 28 de febrero de 1905. Inició a jugar polo en la ciudad de México en 1924. En 1926 fue seleccionado nacional para un torneo en Texas, en 1927 y 1928 realizó una gira por Europa y fue puntal del equipo que participó en Berlín. Ocupó la secretaría de la Asociación de Polo de México.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Tomo I, publicación de la Comisión Nacional de Deporte.
Autores: Ramón Márquez C. y Armando Satow.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Alberto Valdés
Medalla de Oro por equipos
Premio de las Naciones
Londres 1948
Estudió la primaria en la escuela Alberto Correa, era ya un buen deportista: formaba parte de las selecciones de fútbol y béisbol. Cuando tenía 10 años su padre fue comisionado como agregado militar de la embajada de México en Francia. La familia entera se fue a vivir a París, donde nace su afición por los caballos. Es el tiempo de la post guerra, el país estaba resarciéndose de la I Guerra Mundial, escaseaba el agua, el baño diario no era una costumbre europea, cuando los Valdés Ramos lo hacían, la servidumbre preguntaba si estaban enfermos. Después de cuatro años de estancia en París la familia regresó a México y Alberto fue inscrito en la Escuela de Aplicación, que se encontraba en las afueras de la ciudad, pertenecientes al Ejército. Ahí recibió instrucción del Mayor Armando Barriguete, quien lo inició en el salto ecuestre. Cuatro años más tarde, al cumplir los 18, ingresó al H. Colegio Militar y entonces se especializó en librar obstáculos a caballo. Unos meses -24 de octubre de 1937- después ganó su primer trofeo: una enorme copa por su victoria en el campeonato nacional de parejas. Ese día empezaron a formarse las parejas en el Campo Marte; que tu conmigo, que yo contigo. . . Los novatos fueron quedándose al último. Así que Valdés se acercó a Chelín González. Allí estaban los gallones: Humberto Mariles, Ramiro Rodríguez Palafox, José María Incháustegui, Misael Ramírez Ponce, Francisco Vieyra. . . los mejores de esos años. Ellos pasaron primero, y otra vez, los novatos fueron dejados al final. Saltaron el Chelín y Valdez, y cuando ya quedaban tres o cuatro parejas dijo el locutor "Hasta el momento la pareja líder es la Valdés y González" , pensaron que se trataba de una equivocación, pero pronto pasaron los demás, acabó la prueba y entonces anunció el locutor: "La pareja ganadora es la de Valdés y González" fueron los hombres del día en aquel concurso.
Del Colegio Militar egresó como Subteniente y fue adscrito a la primera zona militar, a finales de 1939 recibió su primera comisión: Recibir a los republicanos españoles que derrotados en la guerra civil, encontraban refugio en nuestro país. Ya en ese entonces Alberto Valdés era cuñado de Mariles. Alicia, su hermana mayor, se había casado con el Subteniente aquel que tenía el encargo de preparar al equipo ecuestre mexicano que competiría en los siguientes Juegos Olímpicos. Mariles había formado la Escuela de Equitación que era parte de la Asociación Nacional Ecuestre, reconocida por la Federación Internacional de Equitación. En los primeros días de 1940 Mariles solicitó que Valdés y otros militares pasaran a formar parte del grupo de instructores con miras, por supuesto, a integrar a los mejores al equipo internacional de salto. A Mariles lo conocía desde cadete, era seis años mayor que Valdés, lejos de beneficiarle poco le redituaba como jinete. El no quería que alguien le echara en cara que había favoritismo hacia Valdés y por eso le cargaba la mano. Caballo que nadie quería, se lo daba a montar, siempre fue muy exigente y Valdés nunca le falló.
Mariles era muy bravo, hacía y deshacía en el equipo, pero supo imponer una gran disciplina y un inquebrantable amor por el trabajo y por la consecución de aquella que primero fue su meta y después la de todo el equipo: Triunfar en unos Juegos Olímpicos. Por eso mientras en Europa y otros países se desangraban con una guerra, el equipo mexicano de ecuestre ya andaba en la friega. y esa responsabilidad fue la que nos sacó adelante. Mariles tuvo disgustos con todo el mundo pues era muy bronco; pero ante todo, era un hombre muy valiente y con una gran seguridad en sí mismo. En los primeros días de ese 1946, Alberto Valdés es aceptado formalmente en el equipo ecuestre internacional. y se unen Raúl Campero, Rubén Uriza y Víctor Manuel Saucedo. Tiempo después, se les uniría Joaquín Solano.
Y cabalgaron juntos en pos del lugar que les tenía reservado la historia del deporte olímpico. Siguieron victorias esplendentes en aquellas giras por Estados Unidos y Canadá y de triunfos en cada torneo nacional.
Febrero 1948.- Mariles informa a todos los miembros del equipo que el Presidente Miguel Alemán ha negado el permiso para la gira pre-olímpica por Europa. "Sobre lo del viaje, hubo contraorden y nada menos que del señor Presidente, pero yo estoy decidido. Iré con quien quiera seguirme" Aceptaron todos, el Pollo Franco -veterinario- se fue en tren hacia la frontera con los caballos, el resto lo hizo por carretera, luego de dos días de estar casi escondidos. llegaron a Galveston y de ahí se embarcaron hacia Nueva York, de donde salieron a Toronto. Allí ganaron cinco de seis pruebas, conquistaron el Premio Cóndor y salieron hacia Roma. En la casa de Mariles, Alberto es despedido por su esposa, ella cumple su segundo mes de embarazo, él parte con angustia de que no verá la gestación de su primogénito, sabe que será muy difícil que pueda estar presente en el día de su nacimiento que será los primeros días de agosto y él estará en plena competencia de Juegos Olímpicos, a miles de kilómetros de distancia, en Londres. Al encuentro con la historia, con el arte, con las huellas de la guerra. Hay pueblos enteros que renacen de sus propias ruinas, donde cayeron bombas florecen nuevas construcciones, son resanados los rostros de los antiguos y rediseñadas calles y avenidas. . . pero hay escasez de agua, de leche, de alimentos, aunque hay algo que ilumina el rostro de los caballistas mexicanos: el triunfo. Triunfos en Roma, en Suiza, en Francia. . . y llegan a Londres, la capital británica, y de ahí a la Academia Militar de Aldershot.
Por la noche Mariles anuncia secamente "a la prueba del Premio de las Naciones irán, en este orden: Chihuahua, Hatuey y Arete. El Corazón de Valdés comienza a latir aceleradamente: Chihuahua es su caballo ¡El será el primer jinete mexicano en la gran competencia!
14 de Agosto.- El mensaje ha viajado tres días. Ha sido depositado, en México, el 11 de Agosto de 1948. Lo recibe el Capitán Alberto Valdés en la mañana del día 14, cuando después de saborear la conquista de la medalla de bronce en la Prueba de los Tres Días, el equipo ecuestre mexicano se apresta para hacer frente a la gran competencia: El Premio de las Naciones. Rasga el sobre, es un cablegrama. Dice así: "Mi mamá y yo estamos bien. Llegué diez horas a este mundo. Besos. María Elena". Así que ya es papá, el resto del equipo esperaba en la camioneta que habría de llevarlos de la Academia Militar en la Villa de Aldershot, al estadio de Wembley. Les mostró el cablegrama. Todo mundo lo felicitó, esa noche festejarán por partida doble, el nacimiento de su hija y la medalla de oro. Estaba ya a unas horas de hacer frente a aquella prueba para la que el equipo se había preparado durante 12 años. Es temprano aún, pero ya camina la gente hacia el estadio de Wembley que aparece allá, al fondo como un gigante de concreto. Las tribunas comenzaban a llenarse. el pasto estaba verde, impresionantemente verde. había llovido el día anterior y eso era señal de peligro. La pista estaba húmeda y se enfangaría conforme avanzara la prueba.
En la Primer ronda ya han sido eliminados -para la participación por equipos- Portugal, Brasil, Dinamarca y Turquía. Así están las cosas cuando se anuncia que el siguiente competidor será el Capitán mexicano Alberto Valdés.
Mariles no podía ocultar su gesto de preocupación. Nomás cerraba los ojos cuando veía caer un jinete, ya se había informado que el Capitán Maupeo del equipo francés había sufrido fractura en la clavícula derecha. Y Mariles se ponía más nervioso "ten mucho cuidado Valdés" le decía a cada rato y él respondía "No te preocupes, la pista es dura, pero yo la paso" La verdad era que Valdés se sentía más nervioso por el cablegrama del nacimiento de su hija que por su próxima intervención "tienes que terminar Valdés" preparó a Chihuahua, un alazan tostado, se fue a la línea de salida y se dijo "Ahora es cuando" . . . El gesto de Mariles se contrajo en un gesto de desconsuelo, su primer caballista no llegaba aún al peligrosísimo quinto obstáculo y ya había cometido 20 faltas. Valdés pasó limpiamente el primer tronco pero falló, sucesivamente, en el doble oxer, en la puerta vertical y en la doble barra. Estaba cometiendo el error de hacer muy apresurado el recorrido; se había presionado él solo, quería avanzar rápidamente, que no se le fuera a acabar el tiempo. Así que cuando se aproxima hacia la peligrosísima doble reja, trata de serenarse y entra en la cadencia adecuada. Chihuahua salta espléndidamente a partir de entonces. Fallan en el oxer invertido -obstáculo 13- tal vez por exceso de confianza y por unas pulgadas los castigaron en la ría Chihuahua pisó el agua con la pata derecha. Finalizaron con 20 puntos de penalización, había dejado al equipo no solamente vivo, sino en muy buena colocación: tercer lugar, después vendría la actuación de Uriza y Mariles que le otorgaría a México la Medalla de Oro.
La ceremonia de premiación fue impresionante después de festejar en los vestidores, salieron nuevamente a la cancha, ahora montados sobre Chihuahua, Hatuey y Arete. Rugió el público, la ovación fue atronadora cuando los vio aparecer, Detrás del equipo mexicano y también sobre su cabalgadura venían los jinetes de España e Inglaterra, y por último, cerrando el grupo, el Capitán D'Orgeix que había ganado la medalla de bronce en la prueba individual. Los jueces ordenaron entonces la ceremonia olímpica. El público, muy reverente se puso de pie, y mientras nuestra sagrada Bandera Nacional era izada poco a poco en el asta bandera principal del estadio de Wembley, el Himno Nacional Mexicano era interpretado por la banda del cuerpo de granaderos de la Guardia Real. Las notas alegres, vibrantes y guerreras de nuestro Himno eran en esos momentos doblemente hermosas.
A la mañana siguiente, ahora si, puntual llegó un nuevo cablegrama para el Capitán Valdés, Decía: "Mamá y yo felicitémoste. Besos. Maria Elena"
El equipo entero recibió otro que acabó con la angustia. Dirigido a Humberto Mariles el mensaje decía "Felicito a usted por triunfo obtenido en unión de sus compañeros en favor de México. Esperanzas se tenían fincadas en ustedes están completamente satisfechas". Saludos Cordiales. Presidente de la República. Miguel Alemán.
Extractado de la 1a. edición 1990, de MEDALLISTAS OLIMPICOS MEXICANOS, publicación de la Comisión Nacional de Deporte.
Autores: Ramón Márquez C. y Armando Satow.
Tomado de:
Comité Olímpico Mexicano.
Joaquín Capilla
Máximo ganador de medallas en México
México, D. F., 28 de octubre (apro).- De pequeño, Joaquín Capilla siempre soñó con ser médico o "apaga-fuegos". Luego, en la etapa de su adolescencia creció con el estigma de su propio padre, que de "guerrista y chambón" siempre se refirió a los cinco hijos. Chambón es la palabra que describe a las personas de escasa habilidad en el juego o los deportes, pero para Joaquín aquella expresión --que persistiría en su madurez-- no tenía otro significado que no fuera el "bueno para nada".
--Papá, ¿por qué no puedo hacer esto?
--Porque eres un chambón...
El golpe anímico de esta palabra casi cotidiana en el lenguaje del progenitor doblegó el espíritu de los hermanos Capilla Pérez:
"Mi padre (Alberto) no sabía que sin querer o por ignorancia nos calificó a sus hijos de buenos para nada, pues uno llega a ser nada en la vida: mi hermano quiso ser ingeniero y no se pudo recibir; yo quise ser arquitecto y no me pude recibir, y mi otro hermano pretendió ser contador público, y tampoco lo consiguió. Ninguno de los cinco hermanos nos recibimos profesionalmente porque nos dijeron que éramos chambones. Fue una maldición porque maldice, porque dice mal".
Pero casi siempre, en la vida el ser humano saca a relucir el verdadero talento. En el caso específico de Joaquín la historia le tenía reservado un lugar en el deporte nacional. El país perdió acaso a quien pudo ser un excelente arquitecto, pero aquel muchacho de espigada figura se bañó de gloria hasta convertirse en el máximo ganador mexicano de preseas olímpicas de todos los tiempos: medalla de bronce en Londres 48, plata en Helsinki 52 y preseas de oro y bronce en Melbourne 56.
Y algo más: fue cuatro veces campeón panamericano --hazaña jamás alcanzada por otro atleta nacional hasta la fecha--, seis veces monarca centroamericano y tres veces campeón de Estados Unidos en la modalidad de clavados.
"Es la vocación", refiere el aludido, alguna vez actor circunstancial en la película Paso a la juventud cuando las compañías de cine nacional intentaban sacar provecho de la fama del atleta y las salas eran abarrotadas por el público, que tan sólo con escuchar el himno nacional o el nombre de Joaquín Capilla --Joaquín Carrillo su nombre artístico en el celuloide-- se ponía de pie para aclamar al campeón.
En 1948, cuando trajo para México la presea de bronce, el héroe de la pileta recuerda que su primera expresión antes de viajar a Londres fue de asombro: "¡Qué bruto! Para qué me metieron en este lío, tan a gusto que estaba comiendo palomitas en el cine con mis cuates. Le suda a uno la espalda, se te suelta el estómago. Es una cosa tremenda, una pesadilla".
Pero cuando regresó a México en plan triunfador, el público se emocionaba entonando el himno nacional. "Hasta mi profesor estaba llorando". El maestro le dijo: "Joaquín, esto ya se lo merecía desde hace mucho tiempo".
De cierto modo, Capilla niega que su familia, en el caso preciso de su padre, le haya picado lo que él llama el orgullo, "pues es uno mismo el que trae la vocación. De niño sentía todas las noches que corría y que volaba. Luego descubrí que era un sueño, pero cuando me trepé por primera vez desde una plataforma de 10 metros llegó mi realidad. Ahí estaba yo a 10 metros de altura entre el temor y la angustia por saltar. Cuento: una, dos... híjole desde arriba se ve como si fueran 20 metros... Una, dos... no me pude lanzar".
El segundo intento llegó una semana después en el mismísimo Deportivo Chapultepec, un club hasta la fecha exclusivo de la gente adinerada. Y cuando al fin logró ejecutar el clavado, Joaquín Capilla sintió de pronto el deseo de regresar a su anterior disciplina deportiva, la natación, aunque ya estaba harto de practicarla y de llegar --no en el eterno segundo sitio-- siempre en el último lugar entre ocho competidores. "Si la alberca tuviera nueve carriles de seguro que me hubiese tocado siempre en el noveno lugar".
Así que Capilla siguió en la natación, "pero me echaba mis clavaditos de un metro, de cinco metros y con vuelta y media un mortal hacia atrás". Luego, cuando al fin "aprendí que volaba, pues era lo que soñé desde niño, encontré mi verdadera vocación, esa que no todo el mundo la tiene".
Dice que subir al podio de vencedores es el premio al esfuerzo, "la satisfacción del deber cumplido. Es un sueño cristalizado, pero nunca cuelguen las medallas a nadie antes de tiempo porque nadie tiene la seguridad de ganarla, en virtud que cualquier cosa puede fallar. El deporte es como la rueda de la fortuna: unas veces estás arriba y otras abajo. Nadie sabe cuándo es el día perfecto, así que debe estar preparado para todo, pero ganar y oír el himno nacional en el extranjero, o volver a casa con las manos vacías".
Joaquín Capilla, el chico que remontó la cascada de subestima del progenitor y llegó a lo más alto en los Juegos Olímpicos, charla como cuando era campeón olímpico. Y lo hace como si hablara en bronce, en plata o en oro:
--Esto es muy difícil de olvidar, sobre todo porque Estados Unidos había dominado todas las pruebas de clavados en las Olimpiadas durante 45 años. Estados Unidos siempre había ganado el primero, el segundo y el tercer lugar. Eran los dueños de los clavados hasta que aparecí en el 48.
"Después gané la de plata en Helsinki y la de oro y otra de bronce en Melbourne, Australia. Es decir, cuatro medallas olímpicas en 12 años, pero el día que gané el oro, todos los australianos me aplaudieron como si se tratara de un compatriota. Fue un privilegio haber escuchado el himno nacional, porque desgraciadamente sólo premian al primer lugar, pero los que hacen el mayor esfuerzo son los que no ganan las medallas. Eso ocurre en la actualidad con Ana Gabriela Guevara, en la que sus competidoras hacen más esfuerzos por alcanzarla. En cambio, Ana sale como si no hubiera corrido.
--¿Será difícil que algún atleta mexicano pueda igualar la marca de Joaquín Capilla en las Olimpiadas?
--No se pueden comparar los tiempos anteriores porque toda la tecnología ha avanzado tanto, que es increíble que los clavados se realizan ahora con un trampolín que es de un aluminio especial, fabricado con el mismo material con el que se construyen las naves espaciales. Entonces los clavadistas están botando hasta 40 o 50 centímetros más alto. Por ello gozan de mayores beneficios.
Lamenta la falta de una cultura del deporte en México
México, D. F., 29 de octubre (apro).- Hace rato que ha pasado los 70 años. Todos los momentos, cuando se habla de los medallistas olímpicos nacionales, resurge su nombre. Se llama Joaquín Capilla, que también se hizo clavadista movido por el impacto que le generaba su hermano mayor Alberto, primero en las preferencias familiares.
Para Alberto fueron las cosas nuevas: "Le regalaban el traje nuevo y yo lo heredaba, le daban el juguete nuevo y también lo heredaba". Así que se propuso ser el primero "para que me dieran las cosas, y hasta llegué a tocar el piano en aras de agradar a mis padres, pero no me hacían caso".
La otra parte de la historia lo llevó a la natación, que le resultó aburrida. "Siempre agarraba el octavo lugar porque eran ocho carriles", por lo que buscó un nuevo reto en los saltos ornamentales. En realidad, Joaquín no ejecutaba más que "paraditos" desde el trampolín y la plataforma, pero no sabía que a los 12 años de edad, aún siendo nadador, era seguido por los ojos expertos del gran maestro de clavadistas mexicanos, Mario Tovar, en el Deportivo Hacienda.
--¿Qué pasó contigo? --le preguntó Mario Tovar a Joaquín al verlo tan afligido.
--Que la natación me resulta reteaburrida. Siempre soy último.
--¿Y por qué no pruebas en los clavados?
--Pues sí, pero ¿quién me enseñará?
--Yo.
Ya no es aquel muchacho que a los 19 años hizo su presentación olímpica --la primera de tres consecutivas-- en Londres 48 y obtuvo la medalla de bronce en plataforma, y luego la presea de plata en Helsinki 52, y la de oro y bronce en Melbourne 56, en esta última a punto de haber cumplido 28 años.
Desde sus inicios siempre tuvo un espejo en quién mirarse: el regiomontano Gustavo Somohano, su ídolo, además de los hermanos Mariscal, aunque fue Somohano su mayor reflejo. "Era el único mexicano que se echaba tres vueltas y media al frente desde los 10 metros, y fue él quien me jaló en esta disciplina, porque el líder jala a su gente".
Son los líderes, insiste Joaquín Capilla, los que motivan a las nuevas generaciones "una cultura de educación física que, lamentablemente, no tenemos en nuestro país, cuando debe ser obligatoria, así como lo es la educación".
Explica: "En nuestra época Cuba no nos ganaba. Hoy nos hace pedazos. ¿Qué tiene Cuba que no tengamos nosotros, si hasta tenemos un poquito más de dinero? Lo que pasa es que Cuba tiene seguimiento de sus atletas y aquí no lo hay. Por ejemplo, vino Raúl González a la Comisión Nacional del Deporte (Conade) y puso una escuela de clavados, de natación, de caminata, pero al ser relevado por Nelson Vargas fue borrón y cuenta nueva, porque al no haber seguimiento no aprovechan a las personas que tienen conocimiento".
Joaquín ejemplifica que Estados Unidos aprovechó a su nadador Mark Spiks, "el único que obtuvo siete medallas olímpicas, le sacaron beneficio para que transmitiera su técnica a las nuevas generaciones, desde cómo dormía, qué sentía. Y a los cuatro años siguientes salieron cinco mejores que él y rompieron todos sus récords".
Se queja que cuando dejó la actividad deportiva no hubo autoridad que le dijera siquiera cómo poder encauzar a los nuevos valores de clavados, "cuando somos los que tenemos experiencia. Con decirle que cuando González llegó a la Conade (en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari), algunos medallistas olímpicos trabajaban de taxistas y otros no teníamos trabajo. Y es hasta ahora, después de 16 años, que estamos saliendo para hacerles llegar mensajes a los niños. Por eso cuando Ana Gabriela Guevara pare de correr, deben aprovechar sus conocimientos".
Expresa que el deporte mexicano ha sobresalido en las actividades de clavados, box y caminata, porque son disciplinas que de alguna u otra manera han sido ejemplos a seguir. "El mejor líder jala a los demás. De mi parte salieron Juan Botella (ganador de la única medalla en Roma 60), Alvaro Gaxiola y Carlos Girón, a quien le costó tres olimpiadas ganar la medalla de plata, y de ahí surgió Jesús Mena. Ahora están los entrenadores Jorge y Francisco Rueda aplicando las enseñanzas de Mario Tovar en Fernando Platas y Rommel Pacheco. Igual ocurre en caminata: primero salió el sargento José Pedraza y después vino Daniel Bautista, quien a su vez jaló a Raúl González y a Ernesto Canto, y éstos a Carlos Mercenario.
"Lo mismo pasó en el boxeo: el primer mexicano que ganó medalla olímpica en esta prueba fue Francisco Cabañas (bronce en Los Ángeles 32). De ahí surgió Juan Fabila, luego Agustín Zaragoza y Joaquín Rocha (ambos en México 68). Hay posibilidades de más triunfos en el deporte mexicano, lo que pasa es que sólo en México 68 fue cuando más se atendió al deporte. Se ganaron tres de oro, tres de plata y tres de bronce, pero jamás lo han vuelto a atender. Ahora, por lo general, sólo un mexicano trae medalla de Juegos Olímpicos porque nunca han aprovechado a los medallistas".
El deporte de México le debe mucho a Joaquín Capilla. ¿Cómo espera ser recompensado?, se le pregunta.
--No, no, no. Eso lo hace uno por la vocación, no por el dinero, que en mi época no existía. Ahora dan hasta becas, y es una desgracia que los atletas digan que si no se les pagan bien se van del país. Lo más importante es que hay becas para niños, porque es en la etapa de estudiante cuando más se necesita el dinero. Yo entrenaba en la alberca del Deportivo Chapultepec, vivía en la colonia Roma y estudiaba en la Universidad y no tenía coche para trasladarme de un lugar a otro. Hasta me quedaba sin comer con tal de entrenar. Uno es el que tiene que hacer los sacrificios cuando hay la vocación para llegar a ser. Pero no todo el mundo tiene esa vocación. Algunos la tienen para ser políticos o artistas. En fin, para gustos hay colores, pero en el deporte tiene uno que saber que puede triunfar para ser bien elegido en la disciplina.
Tiene 75 años de edad. Posee una memoria prodigiosa que le permite revivir cada pasaje como si hubiese sido ayer. A fines de los cincuenta y principio de los sesenta, vivió ocho años en Estados Unidos como clavadista profesional, hasta que allá por 1964 ya no pudo realizar más clavados porque se le perforó el tímpano de la oreja izquierda.
Ahora es un siervo del señor. "Tengo 16 años leyendo la palabra del Señor, estudiándola de día y de noche con la misma dedicación cuando fui campeón olímpico. Ya acabé mi maestría en teología y estoy haciendo mi doctorado en teología, y tenemos la unción de profeta, que no es el que dice que va a hacer las cosas, sino el que viene con mensajes de parte de Dios. Somos la unción del rey. Seremos reyes porque vamos a reinar con Él, porque si usted se muere ¿a dónde se va? Muchos no saben que hay una vida más allá que esta, que aquí todos estamos de paso y Dios nos ha comprado para la eternidad, y el que vive con esa esperanza, va a ver a Dios cara a cara".
Casi se le resbalan las lágrimas a Joaquín Capilla cuando habla de su nueva devoción. "Dice el mundo que todo tiene solución, menos la muerte, pero para nosotros, con Jesucristo, todo tiene solución, hasta la muerte".
Tomado de:
Ochoa Rincón, Raúl.
Joaquín Capilla: romper la maldición .
Proceso.
29 de octubre de 2003.
Ochoa Rincón, Raúl.
Líderes, los que motivan a las nuevas generaciones: Capilla.
Proceso.
30 de octubre de 2003.
Humberto Mariles Cortés
Doble medalla de oro y medalla de bronce en ecuestre
Londres 1948
Finales de febrero de 1948...
Se apresta, el equipo mexicano de equitación, a partir hacia la última gira previa a los Juegos Olímpicos de Londres.
Será por pistas europeas.
Pero, inopinadamente, el teniente coronel Humberto Mariles -al frente del grupo- es requerido por el presidente Miguel Alemán.
Dice éste, con fría voz que hiela la sangre militar:
- Sabe usted, teniente coronel. .. Que el viaje se cancela.
Sorprendido por la noticia, visiblemente molesto, pregunta Mariles:
- ¿Puedo saber por qué, señor Presidente?
Responde, lacónico, el mandatario:
- No pueden ganar...
Y se refiere entonces, despectivamente, al tan orgullo de Mariles:
- No pueden ganar con esas carretas de caballos, con ese tuerto...
Se irrita Mariles con el insulto a Arete. Intenta una protesta:
-Con todo respeto, señor Presidente, pero...
Interrumpe, terminante, el hombre del poder:
- ¡Es todo, teniente coronel!
Se cuadra el militar y pide permiso para tirarse.
- Adelante.
Mariles ya tiene todo arreglado para el viaje. Ha cubierto los gastos. El equipo reeditado para cada competencia europea incluyendo, por supuesto, la olímpica. Los trailers ya están listos para salir hacia el puerto Galveston. Es, ni más ni menos, la culminación de 12 años de trabajo; el toque final de una larguísima preparación con miras a competir en unos Juegos Olímpicos.
Así que determinado a todo con tal de no fracasar en la empresa, Mariles recurre al ex presidente Manuel Ávila Camacho, quien le profesa especial afecto, y a quien solicita interceda por él. Telefónicamente, Ávila Camacho y Alemán acuerdan encontrase ese fin de semana.
Pero apenas es martes e intuyendo que será muy difícil que el presidente Alemán acceda a la petición que le hará el hombre a quien sucede en el mando del país, toma Mariles una brava decisión: se va. No espera. Pone en orden sus cosas, se reúne con los demás miembros del equipo y les informa lo que ocurre. El grupo se solidariza con él: irán todos, pase lo que pase. Sólo pone Mariles una condición: la responsabilidad será totalmente suya. Si algo sucede, si algo va mal, será sólo él quien pague las consecuencias. El equipo ecuestre mexicano, considerado ya en el medio como una de las posibles sorpresas en Londres, parte a Nueva York y antes de embarcarse hacia Italia, compite en Toronto, gana cinco de seis pruebas y es campeón del concurso Cóndor.
Al llegar a Roma, Mariles es esperado por el embajador Antonio Armendáriz, quien ha reclamado su inmediata presencia. El se reporta al instante. Y entonces, el diplomático tiene que olvidar la vieja amistad que lo une al militar y le informa, con gran pesar:
- Perdóneme, don Humberto, pero mejor regrese a México. Tenemos una orden de aprehensión contra usted. Se le acusa de desacato a la autoridad, peculado, deserción y de otras cosas. Vuelva, se lo suplico.
Responde Mariles, enmarcando sus palabras en una dura sonrisa:
- No, señor embajador; lo siento, pero no regreso. Ya estoy aquí. ¿Cómo hacerlo? Mire, mejor hablamos mañana.
Al día siguiente está programada, en la capital italiana, la importante prueba de fuerza, dentro del tradicional Concorso Ippico Internazionale.
Federico El Pollo Franco, veterinario del equipo, trabaja con ahínco toda esa tarde, toda esa noche, y deja listos para la competencia a aquellos caballos casi muertos por el largo viaje.
Y son a partir de ese primero de mayo, cuatro jornadas de rotundo éxito del equipo mexicano que, finalmente, es recibido por su Santidad el papa Pío XII, el día diez. También él felicita al grupo de caballistas. Los teletipos hacen volar la noticia.
Miguel Alemán va olvidando su enojo.
Más victorias para el equipo, ahora en Suiza y finalmente, la lluvia de medallas en los Juegos Olímpicos londinenses...
Y una singular llamada telefónica para felicitar a Mariles y a su grupo: la que hace, desde México, el presidente Miguel Alemán Valdés.
Una serie de acusaciones ha sido ya retirada.
No hay hipérbole en la frase:
México entero se conmovió al enterarse, aquella noche del 6 de diciembre de 1972 -en Europa era la mañana del día 7-, que el general Humberto Mariles había muerto en París.
Se había ido con él una parte muy viva de la historia del México de la posguerra.
Y también un legendario héroe deportivo.
Dice, con dulce melancolía en cada una de sus palabras, su viuda doña Alicia Valdés:
- A veces siento que él no ha muerto. De hecho, no ha muerto para mí porque sigue conmigo en cada momento de mi vida. Es la gente la que me hace pensar que mi esposo es un hombre inmortal. Porque nadie lo olvida. Y el recuerdo de su fuerte personalidad, de sus triunfos deportivos, siguen siendo todavía, un ejemplo para las nuevas generaciones de mexicanos... Yo prefiero sentarme en el sillón de la estancia y volver a verlo como aquella primera vez: a caballo, gallardo él, hombre de gran apostura, que vestía como nadie el uniforme militar. Y era toda una estampa...
Eso era el general Mariles: un hombre de a caballo.
Lo fue desde sus años primeros, allá en Parral, Chihuahua, donde nació el 13 de junio de 1913. Hijo del coronel Antonio Mariles y de doña Virginia Cortés, Humberto Mariles creció prácticamente sobre los lomos de todo equino que encontraba a su paso.
Acababa de cumplir doce años cuando fue enviado al Colegio Militar, bajo la tutela del general Marcelino García Barragán. En la cuna de los aguiluchos sobresalió rápidamente por su entusiasmo por el deporte ecuestre y por su aplicación en los estudios. Fue así como muy pronto, llegó a ostentar el grado de sargento de cadetes. Y a los 18 años ya era subteniente.
Doña Alicia:
- Él estaba orgulloso de pertenecer al ejército. Me decía que lo habían metido al Colegio Militar porque era un niño muy travieso, de fuerte e incontrolable carácter. En el colegio tocaba la trompeta y era uno de aquellos temerarios que se subían hasta lo más alto en las pirámides humanas.
Su excelencia a caballo lo llevó, por supuesto, a formar parte del equipo mexicano que acudió a los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en El Salvador, 1935. Su actuación fue determinante para que nuestra escuadra conquistara la medalla de oro. Ramiro Rodríguez Palafox ganó la medalla de oro en la prueba individual y Francisco Vieyra la de bronce. Al año siguiente, a solicitud del general Lázaro Cárdenas, asistió como observador
-acompañado por Rodríguez Palafox- a las pruebas ecuestres celebradas en aquella undécima Olimpiada, en Berlín.
Fueron varias las conclusiones de Mariles.
Entre las más importantes:
Había, en México, calidad suficiente como para competir en los más altos niveles mundiales de la equitación; lo que se requería era de un trabajo muy disciplinado, basado en un exacto programa de actividades y de competencias nacionales e internacionales y por supuesto, de un decidido apoyo financiero.
Este último fue ofrecido por el Presidente de la República.
Y Mariles se puso a trabajar.
Organizó, en 1938, el primer Gran Concurso Hípico Internacional de México disputado en el estadio Nacional. Y se alzó con la victoria, montando a Diablo.
Y mientras él iniciaba la pesada tarea de conformar un equipo olímpico de equitación, en ese mismo año y allá en un modesto rancho de los Altos de Jalisco, llamado Las Trancas, nacía un potrillo de fina estampa y de ilustres padres desconocidos. Era un alazán tostado que desde el primer día cautivó a sus criadores quienes de inmediato le llamaron Arete, por una hendidura natural en la oreja izquierda.
Los caminos de Humberto Mariles y de Arete se unirían años más tarde... E inscribirían sus nombres, juntos, en la historia del deporte.
En 1939 llegó para Mariles, la primera gran victoria: el equipo mexicano se presentó en el famoso y exigente circuito ecuestre del Madison Square Garden y ganó la copa Bowman, con un primer lugar y dos segundos sitios, compitiendo contra los mejores binomios de Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Francia. Mariles fue la estrella refulgente de ese concurso, a bordo de Lomigamito. James Williams, alcalde de Nueva York, llamó as de ases al militar mexicano.
Al año siguiente, entonces sobre Resorte, Mariles -cuyo compañero fue el teniente Ramiro Rodríguez Palafox- conquistó el triunfo en el importante concurso internacional en Chile.
Mariles y Resorte comenzaban a ganar fama.
Por ese entonces el coronel Rocha Ganbay, comandante del trigésimo regimiento destacado en los Altos de Jalisco, compraba en 400 pesos a aquel alazán tostado y para amansarlo designó a un caballerango de nombre Benito, quien posteriormente trabajó en el Hípico Francés. Arete empezó a ser montado por los oficiales del regimiento. Cuando el general Rocha fue trasladado a Ameca, se llevó con él a su alazán. Meses después, de vuelta en Guadalajara, lo regaló al general Enríquez Guzmán, comandante de la decimoquinta zona militar. Arete fue incorporado al equipo de saltos. Comenzaba a cumplir con su destino.
También Humberto Mariles.
El 3 de diciembre de ese 1939 casó con la gentil dama Alicia Valdés, hija del general Carlos 5. Valdés, mujer también de a caballo y quien, inclusive, llegó a derrotarlo en alguna prueba. Ella es hermana de Alberto Valdés, quien hizo equipo con Mariles en la obtención del triunfo por países en la Olimpiada de 1948; Alberto Valdés Jr. heredero de aquellas glorias, ganó la presea de bronce en la justa ecuestre de los Juegos Olímpicos de Moscú, 1980.
Doña Alicia:
- Fue una boda problemática porque, ¿sabe?, el general tenía fama de conquistador y al parecer, muy bien ganada. Mis padres, que difícilmente aceptaron nuestro noviazgo, se opusieron al matrimonio. Tuvo que intervenir mucha gente a nuestro favor. Pero, por sobre todos ellos, hubo dos personas que no cedieron en ningún momento: Esperanza Iris, muy amiga de mis padres y Manuel Ávila Camacho,
quien se perfilaba ya como futuro presidente de la República.
Humberto Mariles y Alicia Valdés tuvieron cuatro hijos: Humberto, Virginia, Alicia y Patricio.
Y fueron ya seis de a caballo en la familia Mariles Valdés.
Doña Alicia, con una tímida sonrisa:
- Sí, señor... Por los cuatro costados éramos una familia de caballistas.
Arrancado de una crónica de la época:
¿Estamos ante un caballista de leyenda?... Sobre los lomos de Resorte, Humberto Mariles cautiva al llevar a su corcel con paso cadencioso cuando el terreno así lo exige, y enciende las pasiones cuando, de cara a los más difíciles trazos de la pista, los enfrenta con una rara mezcla de serenidad y arrojo.
El estallido de la II Guerra Mundial ha abierto un paréntesis.
En todos los terrenos.
Las Olimpiadas XII y XIII, correspondientes a los años de 1940 y 1944, cumplen su ciclo sin ser disputadas.
Pero, dentro de lo posible, Humberto Mariles y el equipo ecuestre nacional continúan con su preparación.
Arete también:
Su jinete será ahora el capitán Salvador Villalobos quien, incansable, le dedica horas y horas de su tiempo.
Arete se vuelve un mito en Jalisco.
Habrá que verlo en México.
Y a México van Arete y Villalobos a participar en 1945, en el campeonato nacional de potencia. Ni quien piense en ellos cuando de analizar posibles triunfadores se trata, porque los favoritos son: el teniente Vicente Mendoza, sobre Húsar; Pablo Jean, con Muchacho, y el teniente Joaquín Solano, quien monta a Valiente.
En los primeros saltos y al llegar la barrera a 1.60 metros, quedan eliminados Mendoza Húsar y Solano Valiente. Al 1.75 ya sólo sobreviven Jean-Muchacho y Villalobos-Arete. Los primeros tendrán que conformarse con la medalla de plata, porque no pueden librar el 1.80.
Villalobos y Arete, dueños ya de la de oro, se impulsan hasta saltar 1.85.
Era, el del alazán tostado, un estilo muy peculiar de saltar. Iniciaba con paso casi lento y hasta desgarbado. Pero cuando lo enfilaban hacia la valía, era su cuerpo una brillosa masa de músculos en poderosa acción. Impresionaba su fuerza en el arranque y su ligereza en el galope. Al aproximarse al obstáculo y en contra de toda ortodoxia, Arete frenaba su ritmo avasallador y entonces se elevaba con toda gracia y firmeza en cada uno de sus movimientos.
Doña Alicia:
- Saltando, Arete era todo un poema... Sobre todo -sonríe la dama- cuando uno podía respirar después de verlo frenarse así. En broma le llamábamos El Elevador. Porque subía de repente y de la nada.
1946.
Ya el holocausto ha terminado.
De la pesadilla quedan dolorosas heridas.
Pero el mundo se obstina en restañarías.
Y en olvidar lo que parece inolvidable.
Quiere sonreír.
Y busca en el deporte un vehículo para ello.
Que se reanuden, pues, los Juegos Olímpicos.
Que sean en Londres, 1948, en una cita puntual con el nuevo ciclo.
Que el mundo compita en las canchas y en las pistas, en las albercas y en las mesas y no en las trincheras.
Que vuelva a reunirse la juventud; que se hermane, otra vez.
Venga todo mundo, pues, a prepararse...
Mariles ya trabaja intensamente. Organiza. Coordina. Ordena. Obedece. Contrata. Suplica. Exige. Obtiene. Paga. Entrena. Monta. Triunfa...
Va, sobre el lomo de Resorte -también hizo ganadores a caballos como Parral, Chihuahua, Hatuey y Petrolero, entre otros- al encuentro con la inmortalidad deportiva.
En octubre de ese año Mariles y Resortes conquistan el Military International, en Nueva York y allí mismo, al día siguiente, el concurso Stakes y 24 horas después son la base en la que se sustenta la escuadra mexicana -integrada también por Alberto Valdés y Raúl Campero para alcanzar el tercer lugar en la competencia por equipos.
1947.
Todo lo exitoso es no sólo ratificado, sino incrementado:
Victorias en siete grandes premios ecuestres -entre los que destacan el Military, el Stakes y el Dakota- lo que, hasta nuestros días, nadie ha logrado igualar.
Mientras todo eso acontecía, allá en Jalisco, al desintegrarse el equipo de saltos de la decimoquinta zona militar, el general Enríquez vendió a Arete en ocho mil pesos al ingeniero Juan José Barragán, de Guadalajara, quien posteriormente, lo cedió a Casimiro Jean, presidente del Hípico Francés.
Mariles y Resorte cierran el año en forma impresionante: vuelven a imponerse en Nueva York y a continuación, ganan cinco de seis pruebas en el Gran Concurso Internacional en Toronto, Canadá.
No obstante, Mariles ha comprendido que toda su actividad ha sido continental y básicamente, en los Estados Unidos. Pero los Juegos Olímpicos serán en Europa. Y hay que enfrentar a los caballistas del Viejo Mundo en su propio terreno el que, seguramente, es muy distinto; esa experiencia, advierte el militar a los altos funcionarios -que han apoyado en todo momento al equipo ecuestre- será fundamental para acrecentar las posibilidades del triunfo. Son tan sólidos sus argumentos que obtiene la autorización. El equipo mexicano, pues, competirá en los clásicos concursos de Italia y Suiza, donde se enfrentarán los mejores binomios en las dos últimas grandes pruebas antes de encontrarse en el circuito olímpico de la capital británica.
Un día de enero, ya en 1948, año olímpico y atendiendo a una reiterada invitación hecha por Casimiro Jean, Mariles acude al club Hípico Francés a conocer un alazán tostado, tuerto -por una deficiencia orgánica fue perdiendo poco a poco la vista del ojo izquierdo-y castrado, al que llaman Arete y del que se cuentan grandes historias. Lo monta... y desde ya, comprende que comienza el fin de la carrera de Resorte.
Mariles, al día en todo lo relativo a su actividad, había jugado con sus adversarios una especie de ajedrez equino en los grandes circuitos: en las primeras competencias, en Nueva York y en México, presentó caballos que se caracterizaban por su precisión en el salto; traducción: caballos lentos; sacrificaba rapidez por seguridad. Los equitadores de otros países respondieron con corceles que cubrían en mucho menos tiempo los recorridos, lo que en ocasiones -sobre todo cuando había empate en faltas- resultaba decisivo. Mariles contraatacó con Resorte, que era eso: arrancaba disparos como un resorte. Era, sin duda, uno de los caballos más veloces del mundo, pero había que tener muchísimo cuidado con él en cada salto. Y conforme evolucionaba todo, lo hacía también la equitación: cada día eran más altos los obstáculos. Resorte perdía, pues, mucho terreno. Así que Mariles se encontró de repente y emergida de la nada, con el arma ideal para contrarrestar las nuevas circunstancias: Arete era un caballo acaso no tan rápido como Resorte pero, a cambio, muy potente y gran saltador; un caballo, en síntesis, que ofrecía mucha seguridad en esos tiempos de cambio... Y siendo como era, hombre de rápidas decisiones, Mariles tomó una al instante: sería Arete su nueva cabalgadura.
Y a partir de ese mismo momento, está sobre él, corrigiendo sus defectos, mejorando sus aptitudes; haciendo de él, en síntesis, un caballo de competencia olímpica. A sólo siete meses...
Poco después el militar revela, en una charla informal con varios reporteros que
-¡oh, sorpresa!- Resorte no irá a Europa, que su lugar será ocupado por Arete y que será éste el corcel con el que participe en los Juegos Olímpicos.
Ya.
Dos destinos son unidos.
Sólo la muerte, como en el matrimonio, separará a Mariles y a Arete.
Pero algo se mueve bajo el agua...
La recia personalidad, el carácter férreo pero sobre todo, su inagotable capacidad de triunfo, han llevado a Mariles a conquistar las simpatías de dos ahora ex presidentes: Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho. De hecho, Mariles acordó sólo con ellos. Y eso en la milicia, no se olvida y mucho menos se perdona. Mariles es admirado, sí, pero también odiado.
Hasta ahora, Miguel Alemán Valdés, quien ha asumido la Presidencia en 1946, también ha ofrecido su total apoyo a Mariles.
Hasta aquel inopinado encuentro... Hasta aquella terminante orden.
Y el gran desacato.
Y el intempestivo viaje.
Y la victoria como obligación o la deshonra como militar.
Pero contra todo, será Arete, ningún otro el corcel de Mariles.
El militar lo conduce a aquella victoria en Toronto.
Y ya están en Roma.
Y Mariles sabe que hay orden de aprehensión en contra suya pero, en esta ocasión, no dice nada a sus compañeros.
En la noche del 30 de abril de 1948, cuando el equipo nacional ecuestre intentaba reponerse del largo viaje -arribó apenas a un día de la competencia-, cuando el Pollo Franco trabajaba afanosamente con los equinos, Mariles convocó a una reunión en la que fue escueto pero muy directo:
- Ya todos sabemos la situación. Acepto toda responsabilidad pero si fracasamos, seremos objeto de una fuerte andanada y mientras todo se aclara ustedes también corren peligro de ir a la cárcel. Así que, señores, no nos queda de otra: ¡A ganar!
Lo hicieron:
El primero de mayo se presentaron en el difícil Concorso Ippico Internazionale, que se disputaba por decimoctava ocasión. Compitieron: Mariles en Arete, Alberto Valdés en Malinche, Víctor Saucedo en Tijuana y Raúl Campero en Jalisco. Y sorpresivamente, finalizaron en tercer lugar superados sólo por los equipos de Italia y Francia. Campero ganó la prueba individual. Un diario italiano tituló así su crónica: "¡Ole México!".
Al día siguiente, Mariles finalizaba segundo en la Copa General Pietro Didi. Otra vez Campero fue el vencedor.
El 7, Saucedo -sobre Poblano- y Solano Chagoya -en Indio- hicieron el 1-2 en el torneo de Villa Borghesse.
El 8 nuevo triunfo, ahora en el premio Capitolio, disputado en Roma.
Frank O'Brian, reportero de la agencia internacional de noticias UPI, alababa la actuación de "los centauros mexicanos que, por cuarta ocasión, hacen izar la bandera mexicana en Italia".
Los caballistas mexicanos eran, aquí, noticia de primera plana. Las agencias internacionales detallaron aquel encuentro en el que el papa Pío XII los recibió el 10 de mayo, los felicitó por sus victorias y los alentó a competir con el mismo ahínco en las difíciles pruebas que les esperaban en Londres.
Pero, sin duda, el triunfo mexicano de más resonancia en Italia fue el conquistado el día 16 en Montecattini: Humberto Mariles -con Arete-, Campero -con Jarocho- y Rubén Unza -con Hatuey- hicieron el 1-2-3, enfrentando a los mejores jinetes italianos.
Encabezado de otro diario peninsular:
Loor a los caballistas mexicanos.
Al día siguiente, Campero hacía suyo el premio Vinciton.
Y se fueron a Suiza.
El 16 de junio, Mariles y Campero lograron el 1-2 en el premio Pilatos, en Lucerna y cuatro días más tarde, en Zurich, Saucedo y Unza conquistaban los mismos honores.
Disminuía la ira presidencial en México.
Y Mariles escribía a Casimiro Jean una carta fechada el 9 de julio en Vichy, Francia, de la que arrancamos un párrafo:
Hermano, creo que debes estar contento por tu caballo y por haber prestado un gran servicio a la equitación mexicana y en lo personal a mí, por haberme dado la oportunidad de montarlo. Creo que Arete es el mejor caballo que he montado y creo también, sin coba alguna, que es el mejor de todos los que he visto por acá.
LONDRES 1948: PAGINAS DE ORO
29 de julio de 1948.
Su majestad el rey Jorge VI, inaugura los XIV Juegos Olímpicos, a los que concurren 59 países.
El tradicional desfile de las naciones.
Las banderas, los trajes multicolores. El entusiasmo. Las sonrisas.
La multitud ha colmado las tribunas del estadio Wembley.
Y Mariles allí, sintiendo que algo le quemaba en su interior: era urgente competir; era urgente demostrarse a sí mismo que aquellos largos 12 años de trabajo que comenzaron en Berlín 1936, rendirían un fruto del que podía sentirse orgulloso...
Todo comenzó el 8 de agosto. Mariles, Raúl Campero y Joaquín Solano Chagoya dieron la primera gran sorpresa de los Juegos al conquistar -por equipos- la medalla de bronce en la prueba de los Tres días.
Fueron superados únicamente por Estados Unidos y Suecia.
Primera gran emoción. Primer ascenso al podio. Primera gran felicidad. Nuestra bandera ondeando en cielo londinense.
Pero faltaba lo mejor. Eso vendría seis días después: el 14 de agosto.
Hoy.
Agonizan los Juegos. La gente acude, emocionada y ya nostálgica, al adiós. Verá la ceremonia de clausura pero más que nada, público amante de las competencias ecuestres, presenciará la prueba final de la Olimpiada: el tradicional Gran Premio de las Naciones.
Serán premiados los tres primeros equitadores.
Serán premiados, también, los tres primeros equipos.
Ya han hecho su recorrido 43 de los 44 competidores. Han terminado únicamente 20.
Aires de triunfo soplan en el campamento mexicano: Rubén Unza está empatado con el militar francés Jean F. D'Orgeix y con el estadounidense Franklin Wing, en primer lugar de la clasificación individual, con sólo 8 faltas. Pase lo que pase, tendrá que ir a una ronda de desempate. Pero nada arrebatará a México una medalla. Por equipos, la situación es mucho más cómoda: Alberto Valdés ha cometido 20 faltas, así que la escuadra nacional acumula apenas 28 y está al frente, con una amplia ventaja: ya los caballistas españoles han terminado su actuación y suman 56.5 puntos. Solamente una muy irregular actuación de ese jinete que tan bien luce sobre el alazán tostado y que se apresta ya a iniciar su recorrido, puede poner en peligro la medalla de oro...
Sólo que ese jinete, el deportista que pondrá fin a la primera epopeya olímpica de la posguerra, se llama Humberto Mariles. Y el alazán tuerto se llama Arete.
Y allá parten, envuelto el estadio todo en un silencio sepulcral. La expectación es grande.
Ochenta mil pares de ojos siguen, al detalle, cada uno de los movimientos de jinete y cabalgadura.
Es cadencioso el ritmo del binomio. Elegante el trote del caballo y firme su arremetida contra las barreras. Van quedando atrás, saltados limpiamente, cada uno de los obstáculos.
Y ya. Ya el hombre y la noble bestia se aproximan a la peligrosa ría, donde han muerto las esperanzas de muchos. Ría que parece un abismo. A ella sucede el salto final, que tendrá que ser un vuelo, si se quiere librar ese impresionante muro de ladrillos. Mariles llega sin haber cometido falta alguna.
El militar espolea a Arete, quien acelera poderosamente.
Narraría Bob Concidini, de la International New Service, en una crónica publicada al día siguiente en diferentes diarios mexicanos:
De pronto, un alarido de desencanto se escuchó a varias leguas de distancia, cuando Mariles y Arete no consiguieron salvar la traicionera ría y cayeron al agua justo en medio del foso de 4.5 metros de longitud. Pero Mariles no se inmutó, siguió adelante y materialmente, Arete voló sobre aquel muro... Al cruzarlo y correr hacia la recta final, otro grito de júbilo afloró de los pechos de esa muchedumbre. La manifestación de alegría que presenció Wembley jamás ha tenido paralelo.
¡Victoria!
Humberto Mariles: campeón olímpico con apenas 6 1/4 puntos: fue penalizado con 4 por aquella caída en la ría, y con 2.25 por excederse en el tiempo de recorrido.
El equipo mexicano: campeón olímpico, con 34 1/4 faltas, seguido de España con 56.5 y de Inglaterra, con 67.
Rubén Unza se impuso en la ronda de desempate y para él fue la medalla de plata. La de bronce, para el francés D'Orgeix.
¡Era para México la premiación entera!
La primera medalla olímpica de oro, para nuestro país, había llegado en pareja. Los colores verde, blanco y rojo se perfilaron nuevamente sobre el límpido cielo londinense: tres veces fue izada nuestra bandera nacional; dos de ellas, hasta lo más alto. Y las notas de nuestro Himno Nacional hendieron los aires en dos ocasiones.
Tomado de la crónica de Bob Concidini:
Brillante colofón olímpico. En esta tarde de sol radiante lo único que faltó fue la presencia de sus majestades; sin embargo, la realeza estuvo presente en el palco de honor. La princesa Juliana y el duque Berhard, el duque de Edimburgo, la duquesa de Kent, lord y lady Mountbatten y el maharajá de Yipur...
En muchos aspectos el acontecimiento de hoy fue mucho más impresionante que la fantástica apertura, porque no fueron sólo los últimos momentos de unos juegos, quizá los más excitantes y fabulosos de la historia, sino la laudable actuación de los jinetes mexicanos. Dos apuestos caballeros: Humberto Mariles y Rubén Unza, triunfaron en las competencias de saltos. Fue un espectáculo inolvidable ver a Mariles Cortés en Arete ganar la prueba. El muy condecorado caballista fue el último de los 44 jinetes que intentaron cubrir el traicionero recorrido de 16 saltos.
En las tribunas, más de 150 mexicanos lanzaron sus sombreros al vuelo y un "¡Viva México!" conminó a la muchedumbre a aplaudir mientras, en el centro de la grama, el presidente del Comité Olímpico Internacional, Sigfried Edstrom, entregaba las medallas a los triunfadores.
Al concluir la prueba Mariles se apeó de Arete, le besó y fue al encuentro, jubiloso, con sus compañeros de equipo. Gritaba:
¡Nunca más volveré a vivir dos minutos como esos!... ¡Me parecieron todo un año!
La gente invadió el pasto sagrado de Wembley para vitorear al campeón, para estar cerca de él, para escucharlo hablar. Él decía a los reporteros:
-Me siento muy feliz, no tanto por mí mismo sino por mi patria. Sabía que la victoria individual y por equipos estaban hoy en juego.
Sus restos reposan en uno de los jardines del Centro Deportivo Olímpico Mexicano
Doña Alicia:
- Para el general fue un golpe tremendo. Era enorme su cariño por Arete. Resintió su pérdida como se resiente la pérdida de un familiar cercano. Y si alguien me lo preguntase, diría que nunca pudo sobreponerse a ella... Simplemente porque jamás encontró otro caballo como Arete. Y sin Arete afrontaría Mariles su siguiente compromiso olímpico.
HELSINKI: EL INICIO DEL DECLIVE
Era el sino de Humberto Mariles el de aquellos predestinados a vivir y a hacer vivir momentos estrujantes, de gran dramatismo y expectativa.
Cuatro años después de aquel día final de los Juegos Olímpicos de Londres, se repetía la escena en el último día de la XV Olimpiada, disputada en Helsinki:
Agosto 3 de 1952.
Estadio Olímpico de Helsinki, Finlandia. Lleno total: 70 mil espectadores.
En liza, el Gran Premio de las Naciones, al que sucederá la ceremonia de clausura de los Juegos.
Cinco caballistas están empatados, con ocho faltas, en el primer sitio de la competencia.
Y es el ahora general Humberto Mariles Cortés, el último jinete en cubrir el recorrido.
Unicas circunstancias distintas: ahora no hay un mexicano entre quienes dilucidarán la ronda de desempate y la actuación de Víctor Manuel Saucedo -sobre Resorte II - y Roberto Viñals -con Alteño-, no ha sido afortunada: individualmente ocupan, en forma respectiva, los lugares 26 y 36 por lo que por equipos, México tampoco tiene oportunidad alguna... Y tampoco está Arete.
Así que, montando a Petrolero, el general Mariles irá en pos de la gloria individual.
Silencio total cuando suena la campana y el jinete mexicano espolea a su cabalgadura.
Uno a uno, 15 de los 16 obstáculos son salvados. Mariles conduce con mano maestra a Petrolero, quien llega a la valía final: un triple. Si lo salva limpiamente, habrá una medalla de oro más para nuestro país. Pero... En el instante crucial, al iniciar el salto, Petrolero resbala y se precipita sobre el triple.
Mariles corrige. Salva el obstáculo final y encamina a su corcel hacia la meta.
Pasan segundos de gran expectación.
Hasta que en el tablero aparece la puntuación: 8 faltas y el tiempo. ¡Séxtuple empate!
Pero, un momento; los jueces han corregido: hay un cambio en el tablero, en el que ahora se informa: ¡Sexto Lugar!
Doña Alicia:
- Estuve ese día en Helsinki y filmé toda la prueba. Se observa que primero hubo una calificación que, inesperadamente, fue cambiada minutos después. Y nadie protestó. El general Clark Flores, que era jefe de la delegación y presidente del Comité Olímpico Mexicano, debió hacerlo pero no lo hizo; buscaba un puesto en el movimiento olímpico internacional.
Efectivamente: poco después, el general José de Jesús Clark Flores era nombrado vicepresidente del Comité Olímpico Internacional.
La equitación mexicana regresaba de las lejanas tierras nórdicas con las manos vacías. Lo más rescatable: el sexto puesto conquistado por Mariles y el noveno sitio de México en esa misma prueba, el Premio de las Naciones.
Aquí, cómo no, inmediatamente se habló de fracaso.
Mariles intentó el resurgimiento.
Pero no seria posible:
Atareado como estaba en aquella época de entrega del poder, Miguel Alemán Valdés no tenía tiempo para escuchar los nuevos proyectos del general Mariles. Habría que esperar, pues, al cambio de gobierno. Las esperanzas se cifraron entonces en la actitud del presidente entrante, Adolfo Ruiz Cortines, respecto a la equitación.
Virginia Mariles, hija del general, afirma que un problema entre su padre y Ruiz Cortines derivaría en una consigna para desacreditar al caballista y para acabar con la equitación
-o al menos con lo que Mariles edificó- en México.
El licenciado Adolfo Aguilar y Quevedo, abogado de Mariles y entrañable amigo suyo, coincide con esa opinión y explica el incidente, que le fue narrado por el general:
Cuando llegó el momento del cambio presidencial, sucedió lo inesperado: Ruiz Cortines empezó a hablar de corrupción y señaló así, con un dedazo, al que en cuestión de días dejaría de ser presidente. Eso ocasionó un tremendo impacto en el país: ¿Cómo era posible que un presidente entrante juzgara al saliente con tal ligereza? El comentario generalizado fue que había sido un acto de ingratitud. El grupo alemanista se fue a la casa de don Miguel en Fundición y repetía a coro: ¡Traición! ¡Traición!"... Este fue un hecho político real que nadie puede contradecir.
En Fundición se discutió mucho pero, entre todo aquello, se planteó lo inevitable: alguien tenía que entregar a Ruiz Cortines y a su grupo de colaboradores las instalaciones de Los Pinos. En forma unánime fue designado Humberto Mariles, el joven general lleno de prestigio; aquel a quien el pueblo admiraba tanto que por ejemplo, cuando el caballista iba a la plaza, por muy buena corrida que se presentase ésta era suspendida y el general tenía que bajar y dar la vuelta al ruedo como un torero, entre una gran ovación...
En Los Pinos estaban Uruchurtu, Ruiz Cortines y López Mateos, con gente del Estado Mayor. Alguien comentó que faltaban varias cosas: desmantelaron todo. "Se llevaron hasta los candiles". Esto despertó la ira de Mariles quien de por si era un hombre violento. Humberto se volteó y les gritó: "¿Cómo, sinvergüenzas? ¡No!... ¿Por un candil? ¡Qué importancia tiene un candil!... El que muerde la mano al que le dio todo ¡ese sí que es un traidor! ¡Ese sí es un ser despreciable!..."
Uruchurtu se violentó e instó a Ruiz Cortines: ¡Señor Presidente, usted es jefe nato de las fuerzas armadas. "¡Consigne a este majadero!". López Mateos lo observó todo en silencio. El viejito Ruiz Cortines se concretó a esbozar una leve sonrisa taimada y dijo: "Esperemos, esperemos"... ¡Supo esperar! Pero escogió la peor forma de vengarse. Indiscutiblemente, el general Mariles cometió una falta de respeto al Presidente, que incluso se castiga en el Código Militar. La sanción pudo ser de mil maneras pero Ruiz Cortines cometió el gravísimo, irreparable error de destruir al mejor equipo ecuestre del mundo, a Mariles y a la institución que tanto prestigio dio y que tanto costó al país: la escuela ecuestre.
Aquella recordada escuela de equitación estaba ubicada en los terrenos que ahora ocupa el Centro Deportivo Olímpico Mexicano.
14 DE AGOSTO, DIECISEIS AÑOS MAS TARDE
También 14 de agosto, como el de aquel 1948 de las medallas. - -
Pero 16 años más tarde en la vida de Humberto Mariles.
Ha sido invitado el general por el diario La Afición a que asista a sus instalaciones, pues en este 1964 inaugurará rotativas. Después del festejo y a bordo del Chevrolet rojo convertible, de su hija Virginia, el caballista emprende el regreso a casa.
Pero en el camino se produce un incide de tránsito.
De coche a coche, Mariles discute con contratista Jesús Velázquez Méndez, que conduce un lujoso Chevrolet sedán último modelo.
En la investigación oficial de los hechos declaró el médico veterinario Roberto Macías Naranjo, catedrático de la UNAM, quien atestiguó lo ocurrido:
El conductor del vehículo sedán iba carril de alta velocidad en el Periférico haciendo señas, moviendo la mano en actitud grosera. insultando al conductor del convertible. Mas adelante, el hombre del sedán se cerró hacia su derecha acosando al del convertible, quien redujo la velocidad. Posteriormente, el sedán pasó al carril central y siguió cerrándose sobre el convertible. El tripulante del coche grande, además de las señas que hacía con el brazo, tocaba intermitente el claxon mentándole la madre al del carro pequeño. La actitud de este conductor era meramente pasiva: eludía, haciéndose aún más a su derecha, todos aquellos cerrones. Hasta que, de plano, el carro grande embistió abiertamente al convertible. Ellos salieron hacia Reforma Lomas y yo seguí. Ya no pude ver más.
Al salir del Periférico y a unos metros de la Fuente de Petróleos, ya muy cerca de la casa del general se produjo el último cerrón. Velázquez frenó e impidió el paso al militar.
Advirtiendo la posibilidad de un encuentro violento, corrió hacia ellos el policía Ángel Juárez Cruz, quien declaró:
-...Todo pasó rápidamente. Los individuos discutieron acaloradamente, hasta que el conductor del sedán subió a su auto y bajó de él teniendo en la mano derecha la espátula para cambiar llantas y con ella se lanzó sobre el otro hombre. Hubo un forcejeo y de repente se escuchó un disparo y cayó el conductor del sedán.
Humberto Mariles había disparado su calibre .38; hizo blanco en el vientre de Velázquez.
Doña Alicia:
- A un hombre no lo educan en el Heroico Colegio Militar para recibir insultos, menos cuando el insulto es tal que pocos pueden soportarlo. Un militar como Humberto simplemente no podía dejarse insultar a tal grado, no fue educado para eso.
El propio Mariles y el policía Juárez Cruz subieron a Velázquez al convertible. El caballista llevó al herido a la Cruz Roja y permaneció allí hasta que, según los doctores que lo atendían, aquel hombre estaba fuera de peligro.
Tanto el agente del Ministerio Público adscrito a la benemérita institución como los médicos que intervinieron a Velázquez Méndez hicieron constar, en actas, que el herido presentaba una fuerte intoxicación alcohólica.
Escribió el Ministerio Público, después de tomar declaración a Velázquez Méndez:
-...que, sin recordar la hora, manejaba su automóvil cuando tuvo una dificultad por un incidente de tránsito, que esto molestó al general Mariles, quien sacó su pistola y le dio un balazo; que no recuerda más ni recuerda en qué lugar sucedió el incidente.
En la Cruz Roja, Velázquez Méndez charló también con el licenciado Herminio Ahumada:
- ¿Cómo te sientes?-, preguntó el abogado.
- Bastante fregado, ingeniero.
- ¿Pues qué te pasó?
- Es que tuve un agarrón con el general Mariles y me fregó porque yo no traía más que la espátula; me dio un balazo. Me fue mal, pero casi le rompo la cabezota.
Mariles se encargó, personalmente, del traslado de Velázquez Méndez a un sanatorio particular y a continuación se puso a la disposición de las autoridades para la averiguación correspondiente y solicitó su defensa a los licenciados Adolfo Aguilar y Quevedo y Arturo Chaim. En ningún momento negó su responsabilidad en los hechos; aduciría, en cambio, que actuó en legítima defensa.
Los abogados defensores hicieron una exhaustiva y rápida investigación. Se entrevistaron con gente cercana a Velázquez Méndez, obtuvieron datos y documentos y en un fólder, entregaron la recopilación de lo investigado, en la que destacan los siguientes puntos:
- Velázquez Méndez llevaba una vida desordenada y carente de frenos morales; había procreado varios hijos en uniones libres con diversas mujeres.
- Incurría frecuentemente en ebriedad y la intoxicación alcohólica le provocaba -como el día de los hechos- una reacción de embriaguez patológica, con un intenso impulso querellante y agresivo.
- Entre muchos incidentes similares a aquel en el que había resultado herido, destacaba uno similar, sucedido apenas días antes, cuando balaceó a otros conductores en la carretera México-Puebla. Estaba, pues, en libertad bajo fianza cuando se suscitaron los hechos.
Al rendir su declaración en la investigación oficial, Velázquez Méndez dijo algo muy distinto a aquello por él mismo expresado ante el MP de la Cruz Roja:
-...que pasó cerca de la Defensa Nacional, tomando rumbo por el Periférico; tomó la avenida de los Virreyes y al llegar al cruce de calles proveniente del rumbo de Parque Lira, a un automóvil rojo, dado que era una curva, sin intención alguna le dio un cerrón a aquel vehículo, cuyo conductor se dio por ofendido porque lo rebasó y en el momento que tomaba por la avenida Dolores, el conductor le dio un cerrón obligándolo a seguir nuevamente por Virreyes y que para evitar dificultades se dirigió a las obras de ampliación de Chapultepec.
Peritos criminalistas físico-matemáticos demostraron que el itinerario descrito por Velázquez era simplemente imposible.
Lamentablemente, Jesús Velázquez Méndez falleció ocho días después del incidente... Cuando, al parecer, se encontraba ya totalmente fuera de peligro.
No se había llegado, todavía a una resolución.
El general Mariles se encontraba detenido.
Y todo, por supuesto, se complicó.
Los peritos que intervinieron, entonces, fueron los médicos y llegaron a una conclusión:
-... (el contratista) murió por peritonitis generalizada y edema pulmonar, complicaciones de la herida de proyectil de arma de fuego penetrante de vientre y tórax.
La defensa enfocó sus baterías en una pregunta ¿Murió a consecuencia de la herida
provocada por el disparo o a consecuencia de una inadecuada atención médica?
Los doctores Gilbon Maitret y Manuel Merino Alcántara, peritos oficiales, admitieron que en la autopsia encontraron sólo una herida debidamente suturada, en la cara anterior del estómago, a pesar de que hubo lesiones en la región retroperitoneal y en el diafragma postrero-inferior, en la porción freno-gástrica. Todas ellas no fueron adecuadamente suturadas. Descubrieron, además, que no había huellas de que hubiera sido explorada la retrocavidad de los epiplones y mucho menos drenada.
También intervinieron los doctores Víctor Manuel Rojas Calvo, Luis Moreno Rosales y Francisco Castilla Nájera, quienes coinciden y así lo hacen constar, en que no se exploró la retrocavidad de los epiplones lo que provocó la infección peritoneal que al generalizarse,
produjo el edema pulmonar y éste, la muerte del contratista.
Pero, acaso, el dictamen más importante haya sido el ofrecido por el doctor Pedro Barajas. Al final del informe puede leerse: ...las lesiones que originalmente presentaba el herido no necesariamente ponían en peligro su vida.
Fue el del general Humberto Mariles Cortés un largo proceso llevado en una Corte Penal, la que finalmente encontró culpable de homicidio genérico al acusado y lo condenó a una pena de 9 años de cárcel. El Ministerio Público apeló: el castigo era muy benigno.
Aguilar y Quevedo apeló: el castigo era excesivo.
El caso, pues, fue turnado al Tribunal Superior de Justicia.
Vinieron muchos días más de sesiones, comparecencias y presentaciones. En su documento final, establecieron los magistrados:
Queda debidamente aclarado que los hechos que dieron motivo al homicidio tuvieron como origen una dificultad de tránsito, tal y como ambos protagonistas aceptaron; que ésta se desarrolló en el anillo Periférico y siguió por las avenidas de la ampliación del bosque de Chapultepec. Ahora bien, se observa que a este respecto, coinciden tanto el acusado como el ofendido.
Después admiten que Velázquez Méndez era un individuo peligroso, que fue él quien provocó los hechos injuriando al general, persiguiéndolo y finalmente, embistiéndolo con su automóvil.
No obstante, el magistrado Celestino Porte Petit declara a Mariles culpable de homicidio calificado con ventaja y le duplica la sentencia: 20 años en la prisión de Lecumberri.
Pero Aguilar y Quevedo no desmaya. Presenta un amparo contra esa determinación y el caso va, ahora, a la Suprema Corte de Justicia. Escribe Aguilar y Quevedo en la solicitud de amparo:
...la ley no exige, ni puede exigir lo que es imposible para la naturaleza humana. Este principio rector es el más antiguo y también, el de más actual validez en la ciencia del Derecho.
Pregunta:
¿Cómo pueden los magistrados juzgar como
homicida calificado con ventaja a quien actúa bajo estas circunstancias? Y siendo un soldado que no se educó en un colegio de monjitas, ni siquiera en una entidad civil, sino en el H. Colegio Militar en la época del general Rubén Amaro; en esta institución que siempre y con especial dureza en ese tiempo, se ha impuesto inexorablemente el modo más severo, una formación escrupulosa en el cuidado de una exagera dignidad, un rígido concepto formalista del honor, intransigente para la mejor ofensa, cuya tolerancia significa la deshonra y el estigma de la vileza, que amerita repudio y castigo. Formando así, se desenvolvió exclusivamente en el Ejército. Este es Mariles.
Maneja con sutileza la ironía:
...(los magistrados estimaron que Mariles) debió interrumpir, también automáticamente, la reacción que de modo forzoso le produjo la provocación, la grave ofensa, la reiteración de embestida y el acoso de su atacante, para quedarse inmóvil, sereno y tranquilo; juzgan que no debió tener el ánimo conturbado y excitado, en extrema y confusa tensión, sino con mesura que permite frío y calculador raciocinio, contenerse y no usar el arma que portaba.
Finalmente hace alusión al artículo 135 del Código Penal:
No se tendrá como mortal una lesión aunque muera el que la recibió cuando la lesión se hubiese agravado por causas posteriores, como operaciones quirúrgicas desgraciadas.
Cuando la defensa presenta este texto finaliza ya el año de 1967.
Para reforzar los argumentos en ese documento expuestos, Mariles escribe desde la cárcel una carta que, aunque dirigida a su esposa
-"sufrida e inseparable compañera que con la tradicional lealtad y calidad moral de la mujer mexicana ha tenido la entereza para, sobreponiéndose a la adversidad, superar penalidades y privaciones de toda índole y ha conservado la unidad y la respetabilidad de la familia"-, a sus hijos -"la principal razón de mi vida, a quienes debo la inmensa satisfacción de su comportamiento recto, valiente, digno y pleno de comprensión y cariño durante estos años de pesadilla"-, a sus amigos -"los de antaño y a quienes, sin conocerme, me dieron su confianza y me tendieron su mano franca y sincera"-, a los abogados Aguilar y Quevedo y Chaim Sánchez - quienes no sólo me han auxiliado con su bien conocida suficiencia profesional, gran espíritu de lucha y total entrega para lograr que se me imparta justicia, sino que han abierto las puertas de sus hogares a mi familia, prodigándose en consuelo y apoyo" -,a sus superiores y a sus compañeros en la milicia, va directamente a la Suprema Corte de Justicia.
De ella extraemos algunos párrafos:
Como hijo de una institución de gran tradición que enorgullece a todos los mexicanos, el Heroico Colegio Militar, me eduqué desde muy joven en el amor entrañable a mi patria y el respeto profundo a las instituciones penosamente construidas con la sangre de mi pueblo, del que formaron parte algunos de mis ascendientes. Entre todas ninguna tan venerada como la Constitución, que es la síntesis de lo conquistado y la perspectiva de lo por venir.
Del Heroico Colegio Militar no ha salido ni saldrá jamás un traidor, ni un cobarde, ni un felón. Ser su hijo es ser leal y esa lealtad se manifiesta sobre todo en la convicción profunda, sincera, de que el respeto y el acatamiento a nuestra Constitución es la única base sobre la que, todos unidos, podamos construir un México cada día más grande, más respetable, más digno, más hermoso.
¿Cómo no habría, pues, de tener fe en la justicia de mi patria, que sobre esa Constitución se funda?.
Una infortunada cita, que el destino me diera, forzándome a defender mi honor y mi vida, me obligó a ponerme en manos de la justicia. No se trataba de una obligación material, no estaba yo obligado por las circunstancias, pues me encontraba en libertad; mi deber era moral, porque entonces se puso a prueba lo que había sido la razón de toda mi vida. Y no tenía más que un camino, si no quería traicionarme a mi mismo.
Así lo hice, con los resultados de todos conocidos. La sentencia injusta que se me impuso en primera instancia, fue duplicada en años y multiplicada en injusticia, en segunda instancia.
Se diría que la justicia de mi patria había fallado, que mi fe en ella era una simple ilusión, un engaño; los días en la prisión son interminables y a la vez amargos; la desesperación, la soledad y la promiscuidad que vive el preso se reitera cada semana, cada día, cada hora, cada minuto.
¿No habrán de flaquear la voluntad y la fe?
Yo, Humberto Mariles Cortés, no podría vivir sin la fe en mi patria, en su limpieza, en sus leyes, que aprendí a respetar desde la juventud en la institución que me hizo hombre. Si la amargura de la cárcel hubiera quebrantado mi convicción, la más profunda, hubiera muerto. No de muerte física, que al fin esa nos ha de llegar a todos y debemos estar preparados para esperarla serenamente, sino de mi aniquilación espiritual, que es la peor, la más dolorosa de las muertes.
Y debo a mi esposa, jefes, compañeros y amigos, la hazaña inmensa de haber roto con su presencia hermosa y consolada los muros de la cárcel; la hazaña de haberme traído hasta mi encierro la luz resplandeciente del México que he amado siempre y al que he tenido el privilegio de servir por más de cuarenta años en la sufrida pero noble profesión de soldado, contribuyendo, aunque modestamente, al logro de algunos éxitos nacionales e internacionales en la especialidad que se me asignó y que aumentaron su ya grande prestigio. Ellos e han sido para mí el amor, la generosidad, la bondad, el afecto, la grandeza, el desinterés. Han sido, sobre todo, la sensación viva de la justicia que parece estar ausente de los tribunales.
Hoy recurro al más alto Tribunal de mi patria. Argumentan en mi favor los mejores abogados que hubiera podido soñar. Comparezco sereno y confiado ante este Tribunal, que en la rama sagrada de la justicia, tiene la responsabilidad inmensa de aplicar la Constitución, esencia de México y que debe ir a la par de la bien conocida calidad humana y sentido de equidad y justicia del señor Presidente de la República, licenciado Gustavo Díaz Ordaz.
Con la sinceridad provinciana de chihuahuense, orgulloso de haber nacido en ese amado jirón de tierra prócer; con emoción, lealtad y con entereza, a todos aquellos que supieron hacerme presente lo mejor de mi México y refrendarme la bondad del ser humano, ¡Muchas gracias!"
HUMBERTO MARILES CORTES
Aguilar y Quevedo logró el amparo.
La Suprema Corte de Justicia cambió el fallo: Humberto Mariles era culpable de homicidio simple intencional. Y la pena se redujo. El caballista salió de prisión en 1971.
PARIS, DROGAS, Y UNA ABSOLUCION POST-MORTEM
Humberto Mariles en libertad.
El pueblo vuelve a entregársele.
Virginia Mariles:
- Al salir de la cárcel mi padre participó en una exhibición en el Palacio de los Deportes, un escenario muy costoso que después de los Juegos Olímpicos, no se usaba para nada. Pero con el solo anuncio de que el general volvía a montar en público, la gente acudió y se registró un lleno impresionante. Mi padre tuvo un buen día y el público se le entregó, nuevamente, como en los viejos tiempos. Recuerdo que al acabar todo aquello nos abrazó sonriente y nos dijo: "qué hermoso sentir la cercanía de nuestra gente, ésta, que ni defrauda ni es defraudada.
Aún más: -El general Mariles participó en el desfile deportivo del 20 de Noviembre, en 1972.
Y el pueblo se desbordó en aplausos para él.
Virginia Mariles, con el gesto endurecido: - Lógicamente, toda esa entrega no fue aceptada por los detractores del general... Y llegó ese viaje a París.
Se ensombrece su rostro cuando narra: ----Un día después, acaso dos de aquel desfile, mi padre recibió una orden del gobierno: trasladarse a París. Nunca nos dijo el motivo. La petición le disgustó porque mi hermana Alicia estaba por casarse en esos días pero como siempre, por lealtad a las instituciones y como todo militar, cumplió con el cometido que le habían encargado. La única condición que puso fue que el viaje fuera lo más corto posible. Salió, no lo recuerdo bien, el 23 o el 24 de noviembre; yo misma lo llevé al aeropuerto. Me prometió que regresaría a la brevedad.
En París, mi padre se encontró con dos individuos en un restaurante y comió con ellos. Después se sabría que éstos eran narcotraficantes y que al ser aprehendidos por la policía francesa y tras severos interrogatorios, comentaron que dentro de sus actividades anteriores habían estado con mi padre, en un lujoso restaurante.
Nos avisaron por teléfono que mi padre había sido detenido y después, el 6 de diciembre, es decir a dos semanas de que había partido de México, a través de la embajada mexicana nos comunicaron que había fallecido a causa de un edema pulmonar. ¡Mentira! Mi padre estaba muy sano. Incluso, días antes de que él partiera, fuimos a montar y me confesó que se sentía espléndidamente bien.
El licenciado Adolfo Aguilar y Quevedo: -El general recibió la orden de trasladarse a París supuestamente a ver la compra de unos caballos, pero se produjeron una serie de misteriosos sucesos que culminaron con su detención. El tenía que declarar ese día, a las diez de la mañana. Pero a las siete, cuando le llevaron el desayuno a su celda, murió... ¡Envenenado!
-¿Hubiera hablado con su verdad en aquella declaración formal ante la justicia francesa? ¿Tal vez sus palabras comprometerían a más de uno, incluyendo a quienes lo enviaron?
-Conociéndolo, creo que sí. El era un hombre honesto, leal e inocente. Sus palabras hubieran afectado a muchos pero, principalmente, a quienes lo enviaron a París... El general fue un buen hombre, pero su gran error fue decir siempre lo que pensaba; eso le trajo muchos amigos, sí, pero también terribles enemigos.
Virginia Mariles, enérgica:
-¡Mariles fue absuelto! ¡La justicia francesa lo exculpa de tener relación alguna con el narcotráfico!".. - Así, con grandes titulares, debió de haberse publicado aquí esa noticia dada a conocer dos años después de la muerte de mi padre. Él, que fue un gran deportista y que tanto prestigio dio al país, no mereció más que una notita en un periódico vespertino y unos segundos en los noticieros de televisión. Los medios, pues, ignoraron la noticia; se dieron por bien servidos después de que acabaron con el general.
Concluye Aguilar y Quevedo:
-El general Mariles no participó en aquello de las drogas y eso fue probado. El abogado francés Blatou hizo un buen trabajo. Hubo, para el general, una sentencia de absolución post Mortem, de grado tal que incluso ya se da también en nuestro país... Mariles fue una víctima de las circunstancias. Debe de ser reivindicado. Es lo menos que se puede hacer por él, un hombre que lo dio todo, hasta la vida, por su país.
Al fondo de la sobria estancia, de ésta en la que predominan los trofeos y las estatuillas de caballos, el enorme cuadro domina el panorama. Pintado al óleo, presenta al general Manles que porta, con gallardía, el albo uniforme militar de gala. El autor inmortalizó, en su obra, la altiva mirada de aquel hombre cuya característica principal era la gran seguridad en sí mismo.
Sentada sobre el borde de un sillón, la espalda recta, finos sus ademanes de dama distinguida, exquisita en cada uno de sus movimientos, doña Alicia Valdés viuda de Mariles ve el cuadro con admiración profunda, esa, la misma que transmite en cada una de sus palabras cuando habla de quien su marido fue. Y de él hablará con respeto, con infinito respeto. Preferentemente, se referirá a él como " el general" o, en caso extremo, mi esposo".
De voz dulce y firme, doña Alicia dice de aquella controvertida figura mexicana:
-Quizá deba empezar por lo más importante: como hijo, esposo, padre y amigo, fue único.
Acaso ya lo ha dicho todo.
Pero continúa la señora: -Fue un hijo respetuoso, un marido de maravilla, un padre cariñoso en extremo y un amigo honesto y leal... Eso sí, era un hombre con un carácter muy fuerte, pero iba directo a las cosas; jamás daba rodeos. Aquí en casa, se podía hablar de todo, pero era imposible intentar siquiera discutir con él sobre disciplina, orden y limpieza.
Hombre de hábitos rigurosos, Mariles hacía de la limpieza una obsesión: por la mañana, un baño de vapor en casa; en el transcurso del día, dos duchazos más. Eliminaba grasas y harinas de su alimento. Su dieta era a base de verduras, pollo y pescado porque era exageradamente cuidadoso de su figura, la que mantenía permanentemente esbelta. Sentía debilidad por la comida mexicana y en forma especial, por las carnitas. Pero pocas veces se concedía a sí mismo aquellos privilegios. Jamás bebió vino o cerveza en su hogar. Asombraba a todos por su poder de concentración y por su meticulosidad cuando de trazar un programa de trabajo se trataba. Antes de cada competencia, habituaba tomar un baño en la tina y después, ya más tranquilo, se encerraba en una habitación para concentrarse en lo que iba a hacer.
Doña Alicia: -Finalmente militar, era un hombre recio. En sus cosas nunca jugaba. Esa disciplina tan rígida llevó al equipo ecuestre a la cumbre, pero también provocó al general, una serie de problemas nacidos de las envidias, de los celos... Esas sus actitudes inflexibles, contrasaban con su trato familiar. Recuerdo -sonríe abiertamente la dama- que en una ocasión nos visitaron inesperadamente unos personajes muy importantes. La servidumbre les franqueó el paso. Cuán grande fue su sorpresa que nos encontraron al general y a mí, tirados en la alfombra de la sala, jugando a las canicas con nuestros hijos.
Militar era y orgulloso de serlo. Siempre vistió impecable, sin la menor arruga, el traje del Ejército.
Doña Alicia: - Era casi un ritual cuando se vestía...
Una taza de té humeante acompaña la parte final de la charla.
Dice doña Alicia, con un tono de melancolía: - Aquel personaje de mis sueños de juventud se convirtió en un gran hombre. Jamás rehuyó un problema. Fue un triunfador pues llevó muy alto, a través del deporte, el nombre de México. ¿Cuántos pueden decir lo mismo? Es una honra, por tanto, para la nación por la que ofrendó su propia existencia. Sé que tiene que ser reivindicado; que será reivindicado... Porque es un ejemplo. Y aquí no los hay tantos...
LA DECISION DE MARILES
Noche del 3 de agosto de 1948. Villa Olímpica de Londres.
Hasta las manos del teniente coronel Humberto Mariles, capitán del equipo ecuestre mexicano, han llegado dos formas de inscripción.
Tendrá que anotar, en ellas, los nombres de quienes por México participaran en las pruebas olímpicas de los Tres Días y el Premio de las Naciones.
Son seis las líneas en blanco. Y seis los jinetes mexicanos.
Su equipo, pues, se convertirá en dos.
Pero hay un problema:
Nuestros seis caballistas se han especializado en la prueba de salto y sólo tres podrán participar en ella.
¿Quiénes serán los elegidos?
Mariles se encierra en su habitación.
Y reflexiona...
Ya han pasado 12 años de preparación.
O habría que decir 13, si se considera como punto de partida la actuación de México en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, San Salvador 1935: Mariles, Francisco Vieyra y Ramiro Rodríguez Palafox ganaron la medalla de oro por equipos. En lo individual, oro para Rodríguez Palafox y bronce para Vieyra.
Lo cierto es que el entonces presidente Lázaro Cárdenas envió a Mariles y a Rodríguez Palafox como observadores a los Juegos Olímpicos de Berlín, 1936. Tendrían que diseñar un plan de trabajo para que la equitación mexicana compitiera por vez primera en una Olimpiada: estaría en Tokio, sede de los XII Juegos Olímpicos, a disputarse en 1940 -la capital de Japón había superado a más de 12 candidaturas, entre las que se contaban, por el continente americano, a Río de Janeiro, Buenos Aires y Montreal.-
Mariles, militar y deportista, regresó muy impresionado de Berlín:
Había advertido el grave peligro del estallido de una nueva guerra mundial.
Y había advertido, también, el poderío de los caballistas europeos. Esencialmente, la gran calidad de los jinetes alemanes que, ante su público, conquistaron las seis medallas de oro en disputa en aquellos Juegos.
Al día siguiente de su retorno se puso a trabajar.
Muchas cosas sucederían a partir de entonces:
El 3 de enero de 1937 muere el belga A.G. Berdez, Secretario General del Comité Olímpico Internacional y el 2 de septiembre el francés Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, bajo cuyo auspicio en 1896, renacieron los Juegos Olímpicos en la ciudad de Atenas.
En 1938 el COl anuncia que los XIII Juegos Olímpicos, en 1944, tendrán como sede la ciudad de Londres.
En 1939 estalla la II Guerra Mundial.
Y en 1940, cuando según los planes originales debería de ultimar los detalles para recibir a la juventud deportista mundial, Japón aprovecha la caída de Francia ante el ejército nazi, ocupa militarmente la Indochina Francesa. Alemania que están en guerra. Por segunda ocasión en este siglo -la primera fue en 1916, cuando la 1 Guerra Mundial impidió la celebración de la VI Olimpiada en la propia Berlín-, una conflagración interrumpe el ciclo olímpico.
El 6 de enero de 1942 muere el Conde Baillet Latour, de Bélgica, Presidente del Comité Olímpico Internacional. Un hijo suyo fallece en un combate aéreo contra las fuerzas alemanas; el impacto va directo contra el corazón de Latour, que deja de latir. El sueco Sigfried Edstrom le sucede en el COl.
En 1944, año en el que por obvias razones se cancelan los XIII Juegos Olímpicos, el COl se reúne de emergencia en Lausana y acuerda respetar a Londres como sede de la próxima Olimpiada -1948- siempre y cuando, por supuesto, haya terminado la II Guerra Mundial.
En 1945 concluye la pesadilla: capitulan Alemania y Japón. La guerra ha finalizado.
En 1946 el gobierno de Inglaterra promete al COl que, con el auxilio de los países que fueron sus aliados durante la conflagración, cumplirá con su compromiso y organizará unos austeros Juegos Olímpicos en 1948.
Durante todos esos años Humberto Mariles trabajó afanosamente diseñando un equipo ecuestre que fuera capaz no sólo de competir, sino de ganar.
Lo formó. Y el equipo mostró su capacidad en América.
Pero Mariles quería verlo competir en el Viejo Continente.
Solía decir: - Sólo después de los concursos en Europa se sabrá quiénes serán nuestros jinetes olímpicos.
Para cumplir con su propósito, Mariles y su grupo desafiaron una orden presidencial y partieron hacia una gira prohibida. Nada los detendría: competirían en Europa.
Lo hicieron; vencieron. Ya eran conocidos mundialmente.
Después de concursar en Italia, Suiza y Francia, los caballistas mexicanos presentaban los siguientes números:
Raúl Campero: siete primeros lugares, cinco segundos, un tercero, un cuarto y dos quintos.
Humberto Mariles: cinco primeros lugares, tres segundos, un tercero, un cuarto, un quinto y un sexto.
Victor Manuel Saucedo Carrillo: tres primeros lugares, cinco segundos, un tercero, dos cuartos y un décimo.
Rubén Unza: tres primeros lugares, de segundos, dos terceros, cuatro cuartos y dos quintos.
Alberto Valdés: uno de cada uno: primer segundo, tercero y octavo.
Joaquín Solano Chagoya: dos segundos un séptimo.
Solamente en dos ocasiones se compitió por equipos; los resultados se tomaron en cuenta para elaborar la calificación anterior.
En Roma, Campero- Mariles- Uriza- Valdés primer lugar.
En Lucerna, Mariles-Solano-Campero: segundo lugar.
No se disputó, a lo largo de toda la gira una sola prueba de los Tres Días.
Por eso, al terminar la excursión y después de los éxitos alcanzados en Vichy, los saltadores mexicanos se estremecieron cuando Mariles les informó que México había sido escrito para participar en esa competencia durante los Juegos Olímpicos.
¿Quiénes serían los tres que harían frente a ese compromiso, si todos se han especializado en salto?
Mariles, pues, tendrá que pensarlo mucho. Está en juego más, mucho más que una medalla.
Nunca se sabrán -nadie los supo en su momento- los motivos de Mariles para hacer sus designaciones.
Pero él escribió:
Prueba de Tres Días:
Humberto Mariles- Parral
Raúl Campero- Tarahumara
Joaquín Solano- Chagoya Malinche
¡ Sorpresa!:
Ha inscrito en esta prueba, exclusiva para militares, al mejor jinete de la gira: Raúl Campero. Y, como contraparte, al que menos éxitos obtuvo: Solano Chagoya, cuyo caballo, Malinche, es definitivamente el menos bueno del grupo. Finalmente, se ha inscrito él mismo.
¿Es que pensará eliminarse del Premio de las Naciones?
¿Y Campero?-.. ¿Lo inscribirá en la segunda prueba? ¿Qué pasará con Jarocho, cabalgadura de Campero y sin lugar a dudas un caballo a la altura de Arete y Hatuey?
Mariles da a conocer su segunda lista:
El riesgo es que en los Tres Días pueda sufrir un golpe que le impida competir en el Premio de las Naciones con lo que, de hecho, el equipo mexicano quedaría eliminado.
¿Qué pasó?...
Sólo Mariles supo por qué hizo lo que hizo.
Premio de las Naciones:
Humberto Mariles Arete
Rubén Unza Hatuey
Humberto Valdés Chihuahua
Ha dejado fuera a Campero y con él a Jarocho.
Ha inscrito a su cuñado, Alberto Valdés, con lo que deja sin competir a Saucedo Carrillo, un jinete tan bueno como los mejores. Se dice que su caballo, Poblano, enfermó misteriosamente del estómago.
Finalmente, Mariles mismo se ha inscrito en dos pruebas.
El riesgo es que los Tres Días pueda sufrir un golpe que le impida competir en el equipo mexicano quedaría eliminado.
¡Qué pasó?
Sólo Mariles supo por qué hizo lo que hizo.
Sus decisiones tuvieron un gran éxito en lo deportivo:
Medalla de bronce para el equipo de los Tres Días.
Medalla de oro para el equipo de salto.
Mariles subió, de los bosques de Aldershot al estadio de Wembley, en tres ocasiones al podio olímpico. En dos de ellas fue acompañado por Rubén Unza.
Pero, paradójicamente, aquello fue el principio del fin.
En Londres nacieron rencores que nunca morirían...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Raúl Campero
Medallista de bronce
ecuestre
Londres 1948
DE CUANDO SE ESTABA LEJOS...
México, 1936.
Entra la equitación mexicana en un compás de espera. No hay pruebas a la vista. Acaso los Juegos Olímpicos de Berlín, pero éstos representan un reto tan grande que las autoridades optan por no afrontarlo por el momentos, sino iniciar la preparación para la siguiente Olimpiada. Por eso son comisionados Humberto Mariles y Ramiro Rodríguez Palafox, campeones centroamericanos: serán observadores del torneo ecuestre olímpico en la capital germana.
Mientras tanto y en el Colegio Militar, un grupo de destacados jinetes -subtenientes casi todos- recibe una serie de cursos intensivos. Ha querido el alto mando hacer de ellos no solamente buenos competidores, sino insuperables adiestradores. El más sobresaliente es el veracruzano Joaquín Solano Chagoya, quien ya en el cargo de profesor adjunto de equitación. Es al primero que selecciona el capitán Armando Villarreal Maya, a quien el general Andrés Figueroa -secretario de Guerra y Marina- ha ordenado integrar un equipo de equitación, porque nuestro país ha sido invitado a competir en el I Concurso Ecuestre Interamericano a celebrarse en Washington. Además de Lozano Chagoya, son convocados los también subtenientes Taurino Barriga y Florencio Lazo y el teniente Amaury Quiroz.
Se encuentra ya en la capital estadounidense la selección mexicana cuando es cimbrada una noticia: ha fallecido el general Figueroa -le sucede en el puesto el general Manuel Avila Camacho-. No obstante Amaury Quiroz realiza un espléndido recorrido sobre As
-considerado como uno de los grandes caballos de esas épocas pioneras de la equitación nacional- y gana el Concurso.
Esa fue, en realidad, la primera gran conquista internacional de un equipo ecuestre mexicano...
La Habana, 1938.
El presidente cubano, Federico Laredo Brú y el coronel Fulgencio Batista -jefe del ejército de la isla- organizan un certamen ecuestre e invitan a nuestro país a participar en él. Villarreal Maya recibe la nueva encomienda y ahora selecciona al ya teniente Joaquín Solano Chagoya, a Rodríguez Palafox, Jaime Lara Zapé y Miguel Angel Hernández. Solano Chagoya obtiene su primera victoria en el extranjero: monta a Valiente y su recorrido es inmejorable.
Y la equitación mexicana es, ya, no sólo una realidad sino una gran atracción. Y así, es invitada por primera vez a participar en los concursos norteamericanos: Harrisburg, Nueva York y Toronto.
Sucedió en el afamado Madison Square Garden:
Ante los mejores jinetes -exclusivamente militares- de Estados Unidos, Irlanda, Chile e Inglaterra, Ramírez Palafox logra lo que nadie había hecho en los 50 años del concurso: ¡Pista limpia! sobre Azteca. Y Solano Chagoya también se hace presente: gana la Copa Bowman. Su caballo sigue siendo Valiente.
Son los primeros pasos...
DE CUANDO SE ESTABA CERCA...
Roma, 1 de mayo de 1948.
Inicia el equipo ecuestre mexicano su gran
gira final preolímpica. Enfrenta a partir de hoy en la Piazza di Siena a los mejores jinetes europeos.
Viene de realizar una exitosa excursión por pistas norteamericanas.
Pero este es otro mundo.
Es el Viejo Mundo.
El mundo de la historia, de la prosapia ecuestre.
2 de mayo.
Titular principal del diario La Afición:
GRAN TRIUNFO DE LOS CABALLISTAS MEXICANOS EN ROMA
Y decía la nota informativa:
El capitán Raúl Campero, montando al caballo de media sangre Jarocho, hizo el recorrido perfecto, dentro del límite, y ganó el primer lugar.
Otros cinco jinetes mexicanos calificaron entre los diez mejores. Segundo, tercero y noveno fueron para italianos; el quinto para un francés, y el resto para nosotros: cuarto, Uriza; sexto, Mariles; séptimo, Chagoya; octavo, Valdés; décimo, Carrillo.
El capitán Campero hizo el mejor recorrido de la competencia, pues pasó limpiamente la pista, haciendo el tiempo preciso que se marco: 1:52 minutos, que necesitó para pasar los 16 obstáculos de la pista.
Con esta prueba el capitán Raúl Campero Núñez ratificó una vez más, su gran calidad de jinete, de héroe de la equitación mexicana, ya que en casa y en el extranjero ha logrado triunfos tan resonantes, tan grandes, como el que hemos anotado.
Pero algo muy desagradable está en cierne.
Algunas decisiones comienzan a ser inexplicables.
El capitán Mario Becerril, ex competidor, se refirió a ellas. Escribió una serie de artículos para la revista México Ecuestre. Les llamó La vida íntima & nuestro equipo ecuestre. Leamos aquí uno de ellos.
... en el primer día de competencias en Roma, en la prueba de velocidad que ganó el capitán Campero y que fue el primer triunfo de México en Europa, nos platicó Carrillo que después de que Campero había hecho un recorrido limpio y con buen tiempo, el Jefe -Becerril se refiere así a Mariles- les indicó que entraran a verificar su recorrido pero sin mucha velocidad, lo cual les desconcertó mucho pues sabían que para ganar dicha prueba habría que galopar rapido y aunque hasta esos momentos Campero iba ganando, faltaban aún muchos jinetes que muy bien podrían echar abajo la marca de su compañero, pero obedeciendo estas indicaciones así entraron a la cancha y cuál no sería su sorpresa cuando a la hora que le tocó su no al Jefe, lo vieron recorrer la cancha salvando los obstáculos a toda velocidad y haciendo uso hasta del fuete para azuzar a su caballo y hacer menos tiempo.
Fue un inútil esfuerzo el del Jefe: termino en sexto lugar.
Campero había conquistado la admiración en Europa.
Raúl Campero...
Era el jinete de Hatuey, a quien lo condujo en 1946 a la conquista de importantes premios en Norteamérica: en el Madison Square Garden se adueñó del Whitey Stone y días después en Toronto, del trofeo Cóndor, obsequiado el ministro de Relaciones Exteriores dc República de Chile.
Pero Hatuey y Campero fueron separados
A finales de 1947, Humberto Mariles decidió que el alazán tostado con el lucero en frente fuese la nueva cabalgadura de Rubén Uriza.
Campero no se arredró, buscó un nuevo caballo, Y fue a Jalisco, en donde encontró a Jarocho. El general Enríquez Guzmán comandante de la decimoquinta zona militar; hombre que fue de los primeros dueños de Arete presta el corcel al equipo ecuestre internacional.
Y sobre los lomos de Jarocho se lanza Campero en pos de la inmortalidad deportiva.
Roma es apenas el inicio...
DE AQUELLA PRUEBA...
Londres, 10 de agosto de 1948.
Hoy es el día.
El destino los ha unido.
Los tres son grandes jinetes especializados en salto. Los tres son provincianos y rondar 30 años de edad: Joaquín Solano Chagoya nació el 2 de junio de 1913, en Chicontepec, Veracruz; Mariles, 11 días después, en Parral, Chihuahua; Raúl Campero, el 29 de noviembre de 1919, en San Blás, Nayarit. Los tres visten el uniforme del Ejército Mexicano y compiten por su país. Dos de ellos saben que será hoy o nunca; que ha quedado frustrada su ilusión de participar en el Premio de las Naciones. Así que van en pos de la victoria, hoy, cuando da inicio el concurso de los Tres Días.
Escribió Don Chon -3 de octubre de 1948-, una extensa crónica en la revista Centauro.
Esta:
LA PRUEBA DE LOS TRES DIAS
Sobre el glorioso triunfo del equipo de México y Mariles se ha escrito mucho, se ha comentado más. Todas las radiodifusoras del mundo los han mencionado en forma elogiosa; pero de lo que casi no se ha hablado es de la prueba de los Tres Días, realizada en esta ocacación en los días 10, 11, 12 y 13 de agosto, pues aunque la prueba se llame de los Tres Días, hubo de realizarse en cuatro debido al gran número de jinetes registrados.
No hubo descanso al terminar la prueba ¿Los Tres Días y al día siguiente, 14 de agosto de 1948, se realizó la competencia de las Naciones.
El teniente coronel Mariles tuvo que realizar, por lo tanto, un titánico esfuerzo para conseguir con sus compañeros Chagoya y Campero el tercer lugar para México en la mencionada prueba de los Tres Días y al día siguiente con sus subordinados capitanes Uriza y Valdés, el primer lugar de la Copa de las Naciones.
Vamos ahora a referirnos a la prueba de los Tres Días o Caballo de Armas, para que ustedes puedan aquilatar el enorme esfuerzo que hubieron de realizar los 46 jinetes de 17 dtferentes naciones.
El campeonato de Caballos de Armas, Concurso Completo de equitación o prueba de Tres Días, se efectuó en Aldershot, un bello lugar de Inglaterra, en un par que con tapices de hierba en donde tiene su matriz un regimiento de caballería. Ahí hay maravillosos campos de polo y pista especial para la doma. Un pequeño estadio con campo de polo y en el edtficio del cuartel magnificas cuadras de piedra en donde se alojaron perfectamente los caballos de 15 de las 17 naciones competidoras.
El lugar es sano, el pienso para los caballos abundante.
Sólo los caballos de los equipos de España y Argentina no estuvieron en estas cuadras, pues los alojaron en las antiguas caballerizas de las cuadras del rey.
Los soldados tenían cuartos independientes y disponían de buenos baños. Los jefes y oficiales estuvieron alojados en Sanhur, en la Academia Militar, villa de Camberley, situada a unos 50 kilómetros y a 18 del propio Aldershot.
Por lo tanto los jinetes tenían que recorrer diariamente una larga distancia para ir a donde estaban sus caballos y a las pistas de entrenamiento.
De Sanhur salía cada hora en autobús para Aldershot, pero nuestros jinetes no tuvieron que recurrir a este servicio, pues disponían de una elegante camioneta que causaba la admiracion en todo Londres.
El equipo mexicano llegó a Londres precedido de una gran fama, que atraía numerosa concurrencia a los entrenamientos. Todos los expertos consideraban que nuestro equipo era el mejor y se hacían abundantes elogios de los equipos de Francia, Italia, Suecia, España y Estados Unidos.
Cuando se realizó el sorteo tuvimos la enorme suerte de coger el último lugar; ello daba a nuestros jinetes la ventaja de pensar muy bien lo que tenían que hacer antes de entrar a la competencia.
La competencia hípica de la XIV Olimpiada se dividió en tres partes: doma, salto y Tres Días y ésta en doma exterior y el concurso de salto.
Para la primera doma se necesitaron los días 10 y 11 y nuestros jinetes fueron tratados con suma dureza. A Raúl Campero se le clasificó en el lugar 24; al teniente coronel Mariles en el 28 y al mayor Joaquín Solano Chagoya en el 36.
Antes de la competencia cada jinete tenía 500 puntos y de ellos se descontaban los puntos malos con que eran castigados por los jueces, de ahí, que el capitán Campero quedara con 272 nada más, Mariles con 266 y Chagoya con 251.
Por equipos México quedó después de este lance en el noveno lugar con 789 puntos. Suiza, Francia, Estados Unidos, Dinamarca, Argentina, Suecia, Italia e Inglaterra estaban debajo de nuestro equipo.
Debemos referirnos a la forma injusta con que fueron calificados nuestros jinetes. Los balleros que integraron el jurado, todos ellos pertenecientes a las dos famosas escuelas equitación en el mundo: la francesa de Sorne y la italiana, daban preferencia a todos aqellos jinetes hijos de esas escuelas.
Por fortuna la segunda y tercera parte de esta dificilísima prueba, no daba oportunidad al jurado para basarse sólo en sus apreciaciones pues ahí el cronógrafo y los obstacúlos los daban fe de la habilidad del jinete y el poderío del caballo.
DURÍSIMO EL RECORRIDO DEL SEGUNDO DÍA
En el segundo día los participantes tenían que cubrir el siguiente programa:
Marcha de 6 kilómetros en 27 minutos 17 segundos. Steeplechase de 3 y medio kilómetros en cinco minutos y 50 segundos. Marcha de 15 kilómetros en una hora, 8 minutos y 11 segundos. Cross contry de 8 kilómetros en 18 minutos. Mil metros de galope en 3 minutos.
El solo enunciado de esto de la idea de la dureza de la prueba y por lo tanto, del grado de preparación que era menester tuvieran jinete y caballo para el solo hecho de terminar los recorridos.
El total es un promedio de 33 y medio kilómetros en una hora, 42 minutos y 18 segundos.
Había bonificación de puntos buenos si la pruebas de steeple y cross se hacían en menos tiempo. En cambio en las marchas si se hacía, en menor tiempo del estipulado no se bonificaban puntos buenos; pero sí, en cambio, se cargaban puntos malos por los retrasos.
El teniente coronel Mariles manejó el equipo para este evento con tanta habilidad que se lograron bonificaciones tan notables que del noveno lugar, el equipo pasó a ocupar el quinto. Solamente estaban adelante de los nuestros los equipos de Dinamarca, Estados Unidos, Suecia y Argentina.
La noche en que terminó la prueba de dama, el teniente coronel Mariles y todos los oficiales recorrieron a pie los difíciles tramos seleccionados para el steeple y el cross, a fin de conocer perfectamente todos los pasos, todos los obstáculos y especialmente, medir las dificultades de esos recorridos y estar en condiciones de poder apostar a los oficiales que no competían en los lugares estratégicos, para que a la pasada de los jinetes mexicanos les informaran si debían apurarse o conservar la cadencia, para lo cual debían observar el estado en que iba cada uno de nuestros caballos.
Todos los oficiales estaban provistos de buenos cronógrafos para saber si iban con buen tiempo o retrasados.
Esta precaución sirvió mucho a nuestros competidores para lograr buenas bonificaciones y conseguir, como indicamos en líneas arriba, mejorar la posición del equipo.
El mejor de los competidores en este día fue el famoso capitán francés Bernard Chevalier, que logró la máxima bonificación tanto en steeple como en cross. También estuvo muy bien el comandante Noguera de España.
La steeple tenía 12 saltos y el terreno era ondulado, las vallas fuertes y muy bien hechas.
La cross constaba de 34 saltos fijos, lo que hacía peligroso el menor tropiezo.
Mariles terminó con 59 puntos malos; Joaquín Solano Chagoya con 89 y Raúl Campero con 113.
SUBIMOS AL TERCER LUGAR EN LA PRUEBA FINAL
En el último día de esta difícil prueba se efectuaba el concurso de salto sobre la alfombra magnífica del campo de polo de Aldershot.
Campero fue el primero. Se le anunció oportunamente que en el plano del recorrido se había hecho un cambio. El observó cómo lo hacían los primeros jinetes y cómo fueron varios de ellos descalificados por el simple hecho de pasar por la izquierda de una llamada en el recorrido.
Cuando llegó a ese lugar no obstante de sus observaciones y las advertencias estuvo a punto de despistarse y ser descalificado pero Camperito reaccionó rápidamente, paró en seco a Tarahumara, lo volvió y logró tomar la buena ruta.
En total cometió 31 y media faltas.
Ya el mayor Joaquín Solano Chagoya montando a Malinche, había calificado haciendo diez faltas.
El trigésimo tercer turno fue para el teniente coronel Mariles. Guió a Parral con tanta habilidad que pasó la pista limpiamente, castigándolo con dos faltas y tres cuartos por exceso de tiempo. Esta actuación de nuestros tres centauros hizo que México pasara del quinto al tercer lugar ganando así las tres primeras medallas de bronce que causaron un júbilo formidable en toda la delegación. La calificación total del equipo fue de 305.25.
Estados Unidos obtuvo el primer lugar con 161.50 y Suecia el segundo con 165.00. Suiza calificó en cuarto con 404 y España en quinto con 422.50. Las otras doce naciones fueron eliminadas por diferentes circunstancias, ya por resistir, ya por despistes o bien porque sus caballos quedaron inútiles después del segundo día de competencia.
NUESTRO EQUIPO A PUNTO DE SER ELIMINADO
A la una de la tarde del día 13 de agosto, antes del concurso de obstáculos fueron inspeccionados todos los caballos en competencia.
El jurado lo componía un general inglés, varios caballeros ingleses asesorados por un veterinario también inglés. El único jurado extranjero era un general turco.
El teniente coronel Mariles ordenó que fueran trotados Parral, Malinche y Tarahumara antes de ser presentados a la inspección. El objeto era calentarlos.
Cuando fue llamado a inspección el famoso caballo Glecen Wood, que ahora se llama Parral y que tan bondadosamente nos prestó el gran deportista ingeniero Luis García, miembro del club Hípico Francés de esta ciudad y gerente de ¿a compañía Las Marcas Mundiales todos temblamos. Parral estaba lesionado de una manita.
El teniente coronel Mariles también lo sabía, por eso se acercó al grupo de jurado para enterarse de lo que se trataba.
En el momento que Parral era desechado, Mariles intervino rápidamente y un miembro del jurado, el más antipático, un hombre tan delgado como una escoba, con dos metros de altura, cuando menos, con bombín negro y paraguas en la mano, se volvió a ver a Mariles en forma áspera y grosera trató de impedir con un molesto siseo que siguiera hablando el teniente coronel Mariles.
La descortesía indignó a Mariles quien protestó airada y enérgicamente diciéndole en correcto inglés: "Soy oficial del Ejército Mexicano y no permito que se me trate de esa forma. Soy el capitán del equipo y estoy aquí para defender los intereses de mi patria. Mi caballo está en condiciones de competir en el concurso de salto de obstáculos de esta tarde y no permito que sea desechado".
El general inglés, con toda cortesía, se dirigió a Mariles para darle una excusa le llamó la atención al descortés caballero que en forma tan brusca trataba a un oficial del Ejército Mexicano.
Mariles se retiró. Yo permanecí junto al grupo y pude percatarme de cómo el general inglés hacia que se reanudara la discusión sobre Parral, hasta que fue aceptado.
Si en ese momento se hubiera descalificado a Parral, Malinche o Tarahumara, nuestro equipo de la competencia de los Tres Días, habría quedado eliminado.
Dos horas después el nombre y los colores de México quedaban registrados en la historia de las Olimpiadas en el tercer lugar de la competencia de los Tres Días o Caballos de Armas, de la XIV Olimpiada mundial efectuada en Inglaterra.
Si ustedes toman en consideración los sinsabores de la dureza de la prueba, los desvelos, el poco descanso y la nerviosidad que debe haber sufrido el teniente coronel Mariles en los días 10 al 13 de agosto en esta terrible prueba de los Tres Días, comprenderán cuán grande es este jinete, este atleta mexicano, que al día siguiente, en la memorable fecha del 14 de agosto de 1948, se trasladó al estadio de Wembley de Londres y conquistó después de una dura prueba el titulo de campeón olímpico en la competencia de la Copa de las Naciones logrando, además, con su esfuerzo, con su brillante actuación y las no menos habilísimas demostraciones de los capitanes Uriza y Valdés el titulo para nuestra patria, el galardón máximo para México, de ser considerado el mejor equipo del mundo en la más dura e importante prueba de equitacíón como es el torneo olímpico por la Copa de las Naciones.
Por una omisión, seguramente involuntaria, Don Chon no relata que los equipos de Dinamarca y Argentina -que al término del segundo día aventajaban al de México- quedaron fuera de la contienda.
Sucedió así:
Dinamarca -que ocupaba el primer sitio- perdió en el tramo de salto a los mayores Mikkelsen y Krarup; el único que completó esa difícil fase sobre el terreno recortado fue el también mayor Carlsen, quien, sin embargo, cometió 44 faltas.
Por otra parte, Argentina -cuarto lugar después de los dos primeros días de competencia-, sufrió la eliminación de José Sagasta y del capitán F. R. Carrere; sólo Juan Carlos Sagasta fue capaz de finalizar la prueba.
Estados Unidos ganó la medalla de oro; Suecia, la de plata.
En la competencia individual, el capitán francés Bernard Chevalier ocupó el primer sitio; el estadounidense Frank Henry el segundo y tercero fue el sueco Robert Selfeit. Mariles terminó en octavo, Solano Chagoya en undécimo y Campero en decimosegundo. De los 46 jinetes inscritos en el concurso, sólo 27 pudieron llegar hasta el final.
SOLANO: SOLO CUMPLIMOS
Hoy general de división retirado, don Joaquín Solano Chagoya recuerda:
-Simplemente sacamos la tarea. Esa no era nuestra prueba. No teníamos los caballos adecuados y el tiempo de preparación fue muy escaso. Yo tenía a una yegua, Malinche, que era pura sangre, pero estaba muy enferma, muy lastimada. Por las noches iba a verla, a cuidarla. Y bajo esas condiciones no se le podía exigir mucho, pues además era muy débil de manos. La prueba fue común y corriente. En adiestramiento, la verdad, no estuvimos a la altura de los europeos. En la de campo, simplemente sacamos la tarea y mejoramos en la de salto. Fue una medalla lograda con mucha suerte y a base de sacrificios, pues nuestros caballos, reitero, no eran para eso.
MARILES Y SU RETO
Doña Alicia Valdés viuda de Mariles:
- Humberto terminó la prueba de steeple y cross con golpes por todo el cuerpo, con las piernas hechas jirones y todo rasguñado por las ramas. Pero también feliz: sabía que si pasaba de ese día el equipo podía aspirar a las medallas, porque la siguiente prueba era la de salto, en la cual no tenían problemas. El me comentaba que había decidido participar en los Tres Días porque le gustaba el reto. Sabía perfectamente que iba a ser muy difícil ganar una medalla y por eso, aunque ésta fue de bronce, el general estaba muy orgulloso de ella y de la forma en que la ganaron.
CAMPERO DECEPCIONADO
Doña Elsie Nienau viuda de Campero:
-Para mi esposo fue un momento muy duro cuando le notificaron que no estaría en el Premio de las Naciones, porque para esa prueba se había preparado. Y así lo demostró, sobre Jarocho, con su extraordinaria campaña en la gira por Europa previa a los Juegos. El me platicaba que, en Vichy, Mariles le insinuó que ambos estarían en los Tres Días. No podía hacer nada. ¿Cómo, si Mariles era el jefe y él ordenaba qué jinete y qué caballo competirían? Raúl se sentía decepcionado, como cuando le quitaron a Hatuey. Pero no era un hombre que se venciera tan fácilmente; si iba a montar a Tarahumara, lo haría de la mejor manera. Y lo hizo. Por eso se sintió satisfecho y orgulloso de esa medalla, aunque nunca pudo ocultar que más importante que todo eso fueron sus victorias en Roma, Monteccatini, Lucerna y Vichy, en donde, entre otras cosas, demostró ser mejor jinete que el mismo Mariles.
DOS TESTIMONIOS DOS
Del capitán Mario Becerril, tres párrafos de La vida íntima de nuestro equipo ecuestre:
...Hasta Londres el Jefe les hizo saber que el equipo estaría formado por él con el caballo Jalapa (cambió por Parral), el mayor Chagoya con Malinche y Campero con Tarahumara.
Ninguno de los jinetes y caballos estaban en condiciones de hacer la prueba satisfactoriamente, pues no era posible que sin preparación y entrenamiento pudieran hacer algo, pero lo hicieron a base de valor...
Campero que montó al peor caballo nos señaló la falta de cooperación y dirección que hubo en el Equipo durante el desarrollo de esta prueba, sobre todo al terminar la fase de fondo, pues su caballo al terminar estaba agotadísimo y no había asistente que se lo detuviera para ir a la báscula como es obligación; el capitán-Gracida y Uriza se encargaron de atenderlo y una señora desconocida del público se quitó una manta con la que se cubría de la lluvia y se la dio para que taparan al caballo. En cambio, al Jefe, lo esperan tres asistentes y el veterinario.
Si ganaron fue a base de fibra el honroso tercer lugar por equipos, en esa prueba considerada como la más importante en materia ecuestre.
El mayor Víctor Manuel Saucedo Carrillo, quien montaba a Poblano, sin lugar a dudas uno de los mejores caballos mexicanos de aquel entonces y que por decisión de Mariles no compitió en la justa londinense, afirma:
-Lo más importante de todo era el equipo: México mostraba al mundo, desde esa prueba, que tenía a un buen conjunto de jinetes y no sólo a un jinete. En aquellos tiempos, en general, preferíamos el triunfo colectivo al individual. Cualquiera podía ganar hoy o quedar; atrás mañana. Todos estábamos tan bien fue circunstancial el que a unos haya tocado la gloria y a otros no y creo que no es momento de crear divisiones y polémicas sobre lo que sucedió en aquella ocasión. Lo que las nuevas generaciones deben tener muy presente es que un jinete no hace a un equipo; éste lo hacen todos como aquel de 40 años atrás...
DE LOS HIJOS DE LA REVOLUCION...
De la historia de Humberto Mariles se escrito ya en páginas anteriores; adentrémonos ahora en la vida de los otros dos integrantes aquel equipo.
Raúl Campero Núñez y Joaquín Solano Chagoya: dos hijos de la Revolución...
Los padres del primero fueron el coronel revolucionario Carlos Campero Cueva y doña Josefina Núñez.
Los del segundo, el teniente coronel Ignacio Solano -jefe del estado mayor del general Agustín Millán- y la maestra rural Ana María Chagoya, lo dejan muy pronto en la orfandad.
El muere en 1916, cuando su hijo tiene apenas tres años; ella fallece en 1923.
Solano Chagoya: huérfano a los diez años.
La historia del primero -quien murió el 31 de octubre de 1980-, será contada por su viuda, doña Elsie Nienau; la del segundo, por el propio Solano Chagoya.
Doña Elsie:
Desde que era muy pequeño y cuando sus padres vivían en Colima, Raúl quiso ser soldado. Su padre, que había participado en la Revolución, en la que destacó en las campañas en Jalisco, llegó a ser coronel sin haber cursado estudios para ello. Por eso Raúl se propuso ser soldado y se trazó como meta llegar al Colegio Militar. Ingresó a él cuando tenía 18 años. Era un muchacho de piel morena clara y muy delgado; tanto que, suponiendo además que era de Colima y no de Nayarit, sus amigos le llamaban Colimote Rodilón. Muy pronto destacó en los deportes, principalmente en boxeo, futbol, tumbling y equitación. Su primer maestro de salto fue el capitán Francisco Carrandi; después recibió instrucción del capitán Heriberto Anguiano de la Fuente. Me contaba que, siendo cadete, a bordo del buque Durango realizó una gira a Chile, formando parte de una delegación militar, deportiva, comercial y artística, integrada por casi 500 personas. El dio exhibiciones de tumbling y de salto.
Cuando regresó de esa excursión se graduó como subteniente y se incorporó al Regimiento de Caballería, donde logró notas tan buenas que al año siguiente alcanzó el grado de teniente en la XXI zona militar, en Jalisco, que era comandada por el general Miguel Enríquez Guzmán. El general apreciaba mucho a mi esposo. Era de sus mejores jinetes.
En 1942 comenzó a perfilarse su futuro: al competir en varios concursos obtuvo triunfos importantes y atrajo la mirada de Mariles, quien ya era el jefe de la Asociación Nacional Ecuestre. De inmediato, Mariles pidió que Raúl fuese trasladado a la capital, lo que logró después de muchos trámites. Mi esposo fue nombrado instructor de la Asociación, eso sucedió en septiembre de 1943. Entonces lo conocí. Me lo presentó el novio de mi hermana, también jinete. Me impresionó a primera vista. Era un hombre noble, muy humano; su carácter era alegre y sabía ser buen amigo. Era un gran bailarín, muy conversador y tenía el don de saber contar chistes. Su plática era amena e interesante y además, tocaba un poco la guitarra y le gustaba cantar. Siendo novios me llevó varias serenatas y entonces me cantaba dos canciones muy nuestras: Tres palabras y La gloria eres tú.
Poco después comenzó a montar a Hatuey y a destacar con él. Y en abril de 1946, haciendo equipo con Mariles, Alberto Valdés y el capitán José María Incháustegui, ganó la prueba por equipos del II Concurso Internacional.
Días después ganó otra prueba por equipos, ahora con Valdés y José Eduardo Pérez. Más adelante, en otro concurso empató con Saucedo Carrillo y concluyó venciendo en la prueba de precisión.
Al terminar aquellos concursos, Raúl y sus compañeros del equipo ecuestre fueron contratados para doblar a varios artistas en unas películas que estelarizaron Jorge Negrete y Charito Granados: Camino de Sacramento y Los 7 hijos de Ecija. Como Raúl era muy delgado y de rostro de finos rasgos, le tocó doblar a Chanto Granados en una escena en la que ella baja, a caballo, por una peligrosa pendiente allá por la carretera a Toluca.
Año maravilloso aquel: el dinero que le pagaron por esa filmación, creo que 50 pesos, fue el último empujoncito que necesitábamos para casarnos. Lo hicimos el 27 de julio. Fue una boda sencilla: los dos pertenecíamos a familias de clase media. Y en noviembre se fue a Estados Unidos y Canadá: en el Madison Square Garden ganó el trofeo Whitey Stone y en Toronto el trofeo Cóndor. Cuando regresó, ya muy cercana la Navidad, se enteró de dos buenas nuevas: el Presidente de la República concedió ascenso a todos los miembros del equipo y Raúl alcanzó el grado de capitán segundo; además, venía ya en camino nuestro primer hijo:
Raúl, el Pecas. Después nacieron Rodolfo y Elsie. Raúl, que era muy hogareño, un padre muy amoroso, gustaba de llevar a sus hijos al campo; les enseñó a montar, a jugar fútbol, a nadar.
El de 1947 no fue un año muy grato. Todo sucedió en los últimos meses: por un lado, repentinamente Mariles le quitó a Hatuey, dividiendo así a uno de los mejores binomios no sólo del país, sino del mundo entero; el cambio decepcionó a Raúl, porque había trabajado mucho con Hatuey, con el que logró importantes victorias... Por el otro, sufrió un fuerte golpe en la pierna derecha y muy lastimado fue a competir en Nueva York y Toronto. Aún así logró un segundo y un tercer sitios en el Madison...
Don Joaquín:
Así que a los diez años de edad me quedé solo en el mundo. Sin recursos, sin dinero... Me junté entonces con unos arrieros y me fui con ellos a Acapulco, Hidalgo. Caminamos tres días, entre cerros y campos. Y en todo momento me preguntaba: "¿Será ésta mi nueva vida? ¿Cuál será mi futuro en estos pueblos?". Sabía leer y escribir porque mi madre, que era muy enérgica, había cumplido enseñándome las letras en la escuela rural de mi pueblo, junto a los demás niños y a gente ya grande. Y me rebelé: ¡Mi futuro tendría que ser mejor! Me decidí, pues, a venir a la capital y buscar a mis únicos familiares: mi tía Guadalupe Solano y mi abuela, Rosa Lacorte de Solano, quien recibía la pensión, íntegra, de mi padre.
Pero no fue nada grata la vida en la capital. No recibía el trato ni siquiera de un gato de chimenea, sino de uno de tejado. Tuve que trabajar desde el primer momento en que llegué aquí, ya fuera vendiendo periódicos o de lo que fuera. ¡Le hice a todo! No obstante, procuré continuar mis estudios y fue así como terminé la secundaria, en la Secundaria Cuatro, allá, en San Cosme. ¡Yo quería ser alguien!
Cuando cumplí 15 años y decidido ya a seguir, como mi padre, la carrera de militar, un día fui a la secretaría de Guerra y Marina, que estaba en las calles de Moneda. Vi a un ordenanza y sin más, le pregunté que quién era el jefe del Departamento de Marina. Me contestó secamente: "el comodoro Hiram Hernández". No alcancé ni a darle las gracias, porque vi salir a un señor cuya fuerte personalidad y vistoso uniforme me hicieron suponer que era el comodoro. Error: era Luis Hurtado de Mendoza, director de la Escuela Naval de Veracruz...
Me le planté enfrente y sin pena, que le digo: soy huérfano, no tengo familiares... Quiero ser marino". Tal vez le impresiono el gesto atrevimiento, o tal vez sintió compasión por mí pero no dudó en su respuesta: "pues prepara tus cosas, porque nos vamos hoy mismo a Veracruz". ¿Cuáles cosas?... Lo único mío era lo que traía puesto. Pero como el director tenía un hijo de mi edad, me prestaron ropa y me fui con ellos a Veracruz, una vez que don Luis cumplió con su misión: entrevistarse con el general Joaquín Amaro, secretario de Guerra y Marina.
De un pobre huérfano sin destino me había convertido en un cadete de la naval. Y así, dentro de mi albo uniforme, en julio de 1928 me hice a la mar, en mi primer viaje de prácticas. Visitamos Nueva Orleans, Panamá, Costa Rica, Puerto Rico, Haití y Cuba y retornamos a la base en el puerto. Cuando estábamos en Costa Rica recibimos informes de la muerte del capitán piloto Emilio Carranza y de que había sido asesinado el general Álvaro Obregón. Ambos hechos consternaron a la tripulación entera, pero teníamos que seguir adelante.
En 1929 sucedió algo que marcó para siempre nii destino: cerró la Escuela Naval. Ya había terminado mi primer año, así que, como a otros cadetes, me dieron a escoger: o inscribía en el Heroico Colegio Militar, o esperaba a que después de trámites que podrían ser muy largos, volvieran a abrir la escuela. Me decidí por lo primero; no quería perder tiempo. Y ya en el Colegio me apasionó la caballería. Me gustó tanto que, a pesar de que en 1930 fue reabierta la escuela, preferí quedarme. Terminé mi instrucción en diciembre de 1930 y causé alta en el regimiento 52, en Michoacán, como subteniente.
Poco tiempo después fui trasladado al regimiento 24, estacionado en Ciudad Juárez y allí, con muy buenos caballos, llené mi vida. Me sentía feliz. A plenitud. Y como del otro lado, en el Fuerte Ellis -El Paso, Texas- también había muy buenos corceles, frecuentemente organizábamos concursos. Competíamos en salto y aunque ellos se negaban a aceptarlo, les ganábamos muy seguido. En lo personal obtuve algunos triunfos que hicieron que mis superiores se fijaran en mí v como estábamos en vísperas de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en 1935-San Salvador-, me ordenaron venir a competir a la ciudad de México. Lo hice y casualmente me tocó ser seleccionado. Sin embargo, por intrigas políticas me hicieron a un lado. Como siempre: un subteniente venido de provincia y bueno...
No obstante, cuando terminaron las pruebas el general Amaro ordenó que cuatro de los mejores jinetes de aquellas pruebas nos quedáramos en México: el teniente Jaime Lara Zapé y los subtenientes Ramiro Rodríguez Palafox -finalmente escogido para competir en San Salvador-, Miguel Ángel Hernández Montoya y yo. A mí no me gustaba la idea; quería regresar a Ciudad Juárez, convivir con la tropa seguir con aquella vida, pero no hubo de otra. Nos quedamos aquí como profesores adjuntos de equitación, con los viejos maestros que habíamos tenido, como el general Carlos H. Mejía López.
Y así estábamos, cuando un día de 1936 nos avisaron que iríamos a competir a Washington...
DE LAS LOAS: DEL PRINCIPIO DEL FIN...
Londres, 13 de agosto de 1948.
La premiación.
Una medalla de bronce.
Un himno. Tres banderas en lo alto. Es la de México una de ellas.
Don Joaquín:
-Sentimos una gran emoción. Nuestro principal objetivo era el Premio de las Naciones, pero esa medalla en los Tres Días, la primera ganada por la equitación mexicana en Juegos Olímpicos nos hizo sentir una felicidad desconocida; el tercer lugar era muy significativo. Y como militar fue para mí un gran orgullo el ver a nuestra bandera ondear allá arriba en los mástiles. Me quedó la satisfacción eterna de saber que habíamos cumplido con la patria.
Doña Elsie:
- Cuando ganaron la medalla, el general Ignacio Beteta -jefe de la delegación- les dio 200 dólares a cada uno. Pero mi marido y Saucedo Carrillo le pidieron que les entregara personalmente el dinero, porque Mariles acostumbraba retener todas las sumas y disponer
los gastos. ¡Hasta los de la peluquería!... Esto irritó a Mariles, quien los amenazó con separarlos del equipo.
Al regreso triunfal, la sonrisa de la victoria era la máscara tras la cual se ocultaba el rostro fragmentado del equipo nacional ecuestre.
Homenajes, festejos, ascensos, recepciones, entrevistas. - -
Don Joaquín:
- Eso era lo que menos me gustaba. Es cierto, el éxito en Londres fue grande, pero fue más el ruido que se hizo. Yo no estaba acostumbrado a eso. No viviría de la fama. Yo seguía siendo soldado. Y quería ser general.
Ya, ya crujen los cimientos. Ya se fracciona la unidad...
Doña Elsie:
- En la misma Navidad de ese 1948 comenzó el acoso de Mariles. Ese día arrestó a mi marido y a Saucedo Carrillo. La orden decía que por murmurar contra un superior. Fueron liberados ya cerca de las diez de la noche.
Don Joaquín:
- Ya como teniente coronel me retiré como competidor activo. Pedí mi cambio al vigésimo regimiento, con sede en Chihuahua v me dediqué a lo mío: como era instructor, me puse a preparar caballos y jinetes.
A principios de 1950, Humberto Mariles separó del equipo ecuestre a Campero y a Saucedo Carrillo; en agosto renunció Uriza. A ellos se unieron Mario Becerril -quien va era instructor-~ y Jorge Rodríguez Torres y entre todos formaron el equipo del Heroico Colegio Militar. Sus caballos eran apenas regulares, pero mucho el entusiasmo de los capitanes. La confrontación con el equipo de Mariles fue directa. Ahora había auténtica competencia. Y los capitanes ganaron varias contiendas. Inclusive, Campero, Carrillo, Becerril y Uriza lograron clasificar a la justa olímpica de Helsinki 52. Campero, Uriza y Becerril renunciaron a participar en ese torneo, pero la Secretaria de la Defensa Nacional sólo concedió permiso al primero de ellos, comisionado como perito de la Dirección de Tránsito.
Doña Elsie:
- Raúl siguió montando, aunque ya no lo hacía en competencia. Primero en Tránsito,
con el general José Gómez Velasco; después en Rancho Alegre, con el señor Gunnar Beckman quien tanto apoyo diera a los equipos ecuestres mexicanos. Posteriormente, mi esposo fue jefe de personal del Centro Satélite; después, gerente de la tienda del Ejército y durante el sexenio de López Mateos fue comisionado a la cuata sección. En 1966, ya con el grado de mayor, fue enviado como comandante a la aduana en Progreso, Yucatán; de ahí pasó a Chetumal, Coatzacoalcos, Topolobampo y Nogales, donde murió, el 31 de octubre de 1980, a causa de un paro cardio-respiratorio.
El 20 de noviembre de 1964, don Joaquín Solano Chagoya alcanzó su gran objetivo: fue ascendido a General Brigadier.
Días después, el general Marcelino García Barragán -secretario de la Defensa Nacional- lo nombró director de Caballería, puesto que ejerció hasta 1970, cuando fue comisionado como comandante a la 18 zona militar, en Pachuca. En 1971 ocupó el mismo puesto en la 28 zona militar, en Oaxaca y a mediados de año fue transferido a la 27, en Guerrero, donde permaneció hasta 1973. Volvió a Oaxaca y ahí se mantuvo hasta octubre de 1977, cuando fue nombrado jefe de la primera zona militar, en la ciudad de México, puesto que ocupó hasta el 15 de octubre de 1980, porque entonces pasó a la dirección de personal de la Secretaria de la Defensa Nacional. Y siendo ya General de División, el primero de enero de 1982 pidió su retiro.
De 1983 a la fecha es presidente de la Asociación del Heroico Colegio Militar, con sede en las instalaciones de Popotla.
DEL ADIOS...
La robliza dama de grandes ojos azules, blanca piel y generosa sonrisa, ofrece dulcemente una taza de té, humeante y aromática.
La charla llega a su final.
Ella se pone en pie. Mira con nostalgia las fotografías que resaltan en las paredes de la estancia de su hogar, tan sencillo y hospitalario como ella misma: en casi todas aparece aquel equipo de Londres 48.
Suspira.
Y dice doña Elsie:
- Raúl Campero fue excelente como deportista, como militar, como esposo y mejor todavía como padre. Sus hijos y yo estamos orgullosos de él, porque más allá de la medalla que dio al país y que siempre le hizo sentirse ufano, supo ser un hombre en toda la extensión de la palabra: leal, honesto, derecho... El sí supo hacer amigos. Y todo mundo tiene un grato recuerdo de él. ¿Hay algo más valioso que eso?...
Fuma el general.
Ya terminan los recuerdos.
Calla su voz ronca, firme... Y parece reverberar por la iluminada oficina.
Una espiral de humo se eleva frente al rostro, de duros rasgos, de Joaquín Solano Chagoya, lo envuelve en un aire de misterio y después escapa por la ventana, entreabierta.
Ha hecho el militar de la amabilidad una constante, pero sin prodigar la sonrisa.
Se despide.
Camina con altivez castrense el oficial. Marca el paso con el tacón, que retumba en su encuentro con la lustrosa duela.
Solano Chagoya: alto, esbelto, afilado rostro de nariz rectilínea y fino bigotillo sobre los delgados labios; ya es escaso el cabello, entrecano, peinado hacia atrás. Mirada pretoriana.
Se detiene el general en la puerta.
Dice por último:
- Como deportista y como soldado he cumplido con mi deber y eso, para mí, es lo más importante. No soy un hombre que guste de la fama ni de los homenajes. Jamás los busqué. El haber puesto en alto el nombre de México ha sido mi mejor recompensa. Y eso se lo debo al deporte.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Rubén Uriza
Medallas de oro y plata en ecuestre
Londres 1948
El, el hombre, desciende de revolucionarios.
Es sobrino de Abraham Castro y de Rosendo V. Castro.
Sobrino, pues, de caballistas. Hombres de campo. Agraristas. Zapatistas. De aquellos que el 25 de noviembre de 1911 cabalgan al lado del Caudillo del Sur y se alzan en armas contra el gobierno del presidente Madero. Enarbolan el Plan de Ayala, que demanda justicia para el campesino. Debe ser suya la tierra que cultiva.
El será, también, hombre de a caballo.
Porque el caballo lo es todo, allí, en la abrupta sierra guerrerense.
Allí, donde Rubén Uriza Castro ha nacido. A él, el noble bruto, le fluye la historia por las venas.
Es un alazán tostado, con un lucero en la frente, hijo de padre árabe y madre pura sangre.
Nace en Chihuahua y es todavía un potrillo cuando se marca su destino: será caballo de salto.
Sólo mide 1.52 metros de alzada, pero es largo y fuerte.
Y también valiente y de indómito temperamento.
Como aquel cacique cubano que en 1515 pagó con la vida su rebeldía ante los españoles.
Por eso, quizás, le han llamado Hatuey. Cuando hombre y caballo se encuentran, a finales de 1947, emprenden una veloz carrera hacia la inmortalidad.
La alcanzan poco después y en tierras muy lejanas:
Sábado 14 de agosto de 1948.
Estadio Wembley, en Londres.
Día final de los XIV Juegos Olímpicos.
Ochenta mil espectadores colman las gradas porque hoy no presenciarán únicamente la ceremonia de clausura, sino también la última prueba de los Juegos: el Premio de las Nacioes.
Ya Alberto Valdés, capitán del Ejército Mexicano, ha cubierto su recorrido. Montando a Chihuahua, cometió 20 faltas.
El turno, de acuerdo con el sorteo, corresponde al vigésimo séptimo binomio que también viene de México: sobre el lomo de Hatuey, el también capitán Rubén Unza se lanza contra la pista.
Capitán entonces, hoy general brigadier retirado, recuerda el caballista lo que aconteció aquel día:
-Valdés tuvo una buena monta, sobre todo si se compara con la de muchos competidores que fueron eliminados al caerse del caballo en ese difícil recorrido. El terreno, de pasto flojo, era el principal enemigo de todo corcel.
Al revisar la tabla de posiciones, me di cuenta de que podíamos luchar por la medalla de oro por equipos. Así que traté de asegurar ese resultado. Hatuey me respondió muy bien y sólo derribé dos barras para ocho faltas, lo que me colocó en muy buena posición: empatado en primer lugar individual con el francés D'Orgeix y el estadounidense Wing.
Cuando terminé mi recorrido me sentía doblemente feliz: estaba en la pelea y de hecho, la medalla de oro por equipos era nuestra. Íbamos en primer lugar con 28 faltas, faltándonos sólo el recorrido de un jinete. Nuestros más cercanos adversarios eran el equipo español, con 56.5 faltas y el inglés, con 67. Y ya habían competido sus tres integrantes. Así que todo esta dispuesto para que ganáramos ese primer lugar. Sólo podría evitarlo una actuación catastrófica de Mariles, pues como teníamos ventaja de 28.5 faltas, Humberto y Arete hubieran podido darse el lujo de derribar siete barras y aún así seriamos campeones. Pero sabíamos que Mariles y Arete eran uno de los mejores binomios del mundo.
Ya cae la tarde en el estadio Wembley.
El estruendo ha terminado.
La prueba tiene un jinete campeón: Humberto Mariles.
Tiene un país campeón: México.
Pero todavía hay dos medallas en el estuche. Una de plata. Una de bronce.
Nadie sabe a quien pertenecerán.
Tres caballistas a ellas aspiran:
El capitán mexicano Rubén Uriza, el caballero francés Jean F. D'Orgeix y Franklin R. Wing, coronel del Ejército de Estados Unidos.
Ronda de desempate entre ellos.
Los ayudantes de pista se mueven rápidamente y modifican el circuito. Ya no serán 16 obstáculos sino nueve, pero su altura se eleva de 1.30 a 1.80 metros. La ría conserva los 2.20 metros de longitud.
Contarán las faltas. Y también el tiempo realizado.
La gente vuelve a tomar asiento. Y a guardar un silencio absoluto, que rompe sólo cuando los jinetes salen a la pista. Entonces les ovaciona calurosamente.
El primero es D'Orgeix. Enfila a Sucre de Pomme y emprende la carrera. Cinco obstáculos son salvados limpiamente. Pero cae una valía del sexto. Cuatro puntos de penalizacion...
Le sigue Franklin Wing -previamente señalado como favorito para ganar la competencia-. El militar estadounidense espolea a Democrat. Y allá va... Falla, como D'Orgeix, so. lamente en el sexto obstáculo. Empata, pues, en faltas. Pero ha invertido más tiempo que el francés.
Y entra en acción, ahora, sí, el último de los 4 mil 500 deportistas que han competido en la justa olímpica: Rubén Uriza.
En la línea de salida, el militar acaricia el poderoso cuello del corcel.
Arrancan...
Y son uno jinete y cabalgadura.
Uriza:
- Hatuey me respondió como nunca, a pesar de que la presión era muy fuerte. Y logré una pista limpia. ¡La única que se dio en eso Juegos!
Un solo grito, un solo nombre se escucha en todo Wembley:
¡MEXICO!...
Dos medallas de oro. Una de plata.
La gloria.
El mundo entero conoce, ese día, a Mariles-Arete.
Y no olvida a Uriza-Hatuey.
No sabe qué sucedió primero:
Aprender a caminar o aprender a montar.
Uriza:
- Yo creo que ha de haber sido al mismo tiempo.
Había nacido -27 de mayo de 1919- en una amplia casona en Huitzuco, Guerrero. Su padre era Manuel Uriza, agricultor y ganadero; su madre, doña Tayde Castro, maestra de la escuela rural -a la que el pequeño Rubén acudió para cursar la primaria- .
Uriza:
- En casa siempre hubo caballos, porque allá en la sierra el caballo es el único medio de transporte y además, elemento indispensable en la vida del campo. Lo es todo, pues...
Años primeros, los del futuro medallista, plenos de sol, de aire puro, vegetación, agrestes montañas, arroyos, animales salvajes y domésticos, árboles frutales, amor paternal... Y caballos.
Tardes calurosas que morían bajo la sombra protectora de uno de tantos árboles en la huerta, mientras Rubén mordisqueaba una manzana y escuchaba a sus padres narrar aquellas historias de sus tíos revolucionarios y las anécdotas de su propia infancia.
Uriza:
- Siempre me hablaban de mi pasión por los caballos. Decían que todavía no caminaba y ya me gustaba estar sentado en una silla de montar, o en los lomos de un cuaco. Que nomás veía a un caballo amarrado y me iba a sentar junto a él y que cuando me subían podía sostenerme firmemente con las manos... Para mí, el caballo significó una especie de juguete, una distracción, el mejor elemento para hacer ejercicio y sobre todo, un gran compañero. Noble, fuerte, bello...
Su primer potro fue el alegre Rabucas. En él lo aprendió todo sobre el caballo. Del peligro de montarlo, inclusive.
Uriza:
- En una ocasión, tal vez tendría yo 14 años, fuimos a traer ganado. Al regreso, mi padre me pidió que me adelantara y abriera el zaguán del rancho y así lo hice. Pero cuando me iba a bajar del caballo me atoré con la reata y quedé colgado de la montura. El Rabucas, que era muy nervioso, se espantó y salió a galope tendido. Me arrastró por lo menos por unos 150 metros. Y no fueron más porque mi padre lo alcanzó. Cuando el Rabucas detuvo su loca carrera, yo estaba en el suelo, desmayado, todavía con el pie enredado en la reata. Cuando volví en mí, mi padre me dijo: "No se apure, m'ijo, trépese en ancas. Lo voy a llevar a la casa". Le respondí: "a poco cree que nomás por esto no lo volveré a montar..." Me subí al Rabucas y regresé con él al rancho. Así era mi afición por el caballo.
Dos años más tarde sus padres lo enviaron a México.
Querían que fuera un hombre del Ejército. Y lo inscribieron en el Colegio Militar.
El llegó a Popotla con el oculto deseo, más que estudiar una carrera, de ingresar a la caballería. Lo logró rápidamente, por supuesto. No había secretos para él cuando de dominar un potro se trataba.
Habían pasado apenas unos meses de su llegada cuando Uriza fue seleccionado para participar en concursos internos de equitación.
Uriza:
- Cuando nos empezaron a enseñar la técnica de salto, yo tenía una ventaja sobre muchos de mis compañeros: ya sabía montar.
Mientras eso sucedía, otro grupo de ex cadetes del Colegio Militar obtenía la victoria en la prueba ecuestre de los III Juegos Centroamericanos y del Caribe, disputados en El Salvador, 1935. Se hablaba ya de un prometedor jinete mexicano de 23 años: Humberto Mariles. Era el mejor. Le acompañaban Francisco Vieyra y Ramiro Rodríguez Palafox.
Al año siguiente, mientras Uriza ganaba un torneo de salto disputado entre todas las escuelas militares del país, Mariles era comisionado por el presidente Lázaro Cárdenas para que acudiera como observador a los Juegos Olímpicos de Berlín.
Regresó Mariles.
Y trazó un programa de trabajo para la equitación mexicana.
Habían sido de armas los hombres que al país gobernaban en ese momento.
El general Tirso Hernández, ex tirador olímpico, era a la sazón jefe de la Dirección de Educación Física y presidente del Comité Olímpico Mexicano, mientras que Gustavo Arévalo Vera, también general, ocupaba la presidencia de la Confederación Deportiva Mexicana.
Hombres que a caballo recorrieron la lucha revolucionaria.
Por eso la equitación recibía un impulso que no tenían otros deportes. El general Lázaro
Cárdenas autorizaba, sin pensarlo dos veces, que muchos de los terrenos baldíos en la ciudad fueran convertidos en campos ecuestres.
UN JINETE PARA MUCHAS MONTURAS...
Uriza:
-Yo me había caracterizado por ser un jinete para muchas monturas... Como poseía cierta habilidad para adiestrar caballos de competencia, frecuentemente me cambiaban la cabalgadura.
Así, en 1943 -ya como subteniente- y montando a Rhin, recorre limpiamente el circuito en dos ocasiones y se adjudica la copa Francia de la competencia Falta y Fuera.
Al año siguiente-Rubén Uriza ha sido ascendido a teniente- conquista varios torneos nacionales. Malinche, Campeón y Maravilla le acompañan en esas victorias.
En 1946 guía a Aguila Negra al primer sitio en el premio Universal Gráfico. Es impecable su recorrido, de 15 saltos.
Y en 1947 reafirma su sitio como primerísimo jinete mexicano. Ya es capitán. Y sobre Maravilla obtiene el triunfo en el certamen internacional ecuestre celebrado en la ciudad de México -torneo diseñado por Manles como punto vital de la preparación rumbo a la Olimpiada de Londres- y poco después sobre Aguila Blanca gana un lugar en el equipo nacional que competirá en el exigente circuito neoyorquino.
Es entonces cuando, una mañana de octubre en la escuela de equitación, Mariles se dirige a Uriza y le dice:
-Mire, capitán, aquí le traigo a Hatuey. Es un buen caballo. Creo que usted le puede sacar mucho provecho.
Hatuey había sido asignado al capitán Raúl Campero.
Uriza:
-Nada más lo vi y me pareció un caballo con mucho temperamento. Lo dejé correr un poco y luego luego me di cuenta de su agilidad. Era chaparrón y muy largo. Parecía muy valiente. Pero antes de montarlo hablé un largo rato con Campero. Tenía que saber quién era
ese Hatuey.
Y le dijeron:
Hatuey nace en Chihuahua -1938-, hijo de padre árabe y madre pura sangre. Es seleccionado, junto con otros 60 equinos, para ser cedidos al Colegio Militar. No obstante, al hacerse una selección con los colores de su piel -los prietos serían para los artilleros y los colorados para el escuadrón-, el potro norteño, un alazán tostado, no encuentra un lugar. Es puesto en venta. Y tal vez atraído por es nombre tan simbólico para los hombres de si pueblo, Diego Rosado de la Espada -cubano avecindado en México- lo compra en 200 pesos y lo lleva al club Hípico Francés, en donde Hatuey es entrenado por Enrique Guash. Destaca rápidamente, aunque en su primera competencia oficial, montado por José Antonio Greaves, sólo alcanza el cuarto sitio en un torneo de poca importancia.
Un día, al ser transportado junto con otros equinos al campo de entrenamiento ubicado en Dolores, cerca del río de La Piedad, un camión atropella a Hatuey y a otro caballo. Este muere en el acto. Hatuey, gravemente lésionado, es conducido de emergencia a una clínica, donde le salva la vida la oportuna intervención del veterinario Mario Sergio Rodríguez. Animal de casta, el alazán tostado se recupera rápidamente y se convierte en estrella de los concursos nacionales, por lo que es solicitado a préstamo por los dirigentes del preseleccionado nacional. Le es asignado a Campero y éste logra, con él, la conjunción ideal entre jinete y montura. Pero Mariles toma de las riendas a Hatuey y lo deja en manos de Uriza.e
Dice el general brigadier:
-Era un caballo de notables cualidades. La principal era su valentía. Tenía mucha elasticidad y a la vez era potente y gran saltador. Su temperamento era dificil. Pero yo me las arreglé con él...
De hecho, Uriza y Hatuey comienzan a conocerse cuando la preselección mexicana -integrada exclusivamente por militares: Humberto Mariles, Rubén Uriza, Víctor Saucedo Carrillo, Alberto Valdés, Joaquín Solano y Raúl Campero- viaja a Nueva York, para participar en una serie de concursos que formaban parte del plan de preparación con miras a los Juegos Olímpicos de Londres.
Es, para ambos, la primera competencia en el extranjero.
Hatuey tendrá que esperar turno...
Porque, sobre Malinche -6 de diciembre- Uriza tiene importantes actuaciones: con Raúl Campero conquista el primer lugar del torneo por parejas en el Madison Square Garden -el limpio recorrido de Uriza y su caballo sorprende a los críticos estadunidenses-. Al día siguiente, y otra vez con Malinche, Uriza colabora al triunfo mexicano por equipos que otorga a nuestra delegación la copa Bowman.
EL DEBUT DEL HIJO DEL ARABE
11 de noviembre de 1947.
Fecha significativa en la vida de Unza y de Hatuey.
Por fin debuta el hijo del árabe en el extranjero.
Esa noche, el binomio suma su esfuerzo al de la escuadra toda, y México gana por equipos la copa Challenge Militar Perpetuo.
Y ya individualmente, Unza y Hatuey conquistan -20 de noviembre en Toronto- la prueba de salto de anchura. Dos días después -en el mismo circuito- obtienen el primer lugar en salto militar de longitud, en el que tienen que sostener dos reñidos desempates. Finalmente, esa misma noche otra conquista: la copa Stakes Militar.
En ese año preolímpico, el diario El Universal otorga el broche al mérito deportivo a los integrantes del equipo ecuestre, por su serie de victorias en Norteamérica.
Y la gente en México se hace ya una pregunta:
¿Quiénes son mejores?
¿Mariles-Arete, o Uriza-Hatuey?
Pero es Mariles -seis años mayor que Uriza- quien tiene el mando. Y los éxitos
-independientemente de la gran calidad de los caballistas y de los corceles que congregó-, obedecen al programa de trabajo que él diseñó durante largos años. Todo se ha cumplido milimétricamente. Pero ahora falta lo más importante: competir en las propias pistas europeas, donde se congregan los mejores jinetes del mundo. Y también las mejores cabalgaduras. Hay que ir a enfrentarlos allí, en su terreno, porque será en su terreno donde se dispute la Olimpiada. Tienen éxito las gestiones de Mariles, y el equipo mexicano es aceptado en un gran número de importantes certámenes en el Viejo Mundo, con una sola excepción.
La recuerda Uriza:
-Mariles intentó que los ingleses nos invitaran al prestigioso concurso White City, que se realizaría poco después de los Juegos Olímpicos. Pero la respuesta fue negativa:
"Pensamos que ustedes no tienen la categoría para estar presentes en este torneo". Mariles comprimió el papel con la mano derecha, apretó las mandíbulas y masculló: "Ya hablaremos después de los Juegos..."
AQUELLA GIRA PREOLIMPICA POR PISTAS EUROPEAS...
Se hace pública la selección ecuestre mexicana que competirá en los Juegos Olímpicos que marcan un hecho histórico: son los primeros que se realizan después de la II Guerra Mundial. después de doce años vuei've a unirse la juventud deportiva del mundo.
El capitán Rubén Uriza forma parte del equipo ecuestre.
De ese equipo que parte furtiva, sigilosamente a Europa, desobedeciendo las órdenes del presidente Miguel Alemán, quien ha decidido que la excursión no debe realizarse.
Y allá va también Hatuey.
Uriza:
-Siempre pensé que a partir de aquellas competencias en Estados Unidos y Canadá, pero sobre todo de esas en Europa, el equipo ecuestre mexicano se convirtió en la mejor embajada que hubiera tenido nuestro país. Nosotros hicimos que México fuera conocido en muchas naciones de Europa porque pocos, muy pocos, sabían algo de nuestra patria. Incluso se extrañaban cuando veían nuestros uniformes de competencia, militares, tan vistosos: chaqueta verde olivo y pantalón beige, lustrosas botas cafés; gorra e insignias. Preguntaban si eran de México esas telas. Imaginaban que todavía nos cubríamos el cuerpo con plumas.
Uriza y Hatuey debutan en el Viejo Continente compitiendo en el concurso hípico internacional, en Roma, el 2 de mayo de 1948: tercer lugar.
El día 5, y ahora sobre Parral -caballo de reserva del equipo- y en el mismo escenario, Uriza obtiene el cuarto sitio en el XVII Concurso Anual de Roma. Y horas más tarde, de nueva cuenta en Hatuey, repite el puesto en la prueba de salto de precisión y velocidad.
Después, sólo victorias:
Siempre con Hatuey como cabalgadura, Uriza gana -día 6- el Premio Palatino, por parejas; el 7 colabora al triunfo de México en la Copa de las Naciones; al día siguiente conquista el Premio Pinerolo, y el 10 logra una gran actuación: se impone en el Grand Prix de Roma, venciendo a los mejores jinetes europeos, quienes se han dado cita en el tradicional circuito en la capital italiana.
El 15 de mayo: tercer sitio en Monteccatini.
Siguiente escenario: Suiza.
El 12 de junio, durante las pruebas preolímpicas en Lucerna, Unza y Hatuey finalizan en la tercera posición. Y ocupan la misma casilla, al día siguiente, en la copa San Jorge.
El 17 compiten por equipos y México es cuarto lugar en las pruebas de relevos Saint Gottard; el 18, la escuadra finaliza tercera en el concurso por paises y el día siguiente, en el individual -prueba ganada por Mariles y Arete-, Uriza y Hatuey son subcampeones.
Suficiente.
La experiencia ha sido larga y valiosa.
Solo falta el gran circuito: aquel, el olímpico, para el que este equipo se ha preparado durante 12 años.
Llegan los caballistas a Londres.
Ellos entrenan mientras los demás compiten.
Porque su prueba es la final. La del último día.
El premio de las Naciones: 14 de agosto. Precede a la ceremonia de clausura.
Y Uriza, ensimismado en sus pensamientos:
- Teníamos que probar en un escenario olímpico que mientras muchas naciones se debatían en una guerra, nosotros nos habíamos preparado para ganar. Teníamos la experiencia de haber salido victoriosos en confrontaciones con los mejores jinetes del mundo. Sabíamos que si ellos podían hacerlo muy bien, nosotros podíamos hacerlo mejor.
Lo hicieron.
Y fueron para ellos los máximos lauros:
medalla de oro individual, medalla de oro por equipos y medalla de plata individual.
Uriza:
- Pero como militares, como mexicanos, más que la de recibir aquellas preseas sentiamos la impactante emoción de escuchar el himno nacional en tierra extraña mientras era izada nuestra bandera. Son pequeños instantes en la vida de un hombre, pero grandiosos a la vez; quedan indeleblemente marcados para el resto de su existencia.
Prosigue el general:
- Ganar así fue muy emocionante. Después de los estupendos resultados que habíamos tenido en la gira europea, en los Juegos ratificábamos nuestra clase. Y al día siguiente, cuando disfrutábamos todavía de la gran victoria, hasta nosotros llegaron los organizadores del concurso White City y nos pidieron que fuésemos tan amables de participar en su competencia. Mariles los miró con frialdad y les respondió: "Pensamos que ese torneo no corresponde a nuestra calidad; no asistiremos".
¿EL MEJOR?
Vitorea a sus ídolos del deporte ecuestre.
Y éstos se dejan querer...
Pero pronto reanudan su preparación. Son campeones olímpicos y han adquirido un grave compromiso: serán los rivales a vencer en Helsinki 52.
Así que se programa una importante gira, a celebrarse a finales de 1949.
Los caballistas mexicanos competirán en Harrisburg -Pennsylvania- Nueva York y Toronto.
Uriza y Hatuey polarizan la atención:
Del 19 de octubre al 23 de noviembre participan en 29 pruebas -en las que se entremezclan individuales y por equipos- y obtienen ¡24 primeros lugares!, tres segundos y dos terceros.
En Harrisburg, grandes triunfos por equipos: el trofeo Challenge, el Eterno del Presidente y el de Policía de Pensylvania.
En el Madison Square Garden: triunfos individuales en la copa Challenge, y en los concursos Whitey Stone y Challenge Militar; por equipos: también en el Challenge Militar, el Internacional y el General Manuel Ávila Camacho.
Y en Toronto los principales títulos individuales: el Stakes y el Andy Course, y, compitiendo en saltos de altura, el Challenge.
Uriza:
- Habíamos demostrado a muchos escépticos que lo de Londres no había sido casualidad. En esa gira volvimos a imponernos a grandes binomios que venían, por supuesto, de Estados Unidos y Canadá, pero además de Chile, Irlanda e Italia.
Y vuelve a cobrar fuerza aquella vieja pregunta:
¿Quiénes son los mejores?
¿Mariles-Arete o Uriza-Hatuey?
Uriza:
- Arete fue el caballo del destino. El de la fama. El campeón olímpico. Era más noble que Hatuey y saltaba como ninguno. Pero tenía ciertos problemas con la velocidad. Hatuey era más agresivo y más ágil. ¡Maravillosos caballos los dos! Imposible decir cuál era el mejor, pero, si esto dependiese de los resultados en sus confrontaciones, habría que decir que Hatuey... Mas ya lo he dicho: Arete fue el campeón olímpico. El y Mariles nos vencieron; por sólo un punto y medio, pero nos vencieron...
Diferencias entre los resultados obtenidos por Arete y Hatuey en los concursos internacionales de Harrisburg, Nueva York y Toronto, en pruebas individuales:
1947:
1°. 2°. 3°
Hatuey 4 3 1
Arete 1 - 1
*1949:
Pistas recorridas -Pistas limpias
Hatuey 16 6
Arete 19 12
* La revista Equitación, órgano informativo de este deporte en aquellos años, consigna que Hatuey se se lastimó la mano izquierda en un concurso en Harrisburg, lo que le impidió participar al ciento por ciento en Nueva York y Toronto.
1949:
Pistas recorridas Pistas limpias
Hatuey 15 13
Arete 14 7
EL PRINCIPIO DEL FIN
Quedará la duda. Eternamente.
Ya no hubo posibilidades de disiparla.
Porque, al tiempo que Arete y Hatuey envejecían, se desintegraba aquel formidable equipo en el que la unión era tan fuerte que, con tal de competir y ganar, sus integrantes se atrevieron a desafiar a un Presidente.
Por una parte, la última vez que Uriza montó a Hatuey fue a principios de 1950. El hijo del árabe tenía 12 años y ya había dejado de ser un caballo de alta competencia. Después fue cabalgadura de un teniente apellidado De la Garza. Pero como ya era un corcel viejo y cansado, sufrió una lesión de la que ya no pudo recuperarse. Quedó parado muchos meses. Hasta que, al ver así al que fuera un gran caballo que en tanto contribuyó al prestigio de la equitación mexicana, el general Manuel Ávila Camacho lo compró al cubano Diego Rosado. El pago: dos lotes en el fraccionamiento que llevaba el nombre del ex-presidente. Hatuey fue internado en una clínica, pero ya no pudo recuperarse de sus añejos padecimientos y entonces fue enviado a un rancho en León, Guanajuato.
En 1953 recibió la visita de un viejo amigo: el general Rubén Uriza. Juntos galoparon suavemente por las llanuras del Bajío. Poco después murió el hijo del árabe.
Por la otra, la dominante personalidad del ya general Humberto Mariles se estrelló frontalmente con la del también general José de Jesús Clark Flores, presidente del Comité Olímpico. Y sus recordadas grandes diferencias afectaron el ánimo de los caballistas. Además, Mariles se había hecho de varios y peligrosos enemigos en el seno de la milicia. Y eso contribuyó, asimismo, a que se tornara denso el ambiente en aquella escuela dirigida por el campeón olímpico y que representaba a la Asociación Nacional Ecuestre.
Mariles expulsó del equipo a Raúl Campero, y poco después a Víctor Saucedo Carrillo.
Ante esa situación, Uriza se entrevistó directamente con el general Gilberto R. Limón, secretario de la Defensa Nacional, y le solicitó su baja de aquella escuadra, a la que estaba comisionado. El ministro accedió a su petición y lo nombró director de la sección ecuestre de la propia Secretaría.
Uriza integró, entonces, otro poderoso equipo. En él se encontraban Campero, Saucedo Carrillo y Miguel Becerril.
A finales de 1951, y con el temor de que los miembros de su escuadra no fueran considerados para integrar el equipo nacional que competiría en Helsinki 52, Uriza exigió ante la Asociación que se realizara un torneo selectivo. El propio Uriza y Saucedo Carrillo ganaron un lugar en la selección nacional. Campero, decepcionado en gran medida por todo lo sucedido, optó por aceptar una comisión y fue a ocupar un alto puesto en Tránsito del D.F.
Y se produjo el frío reencuentro con Mariles.
Uriza y los suyos regresaban a la selección con sus propias cabalgaduras. Las del medallista de plata eran Veracruzano y Cordobés
-aquel caballo argentino que, jugando, ocasionó a Arete la lesión fatal- pero, súbitamente, y como sucediera años atrás con Hatuey, Mariles le acercó otro rocín que no llegaba al 1.55 de alzada. Se llamaba Tapatío y no tenía muy buena fama. Ni mucha historia. No había jinete que pudiera con él. Dijo el general a Uriza:
- Este será tu caballo, Uriza. Prepáralo...
Y, como caballos de reserva: Cordobés, Veracruzano y Acapulco.
Uriza:
-Tapatío se parecía mucho a Hatuey.
Los dos eran pequeños, pero de mucha fuerza y estilo; valientes y ágiles. Pero Hatuey era más dócil; Tapatío era un poco difícil. Si uno no lo montaba bien, él se rehusaba a todo. Había que ser mañoso con él, hacerlo sentir cómodo. Entonces saltaba todo lo que se le pidiera.
Unos meses después -14 de febrero de 1952- moría Arete.
Ni campeón ni subcampeón olímpico podrían contar con aquellas sus cabalgaduras de Londres.
Mariles se dedicó, entonces, a preparar a Petrolero.
Y ya con sus nuevos caballos partieron en mayo a la gira por Europa, previa a la competencia en la capital finlandesa.
Uriza y Tapatío comenzaban a compenetrarse.
En Aachen, Alemania Federal, ganaron el concurso individual; en Estocolmo ocuparon el segundo lugar y en el concurso Generalísimo, en Madrid, enfrentando a los mejores binomios europeos, alcanzaron el subcampeonato. Ante la proximidad de los Juegos Olímpicos, los propios jinetes europeos solicitaron a los organizadores del torneo Generalísimo que hicieran la pista lo más complicada posible. Su petición fue aceptada. Y sólo cuatro binomios hicieron un recorrido limpio en aquel circuito: Uriza y Tapatío, el alemán Thiedelmann, sobre Meteoro; el español Goyoaga, en Discutido y el italiano Piero D'Inzeo, con Uruguay (Thiedelman y Meteoro conquistarían la medalla de bronce de el Premio de las Naciones durante la Olimpiada en Helsinki).
25 MIL PESETAS A CAMBIO DE UNA POSIBLE MEDALLA
Tapatío, el caballo aquel despreciado en el equipo nacional, se había convertido súbitamente en el que, de acuerdo con la puntuación que se concede a quienes clasifican entre los primeros de cada competencia, era el mejor corcel de la delegación mexicana a los Juegos Olímpicos.
Uriza, medallista de plata cuatro años atrás, esperaba con marcado optimismo llegar al circuito finlandés y pelear nuevamente la de oro. Ya tenía, por fin, un digno sustituto de Hatuey.
Pero no sería posible.
25 mil pesetas se opusieron
Aquella mañana de finales de mayo, en Madrid, el capitán Rubén Uriza se levantó antes que sus compañeros, se dirigió al cobertizo y pidió al caballerango:
- Alístame a Tapatío, porque voy a montarlo un rato.
- No podrá hacerlo, mi capitán -respondió el ayudante-. Anoche vinieron por él.
- ¿Quiénes?-, preguntó Uriza sorprendido.
- Unos españoles, mi capitán... Los que lo compraron.
- ¿Los que qué?...
- Lo compraron, mi capitán.
Tapatío había subyugado al jinete español Carlos López Tejada, quien acudió ante el jefe de la delegación mexicana, el coronel Humberto Mariles. Le ofreció 25 mil pesetas por el caballo. Mariles se comunicó telefónicamente con el general Albino Galarza, dueño de Tapatio, y el militar aceptó la transacción.
Uriza:
- Y me quedé helado. A un par de meses de los Juegos Olímpicos me había quedado sin caballo... Sentí una gran decepción. Sabía que se me iba la oportunidad de poder competir, de repetir mi actuación, de intentar ganar la 4 oro... Y no, no podía protestar... ¿Cómo? El caballo no era mío. Ni siquiera de México. Era de un particular, y él había aceptado venderlo Además, la decisión había sido tomada por tu superior. Mariles no sólo me aventajaba en rango militar, sino que además era el jefe de equipo. ¿Qué podía yo hacer?... Intenté resignarme, pero la verdad era que cada día que Pasaba me sentía peor.
Minutos después de enterarse de que el caballo con el que suponía iba a competir en la Olimpiada, había sido vendido, Uria se encontró a Mariles. Este, sonriente, le comentó:
- Hemos hecho un buen negocio, Uriza... Vendimos muy bien a Tapatío, ese caballo que no sirve, Uriza, tú lo sabes bien. Que difícil es montarlo, ¿verdad?
Uriza:
- Yo no podía contradecirlo. El era el jefe. Tampoco podía discutir con él. Me concrete a comentarle: "si Tapatío no sirve, ¿cómo estarán los demás, a los que ya había superado en esta gira?".
- Vamos, Uriza -dijo Mariles-... Ahí tienes a Acapulco y a Veracruzano y también al Cordobés.
Uriza:
- El sabia, como yo, que con esos caballos, muy jóvenes todavía, no era posible competir en una Olimpiada.
Cuando el reputado jinete italiano Raymundo D'Inzeo -medalla de plata en el Premio de las Naciones de la prueba olímpica (una de las dos que por razones de salud animal no se llevó a cabo en Melbourne) de Estocolmo 56, en la que su hermano Piero conquistó la de bronce
-se enteró de la venta de Tapatío, preguntó a su gran amigo Rubén Uriza:
- ¿Es que se han cansado de ser campeones olímpicos?...
Tapatío conservó su nombre. López Teja da no lo inscribió en Helsinki 52, pero sí en Estocolmo 56. El caballo mexicano fue la base de aquel equipo español. En su primer recorrido sufrió un resbalón, cayó, y fue penalizado. Pero en su segunda vuelta hizo un recorrido limpio. Y solamente dos caballos lo lograron en esa ocasión; el otro fue Halla -ligeramente más veloz: invirtió tres segundos menos en el circuito, la yegua alemana que, montada por H.G. Winkler, llegara a la medalla de oro.
Algo sucedió en la competencia posterior
-Vichy, Francia-, que hizo renacer la ilusión de Uriza:
Ahí logré dos segundos lugares. Uno con Veracruzano y otro con Cordobés. Esos éxitos, sin embargo, sólo me hicieron comprobar que ni uno ni otro eran caballos para Juegos Olímpicos. No tenían madurez. La pista de Helsinki iba a ser mucho más difícil, y la tensión sería, también, mucho más intensa. En esas me encontraba cuando supe que Mariles había comprado, en 7 mil 500 dólares, a un espléndido caballo francés llamado Vagabundo. Nunca había visto un caballo como ese. Era excepcional. Superior a Arete, a Hatuey... Un caballo de 1.70 de alzada, con una fuerza y un salto impresionante. Llegué a imaginar, torpemente, que tal vez me lo asignaría para competir en Helsinki. Mariles le cambió el nombre: le llamó Chihuahua II.
Primera sorpresa en los Juegos Olímpicos de 1952 para Rubén Uriza:
- Cuando llegamos a Estocolmo, días antes del torneo de Helsinki, Mariles me dijo: "Uriza, prepara al Veracruzano, que vas a participar en la prueba de los Tres Días". Le comenté que lo creía poco conveniente porque, al galopar con rapidez, Veracruzano cruzaba las manos. De cualquier modo, cumplí con las instrucciones y al día siguiente practiqué con Veracruzano para esa competencia. Sucedió lo que temía: el caballo amaneció con las manos hinchadas de tanto golpeo. No podría participar en los Tres Días. No era un caballo para esa prueba; era un caballo de salto.
Los planes de Mariles se vinieron para abajo. No sólo no contaría con Uriza y Veracruzano para los Tres Días, sino que él mismo se vería imposibilitado de concursar en esa prueba, porque enfermó Jalapa, su montura. Así que, finalmente, el único competidor mexicano en esa especialidad fue Mario Becerril.
Segunda sorpresa, sorpresa terrible en los Juegos Olímpicos de 1952 para Rubén Uriza:
-Nomás no fui inscrito para participar en el Premio de las Naciones. No tenía caballo. Chihuahua II no me fue prestado. Mariles lo reservó para él. Montándolo obtendría algunas buenas victorias -1953 y 1954- en Nueva York. Le puso Chihuahua II porque, como Mariles era de ahí y como ya estaba muy viejo el Chihuahua que había montado Valdés, Humberto quería resurgir con un caballo que llevara el nombre de su estado.
El subcampeón olímpico quedó a la orilla.
Y de aquella escuadra monarca 4 años atrás, sólo quedaba Humberto Mariles.
Los lugares de Uriza y de Valdés fueron ocupados por Víctor Manuel Saucedo-en Resorte II- y Roberto Viñals -sobre Alteño-, quienes ocuparon, respectivamente, los lugares 26 y 36 de la clasificación general. Con 3/4 más de falta de quienes habían empatado en el primer sitio, Mariles finalizó sexto.
Uriza:
-Y yo allí, a un lado de la pista, sintiendo que me moría. Que habían sido vanos todos mis esfuerzos a lo largo de cuatro anos... Vanos mis sacrificios, la preparación...Sintiendo que algo me quemaba dentro, porque me sentía capaz no sólo de intentar la conquista de una medalla individual, sino de ayudar al equipo de mi país a mejorar su posición.
El retiro de Rubén Uriza como competidor activo coincidió en la ausencia de México en las dos siguientes olimpiadas: Melbourne 56 y Roma 60. Pero continuó como instructor ecuestre sigue preparando a las nuevas generaciones de jinetes y, ya como coronel, fue designado entrenador del equipo mexicano de equitación que compitió, sin mucho éxito, en los Juegos Olímpicos de Tokio, 1964. Cuatro años más tarde fue coordinador de las pruebas ecuestres en la olimpiada que se celebró en nuestro país.
En 1971 fue nuevamente nombrado entrenador del equipo nacional. El compromiso, ahora, serían los Juegos Panamericanos de Cali. Y en el Premio de las Naciones condujo a Elisa Fernández de Pérez de las Heras -quien montó a Eleonora- a la conquista de la medalla de oro individual. Por equipos, México obtuvo la medalla de plata, con los siguientes caballistas, además de la propia Elisa: Joaquín Pérez de las Heras, en Nancel; Eduardo Higareda, en Acapulco y Carlos Salinas de Gortari
-hoy Presidente de México-, quien cabalgó sobre Agualeguas.
Algunas canas.
Algunas arrugas en el rostro, tal vez.
Pero Rubén Uriza parece el mismo de aquellos años.
Y ya pasaron 50.
El kepis, ladeado; cuadrado el mentón; labios que se tuercen al hablar y esa mirada, tan de Uriza, con un dejo de tristeza...
No se altera en ningún momento.
Su charla es, como siempre, muy acompasada.
Dice:
-A la equitación, como en general a todo nuestro deporte, le ha faltado organización. En la actualidad se practica un deporte improvisado, con gente que aporta sus recursos, humanos y materiales, pero en forma individual. Y no es posible que sólo con el esfuerzo personal se haga lo que debe hacerse en una labor de equipo... En aquella época teníamos un tan especial sistema de trabajo que hasta los extranjeros nos copiaron. Pero hace tiempo ya que desaparecieron los instructores, y como ahora no hay una escuela que forme caballistas, cada quien hace lo que puede y como Dios le da a entender.
La charla se realiza en el despacho -de no grandes dimensiones pero si confortable-de la casa del general, quien casó con la señora Estela Cerdá, y es padre de José Manuel, Rubén -competidores, respectivamente, en las pruebas ecuestres de Munich 72 y Montreal 76-, Silvia, Laura y Raúl... Ellos le han hecho abuelo en ocho ocasiones -5 mujeres y tres hombres-. Y uno más que viene en camino...
A espaldas de Uriza, en los extremos de la pared, destacan dos inmensos diplomas. Los ganó en Londres 48. Fueron destinados a un doble medallista olímpico. Al centro, una bella pintura, en la que Miguel Robles perpetuó a Hatuey, el hijo del árabe, el caballo con el lucero en la frente.
Rubén Uriza: senador suplente -1980-82- de su natal Guerrero, miembro del comité ejecutivo de la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos, y miembro también del Consejo de Honor de la Legión de Honor del Ejército Mexicano.
Rubén Uriza:
-Pero tengo fe, ahora renovada, de que el deporte en México encuentre su rumbo. Tengo fe en el Presidente y en los nuevos dirigentes deportivos. Ellos fueron competidores, como yo... Podremos enseñar, organizar, promover... Hacer sentir a esos cientos de miles de jóvenes deportistas que van por el sendero correcto; que están dentro de una disciplina que hará de ellos auténticos hombres de provecho... Y si tienen oportunidad de representar a su país, de ganar y de sentir esa infinita emoción de escuchar su himno y ver izada su bandera en una competición internacional, entonces habrán vivido el que será, tal vez, el momento más bello de su existencia...
Sonríe, el general.
Así, como con tristeza.
Como siempre...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Juan Botella Medina
Medallista olímpico mexicano
Bronce en Roma 1960
Clavados
Trampolín de 3m
Julio: el mes del destino para Juanito Botella
Desde el origen hasta el final.
Julio, 1936.- Estalla la guerra civil en España. El general Francisco Franco encabeza la insurrección de los generales y se levanta en armas contra la República. Como el violento siroca, parte del Marruecos español, cruza el Mediterráneo y se lanza contra la península ibérica. Y ya no es el viento seco y quemante que vuela desde el Sahara lo que enrarece el aire español; es el aliento mortal, las lenguas de fuego de la lucha armada. Se alza en un grito la voz de Juan Botella Asensi, ex ministro de Justicia:
- ¡Hay que defender a la República!.
Y ya su hijo, Claudio Botella Pastor, acude al llamado. Cambia las aulas de Arquitectura y de Ciencias Exactas por la trinchera; empuñan sus manos rifles y granadas y no utensilios escolares. A la lucha se une su prometida Gloria Medina Higueras, estudiante de biología, quien se incorpora a los servicios de enfermería.
La batalla es cruenta.
La peste de la guerra se extiende por todo el país.
Pero es la del amor, una flor extraña de inquebrantables raíces. Nada la detiene cuando brota. Y ofrece un botón que nace en ese suelo español regado entonces con la sangre de su pueblo: Claudio y Gloria contraen nupcias por lo civil sin actos sociales en consonancia a la situación. Miembros de ambas familias acuden a un pequeño salón para brindar por los recién casados.
Los bandos dividen victorias. Hay un halo de esperanza porque Madrid es, todavía, bastión inexpugnable.
Pero todo ha cambiado meses más tarde cuando nace Claudio Botella Medina, en Barcelona; en el frente de combate, la República conserva el poder ya sólo en un tercio del país. A finales de 1938 la situación se torna caótica: los nacionalistas avanzan incontenibles. A principios de 1939 conquistan por fin la ciudad condal y en febrero se produce la dimisión del presidente Manuel Azaña, quien emigra hacia París. A la capital francesa se dirige también doña Gloria, con el pequeño Claudio en brazos. Claudio, el padre, se les unirá poco después. Porque, en marzo, Valencia y Madrid se rinden casi sin combatir. Es entonces cuando el general Lázaro Cárdenas, presidente de México, concede asilo a los republicanos. El matrimonio Botella Medina aprovecha el gesto y como muchos de sus compatriotas, el primero de junio arriba a Veracruz por barco. Al día siguiente se traslada a la ciudad de México y un año después obtiene la naturalización
DESDE EL ORIGEN.
Julio 4, 1941.- Los pequeños Claudio y Gloria observan, azorados, la frenética actividad en casa. Todo el mundo se mueve en el departamento 14 del edificio Rosa, en la avenida
México. Ellos no lo entienden aún, pero en minutos tendrán un nuevo hermanito.- Ya don
Claudio salió de la imprenta. el negocio que ha emprendido ha poco y ahora abre la puerta al doctor Urbano Barné, exiliado español como él y quien atenderá a doña Gloria en el parto.
Ya nació el segundo varón de la familia. Robusto de finas facciones. Se llamará Juan. Juanito. Será un predestinado. Diecinueve años más tarde -lunes 29 de agosto de 1960- conquistará la medalla de bronce en la competencia de clavados desde el trampolín de tres metros, dentro de los juegos de. la XVII Olimpiada. Es Roma la bella, la Ciudad eterna, el marco esplendente del triunfo de Juanito.
..HASTA EL FINAL
Julio 17, 1970.- Es viernes. El país vive todavía la euforia del campeonato mundial de futbol que, celebrado en canchas nacionales, conquistó la selección brasileña. En el edificio Basurto -apenas a unas cuadras de aquel, el Rosa, donde nació- Juanito Botella trabaja intensamente, sobreponiéndose al sueño y al cansancio, en la elaboración de su tesis, esa que lo separa del título de arquitecto. De repente, hace crisis el viejo padecimiento: estalla Ia hipertensión y Juanito, el medallista olímpico, muere, se va. . . y con él se lleva el dolor de todo un pueblo.
Más de medio siglo ha transcurrido desde aquella unión.
Ya don Claudio y doña Gloria celebraron sus Bodas de Oro. .
Ahora están aquí, cómodamente sentados en un sofá de la estancia del hogar de su hija Ofelia, licenciada en Economía. Entrelazan sus manos. Unen sus mentes en el recuerdo.
En el recuerdo de Juan.
Y reverberan, en sus voces, evocadores matices de castizo acento. Se remonta, Don Claudio, a los años terribles de la guerra fraterna en España:
- Desde aquellos años supe de la bondad de México. Recibimos fusiles, municiones, y unos aviones rojos bastante malitos, sí, pero que en aquellos momentos eran tan importantes para nosotros, quede tanto agradecerlos nació en muchos el inmenso amor por este gran país que después, como si fuera poco lo ya hecho, nos abrió sus puertas. Muchos mexicanos de los que participaron en la Brigada internacional, fueron grandes amigos míos. Uno de ellos, un abogado cuyo nombre escapa a mi memoria, sólo tenía una queja muy graciosa por cierto, cuando combatíamos en invierno:
"A nosotros, de tierra caliente, lo único que nos disgusta es andar pecho a tierra sobre nieve", nos decía. Pero en los momentos de calma tomaba la guitarra, se ponía a cantar y ponía a todos a pensar en México. Tenía una voz bien entonada. Nos enseñó Allá en rancho grande, Adelita, la Cucaracha, y otras.
Prosigue: - Por eso, sentimos que al adquirir la nacionalidad mexicana adquirimos también gran compromiso: responder con gratitud aquel gesto del general Cárdenas. Yo en lo personal, llegué aquí de 27 años, hoy tengo 76 soy orgullosamente mexicano. Así que cuando mi hijo Juan obtuvo la medalla de bronce Juegos de Roma, experimenté varias sensaciones entre las que destacan dos. La primera como padre: una profunda satisfacción de que Juan hubiese coronado sus anhelos la segunda, como español naturalizado mexicano: que un miembro de nuestra familia cumplido de esa forma con el país al que debemos.
Se escucha después, la dulce voz de Doña Gloria, impecable -como su marido - en vestir, de porte distinguido; un tenue maquillaje acentúa la belleza de su rostro de mujer madura
- Juan - tercero de cinco hermanos Claudio y Gloria, los mayores; Ofelia y Virgilio los menores- empezó a nadar desde edad temprana. Tenía apenas tres años cuando comenzó a meterse en la alberca del deportivo Chapultepec, al que ya concurrían Claudio y Gloria quienes, en su etapa infantil, destacaron muy rápido en clavados y natación respectivamente. Y apenas sintió que ya se sostenía en el agua, empezó a tirarse clavados desde la orilla de la alberca. Y era tan inquieto, tan audaz, que a los 5 años se tiraba ya desde el trampolín: " tercia Don Claudio: " - No siempre podíamos acompañarlos al deportivo, porque aquellos eran años muy difíciles y había que trabajar de todo para sostener una familia -don Claudio iniciaba un negocio relacionado con la impresión; el esfuerzo de largos años lo condujo finalmente, al bienestar económico del que ahora disfruta. Así que nuestros tres hijos iban a diario al Chapultepec, ya fuese caminando o en camión.
Y a los cinco años de edad conoció Juanito Botella de los peligros del deporte por él escogido. Y sus padres comenzaron a sufrir sobresaltos:
En cierta ocasión, el inolvidable maestro Tovar instaló un columpio que colgaba la plataforma, con la intención de que los jugaran un poco. Juanito trepó al y se arrojó al vacío, pero no calculó vuelo y cayó fuera de la alberca, sobre un colocado en la orilla porque iban a dar clase de ballet acuático. Don Claudio, que estaba muy cerca tomó una toalla, envolvió ella a su hijo y lo llevó presuroso a que le tomaran radiografías. El futuro clavadista sufrió sólo fuertes golpes en la cabeza y en la pierna derecha; ni una fractura, por fortuna.
Sonríe don Claudio, invadido por la nostalgia:
- Es que era un chiquillo muy travieso. . .
Un día, cuando Juan tenía como seis años, me pidió permiso para ir al parque a jugar. Como se lo negué, él se enfureció y cuando me iba a trabajar me gritó: vete al demonio!...
¡Cuando tú te vayas de todos modos me voy a salir!".
La dama sonríe dulcemente. Don Claudio prosigue:
- Era muy travieso y rebelde, pero no era un chiquillo malo sino uno que poseía tremenda
vitalidad. No podíamos mantenerlo quieto. En otra ocasión, su maestra en el Instituto Luis
Vives me mandó llamar para informarme de alguna de las travesuras- de Juan. Al saber que yo iría a la escuela, mi hijo se escondió y tardamos varias horas en encontrarlo. La infancia de Juanito Botella transcurrió, pues, entre risas y travesuras. Rápido, rápido. Su tiempo, dividido en la escuela -terminó la primaria con buen promedio de calificación-, el parque México -don Claudio: "nunca le quise comprar una bicicleta, que era su mayor deseo, pero él se las ingeniaba para alquilar una en la agencia de don Hilario o para conseguirla con sus amigos"; Ofelia Botella: "Juan era muy popular en el parque ya que era muy buen amigo. Era muy conocido por los merengueros y por los que vendían jícamas, porque les ganaba en los volados y repartía las ganancias entre sus amigos"- y principalmente, en la piscina del deportivo Chapultepec -doña Gloria: "prácticamente, Mario Tovar tenía que correrlo de los entrenamientos, pues toda la tarde estaba tirándose; incluso, a manera de travesura, se adelantaba a los clavadistas de mayor edad, pasándoles por entre las piernas para saltar primero".
Mientras tanto, la fama de los pequeños Botella se incrementaba día a día. Claudio destacaba ya como clavadista y Gloria iniciaba una carrera especializada en nado de pecho y estilos, hasta llegar a ser campeona en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, Caracas 1959.
Así pues, no fue extraño que pese a que en el Chapultepec brillaban figuras de la calidad de los hermanos Capilla, los Mariscal, Rodolfo Perea y Álvaro Gaxiola, en el diario deportivo ESTO apareciera -el 8 de septiembre de 1951- una fotografía del incipiente clavadista con un pie que a la letra dice así:
"El guerroso, inquieto y valiente Juan, es un chaval que lo conquista a uno desde que sale a la piscina. Nos late que es a él a quien más le gusta el estar siempre en el aire".
DOBLE FINALISTA OLIMPICO
. . .A LOS 15 AÑOS
Ya era, a los 14 años de edad, una de las figuras nacionales en aquella época de grandes clavadistas.
Y, al cumplir los 15, Juanito Botella sorprendió a los críticos cuando finalizó séptimo en el Campeonato Nacional Abierto de Estados Unidos, celebrado en Detroit -su hermana Gloria también tuvo una gran actuación y terminó en quinto lugar en la prueba de las 1,500 yardas de nado libre-. Meses más tarde -8 de agosto-, Juanito asombró al conquistar un sitio en el equipo mexicano que competiría en la XVI Olimpiada en Melbourne, 1956. En el torneo selectivo disputado en el Chapultepec, se ubicó en el segundo lugar en trampolín de tres metros, detrás solamente de Alberto Capilla; Joaquín, doble medallista olímpico -bronce en Londres y plata en Helsinki- tenía asegurado su sitio.
Y recuerda Joaquín Capilla:
- Mucha gente no vio con agrado que seleccionaran a Juan para los Juegos Olímpicos.
Decían que estaba muy chico. Pero no sabían de las cualidades mostradas por Juan desde pequeño.
Y si queríamos tener un clavadista de alto nivel, había que empezar en ese momento. Por otro lado, pocas veces vi a un tirador tan joven y con tanto talento como él; pudo haber sido el mejor del mundo. Juanito Botella fue doble finalista olímpico apenas a los 15 años.
El 30 de noviembre clasificó, al lado de los hermanos Capilla, a la final de la prueba de trampolín.
Al día siguiente Joaquín ganaba la medalla de bronce, Alberto finalizaba en noveno sitio y Juanito en décimo. El 7 de diciembre, alternando con rivales cuyas edades oscilaban entre los 24 y 26 años -a los que opuso clavados tan espectaculares como el de 2.5 vueltas en holandés, 2.5 atrás, 3.5 al frente y 2.5 adentro con dos giros-, Juanito repitió el décimo sitio en plataforma aquella prueba en la que Joaquín Capilla alcanzó, por fin, el oro olímpico. Alberto, como en trampolín, ocupó el noveno puesto.
Para Joaquín eran los honores. Para Juanito la admiración. Técnicos soviéticos y estadounidenses intentaron levarlo a sus respectivas escuelas atraídos por los saltos de Botella por su bote en el trampolín y por su perfecta coordinación de movimientos.
Álvaro Gaxiola recuerda de Juanito:
-Fue un clavadista fuera de serie. Un muchacho a quien su familia alentó desde muy pequeño para la práctica de los clavados y con Mario Tovar como guía muy pronto logró notables resultados. Puede decirse que a los 11 años era ya un clavadista consumado. Ejecutaba saltos que ni Joaquín Capilla hacía. Lo mejor que tenía era el control y también su dominio del bote. Tenía un don natural para caminar en el trampolín y se elevaba cómo nadie.
Carlos Girón, quien observara varias películas de Juan Botella en acción. Opina:
-Ha sido el clavadista con más facultades que haya visto. Tenía un talento extraordinario y un ritmo sin igual; parecía que flotaba en el aire. Era el Louganis de su tiempo. Se elevaba como pocos y hacía lucir muy bien los clavados las vueltas y los giros. Simplemente hacía lo que quería en la tabla.
Y cuenta Jorge Telch, también clavadista y desde la secundaria compañero de estudios de Botella:
-Juan se pasaba todo el día pensando en los clavados. En ocasiones estábamos en una banca y ésta le servía de plataforma para ejecutar una vuelta o una salida. Los compañeros nos veían extrañados, pero a él no le importaba.....Cuando estábamos en el trampolín, jugábamos a 'lo que hace la mano hace la tras'; Juan improvisaba y ejecutaba desde un parado de manos hasta un clavado que, incluso en estas fechas, es muy difícil: el simple adentro en posición A. El hacía que todo pareciera fácil. Tenía una agilidad felina. Cuando lo arrojábamos por sorpresa desde la plataforma, él encontraba el tiempo para dar una vuelta o un giro y caer perfectamente, ya fuera parado o clavado. Pero el colmo era que en la calle y por andar piense y piense en los clavados, a cada rato se tropezaba.
LO QUE DE EL SE DECIA EN LA PRENSA
En 1957, el periodista Raúl Carretero L., entrevistó a Juan Botella y la charla fue publicada bajo el siguiente encabezado.
JUANITO BOTELLA SE PERFILA COMO UNA REALIDAD
- El sumario:
ES EL SUCESOR DE CAPILLA
Y el texto:
El chico apenas cuenta con 16 años ya se perfila como una positiva realidad dentro de la natación mexicana. Él es en la actualidad. el segundo clavadista de la República. Colocado atrás de nuestro campeonísimo Joaquín Capilla, y hablar de Capilla es hablar del mejor clavadista del mundo y eso ya son palabras mayores.
Nos platica Juanito. Allá en Uno de los corredores del deportivo Chapultepec que bien podría decirse que él nació y se crió dentro de una piscina. Desde muy chico ya traía el gusanito de la natación.
A este respecto, nos decía también que muchos de sus compañeros siempre que platican sobre su carrera tratan de molestarlo con aquello de que "cómo no va a ser bueno si toda la vida la
ha pasado dentro del agua..."
.
La Olimpiada -nos dice Juan- es lo máximo a lo que un atleta puede aspirar. El sólo tomar parte en ella es más que suficiente lo bueno que ahí se logre ya es cosa secundaria.
En ella (Melbourne '56) logró su máxima hazaña al obtener el décimo lugar máxima hazaña porque debe tomarse en cuenta que ahí compiten los mejores clavadistas del mundo. Y algo más todavía. que nos dice del mérito de este lugar obtenido por Juan. El chico se presentó a participar a la olimpiada sin mucho entrenamiento, ya que días antes de la partida hacia Australia tuvo un serio accidente en el cual se lesionó una pierna...
Por su parte, Rafael Baldwin escribió en el diario ESTO el 22 de abril de 1957:
. . . Y Juanito Botella ha sido declarado abiertamente aún por el propio Joaquín como su más digno y seguro sucesor!
El Botellita quien cumplirá 16 años el próximo 4 de julio y quien en su juventud ya ostenta un séptimo lugar nacional de los Estados Unidos, un décimo puesto olímpico y el cetro nacional de
Plataforma; está trabajando durísimo en los entrenamientos para conquistar los máximos honores en los VIII Centroamericanos en Caracas en 1959, en los III Panamericanos cuya sede será Chicago, en el mismo año y en la X VII Olimpiada de Roma en 1960.
En julio de 1957, Juanito fue invitado a participar en los Juegos Internacionales que se efectuaron en Moscú. Finalizó en segundo lugar, detrás del experimentado Mijail Chabcha.
Ofelia Botella:
- Nos contó entonces que en Moscú le tomaron infinidad de fotos y varias películas, para estudiar sus cualidades. Incluso, los soviéticos querían que se quedara allí y diera clases, pero él rechazó los ofrecimientos porque ya había empezado a estudiar aquí la carrera de arquitectura, que después de los clavados era su máxima pasión. ,,'
Retirado Joaquín Capilla, Juanito se perfilaba como su más viable sucesor. Le llovían las invitaciones. Como ésta, de Cuba, para participar en el dual meet en La Habana y de la cual recuerda Jorge Telch:
No tuvimos problemas para ganar las categorías infantil y juvenil, pero lo más sobresaliente de esta gira fue lo que nos pasó a Juan y a mí, y que marca con toda claridad, su audacia y su intrepidez.
Primera anécdota: - Cuando terminamos de competir nos invitaron a una feria, en la que nos subimos a la montaña rusa y dimos varias vueltas. Primero en los vagones delanteros, luego en los traseros; después, sin abrochamos los cinturones de seguridad y finalizamos, ante el asombro colectivo, dando una vuelta parados de cabeza. Estábamos locos; lo importante era vivir sensaciones extrañas. Yo tenía 15 años y Juan 16.
Segunda anécdota:
- Después, nos llevaron a nadar al Vedado Tennis Club . Estuvimos un rato en la alberca pero nos fuimos hacia el embarcadero de yates, nos trepamos a una lancha de remos y nos metimos mar adentro. Empezamos a remar y a platicar y a perder la noción de todo. De pronto, unos tiburones nos volvieron a la realidad: estábamos ya muy lejos de la costa; había pasado como una hora desde que salimos. Los tiburones nos rodearon y empezaron a nadar en círculo. Nosotros nos espantamos y empezamos a remar con todo. Cuando por fin regresamos, ya en tierra nos pusimos a reír. Yo creo que era de nervios...
En 1958 y apenas a los 17 años de edad, Juanito conquistó por tercera ocasión consecutiva el título nacional.
Ofelia Botella:
- Su vida eran la escuela y los clavados. Ya había ingresado a la UNAM para estudiar arquitectura y de pronto, nuestra casa se empezó a llenar de maquetas. Era muy dedicado en sus estudios y en el deporte.
Los VIII Juegos Centroamericanos y del Caribe previstos para el verano de 1958, tuvieron que postergarse por motivos políticos: Venezuela se agitaba por la caída del régimen dictatorial del presidente Marcos Pérez Jiménez, quien había llegado al poder tras derrocar a través de un golpe militar, a Rómulo Gallegos. La competencia se realizó en enero de 1959 y Juanito Botella fue campeón tanto en trampolín como en plataforma. Esa doble victoria recapturó la atención de los técnicos estadounidenses y varias universidades ofrecieron becas al clavadista mexicano.
Ofelia Botella:
- Él escogió la de Ohio State, en Columbus, porque en ella se encontraba el entrenador Mike Peppe y en los planes de estudio se distinguía la carrera de arquitectura, que no gustaba a los entrenadores porque era muy difícil. No la recomendaban a un deportista. No obstante, Juan insistió en esa especialidad.
Doña Gloria, evocadora:
- Juan tenía mucha ilusión de ir a Ohio State para mejorar tanto sus clavados como sus estudios-
Don Claudio:
Juan quería una medalla y después de lo sucedido en Melbourne, donde vio que tenía facultades para destacar, hizo a un lado los nervios y decidió irse. Claro, le dolía dejarnos y así lo interpretábamos cada semana en sus cartas, pero por otra parte estaba muy contento porque avanzaba rápidamente en el inglés, lo que le permitía aprovechar al. máximo sus estudios de arquitectura. Esa carrera se había convertido en una obsesión para él y como yo no tenía recursos para pagarle una escuela así, no podía desaprovechar la oportunidad.
Juanito se fue a Ohio State en agosto de 1959, apenas a unos días de la celebración de los Juegos Panamericanos, en Chicago. En esa competencia logró la medalla de bronce en plataforma, prueba ganada por Álvaro Gaxiola, quien derrotó brillantemente al estadounidense Donald Harper. Días después, en el trampolín de tres metros, Juanito tuvo una actuación sobresaliente: tras un inicio incierto que lo ubicó en el octavo sitio, poco a poco fue avanzando hasta finalizar en cuarto lugar, superado únicamente por los clavadistas norteamericanos: Gary Tobian, San Hall y Robert Webster.
Dirigido por Peppe, Juanito mejoró notablemente en sus entradas; la técnica casi perfecta que Mario Tovar inculcara en él, lo hizo todavía más fácil. A los 18 años, Botella era un clavadista codiciado, tanto, que en varias ocasiones le propusieron que adquiriera la nacionalidad estadounidense para que representara a este país en los certámenes mundiales.
Don Claudio:
- Materialmente lo acosaban. Querían que fuera súbdito de Estados Unidos, pero Juan nunca aceptó. El se sentía orgullosamente mexicano. Incluso, cuando visitó Madrid en 1957 -después de competir en Moscú-le preguntaron por su origen y él respondió con firmeza: yo soy mexicano.
LA GLORIA
OLÏMPICA
1960, año olímpico
Juanito continuaba en Ohio State, entrenando bajo la supervisión de Mike Peppe, un hombre regordete que tenía, en el mexicano y en los estadounidenses San Hall y Lou Vitocci, a sus máximos competidores.
El 2 de abril, en la alberca Payne Whitner -de la Universidad de Yale-, Juanito logró un quinto sitio en plataforma -prueba ganada por Hall-y el sexto en trampolín -no tuvo rival Gary Tobian, el rubio californiano de la USC-, dentro del campeonato nacional bajo, techo de Estados Unidos. Mientras tanto, aquí, los clavadistas mexicanos se aprestaban para competir en el torneo selectivo que definiría al equipo nacional que concursaría en Roma. El 30 de junio, a unos días de esa justa y apenas en su segundo entrenamiento en el Distrito Federal, Juanito sufrió un accidente que puso en peligro su participación: en un clavado de vuelta y media adentro, se lanzó tan cerca de la tabla que se golpeó en la mano derecha, produciéndose una herida en el nacimiento del dedo pulgar. Fue atendido de inmediato y aún vendado, ganó la selectiva. Superó a Álvaro Gaxiola y a Roberto Madrigal, quienes lo acompañarían a Italia. El 27 de agosto, Juanito y Gaxiola clasificaron para la final del trampolín de tres metros. Botella pasó en tercer lugar con 106.96 puntos, detrás de Gary Tobian -107.33- y San Hall-l07.49-, en cuarto figuraba el italiano Leandro Mari -96.49-, en quinto el alemán Pophal -94.91- y en sexto Gaxiola -93.47-.
Entrevistado brevemente por la agencia Notimex, dijo Juanito en aquella ocasión: - Me sentía bien, pero estaba bajo la presión de los dos gringos, además de que tenía que pelear con los jueces y con el público. Domingo 28, día de descanso.
Lunes 29: la final.
Al día siguiente, el diario El Universal publicó una extensa crónica de su enviado, Raúl Oropeza.
Decía, en el bigote del encabezado: "Ganó México una medalla de bronce en Trampolín, el título de la nota: "Juanito Botella obtuvo honroso tercer lugar"
El sumario:
"Decidió arriesgarlo todo en el último salto en un desesperado intento por obtener una calificación mejor y nervioso por los gritos de aliento en su favor, cuando su concentración reclamaba silencio absoluto, falló en forma lamentable".
La crónica:
Roma, 29 de agosto.- Estrujante, positivamente angustiosa para quienes presenciamos la final de los saltos ornamentales desde el trampolín de tres metros, fue la lucha sin tregua,
casi desesperante, que se entabló entre nuestro compatriota Juanito Botella y los clavadistas norteamericanos Tobian y Hall, por el primer lugar de la clasificación, lucha que se definió en el último salto triunfando Gary Tobian y clasificando Hall en segundo y Juanito en un honroso tercero, seguido por Álvaro Gaxiola, quien realizando también un supremo esfuerzo, quedó en cuarto.
Al iniciarse las pruebas definitivas, Botella y los "primos" del norte, estaban separados por la mínima diferencia de menos de un punto, figurando Hall en primero. Tobian en segundo y el nuestro en tercero.
Vino la primera, ante la expectación de la multitud que presenciaba tan tremendo duelo bajo los rayos de un sol abrasador y una aclamación ensordecedora rubricó el ascenso del azteca al primer sitio por la impecable realización de su salto. La puntuación quedó entonces así: Botella 128.29; Tobian 125.15 y Hall 123.11.
La expectación aumentaba y nuestro corazón latía tumultuosamente como si intentara
salirse del pecho para impulsar a Juanito en su valiente pelea contra los colosos del trampolín, mientras poco a poco se iba haciendo un silencio casi místico en espera del segundo salto, cuyas puntuaciones alternaron nuevamente la posición de los competidores. al pasar Tobian al sitio de honor con 148.67 puntos; Botella al segundo, muy cerca del líder. con 147.46 y Hall tercero, con 145.21.
La muchedumbre, entusiasmada por la proeza que estaba realizando el mexicano, prorrumpió en estentóreas "vivas" en su honor, alentándolo para el salto final. en el que parecía que Juanito podría alcanzar un galardón máximo para México. A estas alturas nuestra emoción llegaba a su límite y nuestros nervios se sentían rotos. aniquilados, por la enorme tensión que sufrían ante la feroz pugna entablada por los tres clavadistas en busca de la victoria.
Vino el desenlace. Hall realizó un impecable mortal de dos vueltas y media, que le valieron 21.87 puntos. para alcanzar un total de 167.08. pero la medalla se le fue de sus manos porque. Tobian, con idéntico ejercicio, aún sin lograr mayor precisión. Obtuvo 21.33 que lo elevaron a 170.00 para toda la prueba.
Llegó el turno a Botella. Con un salto igual al de sus competidores hubiera estado en condiciones de pelearle el primer lugar a Tobian, o por lo menos, de sobrepasar a Hall para arrebatarle el segundo; pero el coraje de nuestro muchacho, su amor propio, su deseo incontenible de ofrecerle a México un triunfo indiscutible y diáfano, lo llevó a realizar un esfuerzo supremo intentando un dificilísimo salto mortal con dos vueltas y media hacia atrás que de tener éxito, lo hubiese llevado a la más sensacional victoria de nuestros colores.
Desgraciadamente no fue así. Ejecutados limpiamente el salto y los giros, su entrada en el agua no fue perfecta y la calificación de los jueces llegó sólo a Los 14.84 puntos, para sumar en total 162.30, que le valieron una merecidísima medalla de bronce.
Por nuestra parte. sinceramente nos resistíamos a creer que Botella había perdido: gallarda y honrosamente una brillante oportunidad para conquistar un áureo trofeo, con el que ya consentíamos volver a nuestra patria.
El gesto valiente y decidido, se comentó elogiosamente no sólo entre quienes en carne propia vimos el dramático desenlace, sino en todos los que se dieron cuenta del intento supremo de Juanito, por imponerse sobre sus tremendos rivales.
UN POCO DECEPCIONADO
Entre abrazos y felicitaciones, pudiendo dar rienda suelta a nuestro entusiasmo, frenado ante la incertidumbre de la durísima competencia, llegamos hasta Juanito que, pálido y visiblemente agotado por el esfuerzo cumplido, nos dijo: estoy un poco decepcionado... Creí que llegaba a imponerme; estaba seguro de cumplir el salto que me había impuesto para llevarme una medalla de oro, pero fallé. No trato de justificarme -agregó-, pero sinceramente los gritos de aliento de mis amigos, sus imponentes "vivas" que retumbaban en mis oídos como cañonazos, precisamente en el momento en que necesitaba más silencio para concentrarme en lo que iba a realizar, me conmovieron infinitamente; las lágrimas pugnaban por salir de mis ojos y mis facultades mermaron, cuando más necesitaba de ellas".
U n poco más calmado, declaró a los periodistas que lo asediaban con sus preguntas:
"Tengo 19 años y creo que iré a Tokio, para intentar conseguir lo que hoy no pude lograr para mi México querido".
En seguida, nos manifestó que irá a Nueva York, para enseguida trasladarse a Ohio, en donde continuará los estudios en la Universidad del estado.
Así cayó el telón de este positivo drama deportivo, en el que nuestro chamaco desempeñó tan magistralmente un principalísimo papel. Sus diez saltos fueron: clavado simple al frente, canguro de Angora (al frente en posición B), canguro de holandés (inverso simple), salto hacia adentro, clavado con medio giro. 3.5 vueltas al frente en C, 2.5 vueltas atrás, 2.5 en holandés. 2.5 adentro, y vuelta y media atrás con 2.5 giros.
Carlos Girón:
- Para esos, años, era una tabla muy difícil, Incluso yo incluí varios de esos saltos en mi competencia en los Juegos de Moscú de 1980. Es decir. 20 años después.
En la columna Correo de Italia, el corresponsal de' Excélsior, Ettore Colonna, escribió en septiembre de 1960:
A propósito de la medalla de oro que no se otorgó en los Juegos Olímpicos al campeón Mexicano Botella, un periódico vespertino romano refirió así los detalles del emocionante evento:
A Botella, clasificado en tercer lugar en la competencia del trampolín, se le dio solamente la medalla de bronce que le correspondía según el reglamento. Sin embargo, si hay un atleta que hasta hoy haya merecido una medalla de oro especial, grande y bella. Éste es Botella. Le hubiera bastado ejecutar a la perfección un sencillo clavado, uno de esos clavados que tienen baja dotación de puntos. Pero antes de subirse al trampolín decidió jugarse el todo por el todo: quiso lanzarse con uno de los clavados más difíciles del repertorio olímpico. "Si lo logro -dijo a quien estaba a su lado- gano la medalla de oro; si no, pierdo hasta la de plata. . . "Le brillaban los ojos, llenos de entusiasmo, se encaminó a la escalera que lleva al tr
ampolín Su intrépido clavado resultó verdaderamente ejemplar a los ojos da los espectadores; pero por una infinitesimal fracción de segundos, no entró en el agua en forma ortodoxa y...fue tercero. Botella es un poeta de la voltereta, del tornillo, del salto hacia adelante o hacia atrás y escribe sus versos en el aire, dedicados al agua verde-azul de la piscina. No pocos adoradores de la fantasía gritaron en el estadio de la natación: "Viva Botella ". .. y del entusiasmo de los admiradores surgía un abrazo ideal para el soberbio campeón venido de México, como si el concurso hubiera sido ganado moralmente por él, aguerrido triunfador de la XVII Olimpiada"
Es del arquitecto José Mariano Campero compañero inseparable en la UNAM de Juanito.
el siguiente relato:
Un día nos encontrábamos en la alberca de Ciudad Universitaria, Era 1964. Juan me gritó desde las alturas: - Hey Campero, ve este clavado.
Juan caminó por el trampolín y ejecutó un precioso salto: vuelta y media atrás con 2.5. giros.
- Fue el que fallé en Roma!- me dijo.
-Pero... .¿por qué?..Ie pregunté.
Entonces me dijo lo que nunca declaró porque era un hombre que no les gustaban las justificaciones.
La competencia en Roma estaba muy complicada. Los italianos se encontraban felices pues estaban a punto de ganarles a los americanos. Así que cuando me dispuse a tirarme, eran tales los gritos y silbidos de apoyo, que me tuve que regresar. Si me lo echaba como ahorita ganaba sin lugar a dudas, así que me preparé de nueva cuenta y salté, pero en el momento en que iba caminando por la tabla, Eulalio Ríos me gritó vamos, Juanito, rómpeles la madre a los gringos. Perdí la concentración, y fallé. Pero no me dio coraje: ellos trataban de ayudarme.
LA UNICA
MEDALLA
Pese a todo fue la de Juanito la única medalla conseguida por la delegación mexicana en
Roma.
La noticia, aquí, causó algarabía.
Doña Gloria:
-El día que Juan ganó fue un momento inolvidable. Yo estaba en casa cuando una vecina, la esposa del profesor Ramón G. Velázquez, me avisó. ¿Cómo describir la alegría? No, no
es posible. . . ,
Don Claudio: ~
- A mí, ya lo he dicho me dio gusto por varias razones. Principalmente, porque siempre entendí que el deporte es una actividad que ayuda a formar el carácter del individuo. Yo practiqué natación, alpinismo y atletismo y por eso inculqué en mis hijos el amor por el deporte. Cuando Juan ganó, por mi mente atravesó fugazmente el pensamiento de que España había perdido un medallista, pero fue superado por la gran alegría, ya lo he dicho, de haber dado México un triunfador olímpico.
La actuación en Roma brindó a Juanito el título de mejor deportista mexicano, del año, al superar en una votación pública -realizada al través del diario La Afición- a personajes como el ciclista Porfirio Remigio -ganador de la XV Vuelta a México-, la esgrimista Pilar Roldán -finalista en la Olimpiada-, el automovilista Ricardo Rodríguez -segundo en las 24
horas de Le Mans-, el bolichista Tito Reynolds -campeón mundial- y el tenista Rafael Osuna -campeón de dobles en Wimbledon-.
Juanito siguió en las competencias.
En abril de 1961, conquistó el tercer sitio en el campeonato bajo techo de Estados Unidos
-en New Raven, Connecticut-. En los Centroamericanos y del Caribe -Kingston, Jamaica, 1962- no sólo fue abanderado de la delegación, sino monarca en trampolín: venció a Álvaro Gaxiola por 10.22 puntos. Pero en plataforma cedió ante éste por 60 centésimas de punto. En los Panamericanos de 1963 -Sao Paulo-, se colocó en cuarto detrás de los estadunidenses Tom Dinsley, Richard Gilbert y Kenneth Sitzberger.
Pero ya, ya se vislumbraba el trágico desenlace.
Ofelia Botella:
- Desde esos años Juan padecía de los nervios. Había tenido que enfrentar un gran número de presiones: primero, su carrera, muy difícil; después, los clavados, en los que tenía que sobresalir para seguir contando con la beca en Ohio State y también las constantes peticiones de que se convirtiera en ciudadano estadunidense hicieron mella en él. Casi no dormía, estudiaba todo el día y al mismo tiempo trabajaba y planeaba sus competencias. Eso fue demasiado para él y le entró como un agotamiento nervioso -"entraba en profundos estados de depresión", dirá su amigo Jorge Telch'-.
En tal virtud, mis padres se opusieron a que siguiera en Columbus y a principios de 1964 decidieron traerlo nuevamente a México. Por esa razón no participó en el torneo selectivo para los Juegos Olímpicos de Tokio. Terminó sus estudios en Ohio State y volvió de inmediato.
Ya en México, Juanito fue tratado médicamente y después decidió volver a los clavados.
Jorge Telch:
Fue increíble!... Juan dejó de tirarse como seis meses y sin mayor problema, volvió para ganar el campeonato nacional en la alberca del Politécnico. Sucedió en octubre de 1965, en una competencia dentro de la I Semana Internacional, previa a los Juegos Olímpicos de 1968. Juan nos ganó a Pepe Robinson y a mí en el trampolín; nadie lo imaginaba entonces, pero esa sería la última competencia oficial en la vida de Juanito Botella.
Prosigue Telch, hoy convertido en cirujano dentista:
- Eran tales sus cualidades, que siempre buscó la superación. Si había un clavado de tres vueltas, él buscaba las cuatro. Algo que le apasionaba era la mecánica de los clavados, el paso del saltador en la tabla. Para él, que tendía a engordar, no significaba mayor problema ejecutar los saltos. Incluso, se molestaba cuando le preguntaban si para un clavadista no era necesario tener mayor corpulencia, más musculatura. Él contestaba: "lo que se requiere es saber caminar en la tabla e impulsarse en el momento preciso". Y ya empezábamos a trabajar en la elaboración de un libro en el que, a través de fotografías, se explicara la mecánica de cada salto.
Pero sucedió algo que cambió radicalmente sus planes. Lo relata el arquitecto Campero:
En Estados Unidos, Juan terminó la carrera de arquitectura. Sólo le faltaba la tesis para obtener el título, pero entonces ocurrió lo insólito: en la UNAM se negaron a revalidarle sus estudios. Juan tuvo que volver a empezar. Esto le afectó muchísimo. Le parecía inconcebible que aquí no se le reconocieran sus estudios; sin embargo no protestó y se metió a la escuela. Allí tuvo que soportar, inclusive, a aquellos maestros a quienes fascina retar a los alumnos: "si eres tan bueno en los clavados, ahora me lo demuestras aquí, en arquitectura". Pero él salió siempre adelante. Lo aprendido en Estados Unidos y su dedicación las 24 horas de cada día hicieron de él un estudiante ejemplar.
Jorge Telch:
-Después de aquella competencia en 1965 y de lo sucedido en la UNAM, cambiaron los objetivos de Juan. Ya acudía esporádicamente a ejecutar unos saltos; lo primordial para él era terminar su carrera y acabar, también, el libro. Decía que era como dejar un legado a las nuevas generaciones.
Lograría lo primero: en 1969 terminó nuevamente sus estudios. La muerte lo sorprendió cuando elaboraba su tesis.
Tenía apenas 29 años de edad.
Ofelia Botella:
- Juan vivió intensamente. Su muerte nos afectó a todos. Porque fue buen hijo, buen hermano, gran amigo, magnífico estudiante y un excelente clavadista. Fue, en tan corto tiempo, un hombre brillante; un hombre que entró a la historia por méritos propios.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Juan Favila Mendoza
Medallista de bronce
Tokio 1964
Boxeo
Es, el chiquillo, un fanático de las películas del Oeste.
Y es, él mismo, uno de sus personajes predilectos: el buen gatillero perseguido por su propia fama... Aquel obligado a sostener "duelo tras duelo, acosado por quienes quieren ser mejores que él.
Aquel que se niega a matar... Pero tiene ,que hacerlo si quiere vivir.
Porque corre la voz, aquí, en Tlalpan, de que no hay quien pueda vencer a este chiquillo de 11 años, tan flaco que pesa sólo 29 kilogramos...
Nadie sabe que ha endurecido los músculos de brazo y pecho y también los nudillos, golpeando a diario la pera y el costal con los que, al atardecer, su padre -que fue un buen prospecto del boxeo amateur- mata la nostalgia por aquellos sus años mozos vividos en el gimnasio.
Ya esperan al chiquillo los altivos retadores allí, a las puertas de su casa, rumbo a la escuela.
¡Nos vemos en la tarde!
Es realidad su fantasía.
La vive a cada instante.
Y allá va él, a la primaria -escuela Vida¡ Alcocer-, con deseos de que nunca acaben las clases. Porque le han cansado los pleitos. Ya no quiere más... Pero... -¡Ora sí, méndigo Juan, a ver si con éste puedes!...
-Mejor váyanse a sus casas. Yo ya no quiero pelear.
-¡Se me, hace que tienes miedo, güey!
-¡Yo no le saco a nadie! -¡Pos éntrale! Sigue el escupitajo. O el insulto. -¡Pus ya vas!.
Nunca perdió el chiquillo una pelea callejera.
Jamás fue derrotado en la primaria.
Y los problemas continuaron en la secundaria, hasta que fue expulsado de ella.
El padre del niño-peleador entendió perfectamente la situación
Años más tarde, acudió a despedir a su hijo a la terminal aérea.
Porque el chiquillo de ayer, hombre hoy, tenía nuevos sueños.
Quería ganar una medalla olímpica. Y partía al lejano Japón en su búsqueda; al encuentro con el reto.
Era boxeador, como su padre, don José.
Y era, su hijo, quien don José Favila hubiese querido ser.
Un par de semanas después volvió a abrazarlo, ahora jubiloso
Y en el encuentro con él sintió, sobre su pecho, la medalla de bronce que en el pecho de su hijo descansaba.
Don José Favila fue boxeador en los años veintes.
Se distinguió como amateur: fue campeón en Tlalpan y también de los alejados San Ángel y Tacubaya.
Pero nunca pudo llegar a más.
Jamás encontró a un guía adecuado.
Después se casó.
Y se dedicó al negocio de la carnicería.
Cuando morían las tardes solía reunir en torno suyo a sus tres hijos: Guillermo, Antonio y Juan y les contaba las historias de sus años en el ring ; de las peleas que sostuvo; de los temibles adversarios que cayeron bajo sus puños; del dolor de una derrota.
Era Juan, el menor, el que escuchaba con más atención aquellos relatos.
Y prometía:
- Papá, yo voy a ser campeón del mundo... Voy a ser famoso.
- Ojalá lo- logre, hijo... Ojalá así sea.
Juan:
- Mi padre era mi ídolo. Nunca tuve uno más grande que él mismo. Me fascinaba oir sus historias, saber todo lo que había hecho como boxeador aficionado. Y yo le juraba que sería un buen peleador, que saldría en los periódicos, que sería famoso. Mi mamá, doña Sara Mendoza, nomás me regañaba por mis ideas. Decía que eso del boxeo era muy peligroso... Tiempo después comprendí que, en realidad, lo que yo quería era ser alguien... ¡En lo que fuera! Me gustaba el boxeo, pero cuando mi hermano Guillermo era novillero, yo quería ser matador; cuando mi hermano Antonio dijo por qué quería estudiar Derecho, yo quería ser un gran abogado. Y me decía a mí mismo: "tú, Juan, tienes que ser alguien... ¡Y lo serás!
- ¿Escuché bien? ¿Dijo que no le gustaba pelearse?
-No, la verdad no. Yo nunca fui de pleito. Pero me provocaban, me buscaban y pues, ¡a darle! Ya de repente estaba dándome en la torre con alguien y sin razón. Inclusive y de tanto gallito que me llevaban mis compañeros de escuela, yo ya no quería ir a la secundaria. ¡Tenía pánico! Me daban retortijones en el estómago -nomás de pensar que, a la salida, siempre habría un grupito que ya había escogido quién iba a ser el que me iba a derrotar. Unos iban nerviosos, otros con miedo, algunos con mucha seguridad en sí mismos. A todos les di. Y así, todos los días. Las únicas veces en que no me peleaba era cuando me iba de pinta. Entonces llegaba hasta los baños Avenida, a pesar de que estaban tan lejos, y me ponía a observar en silencio, sin conversar con nadie, a todos los boxeadores, a estudiar sus movimientos. Porque ya sabía que al día siguiente habría una nueva pelea. Hasta que, un día, ya en tercero de secundaria -la 29- el director mandó llamar a mi papá para decirle que yo estaba expulsado. Que ya habían sido demasiadas las riñas en las que yo me había involucrado Yo le expliqué lo que sucedía. Y él lo entendió. Y me puso a ayudarle en la carnicería.
Poco después, cuando Juan Favila acababa de cumplir 11 años -nació el 5 de junio de 1944- sufrió el gran dolor de su vida.
Juan:
- Falleció mi madre. Y yo estaba muy pequeño para entender por qué se me había ido. Murió a consecuencia de una vieja afección cardiaca. Me dejó muy solo...
La vida transcurría, a partir de entonces, en una dolorosa aunque tranquila monotonía.
Juan, alejado ya de la escuela y de los pleitos constantes, se había incorporado plenamente al oficio paternal.
Pero no habían muerto sus sueños.
Tampoco sus inquietudes.
Así que un día, poco antes de cumplir los 16 años, Juan Favila pide permiso a su padre: quiere ser boxeador; quiere que le permita intentarlo; quiere ir a los baños Avenida; quiere que lo dirija Pancho Rosales.
Quiere, quiere, quiere. .
Su padre concede el permiso.
Los hermanos mayores se oponen. Pero no llegan mas que a eso.
Porque allá va Juan, al encuentro con su sino.
Favila:
- Mucha gente me preguntó por qué opté por los Avenida. Es que ahí estaba Pancho Rosales quien, para mí, era el mejor de los managers y el más famoso. El tenía, en ese tiempo, a, todos los campeones nacionales: desde Nacho Escalante en mosca, hasta Memo Ayón en peso.. medio, pasando por Kid Anáhuac en pluma y Babe Vázquez en ligero. Y ya con el permiso de mi padre, me presenté con Roberto el Tío Jiménez -quien años después, muriera sobre el ring en plena función, herido fatalmente por la bala perdida de un apostador-, asistente de Rosales y le dije: "quiero ser boxeador", me miró de pies a cabeza y me dijo: "ándale pues a ver si es cierto. Cámbiale y haz soltura" y que me pone a hacer soltura toda la mañana. Y yo que ya quería aprender a boxear. Pero tenía que obedecer y lo hice. En la semana siguiente, nada más a caminar frente al espejo. Caminar y caminar. Si acaso, tirar el jab . Qué aburrido... ¡Pero quería ser boxeador!
Dos o tres semanas después, primera golpiza.
Narrada por quien la sufrió:
- Sucedió que el Tío tuvo que ir a atender a un chamaco a provincia y me dejó encargado con Juanito Montes, quien apenas me vio. Pero al día siguiente, sin más, me dijo: " a ver tú, muchachito, ven acá. Cálzate los guantes porque le vas a ayudar a Nacho Escalante". Yo nomás abrí los ojos. "¿Qué, le tienes miedo?", preguntó él. Y yo con ganas de decirle que sí, pero pues cómo... Nacho, que ya era un veterano de más de 30 años, pensó que yo ya sabía boxear y me empezó a dar una macaniza tremenda que hasta me descompuso el oído. Me bajé llorando del cuadrilátero y le prometí a Montes: "cuando aprenda a boxear me voy a desquitar. .
Nunca habría oportunidad:
Escalante se retiró del pugilismo cuando Favila comenzaba apenas a destacar en el boxeo amateur.
Quince días después, segunda golpiza.
Narrada, también, por quien la sufrió:
- Otra vez Juanito, quien era un canijo, me puso a boxear. Ahora con Fili Hernández, que era campeón gallo juvenil, mientras que yo apenas era un aprendiz y peso mosca. ¡Y vámonos!... Que me finta el derechazo y ¡pum!, que me mete un gancho izquierdo al hígado con saña, perfecto, limpiecito. Me dobló. Me arrastré por todo el ring. ¡Qué dolor! Y volví a llorar de rabia, de impotencia. "Ya verá, me voy a desquitar", le dije otra vez a Juanito. "¡Por el recuerdo de mi madre que lo haré!" El nomás se burló.
En esta ocasión sí hubo oportunidad.
Tardó en llegar: cuatro años. Pero llegó.
Favila:
- Fue en 1963. Yo acababa de regresar de los IV Juegos Panamericanos, en Sao Paulo, donde perdí una injusta decisión en la primera ronda. Todavía no digería el coraje cuando, en una ocasión, fuimos a dar una exhibición a la colonia El Bramadero. No llegó el rival de Fili Hernández y le pedí la oportunidad a Juanito Montes. "¿Quieres otro bailecito?... ¡Orale pues!". Me desquité cabalmente. Gancho izquierdo abajo, cruzado de derecha al mentón y el qué se revolcó entonces fue Fili.
Volvamos, volvamos al pasado.
Retrocedamos a aquellos días de aprendizaje.
Son ya dos meses los que Favila ha pasado en el gimnasio.
Es tarde hoy. El entrenamiento ha finalizado. Prepara Juan sus cosas para regresar a casa. Le detiene el Tío Jiménez:
- ¡Hey, Favila!... No te vayas. Prepara tus cosas, porque nos vamos a pelear a Tehuacán.
- ¿Pelear?... ¿A Tehuacán?...
Lleno de entusiasmo, Favila sólo acierta a comunicarse telefónicamente a la carnicería de su padre.
Responde Guillermo, el hermano mayor, quien protesta:
- ¿Pelear?.-.. ¡Estás loco!... Apenas estás aprendiendo. ¡No vayas!
Juan colgó la bocina.
Y se armó la confusión en la carnicería.
Al enterarse del debut de su hijo, don José supuso que sería esa misma noche y pidió a su hija Sara que le acompañara a ver pelear a su hermano en Tehuacán. Y se fueron. Viajaron en un autobús de pasajeros. Pasarían dos noches de locura en Tehuacán, donde se realizaba la Feria de las Espigas y no había alojamiento para nadie.
Y mientras ellos buscaban con desesperación a Juan, éste dormía plácidamente en la casa de Pedro Ruiz, el encargado de la transportación del grupo. Ese día no pudieron salir a Tehuacán porque el vehículo en el que harían el viaje se encontraba en el taller.
Tampoco a ellos les fue muy bien al llegar a la ciudad poblana. No había cuarto ni para los peleadores. Así que los llevaron a un local del PRI y tuvieron que dormir en el suelo.
Ya en su tercer día en Tehuacán, don José y Sara encontraron por fin a Juan. Sería esa noche la pelea. Pero don José, quien había desatendido sus negocios, tuvo que regresar con su hija. No pudo ver el debut de su hijo.
Acaso fue lo mejor.
Porque...
Juan:
- Esa noche me enfrenté a José Monroy, tan novato como yo. La arena estaba llena. Y yo espantado. Jamás había visto junta a tanta gente. Y cuando comenzó el combate, ¡horror! No sabía ni qué hacer. Se me olvidó todo lo que había aprendido. Al finalizar el primer round no sabía ni qué estaba sucediendo. Sonó la campana y me quedé parado ahí, en el centro del ring. El Tío Jiménez, quien actuó como réferi, me gritó: ¡Órale, chamaco baboso, váyase para allá, a su esquina!". Después de tres rounds de pelea, si así se le puede llamar, los jueces decretaron empate. Ninguno de los dos merecía ganar, era lo cierto. Y yo me sentía muy decepcionado de mí mismo. Me decía: el no, el boxeo, no es para mí; jamás vuelvo a pelear... No volveré a subir a un ring ". Después de la función nos fuimos a cenar. Todos se divertían, menos yo. Creo que si esa noche hubiera perdido, me habría suicidado. Ni cené. Lo único que quería era regresar inmediatamente a México.
Aquí le esperaba, expectante, don José. Y al verlo llegar a la carnicería, le preguntó sonriente:
_ ¿Cómo le fue m'hijo ?
Escuchó la triste historia.
- No vuelvo a pelear-, remató Favila.
Don José prefirió esperar:
- Usted decidirá...
El retiro duró sólo una semana.
Cumplida ésta, Juan se acercó nuevamente a su padre:
_ Voy a regresar al gimnasio, papá.
Sonrió don José.
- ¿No que no? -dijo-.. . Ande, ya váyase a dormir y que mañana le vaya bien.
Al otro día, a temprana hora, Juan estaba otra vez en los Avenida. Pidió al Tío Jiménez una nueva oportunidad, éste aceptó y dos semanas después Favila sostenía su segundo combate.
Escenario: el deportivo Hacienda.
Rival: José Luis Jiménez -a quien Favila identificó inmediatamente como el muchacho aquel, a quien veía por televisión, portando el cartel que anunciaba el cambio de round en cada pelea.
Resultado: Juan Favila vence por nocaut en el segundo asalto.
Ha sido el punto de partida.
Favila ha saboreado la dulzura de la victoria.
Y quiere más.
Aprovecha entonces la euforia pugilística; que en el deportivo Hacienda ha creado su director el infatigable profesor Ramón G. Velázquez, organizador de torneos sin fin y pelea casi a diario.
Favila:
- Eran ya mediados de 1960. Y yo entrenaba por la mañana y en la tarde peleaba. Me tardaba más en llegar que en irme: salía, dos, tres golpes y ¡pum!, los noqueaba. Me dolían más las regañadas de mis hermanos, que no comprendían por qué peleaba a diario; decían que descansara. Yo nunca pude hacerles entender lo que eso significaba para mí.
1961: conquista Favila el campeonato del Distrito Federal; en el combate por el título en la arena Escandón, derrota a Alfonso Cázares y obtiene el derecho de ir a Guadalajara, a disputar el torneo nacional. Y nuevamente es campeón: en la final derrota al sonorense Ramiro García, quien, con el tiempo, será uno de sus más enconados rivales. A finales de año se organiza, en la arena del Cortijo, la pelea llamada Campeón de Campeones porque enfrenta a Fabila -monarca nacional- y a Luis Zorrita González -vencedor en los Guantes de Oro-. Fabila gana por decisión.
1962: repite Favila como campeón nacional y posteriormente derrota a Guillermo Saldívar -hermano de Vicente, quien había competido sin éxito en los Juegos Olímpicos de Roma, dos años atrás y se convertiría en campeón mundial pluma-. Después se inscribe en los torneos eliminatorios para integrar el equipo mexicano que competirá en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, a efectuarse en Kingston, Jamaica.
Deja su paso diseminado de adversarios. Avanza rápidamente hacia su internacionalización.
¿Llegará a ella?
No. Por ahora no.
Favila:
- A un lado de los Avenida había un puesto de tacos y un día se me antojaron. Me comí 5 tacos, acompañados de mi buen tepache. Cada taco costaba 45 centavos. Y que me enfermo. Pesqué una buena infección intestinal. Me puse muy grave. Pesaba 54 kilogramos y bajé hasta 42. Pero venía la eliminatoria definitiva, en Poza Rica y me inscribí. Gané 4 combates y llegué a la final, pero ya estaba muy debilitado.
No podía ni pararme, Tenía alta temperatura y se me doblaban las piernas. Le di cerrada pelea a Apolinar Vázquez, pero perdí por clara decisión. Los dirigentes de la Confederación Deportiva Mexicana supieron lo que había hecho y me regañaron. Me dijeron que no debía de haberme expuesto y que no lo hiciera nunca más. Que siguiera preparándome y que si surgía alguna posibilidad, me tomarían en cuenta.
Así lo hizo.
Una vez restablecido, continuó su entrenamiento normal y siguió peleando casi a diario.
Hasta que en una ocasión le avisaron que en el deportivo Hacienda iba a ver una prueba con los seleccionados. Tomó un taxi y ya, ya estaba allí.
Favila:
- En el Hacienda se encontraban muchos periodistas y además, funcionarios de la Confederación...Ahí, don Memo Montoya me dijo. que me felicitaba porque había ganado el campeonato nacional gallo, pero me dijo que no podían quitarle el lugar a Apolinar, porque era un lugar que había ganado legítimamente sobre el cuadrilátero. Me dijo: "supe la tontería que hiciste en Poza Rica, al pelear en aquellas condiciones, pero ya no podemos hacer nada. Cuídate y prepárate para los Panamericanos de Brasil el año que entra... Del Hacienda salí todo desmoralizado. Cuando iba caminando veía los puestos de tacos y me decía: "por bruto, eso te pasa por bruto". . . Y prometí no volver a comer tacos en la calle. Y lo he cumplido.
En 1963 llegaron las eliminatorias para los Juegos Panamericanos de Sao Paulo. El certamen se realizó en la arena Isabel, en León, Guanajuato. En peso gallo, Fabila triunfó en la final al vencer por puntos a Germán Bastidas.
Sin embargo, el viaje a Brasil no estaba todavía seguro:
Había poco presupuesto para hacer ese viaje y la excursión sudamericana resultaba muy costosa... El boxeo tenía asignadas sólo tres plazas y había cuatro boxeadores preselección Octavio Famoso Gómez, en mosca; Adalberto Hernández, en ligero y una duda: Fabila en gallo o Manuel Pulgarcito Ramos en peso completo.
Favila:
- Nos reunieron a los cuatro en las oficinas de la CDM. Y empezamos a discutir con los dirigentes. Allí el técnico, Efraín Rubio, me empezó a criticar: que ¡mi estilo no era el correcto, que juntaba los pies, que cruzaba las piernas y mil cosas más! Yo pedía la palabra, no me la concedían y ya me estaba desesperando. Por fin me la dieron y entonces expuse: yo soy el afectado y aquí estos señores me critican. Pero quisiera saber por qué estas eminencias del pugilismo, que se creen la Biblia en boxeo, no han forjado un peleador que me gane. Con todo lo malo que soy, he clavado a cada uno de sus boxeadores.. . Creo que he ganado, sobre el ring , limpiamente, el derecho de representar a mi país, lo que es mi único y gran anhelo".
Los funcionarios de la Confederación pidieron a los boxeadores que abandonaran el recinto porque iban a hacer las consideraciones que los llevaran a tomar una decisión.
Pasados largos minutos de angustia, nos llamaron para informarles:
"Los seleccionados a Brasil son: Hernández, Gómez y Favila..."
Favila:
¡Qué gusto me dio!... Lo malo fue que cortaron al Pulgarcito, al que yo había estado animando a que se defendiera en aquella junta.
Dijeron de él que no iría porque estaba chaparro y gordo y que era muy lento... imagínate el mismo Pulgarcito Ramos que, tiempo después, llegaría a disputar la corona mundial de peso completo a Joe Frasier, quien por cierto, ganaría la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio.
Y a propósito del Pulgarcito, recuerda Favila:
- Una vez, cuando éramos preseleccionados, nos encontrábamos entrenando. Y nadie... quería subir al ring con el Pulgarcito porque pegaba muy fuerte. Estaba bien grandote. Pero él era mi amigo y le dije: vamos, yo te ayudo, pero que no se te pase la mano". Boxeamos y ¡pácatelas!, que se le pasa. Me dio tal mandarriazo en la cabeza que nomás sentí que se me descuadraba todo por dentro. El, muy apenado, ya no quiso seguir; yo sentía que todo me daba vuelta y eso que después me decía: "ya, ni te pegué tan duro". Por si las dudas, nunca más volví a ayudarle; se me quitó lo valiente.
Ya en Sao Paulo, Favila tuvo pésima fortuna pues en la primera ronda tuvo que enfrentarse al estadounidense Arthur Jones, un negro muy fuerte y de técnica depurada.
Favila:
- Nos dimos con todo. Fue una pelea dramática y sigo creyendo que la gané. Incluso al final, cuando el público nos premiaba con una gran ovación, se sentía que me había escogido como el ganador. Mucha gente se acercó al ring para felicitarme. Pero los jueces vieron vencer a Jones y le dieron la decisión. Fue un robo. Los periódicos de México hablaban más del despojo a Juan Favila que de la derrota. Don Memo Montoya y don Víctor Luque, quienes vieron la pelea, también me felicitaron. Estaban indignados por el fallo, pero ya no se podía hacer nada. Don Memo me aconsejaba: "Juan, tú tienes mucho futuro en el boxeo de aficionados, no te vayas a ir al profesionalismo. Espérate a los Juegos Olímpicos, que van a ser en Japón".
1964: otra vez, Favila alcanza el título en -el torneo del Distrito Federal y en la final del campeonato nacional, en Ciudad Juárez, vence a Miguel Zamudio. No obstante, el camino para llegar a Tokio es aún muy largo y ya son muchos quienes desean verlo en el profesionalismo.
Como lo hiciera Memo Montoya, también el Tío Jiménez aconsejó a Favila:
- No, hijo, no lo pienses por ahora. Mejor concéntrate en la0limpiada. Ya falta muy poco y el fogueo que en ella adquirirás, te servirá enormemente; después, en su momento, hablaremos del profesionalismo.
Favila continuó, pues, en el boxeo de aficionados.
Y ya dentro del programa eliminatorio preolímpico, fue dos veces a Mexicali a pelear con Ramiro García a quien derrotó en ambas y luego repitió victorias, también en dos ocasiones, pero sucesivamente en Guadalajara y en México. La última prueba para integrar la preselección nacional sería enfrentar a Santos Arellano en dos combates. Arellano fue noqueado en el primero; no se presentó al segundo.
Juan Favila ingresó, así, a la preselección olímpica.
Y entonces descubrió un nuevo mundo.
Lo primero, que tendría que trabajar bajo las órdenes del entrenador argentino Bruno Alcalá, contratado expresamente para que adiestrara al equipo mexicano de boxeo que competiría en Tokio.
Dice de él Juan Favila:
- Era una buena persona, ni qué dudarlo, pero también muy irritable y sus maneras nunca nos gustaron.
De boxeo amateur lo desconocía todo, aunque presumía de que era el mejor entrenador de su país y que él había hecho a Pascual Pérez, -ganador de la medalla de oro en los Juegos de 1948, en Londres-
Alcalá convenció a los dirigentes de nuestro deporte, pero no a nosotros los boxeadores: no sabía que el boxeador amateur debía pelear con camiseta, que los combates eran nada más a tres rounds , que había reglas de protección, que no se podía pelear en las cuerdas, que un boxeador podía recibir cuenta aun sin haber caído, que el réferi podía parar una pelea cuando uno recibiera un golpe muy fuerte y todo eso. Ni exámenes médicos ni nada. Simplemente no sabía nada... ¡Ah!, pero como era extranjero, pues...
Ya a unos días de la salida a Tokio, los dirigentes de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur concertaron un dual meet entre la selección "B" de Estados Unidos y el equipo olímpico de México.
Favila:
- Venía el negrito Jones y me tocó volver a pelear con él. Yo recordaba aquella pelea que habíamos tenido en Brasil, en la que fui despojado y nada más sonó la campana y me le fui encima. Lo tumbé en el primer round pero, en el descanso, el Ché Alcalá me dijo: "maricón, -que era su palabra predilecta, y que tanto nos molestaba-. . . No quiero que te fajes...
Sólo técnica, mucha técnica. Así lo hice. Gané por decisión. Pero no protesté porque pensé que, si lo hacía, corría el riesgo de no ser llevado a Tokio.
Después de ese dual meet se dieron a conocer las listas de quienes viajarían a la capital nipona. Los escogidos en boxeo fueron: Antonio Durán, Juan Favila, Mariano Serrano, Alfonso Ramírez y Eduardo Zazueta. Alcalá eliminó al Famoso Gómez. Dijo de él: "boxea muy feo; con esa guardia y ese estilo mi prestigio como manager caería por los suelos".
HISTORIA DE UNA
MEDALLA MENOSPRECIADA
Acude don José Favila a despedir a su hijo.
Le abraza éste en el aeropuerto. Y le promete:
- Papá, voy a traer una medalla de Tokio. No sé cómo le voy a hacer, pero se la prometo.
Y se trepó en el pájaro de acero que pronto, muy pronto, inició su largo vuelo.
Favila debutó en la arena Korakuen el 11 de octubre de 1964. Con todo éxito: derrotó por puntos al iraní Sadek Aliakbar Wadenkhoi... Y mientras se desmoronaba el resto del equipo mexicano de boxeo, él seguía acumulando victorias: otro triunfo, ahora sobre Pak Chaw de Hong Kong, lo colocó en la antesala de la medalla olímpica.
Pero entonces surgió el pesimismo alrededor de él:
- ¿Y ahora contra quién te toca, manito? - Parece que con el soviético Grygoriev...
- ¿Quién?... ¡El campeón olímpico de Roma!... Ni modo, manito, mejor vete olvidando de tu medalla.
Favila, apesadumbrado:
- Nadie creía en mí. Ese día, el 18 de octubre, mis compañeros de equipo ni siquiera se tomaron la molestia de ir a la arena a pesar de que yo siempre fui a cada una de sus peleas, sin importar que me tocara descansar. Creí que era muy importante que todos sintiéramos el apoyo de todos.
Un campeón dejaría de serio esa noche.
Grygoriev ofreció lo mejor de sí mismo. Opuso su experiencia, su capacidad combativa, todo su empuje. Pero jamás encontró el blanco que perseguía con tanto afán. El boxeo sobre piernas realizado por Favila y fortalecido por la esplendidez de un exacto jab de izquierda, hubieran sido suficientes para inclinar la puntuación hacia el peleador mexicano. Pero Favila sumó más puntos al conectar precisos cruzados de derecha aprovechando las francas entradas del soviético.
La decisión de los jueces fue de 4-1.
¡Juan Favila había asegurado, ya, una medalla!
Y no lo sabía nadie de la nutrida delegación mexicana en el llamado Imperio del Sol Naciente, pero sería la única con la que volvería a nuestro país el grupo entero.
Favila:
- ¡Creí morir de gusto! Ya estaba ganada una medalla para México. Había vencido nada menos que al campeón olímpico. Había ofrecido una buena pelea y el público me aplaudía. Pero nadie me felicitó en la arena. Yo salí brincando de puro gusto. Alcalá estaba serio. Y cuando llegué a la Villa Olímpica ni siquiera tomé la acostumbrada bicicleta -porque nuestro edificio quedaba muy lejos de la entrada-, sino que me fui corriendo y cuando mis compañeros me abrieron la puerta comencé a gritar: "¡le gané al ruso, le gané al ruso!". Ni siquiera me hicieron caso; siguieron jugando a las cartas. Tomé mis cosas y me salí. Empecé a caminar y a decirme: "te lo mereces, esto te pasa por loco, la culpa es tuya". En la noche, el Ché Alcalá estaba ya contento. Se frotaba las manos y me decía: "mirá, pibe, el coreano ese es fácil; le vas a ganar". Ahora sí me decía pibe Y no maricón... Claro. Ya tenía asegurada la medalla de bronce-, su "prestigio" estaba a salvo.
La pelea semifinal contra el coreano Shin Cho Chung fue el 21 de octubre.
Favila perdió inexplicablemente.
Las crónicas de periodistas enviados a aquella Olimpiada coinciden al señalar que en ese combate a Favila le faltó brío, coraje; que tal vez si hubiera forzado el ritmo de las acciones, si hubiera ido a una pelea más directa, podría haber avanzado a la final, con lo que, cuando menos, la medalla de plata estaría asegurada.
Favila:
- Lo que sucedió fue que ese coreano jamás presentó batalla. Al saber que yo había vencido al soviético Grygoriev, como que se espantó, porque se dedicó a correr todo el tiempo. Y cuando lo tenía cerca, me abrazaba y me daba cabezazos. Yo me indigné tanto, que me quité el posicionador bucal y le pedí al réferi que lo amonestara. Y lo peor fue que lo hice varias veces. Resultado: fue a mí a quien amonestaron. Y seguramente me quitaron puntos. La verdad fue que perdí el control. No supe manejar a un adversario de esas características; nunca pude alcanzarlo y perdí la pelea. Seguramente le dieron la decisión más por los puntos que me quitaron que por los que él ganó. Total, que fue una decepción completa. Y si mis compañeros no se entusiasmaron cuando gané la medalla de bronce, no fue sino obvio que ni me saludaran cuando perdí. De toda la delegación, los únicos que me felicitaron fueron los basquetbolistas Rafael Caballo Heredia y Carlos Aguja Quintanar.
Tal vez por todo esto, aquella noche de la premiación mientras era izada la bandera mexicana, por la mente de Juan Favila se cruzaron los pensamientos más encontrados.
Predominaba una inquietud que ahora revela:
- Nadie me felicitó cuando gané la medalla; a cambio, todo mundo me recriminó cuando perdí ante el coreano. Y ahora estoy aquí, en el podio, tal vez sin merecerlo... ¿Habré deshonrado a mi patria?
La situación se agravó cuando, al regresar de la ceremonia, Alcalá vio la medalla de bronce y gritó a Favila:
- ¡Eres un maricón!... ¡Esto es una porquería! ¡Por tu culpa he perdido mi prestigio como entrenador!
Fuera de sí, Favila le dio un golpe en el pecho... En el momento preciso en el que hacían su aparición los reporteros que iban a entrevistar al peleador.
Con lágrimas deslizándose por sus mejillas, el boxeador explicó lo inexplicable.
Favila:
- Quise hacerles entender que yo era un muchacho de 20 años que lo había dado todo de sí, con aciertos y con errores, por representar dignamente a su país; que había ganado una medalla y que no obstante el mundo se te venía encima, se frustraban sus ilusiones y que no era posible que hubiera tenido adversarios más fuertes fuera del ring, en su propia esquina, en su propia habitación, que dentro del cuadrilátero...
Todo comenzó a cambiar para él desde el momento mismo del regreso.
Entonces, Favila comenzó a cobrar real conciencia de lo que había logrado.
Fue abrazado por aquel inolvidable ciclista Porfirio Remigio, quien le dijo:
- Eres el único de nosotros que merece regresar a México. Tú sí puedes volver con la frente en alto.
Favila:
- En el avión comenzaron a repartir periódicos y para mi sorpresa, todos hablaban de mí... Y yo que pensaba que había deshonrado a mi país, que había fallado. En algunas notas hasta me alababan. Fue entonces cuando se me quitó ese complejo de culpa. Fue entonces cuando realmente comencé a disfrutar de mi medalla. Y más cuando sentí el recibimiento de la gente, que se volcó en el aeropuerto y me hizo sentir su calidez. Eso fue muy hermoso. Todos me felicitaban. Era el único que regresaba con una medalla. Aquí, en Tlalpan, hasta una valla hicieron a mi paso. Y me homenajearon en la escuela en la que cursé la primaria... El delegado ofreció una cena-baile en mi honor. Y así. . No obstante todo eso, Juan Favila había tomado una determinación: el boxeo de aficionados había muerto para él. Emprendería un nuevo camino. Ahora cambiaría golpes por dinero.
Debutó inmediatamente: apenas el 6 de diciembre de ese 1964, en León. La decisión con la que se impuso- a Rufino Rosales parecía el preámbulo de una brillante carrera, pero ésta nunca se produjo. Favila sostuvo cerca de 40 combates hasta que se retiró, el 21 de marzo de 1973, al ser noqueado técnicamente en el cuarto round por José Torres.
Tiene el aspecto de un hombre próspero.
Vive bien. Viste bien.
No hay huellas, ni en su rostro ni en su razonamiento, de aquel largo andar por los cuadriláteros.
Es esposo feliz. De doña María Guadalupe Alanís, con quien casó en mayo de 1965.
Es padre feliz de Daniela, Martha, María Guadalupe y Mónica.
Hombre de nítidos recuerdos
Y hombre de trabajo.
Es jefe de la rama de boxeo en la delegación de Tlalpan y además, tiene un gimnasio particular.
Y nuevos sueños llegan a él.
Favila:
- Mi mayor ilusión es la de llegar a ser, algún día, manager de la selección boxística mexicana en unos Juegos Olímpicos. Y para ello me estoy preparando: con muchos cursos y con libros, no sólo de boxeo sino de psicología, de alimentación, de todo. He llevado a la selección del Distrito a cinco campeonatos nacionales, con bastante éxito. Pero no es suficiente. Quiero llegar a unos Juegos. Quiero estar allí, al lado de quien como yo, culmine el sueño de toda una vida y gane una medalla olímpica. Quiero vivir todo aquello de lo que me perdí en el momento más importante de mi existencia.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Agustín Zaragoza Reyna
Medalla de bronce.
México 1968
Boxeo
Lo daría todo con tal de estar en aquella Olimpiada.
Era para él algo tan importante que, de hecho, justificaría ante sí mismo su propia existencia.
Se había preparado ya durante seis años. Y ahora estaba, nuevamente, fuera de toda posibilidad.
La primera derrota de su carrera, cuando era todavía un púgil incipiente, le había impedido pelear en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964.
Así que se concentró en el siguiente compromiso: México 1968.
Durante cuatro años fue él peso welter número uno del país. Simplemente imbatible.
Pero llegó la segunda derrota en el momento más inesperado.
Y le faltaría vida a Agustín Zaragoza para recriminarse por aquél exceso de confianza que se tradujo en ese revés... Porque le había costado un lugar en el equipo mexicano de boxeo que competiría en la XIV Olimpiada.
3Suplicó una segunda oportunidad. Imposible
Y ya casi resignado al ostracismo, vio encenderse una luz diminuta en el oscuro panorama.
- Ya sabemos que eres peso welter, pero no contamos con un buen peso medio. ¿Quieres intentarlo?
Él medía 1.82 metros, pero en su peso máximo alcanzaba únicamente 72 kilogramos. En plena forma para combatir, detenía la romana de la báscula., en 66.600 kilos. Si accedía, tendría que enfrentarse a rivales con registro mínimo de 75 kilogramos.
¡Acepto!-, exclamó. Ni siquiera lo meditó.
Un par de meses después, Agustín Zaragoza subía al podio olímpico.
Era dueño de una medalla de bronce.
Y de su paz interior.
Agustín Zaragoza Castillo fue boxeador en aquella, la llamada época de oro del pugilismo nacional.
Finales de los treinta... Principio de los cuarenta. . .
Sostuvo alrededor de 50 peleas, pero nunca alcanzó el estrellato. Llegó a enfrentarse, inclusive, a Rodolfo Chango Casanova. Perdió, por supuesto. Pero a la gente le gustaba su estilo de boxeador fino. Y le apodó Zurita II. Decían que sí, que boxeaba como Juan Zurita, aquél inolvidable peleador mexicano que en 1944 ganó el campeonato mundial de peso ligero reconocido por la National Boxing Association.
Tuvo, Zurita II, un último admirador. Un fiel admirador. Se llamaba como él: Agustín Zaragoza. Era su hijo mayor; el primero de doce. Estaba muy pequeño y acudía con él a las arenas para verlo en acción.
Ese niño de los ayeres conserva algunos recuerdos:
- Yo pensaba que mi padre era el mejor boxeador del mundo. Se movía sobre el ring con mucha elegancia. Creo que cuando tuve uso de razón mi primer deseo fue llegar a ser tan bueno como él.
Y muy pronto enfiló sus pasos hacia esa meta lejana:
- Usted será un gran deportista. Yo lo voy a preparar-, le decía su padre.
Y ya desde los cinco años -Agustín Zaragoza Reyna nació el 18 de agosto de 1954, en San Luis Potosí, pero tenía cuatro años de edad cuando su familia emigró a la ciudad de México-, el hijo de Zurita II comenzó a recibir clases de boxeo, dictadas por su propio padre.
Agustín:
- Era como jugar. Yo no tiraba golpes. Sólo aprendía técnica.
Los golpes vendrían después, en aquella casona que la familia Zaragoza Reyna tenía en la calle de José Morán, en Tacubaya. En el inmenso patio se improvisaba un ring y Agustín y sus primos sostenían tórridos combates. Y cuando no había primos, pues a darle con los cuates.
Ahí nació la afición por el boxeo...
Agustín:
- Yo fui un poco más alto que los chiquillos de mi edad, así que siempre me gustó andar con niños más grandes que yo, por lo que tuve que ser más brusco, más peleonero. Mi padre se preocupaba por esa situación y por eso decidió enseñarme a boxear. Yo fui el primero, pero después siguieron mis otros seis hermanos varones. A todos nos adiestró en el arte del boxeo.
Habría que acotar aquí, que Agustín es hermano mayor de Daniel Zaragoza, quien asimismo fue un destacado boxeador amateur y en el pugilismo profesional ha alcanzado las máximas alturas: fue campeón mundial gallo y actualmente ostenta el título mundial en la división supergallo.
Prosigue Agustín:
- Cuando estaba en la primaría, a cada rato me expulsaban por pelearme. ¡Pero es que me encantaba darme de catorrazos con cualquier muchacho a la hora del recreo! No me importaba que fuera más grande que yo. Me gustaba sobresalir, aunque me dieran mis buenos trancazos... Lo malo era cuando llegaba a la casa y doña María, mi madre, me regañaba: "no venga aquí con un ojo morado o la boca volteada. Mejor aprenda a defenderse y póngase abusado", me decía. Mi padre también me regañaba: "¿qué no tiene usted fuerza? ¿Qué...no es valiente para darles más de lo que recibe?. Yo salía más fortalecido de cada reprimenda. .. Y al otro día ya estaba sonándole con más ganas.
Agustín cursó así, con grandes altibajos los estudios primarios. Y cuando estaba por cumplir los 16 años -estudiaba el tercer grado de secundaria- su padre decidió que era momento.
Se acercó a su hijo, le tomó de un brazo le preguntó:
- ¿Quiere subirse a un ring e iniciar una carrera?.
-¡Pero ya, papá!...
Agustín:
- Él me fue preparando poco a poco. Y antes que los secretos del pugilismo, me inculcó la obligación de adquirir una inmejorable preparación físico-atlética. Cuando se convenció de que yo la había logrado y sólo hasta entonces, comenzó a enseñarme a boxear: la técnica de cada golpe, los pasos sobre el ring, los movimientos para esquivar un disparo; en fin todo lo que uno necesita aprender para sobrevivir arriba de un cuadrilátero. Yo estaba muy entusiasmado y ya pensaba en llegar a ser un gran peleador profesional, como mi padre, pero él se opuso. Me dijo: "en su peso, usted tendrá que irse de la casa; para destacar tendrá que irse a la frontera o de plano a Estados Unidos. Mejor prepárese para representar a México y sí lo hace, trate de hacerlo lo mejor posible". Yo estaba muy largo: medía como 1.75 metros y pesaba alrededor de 65 kilos; era un peso welter.
Agustín sostuvo un buen número de combates como aficionado y se mantuvo invicto durante largo tiempo. Nadie podía con él. Ganó torneos inter- zonales, distritales, juveniles...
Fue campeón de los Guantes de Oro. Y así llegó 1962 y con él, la victoria que lo lanzaría en pos de hazañas mayores: se impuso en el certamen de Las Flores, en Xochimilco, al que acudió lo mejor del boxeo capitalino de aficionados. Ya estaban cercanos los Juegos Olímpicos de 1964. Agustín y su padre se propusieron alcanzar un lugar en el equipo nacional de pugilismo.
El mozalbete fue inscrito, pues, en el torneo selectivo.
Y ganó cada uno de sus combates hasta llegar al final.
Pero...
Agustín:
Ya en la última pelea para definir al equipo olímpico, sufrí mi primera derrota. ¡Qué dolorosa! Me venció Alfonso Ramírez un welter jalisciense que me superaba en experiencia. Así que me quedé con las ganas de participar en Tokio. Pero después traté de reanimarme y me dije: " tengo que estar en los Juegos de México. Nadie podrá evitarlo". Y mientras Ramírez y los demás fueron a pelear a Tokio, el Famoso Gómez y yo, entre otros que perdimos, nos quedamos a entrenar aquí. Lo hacíamos en la Escuela de Transmisiones, allá, por El Toreo.
La posibilidad de retiro también cruzó por su mente: tenía 23 años y había que esperar cuatro más para que se cumpliera nuevamente el ciclo olímpico.
No obstante, la imagen de un triunfador le inyectó nuevos ánimos.
Agustín:
- Fui al aeropuerto a recibir a la delegación que volvía de Tokio. Y ahí saludé a Juanito Fabila, quien regresaba con su medalla. Todo mundo lo adoraba. Y yo quise ser como él. Me propuse ser como él. Ganaría una medalla en nuestros Juegos Olímpicos.
Lentamente transcurrió el nuevo cielo...
1965:
Octubre: 1a Semana Deportiva Internacional. Agustín Zaragoza da la gran sorpresa del torneo: dirigido por los técnicos polacos Enrique Nowara y Casimiro Mazek, conquista la medalla de oro en peso welter. En la final se impone al francés Jean Pierre Leconte.
1966:
Julio: Juegos Centroamericanos y del Caribe en San Juan, Puerto Rico.
Agustín Zaragoza obtiene la medalla de bronce. En la semifinal es derrotado por el colombiano Linfer Carter, quien lo vence por decisión de 3-2.
Octubre: 2a Semana Deportiva Internacional:
Zaragoza vuelve a destacar. Ahora es medallista de plata, pero todo mundo recuerda el fragoroso combate sostenido con el soviético Yuri Mavriachin, ante quien pierde por 3-2. Pero antes deja sembrado en el camino al peligroso cubano Juan Luis Martínez, al que se impone claramente por 5-0.
1967:
Inicia mal el año.
En febrero, Agustín es operado del tabique nasal, lo que interrumpe su preparación y además, le dicen los doctores que tendrá que mejorar su defensiva porque un golpe en la nariz puede producirle una lesión de peligrosas consecuencias. Y ya están muy cercanos los Juegos Panamericanos de Winnipeg.
Llegaron en julio. No obstante que su preparación no es la más adecuada, Zaragoza obtiene la medalla de bronce. No puede avanzar. El tope le es marcado por el extraordinario peleador cubano: Rolando Garvey.
1968:
Año olímpico.
Y de intenso entrenamiento.
Agustín:
- En los primeros meses de ese año, yo me dediqué íntegramente a mejorar mi boxeo defensivo. Quería hacerlo más técnico para evitar los golpes en la nariz. Tenía que cuidarme mucho para llegar a los Juegos Olímpicos al ciento por ciento.
Zaragoza participa en el selectivo. Y todo va bien, como siempre. Nadie puede con él. Y sonríe cuando llega a la final, pletórico de optimismo: su rival será José Cebreros, de Sinaloa, a quien ya ha vencido en tres ocasiones. Ahora aquí, en el CDOM, en casa, ¿una cuarta?... Pero cómo no.
Sólo que no hay nada escrito en el boxeo.
Agustín:
- Me perdió el exceso de confianza. La verdad es que menosprecié a mi contrincante. Y él, que era un valiente del ring, poco a poco fue adueñándose de las acciones, peleando siempre por dentro. Se exponía, sí, pero también acertaba buenos golpes. Yo no forzaba el ritmo porque estaba seguro de que en cualquier momento podía acabar con él. ¡Gravísima estupidez! Cuando intenté atacar fue muy tarde. Cebreros ya estaba Incontenible. Me ganó limpiamente. Yo lo sabía desde que sonó el último campanillazo. Y empecé a lamentarme. Qué mala suerte. ¡Estaba eliminado de los Juegos! Me decía: "¡Eres un zonzo!, ¡un burro!. . . Cómo fuiste a perder hoy". Era apenas mi segunda derrota y mi segunda frustración. Porque las dos eran muy importantes.
La ira de Agustín se acrecentó cuando burlonamente, Cebreros le dijo, camino a los vestidores:
- Esta fue la última pelea entre nosotros. La buena. Porque ahora yo voy a los Juegos Olímpicos. Y tú te quedas.
Agustín:
Y yo ahí, furibundo. Pensaba: "tantos años de prepararme y en una pelea lo pierdo todo. ¡Estoy salado!. Todavía intenté un quinto combate con Cebreros, pero las autoridades me lo negaron. Adujeron, con toda razón, que él había ganado sobre el ring su derecho a participar en las Olimpiadas y no podían quitarle su lugar.
Todo parecía perdido.
- Pero entonces se produjo una reunión entre los dirigentes Eduardo Hay y Josué Sáenz y los técnicos Nowara y Mazek. Estos informaron que hacía falta un buen peso medio en el equipo. Se dirigieron a Zaragoza. Y fue Josué Sáenz quien le habló. Así:
- Ya sabemos que eres peso welter, pero no contamos con un buen peso medio. ¿Quieres intentarlo?
- ¡Acepto!
- Entonces tendrás que pelear otra vez el selectivo. Tendrás que eliminarte. Si puedes con los que hay, no serás seleccionado.
Agustín:
- Realmente ni me preocupé por la diferencia de peso. Sabía que tendría que hacer frente a rivales más poderosos que yo, pero la lección vivida días antes había sido muy dolorosa. Quería estar en esos Juegos y ya nada me importaba. Así que ellos organizaron un selectivo en peso medio, yo me inscribí y gané todas las peleas. ¡Ya, ya era seleccionado! Me exigieron no fallar a ningún entrenamiento. Por otra parte, mi dieta causaba la envidia de todos mis compañeros de equipo: tenía que alimentarme muy bien para ganar peso. Comía mucha carne, verduras y fruta. Bebía litros de leche. Tenía que estar arriba de los límites de la división para después desechar los líquidos sin debilitarme. Aún así, mi peso máximo fue el de 72.5 kilogramos.
17 de octubre.
Arena México
El hijo de Zurita II, ya todo un hombre de 27 años, sube al ring para hacer por fin su presentación olímpica.
Hay expectación entre el público. No es común ver en acción a un peleador nacional en peso medio. Pero las perspectivas son interesantes: en virtud de que en esta división se han registrado muy pocos competidores, con sólo dos victorias el mexicano puede llegar a obtener una medalla.
Ese musculoso jamaiquino, Dinsdale Wright, moreno de físico impresionante y dura mirada, que espera en la esquina roja, será el sinodal. El primer obstáculo.
Agustín:
- Estaba bravo el negrito. No era muy agresivo, pero golpeaba muy fuerte. Prefería la técnica al combate abierto. Así que aquel fue un duelo de buen boxeo. Y ese era mi terreno. Yo me sentía muy confiado, peleando en casa y a base de jabs de izquierda que me mantuvieron a la distancia, gané con toda claridad: 5-0. El público, que me recibió escéptico, me aplaudió a rabiar.
Faltaba ya sólo un paso...
La noche del 22 de octubre, la gente colma las tribunas de la Arena México. El peso medio mexicano, ese, de buen estilo, puede afianzar hoy una medalla.
Pero, ¿podrá con el gigantesco checoslovaco Jan Heiduk?
El eslavo mide 1.91 metros de estatura y es campeón de Europa.
Parece demasiado... Agustín:
- La verdad es que él estaba impresionante. Era tan grande que me hacía aparecer como un chiquillo. Daba duro, sobre todo con la derecha. Pero no era muy ágil. Y yo aproveché esa circunstancia para hacer una pelea en corto, que impidiera sus desplazamientos y el manejo de su distancia. En el segundo round se produjeron algunos buenos intercambios de golpes; sin embargo, al sonar la campana, automáticamente bajé los brazos y él lanzó el derechazo. Me sorprendió. Me derribó. Me había dado a la mala y fue amonestado. Yo sentía que todo me daba vueltas, pero no quise que él se diera cuenta y me levanté muy derechito. Durante el descanso, yo decía en mi banquillo: "me voy a desquitar, me voy a desquitar... Lo voy a tumbar". Pero Nowara me calmó: "tú tienes ganada la pelea, no te expongas. Hay que boxearlo, ¿entiendes?-. Tuve que tragarme mi coraje y salí a boxear. Lo trabajé bien. Le dí la vuelta, no le permití que se acomodara. Lo golpeaba con el jab de izquierda y luego salía. El se desesperó y comenzó a fallar casi grotescamente. Cuando anunciaron la decisión de 4-1 a mi favor, salté de puro gusto. ¡Ya era mía cuando menos una medalla de bronce! Se produjo un enorme griterío en la arena. Ya el exigente público mexicano me aceptaba. Le había demostrado que mi boxeo era técnico, que yo no era un bulto.
24 de octubre.
Noche de semifinales.
El rival en turno de Agustín Zaragoza es el soviético Alexei Kiselev.
El ganador irá directo a la final.
La algarabía se extiende por todos los ámbitos.
Pero pronto será apagada.
Agustín:
- Kiselev era un boxeador difícil, fuerte, que rehuía el combate abierto. Peleaba siempre en reversa. Y yo caí ingenuamente en el garlito: asumí la ofensiva. Pero jamás pude descifrar su estilo habilidoso. Para colmo, era zurdo. De repente me dio dos buenos cruzados con la izquierda; golpes que me cimbraron pero que no impidieron que siguiera atacando. Ya estaba adentro. Le clavé un buen derechazo y me entusiasmé porque sentí que le hice daño. Ataqué con más fuerza. El, mucho más sereno, esperó una de esas entradas mías, tan abiertas y me barqueó: yo me descuidé y ¡pum!, clavó su izquierda, rápida y fuerte, sobre mi barbilla. Caí de rodillas a la lona, pero me levanté rápidamente. El se me vino encima, en una acción más aparatosa que efectiva. No me hacía daño. Yo me cubría la cara, esperando el momento del contragolpe. Pero Nowara y Mazek aventaron la toalla. Yo la vi volar y me sorprendí. Podía seguir, quería seguir. Pero ya no me era posible. Lloraba de rabia cuando caminé hacia la esquina. Ya en los vestidores, Nowara me reconfortó: "has ganado una medalla, no te amargues. Hiciste todo muy bien, pero tuvimos que detener la pelea para no exponerte. Compréndelo: te falta peso. Y no obstante tu edad, puedes ir a otra Olimpiada". Traté de asimilar sus palabras, aunque realmente no supe si lo logré.
26 de octubre.
Noche final del torneo olímpico.
Noche de premiación.
Noche de fiesta en la Arena México.
El boxeo nacional se ha alzado con la mayor cantidad de medallas obtenidas en su historia: dos de oro -por los triunfos de Ricardo Delgado y Antonio Roldán- y dos de bronce -conquistadas por Zaragoza y Joaquín Rocha-.
Ya sube al podio el hijo de Zurita II.
Y ya izan su bandera.
Y él se hace una nueva promesa:
- Volveré... ¡En la siguiente Olimpiada seré campeón!
Concluida la justa olímpica, varios managers profesionales se acercaron a Agustín para inducirlo a ingresar al boxeo de paga. Entre ellos Pancho Rosales, José Luis Coneja López y Arturo Cuyo Hernández.
Agustín:
- Un día que me presenté a entrenar en el Jordán el Cuyo, tan autosuficiente como -siempre, me dijo: "Agustín, lo invito a ser campeón. Ya sabe cómo me muevo en este negocio y usted y yo llegaremos al título en menos que canta un gallo". No obstante, me resistí. Yo quería ser campeón olímpico. Mi meta era Munich 72. Y su oro.
Había que esperar a que transcurriera otro ciclo olímpico.
En 1969, Zaragoza se mantuvo invicto como peso medio en los rings nacionales. Al año siguiente, en los Juegos Centroamericanos y de¡ Caribe -celebrados en Panamá-, logró la medalla de oro con una difícil victoria en la final, en la que se impuso al cubano Marcelino Builnes. En 1971, dentro de los Juegos Panamericanos -Cali, Colombia-, Zaragoza sólo alcanzó medalla de bronce: en semifinales fue derrotado por el estadounidense Larry Otis.
Agustín:
- Los jueces le hicieron el favor al gringo... Aquella era la época del bailoteo de Alí, del pasito de la gallina, de bajar los guantes. Y torpemente, Otis y yo nos pusimos a hacer un show en vez de pelear. Cuando nos decidimos a combatir le di muy buenos golpes. Estaba seguro de que lo había vencido, pero los jueces le dieron la decisión de 3.2.
1972
Munich a la vista.
Con sus XX Juegos Olímpicos.
Agustín estaba optimista de más: no había vuelto a sufrir una derrota y había acabado con os los pesos medios nacionales. Ya, ya preparaba su equipaje. Destino: la capital de Baera.
Por eso sintió que moría aquella tarde en que fue llamado por el profesor Sergio Moisés Zaldívar, presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur, quien le informó , con helada voz:
No irá a Munich. Luis Espinosa ocupara su lugar.
¿Por qué? -protestó él-, si al Mamut le gané por nocaut en el primer round.
Porque es un muchacho que va en ascenso y además es muy dedicado en el gimnasio.
¡Esto no es justo!... Yo soy un peleador que no ha decepcionado jamás y que ha ganado medallas en todos los torneos en que ha participado. Tengo mentalidad de triunfador. ¿No va a ser tomado en cuenta nada de esto? Lo siento-, respondió Zaldívar. Y no quiso hablar más.
El Mamut, pues, fue llevado a Munich. Lo eliminaron en su primer combate.
Agustín:
Y yo aquí, sintiendo que cada día era más grande mi rabia por haber sido tan injustamente relegado. Creí que había llegado el momento del adiós. Ya tenía 31 años y desde 1970 me desempeñaba como instructor de boxeo en el ISSSTE, lo que me permitía sobrevivir dignamente.
De hecho se retiró. Y durante un año no supo nada del boxeo activo. Hasta que una tarde de 1973 se sintió
extrañado al recibir una llamada telefónica. Era del profesor Zaldívar, el mismo que lo dejó fuera de la competencia olímpica de Munich.
Hicieron una cita y se encontraron en la oficina de éste. Cuando Zaldívar vio a Zaragoza fue todo sonrisas.
Me alegro de verlo tan bien -le dijo. Me habían dicho que se encontraba en buenas condiciones, pero la verdad me sorprende. Mejor que mejor. Es que, ¿sabe? Hemos estado pensando en usted para que pelee en peso medio, por nuestro país, en los Juegos Afrolatinoamericanos que se celebrarán próximamente en Guadalajara.
Molesto aún, Zaragoza rechazó el ofrecimiento:
¿Para qué me necesitan, si ya ustedes tienen a su Mamut?
Zaldívar le picó el amor propio:
- Queríamos ver sobresalir a un valiente, como el Mamut, pero no fue posible. Ahora queríamos ver si todavía contábamos con usted, pero creo que ya es demasiado tarde. Usted ya no quiere probar nada, ni a sí mismo. Entiendo. Tal vez la edad...
Agustín:
- Acepté el reto. Participé en el torneo y lo gané en su fase nacional. Pero después me enteré que tendría que disputar la final contra un africano que no había sostenido ni un solo combate, lo que se me hizo una tontería. No quise seguir. No era justo que después de sostener cuatro duras peleas con rivales mexicanos enfrentara a un africano que estaba fresco y descansadito. Protesté y me sacaron. Mi lugar fue ocupado por Nicolás Arredondo, un muchacho muy fuerte pero que recibía muchos golpes. Lo clavaron en el tercer round.
Nunca lo sabría Agustín, pero aquel último combate en el Afrolatinoamericano cerraría su historia como competidor. Porque, aunque en 1975 -ya a los 34 años de edad- fue invitado a representar a nuestro país en los Juegos Panamericanos que se celebraron aquí, quiso el destino que Zaragoza no volviese a trepar a un cuadrilátero.
Sería, la historia de su no-participación en esa competencia, tan anecdótica como aquella otra de su actuación en la Olimpiada de 1968.
Es ésta:
Antes de que se lance el primer golpe en la división de los pesos medios en los Juegos Panamericanos ya se sabe quienes serán los medallistas...
Porque sólo se han inscrito tres púgiles.
Ellos son: Agustín Zaragoza, de México; Alejandro Montoya, de Cuba y Jorge Lemus, de Venezuela.
Uno tendrá que pasar directamente a la final.
Se realiza el sorteo y Montoya es el favorecido.
Zaragoza y Lemus tendrán que pelear por el derecho de ser el otro finalista.
24 de octubre.
Primeras horas del día. La multitud se congrega en el gimnasio Juan de la Barrera, donde se realizará la ceremonia del pesaje.
Ya están todos aquí. Pero, qué extraño: el único ausente es Zaragoza.
Agustín:
- Ese día tuve que atender unos asuntos personales de vital importancia para mí. Así que muy de mañana salí en mi Volkswagen, arreglé todo y enfilé hacia el gimnasio. De repente, al llegar al crucero de Revolución y Viaducto, una señora ya grande quiso cruzar la calle cuando ya el semáforo estaba por ponerse en verde. Tuve que enfrenar, patinando llantas y la señora se me puso enfrente. Me empezó a decir de cosas, amenazándome con un bastón. Y siguió allí furiosa, insultando a todo mundo, mientras yo memoria de impaciencia porque se quitara. "¡Viejos idiotas, yo tengo muchas influencias", gritaba.
"Como se armó la pelotera, se acercaron unos policías. La señora empezó a decirles que yo la había insultado, que casi la atropellaba, que era un abusivo. Total, que el lío se fue a 1a, delegación. Los policías me trataban como si hubiera cometido un grave delito. Cuando llegamos a la demarcación -la onceava en Tacubaya-, la señora dijo que ella tenía muchas influencias, que yo era un imprudente y mil cosas más. Los policías y el agente del Ministerio Público se ponían cada vez más duros conmigo. "¡Yo soy Agustín Zaragoza, el peleador que ganó una medalla en México 68! ¡Por favor, déjenme ir que tengo que ir a pelear en estos Panamericanos!", les suplicaba.
Pero nada...
Mientras tanto, crecía la incertidumbre en el gimnasio Juan de la barrera:
El doctor Horacio Ramírez Mercado delegado de México nerviosamente su reloj y luego pedía a los dirigentes venezolanos
- Por favor, aguanten un minutito más ustedes saben lo difícil que es el tráfico en esta ciudad
Hasta que fue imposible esperar más. Se decretó el default y con él, el triunfo del venezolano.
En esos momentos finalizaban cuatro horas de alegato en una delegación de Tacubaya.
La señora retiró todos los cargos, miró despectivamente a Zaragoza y dijo a los policías:
- Ya, ya déjenlo ir...
Zaragoza voló hacia el gimnasio. Al llegar, sólo encontró recriminaciones.
¡Ya perdiste!... Ya ni la amuelas. Anda, ve a ver a los venezolanos a ver si te dan chance de pelear, le dijo el doctor Ramírez Mercado.
Agustín:
- Luego luego hablé con Lemus, le expliqué todo y me dijo: "por mi parte yo sí peleo, chico, pero pregúntale al delegado". Fuimos con él, le conté la historia y le pedí el favor. Pero él me contestó: yo lo aceptaría, pero imagina lo que sucedería en mi país si tú le ganas a mi muchacho. No me lo perdonaría nadie, sobre todo sabiendo que tú eres medallista olímpico... Se trata, mínimo, de una medalla de plata. Y yo no puedo aceptar una pelea que podemos perder, así que ni modo, chico, mala suerte".
Acaso los libros que registren los casos extraños del deporte hayan recopilado la historia de una final boxística en un torneo continental disputada por dos peleadores que llegaron a ella sin haber lanzado un golpe.
Finalmente Montoya doblegó a Lemus.
Una pelea. Una victoria. Una medalla de oro.
Agustín:
- Fue mi despedida. No volví a pelear. Bueno, ni siquiera recibí la medalla de bronce, ya que como no me presenté al combate, no me la dieron. Dijeron que no la merecía.
Para las estadísticas: Agustín Zaragoza sostuvo 260 combates, de los que sólo perdió 12. De éstos únicamente dos fueron ante rivales mexicanos: los ya descritos, ante Alfonso Ramírez y José Cebreros los que, curiosamente, le impidieron en ambas ocasiones pelearla en su peso real en unos Juegos Olímpicos.
En las Olimpiadas de Seúl -octubre de 1988- destaca en el torneo boxístico la imagen del juez-réferi cuya piel morena, hace un perfecto contraste con el blanco del uniforme. Alto, atlético, limpio rostro el suyo, en el que no asoma ninguna huella de su pasado boxístico; rostro de agradables facciones que remata una sonrisa fácil y frecuente. Ojos grandes y cabello ensortijado.
Ese juez-réferi es Agustín Zaragoza.
Se mueve bien en el ring. Hace lo correcto en cada intervención. Son acertadas sus puntuaciones. Es tan bueno en su trabajo que es muy requerido en las largas jornadas pugilísticas.
De lo sucedido 22 años antes guarda un bello recuerdo.
Lo de los Panamericanos de 1975, arranca a Zaragoza una risa que contagia.
Dice:
- El boxeo era mi vida, así que seguí en este deporte. Pensé en iniciar una carrera como manager, pero desistí porque se sufre mucho.
Opté por convertirme en réferi, porque me angustiaban las injusticias que se cometen en el ring con los muchachos que apenas empiezan. Comprendí que la función de un réferi es vital en un cuadrilátero: debe intervenir en el momento justo; ni antes ni después. . . Ahora creo haber llegado a un sitio interesante. Tengo cierto prestigio en lo que hago.
Desde 1981 le fue concedido, por la AIBA el carnet internacional de juez.
Habla de los más recientes Juegos Olímpicos:
- Seúl fue para mí toda una experiencia. Me di cuenta de que hace falta mayor capacitación a los jueces que actúan en estos torneos., No quisiera decir que yo soy mejor, pero el haber sido boxeador me coloca en una posición ventajosa respecto a ellos, porque yo sí sé que es el boxeo de aficionados. Por otra parte, fue emocionante ver que mucha gente se acordaba de mí pero, más que eso, lo fue el recibir felicitaciones por mi trabajo dentro y fuera del ring.
Ya concluye la charla con el medallista.
El quiere acotar, antes de la despedida:
Seguí en esto porque no hay nada como deporte para formar a un individuo. Cuando mi padre me permitió entrar al boxeo me hizo aprender la grave responsabilidad que significa representar a nuestro país en una competencia. Lo entendí perfectamente. Y en el fugaz instante de la gloria deportiva fue cuando más amé a mi país. Lo había dado todo por él. La medalla no era mía, era de todos mis compatriotas
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Alvaro Gaxiola Robles
Medallista de plata
México 1968
Clavados
Plataforma de 10m
Enero de 1968.
Insistía, ante su marido, Sylvia Widell de Gaxiola:
- ¿Por qué no lo intentas?-... No creo que te cueste mucho trabajo.
Y despertaba aún más las inquietudes en Álvaro quien, sin embargo, no se atrevía a superar la barrera -del tiempo... Y del recuerdo:
- Pero... Ya han pasado más de tres años desde mí último salto.
Aquel salto...
Recordarlo era volver a encerrarse en sí mismo.
Era vivir nuevamente el intenso drama.
Septiembre de 1964...
A sólo un mes de los juegos de la XVIII Olimpiada, en Tokio.
Fosa de clavados de Ciudad Universitaria.
Practica Álvaro Gaxiola, seleccionado nacional, los clavados con giros; esos, los que dan medallas. De repente, lo inesperado: falla ligeramente el cálculo pero, en el deporte y en especial en éste, en el que el cuerpo cae a gran velocidad y en caprichosas maniobras al encuentro con el agua, un error de milímetros puede ser mortal. Sólo un rozón, por fortuna. Pero madera y metal rasgan la piel de la cara del clavadista. Y producen una aparatosa herida que sin ser muy peligrosa, sin causar dolor, requiere a cambio de 20 puntos de sutura que zigzaguean desde lo alto de la frente hasta la nariz. Y producen, sobre todo, la gran pena: Álvaro Gaxiola queda automáticamente fuera del equipo. La competencia está ya muy cercana...
Recuerdos, dolorosos recuerdos.
Y llegaban también aquellos, los que lo remontaban hasta los Juegos Olímpicos de Roma en 1960: cuarto lugar en trampolín; tan próximo a las medallas y tan lejano a la gloria olímpica.
Le devolvía a la realidad la voz de su esposa:
- Pero conservas la calidad... Y en esta ocasión los Juegos van a ser en tu país. Me sentiría muy orgullosa si lo intentaras-.
Insistía una y otra vez:
- Además, el Centro Deportivo Olímpico Mexicano te queda muy cerca -el matrimonio había regresado de Suecia y vivía en el área de Satélite-, Puedes entrenar con toda facilidad.
Y Álvaro, renuente:
- Ya estoy muy viejo para esto -nació el 26 de enero de 1937- No se te olvide que estoy por cumplir 31 años.
Hasta que la dama europea puso punto Final a la conversación:
-Será como tú digas. Sabes que no importa nada de lo que ha pasado, sino que lo único que cuenta es la determinación. Si no quieres intentarlo está bien, pero lo peor que te pudiera suceder sería que te arrepintieras.
Sería ahora o nunca.
Tenía 10 meses para recuperar el estado físico, atlético, técnico y mental de que requiere para la competencia un deportista olímpico. Faltaban 10 meses para los Juegos Olímpicos de México 68, poco tiempo y sin embargo, el suficiente...
Se decidió.
Al día siguiente, causó la gran sorpresa en el doctor Eduardo Hay -en ese entonces presidente del Comité Olímpico Mexicano-:
- Quisiera conseguir un lugar en el equipo nacional...
Nueve meses después, el 26 de octubre de 1968, Álvaro Gaxiola se encontraba en el podio de los ganadores. con una medalla de plata conquistada en la plataforma de los 10 metros y entre las fuertes emociones vividas en el momento, el recuerdo de aquella conversación con su esposa le arrancaba una sonrisa.
El futbol lo era todo en la infancia de Álvaro Gaxiola.
No obstante las frecuentes invitaciones de su hermano Alejandro -dos años menor- para que se le uniera en las prácticas de la natación, él había pedido a sus padres, Álvaro Gaxiola Dávalos y Elisa Robles de Gaxiola, que lo inscribieran en las fuerzas infantiles del club América.
Jugaba como centro delantero.
Álvaro:
- Mi mayor sueño era jugar en la primera división y con el América. ¡Con ningún otro! Hasta la fecha no sé por qué le iba yo a ese equipo... Quizá sus colores, realmente no lo sé. Pero en la escuela todo mundo se burlaba de mí, porque en aquel entonces el Guadalajara ejercía una gran superioridad sobre los cremas y muchos de mis compañeros eran chivas ciento por ciento.
Álvaro cumplió, en parte, su sueño dorado:
Ingresó a las fuerzas infantiles de¡ club capitalino y recuerda entre otros a Juan Arrieta, al Negro Figueroa, al Yuca Iturralde, a Juan Bosco y a Pedro Malpica. Ellos fueron sus compañeros hasta juveniles... Hasta el día aquel, en el que su destino quedaría enfilado hacia nuevos senderos.
Sucedió que por invitación de un amigo, a su hermano Alejandro -quien nadaba en el centro acuático de la unidad Miguel Alemán le harían una prueba en el equipo infantil de nado de la UNAM, que entrenaba el profesor Manuel Herrera, quien había conjuntado bajo los colores azul y oro a varios de los mejores nadadores de¡ país.
La prueba se realizaría en la alberca Aragón, en la avenida de los Insurgentes, muy cercana al cine Manacar. Y Álvaro, que tenía apenas 13 años, acompañó a su hermano para desearle suerte.
Y mientras Alejandro se colocaba el traj1 de baño, Álvaro quedó curioseando a la orilla de la alberca. Hasta que fue descubierto por el maestro Herrera.
¿Quién es ese joven?-, preguntó el instructor
- Es hermano, de Alejandro.
Y el maestro, con una sonrisa:
- A ver jovencito, usted también venga a entrenar.
- ¿Yoooooo?
- Sí, usted... A ver: nade de pecho.
Álvaro:
- Y pues no me gustó, pero había que apoyar a mi hermano. Después, cuando él fue aprobado e ingresó al equipo, la natación se practicaba en la alberca de Ciudad Universitaria, en donde reinaba un gran ambiente. En esa escuadra destacaban, entre otros, César Borja y Miguel Cornejo. Yo ya llevaba seis o siete meses nadando de pecho, lo que realmente no me gustaba; lo consideraba muy aburrido, pero seguía ahí por disfrutar de todo aquello que me compensaba las largas horas en la alberca.
Pero, en una ocasión, se iban a hacer ciertas composturas a la piscina de Ciudad Universitaria y el equipo entero se fue a nadar al Deportivo Chapultepec, que era uno de los mejores en el deporte acuático de la capital. Ahí entrenaba, sobre todo, la gran gema: el clavadista Joaquín Capilla, ya famoso por la medalla de bronce que conquistara en la Olimpiada Londres de 1948.
En el deportivo Chapultepec, Álvaro Gaxiola se hizo muy amigo de varios clavadistas y, en especial de Ricardo Capilla, Juan Botella y Chavo Madrigal, quienes tenían edades similares a la suya. Y en virtud de que la natación le aburría y de que era constantemente invitado por sus amigos a lanzarse del trampolín o de la plataforma, Gaxiola fue cambiando poco a poco la alberca por la fosa. No estaban nada mal aquellos, sus primeros clavados.
Gaxiola llamó, inclusive, la atención del ya reconocido entrenador Mario Tovar quien le preguntó en una. ocasión:
- ¿Quieres aprender a tirarte buenos clavados?
- Claro que sí maestro-, respondió Álvaro, entusiasmado.
- Pues véngase al deportivo. . . Pero, eso sí, tendrá que trabajar mucho para estar aquí.
Las obras de compostura de la alberca de la UNAM llegaron a su término. El grupo de nadadores universitarios regresaría, pues, a su lugar de origen.
Y entonces, se presentó a Gaxiola la gran alternativa:
. ¿Futbol, equipo universitario de natación o de clavados en el deportivo Chapultepec-
Álvaro:
Había comprendido que el futbol comenzaba a pasar a segundo término. Y que de la natación lo único que me animaba era formar parte de ese grupo. A cambio, sentía una gran inclinación por los clavados y además de la motivación extraordinaria que representaba estar al lado de Joaquín Capilla y ser su compañero de entrenamiento en la fosa o en el catre elástico, se presentaba también la oportunidad de ser dirigido por un gran maestro como Mario Tovar. Así que ya no dudé más.
Una mañana de agosto de 1951, ante Mario Tovar se presentó aquel chiquillo rubio de, sólo 14 años de edad:
- Maestro, quiero que usted me entrene; quiero ser un buen clavadista.
Y Joaquín Capilla, campeón panamericano de trampolín y plataforma -Buenos Aires, Argentina, 1950- y medallista de bronce olímpico -plataforma en Londres-, tuvo a partir de ese día un émulo más.
Álvaro:
- Así de fácil: todos queríamos llegar a ser como él.
Tovar exigió constancia en los entrenamientos.
Gaxiola aportó constancia en los entrenamientos.
Y también, una cualidad innata, para la práctica del deporte por él escogido.
Resultado: al mes sostenía -su primera competencia. Participó en los Juegos de la Revolución y quedó en tercer lugar.
Álvaro:
- Estaba avanzando muy rápido y entonces cometí el error de todo principiante que tiene éxito: llegué al exceso de confianza. Ya el mundo me venía chiquito, pues cómo no, si ya era yo de los buenazos. Afortunadamente para mí, vino una competencia que me hizo ver mi nivel auténtico. Fue un torneo interuniversitario en Guadalajara. Ahí me fue muy mal en resultados, pero muy bien para mi estado mental: me situó.
Mario Tovar habló con él inmediatamente. Le dijo:
Estás todavía muy chamaco y te encuentras en plena etapa de aprendizaje, Tienes, cualidades para llegar a las alturas pero, para ello, tendrás que prepararte y no sólo como clavadista, sino como persona. Olvidémonos por el momento de más competencias y concentrémonos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe -programados en 1954 para realizarse en Panamá, pero por problemas políticos en este país, la sede fue otorgada a México-. ¿De acuerdo?
¡De acuerdo maestro!
Álvaro:
- Lo hice. Me concentré en esa competencia. Me preparé intensamente y así, apenas al año y medio de haberme iniciado en los clavados, gané un lugar en el equipo que competiría en los Centroamericanos -del 6 al 20 de marzo-. Esto me hizo renunciar va definitivamente a mi pasión de la infancia: el futbol.
En la justa de trampolín, Álvaro Gaxiola obtuvo ante el asombro colectivo, la medalla de bronce. Fue superado únicamente por sus .compatriotas Manuel Sevilla y por supuesto, Joaquín Capilla. México también hizo el 1-2-3 en plataforma: Joaquín y Alberto -Capilla y Rodolfo Perea.
Llegó a sus labios el dulce sabor de la victoria.
Por otro lado y en virtud de que en ningún momento abandonó sus estudios, culminó exitosamente con destacadas calificaciones la preparatoria. Tenía ante sí, la oportunidad de ser becado por una universidad estadounidense.
Y se fue.
Con un amargo sabor de boca: tenía que dejar de ser dirigido por Mario Tovar. De él se expresa así:
- Mario se cocía aparte como entrenador En realidad, fue el fabricante de clavadistas más grande que ha habido en nuestro país. Era un estudioso de¡ deporte pero, más que nada era un sicólogo muy especial. Nadie como, él para motivar a sus discípulos.
- Caso extraño el suyo, porque jamás fue nadador o clavadista, sino luchador. Y sin embargo, preparó a excelentes nadadores y construyó con su trabajo a los mejores clavadistas mexicanos, exceptuando a Carlos Girón. Pero su mayor logro, en mi opinión, fue el haber creado toda una escuela, una escuela muy mexicana en esta disciplina.
- No era dicharachero ni apapachador. El decía con toda claridad lo que esperaba de uno dejaba que uno procesara la información y esperaba con toda paciencia. los resultados. Y casi siempre eran exitosos... En los cuatro años que estuve a su lado, lo más impresionante fue que lo encontré en cada momento que necesité de él. Hizo de gente con poco talento buenos deportistas y a quien tenía facultades corno Joaquín, lo convirtió en el mejor; hizo de él un capítulo aparte en la historia mundial de los clavados.
INGENIERO EGRESADO DE LA
UNIVERSIDAD DE MICHIGAN
Álvaro acudió a la Universidad de Michigan en donde, además de graduarse como ingeniero civil, continuó entrenando.
Durante su estancia en Estados Unidos se dio tiempo para competir en México, en los Juegos Panamericanos de 1955, en los que no logró éxito alguno. No obstante, en 1959 dio la gran sorpresa al triunfar en los Panamericanos de Chicago donde superó, en estrujante final, a los estadounidenses Robert Webster y Gary Tobian.
Era suyo, a pulso, el lugar que Joaquín Capilla dejara vacante al retirarse después de obtener la medalla de oro en la justa olímpica de Melbourne 1956.
Álvaro:
- Joaquín acababa de alcanzar el éxito, la medalla por la que había luchado a lo largo de tantos años. Su retiro constituyó un reto para las nuevas generaciones. El triunfo que conseguí en Chicago, en una de mis mejores actuaciones en la plataforma, hizo concebir esperanzas de que en Roma 1960 podríamos refrendar lo hecho por Capilla en Melbourne. Juanito Botella y yo éramos considerados como sus más viables sucesores.
Pero la actuación de ambos distó mucho de lo esperado.
Boltella falló su último salto en el trampolín y rescató con un gran susto la medalla de bronce, después de haber disputado arduamente la de oro. Gaxiola ocupó apenas el cuarto lugar.
Álvaro:
- Los Juegos Olímpicos de Roma no significaron nada bueno para mí ni para Juanito. Mario Tovar tenía una gran confianza en que los dos estaríamos entre los ganadores, pero al final fracasamos y en especial yo. Teníamos los clavados para imponernos en el torneo pero desde el primer día, el 27 de agosto, cuando clasificamos, estuvimos muy bajos. Juan ocupó el tercer lugar, yo el sexto. Las finales fueron el 29 y pese a que ya ambos teníamos la experiencia de varias competencias internacionales, a los dos nos faltó colmillo.
En ese entonces, Álvaro había culminado sus estudios de ingeniería en la universidad de Michigan y aunque tenía un buen trabajo en aquel estado de la Unión Americana, optó por reinstalarse en México, después de los juegos de Roma.
Y volvió a entrenar y a ser dirigido por Mario Tovar.
En los juegos Centroamericanos y del Caribe -Kingston, Jamaica, 1962- obtuvo medalla de plata en trampolín y de oro en plataforma. En la tabla fue superado por Juan Botella, de quien se vengó en los diez metros; tercero fue Ricardo Capilla.
Siguió preparándose. La mira, el nuevo objetivo, era ahora la Olimpiada de Tokio, 1964. Y fue campeón del selectivo para integrar el equipo de clavados que acudiría a la cita en el Imperio del Sol Naciente.
Todo iba sobre ruedas.
Pero...
Álvaro:
- Estaba practicando en la fosa de Ciudad Universitaria los clavados de giros en el trampolín cuando, en uno de ellos, un error de cálculo me hizo golpearme la cara con la tabla y caí muy mal al agua. Fue un golpe de rozón en la frente, que requirió de la inmediata atención médica. Nunca perdí el sentido, aunque a toda velocidad mis compañeros me sacaron de la alberca y me llevaron al hospital, donde me realizaron una operación que requirió de 20 puntadas en frente y nariz. Y yo, de por sí, ya con muy poco pelo sobre la frente...
Un viaje a Tokio fue cancelado.
El lugar de Gaxiola fue ocupado por su amigo Roberto Madrigal quien, como él cuatro años atrás, finalizó en cuarto lugar en la plataforma.
Gaxiola consideró que había llegado el momento del retiro.
Sobre todo cuando, atendiendo a una especial invitación, se trasladó a Estocolmo, Suecia,* contratado por una importante compañía telefónica. Ahí se casó en agosto de 1965. Volvió en el invierno de 1967.
Y ya aquí, la insistencia de Sylvia, la frenética lucha contra el espectro de aquella fosa de clavados de Ciudad Universitaria y ese golpe inoportuno... Hasta que llegó el momento de decisión:
Álvaro:
En verdad, yo ni siquiera había pensado en competir en nuestros Juegos. Y de no haber sido por la tenacidad de mi esposa, jamás lo hubiera intentado. Tenía tres años de no tirarme un clavado en forma oficial, aunque físicamente me mantuve bien. Me gustaba hacer ejercicio, correr y practicar gimnasia en cualquier parque con mi esposa Sylvia y mi pequeña hija Ingii.
Aquí, las cosas habían cambiado.
Mario Tovar, considerado mundialmente como uno de los mejores entrenadores, ya no estaba al frente del equipo de clavados. Los dirigentes, enajenados en su afán de contar con preparadores extranjeros, habían contratado al estadunidense Jack Roth, quien trabajaba con un grupo de nuevos clavadistas como José de Jesús Robinson, Luis Niño de Rivera, Jorge Telch y varios más.
Álvaro:
- Hablé en forma muy directa con el doctor Hay. Le dije que trabajaba en una empresa de telefonía, que estaba casado, que tenía una hija, que vivía a unos minutos del CDOM y que tenía la gran ilusión de representar a México en los Juegos Olímpicos de nuestro país. El doctor confió en mí y me permitió entrenar, sobre todo porque durante mis estudios en la universidad de Michigan había conocido a Roth.
Y hubo que volver a empezar.
Con toda entrega. Con la misma que, años atrás, lo llevara a ser insustituible en el equipo. Rápidamente, quizá más rápidamente de lo que él mismo hubiera calculado, Álvaro Gaxiola fue recuperando el control en sus saltos. Pero era su constancia en los entrenamientos, su vehemencia por obtener un lugar en el equipo, lo que le hacía diferente a los demás.
Dice Alberto Capilla, quien en esa época fungía como director de la comisión de clavados:
- De inmediato, Álvaro destacó sobre sus compañeros, lo que obviamente provocó ciertos problemas en especial con los clavadistas más jóvenes que se sentían desplazados. Esto llevó a Roth, que era un tanto irresponsable, a exigir, en una ocasión, que la Federación Mexicana de Natación prohibiera que Álvaro continuara... Pero Javier Ostos, Antonio Mariscal y o nos opusimos rotundamente. ¿Cómo despedirlo si era nuestra mejor carta- Tal vez no se tiraba clavados de 9 de calificación, pero su gran cualidad era la constancia: no fallaba y además, tenía una enorme confianza en si mismo y en sus saltos; confianza, en fin, de que podría ubicarse nuevamente entre los mejores de] mundo.
Se programó una gira de fogueo para el equipo mexicano de clavados. Sería durante julio y se competiría en varias fosas europeas.
Álvaro:
- Pese a que tuve poco tiempo para entrenar a partir del momento de mi reaparición, califiqué para esa gira. Entonces fuimos a la competencia de Bolsano, Italia, una de las más prestigiosas en el medio y ahí derroté a Klaus Dibiasi, en esos momentos el mejor clavadista del mundo. Para mí, esa victoria representó mucho, pues me dio la confianza total de que en octubre, podría estar en inmejorables condiciones durante los Juegos.
Posteriormente, el equipo compitió en Alemania Oriental y en la Unión Soviética.
Y de ahí, a los XIX Juegos Olímpicos...
Aquellos de México 68.
Una nueva emoción.
Una gran emoción.
Álvaro:
- Unos Juegos son unos Juegos; son lo máximo. Son la excitación, el reto, la gran dificultad... En los últimos 30 días previos a la inauguración me di cuenta de que mi consistencia era buena, que era difícil que fallara un clavado y aunque éstos tenían una calidad standard, sentía que podía estar en la lucha por alguna medalla. Me gustaba recordar la competencia de Bolsano y yo mismo me alentaba: te puede ser de oro". . .
En la noche del 24 de octubre, reinaba la alegría en el complejo olímpico Francisco Márquez.
Porque iniciaba el torneo de clavados cuando la gente saboreaba, aún, el momento de triunfo del Tibio Muñoz. Y el público colmaba las tribunas, tanto de la fosa como de la alberca, en una apasionada espera para ver a otro mexicano subir al podio de los vencedores.
Y bajo una enorme gritería de entusiasmo y apoyo, Álvaro calificó en segundo lugar en las eliminatorias. Se palpaba desde ya, la posibilidad de una medalla.
Álvaro:
- Cuando inicié la competencia estaba muy motivado. Más aún después de mi primer salto, un simple al frente: me sentí tan relajado y con tanta confianza que supe al instante, que sí, que podría finalizar entre los tres primeros.
Noche de algarabía para el público mexicano:
También calificó José de Jesús Robinson en la sexta casilla, mientras que Maritere Ramírez ganaba bronce en los 800 metros de nado libre.
26 de octubre: la final.
Que la narre Álvaro:
- Ese día también me sentí magníficamente. Los primeros saltos me habían salido muy bien y me mantenía en segundo lugar. Cuando llegaron los últimos cuatro, los libres, yo mismo me motivaba: "ahora sí, la medalla no se me escapa". Cumplí aceptablemente los saltos de vuelta y media al frente con tres giros, vuelta atrás con dos giros y dos vueltas y media adentro y alcancé puntuaciones que me daban el primer lugar faltando sólo el último clavado.
En esos momentos, cuando la presión acaba a los clavadistas, cuando realmente se decide la competencia, estaba muy relajado, sin nervios; los que estaban nerviosos eran mis compañeros, mis amigos, los aficionados. Si saltaba bien, tenía la medalla. Aunque Klaus Dibiasi me seguía muy de cerca.
Mi turno fue primero. Me lancé un clavado, muy bien logrado, de vuelta y media atrás en extensión. Pero Dibiasi ejecutó un salto con más alto grado de dificultad: dos y media vuelta en holandés; lo sacó brillantemente y con pulcritud y ahí me ganó la medalla de oro.
En el amplio tablero electrónico aparecieron los resultados:
1.- Klaus Díbiasi, Italia, 164.18 puntos.
2.- Álvaro Gaxiola, MEXICO, 154.69.
3.- Win Young, Estados Unidos, 153.93.
4.- Keíth Russell, Estados Unidos, 152.34.
5.- José de J. Robinson, MEXICO, 143.62.
6.- Lothar Mattes, Alemania del Este, 141.75.
Y al éxtasis.
A sentir el cariño del público. A escuchar gritos y ovaciones. A ver izar la bandera tricolor. A llorar.
Álvaro:
- Sentí una enorme satisfacción. En Roma había quedado en cuarto lugar y quiérase que no, tenía clavada una espinita. Había estado muy cerca. de ganar una medalla pero finalmente, como todos aquellos que obtienen un cuarto sitio en el deporte, estaba muy insatisfecho porque me había quedado lejos, muy lejos de la gloria deportiva: una presea olímpica... Ahora había cumplido una revancha personal con mi propio destino y sobre todo, había dado a mi país un motivo más para enorgullecerse.
Al abandonar el complejo acuático, conversando con el doctor Hay, Álvaro coincidió con el presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien salía feliz. El mandatario le pidió se acercara, le felicitó, le dio un caluroso abrazo y lo citó para desayunar en Los Pinos.
Recuerda Álvaro:
El presidente Díaz Ordaz fue conmigo una persona excelente. Fue muy cálido, muy sincero en su felicitación. Aquella mañana en Los Pinos no dejaba de hablar, con gran entusiasmo, de todo lo por él vivido en aquellas jornadas del deporte acuático en el complejo. Se sentía que era auténtica su admiración hacia nosotros. Charlamos muy a gusto, como si fuésemos dos viejos amigos. Cuando nos despedi. mos, estrechó mi mano con firmeza y me obsequió un bello reloj.
Realizado su viejo anhelo, Álvaro Gaxiola llevó a casa su medalla y pudo retirarse en paz. Y se convirtió en entrenador. Llegó, inclusive, a preparar al equipo mexicano que se adiestraba para competir en los Juegos Olímpicos de Munich 72. Sin embargo, no pudo estar presente en la competencia: en febrero de ese año y por cuestiones de trabajo tuvo que trasladarse a Inglaterra, lo que lo alejó por completo de los clavados.
Hombre que conserva la esbeltez de aquel competidor de hace 22 años, el ingeniero Álvaro Gaxiola vive ahora en Guadalajara. Es representante de la compañía telefónica sueca, en una zona que se extiende hasta el Bajío y parte de Tamaulipas. El sol le ha bronceado la piel, que contrasta notablemente con el blanco cabello. Aquella cicatriz del 64 es una tenue sombra que se desliza, inadvertida, por la frente.
Tiene Gaxiola, la capacidad innata de sonreir. Su risa es franca, espontánea.
Predomina la amabilidad en él.
Vive feliz, asegura.
Y habrá que creerle.
Ya no son sólo Sylvia e Ingii quienes le acompañan; ésta última tiene dos hermanitas más: Michelle y Aniiika.
Álvaro, 22 años después:
- A través del deporte pude demostrarme a mí mismo que, con mucho trabajo y gran dedicación, uno puede tener éxito en el área que escoja. El deporte me hizo vivir intensamente, me enfrentó a muchísimos retos y me ofreció notables satisfacciones, como las de representar a mi país en incontables ocasiones o realizar un buen número de viajes y en especial, hacer amigos por doquier. Me hizo vivir aquel instante de la premiación, que vale por toda una existencia. Me hizo hombre, pues. Y finalmente me enseñó que aún a los 31 años, cuando uno supone que está acabado para el deporte, no hay nada que la voluntad humana no pueda doblegar. Todo, todo eso me enseñó el deporte...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Antonio Roldán Reyna
Medallista de oro
México 1968
Boxeo
Antonio Roldán Reyna: 15 años, aprendiz de boxeador.
No espera más.
Un día cualquiera se presenta él, chiquillo alto y flaco, en la oficina de un promotor de funciones a base de peleadores amateurs, en Tlalnepantla.
- Quiero pelear, señor. Soy peso mosca y estoy invicto en 14 combates.
- ¿Ah, sí?... . A ver, muéstrame tus carteles.
- No los traigo, señor, pero qué importa. Usté nomás prográmeme y verá.
Toño Roldán:
- Así fue... Me inicié con una mentira. ¡Con una mentirota! ¿Cuáles carteles podía yo mostrar, si no había peleado nunca- Pero bien caro que me costó mentir, porque el promotor se la creyó y me programó para enfrentarme a Santos Arellano, un boxeador con buena experiencia como aficionado. Inclusive, había sido rival de Juan Favila en una pelea eliminatoria para los Juegos Olímpicos de Tokio, en 1964... Total que el combate con Arellano se realizó a Finales de ese año. Y tuve la gran suerte de ganarle por decisión. Yo pegaba y corría. Como se dice, me montaba en la bicicleta. Pero no le saqué a los cambios de golpes. Ya después pensé que había sido muy peligroso el aventarme así, sin más ni más. Ya no volví a echar mentiras de ese tipo.
Es el conjuro del nombre de Antonio Roldán el que hace vibrar los corazones de esta multitud, que ha llenado de tope en tope la Arena México, en esta jornada final -26 de octubre del torneo boxístico de los Juegos Olímpicos de 1968,
Dicen que afuera hay más, más de los 20 mil aficionados aquí reunidos, aquí estrujados, aquí impacientes...
Porque ya el peso mosca Ricardo Delgado ha dado al pugilismo mexicano su primera medalla de oro en un torneo olímpico, llevando al público al paroxismo... Y ya ha aparecido la figura de Antonio Roldán, nuestro peso pluma, allá, en lo alto del pasillo; Roldán y su mirada penetrante, su nariz aquilina, su pelo azabache cayendo en un fleco sobre la frente, su avanzar nervioso, su rostro tenso...
"¡Roldán!, ¡Roldán!, ¡Roldán! ¡México! ¡México!, ¡México! Banderas tricolores por doquier. Expectación.
Roldán y sus problemas con el peso... Roldán y sus cejas de papel...
Roldán y su rudimentario estilo...
Pero... ¡Roldán y sus pantalonzotes, compadre!
Antonio Roldán:
- Fue increíble. Nunca he visto algo similar. Sí: afuera había más gente que adentro. Incluso, cuando llegamos no podíamos entrar porque el público nos rodeó, nos apretó-. Quería hacernos sentir que nos apoyaba, que aunque perdiéramos estaría con nosotros; que ya teníamos seguras las medallas de plata... Ese día, hasta el presidente Gustavo Díaz Ordaz nos alentó. Nos envió un telegrama. Nos decía que teníamos todo su apoyo moral y que afrontábamos una gran responsabilidad con nuestro pueblo; que esperaba de nosotros no la obligación de una victoria, pero sí la obligación de dar nuestro máximo esfuerzo... Y ya estaba yo ahí, en el centro del ring, sintiendo la presión. La gente gritaba mi nombre, enardecida. Minutos antes, Ricardo había ganado la medalla de oro en peso mosca, y eso me obligaba aún más. La afición quería vivir otra vez el momento de la victoria, de la premiación, del himno, de la bandera... Y yo también.
El rival sería Alfred Robinson, un fino boxeador de color, nacido en Estados Unidos. Ya había sido derrotado por Antonio Roldán meses antes, en un torneo celebrado en Las Vegas.
Roldán:
- Pero ahora se había preparado, y muy bien. Era un buen boxeador. Resistía y pegaba fuerte. Sin duda, el contrincante más peligroso que podía haber enfrentado en aquella final. En mi esquina, la roja, Enrique Nowara me dijo: "inicia con calma; lo más importante será que cierres bien. Este gringo no será nada fácil, pero tú estás preparado para ganar, y hasta puedes noquearlo".
Se escucha el sonido del gong.
Y el ronco rugido de la multitud.
Primer round.
Describe Roldán el combate:
- Ese primer asalto fue muy tranquilo. Yo no me empleé a fondo. Seguía al pie de la letra las indicaciones de mi esquina. Esperaba cerrar con todo el corazón por delante, confiado en mi buena condición física.
En el segundo round, Robinson se me dejó venir con mucho coraje, y no tuve más remedio que rifármela. Lo paré con dos buenos ganchos al hígado. Pero él siguió, ahí, terco, forzando los cambios de golpes que eran coreados por el público. Entraba muy cerrado y me dio dos cabezazos que ameritaron que se le llamara la atención. Pero él ni caso hizo. Estaba ensimismado en vencer, como todo a que] que sube al ring, y seguía &y plan de pelea. No lo niego: me dio buenos golpes a la cara; no muy fuertes, pero sí muy precisos. El combate era duro, de poder a poder. El trataba de golpear arriba, y yo abajo, recordando la teoría boxística aquella, de que los negritos no aguantan el golpeo al cuerpo... Y la verdad sí sentía que lo iba minando poco a poco.
Faltaba como un minuto, quizá menos para que acabara ese round, cuando Robinson entró mal, tan mal que me dio un cabezazo más, sólo que éste me abrió la ceja y la sien. Fue una herida como de cuatro centímetros. De inmediato me empezó a brotar la sangre. fue impresionante. El doctor subió rapidísimo al ring. Me limpió con mucho cuidado y dijo que yo no podía continuar. El momento fue confuso. Robinson y los gringos pensaron que tenían la victoria. Pero los jueces lo descalificaron. Me dieron la decisión técnica. Yo, la verdad, no me sentí bien; no era posible que ganara o perdiera así... Quería seguir. Los doctores dijeron que de haber continuado el combate, hubiera estado en peligro de perder el ojo.
De cualquier manera, todo estaba decidido.
Antonio Roldán era campeón olímpico.
Subió a lo alto del podio. Le fue colocada la medalla de oro. Y, bajo los acordes del Himno Nacional, fue izada nuestra bandera... ¡Por segunda ocasión en esa noche!
Roldán:
Como que no podía creerlo. En mi carrera como aficionado había oído unas quince veces el himno, aquí y en el extranjero. Pero ese día, en ese momento, lo escuché como nunca. .. ¡No, como que no era el mismo himno! ¡Como que era otro!... La gente lo cantó a coro. Fue un momento sublime. Sentía como que no era yo quien estaba en el podio. Y hasta tenía miedo de cerrar los ojos porque sentía que si me dormía todo eso que estaba viviendo se me iba a olvidar. ¡Hasta las lágrimas se me salieron! Era el último deportista mexicano que daba una medalla a nuestro país en aquellos nuestros Juegos, y ésta era de oro
Se pone en guardia. Mueve los brazos. Finta a un rival imaginario.
- ¿Boxeador, yo?. . .
Ahora lanza un disparo a gol, con la pierna derecha.
- ¡No hombre! ... A mí me gustaba el futbol. Soy Chiva de corazón y, cuando chamaco, mi mayor ilusión era llegar a vestir la casaca del Guadalajara
A la orilla de un ring, ese cuadrado entre doce cuerdas que le dio tantas vivencias -Antonio Roldán es ahora un novato entrenador de incipientes peleadores- va narrando la historia.
Desde los comienzos. Desde los días aquellos, de humilde infancia, de las peleas callejeras en la colonia Atlampa... Desde aquellas mañanas en las que saliendo de la primaria, se lanzaba en veloces carreras hacia ninguna parte.
Roldán:
- Lo único que yo quería era correr. Lo hacía porque me ayudaba a tener buena condición física para jugar futbol, que era mi pasión. La movía, sí, de verdad que no lo hacía tan mal. Era centro delantero en el Cuautitlán, que después llegó a competir en la Tercera División. Era hombre de área, goleador, rápido y entrón. Y a cada partido jugado, me decía a mí mismo que había sido un paso más hacia la conquista de mi meta: alinear con las Chivas.
Pero también era un fogoso chiquillo de bravos combates callejeros, que sentía admiración por su padrino, Armando Jaimes, peleador estelar de funciones de media semana en la Arena Coliseo. Varias veces lo había acompañado hasta aquellos pestilentes salones de los baños del Jordán, donde Jaimes entrenaba con el equipo del Cuyo Hernández. Sin imaginarse jamás cuál sería su destino, Antonio cargaba la maleta de su padrino, observaba cuidadosamente los entrenamientos y después, en el barrio, ponía en práctica lo que había visto.
Hasta que, un día, Jaimes le hizo la invitación formal:
- Mira, ahijado... ¿Por qué no te metes al boxeo? Yo sé que te peleas hasta dos o tres veces por día y si vas a seguir así, mejor aprende a defenderte porque te va a hacer falta. Canaliza bien esos impulsos que tienes...
Roldán:
- Me convenció. Yo era un chavo impetuoso, valiente, al que le encantaban los golpes. Así que comencé a entrenar, y me gustó mucho el boxeo. Nomás que como me quedaba muy lejos el Jordán, preferí buscar un lugar en el estado de México, porque, aunque yo vivía en la San Simón, me crié en la colonia Atlampa. Practiqué unos meses en ese gimnasio, pero corno mis entrenadores no me querían debutar, pues que me decido y que me presento ante aquel promotor de Tlalnepantla. Ahí comenzó todo.
A principios de 1965, Antonio se inscribió en los Guantes de Oro. Todavía no cumplía los 16 años, y obviamente no tenía experiencia, aunque, dice de sí mismo: te pero con un corazón así de grande, que me hacía dar todo en cada pelea".
En ese torneo, que fue semillero de los mejores peleadores mexicanos de varias épocas, Roldán conoció, entre otros, a Rubén Olivares -a quien posteriormente uniría un compadrazgo- y a Carlos Ceballos, chamacos inquietos, traviesos, a los que se llamó la tercia del club Casanova", filial del equipo del Cuyo Hernández en lo que se refiere a pugilismo de aficionados.
Olivares y Ceballos fueron monarcas en sus respectivas divisiones. Roldán fue subcampeón, pero gustó su arrojo al practicar el pugilismo. Se había definido: sería fajadorazo, de estilo huracanado. Argumentos boxísticos que, de ahí en más, en todo combate suplirían su no tan depurada técnica.
Ya los sueños de ser futbolista, de vestir aquel famoso jersey a rayas blancas y rojas, habían quedado en el olvido.
Sólo existía el boxeo en la vida de Roldán.
Sin problemas, porque en cuanto sus' padres se enteraron de que el pugilismo se había metido en la piel de su hijo, lo instaron a que abrazara con toda seriedad esa profesión, y a que entrenara con el Cuyo Hernández y su asistente principal, el Chilero Carrillo. El se resistió durante algún tiempo: "primero quería hacerme de un nombre; sería hasta entonces cuando me presentara ante ellos".
Roldán, pues, ganó varios torneos.
Y entonces se presentó con el Cuyo.
Y así, casi sin sentirlo, ya era preseleccionado nacional.
Le robaba tiempo al tiempo. Como no pensaba en el boxeo profesional para sobrevivir, Roldán trabajaba como obrero en una fábrica en Atzcapotzalco y entrenaba por las tardes. Los estudios habían quedado atrás.
Fue inscrito en la 1a Semana Internacional, previa a los Juegos Olímpicos. Pudo haber sido campeón. Pero...
Roldán:
-Justamente dos días antes de la final murió mi padre. Y me desmoralicé muchísimo. La verdad es que no, no le eché muchas ganas y perdí ante el francés Jean Louis de Souza, quien era buen peleador, pero me quedé con la impresión de que pude haberlo derrotado, y hasta fácilmente, si no hubiera andado tan apachurrado.
En 1966 fue seleccionado para asistir a los juegos Centroamericanos y del Caribe, que se celebraron en San Juan, Puerto Rico, donde conquistó la medalla de bronce. Fue costosa aquella victoria que le aseguró la presea: se fracturó la mano derecha y ya no pudo disputar la semifinal.
En ese mismo año ganó la 11 Semana Internacional, y participó en varias confrontaciones en California, en Texas, y en torneos europeos. Acumuló un buen número de triunfos sobre rivales de importancia.
Roldán:
- Ya en ese entonces me consideraban como un buen prospecto y era de los firmes candidatos a formar parte del equipo olímpico. Pero mí mayor problema no eran los rivales, sino dar el peso pluma. Eso, y aquel ocasional dolor del corazón, era lo que más me preocupaba.
Sobre todo porque los doctores me decían que el corazón me dolía porque me latía muy rápido, y que no era aconsejable que yo fuese boxeador. Me querían sacar del equipo. Lo bueno fue que pasé, una tras otra, todas las pruebas médicas a las que fui sometido... Y lo del peso: francamente, sí tenía que sudar para eliminarlo, pero lo hacía. ¿Cómo?... Me echaba un vaporazo y perdía hasta seis kilos. Incluso Ricardo Delgado, Agustín Zaragoza y. Joaquín Rocha, entre otros que me acompañaban al vapor, se salían, asustados de mi aguante. Yo me metía hasta dos horas en el vapor. Y como si nada... Y es que, si no lo hacia, pues simplemente no podía cumplir mi gran anhelo, que era el de participar en los Juegos Olímpicos. Yo se lo había prometido a mi padre, agónico, y primero me moría en la raya que faltar a aquella palabra empeñada.
CUANDO DE OBSTACULOS
SE TRATA
No serían, ni corazón ni báscula, los únicos obstáculos de Roldán para integrar el equipo olímpico de boxeo.
Un par de meses antes de los Juegos, los dirigentes de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur tenían dudas, aún, de si debiera ser Roldán el peso pluma olímpico porque ahí estaba Benjamín Ibáñez, con méritos similares y, quizás, mejor peleador.
Así que decidieron que Roldán e Ibáñez disputaran, en dos combates, aquel privilegio.
Roldán:
- En la primera le gané una clara decisión. Y en la segunda, ya con mucho coraje porque él no quería pelear, me quité la careta protectora, que me aviento con todo y que lo noqueo. Le di tan duro, que después hasta me arrepentí. Porque el Benja era buen cuate, muy amigo... Pero esa es la esencia del boxeo: arriba del ring hay que olvidarse de todo; porque enfrente uno ve sólo un adversario.
Una promesa ya había sido cumplida.
Pero Roldán tendría que redoblar esfuerzos porque, después de haber ganado a pulso su inclusión en el equipo, también se comprometió con su madre: ganaría, para ella, una medalla en los Juegos Olímpicos. Sería su forma de resarcirla por el mal momento que le hizo vivir aquel día en el que ella quiso festejarlo por su designación.
Roldán:
- Ya a unos días de la inauguración de los Juegos, fui a mi casa. A mi madre le dio tanto gusto saber que había clasificado y que formaba parte del equipo, que me preparó una gran comida... ¡No lo podía creer... Una comida! A mí, que llevaba una dieta muy estricta; a mí, que comía menos que un niño de tres años y que, incluso, hasta pena me daba que me vieran devorar un trozo de carne que, de tan chiquito, de un bocado me lo engullía. Esa maldita dieta me ponía tan nervioso y tan malhumorado que, sin medir las consecuencias, sin siquiera tratar de entender a mi madre, le grité: ¡Cómo me sirves esto! ¿Que no sabes que estoy a dieta y no puedo comer nada?. Aventé el plato y me paré de la mesa. Mi pobre madre se soltó a llorar. Y yo, en esos momentos de ceguera, de gran tensión, no fui capaz de conmoverme. Mis hermanos trataron de intervenir, pero también les grité. Defendieron a mi madre. ¡Está bien! -les dije-. . . Ya, ya no se preocupen. No voy a pelear. . . Quería culpar a alguien de todos los demonios que traía en mi interior.
Ese día, caminé por un buen rato antes de regresar al CDOM. Analicé todo cuidadosamente y comprendí que eran mis problemas con el peso, esa maldita dieta, lo que me tenía tan de mal humor. No vale la pena, pensé. Es mejor que esto acabe de una buena vez. Y fui a recoger mis cosas. Pero, como ya era tarde, decidí quedarme. a dormir. Al día siguiente informaría a mis entrenadores; nada más imaginaba la cara que iban a poner. También pensaba en mi madre y en el dolor que le había causado. Y ya se me hacía tarde para que amaneciera y así poner todo en orden.
Pero mi madre se sintió mal esa noche y al día siguiente, muy temprano, cuando apenas estaba arreglando mis cosas, mis hermanos fueron a verme, me hablaron de la salud de mi madre, de que ella se sentía culpable de que yo me saliera del equipo. Me pidieron que no lo hiciera, que recapacitara. Y yo allí, en la duda, hasta que de repente oí la voz de los entrenadores: ¡ya es hora de trabajar! Y, pues a trabajar. Les dije a mis hermanos que no se preocuparan, que yo continuaría en el equipo. Les pedí que, en mi nombre, ofrecieran una disculpa a mi madre, que le dijeran que competiría por ella, y que le prometía una medalla... Días después fui a la casa, pedí perdón a mi madre, regresé con su bendición... Y con el peso de recordar que una vez más había comprometido mi palabra ante un ser sagrado para mí. Así que no me quedaba de otra: ¡tenía que ganar una medalla!
Debut olímpico: martes 15 de octubre de 1968.
Primera víctima: Hwad Abdel, de Sudán, peleador fuerte y rápido. Decisión de 5-0.
Y, entre el sabor dulzón del triunfo, la hiel de un comentario de Vicente Saldívar -en ese entonces en un receso en su carrera- que irritó a Roldán:
Vicente Saldívar era mi ídolo, pero me dieron mucho coraje unas declaraciones que hizo después de mi pelea, allí, en la propia arena dijo que yo no tenía mayor porvenir, que no ganaría una medalla, que era medio malito ¿Cómo era posible que dijera eso? El había tenido la oportunidad de ir a unos Juegos Olímpicos -Roma, 1960- y no había tenido suerte ¡Por qué criticaba ahora a un compatriota- Desde ese momento, Vicente Saldívar se derrumbó del pedestal en que yo lo había colocado.
El jueves 17, segunda victoria: decisión sobre el irlandés Edward Tracey, por 4-1.
No obstante, Roldán:
- Pero yo estaba más preocupado en contestarle a Vicente que en hacer comentarios de esa pelea. Y en la conferencia de prensa, que me lanzo contra Saldívar, porque consideré que lo que había dicho era ofensivo... Incluso lo reté públicamente. Pero después habló conmigo y me aseguró que todo se había debido a la malinterpretación de un periodista; que realmente estaba muy apenado por lo sucedido, Y que se alegraba de que yo estuviera ganando.
Total que, por la intervención de un reportero, amigo mutuo, todo quedó en un apretón de manos.
Martes 22, tercera víctima: Valery Plotnikov, de la URSS. Decisión de 4-1.
¡Había sido cumplida la promesa hecha a su madre! Roldán aseguraba, ya, cuando menos la medalla de bronce.
Jueves 24, semifinales. Cuarta víctima: el keniano Philip Waruingi, por 3-2, en gran combate.
Roldán:
- En esa pelea fui más valiente que en ninguna otra. Había que echarle todo el corazón, porque el negrito, aparte de que era un gran boxeador, también sabía cambiar golpes. Fue una decisión de 3-2, apretada, sí, pero justa.
Asegurada, ya, cuando menos, la medalla de plata.
Antonio Roldán, en el umbral de la gloria.
Dentro de dos días subirá al ring a disputar el oro. En los diarios se habla de él y de Ricardo Delgado, el otro Finalista mexicano. De éste se destaca su técnica; de Roldán se dice: te es un valiente de¡ ring; un boxeador todo corazón".
El viernes fue un día de descanso. Un oasis en plena batalla. Roldán recibió la visita de sus familiares. Y buena parte de la tarde la invirtieron en leer los cientos de cartas escritas por gente que quería desearle suerte, que quería felicitarlo por lo ya logrado y alentarlo a dar el paso final.
Roldán:
- Por motivaciones no paraba, pero eso no era mi problema. Acaso, más que a Alfred Robinson doble combinación de A.R. en las iniciales de los finalistas-, yo le tenía miedo a la báscula. Y es que aquello era desesperante, porque a pesar de que seguía al pie de la letra todas las instrucciones de mis entrenadores, inexplicablemente subía de peso. Así que tuve que echarme el último vaporazo para llegar a la final. Nuevamente tenía que secarme para poder pelear. Los médicos insistían en que dejarme subir al ring en esas condiciones era riesgoso. Querían suspender el combate. Tuve que suplicarles: déjenme, por lo que más quieran.... Tengo que ganar una medalla.
Y lo decía porque me tenía una gran confianza. Conocía muy bien a mi rival, a quien poco antes había vencido en Las Vegas. Se había preparado mejor para los Olímpicos, pero yo sabía que no podría detenerme. Incluso, sus entrenadores iniciaron una guerra sicológica: Empezaron a insultarme, a decirme que esa medalla de oro se iba a ir a los Estados Unidos. Y yo, que necesitaba poco para picarme, pues que me enciendo. Y ya, ya se me hacía tarde porque llegara el momento de la pelea. Enrique Nowara y Casimiro Mazek -los experimentados entrenadores poloneses al frente del equipo- se dieron cuenta de la treta y luego luego hablaron conmigo, muy tranquilos:"las peleas no se ganan hablando", me dijeron. Tú ganarás porque eres mejor que él y porque no puedes ni defraudarte a ti mismo ni a todo un país que espera tu victoria...
El combate final.
La victoria.
Todo aquello.
Y una amargura. Esta:
- Robinson fue descalificado y, no sé, no me gustó ganar así. Incluso, me sentí mal cuando le retuvieron la medalla de plata en la ceremonia oficial. Decían que un deportista que había cometido una agresión, en este caso aquel golpe con la cabeza, no merecía una medalla. Fue muy injusto aquello. El se agachaba porque le dolían los golpes que yo le daba a los bajos, no porque tuviera malas intenciones; por eso, para rendirle homenaje, Ricardo Delgado y yo viajamos a Las Vegas en 1969, y asistimos a una ceremonia especial en la que a Robinson le fue entregada aquella medalla... Qué buen peleador era. ¡Y qué fuerte, también! Era un pluma, pero fácil parecía un welter. Y lo increíble: en 1971, Alfred murió de anemia. Nunca lo comprendí. Y de verdad que me dolió su muerte.
Pero sonríe Roldán:
- Y tanto les dolió esa derrota a los gringos provocadores, que en el libro de Life donde aparecen todos los campeones del boxeo olímpico, no incluyeron mi foto. Les dolió, vaya que si les dolió.
Volvamos, volvamos a aquella noche del 26 de octubre de 1968.
Volvamos a la felicidad de Roldán.
- De la arena, como ya era de noche, me llevaron con Jacobo, el de la televisión. Y a él también se le salieron las lágrimas; estaba, como muchos mexicanos, emocionado por esas dos medallas de oro. Me entrevistó y hasta mis familiares salieron en el programa.
Tenía, Roldán, apenas 19 años de edad.
Tan inexperto era, que puso en peligro su medalla.
Fue así:
- El día de la clausura me emocioné tanto que llevé la medalla al estadio de la Ciudad Universitaria. Y de pronto me espanté: la gente me identificó y me paseó a hombros por la pista y por la cancha... Y yo que no soltaba mi medalla. ¿Qué tal si la pierdo entre tanta gente que me abrazaba y me apretujaba?
AQUELLA RELACION
CON GUSTAVO DÍAZ ORDAZ
Sobrevinieron los momentos de reconocimiento colectivo.
Uno de los primeros en felicitar a Antonio fue el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Recuerda Roldán:
- Cuando terminaron los Juegos me pidió que fuera a verlo a Los Pinos. Me regaló un taxi y una casa, en la Prado Vallejo, que ahora Pertenece a mi madre. Y me pidió que fuera a verlo cuando quisiera, por lo que dio órdenes de que cuando yo fuera a Los Pinos no me entretuvieran tanto en las antesalas. Me decía que esa era mi casa y que sus puertas siempre estarían abiertas para mí. Yo iba a verlo con cierta frecuencia. Ya los guardias me conocían y luego, luego me franqueaban el paso.
Por eso, cuando don Gustavo se fue a España, le escribí una carta preguntándole cómo estaba. Y me la contestó. Me decía que estaba bien y que recordaba, con alegría, aquellos gratos momentos del '68... De verdad me dolió mucho su muerte. Lo recuerdo siempre como un gran hombre, sincero, entusiasta y cariñoso con nosotros los deportistas.
Un año después de aquella victoria olímpica y como muchos otros púgiles olímpicos; que le precedieron, Antonio Roldán enfiló sus; pasos hacia el boxeo profesional.
Era, a los 20 años, y por usar un término boxístico, una garantía de taquilla para cualquier promotor: valiente, espectacular en su boxeo huracanado, dueño de una insuperable condición física y, sobre todo, dueño también de una medalla olímpica.
¿En contra?
La fragilidad de sus cejas.
Fueron problema para él desde su debut mismo.
Sangraba de ellas cuando le fue otorgada la decisión sobre el moreno estadounidense Carl Williams, al que venció en tórrido combate en ligero junior. Esto aconteció el 19 de febrero de 1969. Escenario: la plaza de El Toreo, en Cuatro Caminos.
Según Roldán, la desaparición de los promotores George Parnassus y Pablo B. Ochoa, para quienes era una carta importante, le privó de realizar una mejor carrera en el boxeo de paga. "Porque después de que ellos se fueron, todo se volvió un desgarriate. Y yo como que me desanimé".
Narra Roldán una anécdota:
- Un día no tomé muy en serio el anuncio aquel de que actuaría en Los Angeles, en una función encabezada por una doble pelea de campeonato mundial: mi compadre Rubén Olivares contra Chucho Pimentel, y Mantequilla Nápoles contra Hedgemon Lewis. Que se hacía la función, que si no, y yo que me pierdo, que me destrampo, pues. Y que me buscan: "agarra tus cosas porque mañana sales a los Estados Unidos. En una semana peleas". Y que me voy...
Ya en Los Ángeles y después de instalarme en un hotel, salí a buscar un parque para correr. Y así, de repente, me vi envuelto en un broncón: unos agentes del FBI me detuvieron decían que yo era un contrabandista dominicano, y no cedieron a pesar de que les explicaba que era un boxeador y que iba a pelear en unos días. Nunca me creyeron. Decían que mis papeles eran falsificados, y que me llevan a, sus oficinas. Allí me humillaron a su gusto. Y ya después, cuando todo se aclaró, por temor a que me deportaran no la hice más grande. Alguien me dijo que pude haberlos demandado y ganar mucho dinero. No lo hice y, pues, ni modo.
Así que, de hecho, con sólo dos días de verdadera práctica me presenté a la pelea. Mi compadre Olivares y el negro Mantequilla habían ganado sus combates. Yo subí en la pelea final. Mi rival era el Mulato Zúñiga, quien le dio una felpa de lo lindo en los dos primeros rounds. Y que me enciendo. Me olvidé de que no tenía condición, de mis cejas de papel y de todo lo demás, y del tercero al décimo nos dimos sabroso. Al final, la afición nos arrojó monedas al cuadrilátero. La decisión fue para Arturo, pero creo que lo más justo hubiera sido un empate".
Tiempo después, nueva derrota, ahora ante Mando Ramos.
Y ya.
No había amor por el boxeo profesional.
Roldán:
- No, no era lo mismo. Existía en mí el interés por el dinero, pero había perdido aquellas ilusiones que tanto me alentaban en el pugilismo de aficionados. Me fui alejando poco a poco y en 1975 sostuve mi última pelea. Nadie supo que jamás volvería a verme sobre un ring.
¿QUE VEINTIDÓS AÑOS
NO ES NADA?
Han pasado veintidós años desde aquella gesta.
Roldán se mantiene en forma. Sus cejas, su frente, quedaron marcadas por la huella imborrable del boxeo y su crueldad.
Pero el campeón olímpico mantiene el buen humor, el espíritu jovial.
Contrajo matrimonio inmediatamente después de retirarse. Su esposa es la maestra Teresa Badillo. Sus hijos: Marco Antonio, Juan Pablo y Yuset.
Antonio se dedica a la venta de artículos deportivos y, ya lo hemos dicho, es un aspirante a entrenador de boxeo.
- ¿Con aquél espíritu de los 15 años?
- ¡Con aquél!... Pero sin mentiras.
Ríe Roldán con su risa franca y sonora.
Se despide.
Dice:
- Estoy seguro de que México puede volver a tener campeones olímpicos, porque su tierra es cantera de buenos deportistas. ¿Qué se necesita?... Primero, tener apoyo, mucha decisión para . trabajar, y un ideal como el que nosotros tuvimos hace 22 años y que nos llevó a la victoria: poner en lo alto el nombre de nuestro país.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Felipe Muñoz Capamas
Medallista de oro
México 1968
Natación
Nadie como él mismo, estaba convencido de que sería campeón olímpico.
Y lo sería en México, ante su propia gente.
Días antes del gran momento, dicho ante unos amigos:
O gano o me ahogo.
Vivido en los momentos previos al gran momento:
Impera el nerviosismo en el vestidor de aquellos ocho finalistas en los 200 metros de nado de pecho, en los inolvidables Juegos de México 68.
- Irrumpe Nelson Vargas en el camerino. Fuma. Luego tira el cigarrillo e intenta dar un masaje a Felipe Tibio Muñoz. Pero no acierta a hacerlo.
Hasta que le dice el nadador:
- Mejor ya no me dé masaje, profe. Mire nomás cómo le tiemblan las manos. Me va a poner más nervioso a mí. No se preocupe: ya le he dicho que a éstos les voy a ganar.
Segundos previos a la final:
Se acerca don Felipe, Muñoz al rostro de su hijo, lo toma suavemente por el cuello y le dice, en tono cariñoso:
- Hijo, no te preocupes... El haber pasado a la final ya es grandioso. El lugar que ocupes ahora. es secundario; diste una gran satisfacción al pasar como primero en las eliminatorias y hoy la gente viene no a verte ganar, sino a verte dar un buen esfuerzo...
El Tibio escucha pacientemente aquellas palabras. Pero apenas ha terminado su padre de decirlas cuando, en un vigoroso movimiento, se aparta de él y con gran firmeza en la voz exclama:
- No, papá... ¡Yo voy a ganar!
Y se va a la piscina.
Cuando cruza aquella puerta, el griterío es estremecedor: Mé-xi-co, ¡Mé-xi-co, ¡Mé-xi-co"...
Y con los pies golpea la multitud, rítmicamente, el piso de las colmadas tribunas.
Exige un vencedor.
Un vencedor mexicano.
Lo tendrá.
Palabra de Tibio.
Era un competidor nato.
Dice de él su hermano Javier:
- Era algo más que eso. Era un líder en todo lo que emprendía. Y ejercía el liderazgo a través de su entusiasmo, de su buen humor, de su entrega total en todo aquello que acometía.
Opina Felipe:
- Yo era muy inquieto, muy travieso. Y me encantaba todo lo que implicara competencia: futbol, béisbol, basquet, tocho, canicas, trompo, balero. A todo le entraba. A juegos y a deportes. Incluso, me gustaba más practicar el deporte con los muchachos más grandes que con los más pequeños, porque así me obligaba a un esfuerzo extra.
Vivía, la familia Muñoz Capamas, en la colonia Roma.
Y al descubrir la alberca del club Vanguardia -apenas 18 metros de largo-, Felipe cambió sus costumbres: allí iba a divertirse, no a competir, no a vencer.
Recuerda su madre, doña Areti Capamas:
- Era preferible tenerlos en un club a que anduvieran nada más jugando en la calle-. Felipe tenía 12 años nació en el Distrito Federal el 3 de febrero de 1951- e iba con sus hermanos menores, Javier y Sergio. Pero a él, pese a que no era muy alto, le gustaba más el basquetbol.
En el Vanguardia, la natación era atendida por Arturo Rivera, quien, más que entrenador, era un salvavidas, y trabajaba también en la Unidad Independencia, del IMSS.
Sería Rivera quien llevara al Tibio a su primera competición formal, apenas a los doce años de edad: lo escogió para representar al Vanguardia en una prueba a lo largo de 25 metros, en la ceremonia de inauguración de la alberca de la Unidad Independencia; la presencia del presidente de Estados Unidos -en visita oficial a nuestro país-, John F. Kennedy, dio un gran realce al acto. Fue él quien puso en marcha aquella piscina que, con el tiempo, se convertiría en uno de los mayores y más importantes semilleros para la natación mexicana.
Felipe:
- Me encantó competir en esa alberca. La veía grandota, grandota, como un océano. Y desde entonces decidí comenzar a nadar más en serio; decidí, de hecho, comenzar una carrera en la natación.
Nació, allí, su apodo.
Porque Felipe se quejaba constantemente: o el agua estaba demasiado caliente, o demasiado fría. Sus compañeros comenzaron a llamarle el Tibio y a odiarlo el director de esa unidad, el profesor José García Cervantes -quien, de 1966 a 1970, fue presidente de la Confederación Deportiva Mexicana-, con el que sostenía frecuentes discusiones.
Pronto encontraría el profesor la manera de vengarse de las que él consideraba impertinencias de aquel chiquillo:
A principios de 1966 -el Tibio iba a cumplir 15 años de edad- y en la Unidad Independencia, se llevó a cabo un torneo selectivo para integrar el equipo del Distrito Federal que iría a Austin, Texas, para sostener un dual meet contra la selección local. Viajarían los cuatro primeros de cada prueba. Y Felipe finalizó en cuarto lugar en los 100 metros de pecho. No obstante, García Cervantes intervino e Impidió su viaje. Su lugar fue ocupado por Gustavo Salcedo.
No lo supo el profesor pero ese día empezó a perder a un futuro campeón olímpico
Todo culminó con el desquite del Tibio.
- Me sentía tan impotente, estaba tan irritado por no haber sido seleccionado para-ir-, a Austin pese a haber ganado mi lugar, que fui al estacionamiento, busqué el coche de García Cervantes y me hice pipí en la manija de la Portezuela. Cuando el profesor se enteró, me corrió de la Unidad.-
Felipe se refugió, entonces, en la Unidad Morelos -también del IMSS-, donde el entrenador era el profesor Nelson Vargas, quien llegó a jugar basquet en el Vanguardia y a quien veía trabajar en la Unidad Independencia como responsable de la natación. En ese tiempo, Vargas Basáñez ya había formado un equipo de nado que empezaba a ser reconocido por varios triunfos en competencias locales.
Eran, mutuamente, lo que el otro necesitaba. Y por eso la amistad entre Nelson y el Tibio se acrecentó día a día.
Felipe:
- El Profesor pasaba por mí todas las mañanas a las cinco. Yo vivía en las calles de Mitla, en la colonia Vértiz-Narvarte el profe en la Clavería. Así que era una larguísima excursión todos los días: pasaba por mí, por mis hermanos y por otros nadadores y nos llevaba a la Unidad Morelos. De ahí nos íbamos a la secundaria Isaac Ochoterena, regresábamos a la alberca y por la noche, Nelson nos iba a dejar allá por Buenavista, donde mi madre trabajaba en el departamento administrativo de una línea de autobuses. Ya de ahí nos regresábamos solos a la casa, en camión o en taxi.
A mediados de 1966 y ya con el estadounidense Ronald Johnson como uno de los entrenadores del equipo nacional que se adiestraba para intervenir en la próxima Olimpiada -México 68-, Felipe fue convocado al Centro Deportivo Olímpico Mexicano, como seleccionado del IMSS. Ahí, el Tibio alternaría con nadadores como Juan Alanís, Rafael Hernández, Guillermo Echevarría, Maritere Ramírez, Laura Vaca, Gabriel Altamirano Y otros, quienes tenían -a diferencia del recién llegado un nutrido historial deportivo.
La presencia de Johnson había creado una gran controversia porque él fue contratado por Josué Sáenz, en ese entonces presidente del Comité Olímpico Mexicano, mientras que Javier Ostos, titular de la Federación Mexicana de Natación, había invitado al húngaro Bela Raky, a quien varios nadadores y clavadistas acusaban de ser más un entrenador de polo acuático que de natación.
Por supuesto, la decisión de Sáenz no fue del agrado de Ostos Mora. Y surgieron fuertes divergencias. Fueron los mismos nadadores quienes, rápidamente, pidieron que se solucionaran los problemas. Ostos Mora sugirió que Raky se hiciera cargo de los más aventajados -como Guillermo Echevarría, Gabriel Altamirano, Mario Santibáñez, Juan Alanís, Salvador Ruiz de Chávez y Luis Alberto Acosta, entre otros-, con el auxilio de los entrenadores Manuel Echevarría -padre de Guillermo y Jorge Villegas y que Johnson estuviera al frente del equipo femenil y de los novatos del IMSS, encabezados por Felipe Muñoz, Victoria Casas, Jorge y José Luis Rueda y Marcia Arriaga, por nombrar a unos cuantos, con Nelson Vargas como auxiliar.
La moción fue aceptada, no obstante que se advertía a las claras la jugada de Ostos Mora...
Y todo mundo a trabajar en santa paz. Y de prisa, porque ya sólo faltan dos años...
Raky optó por la sofisticación y previamente a los Juegos Panamericanos de Winnipeg - 1967-, llevó a su grupo a entrenar a Isla Margarita, Hungría, por casi tres meses.
Johnson y los suyos trabajaban aquí, en largas y agotadoras sesiones de entrenamiento a marchas forzadas.
El técnico estadounidense tenía ya a un claro candidato para los 200 metros de nado de pecho. Era aquel jovencito de 16 años a quien le decían el Tibio. No era precisamente un dechado de facultades pero, a cambio, era un ejemplo de perseverancia; uno de los pocos que soportaban, sin pestañear, las severas jornadas de prácticas. Su propia disciplina era férrea y sobresalía por sus deseos de ser mejor cada día, lo que realmente lograba.
Ya desde entonces, quizás sin tomar conciencia de ello, daba el Tibio las primeras brazadas hacia una medalla olímpica.
No obstante, Felipe no dejaba de ser aquel chiquillo inquieto. Nelson Vargas recuerda dos anécdotas que antecedieron a la justa de octubre de 1968, ambas en Oaxtepec, durante la concentración.
La primera:
- Había un severo control sobre el peso de los nadadores, quienes, como es normal por las fuertes prácticas y por el sofocante calor estaban ávidos de comer un helado. Varios de ellos se dieron cuenta de que en el restorán -La Meseta- faltaba un vidrio y habían localizado unos botes de helado, así que prepararon sigilosamente un ataque nocturno.
Esa noche, Ronald y yo nos quedamos revisando las series para el fin de semana, cuando escuchamos ruidos y varios silbatazos de los guardias. ¿Qué pasa?, nos preguntamos, y salimos corriendo. Nos imaginábamos lo peor.
Cuando llegamos al comedor nos enteramos de que Felipe y varios más entraron por aquella ventana sin vidrio, tomaron los botes de helado y al ser descubiertos, se echaron a correr. Sólo que Felipe decidió no soltar el botín y se fue por el otro lado y ¡cruzó por donde sí había un ventana, ¡y la rompió! Fue increíble, pero no le pasó nada. Ni un rasguño. Nada. Cuando lo encontramos estaba pálido, todavía con el bote entre las manos. Les fueron recogidos los helados. Nosotros tuvimos que suplicar a los guardianes que no reportaran lo sucedido. De haberlo hecho, simplemente nos hubieran corrido... No, no hubo ningún castigo para ellos. Pero, al otro día, el entrenamiento fue una hora más temprano, mucho más fuerte y se acabó una hora después.
La segunda:
- Sucedió algo que nos puso a temblar: estábamos en la alberca cuando de repente se descompuso el clorinador, por lo que decidieron purificar el agua con mangueras, que vaciaban directamente el cloro.
En una de las series, no recuerdo si fue Felipe o Marcia Arriaga quienes nadaban en el mismo carril, pero uno de ellos arrancó accidentalmente la manguera y cuando Felipe llegó a la orilla, en el pechazo al máximo esfuerzo, involuntariamente tragó cloro.
De inmediato lo llevamos al servicio médico, pero era insuficiente. Se puso grave. Y nosotros desesperados. Se iba... Total, que acabamos en Cuautla porque requería de una mejor atención médica. Finalmente, gracias a Dios, se salvó... ¡Pero fue un sustazo!
Anécdotas y sustos aparte, se había cumplido al pie de la letra, con milimétrica exactitud, el plan de trabajo.
Llegaba, ahora, el momento de la verdad:
Se enfrentarían en un interesante duelo interno, los discípulos del grupo encabezado por Raky, y los pupilos del equipo que comandaba Ronald Johnson.
El resultado, a favor de estos últimos, fue apabullante.
Ronald Johnson -asesorado principalmente por Nelson Vargas y Manuel Echevarria- fue designado entrenador nacional.
Bela Raky regresó a casa.
La gran prueba que culminaba el proceso selectivo diseñado por Johnson, sería el torneo internacional de Santa Clara, famoso por la caidad de quienes en él compiten. Se decía que una final de Santa Clara tenia más importancia que una final olímpica.
Ahí en esa piscina californiana al aire libre, Felipe dio la gran sorpresa al vencer a Brian Job, el número uno de Estados Unidos y segundo en las clasificaciones mundiales, en las que era superado únicamente por el soviético VIadimir Kosinsky. El Tibio nadó los 200 metros de pecho en 2:29,3 minutos, aunque su, hazaña fue opacada porque ese mismo día -7 de julio de 1968-, Guillermo Echevarría implantó record mundial en los 1,500 de nado libre; es, a la fecha, el único nadador mexicano que ha logrado esa proeza. Guillermo cronometró 16:28,1 minutos.
Los notables progresos de los competidores mexicanos obligaron a una reacción de sus rivales de allende la frontera norte.
Apenas tres semanas después de aquellos éxitos mexicanos, el estadounidense Mike Burton recuperaba el record mundial de los 1,500 metros y se perfilaba, desde ya, el gran duelo olímpico -que en realidad, nunca se produjo-: Burton-Echevarría. Por otro lado, a la semana siguiente y en Lincoln, Nebraska, Job se vengaba del Tibio, al derrotarlo en un torneo de la asociación estadounidense; cronometró 2:31,2, por 2:31,7 del mexicano.
El siguiente encuentro, el tercero, el bueno, sería en la alberca olímpica.
En ésta, del complejo Francisco Márquez, que hoy martes 22 de octubre de 1968, registra un lleno como nunca antes.
Más de 10 mil personas -sobrecupo atestan tribunas y pasillos.
La expectación está al rojo vivo porque esta mañana un nadador mexicano casi desconocido, a quien apodan El Tibio y se llama Felipe Muñoz, ha dado la gran sorpresa de pasar a la final con el mejor tiempo en los heats eliminatorios.
Ha encendido la luz de la esperanza.
Desde temprano lo busca la prensa. Y también el pertinaz caza-autógrafos.
Johnson, Vargas y Muñoz se ponen de acuerdo para evitarlos a toda costa e impedir así, que el Tibio pierda su concentración: aflojará, pues, no en la alberca de calentamiento del complejo deportivo de División del Norte y Río Churubusco, sino en el club Libanés. Pero algo pasa: están cerradas sus puertas. Ese día no hay actividad, pues la mayoría de los directivos y de la gente de natación se ausentó para estar a tiempo, por la noche, en la gran final. Los policías no ceden a las peticiones de aquel extraño trío a bordo de un viejo Volkswagen. El trío pide. No Ruega. No Implora. No. Hasta que advierte: "este es el Tibio Muñoz. De ustedes depende de que esta noche sea campeón olímpico". Las puertas, finalmente, son abiertas. Entrena el Tibio Muñoz, solitario en la inmensidad de la piscina. Se prepara, rodeado de quietud y de silencio, para la gran cita.
Y parte hacia ella.
Irreconocible en el asiento trasero de aquel destartalado Volkswagen que cada mañana, a las 5 en punto, hacía sonar su bocina llamándolo a entrenamiento, el Tibio Muñoz cruza entre la multitud, se apea en el propio túnel del vestidor, camina unos pasos y se mete a las entrañas de aquel monstruo de concreto.
Faltan minutos para la prueba.
Felipe:
- En el vestidor, mientras esperábamos la final, todos estábamos muy tensos. El japonés meditaba, el alemán tenía las piernas hacia arriba; los gringos, más tranquilos, veían retadoramente a los soviéticos, quienes también estaban muy nerviosos... ¿Yo?... Los veía y me reía, creo que también de nervios. Pero estaba irremediablemente seguro de que nadie podría vencerme esa noche; de que nada sería más grande que mi anhelo de ofrecer a mi país una medalla de oro.
Fuera del camerino, la gente comenta la enésima decepción en futbol: en semifinales, la selección nacional ha sido eliminada: cae ante Bulgaria, en Guadalajara, por 3-2.
Pero todas las especulaciones y todos los comentarios quedan atrás cuando el público ve avanzar a los ocho finalistas, que se aproximan a la alberca.
Entonces estalla la gritería.
Es, para Felipe, el carril de honor: el 4, en virtud de que esta mañana, como ya se ha dicho, ha registrado el mejor tiempo en las eliminatorias: 2:31,1 minutos. A su lado derecho, en el carril 2, el temible campeón, el soviético Kosinsky -2:31,5- y a su izquierda,: el rival de siempre, Brian Job -2:32,5-. Completan la línea de salida: el japonés Osamu Tsurumine -carril 1-, los soviéticos Nikolai Pankin-3- y Eugehy Mikhailov -6-, el estadounidense Philip Long -7- y el alemán Hennin. ger -8-.
Se acomodan en el banco de salida.
Lentamente, Felipe se quita el pants rojo con esas franjas blancas que dibujan una "V" en la chamarra.
El reloj de la alberca marca las, 8:04 de la noche cuando el juez llama a los competidores.
Se escucha sólo el sonido del silencio.
"¡Listos!. .."
Ya. El disparo.
Un rugido acompaña el breve vuelo de los nadadores.
Felipe:
- Las instrucciones de Ronald fueron precisas. Había insistido en que nadara sin presiones, lo más suelto posible, sin voltear a ver a los demás. Teníamos todo preparado: el número de brazadas, el ritmo, las vueltas. Todo estaba calculado para hacer menos de 2:30 minutos, lo que nos permitiría entrar a la disputa de las medallas. Enérgicamente, Ronald me decía que no quería que me emocionara, que me enfrascara en un duelo inicial y después no tuviera fuerza al cerrar. Obedecí al pie de la letra esas indicaciones ¡y cerré como debía hacerlo!
En los primeros 50 metros del recorrido, Felipe se coloca en quinto sitio, detrás del alemán Henninger, el estadounidense Job y de los soviéticos Pankin y Kosinsky. Son sólo 21 sus brazadas, a un ritmo semilento. Acelera en el regreso. Y la multitud se enardece al instante.
Cien metros: el alemán va al frente. Le siguen Job y Kosinsky. Felipe, ya a un metro de ellos.
Crece el aliento de la muchedumbre... Van por el último tramo. Se estrujan los nervios.
¡Mé-xi-co!, ¡Mé-xi-co!, ¡Mé-xi-co!". 175 metros: Felipe rebasa a Henninger y a Job, en vigorosa ofensiva que obliga a Kosinsky a una rabiosa reacción. Ya es sólo un duelo entre dos. Pelean brazada con brazada, centímetro a centímetro. Final escalofriante. Es Felipe quien cruza primero la raya imaginaria a diez metros del final, con casi medio cuerpo de ventaja. Intenta el europeo un último embate. La masa humana apretujada en las tribunas se estremece. Pero el Tibio, a su vez, -ha decidido ofrendar su último esfuerzo. El pechazo final, al máximo y el toque de la placa, casi simultáneo.
¿Quién ganó?
Transcurrieron apenas fracciones de segundo entre tres toques a la placa, porque Job también aceleró al final.
Lo único cierto es que una medalla ha sido conquistada.
Y explota la algarabía.
El paroxismo es colectivo.
En la piscina el Tibio recibe las felicitaciones de los jueces del cronometraje manual. También las de Job. Kosinsky permanece a la expectativa.
¿Será?
¡Es!
Finaliza esa corta espera tan larga como un siglo. En el tablero electrónico aparece la leyenda oficial de los 200 metros nado de pecho:
1.- F. Muñoz (MEXICO) 2:28,7
2.- V. Kosinsky (URSS) 2:29,2
3.- B. Job (EUA) 2:29,9
4.- N. Pankin (URSS) 2:30,3
S.- E. Mikhailov (URSS) 2:32,8
6.- E. Henninger (Alemania) 2:33,2
7.- P. Long (EUA) 2:33,6
8.- 0. Tsurumine (Japón) 2:33,9.
En las tribunas se produce un extraño rito de celebración: unos gritan, otros lloran; unos cantan, otros bailan; unos lanzan al aire las porras a México, otros al Tibio.
Se mezclan las más encontradas expresiones de alegría.
Y es que esta noche México ha ganado, ya a sólo cinco días del adiós a los juegos, su primera medalla de oro en la XIX Olimpiada...
Sube a lo alto del podio el jovencito de sólo 17 años.
Alza los brazos, jubiloso.
La multitud le responde.
De repente, otra vez, el silencio total.
Nuestra bandera es izada.
Y son diez mil voces las que cantan: "Mexicanos al grito de guerra. .
Y el jovencito enjuga, con su mano derecha, una furtiva lágrima.
No controla aún sus emociones el Tibio. Han pasado apenas unos minutos de su dramática victoria, cuando recibe una llamada: es del Presidente Gustavo Díaz Ordaz quien -a través de la televisión- ha seguido la prueba.
He aquí la reseña de la conversación, como apareció en los diarios de la época:
- Felipe...
- Sí...
- Le mando una muy cariñosa felicitación. Me da gusto que en esa hermosísima alberca olímpica, que se construyó con dinero del pueblo mexicano, haya tenido la oportunidad un joven campeón, también mexicano, de ganar la medalla de oro en estas competencias olímpicas que tienen por sede a nuestra patria. Escucha el Tibio el largo monólogo del mandatario:
Ese es el fruto de su esfuerzo. De su disciplina, de la obediencia a las indicaciones de quienes le han enseñado y del corazón que usted puso en la prueba.
Me siento muy contento, como mexicano, de tener una medalla de oro ganada por un joven limpio como usted.
Le hago públicas felicitaciones y le ruego hacerlas extensivas a quienes, sin alcanzar el galardón máximo como la señora Pilar Roldán y el sargento Pedraza, y aún a quienes, sin llegar al podio, como Juan Martínez -cuarto sitio en 5 y 10 mil metros en atletismo- han puesto su mejor esfuerzo para competir por México.
Ya buscaré la oportunidad de hacerle una felicitación personal. Le mando un abrazote muy cariñoso y apretado.
Que sigan los triunfos, Felipe. Hasta luego... Gusto en saludarlo.
Felipe:
- Yo nada más atinaba a decirle: "Sí Presidente"... "Sí Presidente". . . Estaba más nervioso que cuando nadé.
Felipe, ante los reporteros:
- Yo no soy un héroe... Soy, simplemente, un deportista que ha comprendido que para llegar a donde se desea, hay que poner toda el alma de por medio. Lo hice, nada más.
No quería ser héroe.
Pero lo era. Irremediablemente.
El hombre del día. Su fotografía, en cada publicación; su imagen, a todas horas en la televisión y en los noticieros cinematográficos; su voz, en todo momento por la radio.
El 28 de octubre, Alfonso Corona del Rosal -regente de la ciudad- lo recibió en su despacho y le dijo: usted es el hijo mimado de la ciudad. Le obsequió un juego de plumas y un reloj de oro.
Felipe, perturbado, sólo alcanzó a decir:
- Yo nomás les quería mostrar que también en San Juan hace aire.
Y Corona del Rosal, entre risas:
- Pues que siga haciendo aire...
También el Presidente Díaz Ordaz mandaría llamar a Felipe. Había prometido felicitarle personalmente. Lo esperaba una tarde, en Lo Pinos. Pero Felipe se encontraba en Acapulco festejando su victoria.
Recuerda doña Areti Capamas:
- Hablaron por teléfono a la casa. Que - el señor Presidente quería ver a Felipe en su despacho. Pero él no estaba. Se había ido al con sus amigos. ¿Qué hacíamos?... Bueno... Todo mundo intervino. Hasta Miguel Alemán, prestó un helicóptero y en Acapulco, buscaron, a mi hijo por todas las playas... Con altavoces le decían que se reportara a la ciudad de México. Fueron varias horas de inquietud, pero al fin lo encontraron. Llegó en la noche y al otro día acudimos a ver al Presidente. Nos presentamos en Palacio Nacional. El licenciado Díaz Ordaz lo abrazó afectuosamente.
Dijo el Presidente:
- Quiero obsequiarte una casa... Tú no me has pedido nada.
Doña Areti:
- Nosotros vivíamos en un pequeño departamento en la calle de Mitla y la gran ilusión de Felipe era regalarme una casa. Y se lo dijo al Presidente: "quiero una casa para mi madre". El aceptó: "escoge la que quieras".
Días después nos pusimos en contacto con el licenciado Legorreta y Felipe, que había visto una casa en doctor Vértiz con el letrero de Se vende, le dio la dirección. Pero había un problema: esa casa la vendían con todo y muebles. Nos dijo después el licenciado Legorreta que la esposa del licenciado Díaz Ordaz, que quería mucho a Felipe, fue la que insistió en que esa fuera la casa que nos dieran ¡con todo y muebles!
Felipe:
- Yo no busqué ser el mejor para después explotar esa fama. Me preparé para ganar en un ambiente de mucha motivación, como eran los Juegos Olímpicos en nuestro país. Mi triunfo se debió a las ganas que todos le echamos: dirigentes, entrenadores, deportistas e incluso, hasta quienes limpiaban los baños.
El Tibio continuó en las competencias.
Llegó inclusive a los Juegos Olímpicos de Munich, en 1972, pero sólo obtuvo el quinto lugar en la especialidad en la que fue campeón cuatro años antes.
Felipe:
-Trabajamos aún más fuerte, pero los s para el deporte ya no fueron los mismos se nos prodigaron para competir en México. Antes viajábamos frecuentemente para enfrentarnos a los mejores; después, nada o casi nada. Llegamos a Munich para encontrarnos con una natación más evolucionada, con un trabajo más científico y más fuerte; con nuevos métodos de entrenamiento. Y tuvimos que ceder.
El Tibio se retiró del deporte activo dos años más tarde, después de ganar dos medallas oro -100 y 200 metros nado de pecho- y a de plata -200 metros relevo combinado en los Juegos Centroamericanos y del Caribe disputados en Santo Domingo, en 1974.
Dice Felipe:
- No me quise ir en 1972 porque yo nadaba y competía por gusto. Y ya había vivido el triunfo, ese momento de gloria que marca una vida. En 1968 me di cuenta de que el deporte me serviría para forjar mi carácter; que la disciplina a que me obligaba sería, después, primordial en mi desarrollo. Así que quise retirarme como un ganador. Por eso esperé.
El Tibio quedó en la historia.
Felipe Muñoz Capamas concluyó su carrera de publicidad en la Universidad de Texas, donde se graduó y además, conoció a Wendy, quien es ahora su esposa y madre de tres pequeños: Donald, Jéssica y David.
Posteriormente, trabajó en las delegaciones Benito Juárez, Venustiano Carranza y Cuauhtémoc; después fue subdirector de Control y Dirección, en la Dirección de Desarrollo del Deporte -en la Subsecretaría del ramo- y en 1984 inició una carrera como comentarista deportivo de una estación televisiva, y de la que ahora es funcionario, en la ciudad de Los Angeles, donde radica.
Aquel delgado jovencito de ayer es hoy un hombre de amplias espaldas y gran bigote que, sin embargo, no oculta la sonrisa franca de siempre.
Felipe Muñoz, 22 años después:
- Qué importantes son los recuerdos... Porque no son todo dulzura, sino que uno vuelve a vivir, a sentir la hiel del esfuerzo, del sacrificio, del empeño, de la constancia, de la disciplina. . . De todo eso a que obliga el deporte si uno quiere trascender y que se traduce en una sola palabra: trabajo... Eso, eso es lo único que necesitamos: trabajo de¡ funcionario, trabajo de¡ entrenador, trabajo de¡ atleta... Mi gran deseo es hacer sentir a niños y a jóvenes que como gringos, rusos o alemanes, también tenemos dos brazos, dos piernas, una cabeza e inteligencia... Entreguémoslo todo en pos de una ilusión, sin esperar a que los problemas se una resuelvan por sí solos; luchemos por triunfar.
Yo tenía sólo 17 años cuando viví mi gran momento, pero ya había una historia detrás. Y esos instantes valen una vida. Porque, finalmente, el triunfo no es sólo de uno, sino de la familia, de tus amigos, de tus compañeros y sobre todo, de tu país: de México.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Joaquín Rocha Herrera
Medalla de bronce
México 1968
Boxeo
Febrero de 1967
Se acerca el gigantón, con toda timidez, hasta la recepcionista del Centro Deportivo
Olímpico Mexicano.
Perdone, señorita
Ella le mira, curiosa. -¿Dígame?
- Sabe, es que quiero representar a México en el boxeo de las Olimpiadas del 68.
Sin reponerse de la sorpresa, la joven acerca al visitante un documento en blanco.
- Está bien -dice-. Llene esta forma.
Ponga todos sus datos personales y su currículum vitae en el deporte.
- ¿Mi currículum?-... No, señorita, yo apenas voy a empezar.
Crece el asombro de la dama.
-Huy, joven... Aquí sólo aceptan al campeón o al subcampeón nacional. Si acaso, al tercer lugar, pero de ninguna manera a un principiante.
El mundo se le viene encima a Joaquín Rocha.
Pero, en ese momento, pasa por ahí el polaco Enrique Nowara, nada menos que el entrenador del equipo nacional de boxeo. La recepcionista advierte su presencia y lo llama a la pequeña oficina.
- Profesor -se dirige a él-, aquí está este joven. Dice que quiere representar a México en los Juegos Olímpicos, ¡pero que viene a aprender!
Nowara ve de arriba a abajo al mocetón.
- Estás fuerte... Vente a entrenar esta tarde-. No dice más.
Joaquín:
- Seguramente el entrenador pensó: "este muchacho no regresa", pero si lo hizo así, se equivocó. Porque en una maleta yo traía un pantalón blanco y mis tenis. Ya ni siquiera regresé a mi casa. Me entretuve curioseando, viendo pasar a los deportistas que iban a entrenar al CDOM y en especial, a aquellos que tenían cara de boxeadores, así, con la nariz chata. En la tarde me presenté en el entrenamiento.
Las miradas de curiosidad fueron, ahora, de los boxeadores para ese individuo, alto y fuerte, que se acercaba a Nowara.
- Aquí estoy, profesor.
Nowara no contestó. Empezó a dar indicaciones al grupo de veteranos del equipo olímpico, entre quienes destacaba Arturo Delgado, Ricardo Cervantes, Antonio Roldán, Antonio Durán y Agustín Zaragoza.
-Venga para acá, muchacho -dijo al fin-. Y cámbiese porque va a subir al ring...
Joaquín:
- Mientras los demás empezaban a entrenarse, que me cambio a toda prisa. Me lo prestaron todo: un calzón que me quedaba muy justo, guantes, careta, vendas; todo, en fin, para poder boxear.
Sin mediar pregunta alguna, Nowara indicó:
- ¡Súbase con éste! .
Ese "éste" era Enrique Villarreal, nada menos que el campeón nacional semicompleto en el pugilismo de aficionados. Un peleador que, obviamente, sabía mucho más que aquel rival inesperado, fuerte, pero verde, muy verde.
Joaquín:
Yo ni lo pensé. Que me subo pero pa' pronto. Y sucedió una de esas cosas que uno nunca sabe, pero mientras más me hacía llegar sus golpes, más me decía a mí mismo: "a éste le voy a dar uno, le voy a dar uno que ya verá". De repente, que me empieza a salir sangre de nariz y boca. Eso me irritó. No me aguanté más y me le fui encima. Lo arrinconé en una esquina y que le empiezo a tundir. Hasta que se cayó. Y estaba yo tan enojado que quería agarrarlo a patadas; tal vez lo hubiera hecho si es que no sube Nowara y me dice: "coraje no, coraje no". Yo le contesté: "pero si me estaba dando muy duro". Me dio una palmada en la espalda y me sacó del ring.
De inmediato, Joaquín Rocha fue rodeado por los demás boxeadores, que habían observado el improvisado combate. Un peleador como él, de 1.92 metros de estatura y 85 kilogramos de peso, no podía pasar inadvertido. Todos lo alentaron a seguir.
Joaquín:
-El profesor Nowara me aceptó en la preselección y desde ese momento el boxeo fue una obsesión para mí. Tenía que asimilar todo en el menor tiempo. Para mí, las 24 horas del día eran de boxeo. Sólo así podría llegar a los Juegos Olímpicos.
Llegó. Con apenas 11 peleas, pero llegó.
Y no sólo eso: Joaquín Rocha conquistó la medalla de bronce, en la división de peso completo.
Así como la palabra destino se escribe con tres sílabas, el destino de Joaquín Rocha fue escrito con una palabra trisilábica: de-por-te.
Estaría con él, en todo momento.
Desde su nacimiento mismo: es hijo del ex luchador profesional Florencio Yaqui Rocha.
El deporte se le presentaría en las más diversas especialidades -triunfó en cada una de ellas- hasta el instante aquel en el que decidió que había llegado el momento de retirarse como competidor activo, pero continuar como entrenador.
Lo paradójico es que Joaquín -quien nació el 16 de agosto de 1944, en Azcapotzalco- pasó gran parte de su infancia no en las pistas de atletismo o en las canchas, sino en cama, enfermo, o víctima de algún accidente."
Repasemos:
En cierta ocasión, al jugar con una reguladora en una tienda de la Conasupo, el aparato se le vino encima y estuvo a punto de fracturarle el cráneo.
Otra vez, en una guerrilla entre pandillas de infantes, recibió una pedrada en la ingle, tres meses en la cama.
La resbaladilla era uno de sus instrumentos predilectos para causarse daño: un día se deslizó de boca, no frenó a tiempo y se rompió los dientes; en otra ocasión, no vio que un metal estaba suelto y al pasar sobre él, en vertiginoso descenso, éste le abrió una profunda herida en el estómago.
¿Columpios? Cómo no: se fue de bruces desde las alturas y se fracturó la quijada.
Agreguemos varias enfermedades más que le obligaron a la postración y tendremos a un chiquillo alto y delgado, como una torre.
Joaquín:
-Y ya que mi padre era luchador, en aquella época del Santo, de la Tonina Jackson, de Black Shadow, Blue Demon y demás, se podía suponer que yo amaría ese deporte, sobre todo porque me gustaba acompañarlo a la arena o a los entrenamientos. Pero la lucha nunca me llamó la atención. Admiraba a quienes la practicaban. Pero hasta ahí. . . Y como para confirmarme esa impresión: un día, el Santo fue a la casa. Mi padre me había prometido que lo conocería el día de mi cumpleaños. Cumplí 9 años y ahí estaba, en mi fiesta, espere, y espere al Santo. De repente, me dice mi padre: "el Santo es ese señor", porque había ido sin máscara. Me desilusioné al verlo. Allí estaba, en persona, pero me gustaba más verlo con su máscara plateada. Sin ella era como cualquier otro...
En la primaria, el deporte predilecto de Joaquín fue el voleibol, en el que destacaba por su estatura, pero cuando ingresó a la secundaria se inclinó hacia el atletismo. Tenía 15 años y medía 1.85 metros y pesaba 67 kilogramos. Se especializó en pista y campo y su amor por el atletismo creció cuando, al inscribirse en la Preparatoria 5, su maestro fue Alfredo Araña González, aquel héroe inolvidable de la tribuna universitaria en los buenos tiempos del futbol americano.
Joaquín:
Me gustaba correr los 800 y los 1,500 metros. Un día, en la escuela, hice el heat más rápido, pero en la final me tropecé y caí, por no usar el zapato adecuado. Meses después me desquité: Meche Román me prestó unos picos, los primeros zapatos buenos que me calzaba para correr y con ellos gané los 800 metros en uno de los festivales estudiantiles Wilfrido Massieu, que se realizó en Ciudad Universitaria
De repente, el frontón.
Joaquín:
-Como tenía muy largos los brazos y además unas manotas, se me facilitó mucho jugar al frontón. Mi debilidad era la pelota vasca y en un tiempo fui considerado como el mejor zaguero de la República; incluso, en 1962 estuve nominado para- ir al campeonato mundial de pelota vasca, en la especialidad de frontón a mano. .. Una vez fui invitado a unos juegos de exhibición y allí derroté a varios de los mejores pelotaris, entre ellos a los mundialistas, unos muchachos de Xochimilco. Los vencí a base de poder y fuerza, pues pocos le pegaban bien a 40 metros de distancia del frontis.
De repente, el beisbol.
Joaquín:
- En ese frontón se encontraba Alejo Peralta, quien se me acercó y me preguntó si me gustaba el beisbol. "Siendo deporte, yo le entro", le contesté y me dijo que me presentara al día siguiente en el parque del Seguro. Fui muy temprano, con mi pantalón blanco y unos tenis. Cuando me dijeron que me pusiera el uniforme, me sorprendí. Les dije que así estaba bien: con mis tenis y con mi pantalón blanco y que se ríen de mí. Me llevaron a una tienda afuera del parque y me dieron el uniforme del Tigres, de primera calidad. Y luego, luego a las prácticas. Me mandaron al jardín central y la verdad, yo no tenía problemas para llegar la pelota a home .
Ni tiempo tuve para adéntrame mucho en las prácticas, porque esa noche había un juego crucial contra los Charros de Jalisco. Si los Diablos perdían automáticamente seríamos campeones. Cuando nos enteramos que los Rojos habían perdido, nosotros estábamos apenas en el quinto inning y estalló la alegría en el dogout .
Y como teníamos una amplia ventaja, yo creo que para probarme el Chito García me llamó al bat. Emergente por Ramiro Rubio, Joaquín Rocha, anunciaron. Tomé un bat 36, pesado, y ya me iba rumbo a la caja cuando se me acercó Ricardo Garza, coach en tercera y me dijo: "mejor toma un 35, de cuello de botella". Así lo hice y me encaminé a home . Pasaron dos rectas y las pellizqué. Entonces, Garza me preguntó que si podía batear a la zurda y yo, sin saberlo realmente, le dije que sí, porque me sentía mejor girando el cuerpo a la derecha, en un hábito de pelotari. Me cambié, pues y pegué un doblete. Fue mi única aparición al bat en aquella temporada, 1964-1965, que ya fenecía. Pero, eso sí, disfruté del título como si hubiera jugado todo el torneo.
Lo curioso fue que jugué sin que jamás me fuera pagado un centavo. Incluso, en una ocasión, un reportero llevó una revista especializada Super-Hit al deportivo Hacienda, donde también jugaba beisbol. Me mostró un artículo en el cual se me mencionaba como una de las mejores promesas del Tigres. Eso me molestó mucho. Entonces demostré que nunca me habían pagado y por eso, en 1966 dejé la pelota profesional.
De repente, el boxeo.
Joaquín:
- Como yo vivía en la colonia Roma, no era sino obligado que perteneciera al deportivo Hacienda. Un día, por pura curiosidad, fui a ver la final de un torneo de aficionados llamado Cinturón de Diamantes. Sucedió entonces algo muy curioso: en peso completo se habían inscrito sólo dos boxeadores, de los cuales nada más se presentó uno. Alguien, al verme grande y fuerte, me invitó a que peleara con el que estaba allí. Y le entré. Jamás me había calzado unos guantes. Me había peleado varias veces en la Prepa 5, cómo no, para defender a mis amigos, a quienes les pegaban los grandotes o los maloras, pero hasta ahí. Me prestaron las cosas y venga, pues, a pelear...
El nombre de aquel adversario se pierde en la bruma del tiempo transcurrido. De él sólo recuerda Rocha que era un hombre más bajo de estatura, regordete y con una vasta experiencia.
El combate no duró ni un round .
Joaquín:
-El pensó que me iba a agarrar por sorpresa y me tiró una izquierda volada que me pasó muy cerca de la cabeza. Me hice a un lado, lancé el derechazo y lo acabé en ese primer asalto.
Tenía 22 años y estaba en plenitud física.
Impresionaban su cuerpo, atlético y su elevada estatura.
Ya no era el chiquillo aquel que, tomado de la mano de su padre, lo acompañaba a las arenas. Al verlo nuevamente, el promotor Chavo Lutteroth le propuso que iniciara una carrera como luchador profesional. Le dijo que si le apenaba que lo vieran en público, podía con convertirlo en una nueva y sensacional maravilla enmascarada.
Rocha desechó toda proposición respecto de la lucha.
Había probado ya, el sabor del triunfo en el boxeo
Y quería más.
Así que, después de ese fortuito campeonato en el deportivo Hacienda, se armó de valor y con toda candidez se presentó en el CDOM.
Una tarde, camino a la Escuela Superior Comercio, donde estudiaba Joaquín Rocha, decidió comunicar la buena nueva a su tío, Gabriel Rocha -peso medio que ganó medalla de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en El Salvador 1935- quien era entrenador, de pugilismo en el gimnasio Tíber.
- Tío, ya soy boxeador-, le dijo.
Acaso esperaba una sonrisa.
Pero el tío respondió con una burla:
- Tú qué sabes de esto... Vamos a ver ¿cómo te paras?
Rocha ya estaba molesto.
Perfiló una guardia, estrafalaria, desdibujada, como aquella que lo caracterizó durante los Juegos Olímpicos.
Y antes de que el tío volviera a reír, le dijo Joaquín:
Bueno, si tú sí sabes, no me critiques;
El tío Gabriel lo hizo.
Joaquín:
Empecé con las clásicas rayitas, a pararme, a caminar, a lanzar golpes, a quitármelos... Y por las tardes iba con Nowara y con el equipo. Tenía que asimilarlo todo. Incluso, servía de sparring a Delgado, a Cervantes, a todos.
Como que creían que era un buen costal.
-Pero cuando se les empezaba a pasar la mano, con un golpecito los ponía quietos. Ya lo sabían: me gustaba boxear con ellos porque les aprendía todo lo que podía, nomás que no se mandaran.
Allí iba, el gigantón, rumbo a los Juegos Olímpicos.
Aunque, más que un peso completo, Joaquín Rocha parecía un semipesado. Lo máximo que podía dar en la báscula eran 85 kilogramos.
¿Por qué no descender una división?
Rocha:
- Eso me lo propusieron, pero no acepté.
Les dije: "a mí déjenme comer como yo sé comer y olvídense de lo demás". Por una parte, era la envidia de mis compañeros, que veían azorados cómo comía carne y tomaba mucha leche. Eso me mantenía contento.
Inclusive, los cocineros me preparaban un buen lunch nocturno: pan, leche, fruta y una torta, por si me daba hambre en la madrugada... Pero, por otra parte, esa envidia de mis compañeros se convertía en ocasional regocijo, sobre todo en aquellos que tenían una dieta rígida, como Roldán, Delgado y Cervantes; Porque, como de vez en cuando sí me daba hambre, iba a mi locker a buscar mis guardaditos y ¡oh! sorpresa!, ya habían desaparecido. Ni les preguntaba al día siguiente. Con sólo verlos y poner cara de enojado, cualquiera de ellos se delataba. Les daba un coscorrón y olvidábamos el asunto.
No había tiempo para torneos. 0, al menos, no lo había para Joaquín.
Sus días se iban completos en el gimnasio. En eterno aprendizaje.
Por eso llegó a la III Semana Deportiva Internacional -México, octubre de 1967- con sólo dos combates disputados.
Joaquín:
- Esa vez gané sólo medalla de bronce, por culpa de Nowara. Me tocaba enfrentarme a un búlgaro, al que no le veía gran cosa, pero Nowara me mandó aguantar y aguantar cuando soltaba un poco las manos, inmediatamente me reprendía. Simplemente no me dejó pelear y perdí por clara decisión con ese búlgaro cuyo apellido no recuerdo. Fue mi primera derrota y doblemente dolorosa, no me derrotó tanto mi adversario, como la actitud del entrenador polaco, quien antes de comenzar el combate me dijo: "muchacho, si no puedes, tírate". ¿Cómo me iba a tirar?... Presenté pelea, pero casi con los brazos amarrados por culpa de Nowara.
Durante 1968, Joaquín sostuvo varios combates en Texas, en California y en la ciudad de México. Se impuso en todas. Pero, no obstante, su historial era uno de los más breves de cualquier púgil inscrito en el torneo boxístico de las olimpiadas de México 1968: 11 peleas, 10 victorias y una derrota.
Tendría, a cambio, una ventaja:
En virtud de que hubo muy pocos registros en peso completo y de que en México 68 se instituyó que se entregara medalla de bronce a los perdedores de los combates de cuartos de final sin que éstos tuvieran que ir a una pelea extra para dilucidar tercero y cuarto sitios, Joaquín necesitaría de solamente dos victorias para asegurar, cuando menos, una presea de bronce.
Pero, sólo dos victorias suelen ser demasiadas en Juegos Olímpicos y sobre todo para quien llega a ellos después de haber sostenido apenas 11 combates.
Rocha no era, pues, una esperanza boxística. Ni siquiera una leve esperanza.
Joaquín:
-Nadie confiaba en mí. Todo mundo creía que me iban a eliminar en la primera pelea. Pero...
Acción.
18 de octubre de 1968.
Noche de gran expectación en la Arena México.
Se presenta el peso completo mexicano.
Ya no acude Joaquín a acompañar a su padre.
Será a él a quien vea la gente.
A él, quien viste el uniforme nacional.
A él, quien saluda marcial y ve subir al ring a su adversario: el ghanés Adonis Ray, un hombre de negra piel, tosca mirada y poderosa, musculatura.
Joaquín:
- Me llevaba mucha ventaja en el peso y era difícil por sus conocimientos. Pero logré descifrar su defensiva y le clavé muy buenos golpes. Con uno de ellos, me acuerdo muy bien, un derechazo a la mandíbula, casi lo saco del ring . Y ya no quiso más. La pelea no fue muy emotiva, porque la dominé con toda claridad. La decisión fue a mi favor por 4-1.
Había dado ya, el primer paso.
Faltaba el segundo; el importante.
Así que, sin saberlo, aquel rubio holandés, Rudolfue Lubera, de impresionante físico, -aun-, que no tan alto como Joaquín-, se convertía en el enemigo más peligroso del todavía incipiente boxeador mexicano.
Joaquín:
- La gente pensó: "este güerito lo va a matar", pero se llevó una sorpresa. La pelea fue en corto y nos dimos muy buenos golpe Los dos. Yo tenía instrucciones de soltar más las manos; de sacrificar fortaleza a cambio de velocidad y precisión. Así lo intenté y por fortuna salió todo bien. La decisión fue muy apretada: 3-2 a mi favor y yo creo que se la gané por la serie interminable de cruzados de derecha que le conecté al rostro siempre que entró a la pelea en corto.
¡Medallista sorpresa!
¿Cómo, en México, donde no abundan lo pesos completos?
¿Cómo, con apenas 13 peleas y 24 años de edad?
Ahí estaba él, con el brazo izquierdo en alto, anticipando, desde ya, el momento de sentir una medalla descansar en su pecho.
Joaquín:
- Cuando le gané a Lubers, todo mundo, me felicitó. Y es que pocos, muy pocos, habían imaginado que yo podía ganar una medalla. Ya no digamos porque yo no era un dechado de técnica, sino, simplemente, porque no tenía experiencia alguna. Así que después de eso, cualquier cosa que sucediera ante el soviético sería ganancia.
Jueves 24 de octubre.
Noche de semifinales.
En peso completo: el estadounidense George Foreman contra el italiano Giorgio Bambini, y Joaquín Rocha contra Ionis Chepulis, de la URSS.
Joaquín:
- El sí que era un gigante. Era un poco más bajito que yo: medía 1.90 metros pero, a cambio, me aventajaba como con 30 kilos, no obstante que ese día me presenté con mi peso máximo: 85 kilogramos. Nunca me había enfrentado a un rival de su fortaleza, de su peso, de su experiencia. Y yo entraba y entraba y nomás salía rebotado. Era evidente que sus golpes me hacían daño. Fue así que, en una de esas, me pegó un opercot que me hizo trastabillar. Y en virtud de mi inexperiencia, me recargué en las cuerdas; el réferi supuso que ya estaba muy dañado y paró la pelea en el segundo round . Creo que si hubiera tenido más fogueo, más instrucción, hubiera podido llegar más lejos en esa semifinal.
Aquella final de peso completo presentó, pues, el duelo clásico: Estados Unidos-URSS. Pero Chepulis no fue rival para Foreman, quien lo noqueó en dos asaltos. Años después, el negro estadounidense llegaría invicto, al campeonato mundial de peso completo, al noquear espectacularmente a Joe Frasier en Kingston, Jamaica.
Joaquín:
- Cuando me entregaron la medalla, el día 26, fue mi gran noche. Fui el último deportista mexicano en recibir una presea en esos juegos y para mí eso fue un gran orgullo. Cuando estábamos en el podio recordaba aquellas palabras de mi padre antes de que empezara a entrenar en serio en el CDOM. Entró a mi recámara y me dijo: "el boxeo no es una diversión. Aquí te estarás jugando tu porvenir. Representar a México es lo máximo y tendrás que dar tu mejor esfuerzo por conseguirlo. No importa si ganas o pierdes; lo importante es que des lo mejor de ti". Pensé en él, en mi madre, doña Emma Herrera de Rocha, en mi país, en lo hermoso de ser mexicano, aquella noche en que mi bandera era izada.
Fue esa su auténtica recompensa.
Las otras, las materiales -afirma él-, no fueron tan importantes:
-En mi trabajo -contador en la SARH me aumentaron el sueldo y el presidente Gustavo Díaz Ordaz me proporcionó un taxi.
Se había escrito el punto final en un apasionante capítulo de su vida.
Joaquín Rocha comenzaba a escribir otro, que según sus proyectos terminaría cuatro años después, en Munich 1972.
Comenzó a entrenar para los Juegos Olímpicos.
Pensaba:
- Si aquí, sin experiencia alguna, gané medalla de bronce, con cuatro años de aprendizaje puedo superar mi actuación.
Apagada la euforia de los juegos de México 68, Rocha siguió trabajando por las mañanas y entrenando por las tardes en el CDOM.
Intervino en cuanto torneo fue posible.
En los Juegos Centroamericanos y del Caribe -1970, Panamá-, obtuvo la medalla de plata; en la final fue vencido por el cubano José Luis Cabrera, quien también había sido campeón cuatro años antes.
Sucedió lo mismo en los Juegos Panamericanos de 1971, en Cali, Colombia: llegó a la final, pero ahí fue derrotado por un estadounidense que posteriormente sería muy destacado en el boxeo profesional, en el que se le consideró como la nueva esperanza blanca: el rubio Duane Bobick. Otra medalla de plata para Rocha.
El daba como un hecho su participación en el torneo boxístico de Munich 72.
Joaquín:
- Pero de pronto, así como así, días antes de viajar a Alemania, el presidente en turno del boxeo amateur, el profesor Moisés Saldívar, informó que ningún peso completo iría a Munich. A nuestros dirigentes no les importó que yo hubiera ganado medallas tanto en Olímpicos como en Centroamericanos y en Panamericanos. Tampoco les importó acabar, de un plumazo, con ilusiones que me forjé durante casi cuatro años y el trabajo que desarrollé durante todo ese tiempo para ser tomado en cuenta. Esta situación me molestó mucho, me deprimió y decidí retirarme del boxeo.
De inmediato, las tentadoras ofertas de la promoción pugilística profesional le acariciaron la barbilla.
Rocha las rechazó:
- Aunque me ofrecían muy buen dinero, jamás acepté ingresar al boxeo profesional. Siempre pensé que el ser humano pierde su personalidad cuando ingresa a este deporte. La gente, principalmente los managers y los promotores, lo ven a uno más como un signo de pesos que como una persona.
Por otra parte, Joaquín tenía un empleo seguro -el ya mencionado, como contador en la SARH- y además era entrenador de boxeo en el Ejército, equipo con el que tuve, ciertos éxitos. Uno de sus discípulos, Elías Equihua, ganó el tercer lugar en el campeonato mundial militar -1974- en Carolina del Norte, Estados Unidos.
Es el hombre siempre sonriente, simple, natural...
Alto y fuerte, de andar desgarbado y sonrisa franca. El pelo, ensortijado, cae en cadena sobre la frente.
Gruesa la voz, cuadrado el mentón.
Joaquín Rocha, 22 años después: contador, instructor de boxeo.
Está casado con la señora María Magdalena Fonseca y tiene cuatro hijos: Ángel Joaquín, Laura Magdalena, Alejandro Antonio y Flor Verónica.
Y tiene, también, un gran orgullo:
- Yo no tengo que decir a mis hijos qué hice en la vida; eso es historia en el deporte mexicano. Ellos ven con satisfacción esa medalla, que es mi mejor tarjeta de presentación.
Joaquín, quien externa sus inquietudes:
- La experiencia indica que si nos ponemos a trabajar con los muchachos, con las nuevas generaciones, no sólo el boxeo sino todo el deporte volverá a dar buenos logros a México. Y tratándose en especial del pugilismo, nada más habrá de imaginar si, a pesar del poco apoyo que reciben surgen y surgen buenos peleadores, lo que sucederá cuando sean guiados al través de un programa serio, de alimentación, de seguimiento, de competencias.
Se despide Joaquín.
Y ya en el adiós:
- Tal vez hoy alguien juzgue que mi participación en los Juegos Olímpicos fue precipitada. Podría ser así, pero medito en dos cosas: cuántos mexicanos quisieron participar en nuestros Juegos Olímpicos y que yo no obstante mi inexperiencia, a base de trabajo y gran dedicación, lo conseguí en menos de dos años. Y fui más allá: gané una medalla, Me venció gente que me superaba en experiencia pero no en valor y en coraje por ver en lo alto el nombre de mi país. Eso, eso es lo que hace el deporte en los individuos...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
José Pedraza Zúñiga
Medallista de plata
México 1968
Caminata, 20km
José Pedraza era un fanático del basquetbol y de las carreras.
Y del Ejército.
Y por eso, a los 15 años ingresó a Transmisiones.
Y siguió corriendo las distancias largas.
No desmayó a pesar de dos frustrados intentos por ser atleta olímpico.
Y no obstante que su estatura no le ayudaba, aprovechó que el equipo de la Brigada Mecanizada jugaba en Liga Mayor, para incorporarse a él.
Pedraza:
- Y pese a mi estatura, jugué tres partidos. Era bueno, pero muy chaparro para este deporte en el que se requiere de cuates muy altos. Era muy hábil para botarla y pocos me podían parar; me gustaba llevarla y llevarla y llevarla y colarme debajo del tablero y encestar...
En aquellos años -principio de la década de los 50- Transmisiones rivalizaba, pero en serio, con Politécnico, Universidad y Venados. Aquellos duelos atléticos en el Plan Sexenal eran inolvidables.
Pedraza:
- Nos dimos muy buenos agarrones y en algunos torneos los vencimos, hasta que el equipo se deshizo -1955- y varios de sus integrantes entre ellos Pablo Colín y yo, nos fuimos al Venados, equipo de atletismo que manejaba el profesor Eutiquio del Valle Alquicira, que era muy admirado en el medio. A mí me gustaba correr los 1,500 metros; sentía que esa era mi prueba, aunque a veces tenía que participar en 5 y 10 mil metros para alcanzar puntos y ganar por equipos.
Pasaron los años.
Hasta que en una tarde de agosto de 1964, la vida comenzaría a cambiar para el militar Pedraza.
Ese día, después de sus labores castrenses, se fue a la pista de tierra del Plan Sexenal. Habría un chequeo con Eligio Galicia, los hermanos Tinoco y otros buenos corredores, sobre la distancia de los 1,500 metros. Pedraza ganó.
Era la primera vez que vencía a Galicia, sin lugar a dudas el mejor en esa prueba. Después del duchazo, todavía feliz, saboreando la victoria, Pedraza y sus compañeros se pusieron el uniforme y regresaban ya al cuartel.
De repente, se escuchó la potente voz de Eutiquio del Valle:
- ¡Caramba soldadotes, veo que ya se van!
- Sí, maestro...
- Los felicito, hicieron una buena carrerota pero me gustaría que probaran en la caminata.
Los soldados intercambiaron miradas incrédulas.
Cuchicheó Pedraza al oído de Colín:
- Mira, mira... Nos acabamos de dar una buena "madrina" en la pista, después de trabajar toda la mañana y ahora el viejo quiere caminata...
- No profesor, mejor nos vamos-, dijo Pedraza.
- Nada de eso. A ver... ¡Fuera botas!
El profesor buscó a Esperanza Girón.
- A ver Esperanza, enséñales a estos soldadotes qué es caminata.
Pedraza:
- Ella dio unos pasos en la pista y que empieza a caminar, a mover las, caderas. La verdad nos dio risa, -pero le entramos.
Y le entraron en serio.
Llevaban retraso de dos o tres semanas en un grupo en el que destacaban Alfonso Márquez de la Mora y Miguel Baños. Así que la carrera desapareció del esquema atlético de Pedraza y de Colín.
Como a los 15 días de aquella invitación, Del Valle Alquicira organizó una competencia: un chequeo sobre 5 mil metros de caminata. Eran los últimos días del año. ¡Sorpresa! los ganó Pedraza, con ventaja de 300 metros sobre Márquez de la Mora; Colín llegó tercero y Baños en cuarto lugar.
Al finalizar la prueba, Alquicira se acercó a Pedraza y le gritó con su voz estentórea:
- Oiga, mí soldadote... ¡Usté si está bueno para la caminata!
Cuatro años después, Alquicira era una entre aquellas miles de personas que poblaron las tribunas del estadio de Ciudad Universitaria y que, trepidantes, atestiguaban ese inolvidable cierre de la prueba de los 20 kilómetros de marcha en los Juegos de la decimonovena Olimpiada...
Porque allí va el sargento Pedraza, con un ataque rabioso en los 300 metros finales. Marcha en el tercer lugar. Se lanza su figura morena sobre los rubios soviéticos VIadimir Golubnichy y Nikolai Smaga.
Ya, ya, mírenlo, mírenlo... ¡Se acerca! ¡Se acerca ..!
Nació José Pedraza -21 de marzo de 1937 en el rancho La Mojonera , que se yergue entre los verdes campos de la zona lacustre de Michoacán: la meseta purépecha.
Corría él, desde Pequeño, por las llanuras interminables.
Recuerda:
- No hacía más que correr cuando chiquillo. No tenía fronteras. Corría hasta que me cansaba, correteando animales o nomás por gusto. Respiraba aire puro. Me gustaba andar por ahí, desbocado como un potrillo. Era como todos los niños de rancho: mi mejor juego era tomar todo lo que la naturaleza nos había dado, árboles, campo, piedras, arroyos, animales...
Era Pepito, sí, el consentido de la abuela, doña Francisca Sánchez.
Y la escena se repetía cuando Pepito no tenía ni cinco anos:
Como a las cuatro de la mañana llegaba abuela hasta su cama.
- Ándele muchacho, ya alevántese vamos a visitar a su tía en el rancho San Ciro.
Nomás a 17 kilómetros de distancia
Pedraza:
- Y ái nos íbamos, caminando. A mí me gustaba correr por tramos. Ella mantenía un mismo paso, rapidito, rapidito. A veces le ayudaba con el itacate que había preparado para, almorzar: otras veces agarraba una vara y me iba por el camino raspando la tierra. Antes de llegar, nos sentábamos a la vera del ánimo ¡y a darle!, a almorzar. Terminábamos y luego, luego le seguíamos. Ya cuando caía el atardecer nos regresábamos.
¿Qué hay, en los triunfadores, a desde temprana edad se les desarrolla espíritu de la competencia?
No fue Pedraza la excepción:
Nosotros, chamacos de rancho, no teníamos ni idea de qué era el atletismo, pero desde chiquillos mis hermanos y yo organizábamos nuestras carreritas. Mi especialidad era correr entre los surcos que dejaba el arado. En esas carreritas sólo uno de mis hermanos mayores me ganaba, pese a que yo era el más chavalillo. Como era flaco, ágil y resistente, les daba buena pelea a los grandes, que estaban gorditos o no les gustaba tanto correr.
José Pedraza cursó la primaria en el Internado número tres, que se encontraba en las márgenes del lago de Pátzcuaro y proseguiría sus estudios en la Escuela de Prácticas Agrícolas en Guaracha, cerca de Jiquilpan, donde su afición por la actividad física se acrecentó.
Lo recuerda así:
- Me gustaba jugar basquetbol en una canchita que teníamos en la escuela, pero más me gustaba correr las carreras de 1,500 y 5,000 metros. Incluso, una vez que estaba en la Escuela de Prácticas, donde estudiaban pelaos más grandes, se organizó una competencia. Y ai voy corriendo a inscribirme. No querían dejarme correr, porque nomás tenía 13 años. Pero lo hice, a chaleco, y que les doy la sorpresota: quedé segundo en las dos pruebas que tanto me gustaban.
Pero en aquel rancho había poco qué hacer...
Las opciones a futuro no eran pródigas.
Y sí mucha la inquietud que corría, tan briosa como él mismo, por el interior de José Pedraza.
Había aprendido a admirar a aquellos soldados que patrullaban la zona, tan impresionantes dentro de sus verdes uniformes.
Le infundían un gran respeto.
Así que un día sin meditarlo mucho, dejó el pueblo y se inscribió en Transmisiones, en el Campo Militar donde, además de las labores castrenses que tanto le forjaron el carácter, podía practicar el deporte. Tenía apenas 15 años.
Por las tardes todo era basquetbol.
Los fines de semana: carreras, atletismo todo... ¡Hasta pentatlón! Salvo las pruebas con vallas y el lanzamiento del martillo, Pedraza lo practicó todo en pista y campo.
Y tuvo sueños inalcanzables.
Soñó en competir en los Juegos Olímpicos de Roma en 1960.
Y se preparó intensamente para competir en steplechase , pero fue eliminado en las pruebas clasificatorias.
Soñó en competir en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964.
Y se inscribió en las eliminatorias de las pruebas de 5 y 10 mil metros. En ambas quedó en cuarto lugar. Por poquito...
Pedraza:
- Yo ya tenía 27 años... Sentí que había perdido toda ilusión por representar a mi país en el extranjero... ¿Cómo sería posible? Los años se me habían venido encima.
Así, así, hasta llegar a Transmisiones, hasta el Plan Sexenal; hasta aquel sonoro grito con el vozarrón de Del Valle Alquicira.
Y una reflexión:
- Y sí, nos quedamos definitivamente con la caminata. Pero lo malo es que no sabíamos si lo estábamos haciendo bien. Ni el profe sabía, a ciencia cierta, lo que era la caminata y cuál era su técnica. Eladio Campos, José Oliveros y un muchacho de San Luis Potosí, de apellido Fabregat, tenían más conocimientos que nosotros.
Pero allí iban, los queridos soldadotes del profesor Alquicira, a toda competición.
Como ésta, en San Luis en abril de 1965, que se organiza con el fin de iniciar-una especie de eliminatoria para que surja el primer campeón nacional de esta disciplina, nueva para el atletismo mexicano pese a que desde 1956 forma parte del atletismo olímpico.
Pedraza:
- Fuimos a competir, pero la verdad es que ni siquiera sabíamos qué tipo de zapato usar. Yo me puse unos de ciclista, y cuando habíamos recorrido 18 kilómetros ya llevaba todo el empeine inflamado y el zapato me chacualeaba. Los deshice. Cuando me los quité me sangraba profusamente el pie derecho. Eladio ganó esa competencia y yo llegué en segundo lugar, nomás por puro corazón.
Ya. Vengan ahora los campeonatos nacionales.
Y venga ahora, por primera vez en la historia de estos torneos, la caminata.
Vuelve Pedraza a su patria chica, a su estado natal, porque los campeonatos serán disputados en la pista del estadio de Morelia.
Cuando aparece en la pista, le cobija una cariñosa ovación.
Pedraza, evocador:
- Me dio mucho gusto porque fui el primer campeón de caminata, nada menos que en mi estado y pese a que me atarugué la noche anterior.
Breve historia de un atarugamiento:
- Aquella era una época difícil. No teníamos muchos recursos económicos y menos como para alimentarnos bien. Así que cuando llegué a la concentración y me encontré con la abundancia, le entré con fe a los alimentos y comí tanto huevo con jamón, que como a eso de las 3 de la mañana no podía salir del baño. Tenía una diarrea tremenda y para evitar la deshidratación, antes de la prueba me bebí como tres litros de agua. Me sentía pesado, pesado... Pero aún así les gané. ¡Ya era campeón nacional!
UNOS JUEGOS EN SU FUTURO: LOS OLIMPICOS
Ya en ese entonces se hacían los preparativos para organizar los XIX Juegos Olímpicos, en México 68. Y para vencer la reticencia de ciertos países que temían a la altura de la ciudad de México, se organizaron las Semanas Deportivas Internacionales a celebrarse en octubre, como la Olimpiada. En las tres que se efectuaron -una por año, desde 1965- participaron atletas de reconocida calidad y experiencia. Para ellos eso fue una prueba; para nuestros atletas, una gran oportunidad de adquirir fogueo, enfrentándose a los mejores de cada especialidad. Para José Pedraza, una última esperanza. Que había llegado de la nada.
Allí estaba el flamante campeón nacional de caminata.
Pedraza:
- Participé en esa primera semana. Ya para entonces sabía un poco más de caminata porque, después de lo que nos pasó en San Luis Potosí, el profesor Alquicira le pidió a un amigo suyo que vivía en Chicago, que viniera unos días y nos diera algunas indicaciones. Era nada menos que el sheriff Tegermann, figura legendaria en los Estados Unidos porque fue uno de los que participaron en aquella famosa captura de Al Capone. El nos corrigió todo. Fue entonces cuando supimos que nos movíamos mucho, que gastábamos energía de más en el movimiento de cadera y en fin... En esa Semana Internacional finalicé en tercer lugar, superado sólo por los soviéticos.
Primer éxito en caminata.
Así que no somos tan malos en esta exótica prueba...
Pues hay que ver si es cierto.
Que se inscriba a la caminata mexicana en los Juegos Centroamericanos y del Caribe -1966 en Puerto Rico-.
Pedraza:
- Fue mi primer viaje fuera de México. Y era también, la primera vez que en este tipo de Juegos se disputaba la caminata. Nos programaron una prueba a diez kilómetros. Los cubanos y yo nos dimos un buen agarrón y al final les gané: mi primer viaje al extranjero y mi primera victoria internacional. Estaba feliz, sí, ¿y cómo no?
Pedraza registró un tiempo de 51:32,4 mientras que los cubanos Euclides Calzado y David Jiménez cronometraron, respectivamente, 51:34,4 y 52:17,8.
Iniciaba, así, la larga jerarquía de la caminata mexicana en el área.
Nadie lo sabía, nadie podía imaginarlo, pero con el tiempo ese dominio se extendería por todo el orbe.
En la II Semana Internacional, Pedraza volvió a ocupar el tercer sitio.
Y era ya tanto el interés por la marcha que en 1966, el Comité Olímpico Mexicano -por gestiones del general José de Jesús Clark Flores contrató los servicios del entrenador polaco Jerzy Hauslelber, quien poco después llegó a México como parte de un grupo de técnicos extranjeros -la mayoría poloneses- para hacerse cargo de la preparación olímpica de los atletas mexicanos.
En los primeros meses de 1967, ya con Hausleber al frente, el equipo nacional de caminata hizo su debut en los principales circuitos europeos.
NO SIN EL COBIJO DE MI BANDERA...
Pedraza:
-Llegamos a una competencia en el centro de alto rendimiento de Postdam, Polonia y surgió un problemón: en la ceremonia inaugural de la competencia ondeaban las banderas de todos los países participantes, menos la de México. Y de inmediato protesté. Mi formación de militar no podía permitir ese desaire. Mi actitud enardeció al público, que empezó a gritar y a insultarnos. "Mexicano mugroso", me han de haber dicho; pero cuando gané, todos me aplaudieron... Como la competencia fue de diez kilómetros y nos habían visto muy enojados, rápidamente se movilizaron y consiguieron una bandera mexicana. Total, que al momento de la premiación ondeaba en lo alto nuestro bello lábaro patrio... ¿Cómo competir en el extranjero sin el cobijo de mi bandera?
Después de Postdam, había sido programada una prueba en Varsovia.
Pero antes y como había tiempo, se atendió a la invitación hecha por funcionarios daneses y Hausleber envió a Pedraza, como único representante, a competir en un pequeño pueblecito cercano a Copenhague.
Pedraza:
-Hausleber me dio el boleto de avión y pues que me voy así, a la mexicana, sin hablar pero nada de inglés. Cuando llegué a Copenhague me preguntaron: "¿Qué idioma habla usted?" Y yo, muy orgulloso, les dije: "tarasco, purépecha y español". Buscaron a un gallego y entonces sí nos pudimos entender.
Luego Varsovia., Después la Unión Soviética.
Y una reflexión:
- Me di cuenta de que estaba progresando. Las mejores marcas en los 20 kilómetros estaban en una hora y 29 minutos y yo había hecho ya una hora y 30, que era uno de los mejores tiempos del año.
Y de las pistas soviéticas, el equipo mexicano viajó directamente a Winnipeg, Canadá, para competir en los Juegos Panamericanos de 1967.
Error, en opinión de Pedraza:
- Porque fue un viaje muy largo. Llegamos muy cansados y yo, en lo particular, no tuve tiempo para recuperarme y perdí la medalla de oro. Tuve que conformarme con la de plata
Siguiente destino: Chicago.
Y una confidencia:
- Nunca me ha gustado competir en Estados Unidos. Por esto: cuando estábamos allá, necesitaba hacer unas compras y como no hablaba inglés, vi a un paisanote y le pedí que me ayudara. El muy jijo me hizo señas de que no hablaba español. Y su rostro se me quedó muy grabado. ¡Si era más indio que yo!... El día de la prueba, cuando todo mundo se acercó a felicitarme por el triunfo, allí estaba él, condenado, hablándome en español. Sentí que la sangre se me subía a la cabeza y muy enojado, que lo mando allá, muy lejos...
Poco después en octubre, José Pedraza obtuvo su primera gran victoria: en la tercera Semana Internacional se impuso a los alemanes orientales Hans Reimann y Peter Frenkel -este último sería campeón en los Juegos Olímpicos de Munich, 5 años después
Trascendía, va, la fama de los andarines mexicanos
Y en diciembre de ese año, viajaron a Inglaterra.
La rubia Albion tampoco fue muy del agrado de Pedraza:
- Los ingleses no estaban muy convencidos de que yo caminara bien. Es más: como que dudaban que en México se hiciera caminata. Incluso, muy serio nos dijo un juez: " sabemos que existe México porque los españoles lo conquistaron pero, dígame, ¿dónde queda? Me enfurecí y entre gritos le dije: "mire, jijo de la tal por cual, si usted sabe leer y tiene dinero para comprar un libro, cómprese uno de geografía y deje de decir estupideces". Intervino otro juez: " y usted, ¿a qué viene?". Le contesté: "sinceramente, vengo a aprenderles, pero si puedo, les gano". Y el dulce sabor de la venganza: lo hice y en tres diferentes competencias: dos en Londres y otra en Lester.
Días después tuvieron que viajar a Roma, para que el presidente de la Comisión de Caminata de la FIA hiciera una evaluación de la técnica mexicana que según los ingleses, "estaba revolucionando la caminata"
Roma.
Aquellos sueños de la adolescencia.
Aquella frustrada ilusión por competir en a Ciudad Eterna.
Roma, la bella...
Pedraza:
Por supuesto que me importaba el chequeo pero, como apasionado estudioso de antropología e historia, conocer Roma era como un sueño. Lo visité todo. Pasé horas en el Coliseo. Por las noches me salía, solitario, a caminar. Estuvimos allí sólo tres días, pero los aproveché íntegros.
"México contaba ya con un respetable equipo de caminata, dirigido por un reconocido técnico, como Jerzy Hausleber y un grupo de fuertes competidores, encabezados por Pedraza, José Oliveros, Pascual Ramírez, Pablo Colín y Eladio Campos".
Por fin: el ya sargento Pedraza estaba en la antesala de los Juegos Olímpicos.
Recuerdos de alegría para él. Y también de profundo dolor:
- Para esas fechas yo ya estaba casado. Me casé en 1961 y mi esposa sufrió muchas privaciones. Eso me preocupaba y me dolía mucho. Y es que era paradójico: allí andaba yo, viajando por todo el mundo, comiendo bien, protegido médicamente y mientras tanto ella por acá, enferma, padeciendo lo indecible con mi raquítico sueldo de sargento. Murió en 1970 y aunque recibió las mejores atenciones médicas, nunca pude olvidar, nunca pude dejar de hacerme el reproche de que esos meses que pasé compitiendo en Europa me privaron de estar más tiempo con ella.
EL MOMENTO DE LA VERDAD
Y llegó el día olímpico: 14 de octubre de 1968.
El momento de la verdad.
Esa tarde, el estadio México 68 de Ciudad Universitaria lucía pletórico. Copeteadas sus tribunas.
Había expectación por corroborar si era cierto todo aquello que se decía de nuestros andarines. Los tres mejores de la prueba de 20 kilómetros -se competiría en un circuito diseñado en los terrenos de la Universidad, sobre piso duro, rocoso, impropio para la caminata estarían en liza: José Pedraza, José Oliveros y Eladio Campos.
El relato es del sargento Pedraza:
-Hausleber y yo estábamos seguros de que ganaría una medalla porque ya había vencido a los mejores, incluido Golubnichy, quien era muy famoso por haber ganado la medalla de bronce en Tokio y poseer las mejores marcas mundiales. Sabíamos de los riesgos, pero pensábamos que de acuerdo con nuestro plan de competencia, la prueba no iba a ser muy difícil. Pero nunca calculamos que, al salir del estadio, uno de los andarines iba a pisarme y a safarme el zapato. ¡Qué barbaridad! Cuando vi que el grupo se me adelantó como 40 metros perdí la cabeza. De otro modo, no hubiera cometido el error de eliminar esa desventaja de inmediato-, al subir por la rampa para salir del estadio. Ese jalón fue la muerte... Una burrada total. Competí tan a lo loco, que al llegar a los primeros cinco kilómetros ya estaba en la punta, con el grupo en el que se encontraban Golubnichy, Smaga, Reimann, el japonés Saito y el estadunidense Rudy Haluza. Iba al parejo de ellos, pero ni mi respiración ni mis pulsaciones estaban bien y poco a poco fui perdiendo terreno.
A los 12 kilómetros marchaba en el decimosegundo lugar, pero no me encontraba a mí mismo; parecía que no sabía caminar. Un grito de Hausleber me hizo reaccionar. Entonces apreté y paulatinamente empecé a mejorar hasta que en el kilómetro 16, pasé al tercer lugar, detrás de los soviéticos. En esos momentos me sentí feliz: "ya tengo una medalla... Pero voy por más". Estaba seguro de que los alcanzaría antes de la subida al estadio, pero entonces surgió otro problema: me tropecé antes de la subida y para no cometer un faul, tuve que hincar la rodilla en el piso. ¡Qué mala suerte!. . . Otra vez, cuando ya los tenía a unos cuantos metros, los soviéticos volvían a escapárseme. Perdí como seis metros, distancia que a esas alturas, es ya muy importante.
Cuando llegamos al estadio, ellos aprovecharon la bajada. Sabían que yo nunca me había distinguido por ser un buenazo para recorrer las pendientes, así que me vi forzado a dar más y más.
La llegada de los soviéticos a la pista causó, estupor.
La de Pedraza, un alarido.
La prueba se redujo, ya, a esos 300 metros
- ¡Vamos, mi sargento!...
- ¡Échele, Pedraza!... ¡Es por México! ¡México!, ¡México!, ¡México!..
El paso firme del militar era como un presagio de que aquella medalla no sería sólo de bronce.
Pedraza atacó con rabia.
Hay quienes dicen que violó los reglamentos de la caminata en esa violenta acometida final.
Lo cierto es que, centímetro a centímetro, Pedraza iba reduciendo la ventaja de los soviéticos.
Ya.
Es la primera curva. Smaga cede ante el brutal acoso. Es rebasado por Pedraza. Pero va tras él. Y el mexicano tras Golubnichy.
Pedraza:
- Cuando pasé a Smaga me dije: "sí puedo, sí puedo" y concentré mi atención en Golubnichy. Sentí que lo alcanzaba. Pude escuchar su muy agitada respiración. Pero en los últimos 50 metros él dio el resto; ese que yo había perdido cuando me pisaron y me desconcentré; ese que se me fue en el tropezón; ese que se me fue en los metros que perdí en la bajada... Y ya no pude alcanzarlo. Quedé a paso y medio de él, con una rabia infinita por no haber sido capaz de ganar...
Sólo dos segundos entre primero y segundo lugar; tres entre segundo y tercero:
Golubnichy cronometró una hora, 33 minutos y 58 segundos; Pedraza, una hora y 34 minutos; Smaga, una hora, 34 minutos y 3 segundos.
Pedraza agradecía la ovación frenética.
Pero lo hacía con un lamento interior:
- Me había preparado para ganar... Y comprendía que esa medalla de plata era la consecuencia de mis propios yerros.
Tres días después, la prueba de 50 kilómetros.
Una locura, dirá Pedraza:
- Un gran error en la programación. Otro error de mexicanos: el profesor Molina Celis las colocó tan cerca una de la otra porque nunca entendió que la caminata podía dar varias medallas a nuestro país.
A competir así, rápido, rápido, sin tiempo para recuperarse de todo el esfuerzo realizado 72 horas antes.
Pedraza:
- A los 22 kilómetros iba vomitando. Tenía deshecho el hígado. Sentía que todo se me movía. Cuando se me acercaban para darme indicaciones, ni las escuchaba. A los 40, una vez que me recuperé de la crisis que siempre se sufre en esta prueba, me encontraba en el sitio 32; cuando entramos al estadio marchaba en décimo y finalmente llegué en octavo lugar, a 17 minutos del ganador, el alemán oriental Christoph Hohne.
La medalla de plata de José Pedraza fue la única que México ganó en el certamen atlético de los juegos, en los que también destacó Juan Máximo Martínez, tan cerca él de las medallas de bronce: terminó en cuarto lugar tanto en los 5 mil como en los 10 mil metros.
¿Y después?
Después los festejos, los regalos...
-Y la amargura:
-A mí sólo me dieron un Rolex, que luego tuve que vender porque no tenía dinero para comer.
Ya era subteniente.
Pero tendría que volver a enfrentar aquellos añejos problemas:
Terminaron los Juegos y yo seguí en el deporte hasta que mi director, José Suástegui Salgado, un viejo general, me lo permitió. Debo decir que, si por él hubiera sido, yo jamás hubiera llegado a los Juegos. Mi general Marcelino García Barragán era quien directamente me extendía los permisos para faltar y competir. El sí entendía la posición que tenía nuestro país como anfitrión de la Olimpiada y que los mexicanos teníamos que hacer un buen papel.
Cuando, después de mis vacaciones, me presenté al cuartel a las 7:45 de la mañana del 22 de diciembre de ese nuestro año olímpico, el general Suástegui se me quedó mirando socarronamente y me dijo: "¡ah, qué muchachito, mire nomás qué bonito se ve! Vamos a ver si es cierto... ¡A ver, oficial de guardia, que éste reciba la guardia! ¡A ver si es tan bueno como dicen!". Recibí la guardia el 22, y el 23 quedé arrestado. Salí hasta el 17 de abril, nada más por sus pantalones...
Y yo me sentía tan mal allí arrestado, con mi esposa enferma y con la amargura de saber que mientras tanta gente estaba orgullosa de que yo, un humilde miembro del Ejército Mexicano, hubiera logrado una medalla olímpica, aquel viejo y ególatra general no podía aceptar que los jóvenes progresáramos y fuéramos famosos. En dos ocasiones me mandó a la prisión militar y a la tercera, me quería procesar. Hasta que hablé por teléfono con el gobernador de Michoacán, en ese entonces Carlos Gálvez, a quien pedí ayuda. El me escuchó y me dijo que personalmente hablaría con el general y que si éste no hacía caso, trataría el asunto directamente con el señor presidente Díaz Ordaz, con quien tendría acuerdo en fecha muy cercana. Sólo así me dejó en paz el viejo.
Pero estaba tan desanimado por todo lo que había sucedido que, pese a haberme ganado un lugar, ya no quise Ir a los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Luego murió mi esposa y pues menos. Me negué a ir a los panamericanos de Cali en 1971 y también a los Juegos Olímpicos de Munich en 1972. No había entrenado lo suficiente. Y no comprendía por qué no me habían dado todas las facilidades a pesar de ser, ahora, un subteniente y un subcampeón olímpico. Sabía que no estaría a la altura de las competencias, así que decidí quedarme y no hacer el ridículo.
Sus objetivos, entonces, fueron los de mejorar en su carrera como militar.
Lo hizo.
Primero fue ascendido al grado de teniente y desde 1977 pasó a ser capitán, cargo que ostenta aún.
Pedraza:
- Nada me moverá del Ejército. Soy un soldado. Y orgulloso de serlo.
Hay un dejo de tristeza en la expresión de éste, el inolvidable sargento Pedraza de redonda cara, morena y arrugada; de gruesos labios y ojos empequeñecidos, cuando dice con su ronca voz:
- Al deporte le di todo. Me gustó desde que era niño y jamás lo practiqué con desgano. Primero fui corredor y luego marchista y en todos esos años tuve satisfacciones y penurias, principalmente económicas pero, pues qué se le hace. . .
Luego reacciona. Y ya, sonríe:
- Mi mayor deseo es ver que los niños y, los jóvenes de nuestro país tengan, quizá como yo, una oportunidad para progresar. Yo la recibí cuando la creí perdida y la aproveché al máximo, con mucho coraje, con gran determinación de ser. Eso prueba algo: que somos capaces... Les diría a estas nuevas generaciones, que si optan por la práctica del deporte, lo hagan al máximo, gozándolo y que cuando representen al país lo hagan con empeño, con honestidad, con honor. Entonces sabrán que no hay nada comparable con ver izada nuestra bandera en el mástil más alto.
Duro el gesto en el mensaje final:
- Llegar a la cúspide deportiva no es fácil. Sin embargo, cuando se quiere y a uno le dan los medios para intentarlo, no hay que dudar. Hacen falta medallistas. Más y más. Hacen falta ejemplos en nuestro país. Podemos tenerlos. Decidámonos a ello.
Se cuadra el capitán Pedraza.
Un saludo militar en el adiós.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
María Teresa Ramírez Gómez
Medalla de bronce
México 1968
Natación
¿La natación o el piano?...
¿Las competencias o los conciertos?...
Maritere Ramírez tenía que tomar esa difícil decisión.
¡Apenas a los siete años de edad!
No dudó:
¡Mejor la natación!
Ocho años después, todavía sorprendida, con una olímpica medalla de bronce pendiendo de su fino cuello, aquella chiquilla vio venir hacia sí a una figura conocida que atropellaba a gente en su prisa; todo mundo le abría paso... Hasta que el presidente Gustavo Díaz Ordaz entró al vestidor de la alberca Francisco Márquez, se acercó a la nadadora y le dijo, también él turbado por la emoción:
¡Conmoviste a nueve millones de mexicanos!... ¿Y quién, realmente, puede hacer eso?
Maritere bajó la mirada, ruborizada.
Continuó el Presidente:
- Lo tuyo fue realmente una cosa muy bonita... ¡Te felicito!
Ella pudo apenas balbucear su agradecimiento.
No quería que nada le distrajera de aquel, su goce interior. Había vencido a la australiana Karen Moras, después de más de 9 segundos y medio de cerrada lucha en los 800 metros de nado libre.
Ya las estadounidenses Debbie Meyer y Pam Krause se habían apoderado, respectivamente, de las medallas de oro y plata. ¿Para quién sería la de bronce?
Son 500 metros de competencia...
Ya Debbie Meyer va muy adelante. Y Maritere sólo alcanza a ver la lejana patada de Pam Krause, quien era su punto de referencia. Pero, entre ella y la nadadora estadounidense, entre ella y la tercera medalla de la prueba, no hay más que una sombra, una molesta sombra:
Karen Moras.
Maritere:
Me di cuenta de que estábamos luchando metro a metro por una medalla. Cuando dábamos la vuelta, Karen se adelantaba, pero, ya en el curso, siempre volvía a darle alcance. Ibamos muy juntas. Yo escuchaba el griterío y ese era mi mejor aliciente. Hasta que llegó el cierre: los últimos 50 metros. Llegué a ellos en cuarto lugar hasta que alcancé a Karen y nadamos, al parejo, los metros finales. Cuando faltaba como media alberca, sentí que había llegado a mí ese famoso segundo aire. Respiré profundo y lo di todo. No volví a respirar sino hasta tocar el muro. Fue una llegada con el corazón por delante, con mucho coraje. Materialmente me aventé para tocar y sentí que lo había hecho primero que la australiana.
Karen y yo volteamos a vernos. Un juez se me acercó y me dijo que yo había tocado primero, que había vencido a Karen, pero no le creí. No estaba segura. Pasaron los minutos hasta que, de pronto, observé que sacaban dos banderas de Estados Unidos, ¡y la de México! Esa era la señal de que había ganado la medalla de bronce. Segundos después apareció el resultado oficial en el tablero.
El cronómetro electrónico marcaba las 20:30 horas de ese 24 de octubre de 1968. Y cedía a la historia los resultados de aquella prueba olímpica.
1.- D. Meyer, Estados Unidos, 9:24,0
2.- P. Krause, Estados Unidos, 9:35,7
3.- M.T. Ramírez, MEXICO, 9:38,5
4.- K. Moras, Australia, 9:38,6
S.- P. Caretto, Estados Unidos, 9:51,3
6.-A. Cough1aw, Canadá, 9:56,4
7.- D. Langforá, Australia, 9:56,7
8.- L. Vaca, MEXICO, 10:02,5
¡Al fin!
Apenas la segunda medallista mexicana en la historia de los Juegos Olímpicos.
Simpática pequeña. Maritere Ramírez Gómez, que apenas a los siete años de edad arranca la sonrisa, orgullosa, de doña Esperanza Espinoza de los Monteros, su maestra de piano.
No se cansa de decir, doña Esperanza, con su atildada voz, que Maritere será una gran concertista.
Empezó hace apenas dos años. Se metió muy adentro de¡ estudio de¡ teclado cuando apenas había cumplido cinco de edad. Ahora tiene siete y ya ofrece algunos conciertos la niña prodigio: va a la Sala Chopin y con gran talento interpreta a Mozart, a Beethoven, a Bach.
Pero ella se siente solitaria.
No le sucede igual cuando se encuentra en la alberca del Club Italiano, en la que, junto a. otros niños, recibe los sonoros gritos de Armando García, el Cavernas, entrenador de natación:
-¡Floten!, ¡Muévanse!... ¡Pataleen!
Técnica rudimentaria, la del Cavernas, para hacer que sus pupilos pierdan el miedo al agua: simplemente los arroja de cabeza a la alberca y comienza a gritarles. Un largo palo, que acompaña cada una de sus instrucciones, es su asistente único; su varita mágica.
Hay, en la piscina, la risa y el compañerismo que no existe en la adusta clase de piano con doña Esperanza, tan exigente ella.
Se producía un cambio en la niña prodigio.
Era ella misma esa, la Maritere de la alberca. No la del piano.
Doña Esperanza advirtió lo que ocurría. Su aventajada pupila perdía concentración a cada instante.
Así que un día decidió entrevistarse con los padres de la pequeña Maritere.
Casi se produce un encuentro que, además de casual, hubiese resultado muy molesto. Por que también el Cavernas visitó a los padres de Maritere. El acudió a solicitar su autorización para que la pequeña compitiera en un torneo a celebrarse en unos días.
Ellos se opusieron:
- ¿Cómo va a ser posible, si hace apenas dos meses que Maritere aprendió a nadar?
A cambio, ofrecieron a doña Esperanza que Maritere se esmeraría en sus clases de piano.
Pero el Cavernas insistió: cronometró las marcas registradas por Maritere en cada una de las pruebas en que se competiría en aquel" torneo y luego las comparó con los tiempos de las ganadoras. Efectivamente: de acuerdo con, los números, Maritere hubiera podido resultar vencedora en varias pruebas. Don Urbano Ramírez y doña Consuelo Gómez se sorprendieron al observar los números.
Maritere:
- Mientras tanto, me invadía una extraña sensación: el piano me gustaba cada día menos y en la alberca todo me resultaba excitante, Veía con asombro que tenía facilidad para dominar los diferentes estilos.
Semanas después se produjo otra competencia y en esta ocasión, así haya sido a regañadientes, el Cavernas obtuvo el permiso de los padres de Maritere. No se arrepentirían: su hija ganó en 25 metros de dorso, 25 mariposa y el crawl.
Ya. La natación había entrado arrolladoramente en la casa de la familia Ramírez Gómez.
Dejaba de ser sólo una distracción.
Los hermanos mayores de Maritere -Lidia, que tenía 12 años y Rogelio, Consuelo y Gustavo, ya adolescentes-, también se entusiasmaron.
Unos meses después, poco antes de cumplir ocho años, Maritere ofreció el que sería su último concierto en la Sala Chopin. Su destino estaba ya marcado por otros rumbos.
Maritere:
- Me sentía bien. Me gustaba interpretar a los clásicos y no lo hacía nada mal. Principalmente porque salía, veía al público y no me inmutaba. Tocaba muy tranquilamente. El piano me gustaba mucho, pero no era el compañero que necesitaba.
¿Y la natación?
¡La natación me fascinó! Me cambió la vida. Estudiaba la primaria en el Instituto Miguel Ángel. Regresaba a casa como a las dos de la tarde, comía y a las cinco ya estaba dentro de la alberca, entrenando. Era un grupo muy bonito de chamacos y con nuestros padres se lograba una convivencia familiar muy agradable. Así que chao, pues, querido piano. Sonríe Maritere:
Todos, desde los más chicos hasta los más grandes, la pasábamos muy bien, principalmente los domingos, cuando nadábamos, después comíamos en grupo y en la tarde salíamos a la calle a tocar los timbres de las casas vecinas!. . Esa era nuestra máxima diversión. Lo malo era cuando cachaban a alguien y lo ponían como campeón.
- Decías que la natación cambió tu vida...
. - ¡Y vaya que si lo hizo!... Mi vida ya no fue igual a la de otros niños de mi edad. Claro que tenía mis juguetes, mis muñecas, pero yo todo lo hacía a un lado. Sólo quería estar dentro de la alberca. Era tanta mi pasión, que aprendí de lo importante de ser disciplinada. Nadie me enseñó a serlo. Ni mis padres ni mis hermanos mayores. Yo solita. Lo entendí; sabía que para lograr grandes metas tenía que acostumbrarme al rigor de la disciplina.
EL CAMINO HACIA EL EXITO
La primera competencia importante en la carrera de Maritere fue en el Junior Club. Faltaban unos días para su octavo cumpleaños. Maritere ganó varias pruebas y eso le deparó la oportunidad de ser seleccionada para el torneo Centroamericano y del Caribe de edades, en Ciudad Universitaria. Compitió en infantil de 8 y 9 años y obtuvo medallas en dorso y crawl.
A los 12 años- participó en la I Semana Internacional -aquellos certámenes deportivos mundiales que, celebrados anualmente, precedieron a los Juegos Olímpicos- a la que asistieron preseleccionados de México y de varios países de América y Europa.
Recuerda Maritere:
Me fue mal. No pasé a finales en ninguna prueba. Y es que estaba muerta de miedo. La mayoría de mis rivales eran como siete años mayores que yo y además, con mucha experiencia. Mis compañeras mexicanas se enojaban porque yo había sido preseleccionada y es que, no obstante mi elevada estatura, la verdad era que yo no estaba lista aún... Se resistían a comprender que eran apenas los primeros pasos; que me estaba preparando para lo que vendría tres años después.
En 1966, Maritere fue seleccionada para representar a nuestro país en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, a celebrarse en San Juan, Puerto Rico. En el grupo destacarían Guillermo Echevarría, Salvador Ruiz de Chávez, Rafael Hernández y Tamara Oynick, quienes ganaron varias preseas de oro. Maritere, a cambio, no pudo vencer a la puertorriqueña Ana Lallande, quien conquistó 10 medallas de oro. Maritere regresó con tres preseas de bronce: una en nado libre individual y dos en relevos.
Maritere:
- En ese entonces ya tenía como entrenador a Rubén Coronado, en el Country Club. Nos preparamos muy bien, pero el equipo de Puerto Rico fue mejor; el mejor que ha tenido en los últimos tiempos.
Al año siguiente, en los Panamericanos de Winnipeg, Maritere compitió en 100 metros de nado libre y de dorso y en ambas pruebas obtuvo el quinto sitio. Ella era la campeona nacional en velocidad, hasta que, en febrero de 1968 -a ocho meses de los Juegos Olímpicos tomaría una decisión que resultaría trascendental en su carrera deportiva: competiría en las pruebas de fondo.
Recuerda:
- No me gustaba nadar tanto. Me aburría. Prefería la excitación de las pruebas cortas. Pero don Manuel, el papá de Memo Echeverría, era muy insistente: "Pásate al fondo; tienes grandes cualidades para ello". Yo no hacía caso.
Hasta que, un día, en el entrenamiento del equipo mexicano se presentó la sueca Lisa Lungren, quien fuera campeona europea de los 800 metros libres y a quien Maritere admiraba mucho. Lisa había casado con un mexicano, tenía apenas 22 años y quería entrenar aquí. Ronald Johnson, al frente de la natación mexicana, lo permitió. Ver nadar a Lisa fue, de hecho, el primer paso en el cambio de Maritere.
En otra ocasión, Ronald Johnson ordenó un chequeo sobre 400 metros. Y Maritere logró un buen registro. Johnson también insistió en el cambio, pero jamás forzó a Maritere. Hasta que, sin anunciarlo así, la inscribió en la prueba de la milla, en alberca de 25 yardas, en un torneo que se realizó en Ok1ahorna.
Maritere:
- Resulta que hice un tiempazo y al otro día que me llevan los periódicos: hablaban de una chiquilla mexicana que había tenido un gran tiempo, que había ganado... Y me dije: oye, pues sí la haces!'. Y me metí de plano al fondo. En aquellos años no era común que las mujeres nadaran grandes distancias, pero ya Paty Caretto había nadado los mil 5,00 metros y era campeona mundial con muy buen tiempo, superior al de muchos varones. Ella fue la que vino a revolucionar el nado femenil de fondo. Y con ella como ejemplo empecé a dedicarme más y más, pues ya sentía que tenía la oportunidad de competir en una Olimpiada y de pasar a la final... ¿Ganar una medalla?... No, todavía era muy prematuro pensar en eso. Tal vez después...
Pronto, el trabajo de Ronald Johnson, Nelson Vargas y Manuel Echevarría en la preparación del equipo de natación, empezó a rendir frutos: Guillermo Echevarría imponía récord mundial en los mil 500 libres -primera vez que esa hazaña era lograda por un nadador mexicano-; en las pruebas de pecho, Felipe Tibio Muñoz había superado a Brian Job, el mejor nadador estadounidense en la especialidad y en el torneo de Santa Clara, por la calidad de sus participantes considerado como uno de los mejores del mundo, Maritere lograba el quinto lugar en los 1500 metros libres. Días después, en el campeonato abierto de Estados Unidos -Lincoln, Nebraska-, se ubicó en el séptimo sitio.
Maritere:
- Después de Santa Clara, el equipo mexicano de natación fue respetado. Ahora sí, nos daban carriles para entrenar. Los periodistas nos dedicaban más tiempo y más espacio en páginas. Ya no nos hacían sentir menos. El equipo mexicano de nado se había ganado un lugar a base de intenso trabajo y de buenos resultados y esto nos dio gran confianza a todos.
UNA META QUE HABIA QUE CUMPLIR
La vida de Maritere se hizo más rígida.
Había que entrenar a las 5 de la mañana, después ir a la escuela y volver a la piscina.
¿Qué no te da flojera? le preguntaban otras jovencitas, sus compañeras de estudio.
Maritere:
Esa pregunta me inquietó. Y es que ves que eres una persona normal, común, como ellas. Pero de repente te preguntas si eso es cierto. Porque en algunas ocasiones te sientes cansada, aburrida, sin ganas de seguir.
- ¿Y?
Y entonces recordaba que me había fijado una meta y que tenía que cumplirla: me había propuesto representar a mi país en unos Juegos Olímpicos y sabía que eso no sería fácil; sabía que tenía que trabajar mucho para lograrlo. Así que apliqué mi autodisciplina y vencí aquellos momentos en los que, cansada' de todo, de¡ extenuante entrenamiento, de los excesivos cuidados en la alimentación, del excesivo orden en mi vida, tenía el deseo de abandonar. Y le eché muchas ganas. Me dediqué en cuerpo y alma a entrenar, a aprovechar lo mucho o lo poco que tenía a mi disposición. Y la mejor respuesta, creo, fueron los resultados que desde niña comencé a obtener.
Explica:
- Porque la natación es deporte desde la infancia. Tienes tantas competencias, que los mismos triunfos te motivan a ir por más. Ese fue mi caso. Si ganaba, iba por más. Si lo hacía en un Centroamericano, le tiraba a un Panamericano y así hasta los Juegos Olímpicos. Mis metas fueron creciendo siempre, porque yo veía que físicamente podía y porque contaba con el total apoyo de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos, de mis entrenadores y con un medio ambiente totalmente favorable.
Así que María Teresa Ramírez fue seleccionada para competir en cinco pruebas olímpicas: 200, 400 y 800 metros libres y combinado y libre de relevos. Para muchos -dice la nadadora-, el estar seleccionado y ser integrante de la delegación mexicana en nuestros Juegos, ya representaba mucho.
Maritere:
- Los nadadores y el resto del equipo nos fuimos a la Villa Olímpica 15 días antes de la ceremonia de inauguración. Era un buen ambiente. Nos recomendaron que no leyéramos los periódicos, pues nos podíamos poner más nerviosos; que hiciéramos nuestra vida normal. El 12 de octubre, día de la inauguración, también entrenamos e hice un excelente tiempo de 9:34 minutos en uno de los tres 800 metros que nadé. Me sentí muy bien. Ronald como que no lo creía. Estaba feliz. Me dijo: "muy bien... Ahora debes mejorarlo en la prueba oficial".
Ya. Los Juegos. La competencia. El sonido de la pistola. El agua.
Maritere debutó en una Olimpiada en la prueba de 200 metros libres. No pasó a las finales. Hizo un tiempo de 2:17 minutos; un segundo más que su mejor marca. Pero se había cumplido el primer objetivo en los planes de Ronald Johnson: que, en esa prueba, Maritere descargara todo el nerviosismo, que aflojara los músculos, que se acostumbrara a la rudeza de la competencia.
Posteriormente, Maritere se coló a las finales de 400 libres. Y lo hizo de una manera sobresaliente: entre 30 competidoras, había logrado el cuarto mejor tiempo y un lugar entre las ocho finalistas. Las medallas se disputarían en la jornada nocturna de aquel 20 de octubre.
¿Medalla?
Quizá lo haya evitado uno de esos imponderables que tan importante papel juegan en la vida de cada persona.
Recuerda Maritere:
- Cuando acabaron las eliminatorias, me fui a la Villa Olímpica. Descansé bien después de comer. Quería estar lista para la final. Cuando decidí regresar a la piscina era muy temprano y como no ví a mis compañeros, tomé un camión que decía "ALBERCA OLIMPICA". Pero, ¿a dónde vamos? Ese camión tenía una ruta larga: ir primero al Estadio Azteca y después hacer todo el recorrido hasta la alberca. Empecé a llorar. ¿A qué hora vamos a llegar? Algunos nadadores de otros países, que competirían en las primeras pruebas, también se habían equivocado. Una señora ya grande, entrenadora, estaba muy nerviosa. Gritaba, se lamentaba de su error, mientras yo me decía: "no voy a llegar". Por fin lo hicimos y corriendo fui a buscar a Ronald, quien estaba más nervioso que yo porque no me encontraban por ningún lado. Y así, toda nerviosa, agitada, me cambié y traté de aflojar un poco, para la competencia. En síntesis: creo que todo eso me afectó porque subí mi tiempo: de 4:39 que tenía, hice 4:42, que me dio apenas el sexto lugar.
Un par de días después, el 22 de octubre, llegó el triunfo de Felipe Tibio Muñoz, que, además de ser algo que fue recibido con gran alegría, dio confianza y serenidad al grupo de nadadores mexicanos.
En ese entonces y decidida a vivir más apaciblemente, Maritere había optado por dejar la Villa Olímpica y regresar a casa. Su hermana Lidia, seleccionada en dorso, prefirió permanecer en la concentración general.
Maritere:
- Yo estaba totalmente tranquila, relajada. Hasta desayunaba hot-cakes, que tanto me gustan. Me pasaba el día en bata, viendo por televisión las competencias. En las mañanas iba Villa Olímpica, entrenaba y regresaba a casa.
Hasta que llegó el momento, Maritere...
- Sí... Pensaba en ello y me sudaban las manos. Pero me decía: "esto lo has hecho miles de veces; no hay problema". Además, conocía a mis rivales y sabía que podía estar en la final.
23 de octubre: heats eliminatorios para los 800 metros libres, femenil.
Maritere:
- En mi eliminatoria estaba Paty Caretto. Y nos fuimos nadando juntas, en un ligero pique. Lo importante era pasar en buen lugar, con un tiempo aceptable. Lo hice, aunque me sentí un poco pesada. El público que asistió a esa jornada matutina salió muy contento, porque gané el heat y clasifiqué bien. Regrese a mi casa y me tranquilicé. Ronald me dijo que no era sino natural que me sintiera muy dura, pesada, pero que al nadar en la noche todo cambiaría. Comí algo y descansé. Estaba convencida de que había tenido una buena preparación y de que horas después tendría que dar el resto.
Existía, en Maritere, un no oculto deseo de encontrarse en la alberca con la australiana Karen Moras. De alguna manera, comprendía que sería muy difícil vencer a las estadounidenses Debbie Meyer -quien ya había ganado las medallas de oro de 200 y 400 metros libres y Pam Krause. Las posibilidades de llegar al podio estaban cifradas, por tanto, en imponerse a la también estadounidense Paty Caretto, a la canadiense Ann Coughlaw y sobre todo, a Karen Moras.
¿Por qué?
Lo recuerda Maritere:
A Karen le tenía muchas ganas, sí, es cierto. Todo empezó meses atrás, cuando su entrenador vino a México, habló con Ronald y le dijo que tenía una nadadora muy buena, que seguramente ganaría una medalla en mi prueba. Johnson, para no quedarse atrás, le comentó que yo podría vencer a su discípula. El entrenador de Karen mostró, entonces, las tablas con las series que cubría Karen. Eran muy similares a las mías. Y, cuando me lo presentaron, así, como muy suficiente, me dio a entender que olvidara mis aspiraciones, que Karen me derrotaría. Yo simplemente le dije: "bueno, habrá que esperar"...
A ella la conocí ya en los Juegos, a bordo de un camión. Era muy delgadita, un poco más bajita que yo -Maritere mide 170 metros-, güerita, de pelo corto y un año mayor que yo. Creo que su entrenador le había dicho algo de mí y al verme se puso muy nerviosa. Simplemente no nos caímos bien.
24 de octubre de 1968.
Ya simpatías o antipatías quedaban atrás.
Era el momento de la verdad.
La final de los 800 metros libres para damas.
Las miradas expectantes de los miles de aficionados reunidos en la Alberca Olímpica caían sobre la chiquilla del carril 3. Los conocedores observaban a la espigada Debbie Meyer, quien ocupó el carril S. Moras competiría en el 4. y Pam Krause en el 2.
20:15 horas.
Suena un disparo.
Ocho esbeltos cuerpos femeninos se lanzan al agua.
Escuchemos la voz, diáfana, de Maritere; que sea ella misma quien narre aquel momento, aquel día, todo:
Esa mañana fui a la alberca a aflojar un poco. Pensaba en el Tibio: su triunfo nos había motivado a todos. Quería dar todo lo que tuviera. Pensaba: "he trabajado mucho y ahora viene mi prueba; tengo que darlo todo, no puedo esperar otro día". Canalicé toda mi energía para este momento.
Con toda calma nos fuimos a la alberca. Aflojé hasta que me sentí bien. Don Manuel Echevarría, quien me ayudó mucho, me acompañó en todo momento: hablaba conmigo, me alentaba, me daba confianza. Cuando las ocho finalistas nos fuimos al cuarto de espera, traté de escudriñar en el interior de mis adversarias. Todas, sin excepción, estábamos nerviosas, pálidas. Algunas se distraían viendo por la televisión del circuito cerrado las pruebas anteriores a la nuestra; otras se arreglaban el traje, el pelo... Yo las veía mientras escuchaba a don Manuel decir. "mira, también ellas sienten el pelo. Tú sólo debes pensar en que has hecho un buen trabajo y en que los resultados serán una consecuencia de ello". Y yo ahí, tratando de serenarme, de alcanzar la concentración total.
Cuando salimos a la alberca, Ronald se quedó en el vestidor. No me dijo nada. Su mirada, en cambio, fue muy significativa. Me lo dijo todo al mirarme así: que me tenía una gran confianza, que no defraudaría a nadie. Y eso me motivó aún más. En esos instantes no me dolía nada. Todo mi ser vibraba, anhelante, ya del momento de lanzarme al agua. Escuché gritería, que era impresionante. Y no quise pensar en la grave responsabilidad de representar a mi país, en mi país, en una final olímpica Lo olvidé todo. Me concentré, me subí al banquillo... Estaba más que lista cuando sonó él disparo.
LA PRUEBA
Karen salió muy rápido. Tomó la delantera y la sostuvo en los primeros 300 metros hasta que Debbie, a la que seguíamos Pam y yo comenzó a atacarla. Y detrás de ella nos fuimos nosotras dos. La gritería era tremenda. A los 500 metros ya Debbie era lideresa inalcanzable y de Pam sólo veía la patada. Así que me concentré en Karen, quien nadaba a mi lado. Entonces ya no pude pensar. Lo único que hice fue bracear casi con desesperación... Hasta que toqué el muro.
Sentí un escalofrío intenso que recorrió cada parte de mi cuerpo. Veía las tribunas y me parecía que sólo había en ellas tres colores: verde. blanco y rojo. Todo mundo agitaba banderas mexicanas había porras y mi nombre se escuchaba a gritos por todos los ámbitos. Sencillamente, indescriptible. Fue increíble. Y de repente, ya, estás en el podio, y ves que tu bandera es izada, y te dan ganas de llorar... Ves que tus sueños se han vuelto realidad; que valieron la pena el esfuerzo y los sacrificios tuyos, los de tu familia... Y entonces recuerdas con cariño esas levantadas a horas tan tempranas, esas largas sesiones de entrenamiento, esas privaciones... Porque sólo piensas en que ya tienes tu recompensa: haber dado a tu país, a tus padres, a tus familiares todos, a tus entrenadores y, en fin, a tí misma, una bellísima satisfacción. Fue una medalla de bronce, pero para mí era como de superplatino.
Esa noche fui a Villa Olímpica, a cenar con unos compañeros, mis entrenadores y algunos amigos. Unos amigos de mis hermanos pensaron que estaba en casa y me llevaron serenata. Fue una pena. Yo no estaba ahí. Mis padres tuvieron que prender la luz de mi recámara y darles las gracias. Porque yo estaba allá, en Villa Olímpica, festejando pero en serio. Me llevaron a hombros, con mi medalla en el cuello.
Esa noche no dormí; no quise dormir; quería recordarlo todo: desde que empecé a nadar en el Italiano, hasta el momento aquel, tan hermoso, en que vi el nombre de mi país en lo alto.
DOS CALLES LLEVAN SU NOMBRE
Maritere continuó en el deporte.
Estaba muy joven y podría buscar otro ciclo olímpico.
Lo hizo.
En 1970, durante los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Panamá, Maritere ganó ocho medallas de oro, una de plata y dos de bronce y fue declarada la reina de la natación en esos juegos.
Pero no fue todo:
Se realizó una encuesta entre los periodistas destacados a cubrir la información de esas competencias, Maritere y un basquetbolista panameño fueron elegidos como los mejores deportistas de esos Juegos. Para homenajearlos, el gobierno panameño dio sus nombres a un par de calles adyacentes al complejo deportivo.
El propio Omar Torrijos, el legendario hombre fuerte de Panamá, en aquel entonces presidente del país, la felicitó por su actuación.
Aquí también se perpetuó su hazaña:
Una calle del complejo habitacional Izcalli, en el estado de México, asimismo lleva su nombre. Otras, los de varios de los ganadores de medallas en aquellos inolvidables Juegos del 68.
En Munich 1972 nació la supremacía del deporte socialista. Incluida la natación, por supuesto. Los avances de esos países en materia deportiva asombraron al mundo entero. Fueron descubiertos nuevos métodos de entrenamiento; la ciencia médica se incorporó totalmente a la actividad física y se convirtió, de hecho, en motor impulsor de los nuevos héroes. Surgieron, con toda su fuerza, los deportistas de Estado: aquellos dedicados tan sólo a la superación de marcas, de tiempos, de distancias; atletas que disfrutaron, desde ya, de todo el apoyo de su gobierno.
Tradúzcase: apoyo económico, ese, siempre ausente, en materia deportiva, en los presupuestos de otros países.
Así que en Munich 1972 ya no hubo oportunidad. Ni para Maritere ni para Felipe Muñoz. Para nadie en la natación, pues.
Maritere:
- En Munich sólo pude realizar el décimo mejor tiempo en los 800 metros libres. Nadé, como siempre, dando lo mejor de mí, pero no obtuve más a pesar de que mejoré en 13 segundos mi tiempo. Y, caso curioso, Karen Moras -quien llegó a ser campeona mundial en esta prueba- tampoco pasó a las finales. Competimos en diferentes heats eliminatorios, pero, para Ripley: le volví a ganar por una décima de segundo. Increíble, pero cierto. Cuando Ronald me mostró los tiempos, me sorprendí. No lo hubiese creído de no haberlo visto.
Así que, tácitamente, en Alemania acabó la carrera deportiva de Maritere, quien compitió por su. club, el Asturiano, algunas festividades. Nada más, porque ya tenía nuevas prioridades: había ingresado a la Universidad Iberoamericana. Sería licenciada en Ciencias Políticas y Administración Pública. Lo es.
LA ULTIMA EXPERIENCIA
Un día, ya en el retiro, Maritere recibió una llamada telefónica. Era de José Joaquín Santibáñez, con quien había empezado a nadar en el Club Italiano y como ella, también nadador olímpico:
- Te invito a China.
- ¿A dónde?...
- A la República Popular China, como oyes, pero hay que competir.
Maritere:
- Bueno me dije, hay otro viaje... Y a China, que no conozco. Santibáñez me explico que
había llegado una invitación para los nadadores del '68 y como aquí se estaban preparando para los Panamericanos de 1975, pues me animé. Empezamos a entrenar. Y yo lo tomé tan en serio,: que un día me pasé y me torcí el cuello al nadar sólo 4 mil metros; sólo eso, cuando, antes, esa distancia no era nada.
Mi único problema era que en ese momento estaba tomando un curso de verano en la Universidad Iberoamericana. Así que hablé con mi profesor, le pedí el consabido permiso y él respondió: "Si ganas el primer lugar te revalido la materia; de lo contrario te repruebo".
Total, fuimos once nadadores. Entre ellos el Tibio y Memo Echeverría. Allá me encontré con varios compañeros de estudios y fue muy bonito recibir el aliento en la competencia. No podía fallar ante ellos. Estaban allí, en las tribunas y, aunque pocos, como buenos mexicanos, eran muy escandalosos. Las porras atronaban fuertes.
Así salí a la prueba de cien metros dorso. No sabía ni cómo nadarla. Me dije entonces., voy a dar todo desde el principio y vamos a ver hasta dónde llego; ojalá que no sea al último y haga el ridículo"... Gané la prueba. ¡Imagínate! Superé a las muchachas de Singapur y de China. Me dieron una medalla muy bonita.
Han pasado 22 años.
La licenciada Maritere Ramírez conserva íntegra aquella frescura de la juventud primera.
Viste un elegante traje sastre azul marino.
En su rostro, de finas facciones, resaltan el rojo de los delgados labios, los enormes, redondos ojos negros y la perlada sonrisa.
Habla, como en aquel entonces, con toda sencillez.
Dice:
- Yo me formé en el deporte. De él aprendí de los satisfactores que brinda una vida disciplinada y metódica; aprendí también de la importancia de tener una meta detrás de otra.
Y eso me forjó como ser humano. Difícilmente, lo hubiera logrado en otra actividad. Fui feliz; soy: conseguí siempre lo que me propuse. Y ahora aquí estoy. Y si mi presencia y la de todos demás medallistas olímpicos sirve para motivar a nuestros niños y a nuestros jóvenes, pues qué mejor. Todavía podemos dar mucho por nuestro país. Porque aquí sobra gente del deporte que vive, a diario, aquel que fue mi sueño hace 22 años.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos .
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Pilar Roldán Tapia
Medalla de plata
México 1968
Esgrima
Sólo de tenis se hablaba en esa casa. No podía ser de otra manera:
Ángel Roldán, el Güero, había sido uno de los mejores raquetistas en el ámbito nacional e inclusive, fue seleccionado mexicano Copa Davis -1934- y jugó al lado de Esteban Reyes, Eduardo Tapia y Eduardo Mestre.
Su esposa María Tapia, la Chata, fue triple medallista en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en El Salvador, 1935: campeona en singles y en mixtos -al lado de Alfonso Unda- y medalla de plata en dobles -con Fernanda Cedillo-. En 1954, cuando esos juegos fueron disputados en México, ganó otras dos medallas de plata: en dobles -con Rosa
María Reyes- y en mixtos -con Anselmo Puente-.
Tenista tenía que ser pues, Pilar Roldán Tapia, su hija.
Ella lo traía en la sangre. Fue su deporte de siempre. Por eso no resultó extraño verla, apenas a los seis años de edad, empuñando una raqueta en las mesas de arcilla del Junior Club. Pero...
Pilar Roldán:
- Todo comenzó como un juego... -¿Como un juego, señora?
- Sí, nada más que quien lo protagonizaba aquí, era una niña y no un niño. Esa niña era yo. Tenía como diez años y había descubierto algo que me cambiaría la vida: Los Tres Mosqueteros. Primero leí la obra de Alejandro Dumas; después vi aquella inolvidable película en la que Gene Kelly protagonizaba a D'Artagnan. Y entonces nació en mi una pasión desmedida por la esgrima. Recuerdo que tenía un traje con capa y lo utilizaba para disfrazarme de mosquetera y jugar a los espadachines.
Pronto dejaría de ser un juego.
Poco después de cumplir los 13 años de edad -1952- Pilar pidió a sus padres que le permitieran tomar clases de esgrima. Quería saberlo todo acerca del florete. Y tuvo fortuna, a finales de ese año el profesor italiano Eduardo Alajino, de reconocida calidad a nivel mundial, decidió radicar en México. Aquella chiquilla fue una de sus primeras discípulas. Y pronto, muy pronto, al grupo de alumnos se sumó el padre de Pilar: Ángel Roldán se dejó llevar por el fervor de su hija. Primero lo facilitó todo: en aquella casa en San Ángel instaló una pequeña pista de esgrima y compró a Pilar careta, guantes, chaleco protector y hojas de primera calidad; después -mediados de 1954-él mismo fue subyugado por el arte de manejar la espada y se integró a la esgrima con el mismo entusiasmo con que lo hiciera su hija.
Y así, casi sin darse cuenta, el llamado deporte blanco fue dejando de ser la gran pasión de dos de los integrantes de esa furibunda familia tenística.
Avancemos en el tiempo.
Lleguemos hasta esta soleada tarde del 12 de marzo de 1955.
Tarde histórica para el deporte de México.
Porque veintidós naciones del continente se han unido para disputar aquí los II Juegos Panamericanos.
Y se visten de todos colores las tribunas del estadio de Ciudad Universitaria para presenciar la ceremonia de inauguración. Desfilan gallardos los vistosos contingentes deportivos. México, país sede, cierra la parada. Su delegación es encabezada por Joaquín Capilla; el clavadista porta con altivez el lábaro patrio.
Visten nuestros deportistas un uniforme rojo y blanco. Saco y pantalón los varones; saco y falda las damas. Una de éstas es la jovencita Pilar Roldán, apenas a los 15 años de edad campeona invicta en florete. Está nerviosa, no puede ocultarlo; tampoco oculta su orgullo. Porque detrás de ella desfilan también sus padres: la tenista María Tapia y el ahora esgrimista Ángel Roldán.
Se produjo así el hecho insólito, sin precedentes y que hasta la fecha no ha vuelto a repetirse: padres e hija compitiendo por su país en unos Juegos Panamericanos.
Ninguno de los tres conquistó una medalla en esa ocasión.
La jovencita de entonces lo haría trece años más tarde, también en suelo nacional.
Y en Juegos Olímpicos.
Pilar Roldán: medalla de plata en florete.
Y se convirtió en la primera mujer mexicana en subir a un podio olímpico.
Infancia feliz la de Pilar.
Sin angustias económicas.
Integrada al deporte.
Sólo gratos recuerdos tiene María del Pilar Roldán de aquellos, sus primeros años -nació en la ciudad de México, el 18 de noviembre de 1939-.
Buena deportista. Buena estudiante también, muy destacada en el Instituto Miguel Ángel.
Los personajes centrales de su existencia eran sus padres y su hermana menor, María de Lourdes, quien nació cuatro años después que ella.
Hasta que llegó Alajmo.
Pilar:
-Cuando descubrí la esgrima me di cuenta de que podía combinarla perfectamente con mi otro deporte. El tenis me servía para tener fuerza en los brazos y coordinación en los desplazamientos, mientras que la esgrima aportaba mejores reflejos y mayor seguridad en mí misma.
Ya don Ángel Roldán y María de Lourdes se habían añadido al grupo de aprendices de esgrima cuando, apenas al año y medio de la primera clase de Pilar, le dijo el maestro Alajmo:
- Ya estás lista... Ya vamos a competir.
La inscribió en un torneo de segunda fuerza. Pilar lo ganó sin perder un solo duelo. Y en noviembre de 1954, unos días después de haber cumplido los 15 años, fue registrada en el torneo selectivo para integrar el equipo mexicano de esgrima que competiría en los Juegos Panamericanos de 1955.
Pilar:
- Más allá de los sueños triviales de cualquier jovencita de esa edad, los míos eran los de ganar, de representar a mi país.
Se hicieron realidad.
Y aquel 12 de marzo desfiló Pilar al lado de sus padres.
Pilar:
- Ese ha sido uno de los días más emotivos de mi vida. Recuerdo que un año antes, en la inauguración de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, la familia había ido al estadio a ovacionar a mi madre quien competiría en el torneo tenístico... ¡Y ahora estábamos los tres! Sólo faltaba mi hermana María de Lourdes, quien ya era campeona infantil, pero todavía estaba muy pequeña para participar en los Panamericanos. Fue una gran experiencia la de competir juntos en representación de nuestro país. No ganamos medalla, pero nuestra unión se hizo más fuerte. Yo estaba todavía sorprendida por lo hecho por mi padre: apenas meses después de iniciarse en la esgrima había participado en el selectivo y obtenido su lugar en el equipo nacional...
Con admiración hablará Pilar cuando de su padre hable.
Como ahora:
- Sus consejos fueron muy valiosos para mí en todo momento. Sobre todo en aquellos juegos del 55, porque eran mi primera competencia internacional y aunque Yo estaba muy motivada, era todavía una chiquilla inexperta. Mi padre fue mi eterno punto de apoyo. El me costeó la mayoría de los viajes a Estados Unidos y a Europa para que adquiriera experiencia y también me acompañó cuando participé en los Centroamericanos y del Caribe de 1959 -Caracas- y de 1962 -Kingston- en los que nuestro equipo ganó medalla de oro en espada. También fue conmigo a los Juegos Olímpicos de Roma -1960-.
Volvamos a los Panamericanos de México.
Y a escuchar a Pilar Roldán:
- Ya era la campeona nacional. Había vencido a enemigas que me superaban en experiencia y en madurez competitiva, acaso porque sentía que la esgrima era algo muy sencillo. Así llegué a ese torneo, sin roce internacional, invicta en dos años; los que tenía apenas de haber tomado un florete. Ya en los juegos tuve algunas victorias iniciales, pero me frustré un poco cuando sufrí mi primera derrota: me venció la venezolana Ingrid Sanders, quien me hizo vivir una experiencia muy valiosa. Finalicé en un muy aceptable cuarto lugar y con la gran satisfacción de haberle ganado a la estadounidense Maxime Mitchell, una señora de 40 años con un currículum impresionante, en el que destacaba el sexto lugar en los Juegos Olímpicos de Helsinki 52.
Ya estaba Pilar en el camino...
A principios de ese 1956, año olímpico, participó en el torneo selectivo para competir en Melbourne. Y obtuvo su pase al gran certamen, a pesar de tener apenas 16 años. Cuatro días después de festejar su decimoséptimo aniversario, desfilaba otra vez como parte de una delegación mexicana en la que el abanderado era Joaquín Capilla, pero ahora lo hacía a muchos miles de kilómetros de su patria: en el estadio olímpico de Melbourne, capital de Victoria, puerto australiano de playas bañadas por el Mar de Tasmania. Era sólo la segunda esgrimista mexicana en el escaparate olímpico; su única antecesora era Eugenia Escudero, quien compitió en Los Ángeles 1932.
Resume Pilar su actuación:
- El torneo de Melbourne fue muy significativo para todas las floretistas, ya que por vez primera se compitió con marcador electrónico. Anteriormente, cuatro jueces determinaban los toques y las acciones, ofensivas y de contragolpe, pero ahora él apuntador electrónico registraba los puntos. Eso cambió por completo la esgrima, que perdió en elegancia y en técnica... Antes de que se produjera esa innovación una tenía que llevar las acciones lo más precisas técnicamente, para que los jueces determinaran los toques; a partir de ese momento la esgrima y en especial el florete, en el que se marca el toque sólo con la punta de la hoja, se volvió más rápida, más atlética...
- Para mí fue un gran orgullo el haber participado en esos Juegos Olímpicos y llegar a las semifinales tras cuatro victorias. Finalmente ocupé el décimo sitio, muy bueno porque seguía siendo una chiquilla sin mayor experiencia y porque, en realidad, a mí me divertía competir; yo no buscaba el triunfo a toda costa. En aquellos mis inicios conquistar una medalla no era una de las prioridades de mi vida... No obstante, una de mis grandes satisfacciones en ese certamen fue haberle ganado un asalto a la inglesa Lillian Scheen, a la postre ganadora de la medalla de oro.
A su regreso de la ciudad australiana, Pilar y sus padres acordaron que si la esgrimista quería continuar con su carrera olímpica, lo más conveniente sería enviarla a competir en el extranjero. Porque aunque su técnica era muy aceptable, no era suficiente entrenar y participar en torneos nacionales; ella requería fogueo, presentarse en competencias de mayor envergadura, enfrentarse a esgrimistas con experiencia, con calidad mundial.
Don Ángel pues, metió la mano en la cartera...
Así, Pilar acudió al campeonato nacional abierto de Estados Unidos en 1958 y se ubicó en la séptima posición.
Pero ese fue sólo el principio.
Porque todo cambió a partir de 1959.
En enero durante los Juegos Centroamericanos y M Caribe -en Caracas- ganó la medalla de bronce individual y la de plata por equipos. En esa ocasión compitió por primera vez al lado de su hermana Lourdes. Y de ahí en mas, sólo primeros lugares: en todos los torneos nacionales de florete, en los Juegos Panamericanos -agosto, en Chicago- y en el nacional abierto de Estados Unidos!
Pilar:
- Ese torneo fue maravilloso para mí, ya que en las tribunas de la Universidad de California del Sur (USC) en Los Ángeles, se encontraba mi gran amigo el tenista Rafael Pelón Osuna, quien era estudiante de esa institución. Rafael y sus amigos estuvieron apoyándome todo el tiempo y cuando gané el campeonato armaron gran revuelo. Triunfar en Estados Unidos no es cosa de todos los días.
Había sido dado un primer paso.
Ya había rebasado Pilar a las tiradoras estadounidenses y era la número uno de América, pero las mejores floretistas del mundo se encontraban en Europa. Y, decidida a alcanzar la mejor preparación con miras a los Juegos Olímpicos de Roma 1960, la mexicana fue a su encuentro.
Pilar:
- En mi gira por Europa gané los abiertos de Holanda y de Alemania Federal y en Sóest -también RFA- obtuve el cetro del internacional de campeonas nacionales. Además, en París finalicé séptima en una prueba que reunió a cien floretistas y después gané la medalla de bronce en un torneo realizado en Luxemburgo.
Por méritos propios, la esgrimista recibía el honor de ser la abanderada de la delegación mexicana en la Olimpiada de la Ciudad Eterna
La enseña patria le fue entregada al clavadista Álvaro Gaxiola, quien a su vez la depositó en las manos de Pilar en la capital italiana.
El 25 de agosto de 1960, aquella chiquilla que cinco años atrás formara parte por vez primera en su vida de un contingente deportivo nacional, marchaba ahora al frente de la escuadra mexicana que nos representaría en Roma.
Pilar:
- Fue un orgullo haber llevado la bandera en la inauguración de los Juegos. Fue una ceremonia imponente, por su misma esencia de gran tradición y por otra parte, porque fui la primera mujer en el mundo que portó la bandera de su país en una ceremonia de ese tipo. Este hecho fue una novedad para todos, lo que representó una fuerte presión para mí... Pero sin duda, al mismo tiempo una gratísima experiencia; algo que me asentó aún más. Había dejado de ser, como mi padre me decía, un potrillo entusiasta.
Y la competencia, señora
Mi meta era llegar a la final. Me sentía segura de ello. Básicamente por dos razones: había sido muy fructífera mi gira por Europa y porque contaba con la presencia de mi estro de siempre, Eduardo Alajmo, quien vacacionaba en su tierra y aprovechó para estar conmigo en la competencia. Al final logré mi objetivo: estar en la ronda final, con las ocho mejores. Una reflexión posterior me hizo comprender que fue necesario fijarme una meta más alta. Porque entonces pensaba que estar en una final lo era todo y no pude dar más. Me faltó exigirme a mí misma, buscar la medalla.
Mientras Pilar competía en Roma, su hermana Lourdes repetía la hazaña por ella lograda: ya era campeona nacional de mayores.
Al regresar a México, Pilar dio otro paso trascendental en su vida: contrajo matrimonio. Casó con el empresario Edgar Giffenig, a quien conoció en las mesas de arcilla del Junior Club.
Y en diciembre de 1961 nació Edgar, su primer hijo.
Pilar
- Tuve la suerte de contar con un esposo que siempre me ayudó en el difícil camino de la realización deportiva. Cuando nació Edgar junior mi vida cambió un poco porque, como vivía en la colonia Juárez, me iba a entrenar con mi hermana a la YMCA de Ejército Nacional. Llegábamos ahí a las siete de la mañana, mientras mi marido cuidaba del bebé; yo dejaba lista la mamila y regresaba cerca de las nueve, antes de que Edgar se fuera a trabajar. Sin un esposo así, difícilmente hubiera podido seguir. Su apoyo fue fundamental en mi carrera.
En 1962 y de nueva cuenta acompañada por su hermana, Pilar compitió en los Juegos Centroamericanos y del Caribe -en Kingston
Renovó la medalla de plata por equipos, pero en individual superó aquella de bronce conquistada en Caracas: ahora sería de plata. Fue muy comentado aquel espectacular duelo Final, contra la cubana Mireya Rodríguez, una talentosa esgrimista con la que Pilar sostuviera incontables encuentros.
Poco después y en forma inesperada, falleció en México el maestro Alajmo.
1963 fue un año de buenas nuevas.
La primera: nació Ingrid.
La segunda: el 18 de octubre, al finalizar la reunión del Comité Olímpico Internacional en Baden Baden, se lanzaba la noticia a través de los teletipos: ¡México sería la sede, en 1968, de los juegos de la XIX Olimpiada!
Pilar:
- Por supuesto que eso fue bien recibido por todos los deportistas mexicanos, pero nos encontrábamos ya a menos de un año de los Juegos Olímpicos de Tokio, 1964.
Se iniciaba de hecho, la preparación con miras a los juegos de 1968 y en tal virtud se dispuso que a Tokio acudiese una numerosa delegación. Se efectuaron torneos selectivos en todas las especialidades. Las hermanas Roldán se inscribieron en el de esgrima. Pilar calificó; Lourdes falló en su intento.
Pilar:
- Durante todo el tiempo me hicieron creer que iba a ir a los Juegos, pero finalmente no me inscribieron. Faltaban sólo ocho días para el viaje cuando me avisaron que por una decisión irreversible tomada por el general Clark Flores -presidente del Comité Olímpico Mexicano- no iría ningún esgrimista. Fui personalmente a pedirle una explicación. El no ofreció ninguna respuesta concreta; se limitó a balbucear una y otra vez: "es que no tienen calidad"... ¡Qué barbaridad! Así que después de participar en dos Juegos Olímpicos y de ganar medalla de oro panamericana y varios torneos en Estados Unidos y Europa, resultaba que no tenía calidad para ir a Tokio. Nunca lo olvidé. Y cada vez que veía a Clark Flores le exigía que dijera la verdad y explicara el por qué nos habían hecho creer que iríamos sólo para que a última hora nos dejaran aquí. El jamás respondió como debía. Nunca aceptó que conmigo habían cometido un error... La furia que sentía no me permitió frustrarme sino que, por el contrario, operé en mí en sentido opuesto: me alentó a prepararme mejor, a trabajar con mayor fuerza y ahínco para cumplir una meta: competir en nuestros Juegos, ganar una medalla y así, demostrar que había sido muy injusta aquella decisión de Clark Flores.
En 1965 fue contratado el entrenador polaco Jerzy Buczak y su presencia en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano dio a Pilar nuevos ánimos.
Pilar:
- El me hizo conocer pequeños grandes secretos de la esgrima. Fue otro gran maestro en mi vida.
Pilar participó -1966- en la II Semana Deportiva Internacional, en la que logró el segundo sitio. No obstante en la III, al año siguiente, no pasó a la ronda de finales; en cambio, alcanzó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Winnipeg.
Y de ahí fue directo a la Olimpiada en México.
Los combates de esgrima se programaron del 15 al 25 de octubre. La sede sería la moderna instalación construida exprofeso para la justa: la espectacular sala de armas Fernando Montes de Oca, en los terrenos de la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca.
En florete individual, las representantes de México serían las hermanas Roldán y Rosa del Moral. Y para la prueba por equipos, ellas tres se unirían Sonia Arredondo y Linda Béjar.
El espíritu deportivo de Lourdes Roldán se había mostrado en todo su esplendor: ella contrajo nupcias en 1964, después de fallar en aquel selectivo para competir en Tokio. Cuatro años más tarde nació su hija Nicole: a sólo 40 días del torneo selectivo para integrar el equipo nacional para México 68. No obstante la premura y los múltiples compromisos que representan el ser madre de una recién nacida, Lourdes se preparó lo mejor que pudo y alcanzó un lugar en el equipo.
Cuando su mamá luchaba por su primer a victoria olímpica, Nicole tenía sólo tres meses de edad.
Prueba impresionante ésta, en la que estaban en liza 38 damas.
Sobresalían la campeona mundial, la soviética Alejandra Zabelina y la monarca olímpica: la húngara Ildiko Rejto. Detrás de ellas, un sólido grupo de experimentadas tiradoras: la sueca, Kerstin Palme, la francesa Brigitte Hapas, la rumana Iencic y la italiana Ragno. Había expectación por ver en la pista a la sensación europea: la soviética Elena Novikova quien pese a su juventud, había logrado importantes triunfos internacionales en el Viejo Continente... Los reflectores cayeron sobre ella desde su arribo mismo, ya que perdió sus documentos en el aeropuerto de Moscú y prácticamente, viajó como polizón a nuestro país.
Para las primeras eliminatorias, las 38 competidoras -representantes de 16 países fueron divididas en seis grupos.
Sábado 19 de octubre.
8:30 horas.
Acción.
Pilar:
- Yo estaba allí, tratando de sobreponerme a esa inexplicable crisis nerviosa que me atacó horas antes de la competencia y que me hizo llorar desde que me desperté. Nunca supe por qué, pero me sentí presionada al avecinarse el torneo. No lo entendía: estaba bien preparada, tanto física como técnicamente y como no quería que nada me distrajera, me fui a vivir a la Villa Olímpica. Quería estar concentrada al ciento por ciento en la competencia. Mis hijos no eran problema: Edgar tenía casi 7 años e Ingrid 5. Mi madre o mi suegra se hacían cargo de ellos. Pero algo estaba ahí, asfixiándome; tal vez me angustiaba el temor de perder todo en un instante; incurrir en un descuido que acabara dramáticamente con todas mis ilusiones.
Acaso una presión similar sentían su hermana Lourdes y Rosa del Moral porque, como Pilar misma, ella ante tiradoras de la Gran Bretaña y de la Unión Soviética- perdieron sus dos primeros combates. La eliminación de todas ellas parecía inminente. Sucedió, sí, desgraciadamente, en los casos de Lourdes y de Rosa. Pilar se sobrepuso: victorias sucesivas sobre la inglesa Flesh y la alemana federal Schmid la colocaron en la pelea: clasificó entre las 16 mejores del torneo.
Pilar:
- Por todo lo dicho, fue una competencia en la que tuve que ir de menos a más. Y el descanso llegó cuando me encontraba en franca recuperación. Buczak y yo lo aprovechamos para corregir los planes de acción. Ya habíamos visto a todas mis rivales y el haber pasado entre las 16 mejores me hizo recuperar la confianza
Era mi turno...
Roldán formó parte de un grupo terrible en el que se encontraban entre otras la italiana Giovanna Mascíotta, la soviética Zabelina, la
húngara Sakovics y la rumana Oiga Szabo.
Pilar:
-Cada combate fue muy diferente, ya que mi estilo no se ajustaba a ningún patrón de ataque, defensa y contraataque, sino que se adecuaba al de mis rivales. Esto me convino, finalmente, ya que por lo regular las tiradoras tienen casi siempre un mismo estilo de atacar.
Lo que pasaba conmigo era que con sólo observar en un asalto a mis rivales, podía diseñar una serie de ataques que posteriormente ponía en práctica. Casi nunca repetía; todo brotaba en mí según se desarrollara el asalto.
Ya no era aquella chiquilla de Melbourne y Roma. Ahora, próxima a cumplir 29 años, la señora Roldán exhibía el aplomo que otorgan los largos años de competencia; en cada lance parecía superar toda expectativa.
Después de un largo día de combates y cuando Pilar clasificó a semifinales -a disputarse entre las ocho mejores tiradoras- el público salió de la sala con una sonrisa de esperanza.
¿Será?...
¿Llegará Pilar a conquistar una medalla?
Parece, parece...
Dijo Buezak aquella noche:
- Es imposible hacer un vaticinio, pero lo que sí puedo decir es que por la forma en que está tirando Pilar no sería extraño verla en el podio.
Pero hubo alguien que opinó lo contrario. Alguien a quien no olvida Pilar:
- Cuando se hablaba de que yo podía llegar a las finales y ganar una medalla, David Romero Vargas -en ese entonces presidente de la Federación Mexicana de Esgrima- lo tomaba a burla... "¿Una medalla? No, imposible. No hay que hacerse ilusiones" decía. Y yo tenía ya, otro poderoso aliciente para triunfar.
Domingo 20 de octubre.
Semifinales.
Por fin, una tiradora mexicana se ubica entre las ocho mejores del mundo olímpico esta jornada matutina, dos de ellas quedarán eliminadas. Las seis restantes entrarán nuevamente en acción por la noche y entonces los duelos serán decisivos: sólo tres competidoras podrán subir al podio.
Hay un ambiente de gran expectación en la enorme sala, en la que reluce la docena de pistas; en la que. ya los jueces ocupan sus mesas... Sala de tableros amarillos, sillas colQr naranja, como naranja es el color de ese logotipo -dos armas cruzadas- que ocupa el centro de cada una de las inmensas mantas de plástico transparente que penden del techo.
Silencio.
Acción. Drama.
Pilar vence con facilidad a Sakovics y a la italiana Masciotta.
¡A finales!
Sus rivales serán: las soviéticas Novikova y Gorokhova, la húngara Rejto, la francesa Gapais y la sueca Palme.
Sorpresa grande: ha sido eliminada la campeona mundial, Alejandra Zabelina.
Ante el desaliento general Pilar pierde sus dos combates iniciales, ante Novikova y Rejto. Pero devuelve el ánimo al derrotar a Gorokhova y la sala vive momentos de paroxismo cuando la tiradora mexicana derrota también a Gapais.
¡México!, ¡México!, ¡México!...
Nadie mueve un sólo músculo. El silencio es total cuando Pilar se dispone a hacer frente a su adversaria final: la sueca Kerstin Palme. La ganadora puede llevarse la medalla de bronce o inclusive la de plata si es buena su diferencia entre los toques dados y recibidos. La derrotada se hundirá en el quinto sitio; se hundirá en el olvido, pues.
Pilar:
- Ya conocía muy bien a la sueca. Meses antes me había vencido en el torneo Ramón Fonst, en La Habana: nos encontrábamos 3-3 cuando el árbitro dio el alto, yo me paré y ella me tocó. El jurado contó el toque y ella se quedó con el segundo lugar. Yo me fui hasta el cuarto... Así que antes del combate medité muy bien lo sucedido en aquel asalto y me dije: "no debe haber descuidos; a la menor oportunidad, ella irá al frente. Su ataque es constante, debo aprovechar sus fallas porque, aunque ligeras, dan oportunidad en la contraofensiva
Ha llegado la hora.
Kerstin Palme espera ya al pie de la pista.
Dos esbeltos cuerpos femeninos, de blanco uniforme vestidos, se encuentran frente a frente. Sus movimientos son vertiginosos.
Pilar:
- Con un rapidísimo desplazamiento, ella se anotó el primer toque. Pero me serené y después hice mía la ventaja, con dos toques consecutivos. Las acciones se tornaron muy parejas y de repente, Palme logró el empate. La gente gritaba en las gradas. Y pese a que una está totalmente concentrada en el combate, no deja de percibir el ruido, el aliento. Yo sentía que no podía defraudar a aquellos miles de compatriotas presentes en el escenario. Habían pasado casi cinco minutos hasta que, por fin, logré el toque de la victoria.
Un rugido saludó la caída de la europea.
Pilar supuso que había conquistado sólo la medalla de bronce.
El público no sabía, a ciencia cierta, el lugar que finalmente ocuparía la esgrimista mexicana.
Hasta que, entre el clamor general, en el tablero electrónico apareció el resultado final:
Para la jovencita Novikova la medalla de oro, con cuatro victorias, una derrota, 19 toques a favor y 11 en contra. Pilar y la húngara Rejto, campeona olímpica en Tokio, cuatro años antes, empataron con 3 victorias y dos derrotas. Pero la medalla de plata fue para la mexicana por su mejor diferencia entre toques dados y recibidos: 17-14 contra 14-16.
Un estallido de felicidad cimbró al escenario.
Abrazos. Risas. Gritos.
Era apenas para el país, la segunda medalla obtenida en la justa.
Era Pilar, la primera mujer mexicana ganadora de una medalla olímpica.
Y era también, la primera esgrimista de América -y única, hasta el momento- que subiría al podio.
Pilar:
- Cuando dieron a conocer la puntuación y el orden de las medallas, sentí una alegría indescriptible. Después de recibir las felicitaciones de mi entrenador, fui a la tribuna a ver a mi esposo, a mi padre y a Edgar, quienes estaban ahí, felices, acompañados por muchos amigos del Junior Club, los que no sabían de esgrima pero que me habían alentado durante toda la noche... Por fin había fructificado mi esfuerzo. La medalla llegaba a mí en el momento justo: después de 14 años de intensa práctica y de luchar no sólo contra mis rivales sino contra la obstinación de algunos dirigentes, y ya siendo una mujer de casi 29 años, casada y madre de dos hijos...
Se escucharon las fanfarrias.
Llegó el instante supremo de la premiación.
Pilar subió al podio. Su rostro, desencajado y todavía sudoroso, enmarcó una extraña sonrisa en la que se entremezclaban la satisfacción y el orgullo y en la que se adivinaba, sí, un cierto dejo de ironía.
Pilar:
-Así fue. Dentro de esa gran emoción que amenazaba con destrozarme, no podía olvidar aquellas palabras del general Clark Flores ni la sentencia de David Romero Vargas...
Han pasado veintidós años desde esa epopeya.
Pilar Roldán sonríe evocadora al recordar:
. - Esa medalla culminó un largo trabajo de 14 años. Toda una vida deportiva. Los esfuerzos y los sacrificios se vieron recompensados. Porque no fue fácil ser esposa, madre y deportista al mismo tiempo.
Ella no regresó a la Villa Olímpica. Ya la justa había terminado. La deportista cedía el paso al ama de casa. Un sencillo brindis en su hogar, rodeada de familiares y algunos amigos selló la noche triunfal Al día siguiente, nuevas experiencias le harían sonreir
Pilar:
- Mi hijo Edgar llegó feliz de la escuela. Seguramente fue felicitado por sus maestras y sus amigos, pero para él todo era una novedad. "Mami, mami -me dijo-, yo soy el único de mi clase que tiene una mamá que ganó una medalla". Su inocencia me hizo comprender que había llegado el momento de dejar el deporte de competencia y atender a mis todavía pequeños hijos.
Edgar junior le siguió los pasos. Sería deportista.
Inició en la gimnasia, en la que destacó hasta colocarse en cuarto lugar en el Campeonato Nacional para menores de 14 años. Después descubrió el tenis, el deporte familiar, en el que también fue sobresaliente competidor. Para distraerse, Pilar Roldán se dedicó al golf y continuó disparando passing shots en las mesas de arcilla.
Hasta que, intempestivamente, decidió volver a la esgrima.
Transcurría el año de 1984. Edgar, Ingrid y Sandra, la tercera hija, habían dejado de ser unos niños. Sus vidas estaban ya bien encaminadas. El mundo de la esgrima reclamó la presencia de Pilar al salir Romero Vargas de la federación, ella fue elegida presidenta del Comité Ejecutivo. Pero entonces decidió probarse a sí misma: no volvería sólo como dirigente, sino como competidora. Reapareció como floretista, recientemente se ha especializado en espada.
Explica Pilar:
- Los años pasan y sin duda ahora es más difícil obtener triunfos, pero mi presencia en el deporte obedece a que quiero motivar a las jóvenes generaciones de esgrimistas. Las muchachas de hoy saben que tienen que entrenar aún más que yo para ganarme. Y esto representa un reto. Para ellas y para mí.
Todavía en agosto de 1987, Pilar y Lourdes Roldán formaron parte del equipo mexicano que obtuvo medalla de bronce en la prueba de florete, dentro de los Juegos Panamericanos que se realizaron en Indianápolis. Pilar finalizó en noveno lugar en espada individual. En ese mismo año, ocupó el quinto sitio en el campeonato Centroamericano y del Caribe de esgrima, que se disputó en Guatemala. Lourdes fue submonarca de esa prueba.
Y en 1988, Pilar conquistó el primer sitio del Centroamericano y del Caribe efectuado en México y se situó en segundo lugar en el torneo internacional de Río de Janeiro.
Incansable esta dama que conserva la esbeltez y la elegancia de aquellos años.
Mujer de finos modales y charla cordial.
Concluyó su mandato al frente de la federación, pero ahora funge como presidenta de la Confederación Panamericana de Esgrima y también ocupa la secretaría de la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos.
Pilar Roldán, la amable dama seria del deporte:
- Para mí el deporte ha sido siempre un placer, una total diversión. Para practicarlo, conté primero con el apoyo de mis padres y posteriormente, con el de mi esposo y el de mis tres hijos, con quienes he formado una linda familia. Para todo eso sirvió el deporte: me educó, me formó, me permitió realizarme como mujer... Me permitió representar a mi país en incontables certámenes. Y me permitió, finalmente, sentirme muy orgullosamente mexicana en cada uno de ellos...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Ricardo Delgado Nogales
Medallista de oro en México, 1968
Boxeo
Le vence la emoción.
Como hace 20 años.
La voz se le comprime.
Se le enrojecen los ojos.
Porque narra Ricardo Delgado:
- Estaba en el podio pero sentía que me iba para arriba, como que mi alma se me salía del cuerpo, como si estuviera flotando. Era increíble que estuviera allí, en lo alto y que miles de personas aplaudieran y lloraran de gusto por mí... Y cuando tocaron el himno nacional e izaron nuestra bandera... ¡Ay, qué emoción!... Ya no pude más. Se me salieron las lágrimas. Después bajé y me llevaron en hombros al vestidor, donde se encontraba mi madre y allí nos fundimos en un mar de lágrimas de alegría.
Baja la vista el campeón olímpico.
Recarga la frente sobre la superficie de la mesa de madera.
Hunde la cara entre el brazo derecho, que está doblado.
Y solloza.
Le cuesta seguir. Pero lo hace:
- ¡Ay!... ¡Qué tremendo es esto!
Se recupera. Sonríe:
- Me pasa nomás cada vez que me acuerdo.
Nada más...
Enero de 1964...
Se junta, la palomilla del barrio de Azcapotzalco. Es sábado en la noche. Irá a ver una función de boxeo en los baños del Carmen, allá, en Tepito, pero viste sus mejores galas porque después de las peleas habrá una fiesta.
Ya se espera, con expectación, el combate titular, en el que está anunciado Rodolfo Martínez, éste ya famoso boxeador aficionado que tan bien pinta para el profesionalismo -el destino le depararía un título mundial: el de la categoría de peso gallo, reconocido por el Consejo Mundial de Boxeo-.
Pero, un momento:
Con un gesto de pesar en el semblante, el anunciador informa al público que el rival de Rodolfo no llegó a tiempo y que la pelea se cancela, a menos que alguien suba al ring a hacer frente al tepiteño.
¡Orale, mi Picoso, usté mero!...
El Picoso se llama Ricardo Delgado. Apodado así por su facilidad para encenderse, no obstante su carácter apacible, su permanente sonrisa, su buen humor de siempre y conocido por su gran afición al boxeo; no es peleador callejero, sino que le agrada trepar al cuadrilátero y combatir bajo ciertas reglas. Pero jamás ha sostenido una pelea en forma y mucho menos, ha enfrentado a un adversario como Rodolfo Martínez.
Le advierte la palomilla:
- ¡No se nos vaya a rajar, mi Picoso!
Ricardo:
- La gente me conocía porque en mi colonia me ponía los guantes y me movía bien en el ring. ¡Pero aquello era muy diferente!.. . Yo ya conocía a Rodolfo y sabía que era bastante bueno. Como que no, no le iba a entrar. Pero cuando ya en el vestidor me dijeron que si peleaba con él y lo vi sin camisa, así, muy flaquito, me dije a mí mismo: "cuando menos, éste no me mata". Y ora pues, sí me aviento. Venga de aí .
Me quité el tacuche y me prestaron todo. Mario González subió como mi manager. Y se anunció la pelea.
A tres rounds , como todas las de boxeo de aficionados. La gente estaba feliz; como que le agradaba que saliera un valiente al ring y sobre todo porque Rodolfo era casi invencible en ese entonces.
Empezó el combate. Yo sentía que me estaba moviendo bien, aunque lo hacía por puro instinto, porque jamás me habían enseñado cómo hacerlo. Y cuando hubo necesidad de intercambiar golpes con él, pues lo hice. En los dos primeros rounds nos metimos muy buenas trompadas, y en el tercero yo ya me estaba muriendo ¡pero de cansancio! Ya no podía ni moverme. Pero salí y otra vez nos dimos muy buenos moquetazos en esos tres últimos minutos. La gente estaba muy emocionada, en espera del veredicto... Y cuál sería mi sorpresa cuando me dieron la victoria... Sí, así gané mi primera pelea de a de veras, en un ring, con jueces y réferi y enfrentando a un extraordinario rival.
En el camerino, Mario González -quien entrenaba a un grupo de incipientes peleadores- se resistía a creerlo:
- No me estés vacilando... No me digas que nunca has ido a un gimnasio.
- No, señor, por mi madre se lo digo.
- Ni lo pienses... Ya, vente a trabajar conmigo. El lunes te espero en el gimnasio de los baños Gloria.
- Ahí nos vemos.
No sería pues, un bailarín, como se lo había propuesto.
Danzaría sobre un enlonado.
ALLA, EN LA COLONIA DEL SAPO...
Ricardo nació el 13 de julio de 1947 en una de esas oscuras calles de la colonia Del Sapo, llamada así porque era como un batracio rodeado de agua por todos lados: lagunas, pantanos, charcos, arroyuelos y ubicada allá, por el norte de la ciudad, cercana a los Indios Verdes.
Su padre don Pedro Delgado, fue quien le inculcó el interés por el boxeo ya que en sus juventudes, también lo practicó a nivel amateur, aunque nunca tuvo oportunidad de destacar. Para mantener a su familia, don Pedro vendía revistas usadas. Por supuesto, la situación económica era angustiosa. A pesar de eso, Ricardo cursó la primaria en una escuela ubicada en su propia colonia. Y contra lo que pudiera suponerse, vivió una infancia feliz, dueño de la joya más preciada de cualquier chiquillo de su edad: la amistad de muchos camaradas. Juntos pasaban las calurosas tardes allá, por la Laguna, donde acudían a nadar.
Hasta que...
Ricardo:
- Nos íbamos a jugar a la Laguna, que estaba al lado de los Indios Verdes -donde ahora se yergue la unidad habitacional CTM-, en la salida a Pachuca. En realidad, más que una laguna era un pantano insalubre, pero en los meses calurosos ahí nos reuníamos todos los chiquillos de la zona y a nadar, no faltaba más. Pero un día, un chamaco como de unos 13 años se lanzó un clavado desde un árbol que estaba por ahí. Todos lo vimos echarse. Pero nunca lo vimos salir. Seguramente quedó clavado en el fango o enredado entre las raíces de aquel árbol caído. Salimos corriendo por ayuda y luego, luego se organizó la búsqueda, pero jamás lo encontramos. Nunca más volvimos a ir a la Laguna.
Desde ese entonces era, Ricardo, el Picoso. Lo fue desde los siete años, ya entusiasta organizador de "funciones boxísticas": peleaban los chiquillos, con guantes de vinil y sobre un cuadrado que trazaban surcando con los dedos la calle terregosa. Había un réferi y dos jueces.
Las "divisiones" no correspondían al peso, sino a la estatura de los contendientes.
Era invencible el Picoso en aquellos encuentros.
Boxeaba sobre piernas. Sus golpes, sin ser tan fuertes, eran en cambio muy certeros.
Así sucedió siempre con Ricardo Delgado.
Esas fueron sus armas, tan naturales como él mismo, en aquella improvisada presentación en el boxeo amateur.
Y eso fue lo que atrajo de él a Mario González.
Después de un par de meses, en los que el entrenador se dedicó a afinar detalles técnicos a mejorar la preparación física de su nuevo pupilo, inscribió a Ricardo en los Sextos Juegos Deportivos del Distrito Federal.
Ricardo:
En esos juegos obtuve mi primer campeonato. En la final derroté a Fernando Blanco, un muchacho durísimo y con mayor experiencia que yo. De ahí en adelante comencé a ganar títulos en la capital.
No sería sino obvia su inclusión en el equipo del Distrito Federal en el campeonato nacional efectuado en Toluca, en ese mismo 1964. Y lo ganó.
Ricardo:
- No me acuerdo a quién vencí en la final, pero sí que fue la primera ocasión en que tuve el privilegio de saludar a un presidente de la República. Esa noche, don Adolfo López Mateos presenció toda la función y después subió al ring para premiar a los triunfadores. Nos entregó unos trofeos muy bonitos.
Y partió hacia una fructífera carrera en esos tres años previos a los Juegos Olímpicos de México 68:
Volvió a ser campeón nacional mosca en 65 y 66 y subcampeón en 67; además, triunfó en las tres Semanas Deportivas Internacionales. Participó, asimismo, en varias giras de fogueo a Estados Unidos y a Europa, donde disputó los más importantes torneos: los de la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia y Alemania Oriental.
Ricardo:
- Logré un récord muy aceptable antes de los Juegos Olímpicos: 125 peleas ganadas y sólo cuatro perdidas. Estas fueron ante el cubano Luis Sessé, en la final de los Centroamericanos y del Caribe 1966, en San Juan; dos en 1967: aquella final del campeonato nacional, ante Roberto Cervantes y la otra frente al panameño Orlando Amores -quien llegaría a ser campeón mundial mosca en el boxeo de paga- y finalmente, una decisión muy apretada contra el polaco Olech en Varsovia, en 1968.
No obstante los números, impresionantes, los entrenadores polacos -Enrique Nowara y Casimiro Mazek- del equipo olímpico de boxeo, insistían en que fuese Roberto Cervantes el peso mosca de nuestra escuadra. Para salir de dudas decidieron que Cervantes y Delgado se enfrentaran en un par de peleas eliminatorias. Ricardo ganó las dos. Y los europeos, pese a su escepticismo, tuvieron que aceptar que fuese él el peso mosca del equipo y que Cervantes peleara en gallo.
Ricardo:
- Nowara y Mazek hicieron un gran trabajo. Se adaptaron a nosotros y de acuerdo con nuestras características, nos imbuyeron un boxeo rapidito, muy veloz y malicioso. Nosotros lo interpretamos y se formó un gran equipo que dio cuatro medallas olímpicas porque, además de todo lo ahora señalado, tuvimos mucho apoyo, un gran fogueo y por encima de todo, cada peleador tenía el compromiso, consigo mismo, de buscar una medalla a como diera lugar... Yo, por mi parte, tenía un sueño que se repetía a cada rato: me soñaba después de ganar la final, con el brazo en alto.
Aquellos amantes de la estadística investigarán si lo hecho por Ricardo constituye una marca olímpica. Pero, mientras tanto, consignemos aquí que el Picoso ganó todos sus combates por unánime decisión de los cinco jueces:
El 17 de octubre, al irlandés Arthur McCarthy; un día después, al japonés Tetsuaki Nakarnura y el 24 al brasileño Santos Servilio de Oliveira. Y ya. A la final. A la esperada final: la revancha con el polaco Arthur Olech, aquel que lo había vencido mediante controvertida decisión, en Varsovia.
Ricardo:
- Cuando pasaron las semifinales y supe que mi último rival sería el polaco, no sé, como que me entró una gran confianza y me dije: "la medalla será mía". ¿Por qué?... Porque en el torneo de Varsovia lo derroté con toda claridad, pero los jueces me robaron la pelea. Por eso yo sentía que ahora, en México y con jueces olímpicos, no habría trampas y la victoria me correspondería.
26 de octubre. Noche sin mañana.
Noche de futuro dorado... 0 gran amargura que, en ocasiones, una medalla de plata no aparta de un ser humano.
Noche de lleno total en la Arena México.
Tanta gente dentro de ella como fuera de ella.
Ricardo:
Nunca en mi vida había visto tanto público en una arena. Era como un mar de gente la que quería entrar a toda costa para ver las finales. Toño Roldán y yo estábamos en el cartel y representábamos la última oportunidad de que deportistas mexicanos alcanzaran medallas de oro en nuestros Juegos Olímpicos. La gente estaba excitada.
- ¿Y usted?
- ¿Yo?... ¡muriéndome de nervios! Fue la primera vez que temblé en mi vida. No me sucedió ni siquiera en aquella pelea con Rodolfo Martínez. Sentía que las piernas no me sostenían. No las podía controlar. Nowara me tranquilizó: me dijo que me moviera, que brincara, que me calentara. Poco a poco me fui asentando y empecé a motivarme, a pensar en la medalla.
- ¡Listos!- gritaron en la puerta del vestidor.
Ricardo avanzó lentamente hacia el cuadrilátero.
El estruendo saludó su presencia.
Gritos. Porras. Entusiasmo exacerbado.
- ¡ Fight !-, ordenó el hombre de blanco sobre el ring.
La pelea fue una película que se repitió tres veces, durante tres minutos, con uno de descanso entre las dos últimas proyecciones:
Ricardo impuso su distancia desde el primer instante. Su jab de izquierda delineó las fronteras. Su juego de piernas le permitió estar en todo momento, lejos del alcance de los puños del peleador europeo quien, por otra parte, opuso la tradicional combatividad de los púgiles del Viejo Continente. Fue el clásico duelo de boxeador contra fajador. A las limpias y briosas ofensivas de Olech, Delgado respondió con una fina esgrima a base, sobre todo, de mano izquierda y de un preciso estilo de entrar y salir: golpear y abandonar la zona de fuego. No arriesgó en ningún momento. No había razón para ello.
Ricardo:
- Empecé a moverme, a pelear en mi estilo: entrar y salir, manejando la izquierda. Olech intentaba ganar con su agresividad, con su combate en la distancia corta, tirando golpes desde todos los ángulos. El primer round no tuvo mucha acción; mejoró el segundo y fue superior el tercero. La pureza del boxeo en su mejor forma: él atacando y yo defendiéndome y contraatacando. La decisión de los jueces fue unánime: 5.0 a mi favor... ¡Los cinco me vieron ganador y con ello obtenía la medalla de oro!
Al fin, el boxeo mexicano, perenne conquistador de preseas olímpicas, alcanzaba la que se destina al campeón.
Una descarga de emoción cimbró al público.
El alarido fue de veinte mil gargantas.
Y de muchos el llanto.
Como éste, de madre e hijo fundidos en un abrazo.
Ricardo:
- Aquella noche no pude dormir. Nada más pensaba en lo que sería el resto de mi vida: el gran placer, el gran orgullo de haber representado dignamente a México en aquella Olimpiada tan importante para nosotros; saber que a partir de ese día yo era ya parte de la historia Olímpica.
Vinieron las fiestas. Los homenajes. Los reconocimientos.
El entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz invitó a los boxeadores a un desayuno y les obsequió un fino reloj de oro, un juego de plumas y lo más importante para Ricardo: una casa, la que ahora habita su madre, doña Fidelina Nogales de Delgado, en la Unidad Aragón.
- ¿Y después?
Ricardo:
- Después, al regresar a la realidad: la gloria deportiva nadie te la quita, pero tampoco te da riqueza, o la seguridad de una vida mejor. Por decirlo llanamente: una medalla no te da para comer. Sobre todo a deportistas que, como en mi caso, venimos de un medio humilde y no contamos con el respaldo de un familiar o de una situación económica siquiera regular. Deportistas que hacemos a un lado estudios o trabajo, con tal de entregarnos a una ilusión.
Así que, obligado por esas circunstancias, Ricardo Delgado tuvo que abandonar el boxeo de aficionados e ingresar al profesional.
Ricardo:
- No había de otra. Tenía, varias ofertas.
Me decidí por trabajar con Adolfo Negro Pérez, manager de Vicente Saldívar, quien como yo, había ido a una Olimpiada -Roma, 1960 y era campeón mundial, con fama y dinero. Además, me gustaba la disciplina que don Adolfo imponía. Sería después cuando yo descubriría que el gran secreto del boxeo profesional radica en la visión, en las relaciones que tengan los managers.
Debutó en Los Ángeles y con mucho éxito: noqueó en cuatro rounds al coreano Woori Moo Huk.
TODA UNA MAFIA
Pero, después de un par de peleas y en un desmedido afán por encumbrarlo rápidamente, fue llevado a un compromiso que acabó con muchas de sus posibilidades de escalar mejores posiciones.
Explica Ricardo:
- De hecho yo estaba en etapa de aprendizaje, de adaptación al boxeo profesional, cuando me enfrentaron con el brasileño Heleno Ferreyra, un tipo muy rudo, muy difícil; era, como dicen por ahí, toda una chucha cuerera. Le gané, en la arena Coliseo, por decisión técnica pero, prácticamente, ahí me acabé. Físicamente ya no di más. El esfuerzo por vencer fue increíble. No sé ni cómo terminé esa pelea, pero para mí fue el acabose. Jamás pude recuperarme del esfuerzo por vencer a ese tipo, marrullero, que pegaba con codos y cabeza, que abrazaba, que huía, que atropellaba... Un enemigo temible para cualquiera.
- Se advierte, Ricardo, por el tono de su voz, por sus expresiones, que es ésta una etapa de su vida que no le gusta recordar.
- No tanto. No le guardo rencor. La veo igual que a otras profesiones, que a otros deportes. No porque me haya ido mal echaré pestes, pero sí digo convencido de que mientras el boxeo profesional es un espectáculo a base del dolor humano, el boxeo amateur es un arte.
Ricardo continuó avanzando en su carrera y de pronto, se instaló en la antesala del título mundial mosca.
Sucedió así:
- Se concertó una pelea contra Lorenzo Halimi Gutiérrez; combate eliminatorio en Los Ángeles, a doce rounds : quien ganara se enfrentaría con el campeón mundial, el japonés Masao Oliba. La pelea fue dura, muy dura, porque Lorenzo boxeaba muy bien y golpeaba fuerte, pero la gané. Fue entonces cuando descubrí que el boxeo profesional es toda una mafia, porque no obstante que el vencedor fui yo, nunca me dieron la oportunidad de pelear por el título. Nadie obligó al promotor George Parnassus a cumplir su palabra y claro, porque el griego era muy amigo del Cuyo Hernández -manager del Halimi-, pero no del Negro Pérez... ¿Qué hubiera pasado si Halimi gana? Seguramente él sí hubiera recibido la oportunidad. Incluso, no vayamos más lejos: un día, el Cuyo me dijo: "¿ya lo ves?... Si te hubieras ido conmigo, como te lo pedí, yo te hubiera hecho campeón del mundo". Pues sí, señor, tal vez... Pero no me arrepiento", le respondí.
Ricardo comprendió que aquella oportunidad prometida jamás llegaría y poco después optó por retirarse del boxeo de paga...
Y a empezar, otra vez.
A partir de cero.
Con nuevas responsabilidades, además, porque Ricardo contrae nupcias en 1974 con Margarita Enríquez y dos años después ya Ricardo junior viene en camino. Y no hay trabajo.
Así que Ricardo decide ir hasta lo más alto. Intenta hablar personalmente con el entonces presidente José López Portillo. Pero lo más que obtiene es una carta de recomendación para el ingeniero Jorge Díaz Serrano, quien ocupaba la dirección de PEMEX. Y se produjo la entrevista con él.
Ricardo:
- Pero el ingeniero, a su vez, me mandó con un subdirector y éste con otro y luego aquel con otro más y así, así para abajo hasta llegar al jefe del departamento de incendios donde, por fin, me dieron una chamba.
Ricardo percibe el sueldo mínimo en PEMEX. Y otro tanto por trabajar en las tarde como instructor de boxeo en el Deportivo Guelatao.
Dice, sonriente:
- La situación fue tan difícil, que mi esposa y yo de plano preferimos esperar a que se mejorara para tener más familia. Por eso entre Ricardo y Elizabeth (11 y 4) hay siete años de diferencia. Y le paramos con Edgar, que ahora tiene dos añitos. Yo trabajo todo el día como un burro y por las noches todavía voy a la escuela...
- ¿A la escuela, Ricardo?
Responde con orgullo:
- Sí, ¡acabo de terminar la secundaria! Y ya empecé la preparatoria. Pasaron dos cosas que me animaron a hacerlo: la primera, que en son de broma, cuando les platicaba a mis amigos todo lo que tengo que hacer para vivir, ellos me decían: "¿ya lo ves?... Por no estudiar, mano". Al principio yo les respondía: "¿y cómo podía hacerlo, si le entregué gran parte de mi vida al deporte, si conquisté una medalla de oro para mi país?". Pero después, en la soledad, reflexionaba y decía que eso no podía ser. Yo tenía que mejorar. La segunda: mi hijo fue creciendo y cada día era más difícil para mí ayudarlo en sus tareas escolares. Me di cuenta de que mi incultura era terrible, así que me decidí y ya treintón que me meto a la secundaria, a continuar con mis estudios. Al principio, sí, me daba pena: semejante grandulón entre tanto chiquillo, pero después ya ni me acordaba. Ahora voy por la prepa; cuando la acabe me gustaría estudiar Derecho.
Reflexiona Ricardo:
- De otra manera estaría frito porque a ver: ¿quién te auxilia? ¿quién te tiende la mano desinteresadamente?... ¡Nadie!
UN ORO REPELENTE A LADRONES
En cierta ocasión y cumplido un compromiso social, Ricardo y su familia regresaron a casa ya en horas de la madrugada. Y descubrieron, con pesar, que habían sido robados.
Ricardo:
- Me dio un vuelco el corazón: ¡mi medalla!... Se llevaron aquel Rolex que me regalaron en el 68, algunas joyitas de mi esposa y varias chucherías más. Pero ahí estaba ¡ahí estaba mi medalla! Los ladrones la vieron tan fea, que no se la llevaron. Y es que como la medalla no es de oro puro, sino que nomás tiene una bañadita, de cuando en cuando hay que llevarla al joyero para que vuelva a dejarla como nueva. Y los ladrones nos robaron justo un día antes de que le tocara baño. Era, en ese momento, un oro repelente a ladrones.
Muestra la presea, dorada, flamante.
La ve con veneración.
La acaricia. La besa. La oprime contra su pecho. Y dice:
- Esta medalla es un pedazo de México; quizá microscópico, pero es de México... Para uno, es una pieza simbólica, la constancia de un triunfo. Por eso aquella vez que creí que me la habían robado, me puse a reflexionar sobre su verdadero significado' 'y entonces me di cuenta de que la verdadera medalla, no importa si es de oro, de plata o de bronce, va pegada a nuestra piel, la tenemos en el corazón; se Irá con nosotros a la tumba.
Una tarde en el gimnasio de boxeo del deportivo Guelatao.
En pleno corazón de Tepito.
Afuera se produce la lucha cotidiana, a muerte, contra la miseria. Unos pelean con toda su alma; otros muestran, sin pudor, los efectos de la derrota. Pero aquí, en el interior del modesto recinto de amplios ventanales, muchos de los nuevos hijos del barrio bravío inician el largo camino en el deporte que desde pequeños, en las ardorosas callejuelas, es para ellos un medio de sobrevivencia.
Un grupo atiende las indicaciones de este instructor, no muy alto y tan delgado como su apellido, que abre el arcón de los conocimientos y los reparte generosamente entre quienes le miran con muda latría.
El perfila aquella su conocida guardia.
- Así, así -les dice-. El compás de las piernas es el siguiente...
Luego va con otros.
- No, no, así no se tira el gancho. Fíjate bien...
El instructor se llama Ricardo Delgado.
Fue campeón olímpico.
Ricardo:
Estoy en lo mío. Soy entrenador. Doy clases. Darme este trabajo fue como inyectarme vitaminas: me reanimaron totalmente. Cuando empecé tardaron un poco en pagarme, pero en realidad y aunque necesitaba de los centavos, eso no me importaba mucho. Venía y enseñaba, como lo hago ahora, a los jovencitos, a estos chamacos que no están maleados, los secretos del boxeo amateur. Trato de mostrarles lo más valioso que aprendí en mis seis años como peleador aficionado: que el boxeo es, realmente, un arte; el arte de quitarse los golpes y pelear. He puesto énfasis en esto porque en nuestro medio muchos entrenadores actúan al revés: de inmediato ponen a los chamacos a darse de golpes y luego, luego se los acaban.
Habla Ricardo de los secretos del boxeo:
Hay que empezar desde lo más elemental: aprender a caminar, saber pararse en el ring. Después vendrá el manejo de la derecha...luego de la izquierda, las combinaciones de rigor y finalmente, lo más avanzado: las técnicas para esquivar los golpes y lanzar el contraataque.
Y habla, también, de los problemas:
- Lo malo es que, por la situación actual y a diferencia de lo que ocurría hace algunos años, un boxeador con facultades tiene que decidirse entre seguir aprendiendo o irse a trabajar. Y así es difícil retenerlo. Por eso estoy seguro de que con un poco de apoyo e interés de los dirigentes, los gimnasios se llenarían de muchachos que buscarían la oportunidad de representar a nuestro país, como nosotros lo hicimos, en las más importantes competiciones... En lo particular, yo sería muy feliz si algún día pudiera estar en una esquina con mi selección de boxeadores en unos Juegos Olímpicos. Sería maravilloso; sería como estar nuevamente en el ring luchando por conquistar una, medalla para México.
Vuelven a nublarse los vivaces ojillos.
Una sonrisa nostálgica se dibuja en los labios del medallista.
Se disculpa:
- Perdón... Sigo siendo muy sentimental.
Y le tiembla la voz como cuando, hace unas horas, comenzó la charla:
- Han pasado ya 22 años, pero aunque me emociona y me perturba, el momento olímpico es algo que me gusta recordar. Son instantes que, cuando se reviven, tocan las partes más sensibles del ser humano y uno se emociona. Porque son todo un cúmulo de experiencias. Aquellas que forjaron toda una vida y que le hicieron comprender a uno que no hay meta que sea irrealizable. Por eso me río: ¿tengo que trabajar mucho? ¡Trabajo! ¿Tengo que ir a la escuela? ¡Voy! ¿Tengo que enseñar lo aprendido? ¡Lo hago! Porque el deporte me enseñó que el ser humano no tiene más límites que los que él mismo se fije. Y cumplir con uno mismo, con su país, es lo más hermoso. Entonces, como que uno ya se puede ir muy tranquilo... Su paso por la vida ha sido justificado.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Alfonso Zamora Quiroz
Medallista de plata
Boxeo
Munich 1972
Munich, Alemania Federal. Juegos de la XX Olimpiada.
4:29 del 5 de septiembre de 1972.
Duermen los atletas en la Villa Olímpica.
En unas horas despertará el boxeador mexicano Alfonso Zamora Quiroz, se vestirá para acudir a la ceremonia del pesaje, ese rito mortal que representa triunfo o derrota ante el que es, en ocasiones, el rival más poderoso al que enfrenta un púgil: su propio organismo... Y por la noche volverá al ensogado a disputar la pelea más importante de su todavía corta vida deportiva. Enfrentará al español Francisco Rodríguez. El ganador asegurará, cuando menos, una medalla de bronce.
Duerme plácidamente Alfonso, a pesar del serio compromiso.
Nada le aparta de sus sueños.
¿Nada?...
4:30 horas:
Son sombras sigilosas las que se mueven, protegidas por la oscuridad de la noche, hasta arribar al pabellón 31 de la Villa, ocupado por la delegación israelí. Las sombras son ya cuerpos violentos, en tensión, que irrumpen en un departamento. Es un comando palestino de la organización extremista Septiembre Negro; lo integran ocho fanáticos adiestrados para ofrendar sus vidas, si es necesario, con tal de lograr sus objetivos. Capturan a varios atletas israelitas. El mensaje letal de las armas de fuego rasga la cortina del silencio imperturbable.
Alfonso:
- Empezó el traca-traca, y todo mundo al suelo. Mi papá y el doctor Horacio Ramírez Mercado me agarraron de la cabeza y casi me clavaron en el piso. "Tú aquí te quedas", me dijeron, y me pusieron atrasito de un muro de cemento. Estábamos sorprendidos, aterrorizados. Me decía mi padre: "Sea lo que sea, trata de dormir, porque al rato peleas". Pero, ¿cómo iba a dormir? Los fedayines estaban agresivos de más, y el edificio de la delegación mexicana realmente se encontraba muy cerca de aquel de la tragedia. Se escuchaban disparos y una gritería infernal en todos los idiomas. En los pasillos todo mundo andaba como loco. ¿Cómo podía dormir?... Lo que sí hice fue no moverme de donde estaba. El barullo siguió, aunque ya no hubo más disparos. Allí amanecimos... A nosotros nadie nos dijo nada. Nadie sabía, a ciencia cierta, qué era lo que ocurría. Así que a las ocho de la mañana fuimos a la ceremonia del pesaje, pero no hubo tal. La función se había suspendido.
Todo se había suspendido.
Porque en el pabellón 31 de la Villa Olímpica, aquellos terroristas encapuchados que en el balcón agitaban la bandera Palestina, anunciaban que habían dado muerte ya, a dos de los deportistas israelitas, y exigían la liberación de más de 200 prisioneros árabes retenidos en cárceles judías.
Oficialmente, las autoridades alemanas y los palestinos iniciaron negociaciones en las primeras horas de la mañana. Poco después se anunciaba un acuerdo: terroristas y rehenes serían transportados hasta El Cairo, donde se liberaría a los deportistas en cuanto se hiciera lo mismo con los árabes presos en Israel. A las cuatro de la tarde fueron suspendidas todas las competencias. Y a las 10 de la noche, cumpliendo con lo establecido, tres helicópteros recogieron a extremistas y atletas y los llevaron hasta la terminal aérea, donde aparentemente, esperaba el avión en el que se haría el viaje hasta la capital egipcia. Pero, anticipando la posibilidad de que los deportistas fuesen sacrificados en tierras árabes, las fuerzas de seguridad germanas idearon un plan de rescate que falló en el último momento, cuando uno de los terroristas lo descubrió. Se produjo entonces, la terrible masacre. En el impresionante tiroteo murieron cinco de los ocho palestinos, un policía, y los nueve deportistas israelíes.
La fiesta de la juventud mundial se había teñido de rojo-sangre y se vestía ahora, con el negro del luto.
El 6 de septiembre tampoco habría combates. Ese día se ofició una misa en memoria de los deportistas caídos. Poco más tarde -10:30 horas-, y entre el desánimo colectivo se reiniciaron los Juegos.
El 7 de septiembre, a las 8 horas, por fin se celebró el pesaje para reanudar el torneo boxístico.
Por la noche...
Zamora:
- Allá iba yo, hacia el ring, cansado por la tensión propia cuando un combate tan importante es suspendido por dos días; impresionado aún por lo sucedido y con la presión de ganar, porque es nada menos que una medalla la que está en disputa. Traté de concentrarme, y entonces descubrí que sicológicamente no estaba afectado. Podía pelear esa noche, seguir mis instintos sin temor alguno. Me dolía, como a todos, lo que había sucedido, pero ahora volvía a lo mío. Y tenía que seguir adelante...
Así subió Alfonso Zamora al ring.
Descendió de él seis minutos después: había noqueado en dos asaltos a Rodríguez.
Nada podría arrebatarle ya una medalla.
Pero faltaba un obstáculo, sólo uno, para llegar a la final.
Y él lo sabía todo alrededor de las finales Porque jamás había perdido una.
No sólo eso: jamás había perdido un combate.
Y nada más tres de sus 48 peleas había llegado al límite.
Era un noqueador.
Noqueador: sinónimo en boxeo de triunfador.
Alfonso Zamora nació el 9 de febrero de 1954.
Sus padres vivían en una vecindad cerca de Garibaldi, donde el futuro medallista olímpico pasó sus primeros años.
Alfonso:
- Y las primeras palabras que escuché fueron: box, boxeo, boxeador, fajador, estilista peleador, ring, round, guantes, nocaut, decisión, réferi, jueces... Porque mi padre, creció dentro de ese ambiente, era un fanático del pugilismo. De lo único que se hablaba en casa era de los combates. Y el sábado en noche era intocable: todo mundo estaba frente al televisor para ver la función.
No obstante todo eso, Alfonso -que por mi corta estatura, porque siempre parrón, yo era un niño algo cobardón y retraído mis compañeros de la escuela siempre me agarraban de puerquito " -nunca sintió los impulsos de abrirse camino a puñetazos en el difícil sendero de la vida.
Pero conforme sus padres mudaban de casa, defenderse iba siendo un mal cada día necesario.
Sucesivamente la familia Zamora Quiroz vivió en la colonia Santa Julia, y en la bravísima colonia Guerrero.
Y el cerco se fue cerrando...
Alfonso:
- En el barrio, había que salir avante en la mayoría de las ocasiones con los puños. Yo estaba sano y fuerte, pero desde luego mi estatura no me ayudaba para nada. Todos mis amigos y mis enemigos también, eran más grandes que yo, y así era difícil que me defendiera; muchos me agarraron de su puerquito, porque no les hacía frente.
Pero un día todo cambió.
En cuarto grado de la escuela primaria Belisario Domínguez -en pleno corazón de la Guerrero-, Alfonso sufrió la enésima agresión: uno de los fortachones lo golpeó en el propio salón de clases, y la sangre comenzó a brotarle borbotones de la nariz.
Al verlo, la maestra preguntó alarmada:
- ¿Qué pasó, Zamora?
- Nada, maestra... Yo creo que por el calor me está saliendo sangre-, contestó el chiquillo, de unos 10 años.
Pues ve al baño y límpiate la cara.
Alfonso:
Salí del salón seguido de las miradas de todos mis compañeros que, cuando menos, vieron que yo no era un rajón. Fui al baño y me lavé la cara. Tenía la nariz hinchada. Cuando me vi en el espejo me pregunté: "¿por qué te dejas?... ¡Mira nomás cómo te dejaron!"... El estaba fuerte y también chaparrón. Me puse un pañuelo con agua fría en la cara y me limpié. Cuando regresé al salón, así de reojo, veía al que me había pegado. Se estaba riendo. Eso me encendió aún más, y le hice una seña de que me la iba a pagar. Cuando salimos de la escuela, ya en la calle, que lo veo y le digo: "ahora sí, ¡ya estuvo bueno! Ahora nos vamos a dar tú y yo". Empecé a mover los brazos con estilo y puse mi mirada más fiera.¡Y que se raja! Se echó a correr. Eso fue lo que más coraje me dio, porque no tuve la oportunidad de desquitarme, pero por otra parte gané confianza en mí mismo. Y se podría decir que ese día se acabó el chavo cobardón al que los más grandes agarraban de puerquito, porque en cuanto presentía que iba a haber bronca, yo me le adelantaba a todo el mundo y comenzaba a soltar las manos. Y solitos se iban cayendo...
Una nueva mudanza llevó a los Zamora Quiroz a la Unidad Tlatelolco.
Y Alfonso, uno de los más pequeños estudiantes, era sin embargo, el azote de la secundaria 16. No había enemigo para él. No había pelea en la que no venciera. El líder de la pandilla más feroz. Bronca tras bronca, día tras día, hasta que de plano lo expulsaron de esa escuela. Tuvo que concluir en la secundaria 83, también en Tlatelolco.
En una ocasión, cansado ya de las frecuentes quejas de los maestros de la escuela y de los vecinos de la unidad, y decidido a darle una lección, Alfonso Zamora padre llamó a Alfonso Zamora hijo.
¿Conque usted se siente muy salsa, no?- le preguntó.
- No papá, ¿cómo cree?-, le respondió el chamaco, ya de 13 años.
- Ya, ya sé que se anda usted peleando todo el día. Vamos a ver si de verdad es tan bueno... Ahora nos vamos a poner los guantes usted y yo.
- No, no papá...
- Ande y tráigalos.
Fue pues, Zamora por aquellos viejos guantes de vinil, uno de sus primeros regalos de Día de Reyes.
La desigual pelea empezó con ventaja para Alfonso Zamora padre, ante un inhibido Alfonso Zamora hijo. Hasta que los golpes recibidos encendieron a éste el temperamento... De repente voló el gancho izquierdo por todo lo alto de la guardia de Alfonso Zamora padre; el golpe le estalló en plena mandíbula, y cayó noqueado, mientras Alfonso Zamora hijo y su madre, Ana María Quiroz de Zamora, se veían uno al otro sin saber exactamente qué hacer. Cuando Alfonso Zamora padre se recuperó, la angustia se convirtió en una carcajada colectiva.
Días después, Alfonso Zamora padre tomaba otra decisión: había que encauzar a su hijo por el camino del boxeo, en el que podría desahogar todas sus inquietudes y que, además, serviría para imponer un poco de disciplina en su desordenada vida. Y recurrió a su amigo Ernesto Gallardo, manager de boxeo profesional, quien también vivía en Tlatelolco:
- Fíjese, Ernesto, que Poncho está terrible -Poncho, tomado de la mano de su padre, los miraba con recelo-. Se me pelea a cada rato, y ya no sabemos qué hacer con él. Creo que tiene mucha energía y hay que controlarlo.
En voz baja le contó lo del nocaut sufrido a manos de aquel fornido pequeñín de inquieta mirada. Y después de las risas, Gallardo respondió:
- No se preocupe; mándemelo al gimnasio. Ahí lo vamos a tener para que desfogue todo lo que trae adentro y para que ya no se ande peleando en la calle.
Así que apenas cumplidos los 14 años -1968-, Alfonso pisó por primera vez un gimnasio: el Jordán. Mas no lo haría como aspirante a boxeador, sino como un auxiliar de Gallardo.
Alfonso:
- Allí estaba yo, en la catedral del boxeo. Se decía que los baños del Jordán tenían un terrible gimnasio, apestoso, sucio, sin ventilación. Tal vez era cierto, pero también era cierto que no había otro más importante en México. Era la catedral del boxeo. Cuando entré, me quedé impresionado. Allí estaban los managers, los peleadores que yo veía por televisión cada miércoles y cada sábado: el Cuyo Hernández, Lupe Sánchez, Lupe Serrano, Pepe Hernández, Chucho Cuate, Cristóbal Rosas, Rubén Olivares, Chucho Castillo, José Medel, Rodolfo Martínez, Rafael Herrera... ¡Y tantos más! Simplemente me cautivó todo: la acción por aquí y por allá, el olor, el ruido de los golpes al costal, a la pera, y el famoso grito de "¡Tiempo!". . . Yo era el aguador. Aquel que limpiaba el sudor a Ricardo Arredondo, Memín Vega, Raúl Delgado, entre otros; el que les detenía los pies para que pudieran hacer abdominales, el que les tomaba el tiempo...
Pero era, también, un gran observador
Alfonso:
-Puede decirse que yo aprendí viendo, después poniendo en práctica lo que aprendía. Así me sucedió con el Alacrán Torres, ¡Qué peleadorazo! Fue mi dios, mi ídolo, desde el primer día que lo ví entrenar. ¡Qué manera de tirar el gancho! ¡Qué, manera de pegarle al costal!... Se acercaba, flexionaba el cuerpo, y izoc!, izoc!, con la chueca, y luego ¡pum!, el remate con la derecha. . . Ese día cuando todos se fueron a comer, fui a la oficina del señor Gallardo y me encontré unos calzones de boxeador muy grandes. Me los
amarré con un cinto, pues se me caían; cogí unas guanteletas y.. que me pongo a darle al costal así, así como lo había hecho el Alacrán, izquierda abajo arriba: izoc!, izoc!, izoc! y luego la derecha cruzada. Lo hice todas las veces que pude, hasta que me cansé. Y practiqué tanto esa combinación que, con el tiempo, fue mi predilecta sobre el ring.
Alfonso no dejó de ir un solo día al gimnasio
Luego vinieron los Juegos Olímpicos, aquellos del 68.
Y al ver triunfar a Ricardo Delgado, Antonio Roldán, Agustín Zaragoza y Joaquín Rocha, nació en Zamora el deseo de algún día llegar a representar a su país en una Olimpiada.
Y de ganar, también, una medalla.
Quiso el destino que lo cumpliera apenas cuatro años después.
En diciembre-de ese año, preguntó Alfonso Zamora padre a Alfonso Zamora hijo:
- ¿Qué quiere que le regale ahora que cumpla los 15 años?
- ¡Quiero que me consiga una pelea!
- ¿Una pelea?... Usted está loco.
- Y si estoy loco, entonces para qué me pregunta...
No se habló más del asunto.
Pero, al finalizar la cena de Año Nuevo, recuerda Alfonso:
- Mi papá me dijo: "ya estuvo; tendrá su pelea el día de su cumpleaños". Fue un regalote. Me contó que había ido con Gallardo y que éste le había dicho que estaba bien, que yo había aprendido mucho en el gimnasio y que veía que yo tenía muchas ganas. El me enseñaba algunas cosas, pero quien más me dedicaba parte de su tiempo era Raúl Delgado, quien me veía tan solo y con tantas ganas, que me decía cómo hacerlo... Sin embargo, más que nada aprendí viendo entrenar a todos los boxeadores y después practicando lo que me había llamado la atención. Esa fue mi mejor escuela.
Y todo se complementaba, porque Alfonso Zamora padre, quien conducía un taxi, pasaba todos los días por varios peleadores y los llevaba a correr a distintos sitios, aunque el bosque de Chapultepec y el Desierto de los Leones eran los predilectos. Alfonso Zamora hijo también iba con ellos. Y corría a su mismo ritmo. Estaba pues, en óptimas condiciones.
El 9 de febrero de 1969, el día en que se convirtió en quinceañero, Alfonso Zamora sostuvo, finalmente, su primer combate oficial.
Fue en Mixquic, Puebla.
Alfonso Zamora padre preguntó quién sería el rival de su hijo. Y se asustó cuando lo vio.
Y protestó:
- ¿Cómo con éste?... No, está muy grande para mi hijo.
- Déjelo, señor Zamora, déjelo -Gallardo trató de tranquilizarlo-; no le va a pasar nada.
- ¿Ya viste contra quién vas a pelear?-, preguntó entonces Zamora padre a Zamora hijo.
- Sí... Pero no lo voy a cargar. A este prieto me lo aviento.
Alfonso:
- Y me lo aventé. Me acordé de aquella ocasión cuando ví al Alacrán y que le meto los dos primeros golpes: izoc! y izoc!, dos ganchos, con la zurda, arriba y abajo. Venía el remate con la derecha, pero lo fallé porque mi rival ya iba rumbo a la lona. Con el segundo izoc! se desvaneció y ya no se levantó. Todo eso en el primer round. Ya era yo boxeador aficionado, ya había debutado; ya sabía lo que era un combate en serio. Me había fascinado desde los momentos previos a subir al ring, la presentación, .y después el anuncio de que había ganado, los aplausos... Ya iba siendo realidad mi sueño de ser peleador olímpico.
Continuó con su trabajo en los Jordán, y en 1970 fue inscrito en los Guantes de Oro. Ganó, por supuesto. Al año siguiente obtuvo el título de campeón del Distrito Federal y, asimismo, logró el triunfo en un certamen similar al de los Guantes de Oro, venciendo en la final a Eliseo Cosme.
Pero comenzaban los problemas: el ejercicio le había hecho embarnecer. Sus espaldas eran demasiado anchas, y muy fuertes; también bíceps y antebrazos. Pronto dejaría de ser peso mosca.
Consciente de los avances de su hijo, y del gran deseo que éste tenía de ser peleador olímpico, Zamora padre se entrevistó con Moisés Zaldívar, presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur, y le pidió que permitiera a Alfonso entrenar en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano. Zaldívar aceptó.
Pero el aspirante tendría que pasar, primero, un examen.
Alfonso:
- Al otro día me presenté en el CDOM, y en verdad que me probaron. Me subieron con Federico Flores, un peso gallo con mucha experiencia. Nos dimos una buena tranquiza. Me dio y le di. Fue sólo un round, pero les gustó a todos. Y como me vieron con tantas ganas, pues me aceptaron. Eran los primeros meses de 1971, y los últimos días del polaco Enrique Nowara en México. Después llegaría el profesor búlgaro Stavri Bachvarov a hacerse cargo del equipo nacional de boxeo olímpico.
Pero Alfonso no se adaptó a las rígidas normas de disciplina que imperaban en el CDOM, y que a cada momento perdían la escasa flexibilidad que les quedaba, porque se acercaba, a pasos agigantados, el compromiso de los Juegos Olímpicos de Munich de 1972.
En marzo de ese año, Zamora fue despedido del CDOM.
Alfonso:
- Me corrieron por mis faltas al entrenamiento. La mera verdad es que yo iba al CDOM cuando tenía ganas de comer mucho, porque ahí podía estar todo el día en el comedor; pero, para ir a entrenar, nomás no... Lo que pasaba era que a mí no me gustaba la técnica del boxeo amateur: eso del golpecito rápido, del movimiento de piernas y ya. A mí me gustaba pegar, ir al frente con todo, no ese boxeo chiquito de ir acumulando puntos. Por eso mejor me iba a entrenar al Jordán, y cuando me presentaba en el CDOM, Bachvarov me agarraba por su cuenta. Un día, muy molesto, me dijo muchas cosas, mitad en español y mitad en búlgaro, o no sé en qué idioma. Y ya desesperado, que me jala las orejas. Me quité bruscamente, agarré mis cosas y me fui. Al otro día regresé y me dijeron en la entrada: "No puede pasar; usted ha sido corrido del CDOM ¡Zúmbale!... Ni modo. Volví a casa con la cabeza gacha. Mi papá me preguntó lo que me pasaba, y le dije todo. El, por supuesto, me regañó, y después se fue volado al CDOM para abogar por mí. Finalmente convenció al búlgaro y las puertas del CDOM me fueron abiertas nuevamente.
En aquel tiempo, el seleccionado "A" en peso gallo era Pedro Flores, un veterano boxeador, de buena técnica, que había sido medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Cali 1971. Como preseleccionado "B", y a finales de ese año, Zamora fue enviado al campeonato, Centroamericano y del Caribe de boxeo, en Puerto Rico. Ganó el título con cuatro nocauts, no sin antes vencer dificultades extrapugilísticas.
Narra Alfonso:
Gané el derecho de pasar a la final después de vencer por nocaut al cubano Jorge Romero Blanco. Pero, al llegar al hotel, nos encontramos con que había desaparecido el costal que contenía guantes, guanteletas, peras, caretas: en fin, todos los implementos.
Alguien los había robado, y lo malo era que mi papá estaba al cuidado de ellos. Y que se arma el escándalo. Mi papá estaba muy enojado.
Gritaba, protestaba, maldecía... Andaba fúrico. Mientras todo el mundo buscaba ese famoso costal, yo continué tranquilo. Al otro día fui al pesaje y cuando regresé, mi papá me dijo:
-No peleas hasta que aparezcan esas cosas... Es más, vete de una vez a comer; no habrá pelea"
Me salí del hotel, acompañado por Arturo Borunda. Nos fuimos caminando por las calles. Yo pensaba en que no era posible dejar de pelear por un costal que se habían robado pero tenía que respetar la decisión de mi padre Nos detuvimos en un alto, antes de cruzar una avenida muy grande, y entonces le dije: "Ay, Arturo, cómo tengo ganas de esa pelea". Y él me convenció. Estuvo dále y dále: Si tienes ganas, pues pelea. Es más: yo te presto mis cosas. Andale, vamos al hotel, te cambias y nos vamos para la arena ...
El problema, entonces, fueron las cosas:
Arturo me prestó un calzón que me quedaba muy grande, pues él era peso ligero, y una camiseta que me quedaba toda guanga; las calcetas se me caían y sus zapatos eran tres números más grandes que los míos. Finalmente combatí. Y esa vez fue la única en que mi padre no me vio pelear. El tomaba un café cuando, por la radio, escuchó que yo me estaba enfrentando al panameño Luis Ávila, a quien acabé en el tercer round... Desde ese entonces se me quedó la costumbre de usar calzones grandotes me habían dado suerte.
Repentinamente, y en un giro inesperado su actividad, Pedro Flores opta por abandonar el boxeo de aficionados e ingresa al profesionalismo.
Se ha despejado el camino para el joven noqueador.
¿Quién lo frena?
Nadie.
A Munich, pues.
Llega Zamora a su cita olímpica con un récord que impresiona: invicto en 45 Peleas, de las cuales ha ganado 42 por nocaut.
No es, el suyo, un estilo netamente amateur.
Todo lo contrario: es el de un profesional, ciento por ciento: pasos firmes, guardia alta, ritmo acompasado. Peleador de pocos golpes: no necesita de muchos para ganar. Y con feroz instinto; el instinto feroz de un noqueador.
Y esa letal combinación de ganchos izquierdos abajo y arriba y derechazo cruzado...
El mismo se había sorprendido de su propio cambio.
Alfonso:
- Cuando llegamos a Munich yo era otro. Sólo pensaba en el torneo. No tenía ninguna distracción, Yo no fui a ligar alemanas ni a cambiar escuditos. Iba directamente a lo mío. Llegué con una mentalidad de triunfador, convencido de que nadie me podía parar.
El 30 de agosto de 1972 marcó su debut olímpico.
Primer rival, primer nocaut: las ilusiones del filipino Ricardo Fortaleza murieron en dos asaltos.
Segundo rival, segundo nocaut, segundo round... El alemán federal Stephan Foersted se despidió, el 3 de septiembre, de los Juegos Olímpicos de su país.
Tercer rival, tercer nocaut, segundo round: el adiós ahora fue para el español Juan Francisco Rodríguez... Aquella pelea del 7 de septiembre, cuando se reanudó el torneo boxístico.
Una medalla había sido asegurada ya, para México.
Alfonso:
- Yo sabía que era el único en la delegación que había conquistado una medalla, y que las posibilidades de que alguien más hiciera lo mismo eran muy remotas. Me invadió una especie de placer mezclado con nostalgia y con el deseo de seguir, con las ganas de seguir. Estaba a una victoria de llegar a la final. Pero ya desde entonces, como sucedería a lo largo de mi carrera profesional, enfrentaba un diario enemigo: mi propio peso. Seguía embarneciendo. Cada día me era más difícil detener la aguja de la báscula en los 54 kilogramos.
Al día siguiente, Alfonso noqueó en el tercero al estadounidense Ricardo Carrera, mientras que el veteranísimo cubano Orlando Martínez hacía lo propio con el inglés George Turpin.
Fueron 48 horas cruciales.
De angustia, de tensión; de un desquicio total que llevó a Zamora a un esfuerzo extraordinario para, finalmente, enmendar a medias un grave error.
El doctor Horacio Ramírez Mercado, que estuvo a cargo de los cuidados médicos de aquel equipo de boxeo, las recuerda con toda claridad:
"Después de aquella pelea vino un día de descanso. Era domingo. Estábamos ya a unas horas de la clausura. Alfonso fue a la báscula esa mañana y pesó 53.400 kilogramos. Todo bien. Así que cuando nos pidió permiso para ir a recorrer la ciudad, no pudimos negárselo. El no había salido para nada; no había querido descuidar ningún aspecto. Entrenaba, descansaba y peleaba. Y esa era una rutina tremenda. Tenía casi diez días de hacer lo mismo y, sobre todo, de pesarse cada mañana, de sufrir ese momento en la báscula.
Le dijimos que sí, que se distrajera, pero que tuviera mucho cuidado. Lo acompañaban Emeterio Villanueva, también boxeador, y otros atletas que ya habían terminado de competir y que sólo esperaban la clausura. Regresaron como a las cuatro de la tarde. Estaban felices. Pero Alfonso tenía que entrenar para su gran compromiso del día siguiente; nada menos que la final, contra el muy peligroso cubano. Lo subimos a la báscula, y ¡qué bárbaro!...Registró 56.800 kilos,
Gritó Alfonso Zamora padre: ¡Pues qué hiciste!...
-Nada -dijo el peleador.
- Pero, ante la obviedad, aceptó:
- Bueno... Es que cuando andábamos conociendo el centro de la ciudad, pues que nos da hambre, y nos aventamos una salchicha y una cerveza.
Se irritó el padre del boxeador:
- Una y una... Tú sabes que eso no es cierto. ¡Eres muy bruto!
Y Zamora, también alterado:
- Pues sí, pero ya está hecho.¡Ahora. háganle como quieran!
Luego se dirigió al doctor:
- No voy a dar el peso doc, mejor ái muere. No peleo.
Volvía su padre a la carga:
- ¡Cómo de que no peleas!... ¡Primero te mueres!
- Está bien, está bien... Sí peleo... ¡Háganle como quieran!
Ramírez Mercado:
- Aunque en ese momento la recriminábamos, yo trataba de entender a Alfonso, y su difícil situación: era una agotadora lucha diaria para conservarse en peso. Su anterior pelea se había suspendido dos días, lo que le había significado un esfuerzo extra. Por otro lado, había ganado, por fin, una medalla y todo el mundo, toda la delegación estaba encima de él, pues tenía la posibilidad de conquistar el título olímpico. Por último, no dejaba de ser un chiquillo de 18 años, que nunca se caracterizó por su responsabilidad. Estaba demasiado presionado. Lo que hizo fue, quitarse un poco de ese gran peso que tenía encima.
Pasado el momento de ofuscación, nos dimos a la dura tarea de volverlo al peso. Lo primero fue arroparlo, vestirlo para que sudara mucho durante el entrenamiento. Después de dos rounds de sombra subió a la báscula y apenas había perdido 300 gramos. Luego buscamos un baño sauna o un vapor en la Villa Olímpica, pero no encontramos nada. Más tarde lo metimos a la regadera con agua caliente, envuelto con toallas, y lo mismo: apenas bajó unos cuantos gramos, porque, en realidad, Alfonso no tenía mucha grasa, ni líquidos en exceso. Era de pequeña estatura, pero su complexión física correspondía a la de un hombre muy fuerte.
Ya fastidiado, Alfonso me decía: "ánda doc, mejor déme uno de esos chochitos para ir al baño y ai muere". Tras varias horas de intensa lucha apenas habíamos ganado unos 800 gramos. Como último recurso le di diuréticos, pero pasaron los minutos y no hacían efecto. Finalmente, Alfonso tomó los chochitos y se durmió a las diez de la noche. Se despertó como a las cinco de la mañana y se metió al baño. Ahí se la pasó un buen rato. Poco después, y para nuestra sorpresa, en el pesaje dio 53.300 kilogramos. ¡Estaba abajo 700 gramos! Ahora teníamos que actuar en sentido inverso: darle muchos líquidos para que no se deshidratara. A la hora de la pelea más o menos se había recuperado pero, de cualquier manera, estaba muy debilitado por aquella desgastante lucha contra sí mismo.
Ya. La final.
Por un lado, un jovencito de 18 años, que esa noche sostendría apenas su quincuagésima pelea. Por el otro, un hombre de 27 años con poco más de 180 combates.
Esos eran, respectivamente, Alfonso Zamora y Orlando Martínez.
La capacidad combativa del primero, que era su gran arma en el cuadrilátero, estaba notablemente reducida.
La experiencia, la habilidad, el boxeo sobre piernas, principales argumentos del segundo, se encontraban al ciento por ciento.
Martínez no tuvo problemas para llevarse la victoria por unanimidad de los jueces: 5-0.
Manejó a su adversario a la distancia, sin presentarle jamás un blanco fijo. Zamora, por otra parte, y en virtud de su debilitamiento, no tenía la potencia para seguirlo, para acorralarlo... Ni la resistencia para soportar los contraataques de Martínez, cuyos golpes, en mayor cantidad que potencia, le rociaban ese su rostro de finas facciones. En el segundo round, Zamora cayó a la lona por vez primera en su carrera, sorprendido por un cruzado de derecha. No obstante eso, y en un gesto que mostró el respeto que sentía por su adversario, Martínez optó por no buscar el nocaut. Era demasiado riesgoso.
Alfonso:
- Ese negrito horroroso parecía chango, y como tal se movía sobre el ring, con sus largos brazos y sus largas piernas. ¡No le pude pegar! Siempre me mantuvo a distancia. Me ganó bien, indiscutiblemente; su experiencia fue demasiado para mí. Me controló a su gusto. Ni una sola vez pude clavarle un buen izquierdazo
Sería pues, de plata su medalla.
La única con la que regresó de Munich la delegación mexicana entera.
Vio Alfonso, con ambigüedad en sus sentimientos, cómo era izada la bandera tricolor en tierras teutonas: por un lado, la alegría de que así fuera, por otro, la rabia de haber sido incapaz de que no llegara hasta lo más alto.
Pese a todo era el personaje del día.
Se suscitaron todo tipo de homenajes para aquel que había sido sucesivamente niño cobardón, líder adolescente, y peleador incontenible.
El entonces presidente Luis Echeverría le obsequió 50 mil pesos -con lo que adquirió un automóvil deportivo, cuatro años viejo- y además le dio facilidades para que, a plazos, pagara el costo de un taxi para su padre.
Alfonso:
- Y ya libre de tensiones, de apuros, dejé que me mareara la fama. Se me olvidó el gimnasio. Para mí era más importante andar con los cuates y con las amiguitas. Habían sido meses de intenso trabajo y entonces, ya famoso, quería disfrutarlo todo.
Se le abría, por otra parte, un esplendente panorama en el boxeo profesional. Era una potencial figura, y todos los managers estaban interesados por dirigirlo. El escogió a Arturo Cuyo Hernández, quien lo hizo debutar de inmediato: el 16 de abril de 1973, en Ciudad Valles, San Luis Potosí, Alfonso noqueó en dos rounds a Eraclio Amaya, y de ahí partió a una fulgurante carrera que hizo historia en la división de peso gallo: hasta la fecha, Alfonso Zamora es el único campeón mundial que ha obtenido el título no sólo invicto, sino habiendo ganado todas sus peleas -27- por nocaut. Conquistó la corona reconocida por la WBA al noquear en cuatro rounds al sudcoreano Soo Hwan Hoo, en El Forum de Los Angeles, el 14 de marzo de 1975.
Sostuvo seis combates más, los ganó todos antes del límite, y entonces protagonizó una de las más apasionantes y estrujantes peleas en la historia del boxeo: el 23 de abril de 1977 enfrentó, en duelo de campeones mundiales invictos de peso gallo, a su gran amigo y ex compañero de equipo de trabajo, Carlos Zárate, monarca reconocido por el CMB. El gran show que -pactado a 10 rounds- se llevó a cabo en El Forum que había sido, también, escenario de la coronación de Zárate -apabullante nocaut sobre Rodolfo Martínez-.
El historial de los dos combatientes era insuperable. Sumados sus récords en el boxeo amateur y en el profesional, Zamora y Zárate acumulaban 157 encuentros, con 156 victorias, y sólo una derrota -aquella final olímpica en Munich 72-. De esos 156 triunfos, 149 habían sido antes del límite, y los siete restantes por decisión; seis de ellos -tres y tres- en el boxeo de aficionados, y el último en el de paga, era de Zárate, quien no pudo noquear a Víctor Ramírez.
Sólo fueron cuatro rounds. Intensos, dramáticos. Violentos.
Zamora asumió la ofensiva. Zárate escogió el contragolpe.
En el segundo asalto, Alfonso sorprendió a su adversario con su clásico gancho izquierdo arriba. Zárate retrocedió sobre piernas flaqueantes. Las cuerdas evitaron su caída. Y cuando Alfonso se lanzaba en pos del nocaut, un individuo desconocido y estrafalario subió al ring para ejecutar una extraña danza. La pelea se suspendió momentáneamente, mientras las fuerzas de seguridad capturaban al sujeto. Zárate obtuvo así, valiosos instantes de respiro, que le permitieron recuperarse. A partir de entonces redobló sus precauciones hasta que, en el cuarto asalto, clavó un sólido derechazo sobre la mandíbula de su rival. Alfonso acusó los efectos del golpe. Zárate fue tras él. Zamora aceptó el intercambio. Afloró la crueldad de boxeo, su espectacularidad, el drama. Hasta que Alfonso, visiblemente dañado, cayó para la cuenta de los 10 segundos.
Esa derrota marcó el inicio del fin de su carrera.
Porque perdida su calidad de invicto, en su siguiente pelea -después de una inadecuada preparación-, dejó el título en las manos del panameño Jorge Luján -un rival notoriamente inferior- quien lo noqueó en 10 rounds el 19 de noviembre. Tres años después -el 19 de septiembre de 1980-, siendo ya un púgil sin ambición, concluyó su carrera. Sin fanfarrias. De cara a las luces, derrotado en tres rounds por Rigoberto Gigio Estrada.
Atrás quedó la alocada juventud.
Del boxeo que fue mí vida una sola huella: un tanto achatada la nariz.
Fresco el rostro.
Conserva Zamora la apostura.
Su cuerpo es atlético.
Vive con comodidad.
Es dueño de un restaurante y de varios autos de alquiler.
Sus mejores recuerdos, más allá de la conquista de un título mundial, son los de su paso por el boxeo de aficionados.
Alfonso:
-Tal vez porque fue como la culminación de un sueño, de mi sueño de chiquillo. Como que fue más auténtico, algo por lo que en realidad luché. En el boxeo de paga peleaba por dinero; en el de aficionados, por amor al arte y con el orgullo de representar a mi país, donde había sido escogido, entre miles, para ello. Cuando gané invicto el título mundial, se agitaban muchas banderas mexicanas en El Forum, pero nada comparable a ver cómo era izada nuestra bandera, aquella tarde en Munich.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Daniel Bautista Rocha
Medallista de Oro
Caminata
Montreal 1976
Montreal, Canadá.
23 de julio de 1976.
Juegos de la XXI Olimpiada.
Que sea aquí.
Que sea hoy.
Que llegue, al fin, la primera medalla de oro que, en una justa olímpica, conquiste nuestro atletismo... Han sido ya muchos los años de infructuosa espera.
Que no se rinda Daniel Bautista.
Que no ceje ante el acoso brutal de los tres marchistas de la República Democrática Alemana: Hans Reimann, Peter Frenkel y Karl Hainz Stadtmüller.
Que venza el pequeño moreno de ensortijado cabello.
Que se imponga a los tres rubios gigantescos.
Que responda al aliento del público.
Que no desmaye. Que escuche los gritos arrancados de voces que se quiebran por el llanto y la emoción del entrenador polaco Jerzy Hausleber y del fisiatra Arturo Alfaro:
-¡Vamos, ¡Negro, vamos!...
Que se agiten, con más fuerza aún, las banderitas mexicanas que ondean en las tribunas.
Y que nadie pierda un paso de este tramo final de la competencia. Quienes por el oro comprometen este último suspiro avanzan ya sobre la pista de tartán rumbo a la meta. Bautista marcha al frente del pequeño grupo de cuatro. Frenkel, campeón cuatro años atrás, en Munich 72, juega su última carta y va tras el mexicano. Inútil. No resiste el paso. Y ya es rebasado por Reimann quien resopla, quien acelera, quien se lanza a la caza. Qué angustia.
Ya.
Ha sido aquí.
Ha sido hoy.
Ha sido Daniel Bautista
Campeón olímpico en los 20 kilómetros de caminata.
¿El?...
¿El mismo que hace apenas dos años había tomado la decisión de retirarse del deporte?
El mismo.
El, que llora emocionado cuando, bajo los acordes de nuestro Himno Nacional e izado hasta lo más alto se recorta la silueta del lábaro tricolor sobre el intenso azul del cielo canadiense.
Veracruz, febrero de 1974.
El rítmico contoneo de los marchistas ha despertado el mordaz humor de los jarochos.
Y llueven las bromas sobre el grupo de andarines que, en una prueba de exhibición ofrecida esta calurosa tarde dominical, van y vienen a lo largo del malecón después de haber recorrido, entre miradas plenas de curiosidad, las céntricas calles del histórico puerto.
La brisa marina refresca a los caminantes.
Y estalla la alegría veracruzana.
No hay tiempo para dramas.
¿0 sí?...
Agoniza la tarde porteña. Y mientras allá, en la lejanía, el sol parece sumirse en el fondo de la tierra, un grupo de chiquillos imita el paso de los marchistas. El entrenador polaco Jerzy Hausleber observa sonriente la escena... ¿Cuántos futuros estrellas de la caminata han nacido hoy?
Pero hay algo que le preocupa: el gesto de aflicción de Daniel Bautista, uno de sus más prometedores discípulos, quien le ha pedido le conceda unos minutos. Seguramente querrá hablar de la prueba selectiva que, para ganar un lugar en el equipo que competirá en los próximos Juegos Centroamericanos y del Caribe en Santo Domingo-, acaba de realizarse en días pasados sobre un tramo de la carretera Veracruz-Alvarado. Bautista finalizó en cuarto lugar -superado por Raúl González, Domingo Colín y Pedro Aroche- y automáticamente quedó marginado. No viajará a República Dominicana.
Así es.
De eso quiere hablar Daniel.
-¿Sabe, maestro?- dice con voz que se apaga y con el rostro contrito-, tengo ya un año en esto y no observo ninguna mejoría ... He decidido retirarme de la caminata. Regresaré a Monterrey.
Una de las frases que Hausleber utilizó para convencerlo de que cometía un error, se grabó en forma perenne en la mente de Bautista:
-Hay que ser más grande en la derrota que en la victoria... Porque es aquella la que forja a los campeones; la que los hace nacer de sus propias debilidades.
Daniel:
-Me dijo muchas cosas... Que tenia que aprender de mí mismo, de mis propias posibilidades que, según él, eran muchas. Que un marchista no se logra en un año, sino en muchísimos meses de intenso trabajo y arduos sacrificios; que sólo llegan al podio aquellos que han templado su carácter y que tendría que esforzarme más y más para competir con éxito en futuros torneos internacionales. Me habló de la cercanía de los Juegos Panamericanos 1975- y de los Olímpicos -1976-. "Si sigues mis instrucciones -me dijo- te aseguro que estarás entre los triunfadores".
Fueron palabras proféticas.
Y, mientras el equipo mexicano arrollaba en Santo Domingo -González y Colín hicieron el 1-2 en los 20 kilómetros-, Bautista se hizo a si mismo una promesa:
- Nunca volveré a quedarme.
Daniel:
- Después de conversar con Hausleber desapareció aquel sentimiento de frustración, de fracaso. El me levantó el ánimo. Arregló inclusive -con el pretexto de que Bautista era el campeón de caminata de la policía de tránsito de Monterrey- que yo permaneciera en el CDOM y a partir de ese instante trabajé al ciento por ciento. Era todo lo que necesitaba. Esforzarme y a la vez madurar como deportista.
Hausleber:
- No podía dejar que se me escapara de las manos un prospecto así. Daniel ha sido uno de los mejores caminantes que he conocido, partiendo de la base de que su estructura morfológica es ideal para marchar: estatura de 1.70 metros, músculos elásticos y muy resistentes, piernas cortas que permiten efectuar fácilmente la mecánica del movimiento sin flexionar la rodilla, una extraordinaria capacidad aeróbica, cuerpo atlético, ancho, musculoso y, una gran flexibilidad... Pero todo eso era nada si no se combinaba con un alto sentido combativo, tenaz, estoico en la derrota y sereno con el triunfo y sobre todo, con un desmedido espíritu deportivo... Y un buen humor. Daniel incorporó estas características a su vida deportiva y pronto, muy pronto, se fue para arriba.
Es una gélida mañana ésta, de mayo de 1975 en Bydgoszcs, Polonia. Pero un registro estremece al mundo de la caminata: un desconocido mexicano llamado Daniel Bautista ha roto la marca mundial en los 20 kilómetros. ¡Ha sido superada, al fin, la barrera de la hora y 23 minutos en esta distancia! Bautista ha cronometrado una hora y 22... Y ha dado, a los marchistas del orbe entero una voz de alarma.
Daniel:
- Lo sabía... Sabía que estaba en el camino. Que nadie podría ya detenerme.
Daniel Bautista Rocha nació el 4 de agosto de 1952 en la estación El Salado, San Luis Potosí, aunque de hecho es regiomontano porque cuando tenía apenas dos años, su padre -Daniel Bautista Otero- decidió radicar en Monterrey por la cercanía con Texas y la pizca de verduras y legumbres en ese estado de la Unión Americana. Así que se llevó a su esposa, doña Tomasa Rocha y a sus hijos -Lucio, David y Daniel; después nacerían Eusebio, María y Balbina- a radicar en las orillas de la capital neoleonesa: en Nuevas Colonias, municipio San Nicolás de los Garza.
Daniel:
- Fue una etapa difícil. Pero aunque teníamos problemas económicos, vivíamos muy felices. Siempre fuimos una familia muy unida. Y como fuera, de lo que fuera, mi hermano y yo ayudamos a traer algunos pesos a la casa. Yo trabajé de bolero o vendiendo periódicos o haciendo mandados... Lo importante era ayudar mientras mi papá se iba a la pizca o a trabajar como obrero en Monterrey... Obviamente no tuvimos lujos, pero tampoco nos moríamos de hambre. Veíamos la vida con tranquilidad. De chiquillo me gustaba jugar futbol, que es el deporte de los niños. Con una pelota nos divertíamos muchos escuincles y no era problema jugar en el campo, a las faldas de los cerros. Pero también me gustaba correr y así organizábamos varias competencias: el chiste era -ver quién era el más resistente corriendo. Yo gané la mayoría de las carreras entre los muchachos de mi barrio.
En las vacaciones escolares, Daniel acompañaba a su papá a la frontera. Y era uno más de aquellos chiquillos que día a día permanecía en Río Bravo a la espera de sus padres, que como mojados, cruzaban la frontera y se iban a la pizca. En una ocasión, cuando el futuro andarín tenía como 12 años, se metió a nadar en el río. De repente, las corrientes se hicieron más fuertes; Daniel fue arrastrado por ellas y estuvo a punto de perecer ahogado. El trauma vivido ese día tuvo consecuencias: Bautista le tiene pavor al agua y es muy rara la vez que se mete a una alberca.
Daniel cursó la primaria en la escuela Pío XII y ya en la secundaria número 12, Gabino Barrera -en la colonia Juana de Arco comenzó a perfilarse su futuro de deportista: el profesor de educación física era el reconocido maestro Antonio González, forjador de varios atletas que lograrían destacar a nivel nacional. La escuela tenía una pista en la que, propiamente, Bautista comenzó en el atletismo. Primero en carreras de 100, 200 y 400 metros...
Recuerda el profesor González:
- Después se inició en la caminata, compitiendo en los tres kilómetros. Y de inmediato destacó por su disciplina y su carácter, además, por supuesto de sus habilidades físicas. Siempre trataba de probarse a sí mismo, de demostrarse que era capaz de ser veloz y de resistir. Participó inclusive, en pruebas de juvenil A y obtuvo varios primeros lugares.
Hasta que llegó 1968. Bautista competía ya en las pruebas de fondo como los 5 mil metros.
Daniel:
- En ese año se celebraron en nuestro país los Juegos Olímpicos. Yo estaba todavía en la secundaria y nomás acababan las clases y me iba volando a mi casa para ver en la televisión las competencias. Lo que más me impresionó fue ver a José Pedraza. ¡Fue increíble! Ahí nació en mí el gusto por la caminata. Después de ver el esfuerzo del sargento y su coraje al no poder vencer a los rusos, fue cuando me dije: "Yo también seré marchista".
Sería, sin saberlo él, un propósito a largo plazo.
Porque al terminar la secundaria y por presiones económicas, se dedicó a buscar trabajo. Recorrió decenas de fábricas en Monterrey, dejando una solicitud en cada una de ellas sin obtener respuesta. Hasta que un día compró el periódico, buscó en la sección de empleos y descubrió que la academia de policía de tránsito quería a jóvenes aspirantes. Se inscribió en ella. Pasó satisfactoriamente todos los exámenes y entró a la academia en febrero de 1971. Terminó en julio. En agosto ya era oficial de crucero. Tenía apenas 19 años de edad. Y seguía compitiendo en las pistas...
Daniel:
- Por supuesto que mis aspiraciones no habían sido satisfechas aún. Yo buscaba algo más. Así que pedí que me dieran un crucero cercano a la presidencia municipal, ya que por ahí había una escuela de computación y yo quería estudiar esa carrera. Lo hice más o menos durante seis meses, hasta que se me presentó la gran oportunidad: ir a México a competir, primero en los Juegos Infantiles y Juveniles -que se realizaron en Oaxtepec- y después en la promoción de caminata que se efectuó en el CDOM. Ahí fue donde conocí a Raúl González quien, tiempo después y ya en Monterrey, me sugirió que me fuera al CDOM.
Corría el año de 1972. El deporte mexicano iniciaba la renovación de atletas, tras la frustrada incursión en los Juegos Olímpicos de Munich -sólo una medalla: de plata conquistada por el púgil Alfonso Zamora-, donde muchos de nuestros deportistas de México 68. habían cumplido su ciclo. Bautista llegó al CDOM, González lo presentó con Jerzy Hausleber... Y así se dio el primer paso...
Bautista inició la veloz carrera . hacia el ascenso.
Lo logró en sólo cuatro años.
En 1973 y a base de una gran disciplina e inquebrantable voluntad, aquel tímido jovencito se había ganado un lugar entre los seis mejores marchistas del equipo nacional. Pero el objetivo era ser uno de los tres mejores. Y eso lo comprendió Daniel al año siguiente en Veracruz. No, lo hecho no bastaba. Era necesario un esfuerzo adicional.
Se produjo después de aquella charla con Hausleber.
Jerzy:
El cambio en Daniel fue radical. Simplemente, era ya otro competidor.
Contó, Daniel, con un aliciente extra:
Los Juegos Panamericanos de 1975 debían celebrarse en Chile; sin embargo y en virtud de un grave problema político interno, ese país declinó organizarlos. Brasil, sede alterna, tampoco aceptó. El difícil momento fue salvado por México, que, a pesar de haber sido anfitrión de esta competencia en 1955, se ofreció a patrocinarla nuevamente.
Daniel:
- Cuando se hizo ese anuncio, por mi mente sólo cruzaba un pensamiento: "La competencia será aquí, en casa... ¡Tengo que estar presente y ganar! Ha llegado el momento de demostrarme a mí mismo que puedo ser un triunfador".
En ese entonces, los mejores andarines del mundo eran los representantes de Alemania Oriental; por América, canadienses y estadounidenses. Sobresalía el californiano Larry Young, campeón de los Juegos Panamericanos de Winnipeg -1967- y de Cali -1971-.
Todo comenzó a cambiar aquella fría mañana de mayo de 1975, en Bydgoszcz, cuando Bautista impuso marca mundial en los 20 kilómetros.
Dijo entonces Hausleber:
- Daniel salió a caminar con su peculiar estilo, sin ver a los rivales y con una sola idea: vencer en el menor tiempo posible.
Los reporteros preguntaron a Bautista cuál había sido la táctica empleada para ganar. Respondió así:
-Ir al frente... ¡Y al diablo el último!
Todo mundo entendió el mensaje: no, no sería fácil en Montreal.
Pero aún faltaba un compromiso: los Panamericanos de México 75.
Por lo pronto, en el torneo selectivo Daniel invirtió los papeles: el fue el ganador, seguido de Domingo Colín y Raúl González, aunque éste se había especializado en los 50 kilómetros. Serían, pues, Bautista y Colín los elegidos para la prueba de los 20 kilómetros.
No defraudarían: oro y plata -respectivamente- para ellos.
Bronce para el ahora excampeón Larry Young.
Comenzaba a escribirse la historia de quien es considerado como el mejor deportista mexicano en la década de los setenta.
Conforme se aproximaba la cita olímpica, crecía en Daniel la confianza en sí mismo:
- Era otra persona, otro competidor, distinto en forma total a aquel incipiente andarín de finales de 1972. Ahora ya era conocido y disfrutaba de los apoyos incondicionales de las autoridades deportivas, que veían en mí a un posible medallista. Por mi parte, gozaba compitiendo. Sentía una rara mezcla de tensión y de felicidad. Mi tranco seguía siendo corto, pero la velocidad que imprimía en toda prueba desgastaba física y sicológicamente a mis rivales. Si tuviese que definirme a mí mismo diría que era un peleador con un carácter forjado en la trinchera de los entrenamientos y las competencias.
Arribamos el 23 de julio de 1976. Escenario: Estadio Olímpico de Montreal, Canadá.
Prueba de los 20 kilómetros de marcha.
Favoritos: el alemán Frenkel, campeón olímpico y sus demás compatriotas. En un segundo plano: soviéticos e ingleses. ¿Mexicanos?... Quizás. Pero los europeos no dejan de mirar, con recelo. a esos tres andarines de morena piel: Daniel Bautista, Domingo Colín y Raúl González.
UN TRIUNFO PARA TODA MI GENTE
Daniel Bautista narra lo que sucedió aquella tarde:
Yo tenía la táctica de siempre: ir adelante. Y así lo hice. Raúl y yo comenzamos a jalar. en los primeros kilómetros. A cada paso imprimimos mayor velocidad, tratando de separarnos lo más posible, pero cuando Colín se sumó al grupo atrajo a los alemanes, quienes, a partir de ese momento, jamás se doblegaron.
A los 12 kilómetros sólo quedaba yo en punta. Poco antes, Raúl se había quedado y Colín fue descalificado. Pero los alemanes seguían ahí, tercos a unos metros. Por un momento dudé: pensé que iba a ser difícil ganar la medalla de oro, pero también pensaba en todo lo que habla trabajado y renacía en mí la confianza. Me había preparado intensamente; no podía echar por la borda ese gran esfuerzo.
Cuando faltaban como cinco kilómetros, Frenkel empezó a jalar. Supongo que los alemanes pensaron que me iba a poner nervioso y que me quedaría atrás, pero no: lo emparejé y volví a ponerme al frente. Lo hice así cuantas veces intentaron fugarse.
La lucha sicológica también fue muy fuerte. Cada vez que se me acercaban me decían muchas cosas. Eran como gruñidos. Yo no los entendía. Nada más me reía de ellos: no comprendían que estaban trabajando para mí, porque jamás descansaron. No administraron sus fuerzas, sino - que se alternaron tratando de derribarme. Eso los obligó a gastar energías que yo sí podía cuidar para el peligroso cierre.
Cuando faltaban como dos kilómetros les dije "adiós". Ya ni los vi; con sólo sentir su respiración, muy agitada, sabía que no me podían vencer. Frenkel, como campeón, quiso apretar, pero no pudo. Lo imitó Reimann, pero tampoco me pudo detener. Y así llegamos al estadio... ¡Qué bonito sentí al escuchar el ruido de la gente, los gritos y los aplausos de reconocimiento! Ahí me olvidé del cansancio, de mis adversarios y apuré el paso para terminar. o que más ansiaba era llegar a la meta, ya en primer lugar.
Y lo hizo.
Daniel cruzó la raya final con los brazos en alto y los albos dientes brillando en la franca sonrisa. Detuvo los cronómetros en una hora y 24 minutos y 40 segundos. Nueva marca olímpica. Le siguieron los alemanes orientales Reimann (1h 25:13), Frenkel (1h 25:29) y Stadtmüller (1h, 26:50). Raúl González (1h 28:18) finalizó en quinto sitio.
Daniel:
- De inmediato pensé en mi familia, en mis amigos y sentí un gran orgullo: había sido un triunfo para mi país, para toda mi gente.
Prosigue:
- Cuando llegó el momento de la premiación, sentí algo muy similar al momento aquel en el que entré al estadio: un escalofrío muy especial recorrió todo mi cuerpo. Pero ya al recibir la medalla y escuchar el himno todo cambia. Te invade un indescriptible fervor patriótico. Te sientes más mexicano que nunca y no cambiarías ese lugar por nada en el mundo. Por más dura que haya sido la prueba, estás tan lleno de emoción que se va el cansancio y a la mente vienen tantos y tantos recuerdos.
Muchas placas fotográficas fueron disparadas en el momento en que Frenkel y Reimann abrazaron a Daniel, en un tácito reconocimiento a su victoria.
La caminata mexicana había dado inicio, ya, a su era.
Meses después, Bautista recibiría el Premio Nacional del Deporte.
CUATRO AÑOS DE TRIUNFOS
Los andarines mexicanos se convirtieron en modelo a seguir. Y en virtud del éxito de los sistemas implantados por Jerzy Hausleber, técnicos y entrenadores de todo el mundo volvieron la mirada hacia nuestro país. ¿Qué está sucediendo allí? Numerosas solicitudes fueron aprobadas y así, el Centro Deportivo Olímpico Mexicano albergó durante largas temporadas a marchistas y técnicos de la Unión Soviética, de Alemania Democrática, de Italia, de España, de Francia... Todos querían saber el secreto mexicano.
Recuerda Daniel una anécdota al respecto:
- En cierta ocasión, un entrenador francés se acercó misteriosamente a nosotros y nos dijo: "tengo todo de ustedes, lo sé todo"... Enumera: "sé a qué horas entrenan, los kilómetros que recorren, las repeticiones que hacen, sus prácticas en el volcán, sus campamentos de altura, las distancias, todos sus datos físicos y técnicos. Como ven, lo sé todo" y sonrió triunfalmente. Pero Pedro Aroche, que estaba con nosotros, le contestó: , lo sabes todo... ¡Qué bueno que así sea! Lo único que te falta es tener unos buenos burros, como nosotros, para que esos conocimientos se te traduzcan en éxitos". El francés entendió muy bien la respuesta y se alejó, cabizbajo, mientras nosotros nos moríamos de la risa.
A partir de entonces, sólo la estrella mexicana brillaría en el firmamento mundial de la caminata.
Con Daniel al frente.
Porque ya no eran sólo las tres primeras grandes victorias -Bydgoszcz, México 75 y Montreal 76-, sino que Bautista hilvanó una importantísima cadena:
1977:
1h 23:31 en el Grand Prix de Bergen, Noruega, en pista, el 14 de mayo.
1h 29:34 en el sexto campeonato Centroamericano y del Caribe en Jalapa, Veracruz, el 6 de agosto.
1h 24:02 en la Copa Lugano (campeonato mundial de marcha) en Milton Keynes, Inglaterra, el 24 de septiembre.
1978:
1h 28:39 en la segunda Semana Internacional, en Jalapa, el 30 de abril.
1h 25:10 en el Gran Premio de pista, en Bergen, el 20 de mayo.
1h 23:37 en la competencia internacional de Valle Hermoso, España, el 28 de mayo.
1h 25:05 en el Grand Prix en Malmoe, Suecia, el 3 de junio.
1h 29:09 en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Medellín, Colombia, el 15 de julio.
1979:
¿Qué hacer?
Estos mexicanos han roto todos los moldes.
¿Cómo vencer a Bautista, quien. en tan sólo unos años ha revolucionado el andar de los marchistas y junto con sus compañeros, ha convertido a la de caminata en una prueba rápida y de constante evolución?
Pregunta sin respuesta.
Hasta que el controvertido juez mexicano Alfonso Márquez de la Mora -más que conocido por su exagerado afán de notoriedad ofreció a los europeos una solución:
El 8 de abril, dentro de la tercera Semana Internacional, en Jalapa, y cuando Daniel se enfrascaba en ardorosa competencia con Raúl González, Márquez de la Mora adujo que Bautista botaba en exceso y le decretó su primera descalificación.
El mundo entero abrió los ojos.
Se había descubierto la fórmula.
Una descalificación en México y por mexicanos, a sólo un año de Moscú...
¿Por qué no podría ser descalificado en Europa?
Comenzaron a circular en el medio de la caminata algunas fotografías tomadas por un reportero gráfico de LEquipe las que, por el ángulo en el que fueron disparadas, hacen aparecer a Daniel botando en una rampa, sin tener contacto con el piso. Las fotografías circularon rápidamente por Europa, y una amenaza se cernió sobre los andarines mexicanos y en especial, sobre Bautista.
Daniel hizo caso omiso de todo ello y prosiguió con su carrera de victorias:
1h 22:16 en la competencia internacional de Valencia, España, el 19 de mayo.
1h 22:16 en Bergen, Noruega, donde ocupó el segundo lugar superado por Domingo Colín, el 26 de mayo.
1h 21:04 en la competencia internacional de Estocolmo, el 13 de junio.
1h 28:15 en los Juegos Panamericanos de San Juan, Puerto Rico el 13 de julio.
1h18:49, marca mundial, en la Copa Lugano celebrada en Escliborn, Alemania Federal, el 29 de septiembre.
1h 20:06, récord mundial de pista, en Montreal, el 17 de octubre.
1980
1h 20:59 en la cuarta Semana Internacional, en Jalapa, el 30 de marzo.
1h 20:59 en el Grand Prix de Formia, Italia, el 13 de abril.
En ese entonces fueron más demandadas las fotografías tomadas por LEquipe. Uno de los muy interesados en conseguirlas era el juez alemán federal Ulfert Kramer resentido con Bautista porque había sido un perenne vencedor de su pupilo, Bernard Kannenberg.
Así, el 20 de abril y en un triangular entre Alemania Federal, España y México, celebrado en Dusseldorf, Kramer descalificó a Bautista cuando éste iba solitario en punta. No obstante, el triunfo correspondió a los mexicanos Félix Gómez y Ernesto Canto, quienes hicieron el 1-2.
En la última prueba antes de los Juegos Olímpicos de Moscú, Bautista se anotó otra victoria.:
1h 21:05 en el Grand Prix de Bergen, el 3 de mayo.
Daniel llegó a Moscú y su olimpiada con un récord impresionante a partir de aquella marca en Bydgoszcz: 19 victorias -entre ellas tres marcas mundiales, una medalla de oro olímpica, dos panamericanas y dos centroamericanas-, un segundo lugar y dos descalificaciones.
Era el favorito lógico.
Pero...
UNA FIGURA QUE SE PERDIO EN EL PUENTE
Moscú 24 de julio de 1980.
Prueba olímpica de los 20 kilómetros de marcha.
Hay un boicoteo -de algunos países de Occidente- contra los juegos.
Pero eso no importa porque los mejores andarines del mundo se encuentran en la línea de salida. Y como cuatro años antes en Montreal, Bautista, González y Colín integran el equipo mexicano.
Sobre ellos está depositada la atención.
Ya parten...
Bautista toma la punta desde la salida misma. Le sigue un grupo compacto, pero es él quien marca la pauta, el ritmo de la prueba.
Y allá va, Daniel siempre al frente.
En el kilómetro 12, los jueces descalifican a Colín. González, sofocado, se rezaga más adelante. Mientras tanto, en la delantera, Daniel sostiene una ardua batalla con el soviético Anatoly Solomin. Detrás de ellos, el italiano Mauricio Damilano se mantiene a la expectativa.
Ya están a dos kilómetros del final. Se escucha el clamor del estadio. Los punteros avanzan por el circuito aledaño al río Moscova. Daniel, quien conserva el liderato, entra a un largo puente. Todos lo ven entrar pero nadie lo ve salir, porque el juez polaco Kirkov decreta su descalificación. Instantes más tarde, entre el juez mexicano Márquez de la Mora y el italiano Tossí, eliminan a Solomin. Y queda listo el escenario para que un sorprendido Damilano se encuentre con una medalla de oro, rodeado del estupor de los aficionados congregados en el estadio, que a través de una gigantesca pantalla de televisión habían seguido los pormenores de la competencia y estaban seguros de que Bautista sería nuevamente el campeón olímpico.
Cero. Cero medallas.
Y cero también en la prueba de los 50 kilómetros, en la que participarían Bautista y González, acompañados ahora por Martín Bermúdez.
Sólo abandonos: Martín en el kilómetro 24; Daniel, en el 32, Raúl, en el 37. 31,
¿Y?...
Quejas. Maldiciones. Inculpaciones.
Y un retiro:
-¡Me voy de la caminata! ¡Ya no quiero saber más de esto!-, dijo Daniel.
Y se fue.
Es un campeón olímpico que sigue trabajando por el deporte.
Con sencillez.
Conserva la sonrisa humilde. Y el optimismo. Cuando habla del pasado lo hace sin rencor, sin amargura... Aunque con un poco de sarcasmo.
- ¡Me retiré porque comprendí que en la caminata no sólo hay que vencer a los rivales sino convencer a los jueces.
- ¿Por qué se fue, Daniel?.
Por la conjugación de muchos factores. El deporte es hermoso y la competición también, pero estaba ya cansado de las largas concentraciones, de vivir solitario en un cuarto del CDOM, mientras que mi familia me esperaba inútilmente -Daniel casó con María Dolores Ortiz y son padres de Daniela, Nayelli, y Jorge de Jesús-... Lo extrañaba todo: mi gente, mi tierra...
- ¿No influyó lo que sucedió en Moscú?
- Quizás haya sido la gota que derramó el vaso, pero era una decisión que yo había madurado meses atrás. La de Moscú fue una competencia normal, sólo que me descalificaron.... Pudo haber sido justa o injustamente; eso quedará en la conciencia de aquellos jueces.
Está en forma.
Aunque retirado desde 1980, se mantiene en activo porque ha sido, sucesivamente, administrador de un centro deportivo en Monterrey y encargado de la escuela de caminata del ISSSTE en el estado de Nuevo León. Y desde hace unos meses, titular del deporte en Monterrey.
Reflexiona Daniel:
- Aquella medalla olímpica me dio muchas cosas. No sólo aquellas que tanto llenan el espíritu y que sobrevinieron en ese momento de triunfo, sino aquellas que se producen con el paso de los años: ahora tengo un trabajo que realmente me gusta y puedo ayudar a que muchos jóvenes y niños disfruten de lo que yo no tuve: mejores condiciones para la práctica de su deporte... Y siendo México un país de jóvenes y niños, preocuparse por ellos es una de las principales obligaciones que tengo. Muchos se pierden por una deficiente educación física o porque no han sido bien conducidos en el deporte. Nuestra misión debe ser la de llevarlos poco a poco, encaminarlos por la actividad atlética que sea más apta para ellos.
Charla Daniel con fluidez, va directo al punto... Como hacía en las pistas: siempre al frente.
- A mi me gusta hablar con los niños. Hacerles comprender que para llegar al éxito hay que trabajar y ser responsables. Que nada viene gratis. Que ser campeón es sólo una consecuencia del cariño y del amor con que uno emprenda todo reto.
En la oficina donde se realiza la charla destaca el reconocimiento que le fue otorgado a finales de 1987, cuando la Federación Internacional de Atletismo lo eligió como el segundo mejor andarín del mundo en la historia de la prueba de 20 kilómetros, superado sólo por el soviético VIadimir Golubnichy.
Comenta Daniel, sonriente en todo momento:
- Me gusta que me vean como un ser normal. Que sepan que si gané una medalla olímpica y llegué a las máximas alturas en mi deporte y que si di triunfos y satisfacciones a nuestro país, lo hice a base de esfuerzo y sobre todo, de mucha constancia en el entrenamiento. Eso es lo que me gusta proyectar:
hacer ver a las nuevas generaciones que no es necesario llegar a ser campeón para sentirse satisfecho, pero sí hay que luchar por ser siempre mejores. Lo demás vendrá por añadidura. Y entonces se sabrá que pocas actividades, como el deporte, puedan despertar en un ser humano el gran orgullo de representar dignamente a todo un país.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Juan Paredes Miranda
Medallista de bronce
Boxeo
Montreal 1976
Montreal, 26 de julio de 1976. No será una pelea más la de esta noche.
Ni será, el coreano Chung-Ho Kil, el único adversario.
El representará, en esta ocasión sin par, aquellos incontables rivales de toda la vida.
Pelear con él será pelear contra el hambre...
Contra la miseria...
Contra la marginación.
Contra el rencor propio...
Contra la amargura de una infancia infeliz...
Contra su mismo barrio. .
Contra todos aquellos que lo retaron ...
Contra todos aquellos que le llamaban muerto de hambre.
Contra la adversidad ...
Contra la injusticia ...
Contra la desigualdad ...
Peleará Juan Paredes por la única y gran oportunidad de, por fin, ser alguien en la vida; por justificar, ante sí mismo, su propia existencia.
Pensaba en todo ello cuando vio aquellos ojos rasgados que lo miraban fijamente desde el otro lado del cuadrilátero.
Y renació en él la rebeldía de la infancia primera.
Ya ansiaba oír el teñido dela campana.
Porque esa sería su noche.
Lo fue.
Ya. El gong. Que la acción supla a los pensamientos.
Primer round. .
Paredes. . .
- De acuerdo con las instrucciones recibidas en mi esquina, empecé marcando la distancian con el láb de izquierda y con mi movimiento de piernas. Fue un típico round de estudio. El trataba de entrar, pero yo lo contenía bien. Y se advertía que algo estaba sucediendo, más allá de todas las tácticas: él se venía frenado en sus deseos. Y yo, la verdad, pues también. Quería pelear con él. Enfrentarlo. Acabarlo. Eran como cien enemigos a la vez los que yo tenía ante mí y una sola la oportunidad de vencerlos. Si perdía, sería como la muerte. Mis impulsos, aquellos tan arrebatados, me pedían que fuera al frente; que combatiera hasta vencer.
Segundo y tercer rounds...
Paredes:
- No pudimos más. Había mucho en juego. Lo principal, yo creo, nuestros propios temperamentos. El combate, entonces, se convirtió en una pelea de verdad. A él ya no le importaron mis golpes al entrar y yo procuré dar muy pocos pasos hacia atrás. La acción se volvió frenética. Nos dimos a llenar. Era muy bravo el coreanito, incapaz de rajarse. Ahí estaba, sobre mí, a pesar de que cada vez que entraba, yo le recibía con poderosos cruzados de derecha y luego buscaba los ganchos de izquierda a los bajos. El no sólo aguantaba, sino que tenía fuerza para responder, sobre todo con golpes volados. La gente nos aplaudió a rabiar. Y fue nuestra recompensa primera. Pero para uno de los dos sería la única. Y era extraño: yo sentía que había ganado, pero que igual le podían dar a él la decisión y estaba, a la vez, seguro de que por su mente pasaban los mismos pensamientos. Los dos teníamos razón, porque la pelea había sido muy cerrada. Prueba de ello es que tres jueces me vieron ganar a mí y dos a él.
Se anuncia al vencedor de la pelea.
El réferi levanta el brazo del moreno combatiente.
Paredes:
-Y yo allí, sintiendo tan bonito todo aquello... En esos momentos como que uno se queda atónito. Mil recuerdos te vienen a la mente y sólo el ruido que hace la gente que te quiere, como fue el caso de mis compañeros y otros deportistas mexicanos que estaban en la arena, te devuelven a tu realidad. Yo como que quería que el réferi mantuviera por mucho tiempo mi brazo en alto.
Juan Paredes era ya, en ese instante, un medallista olímpico.
Había asegurado, cuando menos, la medalla de bronce en la división pluma del torneo boxístico de los juegos de la vigésimo primera Olimpiada.
El, a quien hacía apenas un mes nadie concedía la menor oportunidad de competir en Montreal. Se había decidido que serían sólo tres los peleadores mexicanos en esa justa y eran Ernesto Ríos, Arturo Uruzquieta y Nicolás Arredondo los elegidos.
Cuatro días después de aquella victoria, el 30 de julio, Juan Paredes subió al podio de vencedores.
Una medalla de bronce pendió de su pecho.
Y la bandera mexicana fue izada, junto con otras dos.
Paredes:
- Nomás te digo que el corazón como que se me inflamaba de puro gusto. Y sentí un gran amor por mi país; algo que jamás había sentido yo, tan renegado, tan lleno de rencores. En ese momento comprendí lo que significaba para mí ser mexicano y lo que era el orgullo de regresar con una medalla ganada en nombre de México. La verdad, creo que llegué muy alto; fue mucho para mí ya que era un boxeador con muy poca experiencia internacional, no obstante mi edad -23 años-.
¿Medalla de oro? ¿De plata?
La posibilidad de disputar la final había sido, de hecho, descartada. Un frío análisis de la realidad hizo comprender al grupo que representaba al boxeo mexicano que la medalla de bronce colmaba todas sus aspiraciones.
Porque no era sólo el rival lo que preocupaba. Y éste era nada menos que el cubano, el veteranísimo cubano Angel Herrera, gran peleador que hizo buenos todos los vaticinios y alcanzó la medalla de oro. No, no era sólo él; había algo más.
Lo narra Paredes:
- Desde que llegamos a Montreal empecé a sentir molestias en un diente, pero no le dí importancia. Conforme fue avanzando el torneo, el dolor se hizo más intenso. Y cuando le gané al coreano, no pude ni festejar el triunfo por que ese diente era mi infierno personal.
Tenía un absceso que me impedía comer y como no me podían dar medicinas porque corría el peligro de que me consideraran dopado, me tuve que aguantar a lo puro macho. Fue un médico alemán quien me curó así, a lo canijo, sin anestesia. Me dolió mucho, pero fue sin duda un gran trabajo porque si no me cura, de plano no hubiera podido pelear. Tenía la boca hinchad Lo único que hice fue dormir por la tarde, tras dos noches de insomnio por el dolor.
Aquel combate semifinal no representó un gran esfuerzo para el experimentado púgil antillano.
Paredes:
- Subí muy débil, pero eso no es una excusa. Era mucho mi amor propio y quise intentar lo imposible: pelear así y buscar un golpe que inclinara el choque a mi favor. Pero Herrera supo evitarlo en todo momento. Me ganó bien, con toda claridad. Su experiencia era infinitamente superior a la mía. Mientras él tenía cerca de cien combates internacionales, yo apenas andaba por los cinco.
- ¿Cómo, Juan, cómo llegó al boxeo?
- ¿Le digo la verdad?... ¡para matar el hambre!
Y narra el medallista olímpico una larga historia que comienza allá, en el año de 1953 -nació el 29 de febrero- en el populoso barrio de Las Salinas, en Azcapotzalco.
Historia similar a la de muchísimos boxeadores:
Carencia hasta de lo elemental.
Privaciones.
Sufrimientos.
Hambre. Hambre de todo.
Mañanas y tardes que transcurrían entre ardorosos pleitos en las polvosas calles.
Paredes:
- Allí en el barrio, a trompones, me desquitaba de la vida. Golpeando mostraba mi coraje por lo que se me negaba a diario.
Es el mayor de una nutrida familia de trece hermanos.
Y el más agresivo.
Paredes:
- Ahora comprendo que en ese entonces yo era demasiado impulsivo. Pero es que no tenía nada. Y me rebelaba y la mejor forma de sacarme todo lo que traía adentro era peleando. Me decían el Chivo porque así, flaco y malcomido, me le dejaba ir a cualquiera sin abrirme jamás. La verdad era que pegaba muy duro. Nadie que me viera así, todo desgarbado, podía imaginar de lo que yo era capaz en una pelea. ¿Que por qué era así? La respuesta a esa pregunta, que me hice tantas veces, vino muchos años después: tenía un enorme deseo de sobresalir, de ser alguien... No quería ser señalado en el barrio como el muerto de hambre; quería que, a pesar de que no tenía nada, me respetaran y me admiraran; quería hacer sentir mi presencia, ser líder, el ídolo de la flota...
Su padre, don Juan Paredes Díaz, trabajaba como chofer en una línea urbana y obviamente, su salario alcanzaba apenas para cubrir las necesidades elementales de la numerosa familia que, por otra parte, crecía año con año.
Y si durante once meses Juan y sus hermanos podían resistir la situación, todo cambiaba al llegar las que ellos llamaban "semanas trágicas": las comprendidas entre el 24 de diciembre y el 6 de enero.
Paredes:
- Como yo era el más grande, pues a mí no me tocaba regalo alguno. Los pocos, los poquísimos que habían en mi casa, eran para mis hermanos menores. Las de Navidad y de los Santos Reyes eran noches tremendas, de mucho sufrir, de mucha rabia... Al día siguiente salía y me encontraba a mis cuates allí, que con su carrito, una pelota, canicas, un cochecito o cuando a alguno le iba bien, unos patines o una bicicleta. Y me preguntaba: "¿por qué yo no?... ¿Por qué a mí no?..." Por supuesto que no encontraba respuesta. Y por eso me. rebelaba y ya andaba buscando camorra.
José Rodríguez, el Tomate, describe rápidamente a aquel que fuera su compañero de la infancia:
Era hábil con los puños y valiente a carta cabal. Nomás no se le rajaba a nadie.
Tenía que llegar el boxeo a su vida. Era irremediable.
Sobre todo porque dos de sus tíos -Alberto y Alfonso Miranda- ambos peleadores profesionales, le invitaban frecuentemente a que encauzara su agresividad hacia el boxeo organizado.
Y además porque allí estaba Jesús Mosqueda, también púgil profesional, quien era el ídolo del barrio.
Un día pues y sin saber a ciencia cierta por qué lo había hecho, Juan Paredes se encontraba bien adentro de¡ gimnasio Santo Domingo, de la colonia Pro-Hogar. José Luis Tejón Contreras fue su primer instructor.
Tenía, el futuro medallista, apenas quince años de edad.
Y carecía de la obligada disciplina a la que obliga esta rígida especialidad deportiva.
En consecuencia, pasaron los meses y también los años y Juan Paredes no podía debutar en el boxeo amateur.
Hasta que un día...
- Fue el 9 de mayo de 1971, ¿cómo olvidarlo?... Ese día acompañé al Tejón a una función en una arenita en San Cristóbal Ecatepec. De repente, así nomás, me dijo:. "Bueno, mi cuate, ahora sigues tú". Me prestó un uniforme y me trepó al ring. Me enfrenté a Agustín Morales, que era un buen peleador, peso pluma como yo. Lo puse fuera de combate en el tercer round. Esa victoria fue muy significativa para mí, porque a partir de ese momento empecé a tomar en serio el deporte. Me preocupé por entrenar, por ser constante y disciplinado.
Y su carrera fue en ascenso:
En 1972 obtuvo el título en un torneo interbarrios y después, se coronó en Azcapotzalco. En mayo de 1973 contrajo matrimonio con doña Virginia Hernández -son padres de tres hijos: Erika, Juan y Fernando- y posteriormente fue campeón del Distrito Federal que le permitió la oportunidad de competir -enero de 74- en un torneo boxístico de barrios, en San Francisco, California, en el que también alcanzó el primer lugar. Ese mismo año conquistó el campeonato del torneo organizado por el diario El Heraldo. En la final se ¡mpuso nada menos que a Daniel Evangelista
Ya los dirigentes del boxeo nacional de aficionados se habían fijado en él.
Y a finales de 1974, ingresó al Centro deportivo Olímpico Mexicano, como preseleccionado nacional en el equipo de boxeo. En las postrimerías de ese año fue escogido para pelear en el campeonato Centroamericano y del ribe -Guatemala-, donde ocupó el cuarto lugar.
Pasa un año.
Y ya estamos en los primeros meses de 1976, año olímpico, año de los Juegos en Montreal. Y, Paredes lo recuerda bien, en una calurosa mañana de marzo el grupo de boxeo fue reunido en el gimnasio. Entonces, los entrenadores -el búlgaro Stavri Bachvarov y Salvador Moreno- les hicieron el anuncio que acabaría con muchas ilusiones: "Las autoridades del Comité Olímpico Mexicano nos han hecho saber que sólo tres boxeadores serán seleccionados para competir en Montreal". Todo mundo sabía los nombres: Ernesto Ríos, Arturo Uruzquieta y Nicolás Arredondo.
Paredes:
- Cuando nos dijeron aquello, muchos del equipo se desanimaron. Varios desertaron, otros se retiraron de¡ boxeo, algunos más ingresaron al profesionalismo... Pero otros, como yo, nos quedamos. Yo seguí, a pesar de mis dudas, sostenido por dos razones poderosas: ir a unos Juegos Olímpicos se había convertido en mi máxima ilusión y por otra parte, me dí cuenta de que jamás en mi vida había estado tan bien como en el CDOM. Ya no tenía hambre, ya no tenía enemigos sino puros cuates y sobre todo, ya no tenía rencores, sino ilusiones. Eso había hecho el deporte, a través del boxeo, por mí. Además, me daban una ayuda económica que, aunque pequeña, de mucho me servía. Así que tomé una determinación: "de aquí no me voy... ¡Hasta que me corran!"
No lo hicieron jamás.
Y no sólo eso:
A mediados de abril, ya con los Juegos Olímpicos a la vista, Paredes fue seleccionado para competir en La Habana, en el prestigiado torneo Córdoba-Cardín. Su actuación fue breve, pero llamó poderosamente la atención: en su primer combate, disputado palmo a palmo, se impuso a un peleador local: nocaut en el tercer asalto. Y en el siguiente, enfrentó al soviético Alexander Petrov, que le aventajaba largamente en experiencia. Pero el mexicano no se amilanó.. Impuso el duelo en corto, sin descanso, no obstante los desesperados esfuerzos de europeo por boxear a la distancia. El choque parecía desigual: ¿qué podría hacer aquel morenito, flaco -"aunque, eso sí, muy correoso"- ante aquel rubio musculoso- Nada de eso importó a Paredes, quien se fajó abiertamente con su poderoso adversario. Jadeantes, ambos púgiles esperaron la decisión. Esta fue para el soviético, por 3-2.
Paredes:
- Cómo sería la cosa que hasta los propios cubanos la protestaron ruidosamente...
Mientras tanto, otro soviético arrollaba a Uruzquieta hasta dejarlo fuera de combate en el segundo asalto.
Pero ni así Paredes sintió que los vientos de la esperanza refrescaban su panorama.
- Todos consideramos que aquella derrota de Arturo no iba a influir en la decisión final. Porque, en el boxeo, siempre está uno expuesto a una mala actuación.
No obstante y ya a sólo unos 20 días de la inauguración de los Juegos, el grupo de boxeadores fue reunido nuevamente en el gimnasio y entonces Bachvarov hizo un anuncio de lo más escueto: "Uruzquieta se queda; su lugar será ocupado por Paredes".
Paredes:
- ¡Fue una gran sorpresa para mí! ¿Como describirla?... Imposible. Siento, ahora, que fue un premio a mi constancia: nunca falté a un entrenamiento. Si no tenía dinero para los camiones, me ponía a vender envases de refrescos o hacía mandados o me iba de aventones o de mosquita en la parte trasera de un camión y a veces hasta caminando... Pero siempre llegaba puntual al CDOM.
Ir a entrenar allí me hacía sentir que era una persona importante, sana; ya no me llamaba la atención vacilar o perder el tiempo en otras cosas. Ahora aspiraba a ser interno. a quedarme en el CDOM a dormir, a hacer allí las tres comidas. Yo sentía que esa era mi casa, mi segunda casa.
Y más me animaba cada mañana cuando iba al lobby y veía esa placa enorme en la que están escritos los nombres de todos los medallistas olímpicos mexicanos. Ahí estaban los de Cabañas, Fidel, Delgado, Fabila, Zamora, Roldán, Rocha, Zaragoza... "¡Qué padre! ojalá un día yo también esté aquí", me decía. Soñaba con ver mi nombre al lado de aquellos. Y ahora tenía, tan cerca de mí, la dorada oportunidad. . . Nomás de pensar en ello se me ponía la carne de gallina.
Aquella aceptable actuación de la delegación mexicana en los Juegos Panamericanos de 1975 disputados en la capital del país, alentó a los funcionarios deportivos a enviar a un nutrido equipo nacional a competir en Montreal, aunque se mantuvieron firmes en su decisión de que viajaran sólo tres peleadores.
Y se fue la delegación mexicana a Montreal, como siempre, entre risas y promesas.
La realidad fue incruenta
Las derrotas comenzaron a sucederse.
También en boxeo.
El primero en caer fue el gran favorito, el peso mosca Ernesto Ríos, un explosivo peleador norteño.
Paredes:
- El ánimo en el equipo decayó notablemente.
Lo levantaría él mismo con una victoria en su presentación, el 20 de julio, sobre el púgil brasileño Donato Albaes.
Pero, a continuación, también Arredondo fue eliminado.
Paredes:
- Y como que me sentí morir. Si la derrota de Ríos me desmoralizó, la de Arredondo me preocupó, porque me dejaba con toda la responsabilidad. Era yo el último representante del boxeo mexicano en la justa. En el equipo se palpaba la desilusión. Había sido bien recibido mi triunfo sobre el brasileño, pero como que nadie me tenía mucha confianza para llegar a más.
Equivocación.
Paredes estaba dispuesto a todo con tal de no defraudar a nadie.
El 23 de julio, el zurdo mexicano enfrentó al japonés Yukio Odagi. Lo manejó bien, a la distancia y se alzó con una clara victoria con puntuación de 4-1.
Volvieron a aparecer las sonrisas en el equipo de boxeo.
Y las esperanzas.
- Yo andaba como perdido, obsesionado entre mi diente y mi responsabilidad -dice ' Paredes-. Así que cuando bajé del ring, real. mente me sorprendió el grito de Salvador Moreno: " ¡una victoria más y ya tienes en la bolsa la de bronce, Juanito!". . . "¿De verdad?, le pregunté.
Así era.
Así fue.
Victoria sobre Chung-Ho K¡¡. Medalla de bronce. Izamiento de bandera. Gritos. Celebraciones. Honor, honor, honor...
Sólo Paredes y Daniel Bautista -medalla de oro en 20 kilómetros de marcha- regresaban triunfantes a México.
Paredes:
- En el aeropuerto había mucha gente. Yo llegué con mi medalla colgada al cuello. Todos querían saludarme y allí estaban aquellos, mis viejos cuates de la infancia. Sobraban las felicitaciones. Foto tras foto. Que levantara los brazos, que enseñara la medalla, que vente para acá, Juanito, que me quiero retratar contigo, que si una sonrisa, campeón...
En carros, en camiones, en lo que fue posible nos fuimos a la casa. En Azcapotzalco hubo una coperacha y todo el mundo le entró para adornar la calle. Eran como las doce de la noche cuando llegamos y entonces, me emocioné todito al ver una manta gigantesca que decía: Bienvenido...
La borrachera del triunfo, pues.
Y al día siguiente, la cruda realidad:
- Me levanté con mucha hambre y pregunté qué habían hecho de almorzar. Me encontré con que nada... ¡No había ni para frijoles! Yo traía 80 dólares y se los di a mi mamá y a mi esposa, la abracé y les dije: "De ahora en adelante ya no van a sufrir". Ese día desayunamos carne, frijoles, pan y leche...
Pero después volvieron los problemas y con más fuerza. Ya Erika iba a cumplir tres años y Juan venía en camino. Mi medalla, reluciente, estaba guardada ahí, en un fino estuche de terciopelo, mientras nosotros volvíamos a los viejos tiempos.
Así que Juan se decidió y acudió en pos de ayuda a Mario Vázquez Raña, rico mueblero que tenía dos años como presidente del Comité Olímpico Mexicano y quien, en aquel entonces, mostraba interés por nuestro deporte.
Vázquez Raña obsequió 15 mil pesos a Paredes.
- Cuida ese dinero, Juan; guárdalo-, le aconsejó.
- ¿Cómo guardarlo, señor ?-preguntó él-, si no tenemos ni para comer-
- ¿Tan mal estás-...
- La verdad, sí, señor.
Vázquez Raña lo acompañó a la puerta de la oficina, llamó a su secretaria y dijo el peleador:
- Escríbeme una lista de lo que necesites y déjala aquí con mi secretaria. Voy a ver en qué te puedo ayudar.
A los 15 días llegaron los muebles a la casa del púgil.
Paredes:
- Cómo andaríamos que teníamos una televisión, sí, porque alguien nos la había regalado, pero dormíamos en el piso...
Días después, al parecer por instrucciones del regente de la ciudad, Paredes recibió las escrituras de un departamento en Azcapotzalco.
Al mes siguiente retornó al CDOM.
Y en noviembre de ese año asistió a los campeonatos Centroamericanos y del Caribe de boxeo en Kingston, Jamaica. Finalizó en segundo lugar, vencido en la final por el púgil local Clarence Robinson.
Fue su última pelea como aficionado.
Su familia seguía creciendo. Las necesidades eran cada vez mayores. Y había muchos pulpos extendiendo sus tentáculos, atrayéndolo hacia el profesionalismo.
Hasta que no pudo más.
Se despidió de su brillante carrera en -el pugilismo de aficionados e ingresó al de paga en el que debutó el 8 de mayo de 1977, en Ciudad Victoria, Tamaulipas, donde noqueó en siete rounds a José Hidalgo Castillo. Su primera derrota ocurrió al año siguiente, en Acapulco, ante Elpidio Infante. El 9 de marzo de 1979 se proclamó campeón nacional pluma, al derrotar por nocaut en 7 asaltos a Mario Villegas. No llegaría a más, a pesar de sus denodados esfuerzos. Hasta que se retiró el 30 de marzo de 1986, después de ser vencido por Heriberto Saavedra, en Los Ángeles, California.
Nada queda de aquel Chivo que no se le abría a nada ni a nadie.
Hoy es un tranquilo padre de familia que trabaja en una empresa y por las tardes, es instructor de boxeo en la delegación Gustavo A. Madero.
- ¿Para matar el gusanillo?
- Sonríe Paredes con su sonrisa franca perlada, enmarcada por los gruesos labios. Dice con su ronca voz:
- Más que eso, que también es importante para recordar... Y para enseñar a niños y jóvenes que se acercan a mí, lo que puede hacer el deporte por los desarraigados... Que con disciplina, con un poco de amor en lo que hacen pueden llegar, de la nada, a lo máximo: a ser alguien en la vida, a dar gloria al nombre de su país.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Carlos Girón Gutiérrez
Medallista de plata
Clavados
Moscú 1980
Fueron hechos que marcaron su vida.
Que lo impulsaron hasta una medalla olímpica.
Acapulco, 1964.
Su delgada voz era un cántico a los turistas:
- ¡Hey, mister, one coin to the water!
Y los turistas arrojaban las monedas al mar.
Era, entonces, una parvada de chiquillos la que se tiraba de cabeza en el malecón. Había que llegar primero; alcanzar la moneda que ganaba fondo.
Carlos Girón era uno de ellos. Tenía apenas 10 años de edad.
Allí, en el bello puerto del Pacífico, había aprendido a nadar...
- Tragué cantidades industriales de agua salada, me hundí cientos de veces en el bravío oleaje del puerto, pero lo hice: aprendí a nadar. Porque sólo así podía estar con mis amigos, de vagos, cuando salíamos de la escuela. Pero nadar no me atraía; lo que más me gustaba era tirarme del trampolín, de las rocas, del malecón... Porque lanzarte de clavado es como volar, y el encuentro con la masa sólida, y la sumersión... Todo eso es indescriptible. Yo me lanzaba muy bien. Desde entonces sentí una fascinación especial por ir de cabeza, el cuerpo en libertad, al encuentro con el agua.
México, D.F., 1968.
Dos años antes ha obtenido ya Girón el campeonato Centroamericano Infantil de clavados -El Salvador-. Ahora participa en los ensayos de la ceremonia inaugural del torneo de clavados de los Juegos Olímpicos a celebrarse en México.
- Se trataba de representar a un clavadista de cada país que acudía al torneo olímpico. A mí me tocó el de Estados Unidos. Me gustó actuar. Lo sentía. Me posesioné tanto del personaje que pensaba que en verdad era yo quien se encontraba a unos minutos de la competencia.
Después me preguntaba a mí mismo:
"¿Cuándo llegaré a esto?" Y cuando lo platicaba con Jorge Rueda, me decía él: "Llegarás, sé que llegarás... ¡Juntos lo lograremos ... !
Dicen que la historia de los clavados se divide en tres nombres: Joaquín Capilla, Klaus Dibiasi y Greg Louganis...
Munich 72.
Ahora se disputa la final de la plataforma de 10 metros.
Y Dibiasi, campeón olímpico cuatro años antes, en México, es el líder.
Pero enfrenta la tenaz oposición de este joven mexicano de apenas 17 años que, hace apenas un mes y medio, sorpresivamente lo ha derrotado en la tradicional competencia de Suecia.
Llegan al último clavado separados por una mínima diferencia: Dibiasi aventaja por sólo tres puntos.
Un buen lanzamiento y...
Dos vueltas y media de holandés. El mejor clavado de Girón. Cientos de veces ejecutado con gran limpieza.
Pero ahora... ¿Tal vez la presión? El giro es demasiado fuerte y muy alto. Girón cae casi de espaldas.-Puntuación mínima. Del segundo lugar se va hasta el octavo. De la posibilidad de una medalla de oro, a las manos vacías; al espíritu vacío... A dos horas de llanto, solitario, en su vestidor. A las ganas de mandar todo al demonio... Y, finalmente, al encuentro con un niño, mexicano también, que pacientemente esperó hasta verlo aparecer por aquella puerta. Le dijo, entonces:
- Híjole, Carlos... ¡Qué padres clavados te echaste! Y ese último también estuvo padrísimo... Lo que debe de haber pasado fue que la alberca estaba muy arriba; si hubiera estado un poquito más abajo, te sale derechito, derechito.. .
Girón:
- Fueron las palabras mágicas. Me levantaron; me puse a reir. Fue algo muy impactante para mi el ver a ese pequeño que, pese a todo, me felicitaba. Fue mi punto de partida para olvidar la terrible falla. Lo dicho por ese niño y por Jorge Rueda me hicieron prometerme a mí mismo que nada me apartaría de mi gran ilusión: conquistar una medalla olímpica.
La lograría ocho años después, en tierras moscovitas.
¿De quién son esas finas manos que golpean hasta enrojecer, éstas, que algún día serán posaderas olímpicas?...
Son de doña María Emilia Gutiérrez, actriz; tan dedicada a su profesión que viaja de ciudad en ciudad, como parte de una compañía teatral.
Una vez más, doña María ha sorprendido a su pequeño hijo Carlos, de diez años, zambuyéndose en el malecón para rescatar aquellas monedas que buscaban el lecho marino.
Se lo había prohibido terminantemente.
El chiquillo tendría que pagar, pues, las consecuencias.
Girón, con una sonrisa:
- Desde esa época comienza ya a sufrir un futuro campeón...
Ahora vive en Acapulco, pero Carlos Girón nació el 3 de noviembre de 1954, en Mexicali, Baja California.
-"Nací de clavado, allí, en las escaleras de mi casa"- Pero, a los pocos mi la familia emigró a Chihuahua, donde permaneció cinco años. Otros cinco en la ciudad de México y, justo al arribar a los diez años de edad, el puerto de Acapulco... El mar...
Girón:
- Andaba del tingo al tango acompañando a mi mamá. Mi vida transcurría en breves períodos en hoteles, casas y departamentos. En Cuernavaca había un hotel que, recuerdo, tenía muchos canarios. Allí empecé con los clavados me gustaba muchísimo tirarme desde un metro. No sabía nadar muy bien, pero me gustaba el agua. Tendría como ocho años de edad. Me metía a la alberca cuando no había nadie. Me levantaba muy temprano y, con todas las dificultades del mundo, me trepaba al pequeño trampolín y me tiraba para luego llegar, penosamente, a la orilla. Sin embargo, nunca me dio miedo... En Acapulco tuve que aprender a nadar, pero a fuerza ... ¿Si no, cómo podría estar con mis amigos? Había que ir con ellos por las monedas el mar; los gringos. Era por pura diversión, aunque a veces sacábamos nuestros buenos pesos.
Fueron dos años en Acapulco. Y toda alegría allí vivida fue dolor intenso al dejarla:
Girón:
- Estaba por cumplir los doce años cuando volvimos a la ciudad de México, en la cuál había vivido con mi padre, Jorge Humberto Girón, y con mi abuela, cuando tenía cinc aquí andaba yo, invadido por la nostalgia cuando mi primo Alfonso Girón me invitó a nadar en la alberca de la Unidad Morelos IMSS, donde él empezaba a entrenar a varios muchachitos. Me metí casi de contrabando, sin credencial y me quedé. Me encantó estar ahí no tanto por nadar, sino por tirarme unos clavados desde el trampolín. Mi escuela había sido ver los clavados de avioncito allá, en la Quebrada.
Aquella unidad deportiva del IMSS comenzaba a ser, silenciosamente, el emporio de la natación mexicana. Era 1965 y los clubes privados estaban fuera del alcance económico de las masas. En el IMSS daban sus primeros pasos los monarcas del mañana.
Girón:
- Ahí recibí algo impagable y de lo cual siempre viviré agradecido: la amistad de toda esa gente que, incluso sin recibir paga, trabajaban con un profundo amor por lo que hacían, impartiéndonos generosamente sus conocimientos. El compañerismo, la unión y ese gran espíritu de echarle todas las ganas del mundo a la empresa que se emprendiera fue para todos nosotros, en ese entonces unos chiquillos, un gran ejemplo. Todo el mundo daba lo mejor de sí. Ahí estaban, entre otros, nadadores como el Tibio Muñoz y Ricardo Marmolejo. Nos preparaban Nelson Vargas; mi primo Alfonso y Jorge Rueda, quien empezaba a ser el gran entrenador que es. Una gran época de aquella unidad. Quizás la mejor.. .
Rápidamente, Jorge Rueda detectó el talento de Carlos para lanzarse al agua desde las alturas, y lo invitó a participar en los entrenamientos, junto con el equipo que encabezaba el entonces campeón nacional, Juan Manzo.
Girón:
Como era natural, los muchachos más grandes contaban ya las experiencias vividas en los viajes. Ya iban a Miami y a otras ciudades. Y a mi siempre me atrajo viajar. Esa posibilidad fue otro de mis alicientes.
No tenía ni siquiera un mes entrenando cuando vino mi primera competencia, una de novatos. Recuerdo con emoción aquel traje de baño que mi mamá me hizo de un paliacate. Gané ese torneo y me empezaron a tomar en cuenta; incluso, hasta un periódico deportivo me hizo un reportaje. Adquirí cierta fama y los maloras, como siempre, trataban de enfrentarme con Manzo. Un día, ya medio molestos los dos, llegué a retarlo: "pues tú serás muy Juan Manzo, pero no está muy lejos el día en que te venza"...
Y siguió, llevado de la mano por Jorge Rueda, trabajando intensamente en la fosa.
En 1966, Girón compitió en el selectivo que tenía como finalidad integrar al representativo para el Campeonato Centroamericano infantil y juvenil, que se celebró en El Salvador. En esa ocasión fue vencido por Mario Baeza. Pero ambos fueron seleccionados.
En San Salvador, Girón cobró venganza sobre Baeza.
Y no sólo eso: resultó campeón del torneo.
Girón:
- En aquel entonces ya me tiraba un vistoso clavado de vuelta al frente con tres giros, y también uno de vuelta y media en holandés, que eran mis mejores saltos para juvenil A. Gané el Centroamericano, y se me abrió un nuevo mundo: el de los viajes, el de las medallas de oro, el de las banderas y los himnos; el del amor por la camiseta, del amor por tu país...
Ya se aproximaba 1968 y, con él, la celebración de los Juegos Olímpicos de México.
Todo era actividad aquí. Y, por supuesto, polarizaba la atención ese intenso entrenamiento del equipo olímpico mexicano. En trampolín y plataforma se encontraban los mejores: José de Jesús Robinson, Álvaro Gaxiola, Luis Niño de Rivera, Jorge Telch, Raúl Izorial y Luis Cervantes. Con ellos, sin formar parte de la escuadra, practicaba también aquel chamaco de sólo 13 años de edad: Carlos Girón.
Este Girón que recuerda:
- ¡"Bájate de ahí!", me gritaban; sin más explicaciones me bajaban del trampolín o de la plataforma porque llegaba la hora de las prácticas. No me gustaba la forma en que lo hacían, pero tenía que acatar. Por otra parte, Cervantes y Robinson me picaban: A ver, a ver, échate tus mejores clavados . No podía faltar el que más me gustaba: tres vueltas y media al frente, desde tres metros. Y como me salía bien, ellos seguían retándome. Con la ventaja de ser mayores que yo... Así que todo eso fue generando en mí un incontenible espíritu de competencia. Mi ilusión más grande, en esos momentos, era el de llegar a enfrentarme a ellos, y derrotarlos.
Ya. México 68.
Los deportes acuáticos ofrecían buenos resultados: Álvaro Gaxiola, medalla de plata en 10 metros; Luis Niño de Rivera, cuarto sitio en trampolín; Felipe Tibio Muñoz, oro en 200 metros de pecho y, Maritere Ramírez, bronce en los 800 libres.
Girón:
- En ese momento yo estaba totalmente inmaduro. A mis casi 14 años, no comprendía lo que era ser campeón olímpico... Ni siquiera era capaz de apreciar, de entender muchos clavados. Me impresionó, eso sí, el italiano Dibiasi y gocé la medalla de Álvaro, pero, si lugar a dudas, la actuación de Felipe fue muy significativa para mí. Con el Tibio vibré, sentí como si me hubieran encendido un fuego por dentro. Yo ardía aquella noche en la alberca mientras él se lanzaba en pos de la victoria y, la gente se desbordaba en las tribunas, llorando de alegría al llegar el triunfo y, con él triunfó con la medalla de oro. Eso me llenó de energía. Lloré también. Sentí todo aquello. Comprendí que los Juegos Olímpicos tenían algo fuera de contexto, y me propuse que, como Felipe, yo también debería de tener mi momento olímpico
La cita era Munich 72.
Y Carlos se la fijó a sí mismo como la gran meta.
Ya en 1970, a los 16 años de edad, Girón era campeón nacional en mayores. Había desbancado a su amigo y compañero de siempre. José de Jesús Robinson. Y contaba, además de la presencia de Jorge Rueda, con la invaluable experiencia de Mario Tovar, allí, a la orilla la alberca, ofreciéndole toda su Inmensa sabiduría.
1972:
Ya se habla de Carlos Girón en el mundial olímpico de los clavados.
Porque el joven mexicano ha ganado las copas de Austria e Italia, aunque falta la más importante: la de Suecia. Será muy difícil, porque a ella acudirán los ocho mejores del mundo, quienes enfrentarán a los clavadistas locales.
Girón:
Era una competencia corno las de tenía, por eliminatorias. Cuatro duelos en un día. Algo para locos. Cuando vino el sorteo anunciaron: "Klaus Dibiasi, de Italia, contra Carlos Girón de México". Muchos rieron. Klaus era el campeón olímpico, y el lógico favorito para Munich. Y ahora tenía que eliminarse con un muchachito, casi un escuincle. ¡Qué bárbaro!, Incluso en el equipo cundió el desaliento. Pero, cuando me lo dijeron, no me afectó. No me puse nervioso. Recuerdo que Jorge Telch mi compañero de equipo, se puso muy serio y me dijo: "Carlos, ¡tú vas a ganar!". El estudiaba sicología y como que me trató de hipnotizar."¡Tú vas a ganar!", me repetía una y otra vez. asta que me convenció de ello. En la noche anterior a la competencia revisamos los clavados. Allí, acostado, repasé lentamente las vueltas y los giros, mi presentación en la fosa, cómo tenía que pararme en el trampolín. Estaba tan metido en la competencia, que cuando me dormí la soñé; soñé que ganaba, y veía a los jueces, las calificaciones, la premiación, todo... Como en una película.
A competir, pues.
Enemigos anexos: el frío verano sueco, y los pésimos trampolines.
Aliciente externo: vencer al mejor.
Girón:
En los clavados obligatorios, Klaus lograba calificaciones de 9.5 y 9.0, mientras -que yo sólo alcanzaba 8.5 y algunos 9.0-. Pero todo empezó a cambiar con los clavados libres. Entonces repuse lo perdido y, ante la sorpresa general, acabé superándolo por dos puntos. Ya no había risitas; había admiración. Y felicidad en nuestro equipo. Siguieron las confrontaciones y así, casi sin darme cuenta, ya estaba en la final. La perdí ante un australiano, pero jueces y competidores empezaban a conocerme. A mes y medio de los Juegos. Olímpicos de Munich me había hecho de un nombre; ya tenía un lugar en este deporte.
LA VILLA OLIMPICA: UN MUNDO APARTE
Munich 72.
La Villa Olímpica.
Girón:
- Ya estaba en unos Juegos Olímpicos. Tenía apenas 17 años y andaba como sonámbulo, allí en ese mundo nuevo para mí, tan complejo, al verme rodeado, de pronto, de periodistas conocidos y de reporteros de otros países; de gente que te pide un autógrafo, de encontrarme en una Villa Olímpica tan cerca de enormes atletas, como Abebe Bikila y Mark Spitz, entre otros...
Ahí me encontraba yo, en el centro de la vorágine.
En la prueba del trampolín de tres metros,
Carlos exhibió su inexperiencia, pero finalizó en el octavo sitio.
Su esperanza, pues, estaba cifrada en la plataforma de diez metros, en donde se sentía más a gusto.
En esta competencia narrada por él mismo:
- Iba con una mentalidad muy positiva y empecé muy bien, muy concentrado en lo que hacía. Tuve buenas calificaciones y pasé a la final. Ya dentro de ésta, noté que iba escalando posiciones a un ritmo que ni yo mismo esperaba. Me sentía muy tranquilo. Estaba haciendo correctamente las cosas.
Por fin llegamos al último salto. Y allí estaba yo, en segundo lugar, a sólo tres puntos de Dibiasi, lo que no era extraño para quien recordaba aquella competencia en Suecia, pero sí para buena parte del público. No recuerdo por qué, pero vino un receso. Todos lo aprovechamos para afinar los últimos detalles. Se trataba de mi mejor clavado, así que le dije a Mario Tovar que me gustaría ensayarlo dos veces. Pero él no quiso. Me dijo que con una era suficiente. Y bueno, pues, sería sólo una. Me lancé bien para practicar ese salto en el que iba de por medio una medalla; quizás la de oro: dos vueltas y inedia de holandés. Lo metí bien, pero quedó cierta duda; sentía que sería mejor si volvía a ensayarlo. Pero no era posible...
Acabó el receso. Ultimo salto. Y sucedió lo inesperado: cuando estaba en lo alto de la plataforma, y al anunciar mi nombre y mi salto, sentí que me prendían fuego, que el cemento me quemaba. No sabía qué hacer, estaba desconcentrado. Mario me hacía señas, que estuviera tranquilo, que todo iba bien, pero yo me encontraba en otro mundo. Hasta que vino el shhhh de la gente, pidiendo silencio...
Empecé a repasar, inútilmente, mi clavado. Necesitaba concentrarme, pero me sentía muy presionado. Sabía que tenía que hacerlo, y hacerlo ya. A último momento decidí que tenía que ser más alto y más rápido; muy diferente a como lo había practicado. Y salí. Giré muy alto y muy fuerte, ¡y pácatelas!, que caigo casi de espaldas. Del segundo lugar me fui al octavo. Era el golpe más fuerte en mi vida en los clavados. Sentía odio, coraje, ansia de decirle a Mario que él había tenido la culpa por no haberme dejado tirar ese segundo clavado de ensayo; sentía la impotencia de saber que tienes una sola oportunidad y se te va. Me pasé dos horas en el vestidor, llorando, pensando en el retiro de los clavados, acompañado sólo por Jorge Rueda, quien me decía: "No te preocupes, vas a hacerlo mejor en una segunda oportunidad. Le vamos a echar todas las ganas del mundo y vamos a ganar una medalla olímpica". Luego vendrían aquellas mágicas palabras de ese niñito mexicano en las afueras de la alberca...
MONTREAL 76: TODO UN FRACASO
Las esperanzas, pues, se cifrarían en Montreal 1976.
Otros cuatro años de trabajo.
Saltos y más saltos; competencia tras competencia.
Aquella caída de Munich quedaba en el olvido.
Carlos Girón ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos celebrados en México, 1975 y todos los anhelos se renovaron. Sería él, no había duda, quien continuara con aquella tradición de los clavadistas mexicanos en olimpiadas, iniciada por Joaquín Capilla y a quien siguieron Juan Botella y Álvaro Gaxiola.
La preparación fue excelente.
Pero...
Girón:
Parecía que se había logrado un buen equipo. La calidad de sus integrantes y el trabajo realizado durante tres años, así lo hacían suponer. Pero había problemas internos muy fuertes. Teníamos en contra, nada menos, a la Federación Mexicana de Natación que presidía Javier Ostos. Y todo explotó cuando fuimos a Europa a una gira de fogueo previa a los grandes torneos. Jorge Rueda tenía muchos problemas, que se agudizaron con la protesta de quienes se sintieron desplazados en el equipo. Ostos hizo regresar de Europa a Francisco Rueda, sin permitirle siquiera competir en una prueba. El grupo se desmoronó. En lo personal, me sentí deprimido. Había buenos entrenamientos, pero sin lugar a dudas faltaba disposición para el trabajo. Estábamos, todos, envueltos por el mal humor.
Resultado: Girón finalizó cuarto en plataforma y séptimo en trampolín.
Y de este cielo olímpico sólo rescató el Premio Nacional de Deportes, en 1975, entregado por el entonces presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez.
Girón:
- Ese ha sido el máximo galardón que he recibido porque, como sucedía antes, era el único reconocimiento que como deportista, recibías de tu país. Y era un premio limpio, ganado a ley en competencia y no como ocurriría después, fuera de ella...
MOSCU 80: EL CAMINO
Las experiencias de Munich y Montreal aportaron un valioso cúmulo de vivencias para Girón.
Ahora, más maduro, emprendió de nueva cuenta el largo camino hacia unos Juegos Olímpicos. Otros cuatro años hasta llegar a Moscú 1980.
Podría ser la última llamada...
Girón:
- Jorge Rueda y yo hicimos un trato: trabajar más en serio, superarnos día a día, manteniéndonos, dentro de lo posible, lo más ajenos a lo que. sucedía en nuestro alrededor... Dedicarnos a nuestro objetivo al ciento por ciento. Y creo que cumplimos.
Trabajar más de ocho horas al día es algo que pocos aceptan. Y nosotros no descansamos de 1977 a 1980. Competencia tras competencia, siempre nos esforzamos por mejorar, por vencer. En esos años gané un ochenta por ciento de los torneos en los que participé. En Estados Unidos se me consideró como el mejor clavadista, y así fue ratificado por la revista especializada Swimming World, que me proclamó número uno en 78, 79 y 80. En ese período vencí a Louganis y a Portnov, que eran los mejores rivales que podía encontrar. Había aprendido a rendir; a ser, pues, un triunfador. Me habían cambiado aquellos miles de saltos, aquellos cientos de horas de estudio, de concentración y de ejercicios físicos. Ya no era aquel chiquillo que se presentara sin experiencia en Munich, ni aquel muchacho acosado en Montreal; ahora era Carlos Girón, con un gran trabajo que me respaldaba y dispuesto a luchar por la medalla olímpica, a estar en el podio, entre los tres mejores. Tenía la mentalidad adecuada y por otra parte, un nuevo aliciente: en enero de 1980 contraje nupcias.
Girón se casó con Silviana Uribe. Tienen dos hijos: Carlo Patricio y Silviana.
Julio de 1980.
Juegos Olímpicos de Moscú.
La ausencia de los Estados Unidos afecta al movimiento olímpico. La labor de boicoteo encabezada por el presidente Carter, al que siguieron varios mandatarios, opacó los juegos moscovitas.
Girón:
- Para mí fue impresionante que no acudiera Estados Unidos. Fue un shock el saber que no estarían sus atletas. Pero me reconfortaba el hecho de recordar que en anteriores competencias había vencido a sus representantes, y estaba seguro de que en Moscú también hubiera hecho patente mi superioridad. Y lo digo así porque en 1980 no gané como una consecuencia de lo que ese día, sino por el gran trabajo realizado largo de cuatro años. Y eso es lo que importa; no que si fue de oro o de plata la medalla, sino que fue el premio a la constancia, al esfuerzo cotidiano, a las intensas jornadas en la alberca. Importa saber que lo que diste entró eco en las personas, y que te encuentras la satisfacción personal de haber triunfado. De pronto sientes que todo ha sido un sueño, una ilusión que se resumió en dos horas de competencia. Y vuelves a la realidad al ver la. mela. La tocas y no ves de qué color es; finalmente, es una medalla olímpica.
EL MOMENTO OLÍMPICO
Ya pasaron las eliminatorias.
Hoy es 23 de julio de 1980.
Carlos Girón llega a la final en trampolín de 3 metros con una inmejorable preparación. Cada detalle, técnico, táctico, físico, atlético y ,anímico, ha sido mil veces revisado y perfeccionado. Tiene la experiencia de dos olimpiadas y a su lado está quien lo acompaña desde hace 14 años: Jorge Rueda.
Sólo falta un compromiso: saltar. Y hacerlo bien, muy bien.
El complejo deportivo de Moscú luce esplendoroso.
Al lado de la fosa, la alberca olímpica, en la cual las nadadoras de Alemania Oriental cosechan victorias y arrancan las exclamaciones de júbilo... Estas, que destrozan el que debería de ser silencio sepulcral de¡ escenario de los clavados.
Ya se lanza al agua el primer finalista...
Ya estamos en plena competencia. De aquí saldrán tres ganadores.
De inmediato, Carlos Girón, Alexander Portnov, el italiano Giorgio Cagnotto y el germano oriental Falk Hoffman se separan del grupo.
La calidad es evidente. Pese al boicoteo. Pese a Carter.
Girón se coloca al frente al culminar la ronda de cinco saltos obligatorios, que ejecuta con gran limpieza, en este orden: al frente en posición A, atrás simple en B, inverso simple en B, vuelta y media adentro en B, y vuelta y media al frente con un giro. Su más cercano perseguidor es el soviético Portnov.
A continuación, los clavados libres.
Los de Girón: dos vueltas y media con un giro, dos vueltas hacia atrás en posición C, dos vueltas y media hacia adentro en posición C, una vuelta y medía al frente con tres giros y, finalmente, tres vueltas y media al frente en posición C.
Girón:
- La lucha había sido muy fuerte. En la penúltima ronda me alcanzó Portnov. Teníamos los mismos puntos. Y como estábamos tan adelantados, la pelea por el oro sería entre nosotros dos. Y llegó el momento decisivo para él. Su décimo clavado. Dos vueltas y media inversa en posición B. En esos momentos se había registrado un récord en la alberca, y hubo una exclamación general. Pero, de cualquier manera, Portnov se lanzó. Y ¡vámonos!, que cae de espaldas. Lo había perdido todo. Como yo, hacía ocho años. Salió cabizbajo de la fosa. La frustración del público fue evidente. Pero, de pronto, los delegados soviéticos comenzaron a protestar. Arguyeron que el grito en la piscina había perturbado a Portnov. La presión se hizo más fuerte a cada instante, y los jueces finalizaron por ceder. Concedieron a Portnov otra oportunidad, y éste la aprovechó perfectamente. Subió al trampolín y tuvo mucho tiempo para preparar su salto; lo corrigió y, finalmente, lo ejecutó muy bien. Y ganó la medalla de oro. La que ya había perdido. La que me pertenecía.
Las puntuaciones fueron muy cerradas:
Portnov: 905.02 puntos; Girón: 892.14; Cagnotto: 871.20
Nadie oficialmente, protestó por México.
Simplemente, porque México no tenía un delegado en esa competencia:
En ese entonces, el señor Javier Ostos Mora presidía no sólo la Federación Mexicana de Natación, sino la propia Federación Internacional de Natación Amateur. El se había arrogado, pues, la función de delegado mexicano. Pero, en ese momento, se encontró con un grave dilema: ¿cómo protestar, como delegado mexicano, ante el presidente de la FINA, si era él quien ocupaba los dos cargos? Así que, aunque integrantes de los equipos mexicano, italiano y alemán, se acercaron a él para pedirle a gritos que interviniera en su calidad de presidente de la FINA y que evitara aquel atropello, él selló sus labios. Le recordaban lo sucedido minutos antes, cuando el propio juez-árbitro -el sueco Olaf Holanders- había impedido que el alemán Hoffman repitiera un clavado -que obtuvo buena calificación- a pesar de que fue distraído por un haz de luz que penetró por entre las cortinas que cubrían los amplios ventanales de la fosa. Este Holanders, tan benigno en el caso Portnov, había sido inflexible con Hoffman. Ostos, como máxima autoridad de ese deporte, pudo haber intervenido decisivamente. Pero algo le maniataba las manos: en esos momentos pugnaba por su reelección. Y prefirió callar. Su actitud motivó fuertes reacciones de ira. Ostos Mora fue insultado por el propio Jorge Rueda, mientras que, a la orilla de la fosa, indignado, el juez mexicano Antonio Mariscal arrojó al piso su gafete. Difícilmente se le convenció de que no abandonara su puesto.
Carlos:
- Fue algo demasiado amargo, porque hasta entonces descubrí que muchas personas carecen de honestidad en determinado momento y, más que nada quien estaba involucrada en aquel instante y que no supo dar la cara para defender no a Carlos Girón, sino al representante de México, que se encontraba luchando por una medalla de oro... No tiene caso dar nombres; no vale la pena. La historia juzga mejor que uno. Para mí, no tiene valor alguno una persona que no tuvo la honradez de decir: "primero está mi patria que mi posición política en el deporte".
Posteriormente, sin digerir aún el momento vivido, Girón compitió en plataforma de diez metros, prueba que ganó Hoffman.
Girón:
- Ocupé el cuarto sitio. Los jueces, tan benévolos al calificar sobre todo a Hoffman, parecían tener una consigna en contra mía.
Ellos fueron realmente quienes me derrotaron, Muchos premios y reconocimientos, seguramente.
No, aclara Girón:
-Mi premio fueron 300 dólares que me, entregaron algunos funcionarios del Comité Olímpico Mexicano.
LA ODONTOLOGIA...Y LOS ANGELES
Al regresar a México, Girón fue objeto, entonces sí, de varios homenajes principalmente del IMSS.
Y se encontró de pronto con que la carrera deportiva pasaba, por primera vez en su vida, a segundo término.
Girón:
- Ya estaba casado y mi primer hijo venía en camino. Ya había adquirido nuevos compromisos. Opté por el retiro del deporte. Porque ya había determinado finalizar mis estudios de odontología y en la Universidad las cosas no eran fáciles. Mis profesores me decían: "Sí, si quieres vete a esa competencia al extranjero, pero sí hay examen y no estás, simplemente repruebas". Así que me dediqué al deporte. Hice una carrera. Me recibí de odontólogo. Me gusta mi profesión. Es otro de mis grandes orgullos. Los clavados me gustaban, de eso no hay duda, pero cuando necesitas mantener a una familia las cosas se ven desde diferente óptica. Ahora siento que puedo ofrecer la Imagen de un deportista que triunfó en lo que se propuso. Y esa era mi meta: cumplir no sólo en el deporte, sino ante la sociedad misma.
No obstante... nunca muere en un deportista aquel gusanillo.
Dedicado ciento por ciento a sus estudios, Girón descubrió en 1983 que, de acuerdo con sus horarios en la Facultad, un adecuado plan ,de entrenamientos y el programa de competencias de Los Angeles 84, podía intentar acudir a una última cita olímpica.
Ya no era más el líder del equipo de clavados.
Su ausencia dio lugar al surgimiento de jóvenes valores, como Salvador Sobrino, Francisco Rueda y Jorge Mondragón, y de una pléyade de sobresalientes chamacos, como Jesús Mena, José Luis Rocha y Ricardo Bañuelos, entre otros.
Pero había que intentarlo.
Era el último gran reto.
Girón lo afrontó en cuerpo y alma. Se le veía llegar a las prácticas con el albo uniforme de odontólogo y lleno de libros.
Estudiar y entrenar.
Y así, hasta llegar a las pruebas clasificatorias, vencer y encontrarse en Los Angeles 84: su cuarta y última cita olímpica.
Sabía que las posibilidades de éxito eran mínimas, pero insistió a pesar de eso. Llegó a la final. Fue su máximo logro en aquel verano californiano.
Después se retiró definitivamente.
Girón, con un dejo de nostalgia:
- Había llegado el día de dejar el paso libre a las nuevas generaciones.
Es su imagen la de un hombre que ha triunfado.
Viste con modernidad y elegancia.
Vivo en él ese gesto de quien no conoce de fronteras.
Girón, el medallista olímpico; el profesionista exitoso es ahora, también, vicepresidente de la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos.
Y dice:
- Si ya no puedo representar a nuestro país en el deporte activo lucharé por él aportando mis conocimientos, mis experiencias a los niños y a los jóvenes. Nuestra asociación se propone llevar a la población el mensaje del deportista que ha podido, que ha sabido coronar sus esfuerzos; no para que, como una consecuencia de esto lleguen más medallas, porque eso es secundario, sino para que nadie olvide que el deporte es una educación constante, una vía de desarrollo; un espejo de la vida misma, en la que siempre hay competencia... Que lo que necesita nuestro país es contar con hombres vigorosos, que luchen cada día por ser mejores... De esos que no se rinden por más grande que parezca el reto.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya. >
Enero de 2004.
Joaquín Pérez de las Heras
Doble medallista de bronce
Ecuestre
Moscú 1980
Joaquín Pérez de las Heras acababa de cumplir 11 años.
Y entonces montó a Arete.
Le habían dicho que tenía que cabalgar sobre los lomos de aquel alazán tostado que tan bien lucía al ser conducido por su primo, Ricardo Guash Jr., quien iniciaba ya en las competencias ecuestres.
Lo encontró Joaquín, un día, en la inmensidad de lo que fuera el rancho La Naranja -propiedad de don Manuel Ávila Camacho y ya entonces sede de¡ club Hípico Francés, que era administrado por su tío, Ricardo Guash. Este era también un gran caballista; podía ser seleccionado nacional. Sólo que, en aquel entonces, 1947, el deporte ecuestre era dominado totalmente por los militares. Ellos tenían la palabra. Y el poder.
- ¡Ven acá, Marra!-, gritó don Ricardo a su sobrino. -¡Vamos trépate en esta belleza y sabrás lo que es bueno!
Joaquín:
- Era realmente un supercaballo; un animal fortísimo, un tanque... Era un caballo muy agradable de montar, dócil, aunque siempre tuvo problemas con la ría.
No habría muchas oportunidades más de montar a Arete, caballo predilecto de Casimiro Jean, presidente del club.
Un día, en el Hípico Francés se presentó aquél teniente coronel llamado Humberto Mariles, ya famoso caballista, quien estaba a cargo de la selección nacional ecuestre que se preparaba con miras a los Juegos Olímpicos de Londres 1948. Montó el militar a Arete. Y quedó prendado de él.
Joaquín:
- Le gustó tanto el alazán, que Mariles le dijo a mi tío: "si consigues que me lo presten ¡te llevo con el equipo a Europa!". Y mi tío, que nunca había sido seleccionado, que nunca había salido de México a competir, de inmediato habló con Jean, que era su gran amigo. Este cedió a Arete. Pero Mariles no cumplió su palabra: organizó su equipo y se fue sin mí tío; lo dejó colgado. Yo era un niño todavía, pero nunca perdoné aquel engaño.
Meses después, Mariles y Arete llegaban a la cumbre olímpica.
En la casa de don Ricardo Guash no hubo muchas sonrisas.
Joaquín:
- Yo quería mucho a mi tío, quien, al morir mi padre, 1945, no nos dejó en el abandono. Junto con mí madre y mis dos hermanos menores, Enrique y Leonel, nos fuimos a vivir a su casa. El fue un segundo padre para mí. Lo quería y lo admiraba. Por eso me dolió lo que le hizo Mariles y no me gustó que éste consiguiera la medalla. Entonces me fije dos propósitos: ser honesto en todos los actos de mi vida, y ¡conquistar una medalla olímpica!
Invertiría 32 años en lograr lo segundo.
Y no fue una; fueron dos las preseas que ofrendaría a la memoria de su tío.
Joaquín Pérez de las Heras, doble medallista de bronce: en salto individual y en el Premio de las Naciones, Moscú '80. Juegos de la XXII Olimpiada.
Retumbaba la voz, en un grito de doña Carmen de las Heras, por toda la casa:
- ¡Hey, Marra, ya estáte quieto!
Joaquín:
- Mi padre me llamaba Marramaquiz. Este era, al parecer, un gato muy travieso sacado de quién sabe qué fábula. Me decía así porque era un chiquillo incontrolable, siempre saltando aquí y allá, subiéndome en los muebles... No podía estar quieto ni por un minuto. Pero mi madre había aprendido que las voces de mando tenían que ser cortas y secas, así que cuando estaba muy enojada por alguna diablura, sólo me gritaba Marra... Y el sobrenombre se me quedó para toda la vida.
Joaquín Pérez de las Heras nació -por accidente- en Ameca, Jalisco, el 25 de octubre de 1936. Su padre, don Joaquín Pérez Villarreal, capitán del Ejército de ese lugar. Pero sólo viviría allí unos meses, pues su padre fue removido al Distrito Federal; posteriormente a Sayula, Jalisco, cuando Marra tenía 5 años; después a Oaxaca, a otro regimiento.
Joaquín:
- Esta situación era incómoda para mis padres, pues con tantos cambios la que más sufría era mi madre, quien no sabía a ciencia cierta en qué escuela me inscribirían. Así que, mientras vivimos como cuatro años en la ciudad de México, acudí a una escuela pública en la colonia Anáhuac. Ahí cursé mis tres primeros años de primaria, pero como nuevamente empezaron a comisionar a mi padre, él y mi madre tomaron una decisión: que estuviese interno y concluyera la primaria en el Colegio Williams, por Mixcoac, ya que mi madre decía que las escuelas de pueblo no estaban a la altura de las de la capital.
Interno el Marra, pues, apenas a los 7 años de edad.
Joaquín:
- Nunca me había separado de la familia, así que los primeros días fueron los más difíciles. La escuela era muy grande, por lo que tomaba tiempo hacer amigos. Me invadió una gran tristeza; sin embargo, al paso del tiempo, la vida en el colegio se tornó más interesante. Teníamos una especie de casino: en él había juegos, una mesa de boliche, dos de ping pong, y también pool y carambola; mesas para jugar damas, ajedrez... Y actividades deportivas complementarias. Jugué softbol, futbol y volibol.
Pero Marra no dejaba de ser, esencialmente, un chiquillo travieso.
Joaquín:
Lo más emocionante era salirse de la escuela; brincar una barda e irte ya fuera al cine o a caminar en aquellas calles, algunas empedradas, comprar nieve y regresar sin ser visto. Claro está, cuando nos cachaban otra parte, uno se portaba mal, el castigo era quedarse encerrado el fin de semana. A mí me castigaron una que otra vez, pero si nos portábamos bien, un profesor nos llevaba al cine.
El caballo no le había sido ajeno. Su padre militar de carrera, gustaba de llevarlo a las reuniones familiares entre soldados. Y ya desde los cinco años fue trepado a un pony. Paradójicamente, al morir su padre, Joaquín se adentró definitivamente en el mundo de la equitación
Joaquín:
- Cuando mi padre murió, mi madre mis dos hermanos menores y yo, nos fuimos vivir con mi tío, don Ricardo Guash, quien estaba casado con una hermana de mi madre era administrador del Hípico Francés, que estuvo en lo que hoy es Polanco. Pero cuando este lugar comenzó a fraccionarse para ser convertido en zona residencial, el club se pasó atrasito de la zona de panteones, en lo que era el rancho de La Naranja, propiedad de don Manuel Ávila Camacho. Ahí viví y los caballos pasaron a ser, para mí, una especie de juguetes Mis primos, Carlos y Ricardo, así como mis hermanos y yo, tuvimos los mejores caballos a la mano. Montábamos a ver quién era el que caía menos.
Joaquín cursó la secundaria en el Instituto Bachilleres, de jesuítas -que estaba Gelati, Tacubaya- y que posteriormente, crecer, se convertiría en el Instituto Patria donde Marra concluyó el bachillerato de cinco años.
Joaquín:
- Cuando regresaba de la escuela, inmediato iba a ver a los caballos. Los sacamos para que hicieran algo de ejercicio. Fue realmente la práctica lo que me ayudó a montar: ya después, mi tío me enseñó a hacerlo adecuadamente.
No fue pues, sino lógico, que siendo aún muy joven, Joaquín Pérez de las Heras empezara a concursar. Comenzó con una yegüita, Esmeralda, que pertenecía a uno de los socios del club. Pero fue con El Joven, también prestado, con el que obtendría su primer triunfo.
Joaquín:
- Antes no había tantos concursos como ahora, ni divisiones de infantiles, juveniles y mayores. Esa competencia fue en 1950. Estaba por cumplir 14 años. Y recuerdo una cosa muy simpática: ahí estábamos mi primo Ricardo y yo en el podio, por ocupar primero y quinto lugares, éramos dos pirinolas entre adultos.
La equitación en nuestro país gozaba en aquella época de gran popularidad y apoyo: el triunfo del equipo nacional ecuestre en la Olimpiada de Londres, 1948, hacía que los extranjeros quisieran competir en nuestro suelo; todos querían venir a aprender y se celebraron varios concursos en la capital y en Monterrey.
Joaquín:
- Después de las olimpiadas de Helsinki '52, los mejores acudieron a las competencias de Harrisburg, Nueva York y Toronto. Y, aprovechando perfectamente las magníficas relaciones que se hicieron en esos cuatro años después del triunfo de Londres, Mariles organizó un concurso hípico en lo que fue la inauguración del Auditorio Nacional. Se presentaron jinetes de Islandia, Irlanda, Francia, Canadá y Guatemala. Y, caso curioso: el certamen lo inauguró un presidente: Miguel Alemán, y lo clausuró otro: Adolfo Ruiz Cortines, porque el torneo coincidió con la semana del cambio de poderes.
Después de actuar en México, los jinetes se trasladaron a Monterrey, donde se presentaron en el concurso hípico en el estadio Universitario. Esto representó a Joaquín la oportunidad de participar, al menos, en las pruebas nacionales -disputadas previamente a las internacionales-.
Joaquín:
- Saltar ante los extranjeros y que ellos te vieran, ya era un gran premio. Pero lo mejor fue que gané un concurso nacional. Sobre Jerónimo, un caballo grandote, criollo, que salió de uno de los criaderos en Coahuila, aunque mi triunfo no fue muy bien recibido, porque en aquella época había cierto pique entre el Hípico Francés y la Asociación Ecuestre, que manejaba Mariles. No soportaron que yo ganara el primer lugar al derrotar a Eva Valdés, hermana de don Alberto, el medallista olímpico, cuñado de Mariles.
Poco a poco se fue operando el milagro y la equitación mexicana dejó de ser exclusividad de un sector. En la Asociación, Mariles había permitido la entrada de civiles, mientras que el Hípico Francés seguía su trabajo; además, la Secretaría de la Defensa, que había retirado su apoyo a Mariles, seguía promocionando concursos entre regimientos y contaba con el "equipo de los capitanes": Rubén Uriza, Víctor Manuel Saucedo Carrillo y Raúl Campero, quienes ya habían tenido diferencias con Mar¡les. Este equipo era ayudado, también por Gunnar Beckinan, un industrial que apoyó fuertemente a la equitación mexicana desde los tiempos en que Mariles fue designado jefe de equipo para la olimpiada londinense. Además, el también medallista Joaquín Solano Chagoya, comandante del regimiento en Chihuahua, hacía una gran labor en los criaderos.
PRIMER GRAN TRIUNFO: CARACAS '59
A la vista estaban los Juegos Panamericanos y del Caribe, que, tras la caída del régimen dictatorial de Marcos Pérez Jiménez, habrían de efectuarse en Caracas en enero de 1959.
Joaquín:
- Los buenos caballos del Francés se habían hecho viejos, así que tanto mis primos como yo nos pusimos a trabajar con caballos novatos. Uno de ellos era Can Can, con el que me colé entre los mejores en el selectivo con miras a esos Centroamericanos; pero como los marilistas trataban de que yo no fuera, diseñaron una prueba muy difícil que, con esa mugrita de caballo, no pude pasar. Aún así me ubiqué en sexto lugar. Mi primo Ricardo se colocó entre los primeros cuatro y ganó un sitio en el equipo. Los demás: Martha Cano y los militares Fernando Hernández Izquierdo, Jaime de la Garza y Muñoz Morales. Pero sucedió un problemón: la Secretaría de la Defensa impidió competir a los militares. Quedaron, así, dos lugares; salieron De la Garza y Muñoz Morales, porque Hernández Izquierdo ya estaba retirado. Entré, pues, de rebote, pero, en fin, ya era seleccionado. Iba a representar a México, por vez primera, en un concurso oficial. Sin embargo, mi mayor problema era que no tenía un buen caballo... Pero la suerte me acompañó: poco antes del viaje, Mario Pani Jr. me dijo que tenía un caballo que quería vender; lo vi, lo monté y me gustó. Era el Comodoro. "Después te lo pago", le dije. Así que llevé a Can Can y a Comodoro a Caracas en mi primer viaje internacional por avión. Al llegar, nos trataron de maravilla. Los organizadores de las pruebas ecuestres nos llevaron al majestuoso hotel Círculo de las Fuerzas Armadas, un sitio muy exclusivo construido durante el régimen de Pérez Jiménez. Los venezolanos nos decían que si Mariles los había tratado muy bien cuando fueron a México en 1954, ellos no se quedarían atrás. Eso si hizo muy bien Mariles: gustaba de ser espléndido y los jinetes extranjeros siempre tuvieron excelente trato en nuestro país, aunque aquí se debiera hasta la camisa.
Exito total: la prueba de salto individual fue ganada por México. Joaquín Pérez de las Heras -quien montó a Comodoro- y Hernández Izquierdo hicieron el 1-2. Medalla de oro, también, por equipos. Los vencedores: Pérez de las Heras, Martha Cano, Ricardo Guash y Hernández Izquierdo.
Joaquín:
- El equipo causó muy buena impresión; tanta, que nos invitaron a que nos quedáramos una semana más. Querían que nos enfrentásemos a todos sus jinetes: los que habían competido en los juegos y los que se habían quedado fuera. Total, que de 14 pruebas les ganamos diez; en las otras cuatro obtuvimos segundos lugares.
Y un motivo de orgullo para Marra:
- Gané en mi primera salida internacional. Por vez primera escuché nuestro himno en el extranjero y también vi izar nuestra bandera en dos ocasiones. Un sentimiento de orgullo nos invadió a todos.
Sin embargo, en 1960 la equitación mexicana descendió totalmente y por eso no compitió en los Juegos Olímpicos de Roma; no obstante, en noviembre se disputarían los concursos de Norteamérica... Y Pérez de las Heras atesoraba un sueño, una ilusión.
Joaquín:
En aquellos años ya se hablaba de que iban a demoler el Madison Square Garden... Y yo corría el peligro de no tener la oportunidad de competir en aquellos famosos torneos. si que me preparé como nunca para participar en ellos. Pero surgió otro problema: en esos meses se había creado la federación ecuestre con Luis Quijano, Pablo Jean, Gunnar Beckmann y José Antonio Gribbs y, por otra parte, existía la asociación que dirigía Mariles y que era la que reconocía la Federación Internacional. Mariles no tenía recursos para asistir y nos mandó llamar a Ricardo a Enrique Ladrón de Guevara y a mí. Nos dijo que nos iba a extender los pases, para que pudiéramos participar en esa gira, pero que no lo haría el capitán Rubén Uríza, también seleccionado.
- Como el capitán Uriza no podía ir, Enrique le pidió prestados los caballos ya que nosotros no teníamos muchos. Nos prestó a Perico y a Porfirio. Cuando llegamos a Harrilburg, Enrique -jefe del equipo- presentó al aval de nuestra federación; los organizadores dijeron que nuestros papeles no valían, pero que ya Mariles había enviado las acreditaciones. Entonces no participamos", les respondió Ladrón de Guevara. "Espérate", le dije Imagínese. Nunca había participado en esos concursos y ahora me lo impedían unos papeles. Pedí hablar a México con don Pablo Jean, le expliqué la situación y lo convencí. Don Pablo autorizó que participáramos, aunque por el, momento no reconocieran a nuestra federación; que no por eso seríamos traidores grupo.
Pérez de las Heras respiró aliviado.
Joaquín:
- Todo eso valió la pena. Y en qué. forma: ¡Ganamos la Copa de las Naciones en Nueva York!... Vencimos al equipo de Estados, Unidos, que días antes se había apoderado de la la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Roma, superado apenas por Alemania Federal.
Ricardo Guash, que tenía lastimado a Piel Canela, montó a Comodoro; Ladrón de Guevara, a Porfirio y Pérez de las Heras a Perico. Un gran caballo, pero tan delicado que si uno jalaba de más, cabeceaba y hacía perder el ritmo, así que me dije: "Lo voy a llevar con la punta de los dedos, como si las riendas fueran de papel"... Ricardo tuvo un cero y un 4, de Guevara, 4 y 0; Joaquín, dos recorridos limpios.
No obstante aquellas grandes experiencias, Pérez de las Heras no logró clasificar para la justa olímpica de Tokio '64. Siguió preparando caballos y participando en giras a Norteamérica. En 1966 se casó con Elisa Fernández, una excelente amazona, con quien procreó a Katia y a Joaquín; se separaron en 1975.
1968:
Cada vez más cerca, los XIX Juegos Olímpicos.
Los Juegos Olímpicos de México.
Joaquín:
- Don Raúl Salinas Lozano, padre de Raúl y Carlos Salinas de Gortari, quería que sus hijos fueran a Europa, que se foguearan, con el objeto de buscar su inclusión en el equipo olímpico. Así lo habló con Leopoldo Peralta, presidente de la federación, pero como ésta no contaba con mucha experiencia en viajes y concurso, se invitó a Saucedo Carrillo -que había formado parte de los equipos para los Juegos Olímpicos de 1948 y 1952- y a Manuel Mendívil Yocupicio, que era el jinete modelo de Peralta. Pero faltaba un tercero con experiencia. Peralta no me quería, pero don Raúl, que me había visto en una competencia cuando se inauguró Cocoyoc y quedó muy impresionado cuando en un desempate salté un murote a 1.90 metros, le preguntó: "¿Por qué no va el Marra?". Don Leopoldo tuvo que llamarme; a regañadientes, pero lo hizo. Yo tenía a Nancel, así que pedí permiso al señor Emilio Azcárraga para quien trabajaba adiestrando sus caballos, y nos fuimos.
- En general, la gira fue muy provechosa para todos, aunque Mendívil Yocupicio y yo sobresalimos. Gané un Gran Premio en Suiza y en un torneo de parejas, ahí mismo triunfé con Yocupicio. En lo que cabe a los hermanos Salinas les fue bastante bien, pues eran dos buenos jinetes, aunque todavía novatos. Raúl llevó a El Mexicano, un excelente caballo, mientras que Carlos tenía una yegüita llamada la Xihuitl. Allá compró al Agualeguas. En lo que ganaron fue en experiencia: como sabían hablar perfectamente el inglés y francés, aprendieron mucho al preguntar a los demás jinetes sobre sistemas de entrenamiento y formas de saltar.
El ingeniero Peralta había planeado conjuntar a este equipo, para que fuera base de la selección olímpica; sin embargo, esa decisión causó protestas. Los jinetes que no habían podido ir a esa gira presionaron de tal forma que a escasos días de la competencia olímpica se realizó una selectiva.
Joaquín:
- Nosotros regresamos felices de la gira. Los caballos habían tenido que permanecer en Nueva York, por la cuarentena y estaban descansados, sí, pero esa inactividad resultó finalmente perjudicial. Yo había llevado a Nancel y a Sam, al que vendí en dos mil dólares y, con tres mil más que me prestó Peralta, compré al Shannon Shainrock; me desprendí de un caballo que más estaba bueno para un recorrido en
Chapultepec y adquirí a un supercaballo, gracias a mi buen amigo, el brasileño Nelson Pessoa.
Las presiones surtieron efecto. De los jinetes que se habían preparado en Europa, sólo Joaquín Pérez de las Heras -sobre Nancel pudo lograr su inclusión. El equipo olímpico fue integrado por Ricardo Guash, Fernando Hernández Izquierdo y Joaquín y su esposa, Elisa Fernández de Pérez de las Heras.
Joaquín:
- Aquello fue más que un sainete de circo. El trabajo previo en Europa se vino abajo. Se le murió el caballo a Saucedo; a Yocupicio no le prestaron a tiempo una montura y a los hermanos Salinas no les fue bien, pues aunque sus caballos estaban descansados, habían perdido el ritmo de competencia. Nosotros debimos llegar y preparar a los caballos aquí, con calma; en vez de eso, tuvimos que hacer frente a esa selectiva, desgastante y absurda.
Esa fue la base.
Después se sumaría una inadecuada programación.
Resultado: fracaso.
Casi un estrepitoso fracaso.
El mejor clasificado mexicano fue Fernández Izquierdo. Joaquín: - Nos fue como en feria. ¿Por qué? Simplemente porque no pudimos sacar provecho de nuestra calidad de anfitriones. Me explico el país que organiza una Olimpiada tiene esa ventaja, porque hay mucho de política deportiva. Aunque se supone que el recorrido no se sabe sino hasta horas antes de la competencia en realidad en la ciudad sede sí se conoce y los jinetes locales se adiestran así para salir lo mejor posible. Aquí sucedió todo lo contrario y más aún: el diseño de la pista fue tan difícil tan malo, que incluso nos llamaron la atención. Esa pista era una trampota: 14 obstáculos sobre 750 metros.
Coincide con él el mayor Víctor Manuel Saucedo Carrillo, quien aún recuerda aquel obstáculo invisible: una valla mal trazada en la cual cayeron muchos jinetes; había, también, obstáculos muy delgados pintados con laca. De nada sirvió, pues, el asesoramiento de la Federación Internacional. En esa pista fracasaron jinetes reconocidos mundialmente, como el francés D'Oriola y los hermanos italianos Piero y Raymundo D'Inzeo.
Ya, ya pasé.
Ahora hay que mirar hacia Munich y sus XX Juegos Olímpicos en 1972.
En 1970 se produce una nueva gira a Europa. Viajan Joaquín y su esposa; Jesús Gómez Portugal y los hermanos Raúl y Carlos Salinas, quienes cuentan ya con más experiencia y con tres buenos caballos para concursar: Agualeguas, El Mexicano y Valedor.
Los caballistas nacionales realizan buenas montas en Francia y Alemania pero, sin duda, el mejor resultado es el cuarto lugar que obtiene la señora Fernández, con Eleonora: cuarto sitio en el campeonato mundial de salto femenil, en Copenhague.
Ese equipo se convierte en la base de la selección nacional que en 1971 compite en los Juegos Panamericanos -Cali Colombia y conquista la medalla de plata.
Y Elisa Fernández alcanza el triunfo en la prueba individual.
Estos eran jinetes y cabalgaduras:
Elisa Fernández, sobre Eleonora; Carlos Salinas de Gortari, en Agualeguas; Joaquín Pérez de las Heras, con Nancel, y el capitán Rubén Higareda sobre Acapulco IL Raúl Salinas de Gortari, con El Mexicano, suplente. Su entrenador: Rubén Uriza.
Ya estaban a solo un año de Munich.
Pérez de las Heras logra su clasificación.
Todo está listo...
Pero azota al país una epidemia de encefalitis equina y los caballos mexicanos no pueden ser embarcados a tiempo. La federación realiza gestiones para que en la capital de Baviera presten cárceles a sus jinetes.
Joaquín resume así su impresión de aquellas monturas:
- Buenas, sí, pero no para un concurso olímpico.
Los nuevos caballistas olímpicos son: Joaquín y su esposa, Higareda y Hernández Izquierdo. Como suplentes: Carlos Aguirre y Rubén Uriza Jr.
Munich 72: nada para recordar.
Si acaso: Joaquín y Elisa empatan en el vigésimo sitio y califican a la segunda ronda. Pero ya en la vuelta final y ante obstáculos de más de 1.60 metros, los caballos alemanes se niegan a saltar y son eliminados.
Y a esperar otros cuatro años...
En el camino hacia Montreal 76 son programados, en México, los Juegos Panamericanos de 1975, originalmente asignados a Chile. Joaquín no clasifica para competir en ellos.
Tampoco lo hace Fernando Senderos, quien, no obstante, finaliza con la medalla de oro en esa competencia.
Joaquín:
- Fue una victoria en la que hubo de todo: drama y mucha suerte. Sucedió así: Senderos había comprado, en una millonada, a un gran caballo: Jet Run. No obstante, quedó eliminado en el torneo selectivo. Pero faltando unos días para la celebración de los juegos, el capitán Higareda falleció, al parecer de un infarto, mientras montaba en el club El Popular. Senderos ocupó su lugar. Y, por esas extrañas cosas del destino, Fernando, que había sido ,incapaz de imponerse a sus propios compatriotas, acabó venciendo a todos los de su continente.
1976, que es año olímpico, encuentra otra vez a Pérez de las Heras en el equipo nacional.
El compite y no en la olimpiada de Montreal.
Lo explica:
- Yo andaba muy animado con una yegüita que se llamaba Lady Mirka, con la que gané el Gran Premio en Connecticut, concurso celebrado a unos días de la inauguración de los Juegos. Pero, durante el certamen de la Amistad, ya en Montreal y previo al Premio de las Naciones, Lady Mirka se dio un trancazo muy fuerte en la mano izquierda, y me quedé sin caballo. No pude participar en la prueba individual; competí en la de equipos, sobre Cancún, un caballo que me prestaron a última hora.
Pero me fue muy mal. Como a todos los demás...
EL ENCUENTRO CON ALIMONY
Alimony era un hermoso caballo que vivía en un rancho californiano. Su dueña se había quedado con él, ganándolo en un juicio de divorcio a su ahora ex-esposo, un rico agricultor, ganadero y criador de caballos. Alimony fue adiestrado por John Harris, uno de los mejores instructores del sur de Estados Unidos y amigo de Pérez de las Heras, a quien recomendó su compra.
Pero Alimony no era un caballo barato.
El que lo compró fue José Gómez Sáinz, quien -años sesenta fuera presidente de la federación ecuestre.
Pero el caballo estaba desperdiciado. Nadie había sido capaz de llevarlo al éxito. Alimony era montado por hijos de Gómez Sáinz o por Adolfo Lecuona.
Lánguidamente transcurría, en las caballerizas, la vida de Alimony.
Hasta que...
Joaquín:
- Como Juanito Gómez Sáinz no se acomodaba con él y Lecuona iba a salir de México, me recomendaron que lo pidiera. No fue difícil. A nadie le interesaba Alimony, así que empecé a montarlo. Rápidamente nos identificamos y que empiezo a tener éxito con él. Gané en la temporada regular aquí y quedé seleccionado para los Juegos Olímpicos de Moscú 1980.
Con Joaquín irían su primo Ricardo Guash; Gerardo Tazzer, Jesús Gómez Portugal y Alberto Valdés Jr.
Joaquín:
- Lo primero que hicimos fue planear una gira de fogueo a Europa. Normalmente se hace una excursión, pues el mejor entrenamiento es la competencia. Participar en cuatro o cinco pruebas diferentes es vital antes de un concurso tan importante como unos Juegos Olímpicos. Y así lo hicimos. Tuvimos una buena gira. Por lo que a mí respecta, empecé en Wulfrath, Alemania Federal. Alimony saltó bien, derribando una barrita aquí y una allá, pero mejor que eso: me enseñó lo que podía hacer; mostró sus facultades.
- De ahí nos fuimos a competir en Wiesbaden y el caballo saltó muy bien. En un desempate me quedé con el tercer lugar. Alimony había dejado boquiabiertos a todos; hizo gala de poder y tranquilidad. Y de un gran corazón.
Después pasamos a Aachen. Alimony saltó muy bien; algo excitado, pero muy bien. Empatamos seis jinetes, pero por un segundo ya no pude ir al desempate y quedé en sexto lugar, con una falta en mi primer recorrido y un cero en la segunda. Hacer esto en Aachen era muy satisfactorio, máxime que se trataba como de un campeonato mundial, pues participaron más de catorce países: los que sacudirían a Moscú y algunos otros, como Alemania, Estados Unidos y Francia, que no irían. Luego competimos en La Boulle, donde quedé en quinto lugar en el Gran Premio.
- Posteriormente fuimos al concurso de Lieja, donde Alimony se portó muy bien. Lo metí a la prueba de potencia y logré una pista limpia. Quedamos empatados tres jinetes, y saltamos hasta 2.10 metros. Ahí me retiré. Cuando subieron las barras a 2.20 metros, ya no quise exponer a mi caballo y me quedé con un buen tercer lugar. Estábamos ya a unos días de los Juegos Olímpicos.
El binomio Alimony -Pérez de las Heras estaba a punto.
MOSCU: DOBLE MEDALLISTA
29 de julio de 1980. Estadio Lenin.
Competencia de salto ecuestre: Gran premio de las Naciones.
El boicoteo estadounidense afecta esta prueba, como en ningún otro deporte. Se resienten notables ausencias: Estados Unidos, Canadá, Alemania Federal, Francia Inglaterra...
Por los resultados obtenidos en la gira previa a la Olimpiada, los jinetes mexicanos eran considerados entre los favoritos para adjudicarse la medalla de oro, ya que los países del bloque socialista nunca habían destacado en esta prueba.
Pero los soviéticos presentaron un equipo bien preparado y, además, aprovecharon muy bien su calidad de anfitriones. Aleccionaron perfectamente a sus jinetes sobre tipo de obstáculos y recorrido. Estos se llevaron la presea dorada con 20.25 puntos en contra.
Polonia, encabezada por Jan Kowalczyk, ganó la de plata con 56 faltas.
Y México, con Alberto Valdés Jr., Jesús González Portugal, Gerardo Tazzer y Joaquín Pérez de las Heras, la de bronce, con 59.75... Menos de una barra los separó de la presea de segundo lugar.
Muy atrás los demás países: Hungría con.. 124; Rumania, 150.50 y Bulgaria, 159.50.
Joaquín:
- ¡México no había ganado una de bronce; había perdido, por lo menos, la de plata!
Días después, la prueba individual:
Joaquín:
- Una medalla es una medalla; sin embargo, no estábamos conformes. Estábamos conscientes de que habíamos fallado.
Pero había otra oportunidad para él. Participaría en la prueba individual.
Domingo 3 de agosto.
El estadio Lenin vive las últimas horas de euforia olímpica. La prueba ecuestre individual cerrará los juegos de la XXII Olimpiada.
Hay esperanzas de que el mejor binomio mexicano, el de Pérez de las Heras y Alimony, pueda tener, por fin, la actuación esperada por todos. Son ya, 30 los años de experiencia del jinete nacional -con participaciones en tres Juegos Olímpicos: México, Munich y Montreal-.
Joaquín:
No me presioné, aunque sabía que tenía que ganar una medalla. Mi preocupación era Alimony: estaba muy excitado, nervioso, muy deseoso de saltar... Una reacción muy natural de los caballos. Lo único que podía hacer era darle confianza, dejarlo trotar un poco para no perder el control. Así lo hice, pero no se compuso. Tras mis dos recorridos terminé con 12 faltas. Tuve problemas con un obstáculo, un vertical que tumbé dos veces.
Al concluir los recorridos, el polaco Jan Kowalczyk, con Artemor, sólo tuvo ocho puntos en contra: medalla de oro. El soviético Nicolai Korolkow, con Espadrón, le siguió con 9.50: medalla de plata. Y, empatados, Pérez de las Heras y el guatemalteco Oswaldo Méndez Herbruger, con 12 faltas.
¡Había que ir al desempate!
Joaquín:
- Perder ante el guatemalteco hubiera sido la hecatombe. Nadie me lo hubiera perdonado.
El recorrido se recortó: ya no fueron 14 los obstáculos, sino sólo siete, aunque más altos. Y ahora el tiempo sería determinante. Lo fue...
Primero salió Méndez Herbruger, quien montaba a Pampa...
¡Pista limpia, con 43.59 segundos!
Tocó el turno al mexicano. Clavadas estaban en él y en su cabalgadura las miradas expectantes de cien mil personas. Eran los últimos suspiros de otra epopeya olímpica...
Joaquín:
- Solté a Alimony. Lo dejé ser. ¡Y saltó como nunca! Tan seguro, tranquilo y poderoso como antes. Increíble que, hasta ese momento, ya al final, respondiera de esa forma. En el último obstáculo oí el ruido del casco de una pata pegar en una barra, pero ya no voltee. Pensé que todo estaba perdido y acicateé a mi caballo. Casi desbocado cumplí los últimos metros. Cuando paré volteé a ver el obstáculo... No había caído... ¡Pero fueron cuatro segundos de angustia!
Sólo faltaba saber el tiempo realizado. En un tablero apareció la leyenda: 43.23 segundos. ¡Había ganado la medalla de bronce por 36 centésimas de segundo!
Ya. El podio. A olvidarlo todo...
Joaquín:
- Las medallas, como decía, nadie nos las iba a regalar; había que ir por ellas, ganarlas. Es mejor el primer lugar, por supuesto; sin embargo, ahí estaba yo, en el podio, con mi medalla de bronce y viendo nuevamente a la bandera mexicana en un mástil olímpico. Y ese fue para mí un momento inolvidable... Porque es entonces cuando uno se da cuenta de la magnitud de los Juegos Olímpicos y lo que para un país representa una conquista en ellos. Mil recuerdos venían a mi mente: pensaba en que estaba otra vez entre los triunfadores; recordaba aquellos momentos de 1959 en Caracas, el éxito en el Madison, la medalla de Cali '71 y ahora, por segunda ocasión, presea en Moscú... Victorias algo espaciadas, pero finalmente muy satisfactorias todas ellas. Pensaba, sobre todo, en mi tío, en don Ricardo, en el hombre que fue mi segundo padre...
Se extiende la verde pradera en este campo de adiestramiento en El Paso, Texas.
Trotan por doquier los briosos corceles.
Hace tiempo que Joaquín radica aquí. Es instructor y monta todavía. Dice que no tuvo caballos para competir en las justas de los Angeles y Seúl...
Joaquín:
- Pero una nueva ilusión llena mi vida: acompañar a mis hijos, Katia y Joaquín -18 y 14 años, respectivamente- en una olimpiada. Espero tener el tiempo suficiente para verlos competir. Montar con ellos sería lo ideal, pero estoy consciente de que es algo prácticamente irrealizable.
El cabello, ya ralo, es casi totalmente blanco. Transparente la sonrisa.
Hombre afable, directo, Marra se declara un apasionado del mundo de la equitación.
- Mi pasión es el caballo. Lo ha sido toda la vida. Seguirá siéndolo.
Caminamos por la pista ovalada.
Se sincera Joaquín:
- El caballo me lo ha dado todo: grandes satisfacciones, instantes de felicidad, viajes, relaciones, amistades.... El deporte ecuestre me ha servido en mi formación como ser humano; principalmente, me enseñó a ser derecho, honesto: jamás he cometido la mínima trampa. He sido honrado conmigo mismo y eso, que al final es lo más importante, lo aprendí siendo aún muy pequeño, gracias al caballo...
Relincha Good Bye.
Y es como su saludo al hombre que en ágil movimiento ya está en la silla de montar.
Espolea Joaquín al potro de nívea piel... Y se va al galope. Enfila hacia el primer obstáculo.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos .
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Daniel Aceves Villagrán
Medallista de plata
Lucha grecorromana
Los Ángeles 1984
Ser hijo de Bobby Bonales era más, mucho más que sólo eso...
Era ser hijo de la fantasía.
Ser hijo de la competencia y de la victoria.
Era derribar a musculosos gigantes encapuchados.
Era volar...
Era ser su padre mismo y subir al ring y luchar hasta el triunfo, así, sin sentir dolor, sin importar la sangre ni los golpes... Como él lo hacía
Era enardecerse con los gritos de aquella multitud delirante.
Era, a los 4 ó 5 años de edad, antes, mucho antes de poner siquiera un pie en una escuela, saber nombres, muchos nombres:
El Santo, Black Shadow, Blue Demon, Gori Guerrero, El Cavernario Galindo, Tonina Jackson, el Médico Asesino...
Y amarlos... Y odiarlos... A ellos, inmersos en la caprichosa rueda de la fortuna: hoy compañeros de su padre; mañana enemigos. Era ser apenas un niño y, sin saberlo, ser también parte integral de la mejor época del apasionante espectáculo de la lucha libre en México.
Porque era sufrir y reír; recibir la cálida sonrisa paternal en el momento victorioso, o mesarle los cabellos en la derrota. Era sentir sobre la cara la caricia de aquella mano tan suave.
Esa misma mano que era arma poderosa en cada batalla Era ser el malo o el bueno y echarse unas luchitas con los amigos Y era, en fin, ser el rudo y ponerse el traje de luchador, con máscara y capa, para ir a dormir. Y ahí. en la cama. enfrentar al El Güero, aquel muñeco de trapo obsequio de su madre y librar con él, cada noche, los combates más feroces... Hasta vencerlo.
Eso era, para Daniel Aceves, ser el hijo de Roberto Bobby Bonales.
Los Ángeles California, 1984. ¿Dieciséis, quince, catorce? años después...
Acaba de ser proclamado vencedor; ahora va por la medalla de oro.
Corre del tapiz hasta el teléfono más cercano. Larga distancia a México.
Quiere hablar con su padre. Quiere hablar con su ídolo...
¿Bueno?...
¡Papá, papá!... ¡Gané, gané!
- Lo sé, hijo, ¡cómo no!..' Vimos por televisión tu lucha.
- Siento que voy a llorar, papá...
- Hazlo, hijo... Desahógate. Y luego concéntrate en la final, Ofrece tu mejor esfuerzo. Ya sabes que estamos muy orgullosos de ti.
Te quiero, hijo. Adiós. Mucha suerte.
- Adiós, papá, yo también te quiero.
Horas más tarde Daniel Aceves levantó la vista.
Allá, al fondo, en el mástil central, ondeaba la bandera japonesa. La de México a su derecha, centímetros más abajo.
Y le embargó una leve frustración de impotencia.
Porque se sabía el auténtico vencedor.
Era su bandera la que tenía que estar en lo más alto.
Daniel:
- la verdad es que yo había ganado esa intensa lucha con el japonés Adsuji Miyahara.
- ¿Qué pasó, entonces?
- Habían pasado algunos minutos e íbamos 0-0, hasta que el juez marcó 4 puntos en mi contra, por pasividad de mi parte y ahí comenzó de verdad la lucha final. Porque, en ese momento, seguramente el japonés supuso que me había puesto nervioso y me atacó de frente. Me levantó e intentó el suplex pero en el aire giré y él cayó de espaldas. ¡Era su derrota! ¡Era para mí la medalla de oro!... Pero los jueces no marcaron el toque. Él, inteligentemente, se salió del área y se salvó. El combate terminó 9-4 a su favor. Fue una lucha muy pareja y, aunque definitivamente él es un gran competidor, yo gané ese combate. Incluso, el resultado se registró bajo protesta ante la Federación Internacional, porque no sólo yo, sino entrenadores, técnicos y demás luchadores que presenciaron la final, vieron el toque. . . Todos, menos los jueces.
Medalla de plata, finalmente, para Daniel Aceves, peso gallo.
Y primera para México, única hasta el momento, en lucha grecorromana de unos Juegos Olímpicos.
HIJO DE TIGRE ...
No podía ser de otra manera.
Si era de hijo de Bobby Bonales, tendría que ser amante del deporte
Recuerda el luchador profesional:
- A nuestros cuatro hijos -Roberto, Daniel, Norma y Cristina- les inculcamos desde pequeños, el amor por el deporte. Les hicimos sentir que era muy necesario para que crecieran sanos y fuertes. Ellos lo entendieron, por fortuna. Los llevábamos al balneario Bahía. A Daniel, que ocasionalmente me acompañaba a las arenas, le gustaba mucho el agua. Tenía como dos años de edad y ya se aventaba del trampolín; también le gustaba jugar frontón, futbol, o cualquier otro deporte, siempre con la obsesión de ser el número uno.
Norma, hermana dos años menor que Daniel:
- Cuando éramos chicos, durante un, tiempo vivimos en una granja y como tenía jardín y un patio muy grande, jugábamos futbol. Yo era el portero y entre Daniel y Roberto me hacían muchos goles. Pero el futbol no era su pasión; a Daniel le encantaba jugar a las hasta su traje de luchador. Le fascinaba ser el rudo. Y todas las noches, luchaba con El Güero, ese muñeco de trapo que inseparable durante muchos años.
Daniel:
- Ya a los cuatro o cinco años me echaba luchitas contra mis amigos. Y es que estaba muy motivado por la lucha profesional. En todo momento quería jugar a las luchas; en la casa o en la escuela... Que si el bueno o el rudo, que aplicar una llave o un candado, o unas patadas voladoras, o un tope.
La afición, no podía ser contenida.
Y, a los 13 años, como una consecuencia lógica de todo aquello, Daniel ingresó al deportivo Guelatao, por la Lagunilla, para estudiar lucha grecorromana.
Daniel:
- Cuando entré al deportivo comprendí lo maravilloso del deporte que había escogido y desde un principio me dije a mí mismo que sí, que podría practicarlo y llegar a destacar, máxime que ahí tenía como entrenador a Roberto Vallejo, quien fuera un gran luchador amateur en los años sesenta: logró un sexto lugar mundial, un subcampeonato panamericano y varios títulos centroamericanos. Su dirección fue acertada desde un principio. Nos inculcó la tenacidad. Nos dijo que la lucha era un deporte para guerreros
Y definitivamente, para personas que ansían el triunfo.
Daniel lo ansiaba y comenzó a conquistarlo de inmediato al ganar varios torneos nacionales.
Daniel:
- Mi padre era mi inspiración, cada vez que me levantaban la mano me acordaba de cuando el réferi hacía lo mismo con él después de aquellas espectaculares luchas contra los mejores.
Su primera experiencia competitiva a nivel internacional fue el mundial infantil de 1978 en Albuquerque, Nuevo México -Daniel tenía 14 años; nació el 18 de noviembre de 1964- Las mejores expectativas de Vallejo colocaban a Daniel en el sexto lugar, pero, sorpresivamente, el incipiente luchador mexicano conquistó el tercer sitio.
Al año siguiente volvió a participar en el mundial infantil, ahora en San Diego, California, en la categoría de 45 kilogramos. Daniel regresó con la medalla de bronce. El estadounidense Antonny Amado frenó su paso. El destino quiso que Aceves y Amado se encontraran frente a frente varias veces más.
En 1980, ya como juvenil, se adjudicó la medalla de oro en el Campeonato Panamericano, celebrado en Panamá y, posteriormente, ¡campeón mundial juvenil: se impuso en Colorado Springs. En la final derrotó al italiano Vicenzo Maesa, quien cuatro años más tarde -Los Ángeles, 1984- pasaría a la inmortalidad deportiva al convertirse en campeón olímpico en la división de 48 kilogramos. Pero aquella tarde, en Colorado, fue vencido por Daniel en tan sólo 40 segundos; victoria que es, por supuesto, una de las más recordadas en la exitosa carrera del mexicano.
Al año siguiente y no obstante ser todavía un competidor juvenil, integró la selección nacional de mayores. Nadie podía vencerlo en peso gallo y se acercaba un grave compromiso para la lucha mexicana: nuestro país había logrado la sede del Campeonato Panamericano.
Daniel:
- Ese torneo era muy importante para nosotros, así que nos preparamos a conciencia. Para mí, el campeonato resultó inolvidable, pues en la final vencí al cubano Jorge Martínez, quien en dos ocasiones había sido campeón panamericano y, obviamente, me aventajaba en experiencia. Le gané 15-5 y para el equipo esa victoria fue espléndida: la única que se ha logrado en torneos de esta clase, en lucha grecorromana.
Meses después, Daniel conquistaba el segundo lugar en el Campeonato Abierto de Estados Unidos.
Perdió apretadamente ante su gran adversario: Antonny Amado.
Pero, a nivel nacional, Daniel continuaba imbatible. En 1982, ya en la categoría de adultos, ocupó el tercer sitio en el prestigiado torneo internacional de Chicago. Fue vencido por Antonny Amado.
La siguiente competencia fue el torneo de lucha en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. en La Habana. Llegó a la final en la división de los 48 kilogramos, pero allí se encontró con el antillano Martínez, aquel a quien había vencido como juvenil...
Daniel:
- Todavía pienso que en esa lucha yo merecía más, pero el arbitraje fue determinante. Ganar a un cubano, en Cuba, es casi imposible. No obstante, salí satisfecho de la arena; estaba consciente de que había ofrecido mi mejor esfuerzo y de que fueron los jueces quienes me privaron de la medalla de oro.
Ya estaba Daniel perfilado para ser parte vital del equipo mexicano de lucha para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.
Daniel:
- En una ocasión, mi hermana me preguntaba, al ver aquel programa de televisión La isla de la fantasía, cuál era mi gran fantasía, mi gran sueño. Le dije entonces: "competir en unos Juegos Olímpicos y ganar una medalla".
Y así era: muchas noches soñé con que estaba en el podio olímpico y una medalla colgaba de mi cuello.
El hacía todo lo posible por convertir en realidad aquel sueño dorado.
1983, año preolímpico, fue su gran plataforma:
En México, ganó los torneos internacionales Clark Flores, Wilfrido Massieu y Agustín Briseño. Además, fue subcampeón en el campeonato cubano Granma, en el que recibió un trofeo por haber sido protagonista de la mejor lucha de la competencia: la lucha por la medalla de oro, que sostuvo contra el campeón panamericano, el cubano Eduardo Miranda y que perdió por un apretado 8-5. Después, otro subcampeonato: el del torneo internacional Concorde, en Estados Unidos; perdió la final -por decisión- ante el húngaro Kaba. No obstante, en la lucha previa se brindó él mismo la gran satisfacción de romper aquel dominio que Antonny Amado ejercía sobre él: lo derrotó por 16-4 y por superioridad técnica. Finalmente, en los Juegos Panamericanos de Caracas obtuvo la medalla de bronce. Cayó en semifinales ante el estadounidense Mar Fulier.
Daniel:
- Sabía que cumpliría con el sueño de por vida: competir en unos Juegos Olímpicos. sabía, también, que regresaría con una medalla aunque había mucha gente escéptica que no me concedía ninguna oportunidad de lograrlo "¿No te das cuenta de que a ese torneo acuden los mejores del mundo? me preguntaban".
Había embarnecido. Y no sólo eso: enfrentaba serios problemas de báscula. Era en la división de los 52 kilogramos en donde se sentía más ágil y más fuerte, pero la lucha contra su propio organismo solía ser más dura que aquellas sostenidas en el tapiz.
Así, compitiendo en la división de los 5 kilogramos, fue a Cuba a participar en el Campeonato Centroamericano y del Caribe. Ganó la medalla de oro, pero no se sentía satisfecho consigo mismo...
Tendría que esforzarse para regresar a su división.
Lo hizo.
Para lograrlo, dos meses antes de la justa en Los Ángeles se concentró en el Centro Olímpico de Colorado Springs, donde entrenó con, los seleccionados de Estados Unidos y de Rumania.
Daniel:
- Aproveché al máximo esos 60 días. Fue una gran experiencia y, además, me sirvió para bajar de peso. Con mucho trabajo pero volví a los 52 kilogramos.
LOS JUEGOS OLIMPICOS
Daniel llegó a la Olimpiada por méritos propios, con un caudal de importantes victorias.
La inasistencia de los luchadores del bloque de países socialistas que se abstuvieron de participar en Los Ángeles, le representaba un handicap importante.
En los inicios de 1984, Daniel se hizo una promesa: sería competidor olímpico. Y ganador de una medalla.
Daniel:
- Nadie e iba a regalar una medalla
Tenía que buscarla, hacerme merecedor de ella
El torneo se realizó en el gimnasio olímpico de Anaheim, lejos, muy lejos de la Villa Olímpica y del centro de Los Ángeles, donde sería disputada la mayoría de las disciplinas deportivas. Me presenté muy confiado, muy seguro de mí mismo, a pesaje y sorteo; sabía que la suerte jugaría un papel importante, pero también que yo estaba preparado para enfrentarme a cualquier contingencia.
Quedé en el grupo B de la categoría de los 52 kilogramos. Y me sentía inmensamente feliz: sería muy difícil que alguien pudiera vencerme en esa división. Pero ocurrió algo que me hizo reaccionar y comprender que en un encuentro deportivo todo puede suceder: en mi primera lucha del torneo 31 de julio, que es siempre la lucha más difícil, iba ganando al turco Erol Kemah por 5-4. Pero faltando como 30 segundos para el final, fui descalificado y perdí. La derrota m* e dolió mucho, más operó de distintas maneras en mi estado de ánimo: no mermo mi seguridad de que podía ser medallista, pero, asimismo, me obligó a darlo todo de mí en cada lucha y, sobre todo, a ser más cuidadoso.
Por la tarde, la segunda lucha: contra el ecuatoriano Iván Garcés, quien estudiaba en Estados Unidos y había sido campeón mundial juvenil. Fue un buen encuentro. Yo sabía que si perdía quedaría eliminado.
Así que me esforcé al máximo y logré derrotarlo por 14-2 y superioridad técnica.
Al día siguiente me tocó enfrentar a Richa Hu, de la República Popular China, quien, un día antes había vencido al turco. Así que tenía yo una nueva obligación: ganar o quedar eliminado. Luché con toda mi alma y me impuse al chino, por 14-8. Por otra parte, Taisto Halonea, de Finlandia, derrotó al turco, con lo cual desaparecía mi primera derrota... las cosas se me iban aclarando a las mil maravillas. Al otro día tendría que enfrentarme al finlandés en otra lucha crucial: si ganaba podía aspirar a disputar la final y asegurar, cuando menos, la medalla de plata, pero, si perdía, mis opciones eran terribles: mi siguiente lucha podría ser por la medalla de bronce, o por finalizar en el quinto lugar.
Esa noche del primero de agosto no pude dormir. Estaba muy preocupado. Se trataba, ni más ni menos, de la lucha más importante de mi vida. Era el éxito o el fracaso en mi carrera. Había visto luchar al finlandés: tenía más experiencia y era mucho más alto que yo y era muy fuerte. A mí favor estaban su escasa técnica y el hecho de que estiraba mucho los brazos al competir; eso me representaba una gran oportunidad de irme a la lucha por dentro. Esa noche, una de las más feas que he vivido, me la pasé pensando cómo ganar ese combate.
Mi plan fructificó a las mil maravillas. O al menos en el primer tiempo: me fui rápidamente al ataque, me apunté los puntos y al finalizar esa primera fase tenía ventaja de 9-0. pero... Todo cambió en el segundo tiempo. El empezó a dominarme y en una lucha no apta para cardíacos, me empató a 9 puntos, segundos antes de que los jueces decretaran la finalización del combate. Y allí estábamos los dos, exhaustos, esperando la decisión. No lo niego: dudé, sobre todo porque él había dominado al final y eso suele impresionar a muchos jueces. Pero, de pronto, se encendieron los focos rojos. ¡Yo era el ganador, pues llevaba la botarga roja! ¡Ya estaba en la final ... ! Después me explicaron que me habían proclamado triunfador por una acción de tres puntos y mejor técnica.
Lo primero que hice fue pedir una conferencia a México. Quería hablar a mi casa y decirle a mi padre que en unas horas disputaría la medalla de oro. Pero en mi casa ya lo sabían. Habían visto la lucha por la televisión. Mi padre estaba feliz; también mi madre y mis hermanos... Y yo, por supuesto: mi existencia deportiva ya tenía razón de ser, una justificación...
Ahora sólo faltaba esperar a que llegara la tarde de aquel 2 de agosto y, con ella, el combate final. No pude comer, no tenía hambre. Creo que la felicidad y la emoción por llegar a ese encuentro me mantenían vivo.
Mi rival, el japonés Adsuji Miyahara, había logrado el campeonato mundial en 1983 y era, en mi división, el enemigo a vencer. Llegaba invicto al combate final, después de haber mostrado gran superioridad técnica sobre cada uno de sus contrincantes. No obstante, yo sabía que podía vencerlo; me encontraba al ciento por ciento de mis capacidades. Mi táctica sería tratar de sorprenderlo; tendría que actuar, por tanto, con gran rapidez. Así empecé la lucha. Pero él logró contenerme. Y así íbamos, 0-0, después mi penalización y aquel toque de espaldas cuando él intentaba el suplex...
Cuando acabó la lucha, mis sentimientos se mezclaban me confundían terriblemente. Por un lado, sabia que, de cualquier forma, la medalla de plata era una gran conquista; ni más ni menos, la primera que México conquistaba en lucha grecorromana en unos Juegos Olímpicos... Pero, por otro, sentía frustración y rabia. Rabia, porque sólo el oro hace que pueda ser interpretado el himno- de tu país; frustración, porque hasta el último momento esperé que, al ver el video de la lucha y esa acción en la que el japonés estuvo de espaldas sobre la lona, el jurado y la federación revocarían el fallo, como ya lo habían hecho en anteriores y controvertidas decisiones. Pero no fue así..
Definitivamente, ese fue mi único sentimiento de fracaso porque, como deportista y como ser humano, regresé con la satisfacción de haberlo dado todo, en todo momento, por la victoria... Con la satisfacción de que en mí no hubo eso de que no le eché ganas, que me faltó un poquito, que me guardé algo. Ese día salí de la arena de Anaheim con la satisfacción de que no me quedé con un ápice de esfuerzo por salir con la victoria. Y más satisfecho aún porque estaba, como lo estoy ahora, consciente de que le gané a Miyahara.
No obstante, todos aquellos sentimientos encontrados desaparecieron en el momento de la premiación. Ahí, en el podio, las cosas se ven diferentes. Ya puedes hacer un análisis más frío, ya te serenaste; ya ves que izan tu bandera y escuchas a tus compañeros que te echan porras, y también oyes aquel grito inolvidable: ¡México!, ¡México!, ¡México!..." Los aplausos se meten por tu piel y te dan escalofríos. Y te dan ganas de reír y de llorar. Es una experiencia que jamás se borra...
Eso de obtener una medalla olímpica representa, sinceramente, la satisfacción máxima de mi vida. Es algo que no se puede cambiar con nada. Sólo las personas que están junto a ti en el momento del combate, las que comparten los sacrificios para bajar ocho kilos. gramos y competir con mejores posibilidades, las que comparten triunfos y derrotas y están contigo en las largas y cansadas jornadas de entrenamiento, saben lo que significa estar en el podio de vencedores. Yo sostengo que cuando un deportista sube a recibir una medalla, un trofeo o un diploma, lo hace como representante de un grupo de personas que lo apoyan, Nadie lo logra solo. En mi caso, en el podio, representé a mis padres, a mis hermanos, a los entrenadores y a mis amigos que, en un esfuerzo mancomunado, me apoyaron ciento por ciento. Por eso los recordaba, a cada uno de ellos, cuando me colocaron la medalla. Sabia que les había respondido, que no les había fallado; que no había sido en vano el trabajo, el tiempo que me dedicaron mis entrenadores a quienes siempre rendiré homenaje: Roberto Vallejo, Enrique Jiménez, Pablo Gómez, el cubano Sixto Rodríguez, el soviético Constantin Yaltov y el rumano Yajaelb Constantin.
DE ESTIMULOS Y RECONOCIMIENTOS
La obtención de la medalla significó algo más para Daniel:
El gobierno capitalino le obsequió un departamento, un auto compacto y otros premios.
Daniel:
- Pero, definitivamente, nada fue más valioso para mí que aquel recibimiento en el aeropuerto. Fueron más de diez mil personas espontáneamente, a convivir con nosotros, esas cosas llenan más que lo material...
Ahí estaba yo, firmando autógrafos, viendo a la; gente contenta con mi actuación, las miradas de admiración de los niños; sabiendo, pues, que en este nuestro país, donde estamos tan extranjerizados, todos nos sentimos orgullosamente mexicanos.
Aquella noche, de vuelta en casa, Daniel:
- Sentir que eres el mismo, pero que la vida no podrá ser igual para ti porque has adquirido, de hecho, una serie de responsabilidades con tu país, con la niñez y con la juventud; con toda la gente. Porque uno tendrá que tener mucho cuidado y no cometer ningún error, ya que esa falla se va a canalizar negativamente hacia la juventud. Uno no puede ser un seudo valor, un seudo ejemplo. Tiene que ser íntegro.
DE UNA MEDALLA ROBADA... Y DEVUELTA
Recuerda Daniel una dolorosa anécdota pero con final feliz:
Eran los primeros meses de 1985 y con la medalla que gané en Los Ángeles no es de plata, me recomendaron que la llevara a una joyería para que le dieran una pulida y le pusieran una capa de barniz para que se conservara pulcra y bonita. Y así lo hice.
Cuando el trabajo fue hecho, guardé- la, medalla en su estuche y la metí en la guantera de mi coche.
Seguí mis actividades cotidianas y, en cierto momento, tuve que dejar estacionado mi coche en la calle. Al llegar por él me sentí morir: ¡me lo habían robado! No me preocupaba ni el coche ni nada de lo que iba adentro, a excepción de mi medalla. Había trabajado mucho para obtenerla y así, de pronto, alguien me la había arrebatado... Yo me sentía vacío; como si me hubieran arrancado una parte muy importante de mi propio ser.
Como es natural, levanté una acta. Hasta la fecha, el coche -un Le Barón '81- no aparece... Pero, como a los doce días del robo, al llegar la noche se escuchó un fuerte ruido en la calle: el clásico ruido de cuando una piedra rompe un cristal. Era un bulto, envuelto en periódicos: ¡El estuche y la medalla! me la devolvieron. Y es que en el auto tenía muchas fotos, recortes, documentos en los que aparecían mi nombre y dirección. Así que quien se robó el carro sabía de quién era. No podía creer que otra vez tenía la medalla entre mis manos. La besé. Después la guardé en un lugar más que seguro.
Poco después de aquel incidente y como consecuencia de una lesión, Daniel tuvo que retirarse del deporte activo. Entonces prosiguió, ya normalmente, con sus estudios de Derecho. Hasta que se graduó.
Es, en la actualidad, promotor y encargado del deporte en una organización sectorial en el Distrito Federal.
Conserva su imagen de hombre sano y juvenil.
Fuerte, siempre sonriente, con el cabello castaño claro y la voz amable, como amable es, en todo momento, su actitud.
Daniel:
-En la política encontré una nueva forma de luchar por mi país.
Poco más tarde, al fundarse la Asociación de Medallistas Olímpicos, A.C., fue electo como vocal.
Daniel:
- Hemos comentado que nuestro deber es tratar de canalizar a nuestra juventud para que no se desvíe hacia la drogadicción, el pandillerismo o el alcoholismo. Para lograr eso, hay que tratar de brindarle opciones, alternativas fáciles y cada día mejores. Por supuesto que no será fácil, pero hacerlo, más que una obligación o una responsabilidad, se ha convertido para nosotros en una obsesión.
- En lo personal, me preocupan los problemas sociales. La sociedad mexicana va cambiando día a día por los problemas que prevalecen; se va despersonalizando. Cada día que transcurre, nos sentimos menos orgullosos de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra ciudad, de nuestro país y de nosotros mismos. Y ese sí que es un grave problema, pues si nosotros no sentimos orgullo de ser mexicanos, va a ser difícil que salgamos adelante. Y es aquí donde hay que poner en práctica lo mucho que uno aprende del deporte: es este el momento en el que hay que ponerse la camiseta de mexicanos y enfrentar a ese, rival tan poderoso que es la crisis en todos sus órdenes...
- También en el deporte aprendí que es fundamental que sepamos qué es lo que hacemos, que amemos lo que hacemos y que creamos en lo que hacemos... Sólo así se puede llegar a la superación y a las máximas alturas.
Sólo así, acaso, podrán ser derribados los gigantes encapuchados, como aquellos de la niñez...
¿O no Daniel?
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Ernesto Canto Gudiño
Medalla de oro
Caminata
Los Ángeles 1984
Solamente un ídolo deportivo tendría, Ernesto Canto:
Daniel Bautista.
Fue primero, su inspiración; después, su amigo cercano; su compañero de habitación en largas concentraciones.
Rieron y lloraron juntos.
Los dos fueron campeones olímpicos.
Los dos dejaron de serlo por decisiones arbitrales.
Y estuvieron allí, unidos, en aquellos momentos.
Bautista, siempre Bautista...
Canto:
- Mi vida deportiva quedó marcada en tres de los instantes en los que Daniel Bautista cruzó. por mi existencia.
Diciembre de 1972.
Canto:
- Yo era un chamaco de 13 años. Había ocupado el segundo lugar en los juegos prenacionales, lo que me permitió el derecho de representar al Distrito Federal en el Campeonato Nacional que se disputaría en Monterrey.
Cuando llegué a la pista no podía creer lo que estaba viendo: ¡Daniel Bautista y Raúl González serían los jueces ... ! Este último era ya un atleta consumado; había representado a México en los Juegos Olímpicos de Munich apenas unos meses atrás. Pero fue Daniel el que más me impresionó, acaso por su simpatía, por su don de gentes, por su sonrisa limpia y franca. Ellos dos fueron mi gran estímulo en esa competencia y finalmente, quedé en primer lugar en la categoría infantil B, sobre 600 metros de marcha. Cuando Daniel me entregó el premio, yo no me cambiaba por nadie...
1975:
Octubre. Juegos Panamericanos, en México
Canto:
- Yo era ya campeón centroamericano y juvenil en los diez kilómetros -título que conquistó a los 14 años en Caracas, 1973- y logré acreditarme como personal de apoyo en la prueba de caminata en los Panamericanos. Mi interés era ver de cerca a los mejores atletas del continente, sentir la competencia; ver el esfuerzo del triunfador, aprender de su técnica, de su táctica. Todo eso me hizo vivir Bautista: le vi impulsarse, luchar contra el grupo que quería darle caza, superar a Larry Young; le vi la fuerza en los movimientos y su depurada técnica al caminar. Fue la mejor escuela para mí. Y sentí como algo muy mío su victoria. Como si yo fuera aquel que saludaba al público y recibía la ovación...
Julio de 1976.
Se disputan, en Montreal, los XXI Juegos Olímpicos.
Canto:
- En esa competencia de los 20 kilómetros de caminata y sin saberlo él, Daniel Bautista me enseñó que un deportista mexicano sí puede ser un ganador. Con su gran actuación me infundió su mentalidad de ir siempre adelante. Esa victoria de Daniel, lo digo sin reservas, marcó para siempre mi vida deportiva.
24 de julio de 1980
Prueba de 20 kilómetros de marcha dentro de los XXII Juegos Olímpicos, en Moscú.
Canto:
- Por una lesión durante los entrenamientos en Puno, Perú, no pude competir en la capital soviética. Pero las autoridades me permitieron viajar y acompañar a la delegación. Ese día de la prueba estaba ayudando a los muchachos en el circuito al lado del río Moscú. La última vez que vi a Daniel en la pista fue cuando le quedaban 300 metros para el retorno y dar la última vuelta. Le faltaban como dos kilómetros y tenía buena ventaja sobre el soviético Anatoly Solomin y el italiano Mauricio Damilano que iba muy rezagado." ¡Ándele mi negro, vamos, la medalla es tuya!", le dije y me fui al estadio. Cuando llegué, la gente de la delegación mexicana me preguntó cómo venía Daniel. "Seguro gana", respondí. En la pantalla electrónica todavía lo vimos como líder. Así que nos e mocionamos cuando se abrió la puerta del maratón. Esperábamos verlo de un momento a otro. De pronto vi aparecer a Damiano y la angustia se apoderé de mí. "¡Ya lo descalificaron!", pensé y corrí hacia el circuito. Allí encontré a Daniel. Había llorado. Estaba solo. "¿Qué pasó, Negro?". Su rostro era de desconcierto. Sólo pudo extender las manos y decirme: "¡Me descalificaron!" Lloramos los dos. Entonces le prometí, me prometí a mí mismo que en Los Angeles devolvería a México esa medalla que ahora nos habían quitado.
Lo hizo Ernesto.
Cuatro años después fue campeón olímpico.
Su amigo, su ídolo, estuvo ahí, para abrazarlo.
Pero al morir el siguiente ciclo olímpico, en Seúl 88, fue Canto quien lloró en el hombro de Bautista su propia descalificación.
- Volverás-, le dijo el Negro.
El primer ejemplo fue en casa.
Enrique Canto Velázquez, padre del andarín, era un destacado jugador de basquetbol.
Ninguno de sus hijos olvida aquella victoria que el equipo de su padre consiguió cuando, en los instantes finales del encuentro, don Enrique anotó una canasta desde la media cancha.
Ernesto:
- Al día siguiente, en la escuela, ninguno de mis amigos quería creer que eso había sucedido...
Pero don Enrique no tuvo tiempo sólo para practicar el deporte, sino que fue, definitivamente, el principal impulsor para que sus hijos lo practicaran también.
Ernesto:
- A él y a mi madre -la señora Guadalupe Gudiño- les debemos todo. Comenzaron por ofrecernos una infancia tranquila y feliz. Nunca vivimos con grandes lujos, pero jamás nos faltó nada. Ellos procuraron conjuntar realmente una familia y lo lograron a plenitud. Y si al principio todos en casa íbamos a ver jugar a mi papá, después nos tocó el turno a'~ nosotros.
Los hermanos de Ernesto optaron por el futbol americano y el voleibol. A él le gustaba el futbol, el basquetbol y el voleibol. Y fue seleccionado en el colegio donde estudió la primaria en esas tres actividades. El panorama se repitió en la secundaria 94, en donde además, Canto se adentró en el atletismo y pronto: comenzó a sobresalir en las pistas, hasta que su profesor de educación física, Miguel Angel Sánchez, actual director técnico del equipo mexicano de marcha y quien años atrás formó parte de él, (fue compañero, entre otros, de José Pedraza, Pablo Colín y Eladio Campos en la escuadra nacional) descubrió en él dotes de andarín.
Ernesto:
- Fue, lo recuerdo muy bien, el 21 de febrero de 1972. Yo tenía apenas 13 años nació el 18 de octubre de 1959- cuando el profesor Sánchez me hizo practicar la caminata. Yo no tenía ni idea de lo que era eso, pero ya sabía quién había sido el sargento Pedraza y lo que había hecho en los Juegos Olímpicos de México, cuando yo tenía apenas 9 años. M primera competencia oficial fue tres meses después. Quedé en sexto lugar en una prueba de 600 metros, pero fui seleccionado para ir a otro torneo, ya de mayor nivel del sector escolar al que pertenecía. Allí también ocupé el sexto lugar, pero como seleccionaban a los seis primeros, pues sin darme cuenta ya estaba en unos juegos delegacionales. En ellos obtuve el tercer lugar y me escogieron para ir a los prenacionales, en julio de 1972, en Hermosillo. Y de ahí a Monterrey, donde conocí a Bautista y a Raúl González...
Ernesto partió, entonces, hacia una de las carreras deportivas más exitosas y controvertidas que haya tenido un atleta mexicano.
Canto:
- Estaba muy lejos de imaginar, aquel día en Monterrey, que con el paso del tiempo llegaría a ser tan buen amigo de Daniel. Nos volvimos inseparables. En giras o en las sesiones de entrenamiento compartimos habitación en todas las concentraciones., Compartimos, también, triunfos y momentos amargos...
Todo pasó rápidamente.
En 1973 y ya como juvenil, Ernesto Canto ganó el campeonato del Distrito Federal y conquistó -en la distancia de dos mil metros- prenacionales y nacionales. Entrenaba bajo la mirada atenta del profesor Sánchez. Unas veces en la pista del Plan Sexenal y otras en un callejón aledaño a su escuela que, coincidentemente, estaba ubicada frente al Centro Deportivo Olímpico Mexicano al que Canto ingresaría unos meses después, cuando el profesor Sánchez lo recomendó al entrenador polaco Jerzy Hausleber. El europeo observó a Canto durante varios días, le hizo algunas indicaciones que mejoraron su técnica, lo invitó a competir en los recientemente creados Campeonatos Centroamericanos y del Caribe de atletismo juvenil... Canto tenía 14 años cuando por vez primera viajó al extranjero. Y regresó con una medalla de oro: fue campeón en Maracaibo, Venezuela, de la prueba de los diez kilómetros en la que registró un tiempo 48'38".
Y de ahí en adelante Canto dedicaría su vida entera a la caminata.
En 1976 repitió, en Jalapa su victoria en los Centroamericanos Juveniles. Y recibió, entonces, una buena noticia; una espléndida noticia: ya formaba parte del equipo nacional. Sí, al lado de aquellas sus admiradas figuras: Daniel Bautista, Raúl González, Martín Bermúdez, Enrique Vera, Domingo Colín, Pedro Aroche... La escuadra mexicana que comenzaba a marcar toda una época en la caminata...
Canto:
- Ya corría el año de 1977. Y yo como en un sueño. Más cuando, una tarde, el profesor Hausleber nos reunió y nos informó que participaríamos en una gira por Europa... ¡Imagínate!... A los 18 años de edad iría a competir contra los mejores andarines del Viejo Mundo, y en su propio terreno... ¿Qué más podía pedirle a la vida?
Por lo pronto, no primeros lugares en su especialidad: los 20 kilómetros.
Porque esos pertenecían a Bautista, a Colín...
Ernesto:
- En aquella gira aprendí muchísimo. Y también obtuve grandes satisfacciones., Por ejemplo: en Roma alcanzamos las primeras cuatro posiciones. Daniel, Domingo Colín, el Archie Angel Flores y yo superamos al italiano Armando Zambaldo, quien había ocupado el sexto lugar en Montreal. Esa actuación fue muy importante para mí: me motivó, me dio confianza y sobre todo, me permitió aprender algo de mi gran ídolo. Lo veía esforzarse al máximo desde las propias prácticas y me decía a mí mismo: "Tienes que pasar por todo eso, esforzarte igual, cumplir con los mismos entrenamientos -que en muchas ocasiones son más fuertes y difíciles que las competencias-; sólo así podrás llegar a ser igual que Daniel". Aprendí pues, a trabajar y a competir...
Aquella indiscutible superioridad de Bautista y Colín en los 20 kilómetros no permitió a Canto sobresalir en esos sus primeros años en el equipo titular. Pero a partir de 1979, cuando ocupó el segundo lugar en el Centroamericano y del Caribe de mayores -junio, en Guadalajara comenzó a perfilar su real valía.
Y empezó a ascender. Lentamente, pero a ascender.
En ese 1979: sexto lugar en la Copa Lugano, Escliborn, RFA, con marca de 1h.21'12"; tercero en un torneo internacional en Montreal con tiempo de 1h 21'52".
1980:
Año de Moscú.
El equipo mexicano de caminata emprendió por Europa la gira previa a la competencia olímpica...
La gira que determinaría quiénes serían nuestros andarines en la capital soviética.
Cuando finalizó la excursión, Canto presentó estos números:
Primer lugar en Rusé, Bulgaria, con tiempo de 1h 19'01"; tercero en Chernasky, URSS, con 1h 20'01" y mismo puesto en Bergen, Noruega, con marca de 1 h 22'41 ".
Ya nadie lo dudaba: Ernesto sería, en Moscú, uno de los rivales a vencer.
Pero...
En Puno, Perú, se escribió una historia que lo dejó fuera de los Juegos Olímpicos.
Es una historia que cuenta el propio Ernesto:
- Debíamos de entrenar en Bolivia, pero la situación política de este país no nos garantizaba una completa seguridad. Así que, a principios de junio, el profesor Hausleber decidió que viajáramos a Puno, ubicado en la misma parte del altiplano boliviano y también cerca del Lago Titicaca. Fue una odisea llegar a Puno, un pueblo pequeño y pobre, de casas humildes, Aquella noche dormimos en un hotel frente a la estación, sin lujos, con muchas carencias las camas eran terribles. Después conseguimos hospedaje en un hotel mejor: el Tambo Titicaca, junto al lago. En ese hotel, por cierto nos andábamos quedando para siempre Daniel y yo; como hacía tanto frío, dormíamos con el calefactor de gas encendido. Pero una noche se nos apagó el calentador y como ya estábamos dormidos ni cuenta nos dimos. Afortunadamente el profesor Hausleber entró a nuestra habitación para checar si ya estábamos descansando y se dio cuenta de que olía mucho a gas, entonces nos despertó, abrirnos puertas y ventanas y cerramos el calentador. Un rato más y...
El grupo respondió a las maravillas en los entrenamientos. Había una gran disposición para el trabajo y una impecable armonía. Cada uno tenía cierta presión, pero nunca hubo conflictos de grupo. Las prácticas eran intensas., Nos levantábamos a las seis y media y a veces hacíamos un aflojamiento, ya que teníamos la carretera a 20 metros del hotel. A las 9 de la mañana empezaba el trabajo fuerte. Después del calentamiento caminábamos juntos 10 o 15 kilómetros. Después nos separábamos: los de 20 kilómetros hacíamos un entrenamiento especial; González, Bermúdez y Vera, que competían en los 50, buscaban más la resistencia que la velocidad.
Pero ya después de cuatro semanas de entrenamiento y faltando como 15 días para los Juegos, empecé a sentir serios dolores en la pierna izquierda. Los médicos Salvador Garayzar y Esteban Maciel detectaron una periostitis por fatiga de¡ músculo y la tibia. Al principio podía mejorarme con aplicaciones de hielo e inyecciones. Pero después fue imposible, no podía caminar. La pierna se me inflamó impresionantemente; sábía que sería muy difícil que pudiera competir, pero mantenía la esperanza. Cuando autorizaron mi viaje me renació el entusiasmo e, inclusive, caminé ligeramente un par de días en Holanda. Pero a dos días de la competencia el profesor Hausleber me dijo que no, que era imposible que participara. Que podía sufrir una lesión mayor. Raúl, el más rápido de los cincuenteros, tomaría mi lugar. Me animó, me dijo que él había pasado por una situación similar; que yo era muy joven y podría recuperarme... De todos modos fue un golpe muy fuerte a los 20 años. Sentir esa impotencia es aniquilante.
Vendrían varios impactos más.
La descalificación de Colín... Pero, sobre todo, la de Bautista.
Ahí estaba Canto.
Ernesto:
-No obstante la descalificación de Colín, se mantenían las esperanzas de una medalla, porque Bautista iba en punta, como siempre. Raúl comenzó a rezagarse poco después, pero ya entonces Daniel se despegaba de¡ grupo puntero y se enfilaba al estadio... Después vino su descalificación. Fuimos a los vestidores y ahí tratamos de consolar al soviético Anatoly Solomin, descalificado minutos después que Daniel. Para él sí era dramático: perder en casa y en esa forma, cuando tenía la medalla de oro prácticamente asegurada. Pasaba por una fuerte crisis emocional, después, Daniel y yo nos fuimos a la Villa Olímpica. Volvimos a recordar lo sucedido y ambos lloramos. El había decidido retirarse de las competencias; yo le prometí que ocuparía su lugar... Que haría regresar a nuestro país la medalla que nos habían quitado esa tarde.
Después vendría el azote final: las derrotas en la prueba de los 50 kilómetros.
Y el escándalo en México.
Las acusaciones recíprocas.
Las demandas.
Y la división total.
Se había resquebrajado el más importante equipo de marcha en la historia del deporte.
Ernesto:
-Pero yo tenía que seguir. Tenía mucho que demostrarme a mí mismo... Tenía que cumplir con la palabra empeñada.
Contaría con cuatro años para ello.
A aprovecharlos, pues.
1981:
El 3 de octubre y en la Copa Lugano, disputada en el circuito de El Saler -Valencia, España- Ernesto da el primer paso hacia sus metas olímpicas: en un apretadísimo final se impone al alemán oriental Roland Wiser, al italiano Alessandro Pezzatini, al soviético Eugen Evstukov y al español José Marín, mientras que el inesperado campeón olímpico, el italiano Mauricio Damilano, finaliza en sexto lugar. Canto se impone con tiempo de 1 h 23'52".
Ernesto:
-Ese año gané la Semana Internacional y también obtuve triunfos en Noruega y en Suecia, pero la Copa Lugano tuvo un especial significado para mí, porque había vencido a los mejores en la prueba más reconocida. Sentí que me acercaba; que podía cumplir con aquella palabra empeñada en Moscú.
El 20 de noviembre, Ernesto Canto recibe, el Premio Nacional del Deporte. Le es otorgado en Los Pinos, por el presidente José López Portillo.
1982:
En abril, Canto triunfa en la Semana Internacional -disputada en Jalapa-. Con tiempo de 1h 23'12" se impone a los soviéticos Solomin Yevstikov y Mat Viejev. Meses más tarde y en La Habana, otro primer lugar. Registro: 1h 26'25".
1983:
Ernesto es considerado, el mejor andarín del mundo en los 20 kilómetros. Y el grupo de marcha recibe todo el apoyo de los organismos deportivos mexicanos. En abril, Canto reitera su jerarquía en la Semana Internacional: 1h.25'49" en agosto, la medalla de oro en los Panamericanos de Caracas y en septiembre, Helsinki, ¡campeón mundial!: resiste el acoso del checoslovaco Joseph Pribilinec y gana con tiempo de 1h.2T49". Poco después, en Bergen y durante la disputa de la Copa Lugano, Pribilinec cobra venganza: lo supera por sólo 10 segundos. No obstante eso, Canto recibe el trofeo Hispanidad 83, como el mejor deportista del año.
1984:
Ya. ya se acercan los Juegos Olímpicos... Ernesto:
-La táctica sicológica diseñada por Hausleber fue la de atacar récords y marcas mundiales... Presionar a quienes serían nuestros rivales en Los Angeles.
. 1 El 5 de mayo, sobre la franja sintética del estadio Fanna, en Bergen, Ernesto impone el récord de la hora: recorre 15,253 m. la marca anterior era del soviético Valdas Kazlauskas, con 15,129 m. Y al día siguiente: ¡récord mundial en los 20 kilómetros que aún se conserva!: 1 h 18'38" el anterior pertenecía a Daniel Bautista: 1h.19'49". Al regresar a México, Raúl González rompe la supremacía de Ernesto en la Semana Internacional en Guadalajara lo relega al segundo lugar; Pribilinec finaliza tercero.
Y ya.
A Los Angeles.
Ernesto:
-Había sido excelente ese trabajo a lo largo de cuatro años. El triunfo de Valencia en 1981, el de Helsinki en 1983 y los récords en la primavera de 1984, me daban la confianza necesaria para aspirar a la victoria olímpica. Estaba seguro, por fin, de poder cumplir con aquella promesa... Estaba listo, para convertir en realidad mi sueño de verme en el podio olímpico con la medalla de oro colgada al pecho.
3 de agosto.
Prueba olímpica: 20 kilómetros de marcha.
Gran expectación...
¿Qué sucederá hoy?
Cuatro años atrás, en Moscú, no había dudas: llegarían las victorias.
Pero la realidad fue aplastante.
¿Y ahora?
Temprano comienza el día para los competidores.
Metámonos en el de Ernesto Canto:
-Me desperté como a las 9 de la mañana, Después de bañarme desayuné un emparedado. Conversé con algunos atletas y fui a recostarme, a tratar de relajar la tensión. EntonceS recordé toda mi vida en el deporte: el largo camino que tuve que recorrer, desde la secundaria, para encontrarme ya a unas cuantas horas de la competencia final. Ese era el día más importante de mi vida. Ya todo lo anterior era historia. Ahora estaba allí, en los Juegos Olímpicos y sentía el apoyo de mi familia, su presencia me dio gran confianza. En ese momento me di cuenta que no podría haber un mañana; que tenía que ser ese día o nunca más, no podía defraudar a nadie, comenzando por mí. Quise pulir mi plan de competencia, pero sólo vino a mí aquella simple táctica de Daniel: ir siempre adelante, marcar el ritmo, no intimidarse, manejar la competencia... Comí ligeramente y luego me fui al estadio. Quería que empezara la prueba ya, lo más pronto posible. Tarde radiante aquella.
Las tribunas multicolores del Memorial-Stadium estaban repletas.
No había un asiento vacío. Poco más de sesenta mil espectadores presenciarían las semifinales de los cien metros y los 400 con vallas: iban a ver en acción a Carl Lewis y a Edwin Moses... Pero mexicanos y latinoamericanos aguardaban otra prueba: los 20 kilómetros de caminata.
Había viejas cuentas que saldar...
Se alinean en la pista los andarines.
17:15 horas. Suena el disparo.
Y allá van...
Al frente, con la camiseta marcada con el número 632, se instala Ernesto Canto. Le acompañaban sus compatriotas Raúl González y Marcelino Colín, el estadounidense Marco Evoniuk y el italiano Mauricio Damilano. Se cumplen ya las cinco vueltas a la pista atlética de 400 metros cuando el canadiense Guilleume Leblanc toma el mando de las acciones. Es el primero en salir por la angosta puerta del maratón rumbo al calor infernal del boulevard Exposition. El termómetro sube hasta los 30 grados centígrados.
Ernesto:
-No lo seguimos. Sabíamos que era una locura caminar así. Efectivamente: a los pocos kilómetros Leblanc comenzó a ceder y yo tomé la punta. En el grupo íbamos Raúl, Marcelino, los italianos Mattioli y Damilano y el australiano David Smith.
Canto es primero en los cinco kilómetros. Tiempo: 20'46".
Continúa a la cabeza en los diez kilómetros. Tiempo: 40'33".
En el grupo puntero se encuentran: Raúl, Leblanc y Damilano, quien quiere demostrar que es un auténtico campeón olímpico.
Ernesto:
-Al kilómetro 12 Damilano intentó irse, pero lo contuvimos. Lo dejamos que caminara un rato al frente, pero muy bien vigilado: íbamos como a 20 ó 30 metros de distancia de él. Al llegar a los 15 kilómetros, LeBlanc se había fundido por el calor. Cuando cruzamos el kilómetro 18, Damilano se empezó a quedar y Raúl con él. Entonces me dije: "¡Es el momento!". Aceleré y ya no volteé a verlos. Cuando entré al túnel ya no escuché ruidos de respiración a mis espaldas. Recorrí ansioso esos cien metros hasta que atisbé una luz; era la luz de la pista, del estadio y apresuré el paso... ¡Fue grandioso el momento!... La gente se puso de pie y comenzó a gritar y a aplaudirme. Cientos de banderitas mexicanas eran agitadas en las tribunas y me reanimé totalmente. Ya no sentí el cansancio. Lo que más deseaba era cruzar la meta, ganar... Cuando lo hice me decía a mí mismo: "¡Aquí estoy!... ¡Lo he logrado!... ¡He cumplido mi promesa!...
Ernesto detuvo los cronómetros en 1h 23'13": medalla de oro.
Siete segundos después arribó Raúl González: medalla de plata.
El 1-2 que se daba como un hecho en Moscú llegaba en Los Angeles,
Ernesto:
-Fue el pago al gran esfuerzo. Habían sido doce años los invertidos para ver cristalizado ese sueño... Lo menos que quería era que terminara esa fiesta en el estadio.
EL MOMENTO MAS SUBLIME
Minutos después, la premiación.
La realiza el catalán Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional.
Y se escucha el Himno Nacional Mexicano.
Y, a un lado de la pista, dos banderas tricolores son izadas hasta lo más alto.
Canto:
-Ese es el momento más sublime que pueda vivir un deportista... La medalla es la constancia, es la realidad que ves y tocas. Pero oír el himno y observar a tu bandera arriba de todas las demás es indescriptible... En ese momento yo recordaba aquella promesa hecha cuatro años atrás...
Ocho días después, Ernesto participaría con Raúl González y Martín Bermúdez en la prueba de los 50 kilómetros. Pero, muy agotado por el esfuerzo anterior, finalizó en décimo lugar, a seis minutos del ganador: Raúl González. Bermúdez fue descalificado.
UN MAL PRESAGIO
Sinónimos de medalla de oro olímpica:
Agasajos, homenajes, recepciones, invitaciones, clausuras, abrazos, inauguraciones, sonrisas, fiestas, popularidad...
Y enojo: el de Hausleber porque sus pupilos se dispersan. Se alejan de los campos de entrenamiento.
Canto:
-Era comprensible su disgusto. Nosotros mismos llegamos a entender que, en cierta forma, éramos usados, pero no había manera de apartarse de todo esto porque, por otra parte, era un reconocimiento a tu esfuerzo, a lo que habías hecho porque, en lo material la medalla de oro no representa casi nada. El gobierno me obsequió un departamento y un automóvil compacto. Eso fue todo. Para sostener mi nuevo ciclo de trabajo tuve que hacer unos comerciales para la televisión, que no me fueron bien pagados y aceptar el apoyo de una marca deportiva extranjera, con material, implementos y una cantidad en efectivo. De no haber sido así, no hubiera podido cumplir con mi siguiente objetivo.
-¿Cuál era?
-Seúl 88. Sí... Ahora seria por mí mismo. Sabía que sería un reto aún más difícil que el de Los Angeles, pero me tuve confianza. Pensaba:
-"Se que tengo la capacidad y la calidad como para aspirar a ganar otra medalla de oro en Juegos Olímpicos... Claro, ya tengo - una, pero cuando se llega a este nivel, uno quiere seguir adelante para dejar huella, para satisfacerse así mismo, a pesar de que las presiones sean más fuertes" . Y me decidí a hacerlo.
Ernesto reflexionaba, pero el tiempo pasaba lastimosamente y Hausleber confió a un reportero:
-Todo esto es un mal presagio...
Y, mientras tanto, Raúl González anunciaba su retiro de la caminata.
Ernesto:
-Llegó el momento en que dejamos agasajos y homenajes para dedicarnos a competir. En abril de 1985, sin estar adecuadamente preparado, abandoné en la Semana Internacional Jalapa. Pero no tenía mucha importancia: salvo la Copa Lugano, a disputarse en Isla del Hombre, Inglaterra, no había un gran torneo a la vista. A mediados de año gané el campeonato nacional, en el autódromo de la Magdalena Mixhuca, con excelente tiempo de 1h 23'50" que ni el propio Bautista logró aquí.
7:19 horas del 19 de septiembre de 1985
Un sismo despierta violentamente a la ciudad.
Y no sólo la sacude en un estertor mortal: la derriba en parte. La incomunica. Viste de dolor sus pequeñas calles y sus grandes avenidas. Mata a su gente entre los escombros de edificios que se desmoronan, que se queman.
Llora el pueblo que abre los ojos azorado. Pero ya está en la lucha mientras la tragedia zigzaguea. Será más fuerte que ella. Se une. Se solidariza...
Una bella lección arrancada al llanto.
Ernesto:
-Nosotros nos preparábamos ya para salir a Inglaterra, pero de inmediato cancelamos el viaje. Y nos quedamos a ayudar. El profesor Hausleber y todo el equipo se dedicaron a auxiliar a los más necesitados. Fuimos a trabajar bajo los escombros, a jalar piedras, a hablar con la gente, a servir en lo que podíamos...
En 1986 Canto conquistó, sin problemas, la medalla de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Santiago de los Caballeros, República Dominicana.
Pero fue todo en ese año.
Porque, a partir de ese momento, se hizo más pronunciada la curva del declive:
Derrota en la Semana Internacional -en la que ganó el checoslovaco Pribilinec- y sólo regular actuación durante una gira por Europa.
En septiembre y como poseedor del récord mundial, fue invitado a Hildesheim RFA. Pero enfermó de pulmonía unas semanas antes de la competencia y muy debilitado, abandonó la prueba.
Se desploma el equipo.
Hausleber se desespera.
No, ya no hay motivación.
Hasta que una noticia impacta al grupo entero, en los primeros días de 1987: Raúl González anuncia que vuelve a la caminata, y que en breve iniciará su preparación con miras a los Juegos Olímpicos de 1988.
A despertar todo mundo.
Dijo Hausleber:
-Creo que era la motivación que necesitaban los muchachos.
Ya es año preolímpico.
El tiempo apremia.
Hausleber diseña un muy interesante calendario anual de competencias.
Marzo: Semana Internacional, en Jalapa. Canto sorprende al registrar un tiempo de 1h 20'59".
Abril: 1er Campeonato Mundial de Caminata -antes Copa Lugano-, en Nueva York. Canto se propone lograr algo histórico: registrar un tiempo de una hora y 16 minutos. Pero, evidentemente, no está preparado para ello. Imprime un ritmo vertiginoso a su andar hasta que se debilita y pierde el paso. Finaliza en quinto lugar, a un minuto de distancia de Carlos Mercenario, el ganador.
Canto:
-En Nueva York caminé los primeros cinco kilómetros de acuerdo con lo planeado, pero me empecé a sentir mal y aminoré el paso. Todavía en primer lugar crucé los 10 kilómetros, pero al llegar a los 17 empecé a sentir fuertes calambres en todo el cuerpo y no pude recuperarme. No pude salir de la crisis de fatiga y movilidad. Y a un kilómetro de la meta me rebasaron Mercenario, Viktor Mosovik y otros. No me sentí mal, a pesar de no ganar, porque hice un buen tiempo 1h 20'25" y porque me di cuenta de que una marca de una hora y 16 minutos sólo se puede lograr sí se adquiere una inmejorable condición física y se compite en el terreno adecuado. Y esas no eran las circunstancias de ese momento.
Junio: llega con él uno de los incidentes más desagradables y controvertidos de la historia de la caminata mexicana:
Se ha programado, en el autódromo de la Magdalena Mixhuca un torneo de marcha con doble finalidad: será Campeonato Nacional pero, a la vez, selectivo para competir en los Juegos Panamericanos de Indianápolis que ya están a la vista.
Y sobreviene el escándalo. Ernesto es protagonista principal.
Primero: Canto aduce una lesión y no participa en la prueba de los 20 kilómetros, que finalmente gana Mercenario.
Segundo: en la prueba de los 50 kilómetros -en la que Raúl González busca recuperar su sitio en el equipo nacional-, Canto penetra a la pista, inopinadamente, en plena competencia. Y camina durante poco menos de 30 kilómetros. Va ahí, en el grupo que encabezan González, Bermúdez y Hernán Andrade. Infringe con ello todos los reglamentos. Hasta que decide salir. Y se va, tranquilamente...
Consecuencias: la Federación Mexicana de Atletismo sanciona enérgicamente al juez Alfonso Márquez de la Mora, quien permitió la anomalía. Por otra parte y en virtud de que Ernesto es campeón olímpico y también mundial, le permite formar parte de la selección mexicana, pero le hacen una severa amonestación. Esta llega a Canto por escrito. La recibe cuando ya está en Bolivia, donde la escuadra nacional realiza un campamento de altura.
Canto:
-Cometí un error y lo acepto: ese día me sentí en buenas condiciones y decidí entrenar. Hice lo que habíamos hecho en muchas otras oportunidades: caminar en una prueba. Sólo que no lo hice en el sentido inverso al de los competidores. Y eso se malinterpretó. Se dijo en la prensa que, en virtud de un supuesto pique con Raúl González, yo había tratado de perjudicarlo. Pero eso es falso. En ningún momento obstaculicé a Raúl o hice algo que pudiera entorpecer su competencia. Claro, en ese momento fue más válido que nunca aquel proverbio que reza: "No hagas cosas buenas que parezcan malas". Lo sucedido me afect6 emocionalmente, pero días después hablé con Raúl le expliqué mi actuación y todo quedó, aclarado entre él y yo.
Principios de agosto: Juegos Panamericanos, en Indianápolis. Canto abandona en el kilómetro seis. La prueba es ganada por Mercenario.
Ernesto:
-Caminé muy bien durante los primeros cinco kilómetros, pero de pronto sentí un tiron, un dolor muscular que me hizo parar. Caminé cuatro pasos más y me caí. Nunca me había pasado eso. Sentía más coraje y desaliento, por una lesión que por haber quedado fuera de la competencia.
Finales de agosto: 11 Campeonato Mundial -de Caminata en Roma. Canto es descalificado en el kilómetro 13.
Ernesto:
-Después de los Panamericanos fui tratado espléndidamente por los doctores Rafael Caballero y Jacinto Licea, quienes, como en un milagro, en un par de semanas me dejaron listo para la nueva competencia. Pero en Roma sucedió lo increíble: apenas habíamos salido el estadio y ya me había amonestado un juez. sentíamos que algo malo iba a suceder, pese a que la prueba se desarrollaba a un ritmo muy lento. Así sucedió por desgracia. Los jueces me descalificaron y unos kilómetros más adelante hicieron lo mismo con Mercenario... Habían ido los jueces y no mis adversarios, quienes me habían despojado del título.
Llevado por la , ira, Canto anunció su retiro.
Pero poco después y convencido por Mario Vázquez Raña, presidente del Comité Olímpico Mexicano, decidió proseguir en el deporte.
Vázquez Raña había ofrecido más apoyo a los marchistas e intervenir para que se practicara una revisión a fondo de los reglamentos internacionales de la caminata.
La escena se repetiría un año después, en Seú1 88.
Año olímpico que comienza mal para los marchistas que cumplen con la peor gira europea en la historia del equipo.
En el campeonato soviético, Canto es descalificado nuevamente.
Y, entre el desánimo colectivo, se apresta la escuadra nacional a defender, en pistas coreanas, los títulos olímpicos.
23 de septiembre: prueba de los 20 kilómetros de marcha.
La engalana el campeón, pero su rostro es sombrío.
Kilómetro siete: Joel Sánchez es descalificado.
Kilómetro 17: Ernesto Canto asume la delantera. Poco a poco deja rezagados al alemán oriental Ronald Weigel, al italiano Mauricio Damilano, al checoslovaco Pribilinec y al soviético Pechíne. Pero no avanzará más: ha acumulado ya tres tarjetas. El juez-árbitro, Ulfert Kranimer -aquel que poco antes de Moscú 80 decretara la primera descalificación de Daniel Bautista en una competencia internacional-, se interpone en su camino. Lo descalifica.
Invade a Ernesto la rabia, le mata la decepción, llora.
Encuentra un hombro amigo: el de Daniel Bautista.
Es a la inversa, la misma escena de 8 años atrás en Moscú.
-¡Esto no es justo!-, se queja. Volverás, Ernesto...
En la propia Seúl anunció Canto su retiro. Habló de un robo, "de un complot para perjudicarnos, porque de otra manera el oro hubiera sido mío".
Criticó enérgicamente la actitud de los jueces:
-Probablemente floté, sí, pero, ¿quién no lo hace en la actualidad? ¿Por qué sólo descalifican a los andarines mexicanos?
Y, como en Indianápolis, dijo que se iba.
Pero Mario Vázquez Raña volvió a hablar con él. Le hizo recapacitar. Le ofreció promover una reunión de jueces internacionales programada para 1989, en nuestro país-. Y Canto decidió continuar.
Hoy como en los viejos tiempos.
El entrenamiento.
El sacrificio.
El esfuerzo.
La pasión.
Suda Canto. Se afila su rostro.
-Me preparo intensamente -dice-... Ya tengo una nueva meta: Barcelona 92.
Sonríe optimista. Pero el gesto se vuelve duro cuando afirma el andarín:
-Porque es mucho lo que está en juego: mi prestigio, el de la marcha mexicana, mi amor por el deporte, mi compromiso conmigo mismo y con una afición que, a pesar de todo, no de creer en nosotros... Ahora vamos a pelear con nuevas armas, con técnica renovada que evite más injusticias como las ya vividas. Queremos que se escuche nuestro himno en tierras catalanas, y que en su cielo ondee nuestra bandera. Es un reto. Otro más. Pero el deporte está lleno de ellos.
Como aquel, que nació en Moscú....
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Héctor López Colín
Medallista de plata
Boxeo
Los Ángeles 1984
Principios de mayo de 1984...
Desde hace 10 años vive en Glendale, suburbio de Los Ángeles, aquí, donde en tres meses se disputarán los juegos de la XXIII Olimpiada.
Y es, sin duda, el mejor peso gallo en los Estados Unidos.
Nadie como él para integrar el equipo olímpico que defenderá los colores de la Unión Americana.
Pero no lo hará. Por dos razones:
La primera: tiene tan sólo 17 años.
La segunda: acaso su edad no sea determinante pero este peleador, al que apodan Huracán, se llama Héctor López, nació en la ciudad de México y conserva su nacionalidad.
Imposibilitado en el equipo de Estados Unidos.
Desconocido en México.
No hay posibilidad de cumplir el anhelo de pelear en los Juegos Olímpicos.
Héctor López Colín decide, entonces, acelerar su inminente ingreso al boxeo profesional.
Es ese su panorama al afrontar esta noche en la Sports Arena, un compromiso más en su ya larga carrera: la final de un torneo citadino. La ganará, por supuesto; su calidad es mucha. Boxea como un profesional; elude los golpes y contraataca con dos armas mortales: sus disparos son de lo más certeros y llevan el letal mensaje del nocaut.
Pero esta noche habrá de cambiar radicalmente su vida.
Porque al dar comienzo la función, el anunciador ha comunicado al público que entre los presentes se encuentra nada menos que el mexicano José Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo. Y el hombre que rige los destinos del máximo organismo boxístico es, desde hoy, uno de los más fervientes admiradores del boxeador mexicano radicado en Los Ángeles. Y es tanto su fervor, que habla de él con Raúl Ratón Macías, presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur Macías se deja llevar por el entusiasmo de Sulaimán.
Espera, espera un momento... ¿Héctor López, dijiste?
- Así es...
Revisa el Ratón un calendario.
- ¡Aquí está!. . A finales de este mes tenemos un dual meet contra una selección de California, en Santa Ana. Y ese muchacho del que hablas va a pelear contra Edgar García, nuestro preseleccionado olímpico en peso gallo. ¿Qué mejor oportunidad para verlo en acción?
Al día siguiente y en las instalaciones del Centro Deportivo Olímpico Mexicano, Macías sostiene una informal conferencia de prensa con algunos reporteros habla con optimismo del chamaco mexicano que vive en Los Ángeles, que tiene un récord espléndido de casi 80 peleas como amateur, que estaría dispuesto, ya lo ha comprobado mediante una entrevista telefónica a representar a México en la ya tan cercana Olimpiada y que en unos días enfrentará nada menos que a Edgar García, campeón nacional en peso gallo.
-¿Y si gana?-, pregunta un reportero a Macías.
- Habrá ganado, también, un lugar en el equipo.
Finales de mayo de 1984...
Santa Ana, California. Dual meet: preselección nacional mexicana contra selección californiana.
Peso gallo: Edgar García, por México, contra Héctor López, de California.
Nocaut en 45 segundos: combinación de gancho de izquierda abajo y remate con la derecha sobre la mandíbula. Edgar García cae. Se levanta en malas condiciones. El réferi detiene el combate.
Al día siguiente en México, Raúl Macías informa que oficialmente Héctor López ha sido invitado a formar parte de la preselección mexicana.
Pero la noticia causa estupor y controversia.
- ¿Cómo es posible? -preguntan ciertos funcionarios del deporte amateur- que con sólo una pelea Héctor López haya, ganado una oportunidad por la que han luchado decenas de boxeadores en nuestras propias fronteras-
- Pero venció al campeón Y él también es mexicano.
La controversia finaliza con un acuerdo:
Habrá revancha entre García y López -porque, además, Edgar alega que el réferi se precipitó en Santa Ana-. El ganador será seleccionado nacional.
Se programa la pelea, a puertas cerradas, en el propio CDOM. Vuelve, pues, Héctor López a su tierra, ésta, que dejó definitivamente siendo apenas un chiquillo de siete años.
Y se apresura a declarar en su llegada:
- Vivo en Los Ángeles, efectivamente, pero jamás he dejado de ser mexicano.
Poco qué contar de aquella revancha:
Primer round de clásico estudio, de marcar distancias. López luce su precisión en el jab.
Segundo round explosivo: acorta López los espacios. Asume la ofensiva. Finta con la izquierda el gancho abajo. García baja la guardia. López dispara la derecha, arriba, cruzada. García cae. Es noqueado por segunda ocasión.
Héctor López se convierte, desde ya, en seleccionado olímpico mexicano.
Mediados de agosto de 1984...
Baja del ring Héctor López.
Se mezclan en su interior todo tipo de sensaciones.
Se dice despojado de una clara victoria.,,
Pero entonces sube al podio y todo cambia.
Ve izar la bandera tricolor.
Siente, sobre su pecho, el ardiente calor d e la redonda placa metálica revestida de plata.
La ofrenda a México.
Le dicen el Cebollo a Héctor, el menor de los López Colín. Por chillón.
Y llorar no es tan bien visto aquí en la bravura de la colonia Romero Rubio, tan cercana a la Morelos, tan cercana a Tepito. Aquí la cosas se arreglan a golpes, no con lágrimas
Pero el Cebollo sigue llorando.
Y es tan diferente a los demás.
¿Por qué le gustarán tanto los perros?
Tiene 4 años -nació el primero de febrero de 1967-. Y ya sus padres, Salvador López, y Alma Lucinda Colín, han decidido separarse.
El no lo comprende.
Su pasión son los perros. Los recoge en la calle, los baila, los alimenta, los cura en mucha! ocasiones y luego se le escapan. No hace mucho que buscando uno de ellos, se salió de casa de su abuela y sin quererlo llegó hasta el aeropuerto. Allá lo encontró al caer la noche, angustiado, su hermano Salvador.
Tampoco comprende este viaje intempestivo a la ciudad de Los Ángeles. Sólo escucha a su madre cuando ésta se dirige a sus hermanos Jesús y Miguel Ángel Colín:
Voy a ver si con Martha -la cuarta hermana- puedo abrirme un nuevo camino
Doña Lucinda regresa a los pocos meses. No ha podido encontrar trabajo por irregularidades en sus papeles migratorios.
La pasión de Héctor es ahora distinta- la lucha libre.
Ya no será el Cebollo. Ahora es un chico de carácter explosivo.
Héctor:
Decían de mí que era un chico listo y desconfiado; que no me dejaba de nadie. De lo que sí definitivamente me acuerde es de que era un niño diferente.
Su ídolo es el Santo.
Lee los libros de historietas del platinado Enmascarado de Plata.
No se pierde una sola de sus películas por la televisión.
Ya tiene 5 años y acude al kinder. Una tarde, al regresar, informa a su madre:
- Mañana no voy a ir a la escuela, mamá.
- ¿Por qué?-, pregunta ella.
- Porque me peleé con un niño que dice que su papá es luchador profesional. Y que me lo va a echar.
Interviene el tío Jesús:
- ¿Está muy grandote?
- No...
- Pues vuélvetelo a sonar y dile que tu tío es el Santo.
Abre desmesuradamente los ojos el chiquillo.
¿De veras?...
No hay limite en su admiración por el santo.
Con lo que gana en sus funciones de teatro guiñol -en una Navidad, su abuela les regaló el cartón y dos muñecos; Héctor y su hermano Roberto montaron una función; atraían a los chiquillos del barrio, cobraban 20 centavos la entrada y como única inversión pagaban un peso a otro chamaquito que tenía la voz chillona, para que personificara a la mujer- ha comprado una máscara plateada con la que cubre su rostro, trepa por el muro de la barda y desde una altura aproximada de dos metros, emulando a su ídolo se lanza al vacío. Su intención es atrapar los tendederos -¿acaso lianas salvadoras en la inmensidad de unos árboles selváticos?- pero éstos se rompen y el niño enmascarado aterriza sobre un montón de grava. Se rompe la clavícula izquierda. Lo llevan de emergencia al hospital, donde le enyesan el hombro. Advierte el doctor:
- Tendrá que usarlo como unos dos meses.
Error de cálculo.
Porque Héctor roe el yeso. Lo hace desaparecer como a las tres semanas de instalado.
La clavícula nunca volverá a quedar en su posición original.
Ya Héctor tiene seis años cuando ve venir a su querido primo, Sergio, quien le dobla la edad y que llora porque en la tortillería un niño y su hermana le pegaron con una cubeta. Se organiza la excursión familiar para ir a vengar la afrenta. Van todos los hermanos de Héctor: Salvador, Sergio y Roberto. Ellos quieren una explicación. Pero Héctor llega y sin mediar palabra, hace explotar un fuerte derechazo en pleno rostro del agresor de su pariente.
No, definitivamente ya no es el Cebollo.
Dentro de poco será el Huracán. Pero no aquí, sino en Glendale, porque doña Lucinda ha arreglado sus papeles y decide volver a intentarlo en California, donde ha encontrado trabajo en un taller de costura.
Se va Héctor. Tiene apenas siete años.
Héctor:
- No sabía a ciencia cierta lo que estaba pasando. Sólo sabía que decía adiós a mis mejores amigos, que iba a un lugar que desconocía, a nuevos ambientes y eso no me gustaba.
Doña Lucinda:
- Allá Héctor y Roberto, que seguían muy unidos, continuaban demostrando su gran ingenio. Como veían que el dinero escaseaba, fueron al taller donde yo trabajaba, hablaron con el dueño y le propusieron un trabajo: ganarían un dólar por barrer el local. El dueño aceptó, pero les hizo ver que la aspiradora no servía. Ellos la probaron y al ver que en vez de aspirar, expulsaba el aire, decidieron emplear otro método: fueron aventando los pedazos de tela con el mismo aire que expelía la máquina, los juntaron en un rincón y después los recogieron. El trabajo, por lo tanto, fue hecho mucho más rápido de lo que supuso el dueño del taller. Y admirado por el ingenio de los chamacos, en vez de los cincuenta centavos de dólar que correspondía a cada uno, les dio cinco dólares por cabeza.
Pero el destino del Huracán estaba marcado por otros rumbos.
Por aquellos que seguían sus hermanos mayores, Salvador y Sergio, quienes iniciaban una carrera boxística que nunca fructificaría, pero que despertaba gran inquietud en los hermanos menores. Pronto Salvador se desanimó. Siguió Sergio, a quien se unió Roberto, el inseparable compañero de Héctor éste quiso agregarse, pero como estaba tan pequeño, todavía no cumplía 8 años, toda la familia se opuso.
Héctor:
- Yo sentía, ya, la excitación del boxeo... Porque el boxeo, ¿sabe?, es algo que uno trae dentro; algo que nace con uno y que sale naturalmente. A golpes había tenido que resolver varias diferencias con chiquillos que, como soy descendientes de familias mexicanas, sufríamos de cierta discriminación... Y a veces, también me peleaba en el propio barrio, donde nos dábamos pero en serio. Así que cuando mis hermanos y mi mamá se opusieron a que fuera al gimnasio, lo que hice fue seguirlos sin que se dieran cuenta, hasta que los vi meterse en un edificio muy grande, impresionante, allá, por las afueras de Glendale.
Ese edificio tan grande e impresionante era la sede del Ejército de Salvación y al mismo tiempo, del cuartel policíaco de la localidad, ubicado en una zona netamente industrial, rodeado de vías de ferrocarril y de muchas fábricas. Había sido una de las primeras cárceles del condado y es, hasta la fecha, uno de los escenarios predilectos de los directores cinematográficos cuando de filmar películas de ambiente penitenciario se trataba. En el cuarto piso de aquella reliquia se encontraba el gimnasio.
Héctor:
-Cuando entré por primera vez, me quedé asombrado: había decenas de tipos entrenando en la amplitud de esas instalaciones tan limpias, tan iluminadas, tan llenas de implementos. Los peleadores cambiaban golpes arriba de los rings. Eran cuatro cuadriláteros y los vestidores eran largos, largos, llenos de casilleros. Me parecía estar viviendo en un sueño. Me escondía para poder ver entrenar a mis hermanos. Y no sabia que, a mi vez, era observado detenidamente.
En una ocasión, el corazón de Héctor López se paralizó cuando vio venir hacia sí al individuo aquel, que daba órdenes en el gimnasio.
- ¿Qué haces tú aquí?-, le preguntó el entrenador Gordon Wheeler.
-Soy hermano de Sergio y de Roberto, e aquellos...
¿Saben que estás aquí?
No, porque si lo supieran no me dejarían. Y yo quiero aprender a boxear.
Yo puedo enseñarte, a condición de que no abandones tus estudios.
Trato hecho.
Salvador, el hermano mayor, había conseguido ya un trabajo y doña Lucinda -en sus ratos libres, por las tardes, había tomado un curso intensivo- se graduó de enfermera. Ahora cuidaba enfermos en forma particular. La situación económica en casa, por tanto, había mejorado ostensiblemente.
Héctor y Roberto podrían, pues, dedicarse íntegramente al deporte y a sus estudios.
Gordon Wheeler enseñó a los López los secretos del boxeo a partir del momento en que Héctor cumplió los 8 años de edad.
Había, en aquellos dos chiquillos mexicanos, la esencia del pugilismo. Wheeler sólo tenía que pulirlos.
Y pronto, muy pronto, inscribió a los dos hermanos en el torneo de la Liga Policíaca de la localidad.
Doña Lucinda:
- Consentí en que Roberto y Héctor continuaran en el boxeo porque así hacían deporte y se mantenían alejados del alcoholismo y la drogadicción, tan comunes en los jóvenes de ahora. No me gustaba mucho el que golpearan y fueran golpeados, pero era preferible eso a que corrieran el otro peligro.
Pronto, quizá antes de lo que todo mundo esperaba, Roberto comprendió que no era, la del boxeo, su auténtica vocación. Y fue alejándose...
En cambio, Héctor se entregó a ella con una pasión que se reflejaba en su consistencia en los entrenamientos, en la exactitud con que cumplía las instrucciones que le eran dadas... En sus avances, pues.
Así fue normal que, poco antes de cumplir los 10 años, se presentara jubiloso ante su madre:
Mamá, mamá... ¡Peleo el próximo sábado!
Y doña Lucinda, con un nudo en la garganta:
- Está bien, hijito... Nomás cuídese mucho.
No tendría necesidad de hacerlo.
No hubo pelea: El contrincante no se presentó.
Héctor:
- Esa noche lloré de decepción. Me había emocionado mucho. No pude ni dormir en toda la semana, nada más de lo excitado que estaba.
Cuando vi el ring, los demás combates, a la gente aplaudiendo y a mi familia esperando verme en acción, ya se me hacía tarde para lanzar el primer golpe. Me vestí con todo cuidado, me pusieron las vendas y esperamos, esperamos, esperamos...
Gordon Wheeler se movilizó rápidamente y consiguió una nueva pelea.
Héctor:
- Ahora sí, mi debut fue en serio. Sucedió en Fontana, un pueblo no muy lejano de Glendale. Y le gané por decisión a un chiquillo que, si recuerdo bien, se llamaba Rudy Montoya. Y cuando el réferi me alzó el brazo derecho y lo mantuvo así, viví mi primera gran emoción en el boxeo. Ya sabía exactamente, hacia dónde encaminaría mis pasos.
Comenzaron a sucederse triunfos, títulos, trofeos, diplomas.
Ya en 1980 y ante la celebración de los Juegos Olímpicos de Moscú, Héctor empezó a pensar en la posibilidad de llegar al máximo acontecimiento deportivo y se trazó una meta: competir en la Olimpiada que, cuatro años más tarde, se escenificaría nada menos que en casa. Pero fue advertido:
- Aún entonces serás demasiado joven, un menor de edad y conservarás tu nacionalidad. Es preferible que esperes a los Juegos Olímpicos de 1988-, le dijo Gordon Wheeler.
Héctor:
- Y muy dentro de mí sentía el anhelo de pelear en Los Ángeles, pero representando a mi país. Siempre había dicho que, aunque viviera en Los Ángeles, yo había nacido en México y -que esa era mi patria. Sin embargo, no me hice ilusiones; sabía que ese era un sueño imposible.
1981:
Ya Héctor tiene 14 años de edad y vence en Albuquerque, a Mark Virgil, ahora ex campeón nacional policíaco. El título pasa a la vasta colección del Huracán, que está incontenible: es campeón de los Guantes de Oro, del Cinturón de Diamantes, de la liga Atlética Policial y del torneo Olímpico Junior. Es clasificado como segundo minimosca del país. Y se distingue también en los estudios: es de los alumnos sobresalientes en el Roosevelt High School.
Y su gran ídolo ya no es el Santo.
Héctor:
- Me había entusiasmado al ver pelear a Carlos Zárate, a Sugar Ray Leonard y a Danny Coloradito López, pero cuando vi en acción a Salvador Sánchez me electricé. Y es que era fantástico, lo tenía todo; estilo, en especial. Y desde entonces me propuse tener, el mío propio, distinguirme entre los demás. Procuré basar todo en un buen boxeo, pero que fuese también espectacular y dramático, como el de Salvador. De modo que cuando avizoro la posibilidad de un nocaut, voy por él, o me fajo cuando hay que cambiar golpes.
En 1983 su propio desarrollo lo llevó a cambiar de división.
Al cumplir los 16 años era minimosca. Al finalizar el año, peso gallo.
Y ya en el 1984 Olímpico, comenzaron a caer bajo sus puños todos sus adversarios en esta nueva división.
Héctor:
- Pero seguía molestándome la idea de que no podría pelear en los Juegos Olímpicos. Y la verdad, ya no quería esperar a Seúl. Ya pensaba en el profesionalismo. Así que casi me desmayo cuando aquella tarde de mayo, Gordon Wheeler nos avisó que íbamos a sostener un dual meet contra la selección mexicana. Fue algo maravilloso. Yo siempre sentí respeto y admiración por el boxeo de mis paisanos. Y ahora estaría contra ellos, siendo también mexicano y en mi propia casa. Me invadieron los nervios. Sentí una gran responsabilidad. Pero esa noche actué con toda naturalidad. La pelea fue fácil, por fortuna: Edgar García sólo duró 45 segundos. Y yo saboreaba todavía la victoria, cuando alguien llegó a mi camerino a preguntarme si me interesaba formar parte del equipo nacional mexicano. ..-¡Casi me muero! Por supuesto que acepté. Luego me dijeron que la única condición antes de concentrarme en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano, era la de concederla revancha a Edgar García. Si lo vencía, tendría mi lugar en la escuadra.
"Aquella invitación no fue muy bien recibida en el equipo," admite Emeterio Villa-. nueva, -quien fue olímpico mexicano, peso medio, en los Juegos de Munich 1972-; asistente del entrenador nacional, el búlgaro Stavri Baclívarov.
La verdad, como que no nos cayó muy bien el hecho de que Héctor noqueara a Edgar, y cuando nos avisaron de la invitación, reaccionamos muy mal: con celos por todos lados. Sentíamos que se iba a cometer una injusticia., Por eso nos alegramos cuando se concertó lo dé la revancha. Queríamos que Edgar cobrara venganza, aunque todos sabíamos que nada estaba seguro porque, nos pesara o no, Héctor había demostrado que era un gran boxeador.
Héctor viajó por la mañana en un vuelo directo Los Ángeles- México Pasó esa tarde en casa de sus tíos, en la Romero Rubio, recordando viejos tiempos, luego se fue al CDOM La pelea sería la mañana siguiente.
Héctor:
- No obstante que yo sabía que en el deporte todo puede pasar y en especial en el boxeo, en el que un buen golpe acaba con todo, me sentía muy confiado en mis propias posibilidades. Había palpado mi superioridad sobre García sólo era cuestión de confirmarla.
Lo hizo.
Permitió que García asumiera la ofensiva en un primer round de tanteo.
Fue él quien avanzó en el segundo. Cercó a su adversario, fintó la izquierda abajo y cruzó la mandíbula con sólido derechazo.
Edgar García volvió a ser noqueado.
Ya estaba el Huracán en el equipo.
Héctor:
- Y nadie podía decir que me habían favorecido. Gané mi lugar en el ring, donde es el boxeador quien habla.
No obstante, había alguien muy importante que no estaba del todo complacido: el entrenador nacional, Stavri Baclivarov.
Sobre todo porque el recién llegado, quien de inmediato captó la simpatía del grupo tenía costumbres que rompían con su modelo de disciplina y además su estilo, netamente profesional, contrastaba con el del resto del equipo. Y el del resto del equipo era típicamente amateur; un reflejo, al ciento por ciento, de la más clásica técnica europea. O al menos, pretendía serlo.
Emeterio Villanueva:
- La verdad es que en cuanto Héctor se agregó al equipo supo hacerse amigo de todos nosotros, que aún lo veíamos con recelo. Su buen carácter acabó muy pronto con nuestra actitud reacia. Es un muchacho de muy buen humor y a todos nos divertía su apochada manera de hablar. El único que no acababa de aceptarlo era Bachvarov.
Héctor:
-Así sucedió. Desde un principio sentí que no le caía muy bien al búlgaro. Y es que, ¡imagínese! a poco menos de dos meses de los Juegos Olímpicos pretendía hacerme cambiar de estilo. Por otra parte, yo tenía mi propio sistema de entrenamiento, diseñado por Gordon Wheeler especialmente para mí y tenía que apegarme a él dentro de lo posible. Si me había dado resultado durante tanto tiempo y con él había llegado a la selección mexicana, ¿por qué insistir en cambiarlo- También estaba yo acostumbrado a entrenar a ciertas horas, con determinado ritmo, a correr de tales a tales distancias... Bacharov no respetó nada de mis costumbres. No supo adaptarse a las nuevas y especiales circunstancias. Quiso que fuera yo el único que cediera, sin que él concediera ni un centímetro de terreno. Se estableció una especie de guerrilla. Pero yo sabía quién seria el triunfador al final.
Emeterio:
- Efectivamente, Héctor causó problemas en ese sentido; Bacharov se desesperaba con él. Y es que, además de todos sus razonamientos, algunos muy válidos, Héctor era medio flojito, sobre todo para levantarse en las mañanas.
Me decía Bacharov como a las seis de la mañana: "ya despiértalos para ir a correr". Y yo iba y lo hacía. Héctor me decía: "no, yo no voy ahorita. Al rato los alcanzo". Y yo me le ponía muy serio: "lo siento, señor, pero usted forma parte de nuestro equipo y tiene que cumplir, así que levántese, pero ya". Luego venían los otros problemas: Stavri lo veía entrenar y se quería morir... "Ese López, míralo, míralo, es muy flojonazo. ¡Exprímelo, exprímelo!... Y hazlo que tire el jab, Villanueva, el jab siempre por delante". Y allá arriba del ring, de repente Héctor abría ataque con la derecha. Y Bacharov nomás ponía carota. Y yo ahí, en medio de los dos. Hasta que llegué a un acuerdo con Héctor: "mira, cuando Bacharov te esté observando, haz las cosas como a él le gustan, porque al fin y al cabo no te cuesta ningún trabajo y en cuanto él dé la espalda, continúa como nosotros sabemos.." Finalmente, se declaró la guerra abierta entre ellos. Ya ninguno de los dos se hablaba.
Acaso como una consecuencia de eso, Bacharov presionó ante las autoridades de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur para que Héctor concediera a un muchacho de Arizona, la misma oportunidad que él tuvo: pelear por un sitio en el equipo. Y no obstante la cercanía de los Juegos, fue tanta su insistencia que en la FMBA tuvieron que aceptar.
Fernando Araux, también nacido en México pero radicado en aquella ciudad de Nuevo México, viajó exclusivamente para retar a López. Si lograba vencerlo, sería él quien ocupara un sitio en la delegación mexicana a los Juegos Olímpicos.
Y se anunció formalmente, en aquella función que se presentó a mediados de julio en la Arena Coliseo, que todas las peleas, a excepción de la que sostendrían Araux y López de carácter eliminatorio, serían de exhibición.
Las ilusiones de Araux murieron en el segundo round.
Gancho izquierdo abajo, remate con la derecha arriba y adiós.
Nada arrebataría a Héctor el derecho de representar a México en Los Ángeles.
Quedó concentrado definitivamente, en el CDOM.
Recuerda su tío, don Jesús Colín:
- En sus ratos libres venía a charlar coh1 nosotros, a bromear con nosotros. Después dé casi 10 años sin verlo, se nos presentaba como un muchacho muy normal, afecto a ir al cine, al futbol, a las diversiones propias de su edad. Le gustaban todo tipo de paseos. Y es que a los 7 años, de hecho estaba descubriendo la ciudad en la que nació. Sólo se ponía serio cuando hablaba de boxeo y del compromiso que había adquirido. Entonces nos decía, con una seguridad que nos daba confianza a todos, que sería el único del equipo que ganaría medalla en los Juegos Olímpicos.
Héctor:
- No estaba fanfarroneando. La verdad era que, a pesar de que la mayoría de mis compañeros tenían más edad que yo, no habían acumulado tanta experiencia. Mi récord era muy superior al de ellos. Sabía cómo hacer frente a situaciones que a ellos causaban muchos problemas. Y decía aquello consciente de",, que en el equipo había extraordinarios pelea. dores, como Genaro León y Javier Camacho que eran los dos que más impresionaban.
Todavía antes de salir a Los Angeles, hubo un último problema: las autoridades del Comité Olímpico Mexicano consideraron que, a pesan de que Emeterio Villanueva había participado a todo lo largo de la preparación del equipo mexicano de boxeo, no era necesaria su presencia en la ciudad californiana.
Y roto el vínculo con el entrenador Bacharov, ¿quién atendería a López-
Emeterio optó por costearse sus propios, gastos y hacer el viaje.
Y ya en Los Angeles su intervención fue decisiva.
Porque fue él, de hecho, quien se encargó...de supervisar el trabajo final de Héctor Y de subir con él a la esquina.
Bacharov se apartó totalmente.
Gordon Wheeler, el instructor de siempre de Héctor, guardó respetuosa distancia. Se concretaba a observar en silencio las prácticas de su peleador y a hacerle comentarios cuando éstas finalizaban.
Héctor López se presentarla ante su público en los Juegos Olímpicos con números extraordinarios, considerando sobre todo, su corta edad: 92 peleas, con 84 victorias -41 de ellas antes del límite y 8 derrotas-.
Dos de agosto de 1984...
Noche de expectación en el Olympic Auditorium.
Porque hoy se presenta, vistiendo el uniforme de México, quien tantas veces lo ha hecho con el uniforme de California: Héctor López.
Y es Héctor López quien despierta el entusiasmo del público con su boxeo, elegante y preciso desbarataba el plan de ataque del indonesio Johnny Assadoma, a quien, en el tercer round, clava ganchos de izquierda con tal fuerza que obliga a la intervención del réferi Nowedine Aldalá, de Nueva Zelanda.
Primera gran ovación para el mexicano. Se desgrana desde lo alto de las tribunas populares.
Tres días después, espléndida entrada. Y Héctor no decepciona: es demasiado rival para el nigeriano Joe Orewa, quien pierde por puntos de 4-1.
Esa tarde, el sudcoreano Moon Dung Kii da la gran sorpresa del día: vence al estadounidense Robert Shannon quien, de acuerdo con la gráfica del torneo, podría haber llegado a enfrentarse al mexicano, nada menos que en la final. Muertas sus esperanzas en esa división, el público local apoyará definitiva y exclusivamente a López.
El 8 de agosto se presenta la pelea más importante de su carrera, ganar te representará haber asegurado, cuando menos la medalla de bronce. Héctor ofrece su mejor actuación del torneo. Ahora boxea sobre piernas... entra, golpea y sale rápidamente de la zona de fuego. Ocasional. mente remata con poderosos cruzados de derecha, que Ndaba Nube, de Zimbawe, resiste a pie firme. Y así, a pie firme, logra llegar al final de los nueve minutos de acción, pero no evita la derrota por unánime decisión de 5.0.
Héctor:
- La felicidad invadió a quienes me rodeaban. Todo mundo estaba eufórico; se había asegurado una medalla. Y yo, por supuesto, estaba contento. Pero no me sentiría satisfecho sino hasta llegar a mi objetivo, que era el de conquistar la de oro.
Apenas 24 horas después de aquel combate,,Héctor afronta el duro compromiso llamado Dale Walters, un tozudo peleador canadiense obstinado en dar a su país la medalla de oro que desde hace 32 años se le niega en competencias olímpicas. Y se entrega sobre el ring. Ofrece lo máximo de sí. Y es tanta su fortaleza y tan inquebrantable su voluntad de triunfo, que todo se traduce en un franco ataque que obliga a López a cambiar de estrategia. . . El mexicano opta, al inicio del combate, por la pe. lea a la distancia. Jab, mucho jab. Pero en el segundo, se ve forzado a aceptar el intercambio de golpeo. Sudan los dos peleadores, copiosamente. Enardece la gente cuando, después de un gancho izquierdo arriba, disparado por fuera de la guardia del canadiense, éste recibe el conteo de protección. Pasado el susto y con renovados bríos vuelve Walters a acortar distancias y a forzar el intercambio de golpeo. Y así, así, hasta el final.
Otra decisión unánime para Héctor.
Pero preocupa la bolsa de hielo -sobre el puño izquierdo, con la que Héctor se presenta a hacer frente a la acostumbrada conferencia de prensa.
Héctor:
- Es que me había lastimado ligeramente. El canadiense tenía la cabeza sólida como una roca. Todo él era sólido como una roca. Sin duda, fue el rival más fuerte al que me enfrenté en los Juegos y quizás, en toda mi carrera como amateur. Fue un adversario mucho más difícil que el propio Stecca quien, más que un boxeador, parecía un luchador.
El italiano Mauricio Stecca: 22 años, hermano del peleador profesional Loris Stecca, nacido en Rimini; desde 1979 campeón nacional de su país, actual monarca europeo y también campeón mundial amateur y del torneo mundial militar. Récord de 90 victorias, 25 de ellas por nocaut, un empate y sólo cinco derrotas.
Ese es el rival, el tremendo rival que separa a Héctor de la medalla de oro.
Ese es el rival, el tremendo rival al que impide a Héctor conquistar la medalla de oro.
Enviado por el diario Unomásuno, el cronista Sergio Guzmán escribió de aquella final celebrada el 11 de agosto:
Cuando concluyeron los tres minutos del último asalto, Héctor López caminó con paso seguro hacia su esquina. Se fundió en un abrazo con sus ayudantes, agradeció la oración colectiva y esperó el fallo con optimismo. Tenía la certeza de haber ganado.
Pero instantes después, el anunciador oficial dijo en inglés, francés y español, que Mauricio Stecca era el dueño de la medalla de oro... Que el italiano era el monarca olímpico de peso gallo.
"El ganador, en la esquina azul y por decisión de 4-1, el italiano Mauricio Stecca". . .se escuchó.
Una profunda tristeza se apoderó entonces de Héctor López, quien bajó con lentitud del cuadrilátero, conteniendo toda la rabia de lo que consideraba una injusticia.
No había habido tal..
Durante nueve minutos sobre el ring fue el más elegante, el más preciso, quizá e indudablemente el más fuerte. Conectó los golpes más sólidos y en más de una ocasión italiano con certeros impactos a la mandíbula
Pero esas no son armas suficientes para un adversario como Stecca, de vasta experiencia en el boxeo de aficionados. El Italiano sé mantuvo adelante en las puntuaciones, siempre a base de una gran velocidad en sus ofensivas. Se hizo de la iniciativa y con notable precisión en sus disparos, golpeó a un ritmo muy superior al semilento de López quien además, cometió un grave error: boxeó al más puro estilo profesional. Ante el acoso de su rival, pretendió mantener la distancia a base de un bailoteo de piernas y de brazos tan exagerado como inútil. En fintas, en poses, perdió tiempo que en el boxeo amateur es precioso. Pugilismo en el que no se puede desperdiciar ni uno solo de los 180 segundos de pelea.
Eso lo sabe Stecca quien, además de convertirse en campeón olímpico, ostenta el título de monarca mundial de la división. Fue a fondo en los dos primeros asaltos, ante la parsimonia de su contrincante y en ellos fincó la victoria. Tuvo la virtud, además, de resistir los fuertes golpes que le conectó el mexicano y reaccionar de inmediato para superar, a base de velocidad, los malos momentos.
Una prolongada rechifla acompañó al veredicto.
Y se escuchaba aún cuando el réferi Sukar levantaba el brazo del triunfador.
En su esquina López lloraba, recostada su cabeza sobre el hombro de Emeterio Villanueva.
Personalidades del boxeo como José Sulaimán, Muhammad Alí y Marvin Hagler, se acercaron al mexicano para confortarlo.
Héctor:
- Hasta la fecha sigo creyendo que se cometió un despojo en esa pelea. Habrá que imaginar el dolor que sentía en esos momentos. Me dolía por sobre todas las cosas, como me sigue doliendo, el no haber sido capaz de conquistar para México la medalla de oro.
Y de repente, el momento...
Héctor:
- Subí al podio. La gente me ovacionaba como si fuese yo el auténtico campeón olímpico. Y ahí estaba, confundido en mis sentimientos, cuando la vi Brillaban sus colores, en bellos contrastes, curiosamente los mismos de la bandera italiana, pero esa nuestra águila al centro es como un símbolo de la hidalguía de nuestro pueblo. Y me estremecí. Había aprendido a amarla en el extranjero. Ahora la izaban delante de todos.
Estaba majestuosa y comencé a llorar de emoción. Nunca más he vuela sentir lo de ese instante, con esa intensidad. Entonces vi mi medalla de plata y como que ya no me importó el color. ¡Qué alta y qué hermosa se veía nuestra bandera! Eso era lo que realmente importaba...
Héctor regresó a México con el resto de la delegación
Y aquí fue tratado como toda una figura del deporte
Se sucedieron los homenajes para él.
Llegaron pergaminos, diplomas, trofeos.
Le fue obsequiado un departamento, en la colonia Guerrero, que conserva todavía.
El presidente Miguel de la Madrid Hurtado le entregó el Premio Nacional del Deporte y a continuación, Héctor participó en el desfile deportivo del 20 de noviembre.
Y sintió, una vez más, la calidez de su pueblo
El respondió con igual nobleza:
Propuso su debut como peleador profesional programado para ese 20 de noviembre, para sostener su primera confrontación en el pugilismo de paga en la función que el Consejo Mundial de Boxeo organizó el primero de enero de 1985 en El Toreo, a beneficio de los damnificados por la explosión de la estación de gas en San Juan Ixhuatepec.
En esa ocasión derrotó a Roberto Solís, por decisión, luego de seis rounds de brillante exhibición de buen boxeo.
Héctor López finalizó su preparatoria, con estupendas calificaciones en la Hoover High, en Glendale.
Eso sucedió en octubre de 1984.
Había cumplido con la promesa hecha a su madre
Ahora podía dedicarse en cuerpo y alma, al boxeo profesional.
Pelea en peso pluma. Ha embarnecido, aunque su rostro conserva los rasgos infantiles que le hicieron tan popular en México. Desapareció la fina trenza que le descansaba en la nuca. y llegaba hasta la espalda.
Ya no es ni el Cebollo ni el Huracán; es el Torero López.
Dicen en Los Angeles que cada una de sus peleas es una faena.
Está clasificado corno primer peso pluma en las listas del Consejo Mundial de Boxeo, aunque su carrera se encuentra en un receso obligado por circunstancias extradeportivas.
Héctor:
- Espero reanudar muy pronto mi carrera boxística. Es mi máximo anhelo. Quiero llegar a ser campeón mundial, aunque y esto es extraño, estoy seguro de que no viviré lo que viví aquella ocasión tan especial.
Combatí por México, ahora combato por mí mismo; no gané la gloria para mi, sino para mi país; ahora sé que puedo ser campeón, pero también sé que nada podrá ser comparable a aquella sensación que tanto me impactó al ver ondear mi bandera. Y no habrá jamás trofeo que supla a la medalla. Porque esa la traigo siempre en el corazón...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Manuel Youshimatz Sotomayor
Medallista de bronce
Ciclismo
Los Ángeles 1984
De los héroes anónimos de nuestro deporte.
Se llama José Antonio Urbalejo.
Nació en Cucurpe, una pequeña población al norte de Sonora, a orillas del río San Miguel y entre el principio de la Sierra Madre Occidental y el temido Desierto de Altar.
Hace tiempo ya, que José Antonio se cansó de las polvosas tardes cucurpeñas y de aquel su barrio, al que la pobreza pintaba de gris. Y emigró al norte, allá a California, en pos de mejores oportunidades. Después de varios trabajos a la sombra de la clandestinidad migratoria, quiso el destino instalarlo al volante de un automóvil de alquiler en la ciudad de Los Angeles.
Durante cinco años ha conducido José Antonio el Chevrolet Montecarlo 1979, de la compañía Yellow Cab, por las turbulentas calles y avenidas de la urbe californiana.
Hoy es el viernes 3 de agosto de 1984.
Vive la ciudad la euforia olímpica.
12:15 horas:
José Antonio se aleja del siempre congestionado centro de Los Angeles. Mientras conduce escucha la radio con atención y se entera de los pormenores de la fiesta deportiva. Está al día de la actuación de los competidores mexicanos y sabe qué esa tarde entrarán en acción los primeros marchistas, en la prueba de los 20 kilómetros. Esperará, pues... Un letrero en lo alto le hace recordar que está cerca de las instalaciones de la Universidad del Sur de California (USC), convertida en Villa Olímpica. Pasaje seguro. Vira hacia Figueroa Street y va de frente por la espaciosa avenida. De repente loa ve: dos individuos con pants -uno de ellos carga una fina bicicleta de competencia le hacen señas desesperadamente -José Antonio acelera y orilla -el automóvil. Corren hacia él aquellos personajes. No son muy altos y los dos usan anteojos. El más pequeño es, sin embargo, el de mayor edad; fácil adivinarlo por su pelo ensortijado y canoso, por las arrugas que ya surcan su rostro, por el espesor del cristal de sus viejas antiparras. El otro es joven, muy joven y suda copiosamente. En su rostro moreno, quemado por el sol, se advierten rasgos orientales; sus espejuelos son modernos, de esbelto armazón. La angustia descompone a ambos la expresión. José Antonio descubre que son paisanos: en las verdes chamarras está escrito el nombre de MEXICO con letras mayúsculas blancas. El joven abre violentamente la portezuela, mete su cara oriental y pregunta casi en un grito, atropellando sus palabras en un tartajeante inglés:
- ¿Do you speak spanish-...
- ¡Cómo demonios no, paisas!... Nomás díganme pa' qué soy bueno.
- ¡Abra su cajuela, por favor, pero de prisa!-, demandan ellos.
- Meten como pueden la bicicleta en el portaequipaje. .
Arrojan varios bultos sobre los asientos.
El pasajero más joven ocupa el espacio
¡Ahora vámonos, pero de volada, al Velódromo Olímpico!...
Ruge el poderoso motor de ocho cilindros en cuanto José Antonio hunde el pie en el acelerador.
- Tenemos que estar allí antes de la una... ¿Llegaremos--, pregunta el joven.
Mira José Antonio su reloj.
- Uta, paisa... Son las 12:35 y el Velódromo está en la ciudad de Carson... La cosa va a estar un poco bronca... ¡Pero ahí estaremos antes de la una!
El sonorense enfila el Chevrolet Montecarlo hacia el Harbor Freeway. Como va hacia el sur, entra por Santa Bárbara. Toma el carril del centro y empieza a dejar atrás a los demás vehículos.
Y mientras el automóvil devora el ardiente asfalto, discuten acaloradamente los personajes:
_ ¡Pero cómo es posible que no te hayas acordado de que ya traías tu reloj con la hora correcta!- reclama el adolescente.
No sabe qué responder su compañero.
- ¡Desde cuándo te dije que pusieras en tu reloj la hora local!...
- Lo siento -admite el hombre canoso-. Tienes razón. Perdóname... Espero que estemos a tiempo.
- Ojalá...
Se atreve a intervenir José Antonio. Pregunta:
- Perdón, paisas, pero, ¿es que van ustedes a dejarle a alguien la bicicleta?
Responde el pasajero del frente.
- No, hombre, vamos a competir.
Los mira extrañado el conductor.
Le aclara el individuo que viaja a su lado:
- Yo soy José Luis Téllez, asesor del equipo nacional de ciclismo; él es Manuel Youshimatz y va a participar en la final de la prueba australiana...
Menea la cabeza el sonorense. Arriesga otra mirada por el espejo retrovisor.
- ¿El- -pregunta al fin, incrédulo-... ¡Pero si apenas es un niño!
- Por primera vez sonríen los deportistas.
- No tanto, no tanto-, dice Youshimatz, quien convierte la parte trasera del automóvil en improvisado vestidor. Se quita la ropa de entrenamiento y se ajusta el reluciente uniforme que ha reservado para la gran final.
Se entera José Antonio, entonces, que Manuel Youshimatz ha tenido que sobrevivir a dos heats eliminatorios para clasificar a la final, que se correrá en unos minutos; que esta mañana, como parte de la última práctica, José Luis Téllez lo mandó a lo que en el ambiente ciclístico se llama rodar, sin darse cuenta de que la hora que le señalaba su reloj era la real, de Los Angeles. Apenas un día antes y ya acostumbrado a regirse por él, había quitad de su reloj el horario de México: 120 minutos adelantado. Así que esa mañana, cuando Telléz vio su cronógrafo, éste marcaba las once horas. Pensó, el técnico: "Son las nueve; hay tiempo. Cuando se dio cuenta de su error se sintió morir. Buscó a Manuel por todos lados, obviamente no lo encontró y decidió sacar todos los implementos de competencia y aguardar en la puerta de la Villa, la llegada del pedalista. Eran las 12:25 horas. El autobús que a diario los lleva al sitio de competencia invierte tres cuartos de hora en el recorrido. No, no podrán esperarlo. Tendrán que tomar un taxi porque sólo así pueden llegar a tiempo al Velódromo.Quizás.
El letrero señala:
Next Exit: 190 Street.
El Montecarlo sale de la serpiente de concreto y después vira a la izquierda.
Son las 12:48.
La creciente angustia ha enmudecido a los ciclistas.
- Tranquilos; llegaremos-, promete José Antonio.
12:50.
José Antonio precipita el automóvil amarillo por la 190, después gira hacia la derecha para tomar Avalon. Al llegar a Victoria da vuelta a la izquierda y allá, a lo lejos, se ven ya las instalaciones de la California State University, en Domínguez Hills y su ondulado Velódromo Olímpico. Brama el Montecarlo cuando es ferozmente lanzado a su alcance.
Cierra los ojos Youshimatz. Resopla.
12:54.
Con un frenazo detiene José Antonio la veloz marcha del vehículo. Derrapa el Montecarlo a las puertas del Velódromo.
Todo mundo baja corriendo.
Manuel se pone las zapatillas y se ajusta el casco, así a toda prisa. Entre Téllez y José Antonio bajan la bicicleta.
-¿Cuánto te debemos?-, pregunta Téllez y nerviosamente hurga en sus bolsillos mientras, con la bicicleta al hombro, Youshimatz corre hacia el túnel de la entrada.
-Qué importa, ¡Córrele, no pierdas tiempo! Ya me pagarán algún día.
Téllez lo abraza emocionado y corre también hacia el túnel. Se detiene al llegar a la negra bocaza del pasadizo y grita al sonorense:
¡Si no hubiera sido por tí, mi hermano!...
- Suerte, mucha suerte!-, exclama José Antonio. -Por el radio voy a seguir la carrera.
13:00.
Se da el banderazo de salida.
El joven de los anteojos comienza el rítmico pedaleo.
Están enrojecidas sus mejillas; enormes gotas de sudor descienden por su frente.
Poco más de una hora después, ya está Youshimatz en el podio; con una medalla de bronce reluciendo sobre su pecho y con un sombrero de charro que reemplaza el casco de competencia, mientras la bandera mexicana flamea en uno de los mástiles.
Tiene un nuevo héroe la historia del deporte.
¿Y José Antonio-...
¿Habrá frenado al Montecarlo para, alzar los brazos y celebrar la victoria-.
¿Qué ruta habrá seguido-...
Empieza la década de los sesenta...
Manuel Youshimatz Nava es ya un hombre casado.
En la estancia de su hogar, diplomas y trofeos son mudos testigos de aquellas épocas en las que, como seleccionado de Puebla, enfrentaba a las grandes figuras del ciclismo: Rafael Vaca, Zapopan Romero, Rabanito Díaz, Porfirio Remigio, Borrao Zepeda...
A solas, don Manuel mata la nostalgia.
Ocasionalmente viste el ajustado jersey, se coloca el casco, se cubre los pies con las zapatillas, monta su antigua bicicleta y se va a competir en las pruebas para veteranos. Representa al club Pedal y Fibra, de su Puebla.
10 de mayo dé 1962.
Día de las Madres.
Por fin, lo es para Elodia Sotomayor de Youshimatz.
Nace su primer hijo, se llamará Manuel, como su padre...
Un año después nace Héctor y en 1966 llega Germán.
Ya vive la familia en México. Don Manuel ha conseguido un buen trabajo en la compañía que imprime los boletos de entrada para los cines. Y busca que sus hijos continúen la tradición: cumple cinco años. su hijo mayor y le compra una pequeña bicicleta, con ruedas laterales.
Youshimatz:
- Para que aprendiéramos más rápido, mi papá le quitó las ruedas auxiliares a esa bicicleta y nos llevaba al bosque de San Juan de Aragón, a unas calles de nuestra casa para que allí pudiéramos manejarla sin temor y tomáramos confianza... Nos subía a un puente y de ahí nos soltaba para que controláramos el descenso. Héctor nunca se subió. Yo sí, pero me caía a cada rato. Me costó mucho tiempo, muchos golpes y mucho esfuerzo aprender a dominarla. Pero andar en bicicleta nunca fue una pasión para mí.
Un año más tarde México fue sede de los Juegos Olímpicos.
Recuerda doña Elodia:
- Faltaba poco menos de un mes para la inauguración de la Olimpiada cuando mi marido nos llevó al Velódromo Olímpico. Vivíamos muy cerca de él y aquí se encontraban practicando varios de los mejores ciclistas del mundo. Se permitía la entrada, gratuitamente, a todas las instalaciones. Así que fuimos a ver los entrenamientos. Manuel, que siempre ha sido un muchacho serio y reservado, no dijo una palabra pero lo observó todo. Quedó maravillado con la pista, con las bicicletas, con los uniformes. Iba de un lado a otro parecía estudiar cada detalle. Tal vez en ese momento le nació la afición por el ciclismo.
Youshimatz:
-Los Juegos Olímpicos trajeron a mí la magia del deporte... Cada día me pegaba a la pantalla de la televisión para ver las competencias. Me gustaban todos los deportes, pero sin duda fueron las actuaciones del Tibio Muñoz, del Sargento Pedraza, de Juanito Martínez y del equipo de voleibol, las que más me motivaron.
Y lo intentó casi todo.
Sin éxito.
¿Voleibol?... Muy corta su estatura.
¿Basquetbol-... Por consiguiente.
¿Futbol?... Tal vez. Tiene ocho años, estudia la primaria -que cursó en la escuela Guelatao de Juárez, ubicada en 5 de Febrero- y forma parte del Correcaminos, equipo que se inscribe en un torneo infantil en el deportivo Los Galeana. Es centro delantero, un eje de ataque... Pero no hace goles.
Youshimatz:
- La verdad es que era bastante malito. Raramente tocaba la pelota durante un partido. En una ocasión, lo recuerdo muy bien, el balón me llegó a los pies y me vi ante el portero con todas las ventajas para hacer, por fin, un gol... ¡Fallé! Burlé al portero y después quise pegarle tan fuerte al balón, que lo mandé por arriba del marco. Me dio tanto coraje que salí de la cancha y le dije a mi papá: "no vuelvo a jugar futbol". Pensaba: "este deporte no es para mí", aunque después reflexioné: yo no soy para este deporte.
¿Beisbol?... Lo juegan mucho en el bosque de Aragón.
Habrá que intentarlo.
No lo hace tan mal. Manuel juega una buena primera base y constantemente, el bat hace contacto con la esférica.
Sábado 6 de enero de 1973.
Noche de Reyes. Manuel y sus hermanos reciben los regalos: bats, manoplas, pelota de beisbol. Y el domingo, una sorpresa: su padre levanta muy temprano a Manuel y a Germán porque los inscribiría en la Liga Maya, que encuentra por las Aguilas. Sus hijos cargan felices con todos los implementos. Se dirige trío a abordar el camión cuando, de repente, se detiene bruscamente en una acera del parque Aragón: ante ellos pasan veloces unos pequeños que pedalean con frenesí; compiten en un carrera promocional infantil, organizada por la delegación Gustavo A. Madero. Manuel y Germán quedan hipnotizados.
Youshimatz:
- Nunca supe explicarme qué fue todo lo que sucedió aquél día. Cuando vi a aquello niños -vistiendo unos muy llamativos uniformes de todos colores y desplazándose a toda velocidad, algo misterioso me incitó a participar. Y le dije a mi padre: "Papá, ¡quiero correr!
Preguntó don Manuel a los organizadores
- ¿Qué se requiere para competir-
Le respondieron:
- Nada más un niño y una bicicleta.
Corrieron los tres hacia la casa, entraron como tromba al garaje y sacaron aquella bicicleta guinda en la que los pequeños Youshimatz cumplían con los encargos que les hacía su madre.
Manuel y Germán fueron inscritos y compítieron en su respectiva categoría sobre la bicicleta guinda. Ambos finalizaron en segundo lugar. No hubo trofeo ni diploma para ellos, pero sí un gran premio: la sonrisa y el caluroso, abrazo de su padre.
Al domingo siguiente volvieron a competir.
Manuel finalizó otra vez en segundo lugar y recibió su primer diploma.
Adiós beisbol; hola ciclismo...
La bicicleta guinda fue, a partir de esa ocasión, objeto venerado por los hermanos Youshimatz, que le prodigaban sus cuidados. Frenos, aceite, sillín, manubrios, limpieza...
Gritaba doña Elodia, al máximo de su irritación:
¡Manuel... Germán ... ¿Dónde están rnis trapos de cocina-
Y Manuel y Germán salían corriendo.
Entró Manuel a la secundaria, la 129, tan cercana de su casa. Ya era habitual competidor en las carreras ciclistas. Pero en esa escuela acabó con su última inquietud: el atletismo.
Youshimatz:
- El atletismo me gustaba mucho, pero rápidamente comprendí que tampoco para este deporte tenía aptitudes. Me encantaban las carreras de 100 metros, pero siempre llegaba al último. Y un día, cansado de ver derrota tras derrota, mi maestra de educación física, una jovencita regordeta, me gritó: "¡Ay, Manuel... Tú nunca vas a ser nada en la vida!". Y después me reprobó. Fue en primer año. Todo eso me hizo reaccionar; me dolieron sus palabras y que me reprobara, pero finalmente y como ya participaba en las carreras de ciclismo, me propuse hacer ver a mi maestra cuán equivocada estaba.
Tenía 14 años Manuel cuando ingresó al equipo Pumitas, de la UNAM, para participar en el ciclismo organizado, categoría infantil.
Dos años después obtuvo su primer título nacional: Conquistó el campeonato juvenil en la prueba individual de 800 metros contra reloj. El torneo se celebró en Monterrey.
1979:
Año de contrastes.
Uno. compite Manuel en una carrera delegacional. Recorren los ciclistas las calles de la ciudad. Se aproximan ya al tramo final cuando, imprudentemente, un conductor maneja en reversa su automóvil, proyectándolo contra los pedalistas. Manuel recibe el golpe en seco, sin consecuencias, por fortuna.
Dos. Manuel es seleccionado nacional para competir en el Campeonato Mundial Juvenil que se celebrará en Buenos Aires Argentina. Sale de México por primera vez. Y en el Cono Sur finaliza noveno en la prueba de los 4 mil metros por equipos.
Tres. Carrera en el autódromo. Manuel marcha al frente y está a un par de vueltas del banderazo final. Pero en un campo de futbol aledaño a la pista, un delantero falla lamentablemente su remate y en vez de descansar en las redes el balón viaja por los aires, pasa sobre la verde reja de metal y aterriza justo en la cabeza de Youshímatz, quien cae como fulminado por un rayo. El golpe es brutal. Manuel se desmaya; su rostro está ensangrentado, las rodillas raspadas, con una fractura en la clavícula derecha.
1980:
En Moscú se celebran los XXII Juegos Olímpicos.
Pero competir en ellos es todavía un sueño para Youshimatz.
Su presente es el campeonato mundial juvenil de ciclismo, que Angel Zapopan Romero -ex pedalista considerado como uno de los más grandes ciclistas de México y en ese año presidente de la federación- ha conseguido después de afanosos trámites.
- El equipo necesita fogueo- admite Zapopan y se programa una gira. La selección viaja a Polonia, Checoslovaquia, Alemania Oriental e Italia, para enfrentarse a los mejores adversarios de su edad.
Manuel había concluido sus estudios preparatorianos, los que cursó en Bachilleres Vallejo.
Youshimatz:
- Y mi problema era que maduraba no sólo como deportista, sino como hombre. Había estudiado, sabía lo que era justo y me indignaban algunos procedimientos de ciertos funcionarios que más que velar por el deporte anteponían sus propios intereses.
Manuel aprendió a no callar jamás.
Y comenzó a ganar fama de rebelde.
Todo empezó en esa gira por Europa. Durante su estancia en Praga, Manuel enfermó del estómago. Se sentía muy mal y lo comunicó a la jefatura del equipo, pero nadie le hizo caso. José Luis Téllez, asesor técnico, le decía: "No, no te apures, come, anda..." Manuel padeció de fiebre y diarrea. Sanó en la soledad, con el paso de los días.
Después protestó públicamente por lo sucedido.
Y mucha gente comenzó a verlo mal.
No obstante, él respondió con la única medalla para México en el mundial juvenil: el 22 de octubre y en aquel Velódromo Olímpico que conociera en su niñez, conquistó el tercer lugar en la prueba por puntos.
Y se propuso una meta: Competir en Los Angeles 1984.
Tendría cuatro años para lograrlo.
El de 1981 fue un año exitoso: quinto lugar en los Juegos de Verano, en Nueva Zelanda; medalla de bronce -4 mil metros contra reloj por equipos- en el campeonato panamericano de Medellín, Colombia; décimotercero -prueba individual por puntos- en el campeonato mundial, en Checoslovaquia y ya en México: campeón nacional en la prueba anterior y recordman en el kilómetro, que recorre en 1:07.03.
Ya no era el Zapopan Romero presidente de la Federación; este cargo fue ocupado fugazmente por Raúl Hernández, a quien sucedió Dionisio Uríbe.
Youshimatz:
- A partir de entonces tendría que pasar, en cada prueba, sobre la incomprensión y la falta de apoyo de los dirigentes; sólo así podrían llegar a Los Angeles.
. Sucedió en 1982, ya con Uribe en la presidencia:
Youshimatz:
- Se programó mí participación en importante prueba de los Seis Días de Mil Arreglamos todo, pero faltaban los boletos. Uribe dijo que por el momento no había recursos, pero que éstos llegarían pronto, que consiguiera el dinero para comprar los pasajes y que , él me lo devolvería después. Así lo hice conseguí varios préstamos hasta que reuní los 1 300 mil pesos que necesitaba. A mi regreso de Italia busqué a Uribe pero jamás pude encontrarlo' Ya trabajaba él en la Delegación Venustiano Carranza. Yo entraba por una puerta y él salía por la otra. Cuando mi mamá le llamaba por teléfono su secretaria decía que no estaba. Y así... Hasta que di por perdido ese dinero y tuve que reponerlo.
Manuel ganó la quinta etapa de los Seis Días de Milán y finalizó en el octavo sitio Posteriormente compitió en la Vuelta Portuguesa, en Venezuela, en la que obtuvo el tercer sitio en combatividad.
En 1983 disminuyó notablemente su actividad. Corrió la Vuelta Ciclista de la Juventud en la que logró el cuarto sitio individual y el primero por equipos.
Youshimatz:
- En ese entonces el hostigamiento de los directivos era cada día más palpable... Hasta que explotó.
Todo se originó a principios de 1984, el año de los Juegos Olímpicos. La Federación seleccionó a Manuel para competir en la Vuelta a Cuba, que es uno de los circuitos más difíciles que hay en América, no sólo por su recorrido sino por la importante participación de equipos de los países socialistas europeos y la de varios escuadrones cubanos que, si bien suelen ser corderos fuera de la isla, en ella son fieros adversarios. Dionisio Uribe advirtió a los pedalistas: "Aquél que no termine la vuelta tampoco irá a los Juegos. Olímpicos".
Youshimatz:
- Al finalizar la quinta etapa me enfermé del estómago y abandoné la prueba. ¡Nunca lo hubiera hecho! Me llovieron las críticas y Uribe me sacó de la selección... Pero no me dejé derrotar: mientras los seleccionados estaban concentrados en el Distrito Federal yo me fui a Santa Cruz, Tlaxcala, a continuar con mi preparación olímpica. Viví en una casita con los señores Pérez Nava: don Herlindo y doña Elena, unos viejecitos amigos de mis padres y tenía todo el día para entrenar. Me dormía a las 7 de la noche y me levantaba a las cinco de la mañana. Ese entrenamiento en la montaña, durante un mes, fue muy positivo: me ayudó a lograr el tercer lugar en la importante vuelta de Baja California Norte, pese a que el juez José Luis Rico me descalificó en una etapa que gané legalmente, argumentando - que había levantado los brazos en la meta, a menos de tres metros de mis rivales... Lo que sucedió fue que, por una parte, Rico tampoco me quería y por la otra, a la federación no le convenía que yo ganara... Creo que lo que más les molestaba era que yo no me había dejado vencer.
Pero ni Dionisio ni nadie pudieron objetar la inclusión de Manuel en la Selección Olímpica, cuando el joven de los anteojos triunfó en los campeonatos nacionales. En el Distrito Federal venció en la prueba de los 4 mil metros contra reloj, tanto individualmente como por equipos.
Los Angeles...
El mundo de Disney, del celuloide, de la música, convertido ahora en escenario olímpico.
Pero no hay fantasías para nuestros ciclistas, se impone la realidad:
Fracasan los ruteros Rosendo Ramos y Salvador Ríos y también la cuarteta, Raúl Alcalá, Felipe Enríquez, Cuauhtémoc Mimoz y Guillermo Gutiérrez hijo; contra reloj. Hasta ahora, lo mejor es el undécimo sitio conseguido por Alcalá en la ruta individual.
Youshimatz:
- Mis compañeros no tuvieron suerte. Y verlos derrotados me dio coraje. Me decía a mí mismo: "Tú tienes que dar más". Después de tanto trabajo, de tantos problemas y de llegar sin apoyos hasta la olimpiada, no podía dejarme atrapar por el conformismo. Cuando saliera a la pista tendría que actuar con inteligencia, sí, con todo lo que estaba dentro de mí.
Primero de agosto.
Velódromo Olímpico.
Se corren, hoy, los dos heats eliminatorios que arrojarán a los 24 competidores que disputarán la final de la prueba por puntos.
Youshimatz:
-Me concentré en la pista, sin fijarme en la multitud que atestaba el velódromo; sabía que si me dejaba impactar, tendría problemas. Así que cuando arrancamos yo estaba muy tranquilo y con la intención de atacar desde el principio, de no rodar a la expectativa detrás de mis rivales. Ese esfuerzo me cansó y perdí ventaja. Después y aprovechando un descuido de los oponentes, me lancé al frente con otros tres competidores. No alcancé puntos, pero logré una vuelta de ventaja, lo que de hecho me daba la calificación.
Terminó Youshimatz en el segundo lugar general con 8 puntos, detrás del suizo Joerg Mulier, quien acumuló 14.
Por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos, un ciclista mexicano llegaba a la final en una prueba de pista.
Youshimatz:
- Pasado ese momento, me sentí seguro de que podría clasificar en un buen lugar en la final. Mi meta era superar el noveno puesto que Magdaleno Cano consiguió en la prueba de ruta, en Melbourne 56.
Después de un día de descanso, 24 pedalistas se reunieron nuevamente en el velódromo de Domínguez Hills. Lucharían, ahora, por tres medallas.
A la una de la tarde, un grupo de mexicanos alentaba al joven de los anteojos que vestía un maillot dejersey blanco con franjas verdes y rojas cruzando el pecho.
Y allá van...
Que sea el propio protagonista quien narre lo que sucedió entonces:
Youshimatz:
- Traté de modificar la táctica de esa prueba y lo logré: los europeos se dedicaban a aguantar las primeras vueltas y atacar al final. Yo lo hice desde el principio. Jalé al suizo Muller, al francés Didier García y al argentino Juan Esteban Curuchet y rompimos el grupo. Lo había logrado, pero me sentía muy cansado al concluir ese embalaje y entonces se mezclaron mis sentimientos: alegría porque, aunque la prueba iba apenas en sus inicios, ya ocupa el segundo lugar; desesperación porque mientras me era imposible seguir el ritmo, Mullery Didier sostuvieron su frenético pedaleo en busca de mayor ventaja-, finalmente, sentía angustia: ¿podría recuperarme y seguir peleando-... Creo que en virtud de mi falta de preparación en la pista, se me cruzaban los, factores: tenía resistencia y velocidad, pero me costaba mucho trabajo recuperarme para los siguientes embalajes, mientras que el belga. Rogers Ilegems y el alemán Uwe Messerschmidt demostraban su gran categoría al irse fácilmente a la punta. La situación se me fue complicando poco a poco. Bajé al quinto sitio; luego al sexto. Marchaba en octavo al cumplirse cien vueltas. pero poco después volví a sentirme entero y comencé a planearla táctica de ataque, el que inicié casi enseguida: sabía que tenía que sacar otra vuelta para volverme a colocar. Y faltaban aproximadamente unos 20 giros cuando, en pleno segundo aire, logré separarme del grupo. Conmigo se fueron también el danés Brian Holm Soerensen, Rogers y Messerschmidt. En esa intentona tuve que dar todo lo que tenía porque por un lado Soeren!wn, como yo$ queríamos acercarnos a la pelea por las medallas y por el otro, Rogers y Messerclismidt no trabajaban a un gran ritmo porque tenían una gran ventaja que les aseguraba los dos primeros lugares. La lucha, pues se concentraría en la medalla de bronce. En ese momento ya éramos seis los corredores con dos vueltas acumuladas, pero yo tenía buenos puntos ya cuando faltaban nueve vueltas apareció mi nombre en el tablero electrónico: ¡tercero ... ! Mas el suizo Joerg Muller se acercó peligrosamente: redujo a sólo seis la ventaja de 11 puntos que sobre él tenía. Y en seguida se produjo un sprint doble que podía ser decisivo, ya que si Muller ganaba o quedaba en segundo lugar, me quitaba el bronce. Así que hice acopio de fuerzas, me pegué a su rueda y al finalizar el embalaje él entró en quinto y yo en sexto. En ese momento supe que había ganado la medalla. Y aquello era una locura; me invadió la alegría y ya ansiaba que terminara la prueba...
Llega a su fin la agotadora competencia.
Oro para el belga llegems, quien recorrió los 50 kilómetros en Ih.03'01" a un promedio de 47.102 kilómetros por hora.
Plata para Messerschmidt.
Bronce para Youshimatz quien logró 29 puntos, por 23 de Muller y 20 de Curuchet.
¡Primera medalla olímpica para el ciclismo mexicano!
De las tribunas vuela un negro, galoneado sombrero de charro. Manuel Youshimatz lo atrapa, se lo pone y así recorre, con la mano derecha en alto, el óvalo olímpico. La multitud le aclama.
Cuando baja de la esbelta bicicleta va directo al podio.
Con sombrero y con anteojos.
Youshimatz:
- Me sentía tranquilo. La gente nos ovacionaba mientras caminábamos hacia aquel pedestal. Yo me sentía flotar... Como si estuviera en un sueño. Tenía ganas de llorar, pero no podía. Y cuando escuché por los altavoces mi nombre y el de México, sentí que un intenso frío recorría cada parte de mi cuerpo. Era la emoción. Y luego llegó el momento sublime: más que recibir la medalla, me conmovió ver que nuestra bandera iba subiendo poco a poco por el asta... La importancia de nuestros valores patrios hizo muy significativos esos instantes...
Aquella victoria deparó a Manuel -como a otros ganadores en Los Angeles- el Premio Nacional del Deporte.
Cuando acabó la fiesta ya estaba a la vista la nueva meta: Seúl '88.
Supuso Manuel que su calidad de medallista le permitiría una vida más tranquila dentro del ciclismo. Error. No sólo no cesaron las anomalías, sino que fueron incrementándose día a día. Manuel fue denunciándolas, una por una.
Las autoridades lo combatieron con un arma poderosa: le negaron su apoyo.
Manuel señaló, sin intimidarse en momento alguno, las incongruencias que encontraba en el trabajo de la Federación. Le indignaba el exagerado e injustificable apoyo del presidente de este organismo, Guillermo Gutiérrez, a un ciclista llamado igual y coincidentemente, su hijo. Con frecuencia se refería Manuel a que la Federación había abandonado al ciclismo de pista y a sus repetidos enfrentamientos con el CREA, organismo que trataba de impulsar este deporte.
Así que recorrería Manuel el ciclo olímpico entre discusiones y competencias.
En las pistas:
1985:
Tercer lugar en la prueba por puntos del Campeonato Mundial, celebrado en Italia; monarca nacional en los 4 mil metros contra reloj, individual y por equipos y campeón por equipos en la Vuelta de la Juventud.
1986:
Campeón absoluto en todas las pruebas nacionales de pista y medalla de plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en Santiago de los Caballeros, República Dominicana.
1987:
Campeón de la prueba por etapas Super Week, en Wisconsin y medalla de plata prueba por puntos de los Juegos Panamericanos en
Indianápolis.
1988:
Manuel solicita apoyo a la Federacion para cumplir con su programa olímpico Guillermo Gutiérrez se lo niega, aduciendo que carece de
presupuesto. Planea Youshimatz competir en Estados Unidos. Gutiérrez se opone. ¿Que tal una estadía de un mes en Toluca, previa a la
competencia olímpica- de ninguna manera, dice Gutiérrez.
Así que Manuel recurre a Raúl Gonzáléz-entonces Secretario de Fomento Deportivo del PRI -a Sandalio Sáinz de la Maza -fabricante de trofeos- quienes si le consiguen los recursos económicos para que compita en Estados Unidos. El industrial Jacinto Benotto le proporciona todos los implementos para sus bicicletas.
Nuevamente interviene Raúl Gonzáléz acompañado ahora de Fernando Corona -titular del Deporte en el Estado de México-
Manuel puede ir a entrenar un mes en las alturas toluqueñas.
Por fin, cuando ya están muy cercanas las competencias en Seúl, la Federación accede a enviar a Youshimatz al Panamericano de ciclismo, realizado en Medellín, Colombia.
Manuel conquista la presea de plata en su prueba predilecta: 50 kilómetros por puntos.
Regresa Manuel. Es seleccionado Olímpico.
-Supongo que viajará conmigo mi entrenador, Juan Sandoval- comenta a Guillermo Gutiérrez.
-No. No hay dinero...
Youshimatz:
- De esta manera, viajé a Seúl con una preparación que apenas cubría los mínimos requisitos para una competencia olímpica.
El 22 de septiembre, Manuel califica a la final: es primero en su heat eliminatorio.
Y se desborda la ambición de algunos personajes.
Se dice, en Seúl, que un alto dirigente del deporte ofrece a Manuel dos mil dólares a cambio de que consiga una medalla.
Youshimatz:
- Sí, sí se produjo ese ofrecimiento, pero yo lo consideré un insulto. Lo rechacé. ¿Cómo me ofrecían, en ese momento, un apoyo que me negaron sistemáticamente a lo largo de cuatro años, en los que prácticamente mendigué ayuda- Yo estaba muy indignado: tontamente había supuesto que por ser medallista, permitirían, cuando menos, que Juan Sandoval estuviera presente en Seúl. Ni siquiera a eso accedieron y ahora se presentaban ante mí ofreciéndome un premio...
La final fue el día 24.
Acaso un titubeo haya privado a Youshimatz de una nueva medalla:
Se acercaba el sprint 14. El danés Dan Frost y el holandés Leo Peelen tenían una vuelta de ventaja sobre el grupo. Al llegar al siguiente giro, puntuable, Manuel -sexto en la clasificación- tomó la delantera. Se esperaba de él un ataque que le permitiera acercarse a los líderes. Pero no sucedió: Youshimatz subió al peralte y trató de estudiar la situación. Perdió entonces instantes preciosos. El pelotón lo absorbió. Se había escapado la gran oportunidad...
Manuel concluyó en el noveno sitio y declaró a los reporteros:
- Este resultado me produce la misma satisfacción que aquella medalla obtenida en Los Angeles. Ahora competí contra los mejores especialistas en esta prueba. Estoy satisfecho de mi actuación; estuve en la lucha en todo momento.
Habrá que decirlo: no, no parece un ciclista.
Sus modales son moderados.
Viste con modernismo pero, a la vez, con elegancia.
Con pulcritud extrema.
Estudió en la Universidad Iberoamericana la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública.
En 1989 se casó con Lorena Hernández, y han procreado a Manuel Alejandro que tiene escasos dos años de edad.
Se expresa con toda seriedad.
Sigue siendo serio y reservado. Ocasionalmente obsequia una tímida sonrisa.
Pero está, todavía, en la lucha. . . como siempre.
Youshimatz tenía en mente Barcelona. Anhelaba cumplir otro cielo olímpico; otros cuatro años de lucha, de buscar todo tipo de apoyos: morales, técnicos, económicos... Soportes -puntualizaba- que me fueron negados sistemáticamente y cuya ausencia influyó decisivamente para que yo no alcanzara mejores resultados".
Pero Manuel encontró ayuda en un excompañero deportista, Raúl González Rodríguez, en su carácter de presidente de la Comisión Nacional del Deporte.
-El sí entendió lo que un deportista necesita para buscar la victoria olímpica, aunque al final tanto yo como otros, no pudimos concretarla, pese a dar nuestro mejor esfuerzo.
1989:
En mayo, Manuel gana el certamen internacional de Osaka, Japón, y se perfila como uno de los favoritos para triunfar en el campeonato mundial a celebrarse en Lyon, Francia, en agosto. Un peleado cuarto lugar coronaría sus esfuerzos; tan valioso ese resultado como aquella presea en Los Angeles. A fines de año, ganaría una etapa de la Ruta México y sería líder durante cuatro días.
1990:
Manuel y Lorena se casaron en febrero. En julio, Manuel obtendría el título de la prueba por puntos en el campeonato panamericano que tuvo lugar en Duitama, Colombia; meses después se ubicaría en la décima posición en el mundial de Japón. En septiembre, participó con mala suerte en la Ruta, cayendo en el trayecto de la etapa Toluca-Cuernavaca; no se recuperó, sin embargo, aún así compitió en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en la ciudad de México, ubicándose apenas en el sitio 19.
1991:
Youshimatz, "casi siempre solo---, acompañado en su preparación por su hermano Germán, su entrenador Julián García y el doctor Eduardo Velázquez, y con el apoyo de la Comisión Nacional del Deporte, enfocó su atención en el campeonato mundial de Stuttgart, al cual prefirió, olvidándose de los Juegos Panamericanos, que casi por las mismas fechas se realizaron en La Habana, Cuba. En Alemania, el mexicano obtendría otro valioso, quinto sitio.
Y llegaba el año olímpico: 1992.
Barcelona estaba a la vista.
Poco había faltado a Manuel para ubicarse en el podio, tanto en Lyon como en Stuttgart, ante los mejores del mundo. Pero Youshimatz era uno de ellos. Como lo hicieron los marchistas y algunos fondistas, Manuel también probó un entrenamiento de altura en Bolivia, en abril y mayo; posteriormente incrementó su preparación en Toluca, compitiendo en algunas pruebas en los Estados Unidos.
Sin embargo, a dos meses de la cita olímpica, sufrió un mal momento: la muerte de doña Elodia Sotomayor de Youshimatz, su madre, su apoyo. . .
-Esto me afectó anímicamente mucho.
Mas, llegó el momento olímpico para Manuel.
28 de julio: la eliminatoria en el óvalo de 250 metros del velódromo de madera de Val D'Hebrón...
Manuel hace lo justo; ha madurado. Ya no es aquel ciclista que se come la pista, corno en Seúl, en las eliminatorias -para llegar exhausto, aún a la final, donde quedaría noveno.
Hoy Youshimatz acumula 28 puntos y queda en la cuarta casilla. Ha asegurado su participación, entre los 24 mejores ciclistas, en una difícil prueba sobre 200 vueltas al óvalo.
Diría a Armando Satow, allá en las tribunas de Val D'Hebrón:
-El primer objetivo era calificar y está cumplido. Hoy fue una prueba de tanteo pues nadie enseñó sus armas... No se puede saber si uno ganará una medalla. Eso se siente allá, en la pista; como va sintiendo uno la prueba y si hay el momento idóneo para atacar y sacar ventaja.
Viernes 31 de julio, final de la prueba por puntos, o también llamada australiana, sobre 50 kilómetros:
La noche cae sobre Vall D'Hebrón, pero una excesiva humedad parece que será el peor enemigo de los ciclistas que se lanzan, como tromba, sobre ¡a madera de] óvalo, que cruje a su paso...
Desde el primer momento queda patentizado que será una férrea lucha por las medallas. Más de una docena de ellos tienen las cualidades para triunfar, y más que rodar y cuidarse, la gran mayoría pedalea sin cesar en un desmedido, afán de acumular puntos.
Manuel ataca y logra dos puntos en el giro 18.
Pero tras él, va el resto, como jauría.
Cuando se cumplen cien giros, el checoslovaco Tesar Lubor y el italiano Giovanni Lombardi puntean, seguidos del alemán Guido Fulst, el belga Cedric Mathy y el hábil y enjundioso holandés Leon van Bon. Manuel Youshimatz ocupa la vigésima posición.
Tras dos o tres intentos, por fin, Manuel logra cuajar nueve puntos, antes de concluir la prueba un cerrado duelo entre Van Bon y Lonbardi, quien se alza con la medalla de oro con 44 unidades, seguido por el holandés a un punto. Maatthhyy quedó tercero con 41 puntos.
Manuel se ubicó en el lugar 14, con 11 puntos, en una prueba en la cual ninguno de los 24 medallistas que actuaron en la final logró, como en otras ocasiones, sacar una o dos vueltas al resto de competidores, pues en promedio se rodó a 49.190 kilómetros por hora.
Diría Manuel en Barcelona:
-Fue una prueba muy rápida. Quise irme en fuga, pero no pude, no se logró. Esta es una competencia que no tiene reglas; es muy impredecible, pues ahora se ganó con sprints.
Como otros tantos deportistas que actuaron en Barcelona sin éxito, Manuel fue severamente asediado, criticado, incomprendido; sin embargo, Youshimatz guardó silencio ante las críticas, la mayoría sin fundamento, hechas por personas que no fueron, al menos, testigos de lo que sucedió en Val D'Hebrón.
En el deporte mexicano se sucedieron varios cambios en 1993. Manuel empezó a perfilarse como entrenador, con juveniles en la UNAM; y al parejo buscó nuevamente representar a nuestro país, ahora en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Ponce, Puerto Rico, a donde acudiría. Un noveno lugar culminó una de las más exitosas carreras como pedalista, durante casi 20 años en activo.
-Un sueño ser ahora entrenador...
-Tenía pensado llegar a ser entrenador nacional de pista, dar a las nuevas generaciones parte de mis conocimientos, de mis experiencias, sin embargo... lo comenté con el presidente de la federación, Hector Soberanes, y me dijo: ni pensarlo. Eso no está en mis planes. . . realmente decepcionante.
-Muy dura la vida de un ciclista, Manuel.
Youshimatz responde con toda seriedad:
-Pero muy apasionante e ilustrativa a la vez. . . el ciclismo me enseñó a valorar la vida, a valorar a las personas; a comprender que las situaciones difíciles pueden ser resueltas si se combaten con un poco de empeño y mucho trabajo... el ciclismo me ha enseñado a creer en mi país y a comprender que no obstante la labor negativa de algunos individuos, puede haber un futuro favorable si se trabaja con determinación y coraje, haciendo a un lado la adversidad.
Se produce una pausa en la conversación.
La rompe así Youshimatz:
-Cuando un ciclista está arriba de la máquina y le dan el banderazo de salida, es como si le dieran una señal para empezar una nueva vida. . .
-¿Eso es, Manuel?
Youshimatz asienta con un movimiento de cabeza.
... Ojalá y hubiera un banderazo de salida para que todos los mexicanos iniciáramos la carrera hacia una nueva meta: un mejor país para todos.
-Ojalá, Manuel
Ahora, él empieza otra carrera: la de político en el deporte, buscando llegar al éxito como lo tuvo en Los Angeles.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Raúl González Rodríguez
Medalla de oro y medalla de plata
Caminata
Los Ángeles 1984
Los Angeles, California, 11 de agosto de 1984.
Juegos de la vigésimotercera Olimpiada.
Casi las doce horas de este día intensamente caluroso.
Se bailan de sol las tribunas del Memorial Coliseum, Stadium.
Y se espera ya el arribo del ganador de los 50 kilómetros de caminata, nada menos que la prueba más larga y más agotadora de los Juegos.
Allí viene... Camina solitario.
En el jersey blanco está inscrito su número de competidor: 639 con letras mayúsculas: MEXICO.
Y no, no es sólo sudor ese que se desliza por las morenas mejillas y muere en el espeso mostacho.
Observen bien: también es llanto.
Llora el que en unos instantes será campeón olímpico.
De alegría, por supuesto.
¿0 no es así?..
- No precisamente- dice Raúl González, intacto aquel vivido recuerdo.
- Hurguemos-pues, en su interior.
Raúl:
Al acercarme al estadio, sabedor de que dominaba la competencia, de que la victoria estaba tan cercana, me invadió una extraña sensación en la que se mezclaban la alegría del triunfo y una inmensa nostalgia. En esos momentos no podía escuchar los gritos de la gente. Seguía en una lucha interminable por llegar. Al dar la vuelta para entrar al túnel del estadio, no pude contener mi emoción. Nunca había estado en un momento así en mi vida. Recordé aquel coro que mi madre cantaba a mi padre agónico:
Yo sé
Yo sé que el puede
Bendecirme a mí...
Mis lágrimas brotaban suavemente y se perdían en mi cara desencajada y sudorosa. Realizando un esfuerzo máximo, salí del túnel para entrar a la pista. Me encontré con el grito espontáneo y lleno de asombro de los espectadores que llenaban el estadio. Di la vuelta a la pista con el paso lleno de ansiedad por llegar, mientras que la gente, de pie, aplaudía y no dejaba de gritar. Allí iba yo, al encuentro con mi destino, hundido en mis emociones desbordadas, dando los últimos pasos de muchos miles de kilómetros de entrenamiento para llegar.
En los metros finales me invadió el llanto. Y no pude contenerlo. Al dar el último paso, al cruzar la meta, me cubrí la cara con las manos y luego levanté los brazos al cielo para dar a Dios las gracias por todo... Por todo eso que sentí en ese instante. Por todo eso que El me permitía vivir tan intensamente... ¡Lo había logrado y no lo creía! ¡No podía creer lo que estaba viviendo!
Por fin.
Raúl González: campeón olímpico.
Quince años después de haber tomado aquella decisión de convertirse en competidor de caminata.
Doce años después de haber participado en sus primeros Juegos Olímpicos: Munich 72.
Y siguieron Montreal 76 y Moscú 80.
La cita con la historia se cumpliría en Los Ángeles.
Era la cuarta oportunidad. La última...
Hacía apenas una semana que Raúl había conquistado la medalla de plata en los 20 kilómetros.
Pero, filosofa... La medalla de plata es importante, más no es sino sólo un premio al esfuerzo del deportista; es la de oro la que consagra.
¿Cuántas historias hay detrás de una sola medalla de oro?
¿Cuántas fechas?...
FECHAS HISTORICAS
Raúl nació el 29 de febrero de 1952 en China, Nuevo León, pueblo de largas temporadas de calor y de sequía. Tierra de campesinos que aman la esencia misma de la vida y la cultivan a pesar de la adversidad.
Infancia humilde aquella, pero plena de felicidad en el rancho de los abuelos. Había que hacer labores de casa, estudiar y cuidar el rebaño de cabras del abuelo, aquel hombre forjado a la antigua, tan duro pero tan humano. Era de sus cabras de donde salía aquel dulce de leche que hacía la abuela, quien, al caer la tarde, se metía a la cocina y preparaba aquellas suculentas empanadas de carne.
La vida se hizo más difícil cuando don Heriberto González Quintanilla decidió que la familia se mudaría a Río Bravo, Tamaulipas, en la frontera norte del país, para incorporarse a la pizca del algodón. El padre de Raúl construyó una casita con lámina de cartón en las afueras del Río Bravo, en aquel entonces un ejido. Ahí vivieron por varios años.
Raúl:
- Y conforme mejoraba nuestra situación económica, también aumentaba el número de mis hermanos.
Cuando se agotaron los campos de algodón, don Heriberto se contrató. como bracero. Y así, juntó un pequeño capital que le permitió instalar un modesto taller mecánico.
Mientras tanto, Raúl había culminado su primaria y allí, en Río Bravo, cursó la secundaria y la preparatoria. Mostraba ya su profundo interés por el deporte. Había practicado el boxeo, el beisbol y el futbol, pero lo que le apasionaba era la carrera.
Raúl:
Había descubierto que lo que más me gustaba no eran los deportes de conjunto, sino los individuales, en los que todo depende de uno mismo, en los que el que invierte esfuerzo y corre los riesgos es solamente uno y en los que, los malos resultados no se comparten.
Opté pues, por correr... Porque era como luchar contra mí mismo, contra mis errores mis defectos...
Septiembre de 1969:
En contra de la opinión de su padre quien insistía a su hijo en que permaneciera en Río Bravo y le ayudara en la conducción el taller mecánico- y con la bendición de su madre, doña Felipa Rodríguez, Raúl decidió viajar a Monterrey e ingresar a la Universidad Autónoma de Nuevo León para estudiar la carrera de ciencias Físico-matemáticas. Se fue sin recursos económicos y sobrevivió gracias al auxilio de un grupo de amigos. Pero no había dinero ni para el camión. Así que las caminatas diarias, para ir y regresar, de casa a la UANL, eran de varios kilómetros.
¿Acaso una premonición?
Tal vez... Porque, aprovechando el fin de semana del 16 de septiembre e invitado por el profesor Guadalupe Hernández -quien fue su maestro de educación física en la secundaria una carrera en Río Bravo para celebrar el aniversario de la Independencia, Raúl -viajó a casa y se inscribió en el certamen. Pero ¡oh sorpresa!, ya en la línea de arrancada, el profesor Hernández se acercó a los competidores y les dijo: "Muchachos, esta prueba será de caminata, de tres kilómetros aproximadamente".
Raúl:
- Y sin dejarnos salir del asombro, se apresuró a hacer una demostración de la técnica de la marcha y luego dio inicio a la competencia.
Ya estando allí, pues no me quedó otra que participar. Gané, para mi sorpresa y con una buena ventaja.
El primer paso había sido dado. Raúl se enfilaba ya hacia su destino.
Lo demás sucedió a un ritmo vertiginoso, aún en contra de los deseos de Raúl, quien insistía en correr, no en caminar. El profesor Daniel Garza Moreno, responsable del atletismo en la UANL, advirtió desde ya, las disposiciones naturales de Raúl para la caminata y le insistió en que era ésta su prueba. Después lo hizo miembro del equipo atlético de la universidad y así, apenas a los diez meses de haber descubierto la marcha, Raúl ganó el Campeonato Nacional Juvenil, en Oaxtepec y llamó poderosamente la atención del polaco Jerzy Hausleber, entrenador del equipo nacional, quien lo invitó a formar parte de la preselección. Así que, cuando todavía no se adaptaba al cambio, Raúl empacó nuevamente y el 6 de enero de 1971 se hizo así mismo una promesa: "Volveré sólo como un triunfador" y viajó otra vez en precaria situación económica, a la ciudad de México y se metió en el Centro Deportivo Olímpico Mexicano, a pesar de que durante 15 días no hubo lugar para él.
Ya estaba allí, al lado de los famosos marchistas mexicanos!
Ya estaba, allí en ese nuevo mundo. De ilusiones... Y también de crudas realidades.
Raúl:
- Cuando ingresé al grupo de caminata, me propuse no sólo ocupar un lugar dentro de él, sino ser el mejor. Por eso me gustaba estudiar y aprender también de lo que hacía. Era un fanático del aprendizaje de todos los aspectos técnicos. La caminata me absorbió. El entrenamiento era muy pesado. Y continuar con mis estudios me era cada vez más difícil: andaba de una escuela a otra y no podía darle continuidad a mis estudios de físico-matemáticas, por más que lo intentaba.
Acerquémonos llevados por Raúl a un día cualquiera en la vida de un andarín:
- En caminata, una sesión de entrenamiento es algo especial. Algunas se prolongan por varias horas y uno se queda solo, con todo el tiempo para pensar, para motivarse y para analizar constantemente su desarrollo. A veces salíamos al despuntar el alba y regresábamos entre la una y las dos de la tarde, dependiendo del lugar donde se hubiese realizado el entrenamiento. Apenas teníamos tiempo para nadar un poco antes de comer y así desintoxicar los músculos. Al término de cada comida teníamos el tiempo necesario para realizar la segunda sesión de entrenamiento, que era normalmente de 4 a 5 de la tarde, con 10 kilómetros diarios de aflojamiento en forma suave. Después se imponía el masaje, luego de un baño de tina con agua caliente para relajar aún más los músculos. Y ya llega la hora de la cena y a dormir para recuperase y poder enfrentar el entrenamiento del día siguiente. Muchos fueron los días en los que me repetí con insistencia durante las prácticas: "Tengo que llegar más allá de donde los demás han llegado". Tanto me lo repetía, que se me hizo una costumbre y un hábito para todas las cosas que emprendo. Siempre he querido ser el mejor en lo que hago y sé bien, bien que lo sé, que para llegar a serlo no basta con desearlo...
Acción...
Tercer lugar en el Campeonato Centroamericano -Kingston, 1971- y buenos resultados en una gira de competencias del equipo nacional por Estados Unidos.
Y en el Campeonato Nacional - en esa ocasión considerado como eliminatoria oficial para los Juegos Olímpicos de Munich 72 falló en su prueba: la de los 20 kilómetros y tuvo que realizar un esfuerzo titánico para clasificar como campeón, en la de los 50.
Munich 72...
Raúl:
Se cumplía la primera ilusión de mi vida. Participar en unos Juegos Olímpicos representaba, a mis 20 años, un sueño cristalizado, una primera meta lograda a base de esfuerzos y una inmensa necesidad de ser alguien... De ganar.
Registró, en Alemania, un tiempo de 4h 26' 13": vigésimo sitio. Aceptable, en virtud de su novatez.
Pero no para él:
- Esa incapacidad para lograr un mejor puesto me dejó una insatisfacción y una amargura que no pude digerir durante mucho tiempo. Me decía a mí mismo: "hay a quienes no nos gusta ser perdedores; no hay razón para ser perdedor... ¿Por qué tengo que ser así?
Tengo derecho a estar en el podio de los vencedores". Desde ese momento supe que un lugar allí se conquista con mucho trabajo, con perseverancia, con esfuerzo, con tiempo....
A fines de 1972 y cuando se volcaban las críticas contra aquella delegación mexicana en Munich -sólo el boxeador Alfonso Zamora regresó con una medalla de plata. Raúl volvió a Monterrey, donde el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores le brindaba, a través de una beca, la posibilidad de terminar licenciatura de físico-matemáticas. Pero ya nada podría apartarlo de su pasión: la Competencia. Así que meses después tomó la decisión más importante de su vida: abandonó el Tecnológico y regresó al Centro Deportivo Olímpico Mexicano. Se trazó una meta irrevocable: ser campeón olímpico.
Pero no sería sólo un competidor más.
Dice Raúl:
- Al conversar con alguien, me gusta hablar del valor y del sentido social del deporte en general. Comprendí que la sociología del deporte era un tema que me apasionaba; por tal motivo, leía todos los libros que podía conseguir al respecto. Lo había decidido: sería hombre de deporte, del deporte y para el deporte.
1973:
Raúl González mejora todas sus marcas. Es campeón nacional en 20 kilómetros.
En el otoño europeo sorprende a la crítica italiana, al finalizar segundo en el Giro di Roma apenas a unos metros del alemán Bernd Kannenberg, campeón olímpico en Munich y poseedor de los récords mundiales de 20 y 50 kilómetros... En Inglaterra vence a los locales en la distancia de 10 kilómetros.
1974:
Medalla de oro en la prueba de los 20.11 kilómetros de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, celebrados en Santo Domingo, donde conoce a una linda chica: Yvette quien ahora es su esposa y madre de sus tres hijas. Después, nueva gira exitosa por tierras europeas.
1975:
Sobrevienen algunas lesiones y Raúl es superado en la eliminatoria de los 20 kilómetros. Daniel Bautista y Domingo Colín son los representantes de nuestro país en los Juegos Panamericanos que se disputan aquí. Y como la prueba de 50 kilómetros no es programada, Raúl se convierte en un espectador más de los Juegos. Viaja a Santo Domingo, en noviembre, y contrae nupcias con Yvette. Decide vivir en Toluca, para realizar ahí la parte fuerte de su preparación con miras a los Juegos Olímpicos de Montreal 1976.
La primera batalla es en México porque en virtud de que la prueba de los 50 kilómetros poco es programada en Montreal, seis andarines mexicanos, clasificados todos entre los diez mejores de¡ mundo, disputarían tres lugares en el equipo. Se imponen Daniel Bautista -ganador, a la postre, de la medalla olímpica de oro- Raúl González -quinto sitio- y Domingo Colín -descalificado-.
Raúl:
- Mi especialidad eran los 50 kilómetros, pero las justificaciones no valen cuando lo que se quiere es ganar.
Dos Juegos Olímpicos: Dos frustraciones.
1977:
Dos ligeros desmayos.
El primero, al intentar bajar en la prueba de los 50 kilómetros -campeonato nacional- la marca de las 3 horas y 50 minutos.
El segundo: "ya no puedo más... ¿Acaso debo retirarme?"
Sólo para encontrar el aliento de Hausleber:
- No quisiera que terminaras de esta manera tu carrera deportiva; me gustaría que la dejaras después de una buena actuación que compense el tiempo de trabajo; debes de luchar por seguir adelante y retirarte de otra forma y con satisfacciones.
Ya se disipa la sombra. Hacia adelante con renovados bríos.
Exhaustivo entrenamiento en Bolivia, al lado del Titicaca y en aquella escondida pista de aterrizaje, entre víboras y nubes de moscos.
Y triunfos como en cascada:
25 de septiembre: Primer Lugar en Milton Keynes, en la Copa Lugano, con registro de 4h. 04'16". El equipo mexicano de caminata que barre en esa competencia, recibe el Premio Nacional del Deporte.
1978:
25 de abril:
Primer lugar en la Semana Internacional de Caminata, en el autódromo de la Ciudad Deportiva. Tiempo: 3h.45'52". ¡Marca mundial en los 50 kilámetros!, superando el registro del alemán occidental Bernd Kannenberg, cappeón en Munich 72.
19 de mayo: Primer lugar en la prueba de pista, en Bergen, Noruega: 3h.52'23".
11 de junio: Nueva marca mundial, ahora en la competencia internacional- de Praga a Prodebady, la justa más tradicional y antigua de la caminata en Europa: 3h.41'19", con registros mundiales en 25, 30, 35 y 40 kilómetros.
Agosto: Plata en los 20 kilómetros de los Juegos Centroamericanos y del Caribe Medellín, Colombia-, superado sólo por Daniel Bautista.
Noviembre: el presidente José López Portillo le otorga el Premio Nacional del Deporte.
1979:
Principios de año: Raúl externa su deseo de participar en las dos pruebas de caminata. Jerzy Hausleber se opone. Aduce que es difícil abarcar ambas competencias. Y más aún cuando en 20 kilómetros destacan Bautista y Colín. Inconforme pero disciplinado, González acepta competir sólo en los 50 kilómetros en los Juegos Panamericanos de San Juan, Puerto Rico, donde alcanza el primer lugar. Posteriormente, repite la victoria en la Semana Internacional en esta ciudad y luego abandona, en el kilómetro 33, en Valencia, España. No obstante, días después, 25 de mayo, implanta en Bergen, récord mundial en pista, que aún persiste: 3h.41'39".
A continuación, decide establecer un nuevo registro mundial en la Copa Lugano, en Eschborn, Alemania Federal. Imprime un ritmo tan veloz a la competencia, que decae en los últimos kilómetros. Finaliza en cuarto lugar. Martín Bermúdez y Enrique Vera hacen el 1-2.
1980:
Marzo: nuevo triunfo en la Semana-Internacional. Dos más: en Rhede, Alemania Federal y en Bergen, con excelente registro de 3h.43'5l".
Se ha cumplido otro ciclo olímpico.
Se encuentran ya a la vista los Juegos de Moscú.
Todo mundo esperaba cuatro medallas.
¿Gran victoria?
No; debacle total.
Moscú fue sólo el escaparate de las dificultades que habían dividido, que habían desarticulado al equipo de caminata más poderoso de todos los tiempos.
Todo comenzó meses atrás, cuando la proyectada etapa final de entrenamiento, en Bolivia tuvo que ser cancelada por la inestabilidad política existente en aquel país. Desesperado y contra toda lógica, Hausleber decidió un viaje a última hora, a Puno, en el Alto Perú. Las opiniones se dividieron. Era peligroso experimentar en un lugar desconocido. Pero Hausleber cumplió con su objetivo. Y en la madrugada de un viernes de julio, el equipo mexicano de caminata partía hacia Puno, donde llegaría cinco días después de un accidentado viaje, en el que los retrasos de las líneas aéreas provocaron pérdidas de conexiones... Y valiosos días que deberían de haber sido aprovechados en intenso entrenamiento, fueron invertidos en escalas sin fin. El viaje final, de Arequipa a Juliaca, fue a bordo del famoso tren Transandino.
Raúl:
- El tren me recordó aquella época de la Revolución Mexicana, con sus bancas de madera, lleno de gente inca y aymará, pobladores del Alto Perú. Con nuestra ropa y maletas deportivas, poníamos una nota discordante, frente a sus atuendos típicos y sus bultos. Era una noche fría de crudo invierno. La temperatura llegaba a los 12 grados bajo cero. Nos cubríamos con todo lo que fuera posible y, como el boletaje estaba sobrevendido, no pudimos ni sentarnos: tuvimos que acomodar nuestras maletas en el piso y tratar de dormir sobre ellas. El trenecito sudaba la gota gorda para subir: patinaba por tanta carga y por el exceso de hielo en las vías. Por la ventanilla entraba el reflejo de la luz de una hermosa luna llena al caer sobre los blancos picos de la Cordillera de los Andes.
Hubo que trabajar horas extras y bajo gélidas temperaturas a las que, obviamente, el grupo no estaba acostumbrado.
Y llegaron las lógicas lesiones.
Ernesto Canto (20 kilómetros) y Enrique Vera (50) tuvieron que ser excluidos definitivamente del grupo. La responsabilidad de competir en las dos pruebas recayó en Raúl y en Bautista, quienes, por supuesto, no estaban adecuadamente preparados para ello.
Se había roto totalmente, la armonía entre los andarines.
Raúl:
- En medio de ese ambiente tan tenso llegamos a México y dos días antes de partir a Moscú, al profesor Hausleber se le ocurrió realizar una prueba de chequeo en Yautepec, con intenso calor y mucha humedad. Los resultados fueron pésimos, esencialmente en virtud del excesivo desgaste de entrenamiento y a nuestras luchas internas. Ese día, por la tarde, Hausleber ordenó otra revisión, en el autódromo, ahora a una distancia de 35 kilómetros. Demasiado ¡lógico. Hausleber mostraba que no sólo había perdido el control sobre el grupo, sino sobre sí mismo. Esas pruebas resultaron contraproducentes: lo poco que ganamos en Puno lo perdimos en Yautepec. La inseguridad era extrema.
Resultados:
Moscú 80: debacle total en los 20 kilómetros: Domingo Colín fue descalificado en el kilómetro 12 y Daniel Bautista a escasos dos kilómetros de la meta. Raúl ocupó el sexto sitio.
Y todavía faltaban los 50 kilómetros...
Raúl:
- Después de aquello tratamos de recuperarnos, pero el daño era irreversible. La ruptura con el entrenador fue total. Aún así, cada uno de nosotros abrigaba la esperanza del desquite. Fue imposible...
Martín Bermúdez fue descalificado y Daniel lo abandonó. González permanecía en la lucha y en el kilómetro 30 iba al frente, disputando el liderato con el alemán Hartwig Gauder. Pero.
Raúl:
- Ya cerca del kilómetro 35, empecé a sentir que la vista se me nublaba, como presagio de un agotamiento del cual no me recuperaría. Aquello era angustioso, desesperante. Quedaba ahí como único competidor mexicano, resistiéndome a desfallecer. Pero en el kilómetro 42 ocupaba ya el último lugar. De pronto, sentí que dos personas me tomaban por los brazos: me subieron a una camilla y me condujeron al servicio médico en los sótanos del Estadio Olímpico. Escuchaba a lo lejos los aplausos y los gritos para los jugadores. Y sin poder contener las lágrimas aparecieron en mis ojos. Fue frustrante: nadie de la delegación mexicana acudió a mí. Salí solitario de los servicios médicos sin que nadie me tendiera la mano o me dijera algo reconfortante. Anímica y moralmente me encontraba por los suelos.
Lo de Moscú no fue sino una consecuencia del exceso de confianza, de la soberbia y de la inmadurez del equipo; la simple suma de toda una endeble estructura deportiva. Desde el dirigente hasta el atleta, pasando por el entrenador. ¿Culpables?.. ¡Todos, en alguna medida!
Pasados unos meses y decidido a no quedarse con ese sabor amargo de la derrota y no obstante su precaria situación económica, Raúl reinició todo.
Pero, ¿cómo?..
Primera oportunidad:
El Instituto Nacional del Deporte le ofreció una beca para hacer un curso sobre organización deportiva en Alemania Democrática.
Recuerda Armando Satow, quien también tomó ese curso:
- Salimos en noviembre. Hacía un frío imposible para nosotros: oscilaba entre los 15 y 20 grados bajo cero. No obstante, cada día antes de clases, entre seis y siete de la mañana, Raúl tenía la motivación para salir a caminar a la pista, cubierta de nieve: 50 centímetros de, espesor. Después de una hora, desde las alturas de la escuela se podía contemplar el perfecto óvalo trazado por su caminar. Me decía: "Esto no puede terminar así... Tengo que volver. Tengo que buscar una medalla olímpica" .
1981:
Raúl se ha reintegrado al grupo de caminantes que inicia la preparación para los compromisos de ese año. Crecía entonces un rumor: que Hausleber y dirigentes de la Federación Mexicana de Atletismo y del Comité Olímpico Mexicano eliminarían a los andarines que habían competido en Moscú.
Lo intentaron, en el que la historia recoge como uno de los más controvertidos anuncios hechos en el deporte nacional.
El 10 de febrero y a solicitud de Jerzy Hausleber, la FMA convocó a una conferencia de prensa para dar a conocer un documento oficial: El reporte de Moscú firmado por el polaco y avalado por sus ayudantes, José Alvaro y Juan Hernández, el siquiatra Eugenio Barbera y el doctor Esteban García.
He aquí el juicio que se hacía a Raúl:
Raúl González: quinto lugar en los juegos Olímpicos de Montreal en 1976 y sexto lugar en Moscú en 20 kilómetros. Poseedor de varios récords mundiales en distancias largas.
Cada año improporcional de acuerdo a su preparación, más y más débil síquicamente, siempre amargado, incontento y neurasténico. Gran atleta en competencias fáciles y más fracasos en las pruebas importantes donde existe demasiada presión nerviosa. Comienza a competir en el principio muy rápido, quiere huir de los otros competidores y por su propio nerviosismo después se truena física como síquicamente o se retira del certamen. Neurosis de este tipo cada año se ve aumentar más y más. Además el mencionado atleta tiene muy elevado y enfermo amor propio y está buscando ridículas excusas, culpando de sus fracasos a todo el mundo. No obedece consejos, especialmente si se trata de planes tácticos durante las competencias.
En todos sus fracasos estuvo cubriéndose con disculpas. Por su espíritu conflictivo, mal y falso carácter, no tiene futuro en el deporte como atleta, entrenador o dirigente. Es un elemento negativo para la sociedad Se propone BAJA DEFINITIVA.
En el juicio que se hace extensivo a otros andarines, se dice de que son chantajistas, neuróticos y sicópatas... "Un cáncer que hay que extirpar lo más pronto posible".
Ante esta grave acusación pública Raúl presentó una demanda por difamación. Intervino de inmediato el presidente del Comité Olímpico Mexicano y, a los pocos días, Eutiquio del Valle Alquicira, presidente de la FMA, fue removido de su cargo. Raúl quedó fuera del CDOM y del equipo de caminata, pero no del deporte: sería un atleta independiente; dependería de sí mismo, de sus propios conocimientos y de sus habilidades para sobrevivir financieramente.
Sería pues, un solitario.
Un reto al sistema.
Hausleber y la Federación Mexicana de Atletismo acordaron con obvias intenciones que la eliminatoria para la Copa Lugano de 1981 sería en Montreal. Raúl acudió a ella, con recursos limitados pero con fe inquebrantable. Y ganó los 50 kilómetros. Competiría en la Copa Lugano fuera del equipo nacional, que contaba con el apoyo económico del COM.
Después recurrió a la amistad del doctor Salvador Garayzar y del fisiatra Arturo Alfaro y entre los tres diseñaron un plan de preparación para que Raúl acudiese a aquella Olimpiada californiana que se veía tan remota: a tres años de distancia. El andarín permaneció solitario -no había recursos que le financiaran la presencia de cualquier tipo de ayudante o asesor- tres semanas en su campamento de altura, en Bolivia.
Septiembre: Copa Lugano en Valencia, España.
Día de terrible calor en la pista de El Saler; temperatura muy similar a aquella del año pasado, en tierras moscovitas. Raúl sale en punta. La conserva. Poco a poco van quedándose atrás los otros competidores. Sólo el alemán Gauder, campeón olímpico en Moscú, aguanta la presión. Kilómetro 30: Raúl fuerza el paso. Kilómetro 35: Gauder se rezaga 10 metros. Kilómetro 40: la ventaja de Raúl es ya de 100 metros. Kilómetro 45: ahora es de 450 metros. Kilómetro SO: la diferencia se ha abierto hasta los 800 metros. Raúl registra 3h.48'3O" y todo mundo se pregunta: ¿Y qué fue entonces lo que sucedió en Moscú?
Raúl:
Después de Valencia fui invitado a reinte¡grarme al grupo de Hausleber, pero no acepté. Decidí que tenía que enfrentar solo toda la responsabilidad; si fallaba, sería yo el único culpable; si ganaba, el mérito sería sólo mío y de la gente que me ayudara.
1982:
Año en el que se traza el nuevo programa técnico y médico. Y hay algunas competencias: gana sin dificultades los 50 kilómetros en la Semana Internacional; luego asiste a una gira por Europa y, en virtud de una lesión muscular, abandona en Praga-Prodebady. Tiempo apenas para recuperarse y ya está en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en La Habana, donde gana medalla de plata en los 20 y en los 50 kilómetros.
1983:
Año preolímpico.
Resultados positivos:
-Triunfo en la Semana Internacional de Caminata, con el mejor registro en la Ciudad de México: 3h.45'23" y segundo lugar en los 20 kilómetros; nueva victoria en la prueba PragaProdebady; noveno lugar en 20 y quinto en SO, en el campeonato mundial, en Heisinki; oro y plata en 50 y 20 kilómetros en los Juegos Panamericanos de Caracas Y. finalmente el 25 de septiembre, el tercer título en la Copa Lugano: en Bergen registra 3h.45'36" y supera por más de un minuto a los soviéticos Yung y Dorowski.
Raúl:
- El haber vencido a los mejores marchistas de los 50 kilómetros me daba confianza. Me había dado cuenta de muchas cosas. Y de que ganaba sobre todo, en experiencia. lo importante era traducirlas, plasmarlas en un nuevo programa para 1984.
En noviembre, Raúl, conoció al sicólogo Ernesto Bolio y de inmediato lo invitó a formar parte del grupo que lo preparaba.
1984.
Año olímpico.
Entrenamiento arduo, con más de 60 ascensos al Popocatépetl y, posteriormente, cuatro semanas en Bolivia, con intensas sesiones matutinas y vespertinas.
Y una pena: su padre, que permanencia en Río Bravo, tuvo que ser trasladado de emergencia a la ciudad de México, gravemente enfermo. Raúl recibió la terrible noticia de que la operación a que sería sometido don Heriberto sólo aplazaría un poco la cita fatal con la dama de blanco.
El tiempo de Raúl se fragmentó: entrenamientos, familia, visitas al hospital 20 de Noviembre para ver a su padre enfermo...
Hasta que un día, don Heriberto pidió que le suspendieran el tratamiento: que le permitieran volver a casa. Quería pasar allí sus últimos días.
Raúl:
- Así que un día de marzo mi madre se lo llevó. Con profunda pena los vi partir. Anticipaba perfectamente el desenlace final y sin embargo, no podía hacer nada. Llorando escuché aquellas palabras de mi padre en el momento de la despedida: "¡No te pierdas!... ¡Tienes poco tiempo!".
Raúl derrotó en la Semana Internacional en Guadalajara, a los dos más poderosos rivales, en los 20 kilómetros: Ernesto Canto y el checoslovaco Pribilinec. Y días después en el circuito Reforma, en Ciudad de México, conquistaría también los 50 kilómetros.
Raúl:
- Más que los triunfos, en aquellos momentos me sentía feliz porque ya tenía capacidad de recuperación para enfrentar las dos pruebas olímpicas.
Y de repente se fue... Se fue don Heriberto.
Raúl:
- Es angustioso ver cómo se nos va un ser querido, sin remedio. Mi madre, fiel compañera, lo atendía, estaba cerca de él en todo momento, física y espiritualmente. Lo alentaba a entregarse a Dios y a no tener miedo a la muerte. Unos días antes de su fallecimiento hablé con él y me dijo: "Sigue adelante, hijo, por mí no te detengas. Ya estás muy cerca. Sólo le pido a Dios que pueda ver tu triunfo por televisión".
Fue un anhelo frustrado.
Don Heriberto falleció el 10 de junio. Faltaban ocho semanas para que su hijo afrontara su primer gran reto en Los Ángeles 84: la prueba de los 20 kilómetros.
La cual fue una lucha frontal desde el principio. Varias vueltas a la pista antes de salir del estadio; seis vueltas al circuito y regreso al estadio. El canadiense Leblanc se adelanta y se sostiene en punta durante un buen trecho, seguido tenazmente por un compacto grupo de 8 o 10 rivales. Kilómetro 10: ya nada más hay tres, de hecho, en la competencia por las medallas: el italiano Damilano, Raúl y Ernesto Canto. Mauricio no cede: defiende, nada menos, el título olímpico conquistado cuatro años antes en Moscú. Llega una amonestación para Canto, quien insiste en ir al frente.
Cuando Raúl alcanza a sus dos adversarios, justo en el kilómetro 16, Canto es amonestado por segunda ocasión...
Raúl:
- Lo he dicho en muchas ocasiones y es algo de lo que no me arrepiento: decidí no presionar a Ernesto porque sabía que por la televisión millones de mexicanos veían la prueba. Deseaba que todos observaran que el interés del equipo debe estar por encima del personal. ¿Qué hubiera pasado si presiono a Canto y éste es descalificado-... ¡No me lo perdonarían todavía! Ni yo mismo si México hubiera perdido una medalla.
- No lo niego, deseaba el oro. Pero decidí tronar primero a Damilano y después ir por Ernesto, pero sólo hasta el final. Acabé pues, con el italiano, pero ya no pude dar alcance a Ernesto. Fue angustioso ese kilómetro final, al ver que tendría que resignarme con la medalla de plata...
Armando Satow lo entrevistaría 24 horas antes de la competencia. Dijo Raúl, en la Villa Olímpica:
- He deseado tanto la medalla de oro, que en estos momentos es difícil decidir cuánto representa para mí el conquistarla. Podría decir que significa todo. Que es la mayor justificación y que por ella he dado los mejores años de mi vida... Sí, lo puedo decir: o es ahora o no lo será nunca.
- ¿De algún modo la medalla de plata resarce los sacrificios en el largo camino
- En parte sí. No dejo de pensar en aquellos momentos en los que dos de nuestras banderas estaban en lo alto por el 1-2 que conquistamos Ernesto y yo... Pero no hay nada comparable con saberse ganador de la medalla de oro. La gloria está del lado de los vencedores; de los que obtienen el primer lugar.
Sin duda habrá pensado en la eventualidad de una derrota.
Desde luego, ¿porqué no? Soy humano y sé que todo tiene un límite. Y que los rivales también se prepararon, como yo, para ganar... Todos me conocen. Saben que tengo virtudes y defectos y yo sé que mucha gente desea fervientemente que fracase, pero a todas las personas que han confiado en mí y que me han apoyado, prometo que no desaprovecharé este momento...
DE CUANDO TODO LO QUE RELUCE ES ORO
Llegó el día: 11 de agosto.
Que narre Raúl aquellos momentos de gloria.
- Aquella mañana me invadía una seguridad total de que en esta ocasión, al final de la prueba, sería gracias a mí que ondearía nuestra bandera en lo alto; que nuestro himno sería escuchado... Que yo estaría en el lugar de honor del podio.
Me desperté, después de un plácido sueño, como a las 5 de la mañana, me di un duchazo de agua helada y tomé un desayuno rico en calorías: pan tostado con mermelada de fresa, café con crema, un plato de cereal con 50 gramos de miel de abeja. Luego me vestí con toda paciencia y después del calentamiento, tomé dos vasos de agua preparada para evitar una deshidratación prematura. El juez de salida llamó a todos para las indicaciones finales; la tensión y el nerviosismo llegaban al máximo...
Ya.
El disparo de salida.
Cinco vueltas a la pista, 18 al boulevard de Exposition y regreso al estadio.
- Al momento de salida me fui adelante, en compañía de Martín Bermúdez. Sería mi día empecé muy bien, con control, marcando el paso con hambre de triunfo. No obstante que un australiano quiso romper el ritmo implantado, seguimos en grupo hasta el kilómetro 15, continuamos así hasta el 20. Pero, al llegar al 25, las cosas empezaron a cambiar: el grupo se redujo a 4 atletas, lo que significaba para mí, que la competencia de verdad, comenzaba ese instante.
A los 30 kilómetros, sólo Mauricio Damilano, mi amigo de muchos años había podido mantener el ritmo inicial que establecí. Me sentía bastante bien; intuía que me empujaba una gran fuerza, producto de mi deseo de ganar. En el kilómetro 35 aventajaba a Mauricio por escasos metros, pero presentí que muy pronto llegaría su agotamiento: el ritmo lo desgastaba visiblemente. Como a las once de la mañana llegamos al kilómetro 40. El calor hacía del asfalto un comal ardiente. Estábamos a 10 kilómetros de la recta final y Mauricio había desfallecido.
En esos momentos, por mi mente todo pasaba rápido, como una película en alta velocidad. Recordaba todas las angustias, los sinsabores, los fracasos; las veces que había llorado de amargura y de rabia, los esfuerzos sin límite en Bolivia, la muerte de mi padre y muchas otras cosas que había hecho en 15 años para, al fin, llegar hasta donde me encontraba.
Al arribar al kilómetro 45, mi ritmo seguía firme. A mi paso se sucedían los gritos y los aplausos ensordecedores. La gente no dejaba de alentarme. Así que me lancé en pos del récord olímpico. La competencia estaba ganada; necesitaba de nuevos alicientes. En el último giro al circuito aumenté el ritmo en mi andar.
Cuando salí de la última curva de la pista a entrar a los cien metros finales, sentí un gran deseo de no terminar. No quería que aquello acabara y, sin embargo, estaba a unos metros del final. Caminé firme con la respiración al máximo, agitado por el cansancio extremo que para esos momentos no sentía. No sentía nada físicamente; mi mente divagaba entre la alegría y la tristeza.
Un rugido saludó el momento en que Raúl cruzó la meta final.
Gritos. Llanto. Algarabía total.
Récord olímpico: 3h.47'26".
¡México, ¡México!, ¡México!..."
Cuatro horas después, el momento anhelado durante 15 años:
En lo alto del podio, con la medalla de oro reluciendo en el pecho, con el Himno Nacional sonando fuerte, con la bandera mexicana en lo más elevado del mástil olímpico...
Raúl:
- El Himno Nacional trajo a mi mente recuerdos de mi infancia, recuerdos de mi amor a México, porque México es todo lo que ha formado mi vida, mi familia, mis amigos, mi tierra... En ese momento estaba representando dignamente a mi país y me sentía muy orgulloso de ello.
DE NUEVAS FECHAS, DE NUEVAS HISTORIAS DE NUEVOS RETOS...
El nuevo ciclo olímpico ha concluido.
Raúl decide poner en práctica sus conocimientos sobre administración deportiva.
La oportunidad se presenta cuando Alfonso Martínez Domínguez lo invita a hacerse cargo de la institución deportiva del estado de Nuevo León.
Raúl:
Quería dar a mi pueblo algo más que la satisfacción de las medallas; quería hacer mucho por nuestro deporte.
Lo hizo. Reestructuró la dirección a su cargo y dio vida a programas deportivos en todos los municipios. Su presencia alentó a los neoleoneses, desde los niños hasta los adultos, a practicar el deporte.
Pero...
Raúl:
- Al tiempo que desempeñaba el puesto de Subsecretario de Deportes, crecía en mi la inquietud surgida, tiempo atrás, en un simple comentario en el hotel del lago Titicaca: quería ser maratonista; ya en 15 años de caminata había obtenido todos los éxitos posibles -dos medallas olímpicas, tres campeonatos mundiales, 8 marcas mundiales y medallas panamericanas y centroamericanas-... Buscar repetir, en los 50 kilómetros, con una medalla de oro en Seúl 88, representaba para mí una motivación menos fuerte que intentarlo en una prueba diferente.
Al producirse el cambio de gobierno en el estado, Raúl fue invitado por el nuevo gobernador, Jorge A. Treviño, no sólo a formar parte de su equipo en la campaña electoral, sino posteriormente, a continuar al frente del deporte. Tres meses después, Raúl obtuvo una licencia para dedicarse al ciento por ciento a su actividad deportiva.
Raúl corrió sólo tres maratones -con resultados poco satisfactorios-: Nueva York, Boston y México.
Hasta que, en febrero de 1987 y después de una profunda reflexión, determinó: "¡Regreso a la caminata; mi mira sigue siendo Seúl y buscaré una medalla!".
Su anuncio causó nueva controversia. Renacieron rencores olvidados. Muchos se sintieron injustificadamente desplazados. Volvía la vieja amenaza, el viejo competidor solitario.
Y mientras tanto motivado por su entusiasmo, Raúl había logrado concretar una idea: unir a todos los medallistas olímpicos mexicanos.
Raúl:
- Si como deportistas dimos hasta el máximo de nuestra capacidad, creo que toda esa experiencia acumulada por nosotros aún puede servir de mucho a las nuevas generaciones. Siento que todos los medallistas olímpico fuimos- un tanto afortunados y que el cúmulo de experiencias deben estar al servicio de todos los mexicanos.
Nació así la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos.
Raúl fue electo Presidente de la primera Mesa Directiva.
Todo eso, mientras se preparaba para su reaparición.
Con sólo dos meses de entrenamiento, en junio compitió en el selectivo para los Juegos Panamericanos. Era el campeonato nacional. Raúl quedó segundo en aquel certamen de controversial actuación de Ernesto Canto, quien irrumpió en plena competencia para entrenar.
En los Juegos Panamericanos -agosto, en Indianápolis- Raúl conquistó la medalla de plata en los 50 kilómetros y, en Roma, durante los campeonatos mundiales de atletismo, fue líder de la prueba durante 35 kilómetros; terminó en onceavo lugar. "Me falta mucho trabajo", admitió. "Eso se corrige con el tiempo".
No lo tendría más.
Porque, si un día tuvo que tomar la difícil decisión de abandonar sus estudios de físicomatemático y dedicarse de tiempo completo a la práctica del deporte, el destino lo colocaba ahora en el momento de otra grave determinación: continuar como competidor y llegar a Seúl 88, o aceptar la invitación del licenciado Carlos Salinas de Gortari, en ese entonces candidato del PRI a la presidencia de la República, a integrarse a su equipo de campaña -como Secretario de Fomento Deportivo del CEN del partido-. Raúl optó por lo segundo. Con dolor, con angustia.
Ahora es Raúl, funcionario del deporte.
Y en diciembre de 87 recibe una honrosísima distinción: es elegido, a través de una encuesta mundial con técnicos, entrenadores y periodistas, como el mejor de la historia en los 50 kilómetros de caminata. Un reconocimiento de la Federación Internacional de Atletismo único e invaluable. Sólo siete atletas ¿entre, cuántos? se han hecho acreedores a esa, distinción.
En diciembre de 1988, el presidente Carlos Salinas de Gortari nombra a Raúl, presidente de la Comisión Nacional del Deporte y en los primeros días de febrero le confía también, la presidencia de la Confederación Deportiva Mexicana.
Raúl:
- Siempre me han gustado los retos;
siempre me ha gustado afrontar las responsabilidades. Y este reto y esta responsabilidad son, muy importantes, porque son de cara al pueblo de México; de cara a su juventud, esa qué dedica su tiempo y en muchos casos los mejores años de su vida, a la práctica de una disciplina deportiva. Mi tarea principal es suma de toda la gente del deporte para que, de una manera organizada y viable, podamos dar una respuesta a las demandas que se hacen en nuestro medio... Como deportista me entregué en un ciento por ciento a mi tarea de ser el mejor ahora, con entrega, trabajo y lealtad pero sobre todo de una forma responsable, me comprometo a hacer frente a este reto y a esta responsabilidad y a salir airoso. No puedo prometer más...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos .
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Enero de 2004.
Jesús Mena Campos
Medallista de bronce
Clavados
Seúl 1988
Entre la escena uno y la dos transcurrirán nueve años.
ESCENA UNO
Septiembre de 1976...
Jesús Mena Campos es un chiquillo de ocho años de edad que apenas el mes pasado ha decidido, a pesar del pavor que siente por la plataforma de diez metros, deja la natación e iniciarse en los clavados.
Ha tenido que vencer su propio miedo para continuar en el aprendizaje.
Casi no mira hacia el agua cuando ejecuta sus primeros saltos: saca un pie de la plataforma y se arroja en posición parado, con los ojos cerrados.
Ahora está allí, en lo alto de la fosa de clavados de la Unidad Cuauhtémoc, tirado boca abajo un la plataforma, absorto mientras contempla la perspectiva que aterra: la alberca se va haciendo cada vez más pequeña.
De repente, sus tobillos son sujetados por un par de manazas que lo levantan vilo y lo llevan al vacío.
Grita desesperado.
iBájame!, ¡Bájame!
Su única respuesta es la risa burlona de su entrenador, Gustavo Osorio, quien lo mece en e1 espacio...
- Te voy a soltar Jesús... Te voy a soltar.
Y el chiquillo, ya entre sollozos
Bájame por favor Gustavo! ¡Bájame!
Transcurren instantes que le parecen vidas para quien pende de aquellas fuertes muñecas
Por fin.
La broma de Osorio termina y ríe mientras se arroja al agua.
Se escucha aún el eco de su risotada cuando el pequeño, todavía impactado, hinca las rodillas sobre el concreto de la plataforma y llora hasta recuperar el control.
Desciende por la escalera, sobre piernas temblorosas, y ya al pie de la fosa mira hacia lo alto-, hacia aquel que segundos antes le pareció el altar de los sacrificio.
Y lo ve tan lejano, tan en las alturas y se siente él tan pequeño y allí donde nace zigzagueante la escalerilla, que se hace así mismo una promesa.
¡Nunca me voy a lanzar desde la plataforma!
ESCENA DOS
20 de noviembre de 1985...
Lee el anunciador con engolada voz, ante el presidente Miguel de la Madrid Hurtado, los logros de Jesús Mena, el clavadista:
Triple monarca en el campeonato nacional juvenil; al presentarse en la categoría abierta, ganó en tres metros y plataforma; cuarto lugar en plataforma, en la Copa FINA, en Shangai, China; noveno en trampolín en la Copa Suecia; decimoséptimo en la misma prueba, en la Copa Austria; primero en plataforma en el Centroamericano y del Caribe de natación, realizado en Oaxtepec; doble campeón mundial como juvenil "B" en 1 y 3 metros en trampolín y segundo en plataforma, en el torneo de Woodlands, Texas.
Sonríe el mandatario cuando entrega al clavadista -quien no oculta su nerviosismo-, el Premio Nacional de Deportes. La ceremonia, breve, cálida, es al pie del monumento a la Revolución.
Rodean los reporteros al joven homenajeado.
Inquieren:
- ¿Cuál es tu siguiente meta?
-Y él, candoroso:
- Después de esto sigue una medalla olímpica.
Tenía apenas 17 años. Seúl parecía tan distante... A 36 meses.
Pero desde entonces, espontáneamente, había contraído un gran compromiso.
Y se propuso cumplirlo.
Eran, Jesús, Didier y Enevy Mena Campos, auténticos fanáticos de la alberca
Sufrían sus padres, el contador Jesús Mena López, y doña María Guadalupe Campos, para sacarlos de la piscina en épocas de vacaciones. Porque, además, ninguno de los tres pequeños sabía nadar.
Cumpliendo con una especie de rito familiar, los tres nacieron en Gómez Palacio, Durango, como todos sus ascendientes por parte de padre. Pero la familia vivía en el fraccionamiento Los Álamos, en el Estado de México, rumbo a la salida de Querétaro y los pequeños estudiaban en el Instituto Benjamín Franklin. Así que el señor Mena López, auditor de la SSA y su señora esposa, decidieron inscribirlos en la Unidad Cuauhtémoc para que aprendieran a nadar. Su maestro sería el profesor José Luis Bravo.
Corría el mes de julio de 1976.
Mena:
- Nadar, la verdad, no me gustaba mucho. Se -me hacía muy monótono. Tanto que me tardé mucho tiempo en aprender. Cuando terminaba los entrenamientos con el maestro Bravo, me iba al otro lado de la alberca para ver en acción a los clavadistas. Me llamó la atención que ellos no necesitaban nadar mucho. Se tiraban, y para salir de la fosa sólo requerían nadar unos metros: daban unas cuantas brazadas y ya estaban en la orilla. Y me dije: "aquí es donde yo debo estar". Y me decidí por el cambio.
Pero tuvo que esperar un poco.
Porque doña Guadalupe, su madre, estaba con ellos cada día, supervisando sus adelantos Cuando ella se dio cuenta de que el peligro había pasado, de que sus hijos ya sabían nadar perfectamente, y de que se había integrado un buen grupo de amistades, ella y otras señoras se alternaban para llevar o recoger a los niños.
Jesús y Didier comenzaron subrepticiamente a robar horas a la natación para concedérselas a los clavados: en vez de 120 minutos en la alberca, dividían equitativamente: sesenta minutos en la piscina y sesenta en la fosa -con el obvio desconocimiento del maestro Bravo así no fuese más que con un espíritu de juego, de inquietud por ver lo que se sentía impulsarse desde el trampolín o en el tumbling.
Cuando Jesús estuvo seguro de que sus padres no podrían ya evitar el cambio, se presentó ante el maestro Bravo y le dio las gracias por todo lo de él aprendido y después acudió ante Gustavo Osorio, quien era el entrenador de los clavadistas:
- Maestro, sabe, yo nado aquí, lo que más me gusta son los clavados… ¿puede usted enseñarme?
Osorio lo miró fijamente, y luego volvió la mirada hacia aquel grupo de niños, como de la misma edad de Jesús, que estaban en la plataforma de tres metros y quienes, pese a tener ya un par de meses entrenando, se resistían a arrojarse a la alberca. Y decidió utilizar al recién llegado:
- Sí te acepto, pero con una condición: si de verdad te gustan los clavados, súbete a aquella plataforma ¡y lánzate!
El recién llegado obedeció. Se subió a la plataforma y se lanzó en un paradito.
Osorio abrió desmesuradamente los ojos.
Luego gritó a sus alumnos:
- ¿No les da pena?.El no ha tomado siquiera una clase y ya se tiró. ¡Vamos! ¡Qué esperan!
Después de un par de semanas de tomar clases de clavados, Jesús se decidió a revelar la verdad a sus padres.
Primero a doña Guadalupe:
- Mamá, no se vayan a enojar, pero fíjate, ya me cambié. Ya no tomo clases de natación, sino de clavados.
¿Clavados?... ¿Qué es eso?
Los que se tiran de cabeza desde el trampolín o la plataforma, mamá, como lo hacía Joaquín Capilla.
¡Dios mío!... ¿Y dónde está eso?
Allá, al fondo de la alberca mamá, hay una fosa especial.
- ¿Una fosa? Eso debe ser muy peligroso.
Doña Guadalupe tuvo que volver a asistir a diario a la Unidad Cuauhtémoc porque ya sus tres hijos habían optado por el cambio. Sería a partir de ese momento, su fiel compañera. Y no sólo eso...
Dice ella, sonriente:
- Su padre y yo nos pegábamos unas largas aburridas durante las maratónicas sesiones de clavados: que si infantiles "A" y que infantiles "B", y que niñas, y no sé qué tanto, y que duraban entre seis y siete horas. Yo acababa durmiéndome. Hasta que un día me presenté con el profesor Osorio:
- Por favor déjeme ayudarle... A lo que sea, pero ya no quiero estar aquí nada más aburriéndome.
- Muy bien señora, ¿sabe lo que se hace en la mesa?
- No...
Doña Guadalupe inició, entonces, una carrera de doce años -los 12 años que su hijo Jesús invirtió para conseguir una medalla olímpica realizando todas las labores de la mesa de puntuación -su esposo se incorporó también, durante dos años- hasta convertirse en juez, primero a nivel nacional y después internacional. Tomó un curso impartido por instructores de Odepa, pasó brillantemente el examen y fue juez en varios torneos en el extranjero, destacando los de Woodlands, de La Habana, y los Centroamericanos y del Caribe de clavados, en los que inclusive, calificó a sus hijos.
Doña Guadalupe:
- En ese momento, déjeme comentarle, era juez más que madre, aunque hubiera querido con toda mi alma que se invirtieran los papeles. Creo que la calificación más alta que di a alguno de mis hijos fue un 8 o un 8.5... ¿La más baja? Creo que un par de seises.
Mientras tanto, el grupo de pupilos de Osorio aumentaba cada día.
Mena:
- Es que ejercía sobre nosotros una singular atracción: siempre nos ponía cosas nuevas; nos ayudaba en los saltos y platicaba con todos. Los problemas llegaban cuando aparecían los clavados difíciles. Por ejemplo, el holandés, en el que uno se para de frente, pero se tira hacia atrás. Prácticamente, quien pasa este salto está capacitado para seguir. Y son muchos los que abandonan...
Yo tuve muchos problemas con este clavado, pero Gustavo me ayudó en todo momento. Para darme confianza, como lo hacía con los demás chicos a los que enseñaba; se tiraba conmigo tomado de la mano. Y era la mejor manera, para mí, de saber en qué momento debería de ejecutar una vuelta o un giro; de medir la distancia que me separaba del agua. Por otra parte, cuando nos enseñaba algún nuevo salto nos protegía con inmensos chalecos de color amarillo para que, ante la eventualidad de un error -de cálculo, no corriéramos peligro en una mala entrada.
Los saltos que más me gustaban eran el de vuelta y media al frente, en bolita y el mortal adentro, que eran algo difíciles; pero a cambio, se me complicaban los más fáciles, los obligatorios, como el clavado al frente, hacia atrás y adentro con medio giro.
Y ya basta de prácticas.
Que vengan las competencias.
Que sean primero internas, para integrar la selección de la Unidad, esa que después enfrentará, en apasionantes y coloridas confrontaciones, al gran adversario: la selección de la Unidad Morelos, también del IMSS.
Mena:
- Eran duelos a morir; sosteníamos una gran rivalidad y la dirimíamos en forma muy deportiva, rodeados del extraordinario ambiente que creaban nuestros papás, nuestros hermanos, nuestros amigos... Los de cada clavadista. Nos fletaban un camión y hasta allá íbamos a competir, entre gritos, entre porras, y también, entre un gran silencio y mucho respeto cada vez que un clavadista se lanzaba.
Pronto destacó Mena en esos dual meet entre Unidades; tanto, que en 1977 obtuvo el título de Novato del Año, y en su primera competencia importante, el campeonato del Distrito Federal, logró el sexto sitio en un metro y el octavo en tres metros.
Pero en 1978 conquistó el título nacional infantil -10 años- en trampolín de un metro y fue subcampeón en tres metros.
Era notoria la superación de Jesús Mena.
A los 11 años se lanzaba ya en el difícil clavado de dos vueltas y media atrás; salto que, de hecho, se puede ver sólo en competencias olímpicas o mundiales, y ejecutado por dos clavadistas.
Pero cometía errores propios de la edad.
Mena:
- Un día tuve una equivocación tal, que hasta vergüenza me da contarla. Sucedió en un campeonato nacional, en la fosa del CDOM: yo estaba bobeando cuando me dijeron: "vas, vas tú, ¡sí, te toca!". El juez anunció un clavado de 2.5 vueltas en holandés. Todo atolondrado me subí al trampolín y empecé a caminar, pero cuando llegué a la orilla viré y quedé de espaldas a la alberca. El juez Ramón Girón me gritó: ¡bájate!, tienes cero de calificación ¡Se me había olvidado el clavado! Nada más imagínate la pena: en las tribunas estaban mis papás. Cuando bajé, Osorio me pegó una buena, regañiza y con toda razón.
1979, fue año de paradojas para Mena:
Armando Jaimes lo superó en un selectivo para viajar a Austin; no obstante, Jesús obtuvo allá los dos títulos... Por otro lado, llegó a Mena la oportunidad de ir a Europa, en su primer viaje transoceánico: fue seleccionado para participar en el campeonato mundial infantil y juvenil a celebrarse en Stuttgart, RFA; sin embargo, en las prácticas se fracturó la mano izquierda Y no pudo competir
1979 año también de anécdotas para Mena:
- Después del torneo en Austin, surgió una competencia en Houston, pero como allí no teníamos transporte, Gustavo nos metía como a 20 clavadistas -todos ellos infantiles- en un Maverick. ¡Hasta en la cajuela iban algunos! Viajábamos así nada más como cuatro kilómetros, del hotel a la alberca, y luego de regreso. ¡Jamás nos detuvo una patrulla!
Pero a eso estaban ya acostumbrados:
En México, cuando nos iba bien en una competencia Gustavo nos invitaba al cine. Tenía un VW ya viejito, pero que aún funcionaba muy bien y en él nos metíamos de diez a doce chamaquitos. Echábamos tanto relajo, que invariablemente nos pescaba una patrulla. Entonces empezaba el teatro con los agentes para que nos dejaran ir: primero suplicábamos casi con lágrimas, luego los choteábamos, o lo que fuera... Siempre nos íbamos sin infracción.
Al regresar de Europa, y aún lesionado, asistió al Campeonato Centroamericano del Caribe infantil y juvenil, celebrado en Táchira, Venezuela. Cambió el yeso por vendas compitió con intensos dolores en la mano lesionada. Aun así logró el quinto lugar en el trampolín de un metro, y el sexto en tres metros.
1980: sin duda un buen año:
Mena es campeón nacional infantil en uno y tres metros, títulos que obtiene en la fosa del CDOM; triunfa en un dual meet en Houston y en dos de las fases del Can-Am-Mex infantil: las de Misión Viejo, California y del Distrito Federal.
Mena:
- Para ese entonces, ya competía contra los mayores. Incluso en un torneo cercano a los Juegos de Moscú, fui uno de los rivales de Carlos Girón, a quien veía como a un monstruo sagrado, pues se tiraba increíble. En una de las prácticas, Carlos vio que yo ejecutaba un clavado de dos vueltas y media al frente y sin más me dijo que ya debería intentar el de tres y media. "¿A poco-", le pregunté. El notó mi inseguridad, se sonrió y asintió con la cabeza. Bueno, si él lo dice, me animé, es porque debe tener razón. Vamos a intentarlo...
1981: año de gran satisfacción para Mena:
Es campeón del DF, del IMSS y nacional -en los que obtiene los tres títulos: trampolín de uno y 3 metros y la plataforma-; monarca en el Centroamericano y del Caribe, en República Dominicana; en el mundial de Woodlands, Texas, segundo lugar en un metro y cuarto en tres; finalmente, campeón del dual meet contra un seleccionado cubano en la Habana.
Mena:
- De todas las competencias que tuve en ese año guardo un especial cariño por aquella de La Habana. Y es que nunca les habíamos ganado a los cubanos, y ahora los derrotábamos y en su casa... Además, ¡fue la primera ocasión en que escuché nuestro Himno Nacional en el extranjero! -Por reglas expresas, se prohibió el izamiento de banderas-. Fue una experiencia increíble, emocionante. Me puse a llorar.
Pero también ganó un severo castigo por haber descuidado sus estudios y salir mal en algunas materias de secundaria:
- Mis papás me castigaron un mes, para que pudiera estudiar y regularizarme. ¡Treinta días sin ir a los clavados! De verdad que me dolió.
1982: Mena es nuevamente campeón en las tres pruebas del nacional y en la fase DF del Can-Am-Mex infantil y juvenil, obtiene el primer lugar en un metro y el segundo en tres metros y en plataforma.
1983: alturas insospechadas.
Mena es, de nueva cuenta, campeón nacional; en el Centroamericano y del Caribe -Santo Domingo-, es primero en tres metros y segundo en uno y en plataforma, lo que le depara un sitio en el campeonato mundial que se realizará en Hamilton, Nueva Zelanda. Como juvenil "A", el clavadista mexicano es subcampeón en un metro, sexto en plataforma, y ¡campeón mundial en tres metros!
Mena:
- Como en Cuba, interpretaron el himno mexicano, pero esta vez sí fue izada nuestra bandera, y hasta lo más alto. Fueron emociones indescriptibles. Nunca las había experimentado. Y se convirtieron, de hecho, en el mejor aliciente que en esos momentos pude haber encontrado para seguir progresando.
Tenía apenas 15 años. Competía aún en la categoría juvenil, pero Mena ya era más que conocido por los mayores, quienes se adiestraban para asistir a los Juegos Olímpicos de 1984, en Los Ángeles, como Carlos Girón, Jorge Mondragón, Elsa Tenorio, Guadalupe Canseco, Salvador Sobrino y Francisco Rueda, entre otros.
Mena:
- Nos discriminaban a los más chicos. "Apúrate niño", nos exigían en el catre elástico, o nos hacían a un lado cuando estábamos en el trampolín o en la plataforma. Incluso le pedían a Jorge Rueda, entrenador de la selección, que nos sacara de la alberca. Y nosotros protestábamos: "¡huy, qué sangrones!".
1984: tres primeros lugares, categorías juvenil, en el campeonato nacional disputado en Acapulco y poco después, en el Can-Am-Mex fase Terranova -Canadá-: primer sitio en un metro y segundo en tres metros y plataforma. Ya se han enumerado sus éxitos en 1985, que depararon en el grave compromiso que adquirió.
- Ese día en que recibí el premio -recuerda-, de manos del Presidente, me sentía flotar. Y no medí mis palabras cuando hablé con los reporteros. Al día siguiente, cuando leí los periódicos, me di cuenta de mi irresponsabilidad. ¡Qué bruto! ¡A los 17 años haber prometido una medalla olímpica!
1986: año en que cumplió la mayoría de edad. Atrás quedaban ya las competencias infantiles y juveniles. Se iniciaba de hecho, una nueva carrera. El primer paso fue firme:
Campeón nacional en trampolín subcampeón en plataforma; segundo lugar en plataforma y noveno en trampolín, en la fase Vancouver del Can-Am-Mex, y en la fase México, primero en plataforma y segundo en trampolín; en el mundial disputado en Madrid, vigésimo trampolín y decimocuarto en plataforma.
Y más reconocimientos: el propio Presidente Miguel de la Madrid le hace entrega del premio Luchador Olmeca, concedido por la CODEME y el CREA le otorga el premio Francisco J. Múgica, por considerarlo el mejor clavadista, del año.
1987: año preolímpico; año de avances:
Ascenso evidente en el Can-Am-Mex: en la fase Vancouver, décimosegundo en trampolín y sexto en plataforma; en Fort Lauderdale, sexto y segundo y en México, dos segundos lugares; séptimo en trampolín y noveno en plataforma, en Rostock, Alemania Oriental y sexto y octavo en el torneo Golondrinas, en Moscú; campeón nacional en trampolín y segundo en plataforma, en el CDOM, e idénticos resultados en el Festival Olímpico, en el mismo escenario. Es abanderado de la delegación mexicana que compite en los Juegos Panamericanos de Indianápolis y se le considera entre los posibles medallistas, pero finaliza quinto en plataforma séptimo en trampolín.
Mena:
-Peleaba la medalla de bronce con muchas probabilidades de ganarla. Pero por quererlo hacer tan bien en mi último clavado, me pegué ligeramente en la plataforma. Obtuve una mala calificación y me fui hasta el quinto lugar...
1988: año olímpico; intenso:
Notable superación en el Can-Am-Mex: octavo en trampolín y segundo en plataforma en la fase Vancouver; en Fort Lauderdale, decimotercero en trampolín y segundo en plataforma ¡superado sólo por Greg Louganis!- y en México, primero en, trampolín y segundo en plataforma; décimosegundo lugar en trampolín y sexto en plataforma, en el torneo Golondrinas, en Moscú; en Rostock, Alemania Oriental: decimocuarto y segundo, respectivamente; doble campeón nacional en el CDOM... Y a escasos dos meses de la justa en Seúl, tercero en trampolín y quinto en plataforma en la Copa Suecia; quinto en trampolín en la Copa Austria y en Boizano, Italia, cuarto en trampolín y ¡campeón en plataforma!
Clavadista ya, de primer nivel.
Y con una marcada tendencia a progresar en la plataforma.
Llega pues, a Seúl, con estos números obtenidos en doce años como competidor:
Campeón nacional en 23 ocasiones y siete, subcampeonatos; seis títulos del Can-Am-Mex y 12 subcampeonatos; cinco primeros lugares y cinco segundos en los Campeonatos Centroamericanos y del Caribe; tres títulos en mundiales infantiles y juveniles y tres segundos lugares.
Mena:
- Podría decirse que ya estaba dentro de los mejores clavadistas del orbe. Estar en la final de cualquier competencia había sido siempre mi meta y lo había logrado en cada uno de los últimos torneos.
Ya a la vista las tierras orientales de Seúl, Mena se dedicó únicamente a afinar detalles.
- Estaba escarmentado de entrenar fuerte antes de viajar -relata-. Porque siempre antes de un viaje, o el día previo a la competencia, algo me sucedía, como en 1979, cuando me rompí la mano en Stuttgart; en otra ocasión, me volé una uña del pie derecho; en otra, me di un golpe con la tabla en la cabeza... No, ya no, pero para nada: en el día previo a cualquier competencia, ya ni me muevo; prefiero descansar para que no me pase nada.
No obstante eso, fue amargo el viaje a Seúl: lo haría sin la compañía de Gustavo Osorio, su entrenador de siempre.
Recuerda Mena:
- Inclusive, Gustavo había firmado ya su carnet de acreditación, pero a último momento las autoridades deportivas no consideraron necesario que él fuera a Seúl. Me dolió más que nada, la actitud un poco obcecada de ciertos dirigentes; sin embargo, no podíamos quedarnos sin luchar: Gustavo me preparó una rutina especial para entrenar y la seguí fielmente; tanto, que sentía como si en realidad él me hubiera estado dirigiendo desde las tribunas.
Abre Seúl sus Juegos, los de la XXIV Olimpiada con un cántico al sol y a la solidaridad humana.
Dos días después, el 18 de septiembre de 1988, Jesús Mena hace frente, airosamente, a su primera competencia olímpica: -clasifica para la final de trampolín, acompañado por Jorge Mondragón. Sólo Estados Unidos, México y China colocan a sus dos clavadistas entre los doce mejores. Un par de días después, la final: Mena cumple con salida y evolución en el salto, pero tiene una falla constante: su entrada al agua. A pesar de esto, termina en séptimo lugar, un sitio detrás de Jorge Mondragón.
Mena:
Dije allá, que el solo hecho de haber clasificado a la final era muy honroso. Y alcanzar el séptimo sitio olímpico me parecía más que aceptable. Pero lo mejor había sido que competí sin presión. Me decía: "si tiras mal, muy mal, serás el doceavo mejor del mundo, pero si lo haces aceptablemente, puedes obtener el pase a los Juegos de la Amistad, que serán en Seattle en 1991. Así que debes echarle todas las ganas para estar dentro de los ocho mejores". Lo logré, aunque me quedó la sensación de que me faltó experiencia, saber competir y tener más confianza para mejorar mis saltos.
Habría una segunda oportunidad: la plataforma de 10 metros.
Está aquí, en la fosa del complejo de Chamshil, a la vera del legendario río Han, de aguas tranquilas y resplandecientes; de cara al sol de todo el día.
El día 26, las eliminatorias.
Después de un comienzo apenas regular en los clavados obligatorios -que los situaron en los lugares 13 y 20-, Mena y Mondragón reaccionaron por la noche en los libres y volvieron a clasificar a una final.
Llegó el día: 27 de septiembre.
Tomado de la crónica de Ramón Márquez C., enviado del diario Unomásuno.
Décimo clavado...
Jesús Mena lo sabe. Y resopla fuerte allá en la soledad de los diez metros. Ajusta movimientos, llama a la serenidad sobre la pétrea superficie de donde habrá de lanzarse en la búsqueda del agua. Un mechón cruza su frente, de rostro juvenil, casi de adolescente. a los 20 años.
Lo sabe. Es tiempo de asomarse a la verdad, esa que separa, que establece diferencias entre el anonimato y las medallas.
Sus primeros Juegos Olímpicos. Y hoy está cerca, muy cerca. Puede afianzarse en el tercer lugar, ganar bronce...
Pero inquieta deveras, esa ínfima diferencia de centésimas -ese frío registro en el tablero electrónico que nada, nada tiene que ver con el griterío y los aplausos que cobijan la atmósfera. Aquí, donde hasta la reina Sofía, de España, ovaciona con calidez a los mexicanos- que lo tiene situado arriba de dos temibles adversarios: Jean Hempel, de la RDA, y Gueorgui Tchogovadze de la URSS.
El mexicano ha ido en ascenso.
Brava, vibrante disputa en la pileta de Chamshil. Dos atributos ha tenido Mena: serenidad y regularidad.
Así pues, la situación:
Mena, - 520.47 puntos; Hempel, 520.41; Tchogovadze, 514.72.
Y allá va...
Clavado de 3.2 grados de dificultad. tres y medio giros y una vuelta y media atrás.
La salida es buena, correcta la ejecución y mejor la entrada. Ya.. Parece suficiente.
Mena lo sabe. Y lo siente también Salvador Sobrino, su entrenador asistente aquí -por esas incongruencias de nuestro deporte. de sus dirigentes, su forjador y maestro Gustavo Osorio no viajó. Mena se abraza a él, ron serena satisfacción.
Hay que esperar aún... Y ahí están las calificaciones, con sietes y medios y ochos dominantes. Total. 73.92.
Sí. Parece, parece...
A cruzar los dedos.
La resolución no tardará en darse.
El soviético Tchogovadze con un clavado de tres y media vueltas adentro en posición C.
Nada.. Aunque la ejecución ha sido buena, la entrada se queda lejos de lo hecho por el mexicano. Un 71.04 que acerca más a Mena al bronce.
Y ahora el alemán democrático Hempel.
Otro clavadista muy joven. Hempel, con 17 años de edad igual que Mena, Hempel elige tres y medio giros con una y media vueltas atrás. 3.2 grados de dificultad.
Pero nada tampoco... Hempel ha tenido una mala salida que no alcanza a recomponer y termina con una deficiente entrada. 63.36 es la calificación.
No hay más espera. Jesús Mena ha ganado la medalla de bronce con 594.39 puntos.
Segundo lugar finalizó el chino Ni Xiong, quien fue el líder hasta el décimo y último clavado, con 637.47 puntos. Greg Louganis , vino de atrás para imponerse, con un total de .638.61 puntos, y se proclamó, como en Los Angeles 84, doble campeón olímpico. Poco después anunció su retiro de las competencias.
Los diez saltos que Jesús Mena ejecutó en su camino hacia la medalla:
Vuelta y media al frente, vuelta. y media adentro, holandés simple, vuelta y media al frente con un giro, parado de manos con corte y vuelta y media de holandés, tres y media vueltas atrás, tres y media vueltas al frente, tres y media vueltas en holandés, tres y media adentro, y vuelta y media atrás con tres y medio giros.
Es de Mena la narración:
-Ese día me sentí muy bien, principal mente después -del octavo salto, de tres Y vueltas en holandés, que fue el que mejor me salió y que permitió que me acercara a los lugares de honor.,
Cuando me tiré el noveno, lo sentí bien. Me dio 70 puntos- y pensé: "el alemán siempre falla el de 3.5 atrás, así que hasta aquí llegó. Le sacaré 15 puntos y para el décimo, ambos nos tiraremos igual. El soviético, por su parte se tirará el más bajo de su tabla, un parado de manos, que aunque se lo eche muy bien, no tendrá gran puntuación, y su último será también de 3.2 de grado de dificultad". Así que hasta ese momento recapacité que en verdad, opción a la medalla.
Tenía todo calculado, pero qué va: el alemán no falló y el soviético seguía ahí en la lucha. Estábamos los tres en franca pelea por la medalla de bronce. Una fallita y cualquiera iba a tronar.
Y ahora, ¿qué onda- Estaba en idéntica situación que en los Panamericanos de Indianápolis, luchando por el bronce. Y me decía tranquilo, tranquilo; ahora no te golpearás si lanzas como sabes hacerlo".
Cuando llegué a la plataforma, estaba seguro de que me iba a ir bien; sin embargo, y pese a sentir que había ejecutado un buen clavado cuando vi que tenía calificación de 73.92 puntos, pensé: ¡ya se me fue la medalla!
Estaba desconsolado y le decía a Chava Sobrino: ¡ya me ganó el alemán!" Y él, que en todo monto me alentó, supo entonces tranquilizarme. Me dijo que lo había hecho muy bien y que esperara; que la competencia no había terminado
Pero yo no la quise ver. Me metí al cuarto de clavadistas. "Si lo hace bien, pues que lo haga", me decía en silencio. Hempel se tiró y la gente comenzó a aplaudir. Las calificaciones en el tablero tardaron en salir hasta que, de repente, nomás brinqué! Hempel sólo tenía 63 puntos en el mismo clavado que yo había tirado.
- Tampoco vi el salto del soviético. Después supe que él había tenido una buena ejecución y que incluso sus calificaciones eran mejores que las del alemán, pero no que las mías. Allí estaba, solitario, diciéndome a mí mismo: "¿ya lo ves, ya lo ves - ¡sí lo podías hacer!", cuando de repente llegó un estadounidense y me felicitó. Después llegó todo el mundo. Reíamos, nos abrazábamos, llorábamos.
Había pasado la gran excitación de la competencia.
Ahora venía el gran momento: el de la premiación.
Ahí estaba Jesús Mena, entre los tres mejores del mundo. Y uno de ellos era nada menos que Greg Louganis.
Se escucharon las notas del himno nacional de Estados Unidos mientras tres banderas eran izadas.
Mena:
- Y no sé por qué, ya que obviamente las tres banderas eran del mismo tamaño, pero yo veía grande, muy grande la nuestra. Resaltaba sobre las otras dos... Por mi mente pasaban, como en una película, las imágenes de todo lo que había tenido que hacer para poder estar ahí, y en lo que significaba para México que yo estuviera ahí. . Y le di gracias a Dios, a mi familia, a mi entrenador, a mis compañeros, a mis amigos, a todos...
Reverberaban en su mente aquellas palabras pronunciadas por gente que en él tenía confianza, antes del viaje a Seúl:
Hijo, tú puedes ganar una medalla. Pelea por ella-: don Jesús Mena López.
- Sé que vas a echarle muchas ganas y que pondrás en lo alto el nombre de México-: Fernando Gutiérrez Barrios.
- Chucho: todos tenemos un día de inspiración. Si tú lo tienes, puedes ganar-: el Chueco, Víctor Rodríguez, acondicionador físico del CDOM.
- Has trabajado intensamente durante 12 anos. Has aprendido lo suficiente como para vencer. Regresa con una medalla. Tienes todo para lograrla- Gustavo Osorio.
El recibimiento a los héroes deportivos lo vivió Jesús en carne propia, es muy distinto a la despedida que se otorga a quienes van en pos de un momento histórico.
Unas horas de intensa competencia en una pileta a más de 15 mil kilómetros de distancia, cambiaron totalmente su vida.
En el aeropuerto se encontró con la sonrisa del pueblo.
Con los abiertos brazos del pueblo.
Con el cariño del pueblo.
Porras, autógrafos, vivas, fotografías, entrevistas, homenajes.
Nuevos galardones:
Ingresa a la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos en una lucida ceremonia en la que, además, el nuevo grupo al que pertenece lo premia como el Mejor Deportista del Año.
Resplandece su imagen de triunfador.
Doña Guadalupe:
- Pero lo mejor de todo fue que a Seúl viajó un chamaco sencillo y regresó un hombre mas sencillo aún. La fama en él. operó en sentido Inverso a lo que solemos conocer. lo volvió más humano; ahora comprende mucho mejor algunas cosas que antes de las Olimpiadas le parecían asuntos complicados. Maduró como hombre, como ser humano.
Así parece. No ha perdido transparencia su blanca sonrisa y sus verdes ojillos inquietos miran hacia todos lados, le cae el mechón d cabello sobre la frente; y sigue siendo de adolescente ese rostro de agradables facciones rematado por el cuadrado mentón.
El atlético corpachón es cubierto por ropa de escuela.
Libros bajo el brazo.
Y muchas ilusiones:
Ya es distinto, definitivamente... Ahora soy una especie de hombre público y tengo que ofrecer un buen ejemplo a nuestra juventud, a nuestra infancia -dice Mena, quien, en 1987, recibió una mención especial del COI por ser un buen deportista y un mejor estudiante- Quiero llegar a Barcelona, mejorar lo realizado en Seúl, pero también quiero finalizar mi carrera. Quiero ser un hombre de bien para la sociedad, para mi país... ¿Que será difícil mantener este ritmo de estudios y de competencia? Lo sé. Pero esto es lo hermoso del deporte: te forma como ser humano, con un alto sentido de responsabilidad y de superación; muy pronto te enseña que el triunfo se alcanza sólo después de una fuerte competencia contra ti mismo y contra tus propias debilidades. Y cuando logras vencerte, cuando -vas por el camino del sacrificio de la disciplina, serás capaz de alcanzar cualquier meta... Y la vida, ¿o no?, es una serie de metas...
Jesús siguió su camino.
Tenía ahora dos metas que cumplir: llegar a Barcelona y tratar de lograr una medalla, y concluir su carrera de abogacía.
Sólo el tiempo lo diría...
Tendría cuatro años para lograrlo; cumplir un nuevo ciclo olímpico.
Mas, como un mal presagio, Mena Campos no pudo participar en los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se realizaron en la ciudad de México, a fines de 1990. Una lesión en la rodilla izquierda solamente le permitió ver las competencias desde la tribuna... tratamientos especiales, paciencia, y un acrecentado espíritu de lucha, le permitieron sanar.
En 1991, todo sería diferente.
En Sheffield, Inglaterra, Jesús obtuvo la presea de plata en plataforma, perdiendo el oro en el último salto del chino Wu; algunas centésimas de punto le privaron de la victoria en los Juegos Mundiales Universitarios.
Más todavía: en los Juegos Panamericanos celebrados en La Habana, Cuba, en agosto, Mena terminaría solamente atrás del cubano Roger Ramírez, en una espléndida demostración de éste que le valió la presea dorada; los estadounidenses Patrick Jeffrey y Mathew Scoggin, que se presentaban como los grandes rivales del mexicano, quedaron relegados.
Y ya en el 92, todo parecía indicar que -Jesús sería un clavadista estelar; un verdadero protagonista de la plataforma en los Juegos Olímpicos de Barcelona, por dos razones: primero, la ausencia del estadounidense Louganis; segunda, la madurez competitiva de Mena, aun sobre la calidad que los chinos habían corroborado en múltiples pruebas, previas a la justa catalana.
Sin embargo...
Una guerra interna se desató aquí, entre los técnicos de los clavadistas: unos decidieron entrenar con Jorge Rueda; otros con Salvador Sobrino; los menos con Alejandro González, Francisco Rueda o Gustavo Osorio.
Y de esa disputa, solapada por el entonces presidente de la Federación Mexicana de Natación, Rafael Hernández, pocos se salvarían... Todos hablaban, todos daban órdenes, todos intervenían en los programas... pero ninguno tomaba la responsabilidad de tranquilizar al equipo y a sus integrantes los menos culpables, pero los más afectados
Y todavía más: vigilados durante poco más de 2 años por médicos, dietistas y metodólogos de la Comisión Nacional del Deporte, en su traspaso al Comité Olímpico Mexicano, casi un mes antes de la justa, provocó graves descuidos en la preparación de los clavadistas, que en varios casos se reflejaría posteriormente.
Jesús buscaría, pues, su primera meta
Tendría, además, la motivación de ser abanderado nacional en Barcelona...
2 de agosto del año olímpico.
Fosa de clavados de Montjuic.
Jesús Mena, México, décimo quinto lugar; eliminado...
Enviado a Barcelona, Armando Satow hizo estas observaciones en su despacho al diario Unomásuno: "Los jueces vieron diferentes saltos".
Anoté: Hoy hubo clavadistas... faltaron los jueces. Sí, esos hombres que deben juzgar con honestidad y legitimidad y cuyo deber en este deporte de apreciación debe ser del todo cabal, cumpliendo con la misión que se les encomienda. Es decir, ser uno juez en toda la extensión de la palabra y no un simple espectador que otorga calificaciones de acuerdo a sus intereses o incapacidades.
Cité aquellos "ojos 'diferentes", que no sólo al mexicano afectaron. ..'Como aquel cuarto salto de Mena, en que la mayoría de los jueces calificaron con 7.5 puntos; sin embargo, el de Zimbabwe le dio 8.5, y el de Australia 6.5.
También su quinto clavado: tres vueltas y media. al frente en el cual la mayoría dio 7.0 y hubo otro que le dio 5.5.
A Matt Scoggin, por ejemplo, en el mismo clavado de Mena los jueces coincidieron con 8.0; empero, el alemán Burk le dio 4.5.
Lo mismo sucedió con Guerrorgui Tchogovadse, en el salto de dos vueltas y media inverso, en el cual los jueces de la CEI y de Estados Unidos le dio 8.0 de calificación, pero el exigente juez de Zimbabwe lo castigó con 5.5
El mexicano, también sería afectado en su salto de 3.5 vueltas atrás, cuando el juez chino Y Ming Xii le dio 7.5, el mexicano Alberto Capilla, 6.5, pero el inglés Cook le endilgó 6.0.
Hasta esa ronda, Mena iba en la décimo segunda posición... en los siguientes saltos, esa gran presión lo acabarían:
En el clavado de vuelta y media con tres giros y medio, Capilla le concedió 7.5 puntos, el resto 7.0. pero el italiano Lavi le dio un rotundo 5.5. puntos.
Caro había pagado Jesús Mena su calidad de medallista olímpico en Seúl.
Al término de las siete rondas eliminatorias, Jesús estaba molesto; era evidente su frustración tras quedar fuera de la ronda final. Su orgullo había sido mortalmente herido.
Diría al enviado: "Yo puse todo lo que estaba de mi parte para pasar a la final. Le eché ganas, sentí que mis clavados estaban bien, pero no puede ganarle a los jueces-.
-Explicaría:
Desde luego uno puede tirarse clavados buenos y malos, eso es normal, pero lo que no se vale es que los jueces perdonen a unos y sancionen a otros. . .- Uno siempre siente y debe reconocer cuando se tienen errores, pero hoy te puedo decir que no fallé, no como para haber quedado fuera de la final".
Jorge Rueda, Carlos Girón y muchos más que fueron testigos de lo ocurrido en Barcelona y que se percataron de las múltiples maniobras de los jueces, coincidieron en que la disparidad de juicios en varios de ellos dio al traste con la competencia.
Aquí, en México, muchos hicieron blanco en Jesús.
El, recibiría gran parte de las críticas, como parte de ese selecto grupo de mexicanos que teniendo buenas posibilidades de acceder al podio no lo hizo. Hoy, Jesús Mena Campos se ha retirado del deporte. Es asesor de otro gran deportista, Felipe Muñoz Capamas, en el PRI, y coordinador de la región V del Frente Nacional del Deporte.
Su otra gran meta, concluir sus estudios de derecho, la está por cumplir.
Mena Campos siempre ha sido un hombre de retos y metas... así lo ha demostrado, ¿o no, Jesús?...
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Febrero de 2004.
Mario González Lugo
Medallista de bronce
Boxeo
Seúl 1988
Eran dos pares de guantes de vinil, pequeños, apropiados para sus edades: Ulises tenía ocho años; Mario, siete.
Camino a casa se los probaron.
Y sugirió Mario:
¿Nos damos un entre?
Ya vas-, aceptó Ulises.
Fue la primera de una larga serie de amistosas confrontaciones pugilísticas entre los dos hermanos. Y lo hacían tan bien que esas exhibiciones eran un obligado espectáculo en toda reunión familiar. Después, los guantes eran guardados en un closet.
Hasta que aquellos, los de Mario, fueron sustituidos por unos de verdad...
Mañana del 2 de octubre de 1988.
Seúl: capital surcoreana, capital olímpica. Hoy morirá otro ciclo olímpico.
Sopla un vientecillo frío, nostálgico. Las siempre congestionadas avenidas seulitas están hoy semidesiertas.
Muchos atletas deambulan sin expresión por la Villa Olímpica
Sólo esperan el momento del adiós.
Otros se aprestan, nerviosos, a hacer frente al compromiso final
Otros aguardan el momento culminante: recibir una medalla olímpica.
Es Mario uno de ellos.
Son las 6 de la mañana. Y él ya está en el comedor. Par de huevos fritos con jamón, jugo de naranja, café... Y profundas reflexiones.
Mario:
Seúl me pareció más bonita aquel día. Había mucha paz, yo la sentía en mi interior. No tenía miedo, ese miedo, esos nervios que ví en los rostros de los peleadores que subieron al autobús y partieron hacia la arena para sostener ese anhelado combate por la medalla de oro. Con toda mi alma me hubiera gustado ir en ese camión, porque significaba la gran culminación de una carrera... Pero ya había asimilado mi realidad: aquella lesión en el hombro me había impedido llegar a más y me encontraba satisfecho con mi medalla de bronce. Algo muy raro me invadía el espíritu. Sabía que esa mañana era la más importante de mi vida. En unas horas la bandera de mi país ondearía en tierras extrañas y muy lejanas. Y era por mí. ¡Jamás lo soñé! ni siquiera en aquellas fantasías de la infancia.
A las 8:30 sube al autobús y parte rumbo a la arena.
A las 10:25,ya uniformado de blanco cruza el pequeño pasillo que comunica los vestidores con el cuadrilátero de la arena Chanishil. Hay efervescencia. Es la premiación de la categoría de peso mosca del torneo olímpico de boxeo y el coreano Kwang Sun Kim es el campeón. Ruge el público; entona cánticos; retumba el sonido del tambor y esas palmadas a ritmo frenético.
A las 10:26 sube al podio.
A las 10:29 son izadas lentamente cuatro banderas. Debajo de la coreana, la de- Alemania Democrática después, a un mismo nivel, la de México y la de la URSS.
Mario sólo tiene ojos para aquella, la tricolor, la del águila y la serpiente sobre fondo blanco.
Mario:
- Ha sido el momento más emotivo de mi vida.
- ¿Qué pensaba entonces?
- Realmente no lo sé. En todo. En mi familia; en el momento en que decidí convertirme en boxeador; en mis primeras peleas, en mi país... En ese orgullo que te sale de muy adentro y que casi te hace llorar. En ese momento repasé mi vida y sonreí: había sido como una larga pelea de boxeo.
Cuéntenos, Mario
-Y bien...
Mario González Lugo nació en Puebla el 13 de agosto de 1969. Es el segundo de ocho hermanos -Ulises, Martha, Víctor, Francisco, Maximino, Xóchitl y Penélope-, Sus padres Guillermo González y Zenaida Lugo.
El trabajo de don Guillermo, por supuesto, no satisfacía completamente las necesidades su gran familia.
Mario:
-No era sino obvio que enfrentásemos problemas económicos que, sin embargo, no hacían mella en nuestro ánimo. Dentro de nuestras carencias, éramos muy felices. Sí, claro que nos hacíamos muchas preguntas: ¿por e no teníamos dinero, ni juguetes, ni ropa -buena, ni viajes, ni diversiones-... Y lo más difícil era aceptar el día de Reyes, porque nunca llegaba el juguete que habíamos pedido. Pero nuestra situación no era distinta a la de todos nuestros amiguitos, así que aprendimos a conformarnos.
Las diversiones eran como las de cualquier otro chiquillo:
Juegos de todos los tipos... ¿Deportes? Especialmente el futbol, que se jugaba en interminables cascaritas hasta que caía el atardecer en aquellas polvosas callejuelas del barrio, en las que ocasionalmente Mario demostraba que era bueno con los puños.
Mario:
-A pesar de eso, el boxeo nunca me atrajo como deporte. Me gustaba el futbol.
Pero...
Llegaron los guantes de vinil; aquellos combates con su hermano y fueron más frecuentes los pleitos en la calle y acabó la primaria. A los 11 años, ya en la secundaria, la invitación de su padre:
- He notado que tienes facultades para el pugilismo, hijo. . . ¿Por qué no lo aprendes? ¿Por qué no vienes conmigo al gimnasio?
Mario:
- Y me decidí... Ya me tenían harto los comentarios de mis amigos de que yo parecía boxeador. "Ahora sí voy a serio", les dije y después, aunque parezca increíble, me costaba trabajo hacerles creer que ya iba a debutar como peleador amateur.
Eso sucedió en 1981, después de que Mario invirtió muchos meses en el aprendizaje de¡ boxeo. Todas las tardes, al salir de la secundaria, se iba directo al gimnasio. Compitió en varios torneos infantiles hasta que en 1984, su padre lo inscribió en el torneo local de los Guantes de Oro. Mario compitió en peso paja. Sostuvo cinco peleas, las ganó todas y conquistó el primer lugar.
Mario:
- Para ese entonces el boxeo ya era en mí una pasión. Debo admitir que al principio me atrajeron los comentarios de] mucho dinero que ganaban los boxeadores profesionales y todo lo que de ellos se decía. Yo quería ser alguien, ya no sufrir tantas privaciones. Y eso me animaba a seguir. Pero de repente llegaron los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y cambiaron mi perspectiva. Yo veía todas las peleas y cuando subía un mexicano quería ponerme en su lugar. ¡Qué orgullo representar a mi país en el extranjero! Eso se me convirtió en una obsesión. Me propuse llegar. Me inspiré en Héctor López, cuyo estilo me maravilló: entrar y salir, manejar los espacios, la rapidez; la elegancia. Cuando llegó la final yo estaba seguro de que Héctor sería campeón, pero desgraciadamente, contra el italiano Stecca no fue el mismo boxeador de anteriores combates.
Mario fue campeón de los Guantes de Oro en Puebla, durante tres años consecutivos, los dos últimos ya como peso mosca y esos triunfos fueron su carta de presentación ante Raúl Ratón Macías, en ese entonces presidente de la Federación Mexicana de Boxeo Amateur, quien aceptó que el boxeador poblano -de apenas 16 años de edad- ingresara al Centro Deportivo Olímpico Mexicano. Eran los primeros meses de 1985.
Mario:
- A partir de ese momento mi vida cambió por completo. Yo, un chiquillo provinciano que jamás había salido de su ciudad, ya estaba en el famoso CDOM, preparándose al lado de los mejores, viviendo en la Ciudad de México y así, de repente, ya alistándose para salir al extranjero, porque el Ratón me dijo que yo estaría un mes a prueba en el CDOM y ya habían transcurrido cinco. Entonces fui seleccionado para participar en el torneo Batalla de Carabobo, en Venezuela. ¡Imagínese!, yo nunca había subido a un avión. Fue una grata experiencia, pues llegué a la final de ese certamen en la que perdí ante el experimentado venezolano David Grimann, segundo mosca en las clasificaciones mundiales. Yo sangraba profusamente de la nariz y el réferi detuvo el combate en el tercer round. Esa ha sido mi única derrota antes del límite.
La carrera de González fue en ascenso. Y así, en 1987 participó en el importante torneo Química Halle, en la RDA; en el Centroamericano y del Caribe, en Costa Rica; en el Batalla de Carabobo, en Venezuela; en el Internacional, en Colombia; el Simón Bolívar, en Venezuela y el Guantes de Oro, en Guatemala.
Mario:
- Más importante que triunfos o derrotas, fue que obtuve una gran experiencia. Si pensaba que podía ser seleccionado para los Juegos Olímpicos, debía de tener una buena base que me apoyara.
Llegó, por fin, 1988.
El año olímpico.
El año de Seúl.
Mario había afianzado su puesto como seleccionado nacional y a partir de abril inició una campaña que lo llevaría a los cuadriláteros olímpicos de la arena Chamshil.
Recuerda:
- Gané oro en el torneo MVR, plata en Colombia, bronce en el Batalla de Carabobo y en el Simón Bolívar y oro en un certamen en Cuba, después de vencer a cinco peleadores locales. Este fue, en mi opinión, el mejor fogueo; el que me dio una gran confianza para afrontar los Juegos Olímpicos... Cuando me avisaron que estaba seleccionado para Seúl, sentí algo así como un vacío muy grande en el estómago. La emoción me hacía sentir frío y también, en esa rara mezcla de sensaciones, me invadía una inmensa satisfacción al saber que habían sido premiados aquellos largos meses de esfuerzo, de sacrificio, de preparación.
Cuando trepó al avión que lo conduciría a Corea, su récord señalaba: 70 peleas, 61 victorias -25 por nocaut- y 9 derrotas.
POR FIN, UN BOXEADOR
Vicente Borrego Torres -de profundas raíces en el boxeo de paga- preparó a un espléndido equipo para los Juegos Olímpicos de Seúl. Los peleadores mexicanos integraban un grupo muy compacto de jóvenes con similares características: buen boxeo, agresividad y solidez en los puños, pero con una gran agravante: de hecho, no practicaban el pugilismo de aficionados, sino- el profesional. Lejos de la rapidez de brazos y piernas que debe poseer un peleador aficionado, ellos preferían atacar a base de pasos firmes y lanzar pocos golpes, buscando más la contundencia que la cantidad. Dicho de otra forma: de no ser por la vía de la detención del combate, en caso de llegar éste al límite de los tres rounds sería muy poco probable que la decisión fuese para aquellos boxeadores que siempre subían al ring con un sarape sobre sus morenos cuerpos.
Así a cambio de una espectacular victoria inicial -el peso gallo José de Jesús García noqueó en un round- que hizo concebir fugaces esperanzas, antes de que Mario debutara en el torneo ya habían sido eliminados tres peleadores mexicanos: el pluma Miguel Ángel González, el ligero Guillermo Tamez y el medió Martín Amarillas. No era extraño: habían sido' superados por auténticos boxeadores amateurs.
En tal virtud, la presencia de Mario fue un paliativo.
Al fin, sobre el ring, pudo observarse en acción a un peleador mexicano que conservaba el más puro estilo de aficionados.
El primero en comprenderlo fue Teboho Mathibeli, de Lesotho, para quien esa pelea significó debut y despedida en los Juegos Olímpicos.
Esa noche del 21 de septiembre Mario dictó su primera cátedra boxística. Sufrió serios, avisos, como un violento cruzado de derecha, el primer asalto y un gancho izquierdo en el segundo, pero fue todo. Manejó admirablemente la distancia e hizo fallar a su rival una gran cantidad de golpes para conectarlo limpiamente en el contraataque. Pegar y salir: la gran táctica. En el tercer round, cansado ya de tanto fallar, Mathibeli fue víctima de una pertinaz llovizna de cuero sobre su rostro de ébano.
Ninguna duda: el triunfo del mexicano por puntuación de 5-0.
Mario:
- Para mi fue muy alentador conseguir esa victoria y ofrecer esa actuación. Aunque ya había acumulado una buena experiencia después de los combates sostenidos en el extranjero, no dejé de sentirme nervioso cuando subí al ring a disputar mi primera pelea olímpica. Todo se facilitó, sin embargo, cuando conecté una buena combinación: jab de izquierda seguido de perfecto cruzado de derecha. Los dos golpes llegaron limpiamente a la cara M negrito. A partir de ese instante supe que la victoria sería para mí.
Aquella noche en el vestidor, alguien lo felicitó por su brillante estilo de boxeo amateur. Mario, ruborizado, respondió:
- Yo no soy un fajador; no soy un noqueador. Lo mío es el boxeo. Lo siento como el arte de la defensa personal y así lo practico. Yo no quiero problemas de veredictos sospechosos. Aquí se gana boxeando. Y yo soy boxeador.
No lo sabría Mario, pero la fecha de aquel, su segundo combate olímpico -domingo 25 haría historia en su vida: los resultados de las peleas de esa tarde le llevarían a la conquista de la medalla de bronce y a la vez, le impedirían colmar un anhelo más caro: llegar a la final del torneo.
Historia de unas horas y su gran trascendencia, que tendrá que ser contada en breves capítulos.
Sorprende Mario González.
¿Qué no era un boxeador habilidoso, cuya premisa era la defensiva- ¿Qué no era un experto en el contragolpe-
Este que combate contra el indio Manoj Pingale es muy diferente.
Se ha salido por completo de su estilo.
Ahora asume la ofensiva.
Ramón Márquez C., enviado del diario Unomásuno, a los Juegos de Seúl, escribió en su crónica de esa tarde:
- Nosotros -dice Mario- teníamos bien estudiado al indio. Durante dos horas vimos el video tape de su pelea anterior y decidimos cambiar de estilo; de otra manera no hubiera habido pelea, porque los dos practicamos el boxeo sobre piernas y a la expectativa.
Y ahí radicó el éxito del poblano. De ser un púgil que basa su accionar en el boxeo defensivo, pasó a asumir una ofensiva total. Y entonces mostró otra interesante faceta: su habilidad para el ataque. En un principio el cambio pareció afectarle. Fue con más precipitación que inteligencia sobre el indio. Le cortó todos los espacios. Se metió en su guardia, aunque perdió muchos disparos por no manejar con serenidad las distancias. Y Pingale, con el compás de las piernas bien abierto, listo para golpear y salir, aprovechó las embestidas del mexicano y 'Conectó buenos impactos al contragolpe. Especialmente con la izquierda: un opercot y un gancho dieron de lleno en el rostro de González, pero no hicieron efecto. El mexicano insistió en su acoso y cuando el réferi Roderick Robertson, de Gran Bretaña, lo amonestó por golpear -según él- demasiado bajo, cambió el rumbo de sus disparos e hizo blanco, espectacularmente, en la cabeza de su rival.
La pelea se ha nivelado. La puntuación debe estar de lo más pareja.
Tercer round.
- Sabía que tenía que forzar el combate -acepta Mario-, pero mi . entrenador me indicó que peleara con más inteligencia.
Lo hizo Mario. No obstante que mantuvo en todo momento la ofensiva, logró un combate espléndido... Ahora va al ataque, sí, pero finta la entrada, espera el counter de Pingale y entonces contragolpea. La izquierda va arriba y abajo. La derecha por fuera, corta la salida del indio, que va de esquina a esquina y no sabe qué hacer: sus golpes se pierden en el aire y los de su enemigo le laceran el rostro. González redobla su ritmo de combate. Pingale se estremece una y otra vez. Parece que cae...
No sucede así. Llega de pie al final, pero no podrá evitar la derrota.
- La medalla, Mario...
- Sí, caray... Siento que ya la tengo en la bolsa. Ojalá...
De hecho la tiene.
Porque, mientras Mario conversa con los reporteros, el ghanés Alfred Kotey -primo de aquel David Kotey que se coronó campeón mundial pluma al vencer a lo que quedaba del inolvidable Rubén Olivares- enfrenta a Benjamín Nvangata, de Tanzania. Lo vence por puntos, pero baja del ring con un parche que le cubre parte del pómulo izquierdo.
Está herido. ¿Podrá pelear?.. Es el enemigo que separa a Mario de una medalla.
Pero surge otra pregunta que inquieta ¿podrá pelear González? Pocos se han dado cuenta, pero Mario mueve nerviosamente: el hombro izquierdo.
- ¿Qué pasa, Mario
- Nada. Una pequeña molestia. Pero no es nada.
Sí que lo era:
En el tercer asalto de aquel duelo contra Pingale, el mexicano Y el indio fallaron al disparar simultáneos ganchos derechos. Ambos se golpearon el hombro izquierdo. ¿Habrá tenido alguna consecuencia el que recibió Pingale? Sólo él lo sabrá. Lo que no supo jamás fue el daño que su fallido golpe causó: Rafael Ornelas, el doctor del equipo mexicano de boxeo, toma unas radiografías del hombro izquierdo de Mario. Su diagnóstico:
- Esguince en las articulaciones, con ruptura total de ligamentos. Lesión que tarda en sanar 30 días.
Que nadie lo sepa.
Hay que esperar...
Martes 27 de septiembre.
Durante la ceremonia del pesaje, el esparadrapo permanecía en el pómulo izquierdo de Kotey. Pero ahora escondía una sutura. Y la sonrisa fingida de Mario también escondía algo: su temor por lo que pudiera acontecer si la pelea llegase a ser celebrada.
Por la tarde había aumentado la presión.
Cuando los dos grupos se encontraron en el pasillo rumbo a los vestidores el rostro de Kotey era oculto por una toalla y por el otro lado nadie hablaba de la lesión de Mario en el hombro. Hasta que surgió lo inevitable: ya hacia el cuadrilátero la cara del ghanés se abatió.
Los africanos sabían perdida la causa, porque la sutura estaba la vista y los reglamentos de la Asociación Internacional de Boxeo Amateur impide que un peleador suba al ring en esas condiciones. La delegación mexicana protesta, la africana intenta lo imposible y la AIBA toma una rápida decisión: Kotev es descalificado. Y queda allí, al pie del cuadrilátero, con la barbilla clavada en el pecho, todo él de blanco vestido; la camiseta es surcada por franjas con los colores nacionales de su país: verde, rojo y amarillo.
Mario desciende del ring con una tranquila sonrisa.
Se espera el festejo, porque ha sido asegurada, ya, una medalla. La de bronce cuando rnenos.
Pero Mario recibe a los reporteros con un gesto de contrariedad y aprieta las mandíbulas mientras declara:
- La verdad, me quedé con las ganas de rajársela a Kotey. Sí, me sabe a gloria esta medalla, se cumple mi objetivo de ofrecérsela a mi país, pero me siento como que un poco frustrado. Quería pelear con ese negrito. ¿Que por qué? Nomás porque me cae gordo. Yo estaba allí, en el vestidor, arreglándome, cuando llegó él y me miró así, muy despectivamente, muy sácale punta. Y entonces pensé: "al rato nos encontramos en el ring y ahí me vas a mirar más feo".
Nadie lo sabe, porque todo mundo en el equipo mexicano de boxeo se ha puesto la máscara de la frialdad, pero el fin de semana es angustioso: lucha la medicina, contra una lesión imposible de curar en tres días.
Jueves 29 de septiembre.
Pelea de semifinales: Mario González, de México, contra Andreas Tews, de la República Democrática Alemana.
Mario:
- Me habían aconsejado que no peleara por el pase a la final. El jefe de la delegación, el entrenador, el presidente de la federación, mis compañeros, todos; sin embargo, me había fijado corno meta ganar una medalla y tenía que ir por más. El hombro me dolía mucho, pero pensé: "es mejor perder arriba del ring que por abandono".
Escribió, en esa ocasión, Ramón Márquez C.:
Todavía esta tarde, a las 19 horas, hubo una úlltima reunión en la Villa Olímpica.
El doctor Ornelas preguntó a Mario González si quería pelear a pesar de esa lesión en el hombro izquierdo.
El entrenador Vicente Borrego Torres le pidió que no lo hiciera.
Pero Mario reflexionó:
- Si he de perder, que sea en el ring.
Así fue. Así sucedió.
Dice Mario:
- Solamente salí a intentar lo casi imposible. Sé que no soy un noqueador, pero tal vez hubiera podido ser… Le conecté dos buenos derechazos, lo sentí, pero no pude seguirlo. Hoy era un boxeador de una sola mano.
El rumbo de la pelea quedó claramente marcado desde el primer instante: Tews, rubio y espigado se adueña de la distancia, estableciéndola con un jab de izquierda preciso y constante. Mario va al acoso, pero no puede entrar.
El dolor en el hombro estaba canijo. Pero en un ring uno no puede quejarse. Así que salía rifármela, aún a sabiendas de que estaba muy disminuido.
Quienes no sepan lo que sucede, verán en el peleador mexicano a uno muy distinto de aquel que venció a Pingale: va bien en sus movimientos de piernas, pero no tiene velocidad ni puntería y mucho menos, fuerza en los puños. Así que Tews maneja tranquilamente el combate, alerta en el counter. Conecta hasta con cierta facilidad los recios de derecha, que vulneran limpiamente la guardia de Mario, hoy imposibilitado para esquivar los disparos.
La pelea será una copia en cada uno de los tres asaltos.
En su libreta de anotaciones, al empezar el tercer round, escribe el cronista:
A tres minutos de un imposible.
Lo fue.
En el vestidor suda el pequeño poblano, intensamente. Una toalla le cubre la cabeza. Está compungido.
- Tengo el consuelo de que hice lo necesario. Me hubiera gustado seguir adelante. Lo impidió esa inoportuna lesión en el hombro izquierdo. Esa es una desventaja demasiado grande, porque es la mano con la que entra un peleador derecho.
Corrobora Vicente Torres:
- Un boxeador derecho sin la mano izquierda es un peleador que no sirve. Por eso quería dejar pelear a Mario.
Dice luego el entrenador:
- En realidad, alabo el esfuerzo sobrehumano de Mario; estoy orgulloso de su casta, de su vergüenza. Peleó en muy desventajosas condiciones.
Mario sigue consternado. Con la mirada clavada en el piso.
Alguien le pide que haga un balance final. Dice entonces:
- La verdad, me siento satisfecho. Porque di todo mi esfuerzo. Nadie puede reprocharme nada. Pienso que tengo facultades como para haber dado a mi país una medalla más importante; estoy seguro de que hubiera podido vencer al alemán democrático, pero no pudo ser.
Llega el 2 de octubre.
Y, con él, la premiación.
Y el final.
-Muere otro ciclo olímpico.
Al día siguiente, con el último grupo de atletas mexicanos, Mario arriba a la capital procedente de Seúl.
El y Jesús Mena polarizan la atención de familiares, aficionados y periodistas que se dan cita en el aeropuerto de la ciudad de México. Son cerca de tres mil personas. Varios autobuses han llegado desde Puebla.
Dice Mario:
- Deseaba dar más, pero aquella lesión me lo impidió.
No había necesidad de más explicaciones. La gente lo abrazó, te felicitó, le aclamó...
Mario:
- La miel de la victoria. No hay nada igual.
La saborearía a plenitud. Poco tiempo después se hizo acreedor al Premio Nacional del Deporte.
Ya, ya pasó la euforia.
Mario entrecierra aún más sus pequeños, vivaces ojillos, mientras expresa:
- Tengo veinte años y dos objetivos: finalizar mis estudios de secundaria, los que interrumpí por seguir adelante en el boxeo y prepararme intensamente para representar a mi país en Barcelona 1992. Sé que puedo lograr una medalla más importante. Pero necesitaré apoyo. Ojalá lo logre.
Y revela un secreto:
- Es que quiero ser como un ejemplo más de lo que el deporte puede operar en un ser humano. Yo viví una niñez difícil, como la de millones de compatriotas. Pero el deporte me cambió la existencia. Me hizo comprender lo que en realidad puedo valer. Y eso no se logra fácilmente en cualquiera otra actividad...
Mario sólo pudo cumplir su primer objetivo.
Tuvo el apoyo económico para proseguir su carrera deportiva como miembro de la Asociación Mexicana de Medallistas Olímpicos, así como de Pro- excelencia Deportiva y la Comisión Nacional del Deporte; sin embargo, en el ciclo olímpico hacia Barcelona se topó con rivales de mayor pegada y quedó fuera de la justa catalana, con lo cual prácticamente se retiró del boxeo.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Febrero de 2004.
Carlos Mercenario Carbajal
Medallista de plata
Caminata
Barcelona 1992
Carlos Mercenario escucha con atención a Raúl González.
Atestiguan la charla, en un hotel catalán Miguel Ángel Rodríguez y Germán Sánchez. Al día siguiente se escenificará la prueba olímpica de marcha sobre 50 kilómetros. Los tres andarines representan las últimas cartas de triunfo de la delegación mexicana en las justas olímpicas en Barcelona, España; son ellos la esperanza para no regresar con las manos vacías...
Es una charla entre deportistas...
Entre amigos. .
Entre "cincuenteros" de la caminata.
Hablan el mismo idioma.
No es la primera vez que conversan, González había marcado, en varios momentos la vida deportiva del andarín de 25 años.
Mercenario confía en él.
González Rodríguez doble medallista olímpico, titular de la Comisión Nacional del Deporte, le subraya:
"Para ganar una medalla en Juegos Olímpicos no basta ser el favorito ni haber tenido una excelente preparación, hay que salir a competir con deseo; las medallas hay que buscarlas porque nunca vienen solas"
Carlos lo comprendía hoy señala
Ante mí no era el directivo ni el funcionario quien me hablaba; era Raúl, el exmarchista que me instaba a pelear, a luchar por una presea".
También recibiríamos consejos de Jerzy Hausleber, de Daniel Bautista, de Raúl Salinas de Gortari; apenas unas horas antes de la prueba de los 50 kilómetros.
Agrega el deportista:
"Fue como una inyección de energía: salimos de ahí con hambre de triunfo"
Horas después la acción en el circuito de la Zona Franca, en aquel caluroso 7 de agosto de 1992, en Barcelona, sede de los XXV Juegos Olímpicos de la era moderna.
Ya a la línea de salida.
DE COMO GANO LA PLATA...
Citó Armando Satow, en su crónica para unomásuno.
Barcelona, 7 de agosto, Carlos Mercenario ya tiene un lugar en el Olimpo mexicano.
El quiso ser...
Lo anheló durante cuatro años...
Fue perseverante, empeñoso, tesonero, disciplinado. . .
También, idealista, soñador acaso. .
Y hoy ha tenido aquí el justo premio: una medalla olímpica de plata, que para el país vale oro por mil motivos, pero de los que habrá que destacar dos factores: ha sido la primera y única medalla que se ha conseguido a la fecha en estos Juegos; también porque ha venido a resarcir a la caminata mexicana, en la extenuante prueba de los 50 kilómetros.
Sí, ya Carlos Mercenario no será un desheredado del Olimpo. Y rara coincidencia que hoy se ha cumplido: cada ocho años la marcha da una presea olímpica.
Son las primeras horas del día. El sol empieza a entibiar el ambiente. Ahí en el paseo de la Zona Franca, donde en unos minutos se dará el silbatazo para iniciar los 50 kilómetros de caminata.
Son las 7:15 horas y ya los andarines están casi listos ... han dado los últimos toques a su preparación ... Unos caminan con rapidez para calentar los músculos y la cintura... Otros, como Carlos Mercenario, miran con rostro endurecido, el horizonte. Esa larga recta de la avenida, con palmeras chaparronas en el camellón.
¿Habría alguien que dudara de este mexicano; de mirada impactante, seria, de no pelear una medalla olímpica?...
La determinación de Carlos se evidenciaba a distancia.
Estaba listo, concentrado.
Aquella participación suya en Seúl 88, donde había logrado el séptimo lugar en 20 kilómetros, lo había hecho madurar. Para los expertos del atletismo mundial él era uno de los favoritos porque había sido campeón de la Copa Mundial en 1991 en 50 kilómetros y, pese a que no había competido en esta prueba en los campeonatos mundiales de atletismo en Tokio, se sabía que había ganado el título panamericano y también obtenido la victoria en la Semana Internacional de Caminata.
Mercenario da unas últimas indicaciones a los noveles Miguel Ángel Rodríguez y Germán Sánchez, que lo acompañarán en esta aventura olímpica.
¿Hasta dónde llegarán?
Todo está listo...
Suena el disparo de los jueces. . .
Son las 7:33 horas...
A caminar...
Carlos toma la iniciativa. Guía el grupo. Lo controla. Sabe de la peligrosidad de Andre Perlov, Alexander Potashev y Valery Spitsyn, del equipo Unificado de la Comunidad de Estados Independientes (ex URSS). También de los alemanes Ronald Weigel -doble medallista de plata en Seúl 88- y Hartwig Gauder -campeón olímpico en Moscú 80- Pero, potencialmente, los 42 rivales son de cuidado. La única instrucción ha sido no dar concesiones.
Más Carlos no está solo: Germán y Miguel Ángel lo respaldan. Ellos son el soporte del equipo; en ellos no hay egoísmos ni rencores, hay conciencia de que sólo el trabajo de conjunto los sacará adelante.
Apenas son los primeros kilómetros y ya Potashev ataca. Y la labor de sacrificio de Germán se hace patente. Lucha, se le pega a Perlov y jala al grupo que marcha compacto, sólo esperando el menor descuido para desmembrarse.
Pero el espigado Potashev ha impuesto mayor tranco en su avance y cumple los primeros 10 kilómetros en 47'13". Parece un suicidio. El clima será factor importante. Ya la temperatura ha ascendido. Los termómetros marcan 25 grados centígrados a la sombra, pero el sol ya comienza a quemar a quienes osan desafiarlo... pero los jueces encuentran una mejor solución para aminorar el paso, siempre dentro de los límites del reglamento de la caminata: las tarjetas de amonestación; tres marcarán su descalificación.
Potashev ha sido campeón en el mundial de Tokio 91, pero su técnica no es del todo convincente En la copa mundial en San José, California, había sido descalificado y ya los jueces han iniciado su, labor de advertencia, pues es evidente que el bielorruso, de fuerte constitución física, ha empezado a botar, hasta que los jueces son rígidos con' él y lo despiden de la prueba.
Sin Potashev, el Equipo Unificado queda minado. Pero los siempre cuestionables jueces, que castigan a unos y permiten el paso irregular a los más; también se exceden con Germán Sánchez, quien al kilómetro 30 tiene que dejar la competencia y se va:: a sentar a la banca, ahí cerca de la Prensa. Ahí diría: "Fue una injusticia porque estaba caminando bien".
Sin embargo, en esta prueba hay intrépidos que no miden las consecuencias, como el finlandés Valentín Kononen, quien se lanza al frente y ya solitario, en punta, desgastándose. Esta es una prueba de inteligentes, no sólo para valientes.
Atrás, a unos metros, están Perlov, Mercenario, y el polaco Robert Korzeniowski, quienes ya se han desprendido del grupo, en tanto Miguel Ángel sostiene una enconada lucha con -el alemán Weigel.
La barredora de los jueces ha dejado su marca el canadiense Guilleume Leblanc -plata en 20 kilómetros-, el español José Pinto -así estarían caminando-, Potashev y el belga Godfrico Dejonc Keere, están fuera.
El resto cedería después.
El grupo puntero pasa los 20 kilómetros en una hora, 33 minutos y 15 segundos. . . mejor que el tiempo realizado por Ernesto Canto, días antes, en esa distancia. Los 20 kilómetros los cumplirían en 2h 17'48".
En esos momentos la pugna es entre tres: Perlov, Mercenario y Korzeniowski, aunque éste y el ruso ya tienen dos amonestaciones en la cartera de los jueces.
El esfuerzo de Mercenario ha sido evidente. Por ahí, en el circuito, está Ernesto Canto, quien con gritos lo alienta a no ceder ante los dos europeos, lo mismo que Germán quien le advierte de los jueces: "¡Cuídate de esos hijos!. . ."
Al cruzar el kilómetro 35, Perlov nota el cansancio de Carlos y, en la zona de abastecimiento, mientras el mexicano se refresca, ataca, se va solitario hasta sacar una ventaja de un minuto, mientras el mexicano entra en "crisis", que todos los andarines tienen en este momento del trayecto, pero que al final se recuperan. Pero Carlos no cede, tiene que cuidar al polaco que se dispone a andar los últimos diez kilómetros en el "filo de la navaja", ya con dos amonestaciones; una más y se irá. . .
Cuando han cumplido 48 kilómetros, Perlov deja el circuito y es el primero en dirigirse por la calle Foc (fuego en catalán), muy apropiado por el recorrido, de una pendiente de mil 400 metros con altura de 81 metros, como si en la imaginación razara un trapecio, tan exigente para el deportista como para los osados que acudieron a observarlos.
Perlov es el primero en entrar al estadio y la altitud de casi 45 mil espectadores reunidos en estadio de Montjuic lo acompaña, con aplausos, para recorrer los últimos 450 metros.
El ruso lo hace. Recibe una gran ovación hasta detener el cronómetro en 3h 50'15", seguido por el mexicano con 3h 52'9", una vez que los jueces han detenido tras la descalificación, casi a las puertas del estadio, al espigado polaco Korzeniowski, quien marchaba en la segunda posición. La presea de bronce es para el alemán Ronald Weigel, con .3h.53'45". Miguel Ángel Rodríguez se ha ubicado en un meritorio octavo lugar con una marca de 3h 58'26".
DE CARLOS SALINAS DE GORTARI A CARLOS...
Aún con algunos gramos de esperanza, miles de mexicanos se apostaron frente al televisor para ver la prueba de 50 kilómetros de caminata.
En Barcelona, el sol apenas empezaba a entibiar la mañana de ese 7 de agosto; en México, apenas era de madrugada.
Había dudas "¿Valdrá la pena la desvelada?... Que no suceda hoy lo que en la prueba de 20 kilómetros", era el sentimiento general.
Aquella madrugada tuvo una buena recompensa: la medalla de plata para México, la primera y a la postre la única.
El presidente de la república Carlos Salinas de Gortari seguramente alcanzó a ver algunos tramos de la prueba; seguramente él también se emocionó no sólo por la obtención de la presea, sino por la gallardía, coraje y determinación con que Mercenario buscó la victoria.
Mercenario recibió en Barcelona una llamada telefónica.
Era de México.
Era del Presidente, quien se encontraba en Tenosique, Tabasco, en gira de trabajo.
Alrededor de las 7 de la mañana.
He aquí el diálogo. De Carlos a otro Carlos...
El presidente Salinas de Gortari: -Carlos, ¿cómo estás? Muchas felicidades.
Mercenario: -Gracias señor. Muy contento por el resultado que ha habido para todos los mexicanos
.
El Presidente: -Quiero decirle que estamos muy orgullosos de usted, del gran esfuerzo, de la preparación que alcanzó, pero sobre todo de las ganas que le puso. Lo felicito mucho.
Mercenario: -Gracias, señor Presidente. Yo me atrevería a mencionar que estamos muy agradecidos todos los deportistas mexicanos por el apoyo que hemos recibido de nuestro gobierno; pero de verdad, lo digo de todo corazón, porque nosotros lo vemos como un amigo de los deportistas y nos sentimos muy apoyados.
El Presidente: -Carlos, lo más importante es el apoyo que los mexicanos le dieron para esta carrera; quiero decirle que los jóvenes deportistas que tenemos en México y las familias estaban muy atentas para ver si se lograba alcanzar esta presea y su resultado nos ha alentado mucho a todos, pero, sobre todo, a las familias de México.
Usted debe sentirse muy contento de haber alcanzado esta meta y de saber que hay muchos jóvenes que quieren ser como usted, entrenarse bien, dedicarse al deporte, alejarse de aquellos que no les hace bien y poner siempre el esfuerzo adicional que se requiere.
La entrevista fue trasmitida por la televisión, que incluyó algunas escenas de la prueba de 50 kilómetros. El presidente Salinas de Gortari agregó:
-Mire esa toma, qué bonita, en este momento, en donde se ve el esfuerzo que usted le va poniendo, las ganas que tiene de llegar para alcanzar la medalla.
Mercenario: sí señor Presidente. Estamos muy satisfechos todos, todo mi equipo, no únicamente un servidor sino todos los que formamos parte del equipo mexicano, toda la delegación está muy contenta. Y repito: muy agradecidos por todo el apoyo.
-Y yo creo -añadió Carlos- que México se merece un triunfo. Porque la gente, como usted lo decía, nos apoya muchísimo y nuestro México siempre ha estado pendiente del deporte. Y yo creo que debemos seguirle dando triunfos.
El Presidente: -Oiga Carlos, ¿ya pudo descansar?
(Risas)
Mercenario: -Sí, gracias, señor.
El Presidente: ¿Cómo sintió el calor?, porque muchos hablaron de la humedad; otros hablaron de los jueces, pero usted no habló de nadie, llegó a la meta y ganó una medalla.
Mercenario: -Bueno, sí, estuve en condiciones difíciles para nuestra prueba; hay mucha humedad y mucho calor, pero hay que reconocer que las condiciones difíciles son para todos y había que tratar de aguantar; nos preparamos mucho, nos preparamos a conciencia y sabíamos de antemano que teníamos con qué pelear. Lo importante era hacer la pelea y si se conseguía, excelente, pero teníamos confianza en nuestra preparación, sobre todo, señor.
El Presidente: -Tiene usted razón: el clima era parejo para todos. ¿Dónde se preparó Carlos?; ¿Cómo hizo para prepararse para un lugar que iba a tener esa humedad?, usted lo sabía desde antes, ¿verdad?
Mercenario: -Sí. Estuvimos entrenando en Sudamérica, en Bolivia, en un acostumbrado campamento que hacemos siempre; teníamos algunos descensos a condiciones similares a las que había aquí en Barcelona, a lugares de calor, a lugares tropicales, para que, cuando llegáramos a Barcelona, nos encontráramos con esto un poquito acostumbrados, aunque no te puedes acostumbrar definitivamente, pero se hace lo más posible por estar adaptado.
El Presidente: -La gente en Barcelona ¿cómo lo trató?, ¿lo animaba?
Mercenario: -Excelente. Sobre todo que aquí, la marcha en Barcelona, en España, es un deporte muy visto; porque España ha tenido marchistas muy famosos, ha tenido medallistas olímpicos, la verdad es que a los mexicanos, en especial, nos apoyaban mucho.
El Presidente: -Se veía, durante la competencia, que había grupos que lo animaban especialmente a usted, ¿qué, eran mexicanos?
Mercenario: -Sí, estaban aquí muchas familias mexicanas, entre ellas la mía, y en el circuito fueron saliendo banderas de México, porras de México. Y en ese momento es cuando empiezas a sentir su compañía, y ya sabes que no hay nada mejor que ver a tus paisanos, a tus compatriotas alentándote -y tan lejos, ¿no?- porque mucha gente vino a apoyarnos hasta acá, hasta Barcelona.
El Presidente:-Qué bueno, Carlos. Además lo felicito porque es usted muy sencillo y se expresa..., con mucha claridad, sonríe con mucha amabilidad. Quiero decirle que me da mucho gusto tener un tocayo como usted.
Mercenario: -Gracias señor Presidente, estoy muy contento de haber podido platicar con usted.,
El Presidente: -Muchas felicidades y pronto lo recibiremos con una gran recepción, aquí en México, para hacerle sentir la alegría que nos da su triunfo, Carlos.
Mercenario: -Gracias, Señor.
El Presidente concluyó: -Muchas felicidades y hasta luego.
DE NIÑO, INQUIETO E IMPULSIVO
Carlos nació en la ciudad de México, el 3 de mayo de 1967. Con Verónica, únicos hijos del matrimonio formado por Carlos Mercenario y María Elena Carbajal.
Su niñez transcurrió normalmente. Fue un pequeño inquieto, travieso, impulsivo y audaz.
Más, ese cúmulo de energía se desbordó en una ocasión en un accidente más, por imprudencia...
Recuerda:
"Tenía como seis años y fui, con mi familia, a casa de una tía, allá por la colonia Roma. Era una reunión familiar. Cuando ya nos despedíamos, mi mamá me tomó del brazo, pero de pronto mis primos, mayores que yo, se cruzaron la calle para ir a la tienda á comprar dulces. Me solté y también corrí, hasta que me atropelló un carro; después me dijeron que me había aventado como diez metros. El señor enfrenó pero me alcanzó a golpear en el lado derecho. Me decían que un tío sacó a ese fulano del coche por la ventana; él no había tenido la culpa. Recuerdo, vagamente, que sentí volar. Me acostaron en el cofre de un coche y, como esa calle era muy transitada, pasó un doctor, se dio cuenta de la situación y me revisó. Afortunadamente sólo saqué el golpe y algunos raspones. . .".
Ese inquieto niño requería de algo más que ir a la escuela y jugar con los amigos.
Sus padres, preocupados por encontrar dónde Carlos encauzara esa energía que amenaza desbordarse, aceptaron que su hijo fuera en compañía de sus amigos a jugar futboI americano, en la organización Comanches, cercana a la casa de los Mercenario Carbajal, allá por Atizapán de Zaragoza.
Así, Carlos pasó a ser un comanche, a los 12 años de edad. Siempre lució el número 84 en el jersey amarillo y negro, semejante al de los Acereros de Pittsburgh.
"En un principio jugaba de ala cerrada. No me gustaba, es una posición 'burrita', de poco lucimiento, como la de un machetero. Pero luego pasé a ser ala defensiva, donde uno luce más, que es lo que te emociona, que agarras al quarterback atrás o cuando las jugadas van por tu lado, cuidas la orilla, o en una pichada las agarraba en el vuelo rompiendo la jugada, o también en jugadas de pase que entra al ala".
Mas el futbol americano no llenó las necesidades de Carlos debido a que sólo jugaba en el verano, en corta temporada de cuatro meses. Jugó tres temporadas: 1978-79-80. En ese lapso participó un poco en unas disciplinas de atletismo que se formaban en la secundaria, con el objeto de participar en las diferentes fases de los juegos escolares. Probó en salto de altura, bala y carrera.
"En una ocasión fuimos a una secundaria allá por Cuautitlán, pues yo era del estado de México, y me metí a una competencia de mil 500 metros, selectivos para los juegos infantiles y juveniles; llegué en segundo lugar y no califiqué".
Un poco de futbol americano... un poco de atletismo...
"Me quedaba con sed de seguir, fue así que cuando me invitaron unos amigos a jugar waterpolo en el CDOM acepté de inmediato. Yo creía que era un club deportivo".
Mas su ingreso a la caminata sería circunstancial. Poco duró el waterpolo juvenil en el CDOM.
Sería Gabriel Hernández, quien lo invitara a la caminata.
Recuerda Carlos:
"Gabriel era novio de una prima política. Un día llegué a mi casa; había una reunión. Ahí estaba él y hablaban de caminata, que había competido en los Juegos Olímpicos de Munich y ganado una medalla de plata en los Juegos Panamericanos de Cali. En fin, se hablaba del deporte y vaya que me parecía interesante ese tema. Se acababa de desintegrar el equipo de waterpolo, pero yo quería seguir en el deporte".
Hernández le preguntó: ¿te gustaría practicar la marcha?
"No me llamaba la atención correr o caminar, más me gustaba estar en la alberca, algún juego con pelota, cualquier deporte de conjunto. Pensaba que era muy monótono estar dando vueltas".
Sin embargo, Carlos aceptó. Gabriel Hernández lo llevó al CDOM y así, poco a poco, se enroló con el grupo juvenil que por las tardes atendían Adrián Navarro y José Alvarado.
"Tenía 14 años. Entrenaba alrededor de una o dos horas".
En esos primeros meses de 1981, Mercenario veía caminar a Raúl González, Ernesto Canto, Martín Bermúdez, Félix Gómez y otros en el circuito de asfalto del CDOM. Daniel Bautista y Domingo Colín, ya se habían retirado.
"Poco a poco oía los nombres de Raúl, de Canto, de Martín. Ya estaba más metido en la caminata. Antes no se transmitía mucho la caminata por televisión, pero ese día no pasaron la clásica información, sino una parte de la competencia de la Copa Lugano en Valencia, y ver los triunfos de Raúl y Ernesto me emocionó; los veía con admiración... pensaba en llegar a ser como ellos".
SU PRIMERA COMPETENCIA
En abril de 1981, González, Canto y el resto de andarines de primer nivel, iniciaban con la Semana Internacional de Caminata un nuevo ciclo deportivo que debía culminar en los Ángeles 84.
Para Carlos Mercenario en esa semana sería su debut competitivo: una prueba sobre 3 mil metros en pista, en el CDOM, para menores de 15 años.
Recuerda:
"Vinieron venezolanos y colombianos. Llamaba la atención la prueba de 5 kilómetros de juveniles, que ganó el colombiano Héctor Moreno, dando una sorpresa. Después seguía la mía. Hernán Andrade y otros amigos me dijeron: sal y tranquilo!
"La prueba se empezó a poner interesante porque de inmediato hubo un pique entre el venezolano Carlos Ramones y yo. Llegué muriéndome porque salimos como si fuera una prueba de 200 metros y no de tres mil. Gané y al día siguiente salí en los periódicos. Se publicó una foto del venezolano y yo caminando, y Raúl González al fondo; decía el pie de la foto: el campeón observando la competencia entre juveniles.
"Para mí era emocionante salir en el periódico. Fue mi primera competencia formal y gané por un paso". Me felicitaron. Nos entregó las medallas Daniel Bautista, quien andaba por ahí. "Nos premió el campeón", me decía el venezolano; fue muy agradable mi primera experiencia.
Los adelantos de Mercenario fueron notables y César Moreno Bravo, en ese tiempo presidente de la Federación Mexicana de Atletismo, dio una gran importancia al trabajo con los juveniles. fue así que en 1982 hubo una selectiva para asistir en julio a los Campeonatos Centroamericanos y del Caribe Juveniles en Barbados. Carlos y un andarín llamado El Jorongo, fueron los seleccionados. Este último era el favorito para ganar los 5 kilómetros en pista.
"Era mi primera salida al extranjero, bien emocionante. El Jorongo había ganado la selectiva en México, pero en Barbados me fui atrás de él y cuando faltaban cien metros, decidí pasarlo y gané. Y una gran sorpresa: al otro día, en un periódico en inglés salía mi nombre porque había ganado".
En 1983, Carlos se adjudicó los 10 mil metros para juveniles de la Semana Internacional de Caminata, en el CDOM. Se imponía a Joel Sánchez, Biliulfo Andablo, Mauricio Villegas, entre otros destacados andarines.
Moreno Bravo no descuidó a esa camada de juveniles. En junio de 1984 acudieron a San Juan, Puerto Rico, al Sexto Campeonato Centroamericano y del Caribe para Menores de 20 Años. Ganó Carlos con tiempo de 46'18", seguido por Joel Sánchez con 48'7".
Dos salidas al extranjero; dos victorias.
Ya Hausleber lo había detectado; "este muchacho tiene madera de campeón, pues no se intimida. . .", decía el técnico polaco.
En los primeros días de junio de 1986 se proclamó campeón panamericano juvenil, a ganar los 1100 kilómetros con registro de 43'6.8", en el certamen efectuado en Winter Park, Florida.
Pero un mal resultado volvería a la realidad a este joven marchista que ya empezaba a lucir al lado de los estelares de la caminata mexicana.
Seguía, una semana después, el Primer Campeonato Mundial Juvenil de Atletismo, en Atenas, Grecia. Carlos sólo pudo conseguir un séptimo lugar con marca de 41'50.2"; la victoria para el soviético Mijail Schennikov.
No todo era felicidad...
Expone:
"Quedé muy decepcionado. Entrenaba con Canto, con Martín, con Félix. Me emocionaba hacerlo. Incluso, cambié mi vida. Ahora entrenaba mañana y tarde con ellos y estudiaba la preparatoria de las 18 a 22 horas; casi me dormía en la escuela. Y pensaba que si entrenaba con ellos y aguantaba, por qué no podía ganar los diez kilómetros del mundial".
"Pensé, incluso en el retiro. Me dije: voy a tomar un año más en serio, más intenso, si no destaco lo dejo. No me disgustaba la idea de retirarme. Pero como que se me hacía muy fácil tener una vida donde sólo tendría que estudiar, así que pensé en la carrera e incluso practicaba algunas ocasiones con Jesús Herrera o Martín Pitayo".
Concluía la temporada atlética de 1986, pero aún seguía la Copa Panamericana de Marcha en Montreal. Mercenario era todavía juvenil; sin embargo, integró el equipo con Ernesto Canto, Joel Sánchez y Biliulfo Andablo.
Canto y el canadiense Guilleume Leblanc eran los favoritos. Sin embargo, Ernesto abandonó en el kilómetro 15. Mercenario se ubicó en segundo lugar con una marca de una hora, 21 minutos y 33 segundos en 20 kilómetros, ¡la segunda mejor marca del mundo para menores de 19 años!. Leblanc había sido el ganador, con 1h 21'13".
"Yo no me di cuenta de lo que había hecho hasta que, a fin de año, vino Arturo Barrios Y me felicitó por lo hecho en Montreal. La marca había salido en la revista Track and Field. Eso me animó bastante".
1987, AÑO DE CONTRASTES.
DEL TRIUNFO A LA DESCALIFICACION
Carlos Mercenario tenía un buen currículum como juvenil: doble campeón Centroamericano y del Caribe; Panamericano; de la Semana Internacional de Marcha y un séptimo sitio mundial.
Con estos argumentos emprendería la temporada de 1987, ya con los andarines de primer nivel.
Como en todos los años, en abril, se llevó a cabo la Semana Internacional. Esa vez tocaron los 20 kilómetros en Jalapa, Veracruz, en el precioso Paseo de Los Lagos, sitio inmejorable para la caminata. Esa ocasión, Mercenario ocupó el sexto lugar atrás del ganador, Ernesto Canto, el checoslovaco Joseph Pribilinec, el noruego Erling Anderssen, Biliulfo Andablo y el colombiano Querubín Moreno. Había sido el cuarto mexicano; era seleccionado para la Copa Mundial de Marcha -antes Lugano- que se efectuaría días después en Nueva York.
Atrás quedaba el mal recuerdo de Atenas. Sólo recordaba con cariño su primera asistencia a una ópera, en un teatro griego antiguo; su visita al imponente Partenón, a la Acrópolis, al estadio Panatenaico, en compañía de otros destacados atletas juveniles como Eduardo Nava, Jorge Guevara y Héctor López, entre otros.
Antes de ir a Nueva York participó en España e Italia sin resultados halagadores; sin embargo, un entrenamiento en Tepotzotlán aclararía su vida deportiva.
Carlos:
"Aprendí que hay veces que un consejo o un apoyo si te llega en el momento justo, es trascendental. Como ocho días antes de partir a Nueva York, el profesor Hausleber puso un chequeo de 15 kilómetros en Tepotzotlán. Vamos a probar; platicaba con don Arturo en el masaje y me daba mi terapia, me pasaba tips, consejos, sobre todo disciplina; siempre que llegaba don Arturo sabía de lo que le estaba hablando. Esa vez del chequeo me aventé muy duro e hice promedios de 5 kilómetros de 21 minutos; es decir caminaba para hacer una hora y 24 minutos en los 20 kilómetros, y considerando el terreno empinado y la altura de la ciudad de México, pues era muy bueno. Hausleber, en su forma muy parca de motivar cuando haces algo bueno, no lo aplaude, y sólo me dijo: "bien muchacho".
Mas Carlos necesitaba comentar lo bien que se sentía...
"Después, en la sesión de masaje, le platiqué don Arturo Alfaro, nuestro fisiatra, que andaba muy bien. Le dije de mi tiempo y creo que algo le comentó a Raúl González, quien, a unos días de la salida a Nueva York me habló de dos aspectos: técnico y motivación. "Mira, me dijo, tienes chance de ganar".
"Como que sus palabras me sacudieron. Me lo decía un marchista que ya había ganado dos medallas olímpicas, pero sobre todo, por sus argumentos técnicos: "Ibas para hacer 1h 24'; toma en cuenta el terreno y la altura de Tepotzolán; a nivel del mar, ya en la competencia, puedes andar en una hora y 20 minutos y con ese tiempo puedes pelear. Tienes chance, échale ganas.
"Yo estaba físicamente en gran forma, abajo de los 60 kilos; era andar como navajita, pero no lo sabía...hasta que me lo dijo Raúl".
El equipo partió a Nueva York.
La prueba de 20 kilómetros sería el 3 de mayo. Carlos cumplía ese día 20 años de edad.
¿Habría mejor forma de festejar su onomástico con una victoria?
Allá Carlos -era un desconocido; Canto y los rusos eran los favoritos.
Un día antes se habían celebrado los 50 kilómetros y los alemanes impresionaron realizando el 1-2-3.
Pero, ese domingo, en Central Park, Mercenario daría una gran satisfacción a la caminata mexicana.
"No era el terreno ondulado un buen sitio para hacer buena marca, pero estábamos en el hotel Sheraton, con muchas comodidades. No me espanté. Como que todo era muy positivo, bien agradable. Dentro de mi inexperiencia tenía las nociones de hacer lo mío. Un día antes di unos jaloncitos e iba fuerte, me acompañaron unos cuates corriendo, y no podían ir a mi paso. Horas antes de la competencia me encontré en un restaurante a Hausleber y a Daniel Bautista y me preguntaron que si quería tomar algo y pues pedí un express, café que siempre me gusta y tomé agua mineral".
3 de mayo de 1987.
Ya, la competencia.
Salió Canto adelante, pretendía un récord mundial. A la mitad de la prueba tenía ventaja de 500 metros, iba fugado. Carlos caminaba con Mauricio Damilano, David Smith y los soviéticos, encabezados por Viktor Mostovik.
"Joel me decía que iba muy rápido, pero me sentía muy bien. El grupo iba compacto. Ernesto iba muy rápido y cuando pasamos el kilómetro 12, el australiano Smith jaló y cuando lo alcanzamos, los jueces lo descalificaron. Los rusos aceleraban pretendiendo qué yo me intimidara y los dejara, pero no les respondí bien. Después se empezó a rezagar Damilano.
Hausleber me gritó: vas bien, sólo te falta sonreir. Creo que, me veía espantado. Me relajé, me motivó. Entendí que a veces uno puede estar preparado para ganar pero uno no lo sabe. Además, la gente estaba apoyándonos!..
En el kilómetro 16, se rezagaron dos soviéticos, pero Mostovik se pegó a Mercenario. Ambos apretaron. Irían tras Ernesto, que caminaba para hacer menos de una hora y 18 minutos.-,
Agrega Carlos:
"Hernán, Martín y Félix, muy emocionados, me gritaban: 'Ya vas entre lo mejor del mundo'. Me sentía cansado, pero traía cuerda:.' Más adelante, Canto se tronó fue muy valiente, se aventó por una gran marca y no pudo. Di un jalón tratando de alcanzarlo para poder ir los dos, pero Ernesto ya no tenía nada. Mostovik se quedó atrás unos metros. Ya estaba en primer lugar. Faltaba una vuelta al circuito, pero no sabía quién venía atrás de mí. Cuando pasé la meta y corté el listón, lloré de emoción. La gente se precipitó sobre mí. Ahí estaban Daniel, Hausleber, mis compañeros y mi novia, la noruega Ragny Jensen, mis amigos. Todos estaban muy emocionados; Mostovik estaba enojado".
Aquel joven, que ese día cumplía 20 años, enfundado en una camiseta roja, con el número 580 en su pecho, era el centro de atracción. Mayúscula sorpresa. Su registro había sido de una hora, 19 minutos y 24 segundos. Se cumplía aquélla profecía de Raúl González.
Hoy, Carlos dice:
"Esa llegada es la que más me ha emocionado, más, incluso que la de Barcelona".
Ese 3 de mayo, fue un día memorable para él.
Explica:
"Ha sido uno de los días más agradables en mi vida. Quería quedar bien con mi novia, compartir esos momentos con ella. Por la tarde nos fuimos a conocer la estatua de la Libertad. Estaba con una alegría que te da una paz interna. Después, ya en la fiesta en el hotel, pasaban un video de las competencias. Ahí estaba yo, emocionado. Todo mundo me veía. Estaba muy alegre, feliz, recibía felicitaciones de todos".
Al día siguiente regresaron a México...
"En el avión vi algunos periódicos, hablaban de mí, me empecé a percatar de lo que había hecho. Después llegó la prensa al aeropuerto. Tardé mucho tiempo en salir. En casa de una tía habían preparado una pequeña fiesta, no era por el triunfo me festejaban mi cumpleaños y recibía el mejor premio: él abrazo de mis padres".
Al día siguiente, puntual, Carlos ya estaba en la pista.
Vendrían los Juegos Panamericanos en Indianápolis, Estados Unidos' y, pese-, a que el nivel de la caminata en América no es relevante, había que encarar la prueba con responsabilidad.. Mercenario labró, como antes lo hicieron sus compañeros en las llanuras bolivianas, su victoria.,
Mercenario lo hizo. El resultado no podía ser otro: medalla de oro en 20 kilómetros; Canto nuevamente había abandonado.
Pero en esta ocasión no había momento de festejos; días más adelante se competiría en el segundo Campeonato Mundial de Atletismo, en Roma, Italia Y hacia allá habían ido las dos mejores cartas de México: el andarín del momento, Carlos Mercenario, y Ernesto Canto, que había visto pasar sus mejores años: campeón mundial en 83, en Helsinki, y medallista de oro en Los Ángeles 84.
-Cuidado con los mexicanos.
Los jueces fueron implacables esa noche del 30 de agosto de 1987. Tarjeta roja de descalificación para el soviético Franz Kostiukevic, otra para el alemán oriental Axel Noack, e igualmente para los mexicanos Canto y Mercenario.
El triunfo fue para el italiano Mauricio Damilano con tiempo de una hora, 20 minutos y 45 segundos.
Relata:
"Roma me dolió muchísimo, casi me dio en la torre. Me quitó la confianza que para mí había comenzado a ser excelente. Canto se había desgarrado en Indianápolis y en Roma fue descalificado en el kilómetro 15. Cuando faltaban Poco más de dos vueltas, íbamos Damilano, Canto y yo. Era tan duro el pique nuestro que dejamos al italiano. Canto se adelantó y yo con él. Sacaron a Ernesto y Damilano se emparejó conmigo. Era yo el protagonista, pero estaba cansado. Damilano se percató de que había aminorado el paso y dio un jalón para sacarme unos metros, pero en mi afán de alcanzarlo, pues ya me seguía otro italiano, Walter Arena, apreté. Sin embargo, el juez Tossi, italiano, me mostró la primera tarjeta roja en mi vida. No lo creía y seguí; no lo aceptaba. Me parecía como un mal sueño. Más adelante me pararon, me quitaron el número pero seguí caminando, a la orilla, sólo para ver pasar a Pribilinec y a José Marín, que ocuparon el segundo y tercer lugar, atrás del italiano que triunfaba en su tierra, ante sus paisanos".
Recordar aquellos momentos molesta al mexicano, quien subraya con rencor:
"Esa tarjeta roja me partió el alma, perdí ese año la confianza. Pensé en cambiarme de especialidad. Ya había ganado una copa mundial, ya tenía un lugar en la caminata, y 'pensaba 'en la maratón. Lloré, me dolió mucho'. Perdí la confianza para 1988".
SEUL, PRIMERA INCURSION OLIMPICA
Carlos Mercenario prosiguió su camino hacia Seúl; su primera incursión olímpica.
Había que ir con cuidado.
Un espléndido currículum corno juvenil se había robustecido con el triunfo en la Copa Mundial en Nueva York; sin embargo, la descalificación en Roma había venido a darle la natural inseguridad. Había sido retirado por los jueces por vez primera.
No obstante, había sido el mejor deportista mexicano en 1987 y recibió, en noviembre de ese año, el Premio Nacional de Deportes.
¿De qué estaba hecho Mercenario?, era la interrogante.
La justa seulita estaba a sólo unos meses...
En 1988, Joel Sánchez ganó la prueba de 20 kilómetros de la Semana Internacional; más, sorpresivamente, Mercenario y Canto abandonaron la competencia celebrada en la Macroplaza de Monterrey.
- "Cuando llegamos a la meta, un reportero de televisión me preguntó: ¿qué se siente no calificar a Juegos Olímpicos? Imagina eso. Había abandonado, desde luego me sentía mal por eso y venía esa pregunta que francamente me dolió. Siento que no era el momento para que a uno lo crucificaran por una actuación".
Carlos explica:
- "Esa ocasión perdí el vuelo a Monterrey y mis papás tuvieron que comprar el boleto aéreo. En ese viaje iba Raúl, que ya trabajaba en el PRI, y me empezó a apoyar; a dar consejos, platicar cosas tácticas. Incluso, me dijo que me fuera a su hotel, que ahí me concentrara, meditara, comiera bien y descansara. Y así lo hice, pero cometí un error a la hora de la comida. Había hecho la dieta de carbohidratos, que me dio resultados excelentes, y esa vez comí en abundancia y resultó que a la hora de la competencia no me hizo digestión. Fallé, fue culpa mía. Me salí a media competencia".
Mercenario dio en Montreal la marca tope, inferior a una hora y 22 minutos. Posteriormente acudió a la gira por Europa donde sobresalió al ganar en Moscú el campeonato nacional de la República Rusa en los 20 kilómetros; a Canto lo descalificaron y Joel tuvo una actuación regular.
A su regreso, los andarines participaron en el campeonato Iberoamericano en la ciudad de México. Mercenario hizo una excelente marca en 20 kilómetros, abajo de 1 hora con 22 minutos. Canto ocupó el segundo lugar y el español Daniel Plaza fue tercero, en el circuito de Reforma.
El proceso iba bien, dentro de lo calculado; sin embargo...
"Estaba en esos momentos en muy buena forma. De ¿dónde se me podía sacar más brillo? Fuimos a Bolivia y me cansé, siento que el haber entrenado al 110 por ciento no era necesario. Comprendí que no bastaba ofrecer el corazón sino que había de actuar con mayor inteligencia. Allá pensaba en Seúl, en meterme entre los primeros; mi idea era pegarme al grupo puntero y aguantar hasta morir".
No fue así. Carlos había sido señalado entre los favoritos por la prensa extranjera para ganar la presea dorada de Seúl, pero al final sólo consiguió el séptimo sitio.
Expone:
- "Era el favorito de la prensa, pero no supe digerir eso. No supe actuar con inteligencia, me salió la novatez".
La descalificación de Canto, ¿hasta dónde influyó?
- "La vi. A lo mejor inconscientemente me dio miedo. ¡Híjole, ya lo echaron! Pero en realidad lo que sucedió fue que en ese momento había ido por una esponja con agua y me quedé, perdí unos metros que a la postre fueron definitivos, ya que era el momento en que había que jalar. Ernesto lo vio así y con él se fueron Pribílinec y Weigel, hasta que los jueces lo sacaron".
Añade:
- "Ese séptimo lugar en Seúl quedó para mí. No fui conformista. Sentía que era bueno ese lugar para mi esfuerzo, pero si lo comparaba con lo que en México siempre esperan que ganes, pues era malo. Esta era mi primera Olimpiada y no estaba desilusionado".
A fines de 1988, los andarines acudieron a Mar del Plata, a la Copa Panamericana. Mercenario logró el primer sitio seguido de Ernesto Canto y del canadiense Guilleume Leblanc. Posteriormente fue invitado a Japón, donde ganó la prueba de 20 kilómetros de pista.
"Con esto quedé con mejor sabor que después de Seúl".
1989, AÑO DE RETROCESO
Como ha sucedido en otras ocasiones cuando no se obtiene el éxito en la justa olímpica, tras Seúl vinieron ausencias y reestructuraciones.
La caminata mexicana fue, además, afectada por la renuncia de Jerzy Hausleber en la dirección del equipo; su partida a Canadá provoco aquí un mar de disputas, polémicas y fricciones que terminaron por acabar con la disciplina en el grupo creando un divisionismo que afectó a la mayoría de andarines; Carlos Mercenario no fue la excepción, incluso, fue de los más dañados.
Mercenario explica:
"Por la polémica que se hizo aquí con la designación del sucesor de Hausleber, pensé incluso en irme a Canadá, pero el profesor no lo permitió. Aquí hubieran pensado que iba a llevarse a los atletas. Yo quería seguir entrenando con José de Alvarado, con quien me había iniciado y que era quien había estado más cerca de Hausleber, pero no fue posible porque las autoridades designaron como técnico nacional a Miguel Ángel Sánchez, a quien respeto, pero al cual no tenía confianza. El no tener la libertad para poder elegir con quién debía uno entrenar afectó a todos; fue una situación muy incómoda".
No obstante lo anterior, Mercenario empezó bien 1989. Ganó nuevamente los 20 kilómetros de la Semana Internacional, pero antes -de ir a Japón, donde había sido nuevamente invitado, se lastimó el tobillo izquierdo.
Yendo por el CDOM -explica-, un doctor ruso me vio que cojeaba. Me dijo con su pobre español y con señas: "Que Mercenario, problemas" Me revisó y después infiltró al tobillo. Me dolió muchísimo, y más porque me fui a casa en mi moto y siento que me lastimé aún más. Estaba como anestesiado".
Aún así, Carlos acudió a Japón y ganó. Posteriormente regresó y entrenó con el resto del grupo en Toluca, alcanzando una deficiente preparación que culminó con un décimo quinto sitio en la Copa Mundial celebrada en España, con un tiempo de una hora y 27 minutos.
Este había sido su peor año.
La lesión y los problemas con el entrenador nacional habían incidido negativamente; empero, tenía que seguir, encarar la siguiente temporada de vital importancia en su camino a Barcelona 92.
UN NUEVO RETO: CAMINAR 50 KILOMETROS
1990 sería definitivo para Carlos...
Para todos los andarines.
Era este el año crucial; no había tiempo para quejas o desmayos.
Mercenario tomaría una decisión, que a la larga, sería trascendental: caminar los 50 kilómetros.
Explica:
"Honestamente, no me fue bien en los 20 kilómetros de -la Semana, Internacional, - aunque ya tenía la libertad de elegir con quien entrenar. Me fui con Pedro Aroche, con quien llevé una relación más amistosa ya que él daba la disciplina más personal. Posiblemente por ser él un "cincuentero me dio una preparación para los 50 kilómetros; le puso ese saborcito de alguien quien lo practicó".
¿Solo porque le fue mal en 20 kilómetros?
Carlos es honrado. No busca excusas; acepta haber cometido un costoso error, pero sobre todo puntualiza que las críticas que recibió por su mala actuación en esa prueba en Monterrey lo orilló al cambio de especialidad.
Expone:
"Me descuidé para la Semana de 1990. Días antes de viajar a Monterrey, donde se llevarían a cabo los 20 kilómetros, Hernán Andrade y yo donamos sangre para un amigo que había tenido un accidente y estaba muy grave en el hospital.
"No, no es ninguna justificación. En Monterrey las piernas no me respondieron. ¿Qué pasaba? me preguntaba la gente y surgieron unos comentarios absurdos de que me había ido con alguien, que irresponsablemente me había descuidado.
"Desgraciadamente nuestro amigo falleció, pero, cuando surge una situación así ¿podría haber hecho otra cosa? Incluso la esposa del profesor Hausleber nos vio salir del hospital y nos preguntó preocupada: ¿ustedes también donaron sangre? Ella, conocedora del deporte, nos dijo que lo debíamos haber pensado mejor. Que lo que ganábamos. en Bolivia lo habíamos tirado y nos recomendó hablar con su hijo, el doctor Tomás, para que nos ayudara ingiriendo vitaminas y otros complementos.
"Más que la actuación en esa prueba, lo que me dolió verdaderamente fueron los comentarios hechos por personas que ni siquiera habían estado en Monterrey, y menos qué sabían el error que habíamos cometido al donar sangre días antes de competir".
Aquello fue una espina que quedó clavada en el corazón de Carlos Mercenario, quien inesperadamente se inscribió para participar en la prueba dominical de 50 Kilómetros, que se celebró en abril de 1990 en el circuito de Chapultepec, ahí en Reforma.
Resultado: segundo lugar con un buen registro de tres horas, 52 minutos y 18 segundos; apenas atrás del soviético Andrei Perlov (3h 5l'48"), quien meses antes había logrado el segundo sitio en la copa mundial de marcha en España. Los comentarios de Hausleber y Raúl González fueron de elogio'
Carlos había aprobado el examen.
Posteriormente, Mercenario asistió al campeonato nacional de Rusia en 20 Kilómetros, situándose en séptimo sitio con un buen registro de una hora, 19 minutos y 40 segundos; el resto del equipo viajó a Noruega, donde triunfaron con tiempos inferiores.
Después compitió en la tradicional. Praga Podebrady, en la cual fue segundo con 3h 50'. Ganó -el alemán Hartwig Gauder.
En Bolivia, "estaba bailando entre caminar 20 o 50".
Hausleber me dijo que me fuera a los 50 y como ya sabía lo que era un mundial en 20, me ayudó mucho el cambio. Tenía que probar otra cosa, no caer en la monotonía".
-Mercenario concluyó la temporada de 1990'a1 .participar -en los 20 kilómetros de los Juegos Centroamericanos y del Caribe que tuvieron lugar en el circuito de Ciudad Universitaria, con ingreso al estadio México 68, en el cual sucedió una memorable "bajada que aprovechó Ernesto Canto para irse a la victoria con marca de una hora, 23 minutos y 51 segundos. La presea de plata fue para Carlos con 1h 24'2"
DE VUELTA CAMPEON DE LA COPA MUNDIAL
El regreso de Hausleber a México y el apoyo de Pedro Aroche y José Alvarado surtieron efecto en Carlos Mercenario quien, como pocos, realizó un gran entrenamiento en Bolivia; cumplió fielmente con todas las fases en el Titicaca y pronto encontró los resultados apetecidos por todos en 1991.
Inició con el tercer lugar en los 50 kilómetros de la Semana Internacional, atrás de Perlov y Vitaly Popovich, con 3h 50'30.", en el tradicional circuito de Chapultepec, en abril de ese año.
Y de nueva cuenta, su presencia en una copa mundial de caminata; ahora en la extenuante prueba de 50 kilómetros, en San José, California.
Nuevamente en Estados Unidos, donde había logrado (Nueva York 87) un título mundial.
Otro reto ante sí. . . Y aún más porque, el día anterior, el ruso Schennikov había ganado a Canto por escasos tres segundos en los 20 kilómetros.
Pero ya, la prueba, aquel 2 de junio de 1991.
Mas, que sea Carlos quien la narre:
"Fue una competencia muy rápida. Los soviéticos Perlov y Popovich se fueron al frente, como lo hacían en aquellas competencias de la Semana Internacional, por lo que se puede decir que ya había un pique deportivo entre los tres. Siento que ellos pensaron que en esta ocasión no los seguiría, pero me les pegué Junto con el australiano Simón Baker con el alemán Wligel; es decir, ahí estábamos un grupo de cinco andarines, donde cualquiera podía aspirar a la victoria. A Popovich lo descalificaron y Perlov dio un jalón. Casi se repetía la historia del circuito de la Reforma, apenas en abril de ese año, así que otra vez había que caminar duro. Creo que para muchos era una sorpresa que me mantuviera con Perlov. El profesor Hausleber y Daniel Bautista me gritaban: ¡aguanta! Como a cinco kilómetros del final, Perlov aceleró y, me dejó, pero faltando una vuelta lo descalificaron. El se siguió y antes de que cruzara la meta el juez Gary Westerfield lo detuvo para evitar una mayor polémica si Andrei cruzaba la meta. Cuando pasaba por la última zona de abastecimiento, Aroche me dijo que habían descalificado al ruso y que yo iba en primer lugar. Desde ese momento caminé emocionado".
Mercenario registró tres horas, 42 minutos y 3 segundos, para ser la segunda mejor marca en la ,historia de la caminata mexicana, apenas inferior a la realizada por Raúl González en 1979, en la prueba Praga-Podebrady, de 3h 4l'l9".
En segundo lugar terminaría Baker, con 3h 46'36"; tercero, Weigel con 3h 47'50".
Carlos cerraría el año con una gran actuación en los desgastantes 50 kilómetros de los Juegos Panamericanos, que tuvieron lugar en La Habana, Cuba, bajo un ardiente calor y alta humedad. Su tiempo fue la 4h3'9".
UN SUENO LLAMADO BARCELONA
Llegaba el año olímpico.
Carlos Mercenario estaba ya en la antesala de sus segundos Juegos Olímpicos.
Quizás los de su consagración.
Había sido perseverante, tesonero, atento y, sobre todo disciplinado.
Precisa:
"Antes de Seúl había tenido aquella descalificación en el campeonato mundial de Roma que me había desplomado, incluso pude en esos momentos renunciar a la caminata y convertirme en maratonista. Tenía una inseguridad que me afectó; sin embargo, iniciaba 1992 bajo los mejores augurios, dueño de una enorme fe por los resultados de 1991, pero sobre todo, porque confiaba plenamente que el trabajo realizado no sería en vano".
¿Y el sueño por una medalla olímpica?
"Lo tenía; pero más que soñar, pensaba en cómo debía competir. Recordaba como, de chiquillo, había visto por la televisión la prueba que ganó Daniel Bautista en Montreal, así corno las transmisiones de Los Ángeles 84, donde Raúl y Canto se consagraron. Quería ser como ellos"
Lo mismo, contribuyeron aquellas enseñanzas del futbol americano cuando portaba el jersey 84 de Comanches... de dar siempre un esfuerzo extra, de' entrenar al 100 por ciento, de trabajar en equipo, de, tener una, mentalidad recia y ganadora. Pero sobre todo, el respeto y la disciplina para lograr el éxito'.
Y una dura, pero valiosa enseñanza.
Mercenario recuerda:
"Habíamos terminado el entrenamiento cuando el coach de Comanches, José Luis Caballero, nos reunió en el centro del campo y echamos una porra al equipo. El se despidió de nosotros bostezando. Lo imité y una cachetada acabo con la risa de mis compañeros y mía. Me dolió sentimentalmente. Imagina que tu coach te pegue por una burrada. Al otro día hubo un partido de práctica y salí a darlo todo. Lo estaba haciendo bien cuando, de pronto, José Luis me llamó. Creí que me iba a sacar como castigo, pero no. No me dijo nada, se me quedó viendo y me dio una palmadita en la espalda y me envió nuevamente al campo: ¡Échale Mercenario!, ¡vamos, a ganar! No tenía que decirme más".
Carácter que, posteriormente, reforzaría en las amplias carreteras rumbo al aeropuerto de La Paz, en Bolivia, así como en el cerro Chacaltaya, a casi cinco mil metros de altura, en agobiantes entrenamientos en aras de forjar al andarín, capaz de soportar la intensa presión olímpica.
Pero Carlos Mercenario iba ya rumbo al podio olímpico.
Así lo consignó Armando Satow en su crónica publicada en el diario unomásuno de la prueba de 50 kilómetros de la XVI Semana Internacional de Marcha, celebrada el 6 de abril de 1992: Ve Carlos, ve.
Vamos; ya es tiempo de ir por la victoria.
De dar el primer paso rumbo a Barcelona.
Que el camino, aunque largo, está ahí, a la mano.
Pero, es cierto, tú ya lo conoces.
Poco queda de aquel joven de 20 años que acudió a Seúl... hoy, eres diferente.
Te sabes poderoso; no en vano con tesón y responsabilidad has soportado las fuertes Y largas sesiones allá en las carreteras bolivianas, a casi 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar. Que ese aire enrarecido haya llenado tus pulmones -sin el smog del D.F.- en tu estadía allá en el lago Titicaca.
Ve por el triunfo porque éste representa la continuidad de una tradición deportiva más que se remonta hacia aquellos pasos torpes pero decididos del sargento José Pedraza, sin olvidar también lo realizado por tus compatriotas, Raúl González, Domingo Colín, Enrique Vera, Martín Bermúdez, Ernesto Canto y otros que, incluso, han situado a la especialidad atlética de la caminata en las más altas esferas mundiales.
Ve Carlos, ve...
Dirígete hacía la meta.
Cumple con esta misión; con este primer compromiso de] año. Cumple con él porque estás en el camino rumbo al estadio de Montjuic y que allá, como ahora, también logres estremecer los corazones de quienes te han visto.
Que se entienda que, una vez cubiertos 40 kilómetros de esta agotadora prueba, todavía puedes sprintear, jalar con inusitado vigor mostrando en tu larga zancada la avidez de la victoria. Que si bien' ahora te viste cobijado por los enormes ahuehuetes de Reforma, el camino de cinco meses a Barcelona no- estará despejado y sólo tu trabajo, dedicación, entrega y responsabilidad te harán salir avante
Ve, dirígete a la victoria, que allá en el podio la gente, te espera.
El reportero ha comprendido la mirada de Jerzy Hausleber hacia su pupilo. El mensaje lo ha entendido Carlos Mercenario, cuya silueta se pierde rápidamente en la larga recta del circuito de Chapultepec. No hay más instrucción: no más, cuando la superioridad ya ha sido evidente a lo largo del trayecto de 40 kilómetros...
Hace frío en esta mañana de domingo.
Una ligera llovizna cae sobre el duro asfalto de Reforma, ahí frente al Museo de Antropología e Historia; sin embargo, ya 77 participantes se alistan para iniciar la prueba de 50 kilómetros con la cual da inicio la XVI Semana Internacional de Caminata, prueba que se instituyó a raíz de aquella victoria de Daniel Bautista en Montreal 1976.
Hay ligeros sprints de calentamiento.
Los músculos están tensos, duros, hasta que suena el silbato que llama a los competidores a la línea de meta, para la arrancada. Y ahí, entre el grueso de atletas, surge la voz firme de Mercenario quien ve de reojo al ruso Andrei Perlov campeón de las ediciones de 1990 y 1991: "vamos a darles en toda la chapa a éstos".
Mercenario es el líder de los mexicanos.
Tiene el liderazgo, producto del trabajo allá en Bolivia.
Miguel Ángel Rodríguez, Germán Sánchez, Rodrigo Serrano han entendido el mensaje. Perlov Alexander Potashev; el alemán Ronald Weigel, el canadiense Guilleume Leblanc, entre otros extranjeros, no se inmutan. Su experiencia los respaldan sin embargo ...
Allá van ...
La caminata ha arrancado.
La serpiente humana cada vez es más larga. Los que aspiran a la victoria han ido por ella. LeBlanc se- atreve; va a la punta... sería una imprudencia, a los 2 mil 309 metros sobre el nivel del lugar.
Mercenario, Rodríguez y Sánchez no se desesperan; lo acosan, y van unos cuantos pasos atrás dé él, acompañados por Perlov, el joven Daniel García y el veterano Hernán Andrade, quien acusa la fatiga y comete tres infracciones que ameritan su descalificación; lo mismo sucede al hondureño Marcos Aguliz.
Weigel -subcampeón olímpico- se quiebra en el kilómetro 25; Perlov en el 30. ¿Y LeBlanc? El espigado canadiense sigue al frente, no desmaya. Empero, hay calma en los mexicanos.
Mercenario, Rodríguez y Sánchez empiezan a jalar, a apretar el tranco. Ya es hora de buscar victoria, a trece kilómetros del final.
Ceden Sánchez y Rodríguez...
Mas Mercenario alcanza a Weigel para aventajarlo con una vuelta al circuito de dos mil 500 metros y juntos caminan los últimos cuatro giros hasta que, en la misma raya, el alemán tiene que agacharse para no privar de la foto al genuino ganador, rompiendo el grueso listón en la raya de sentencia.
Mercenario registró tres horas, 50 minutos y 9 segundos; fue seguido por Rodríguez con 3h.50'55"; Sánchez, 3h.5P2", para ser ellos los tres representantes de México en la justa de Barcelona. El cuarto lugar lo ocupó Leblanc, con 3h.56'46", en la mejor actuación de su carrera deportiva en México; en quinto, el universitario Daniel García -alumno de Miguel Ángel Sánchez- con sólo tres años de práctica de esta disciplina; sexto Perlov, séptimo el japonés Kosaka, y octavo el alemán Weigel, ganador de dos preseas de plata en la justa seulita.
Declaraciones:
"Salimos a calificar y lo importante es que México tiene un equipo; trabaja como equipo porque ha entendido que las medallas se construyen en los y entrenamientos": Mercenario.
"Carlos es un serio aspirante a una medalla en Barcelona": Raúl González Rodríguez, titular de la Comisión, Nacional del Deporte.
"Ojalá y tengamos muchos días de estos": Julián Núñez Arana, presidente de la Federación Mexicana de Atletismo, ya que ese mismo día Salvador Halcón García e Isidro Rico habían logrado el 1-2 para México en la maratón de Rotterdam.
LA CONVICCION DE UN GANADOR
Carlos contó siempre con el apoyo de sus padres.
De toda su familia, pues.
Don Carlos, contador público, hasta hace unos meses trabajaba para una empresa, mas tomó una decisión que no pasó desapercibida para su hijo: independizarse, arriesgar, buscar mejores oportunidades para los suyos. Y lo ha logrado en su propio negocio de bienes raíces.
El marchista pondera la decisión de su progenitor; para él;-asienta- fue un ejemplo de valor que marcara su vida. No podía, por consiguiente, flaquear en el momento decisivo: la justa olímpica, para la cuál el se había preparado con pasión.
La familia Mercenario Carbajal lo alentaría en las tribunas del estadio de Montjuic; él haría lo suyo en el asfalto boliviano y, posteriormente, en el catalán.
El compromiso está ahí, nadie podía fallar.
Carlos estaba consciente de ello, lo sabía y emprendió el viaje a Bolivia, a aquellas tierras sudamericanas en las cuales se han preparado los andarines mexicanos para acometer el desafío olímpico. Quienes han entrenado a conciencia, de manera responsable, han tenido el justo premio de estar en el podio, de pertenecer al Olimpo.
Allá Carlos cumplió su parte.
Se había privado de asistir a la ceremonia de abanderamiento; podría haber sido un digno abanderado, pero no había tiempo para ello; tampoco para viajar con el resto de la delegación a España. El estaba en lo suyo, acumulando trabajo en sus largas y poderosas piernas... Alrededor de seis mil kilómetros de preparación.
Ya sólo restaba viajar a Barcelona.
Recuerda:
"En el vuelo de La Paz hacia Barcelona, hicimos una escala en Miami. Cuando volábamos, estaba precisamente la competencia olímpica de 20 kilómetros. El resultado era una incógnita para todos. Habíamos calculado que, cuando llegáramos a Miami, en el inter de tomar el otro avión, caminamos cerca del aeropuerto para acostumbrarnos un poco al calor. Teníamos el tiempo justo para hacer un entrena miento, cambiarnos y abordar el avión".
"Mientras nosotros -lo hacíamos, el profesor Hausleber investigaría el resultado. Tenía que hablar por teléfono a Cancún, donde estaba su hijo Tomás".
`Nosotros estuvimos esperando para saber qué había pasado y no necesitamos ver mucho para conocer que el resultado había sido malo. Hausleber preguntó: ¿Quién ganó?... Y Tomás dijo: él español Plaza, después el canadiense Leblanc, y tercero el italiano Benedictis...
"Entró la decepción porque no había medallas'" Después le dijeron que Daniel García había quedado séptimo y muy rezagados Joel y Canto. El profesor se metió al baño del hotel del aeropuerto,.estaba ya muy molesto, Heno de coraje". "Para nosotros había sido una sorpresa, y ya que Joel andaba muy fuerte. Incluso en un entrenamiento en Bolivia, él me jalaba, estaba muy bien mejor que yo. Canto se enfermó en la última semana de una gripe muy fuerte, pero bueno, nos bajamos a entrenar con ánimo porque sabíamos que lo cincuenteros sí habíamos tenido una buena preparación"
Carlos hace una pausa, recordar aquellos desagradables momentos, lo estremece pero agrega:
"Cuando te va bien, todo se conjunta los tres de 50 andábamos muy bien y no había desconfianza. Nuestra unión era sólida, pensábamos positivamente. Durante el viaje a Barcelona platicamos que con nosotros tenía que ser diferente. Lo cual verdaderamente nos ayudó mucho fue que en nuestra preparación nada se improvisó. Ya habíamos probado el calor y contamos con el bioquímico ruso Karmanowski, con el doctor Covarrubias, con Hausleber con Alvarado".
"Lo definitivo fue que estábamos conscientes de que nuestra preparación había sido científica, que no cabía eso de que a lo mejor resulta. Por ejemplo: vimos que yo me sentía mal al tercer día, de estar en el calor, pero como sabíamos que llegábamos con siete días de anticipación, era lo mejor. Es decir, teníamos la seguridad de que nos iba a ir bien".
"En lo personal, me sentía muy respaldado. Llegamos a España y los tres primeros días me sentí muy mal, pero me decía: cálmate, lucha contigo mismo. Recordaba el frío de Bolivia, pero también las idas a Trinidad Beni, en el Amazonas, con un calor tremendo superior al de Barcelona. Nosotros, aunque después en México se cuestionó el trabajo, gracias a Dios no inventamos
¿QUÉ TE DIO LA MEDALLA?
"La satisfacción mas que nada de ser culpable darle un- gusto a gente, que te quiere. A toda la gente que está contigo, independientemente del resultado; que está con Carlos Mercenario, aún en la derrota". ...
"Sentir que, el tiempo invertido, vale la pena; de sentir el gusto de conseguir- algo que has buscado no en un año o dos sino en muchos años. En' México' desafortunadamente trasciendes sólo con una medalla olímpica, pero en otros países también es valorado estar dentro de los mejores del mundo"
¿Atlanta'96?
"Yo creo que sí. Parece increíble, pero al otro día de haber llegado de Barcelona ya estaba en la carretera caminando; llegué con muchas ganas, con mucha motivación... ojalá y nadie me dañe y pierda el gusto por entrenar, - competir y darle a nuestro país algo por lo cual todos nos debamos sentir satisfechos y orgullosos".
Pero sobre todo, puntualiza Carlos, no defraudar a aquellos que lo han apoyado desde que era apenas, considerado en 1984, como talento juvenil en aquel Club Atlético México, como los hermanos Salinas de Gortari, de los cuales "no sólo he encontrado el apoyo con becas, sino el aliento de amigos que, como mexicanos nos esforzamos en dar lo mejor a nuestro país".
Ahora Carlos, tendrá que saber ser... en toda su vida.
VOLVER A SER CAMPEONES
1993.
Para Carlos Mercenario y el grupo de andarines mexicanos llegaba la hora de la verdad.
México era sede, por vez primera, de la Copa Mundial de Caminata.
Armando Satow, en su crónica para unomásuno, escribió:
Monterrey, 24 de abril.- Como volver al pasado.
Recordar Milton Keynes y Escliborn...
Quizá México 68...
Y repasar la rica historia de la caminata mexicana; como volver al pasado y rememorar aquellas muestras de coraje y determinación del sargento José Pedraza... de aquel moreno de pelo ensortijado, Daniel Bautista, que estremeció Montreal. . . de aquella pareja de Raúl González y Ernesto Canto que arrasaron en Los Ángeles... de Carlos Mercenario, incluso, en Barcelona.
¿Cómo? -mirar el futuro, sin voltear ese rico pasado-
Y, tras hoy, vislumbrar un presente lleno de esperanza y un promisorio futuro.
Porque esta tarde aquí, en la gran plaza regiomontana, donde se reunieron casi 50 mil espectadores, dos jóvenes mexicanos dejaron constancia de su tenacidad y ambición por el triunfo: Daniel García y Alberto Cruz, quienes de manera inteligente labraron una significativa victoria que momentáneamente da el liderato a nuestro país en este campeonato mundial de caminata, organizado por la Federación Internacional de Atletismo de Aficionados (FIAA).
Faltan mil metros; se han cumplido 19 mil.
La lucha por llegar a la meta es entre dos hombres.
Disputan palmo a palmo el liderato; han dejado atrás a 111 andarines que, como ellos, salieron a caminar sobre el caliente adoquín, en la búsqueda de la victoria.
Son ellos, Daniel García, mexicano, y Valentín Massana, español.
Dos jóvenes: 22 y 23 años, respectivamente, pero con un amplio futuro tras aquella intervención olímpica, en la cual Daniel ocupó el séptimo lugar y Massana fue descalificado cuando le faltaban escasos 650 metros, en pleno ascenso a Montjuic.
Pero hoy, esto se olvida.
Van ellos en pos de la victoria, aquí, en la Copa Mundial de Caminata.
Pero... ya, ya están a la vista. Han dejado la calle Modesto Arreola para enfilarse sobre la larga avenida Zaragoza. El grito del público estremece. iMé-xi-co!. .¡Mé-xi-co!. íMe-xi-co!.
Daniel va al frente... Como lo hiciera en 1976 el otro Daniel, el famoso Bautista de Montreal que hoy, aquí, como muchos, también se estremece nervioso, atento, como también sucede con Raúl González que acompaña al titular de la FIAA, Primo Nebiolo.
Es Daniel el primero que entra en el callejón, formado por macetas, de casi cien metros. Se sabe ganador, y lo festeja levantando el brazo izquierdo, entre los vítores de los miles de espectadores que se agolpan, con riguroso orden, sobre las vallas protectoras, impulsando al joven mexicano de 22 años, estudiante en la UNAM de la -carrera de entrenador deportivo y que apenas cuatro años atrás se iniciara en la marcha bajo la estricta mirada de Miguel Ángel Sánchez, llamado el Chihuahua, quien también forjó cómo juvenil a Ernesto Canto.
García Córdoba cruza la línea blanca; rompe, el listón, deteniendo los cronómetros en una hora, 24 minutos y 25 segundos, seguido, por Massana, seis segundos atrás, y por el también mexicano Alberto Cruz con once. Ignacio Zamudio, el tercer mexicano mejor ubicado, arribó en el décimo cuarto sitio para dar el primer lugar a México en estos 20 kilómetros; puntos que. se sumarán al resultado en 50 kilómetros, de mañana domingo, en el cual Carlos Mercenario, con la etiqueta de medallista de plata en Barcelona, saldrá con la presión de ser el favorito y uno de los puntales del equipo mexicano para ganar, como sucedió en 1977 en Milton Keynes y en 1979 en Eschborn la Copa Mundial de Marcha (antes Lugano).
"Estoy muy motivado", decía Carlos Mercenario horas antes al reportero. "Primero muerto que fallar", prometía.
Sabía que una victoria no se logra, sino que se construye.
Al día siguiente... SI, MERCENARIO.
México recuperaba, tras 14 años, la Copa Mundial de Marcha; triunfó Carlos. Germán Sánchez y Miguel Ángel Rodríguez, ocuparon el tercero y cuarto lugar, respectivamente.
Esta es la crónica que publicó Armando Satow, en unomásuno: Monterrey, 25 de abril.- El andar de los campeones... kilómetro 33.
Ya el australiano Simón Baker, el alemán Hartwig Gauder y el finlandés Valentín Kononen se han fundido en el ardiente adoquín de la Macroplaza...
La lucha por el liderato del grupo es entre seis andarines; entre ellos, tres mexicanos.
Es evidente que ya, para ese momento, la Copa Mundial -antes Lugano- ya es de ellos; está en sus manos, como estuviera en 1977 y 1979, con Daniel Bautista, Domingo Colín, Raúl González, Pedro Aroche, Martín Bermúdez, Enrique Vera, Ernesto Canto y otros marchistas más que con su andar, escribieron una rica historia, revolucionando la caminata mundial...
Pero... un momento, que la Copa hay que cuidarla; vigilar los ataques de los rivales; conservar las posiciones. El objetivo es colocar a tres mexicanos entre los primeros. Y hay confianza. Mercenario, Sánchez y Rodríguez, los tres olímpicos, van al frente... y un poco más atrás se encuentra el veterano Martín Bermúdez, quien siendo un joven de 21 años triunfó en 1979, en Eschborn; y es el veterano del grupo un hombre de gran corazón que se mantiene pese a su edad, ahí, jalando, permaneciendo y dejando huella en el equipo, que vigila el veterano entrenador Jerzy Hausleber, quien se pasea en. el largo circuito de 2.5 kilómetros. El profesor observa la prueba con tranquilidad; la Copa Mundial también estará en sus manos.
Kilómetro 35:
9:40 - horas. Temperatura de 32 grados centígrados y _una humedad del treinta por ciento. El infierno...
Y de él, seis sobreviven, pero en sus rostros se denota la fatiga, el cansancio natural por el gran esfuerzo desplegado a lo largo de esta extenuante prueba de 5O kilómetros, la más larga del programa atlético.
Al frente camina el canadiense Tim Barret. Le siguen muy pegados el francés Thierry Toutain, el español Jesús García y los tres mexicanos, quienes esperan el momento justo para el ataque final; ir en la búsqueda de la victoria individual, pues ya, ya la Copa está en sus manos, es de México...
Vendría, pues, el ataque de un campeón:
Kilómetro 40:
El español Jesús García está conciente de que ya hay que atacar, que no puede ir entre tres mexicanos.
Diría al final de la competencia: tenía que arriesgar, colocarme entre los tres lugares, pero no pude soportar el paso de Carlos".
Mercenario aceptó el reto del ibérico.
Jaló, incluso en el único momento de apremio para nuestro país, cuando un juez advirtió a Germán Sánchez que su paso era irregular, y dos tarjetas más a Miguel Ángel Rodríguez que lo ponían al borde de la descalificación. Más Hausleber controló y ordenó a sus hombres. Ya no había peligro, sólo había que conservar las posiciones. Las marcas pasaban a segundo plano, el 1-2-3, muy posible, quedaba para una mejor ocasión.
Sánchez bajó su ritmo; Rodríguez volvió a la perfección en su paso. Sin embargo, adelante quedaban sólo dos: Carlos y García.
Mercenario, actual campeón de la Copa no podía dejar a un lado su orgullo como medallista Barcelona. Tenía que mostrar, aquí, de lo que era capaz: arrollar a su rival.
¡Y lo consiguió!
La osadía del español quedó en su intentona. Carlos no cedió y apretó el paso, caminando magistralmente con la mirada al frente, fija en la blanca línea del recorrido, ante el regocijo de más de cuarenta mil regiomontanos que se desplegaron a lo largo del circuito.
"Me sentí muy suelto", relató Mercenario a su llegada, luego 'de fundirse en un abrazo con su entrenador, Jerzy Hausleber, a quien saludó a cien metros de la meta agitando su brazo derecho.
Mercenario, campeón de la. Copa Mundial en la prueba de 20 kilómetros de 1987 en, Nueva York, sumó su tercer triunfo. Refrendó su logro dé 101 en San José, California, donde implantó la mejor marca en la distancia con 3 horas, 42 minutos y 3 segundos.
Hoy, bajo un fuerte calor cercano a los 35 grados al final de la prueba, Mercenario registró 3 horas; 50 minutos y 27 Segundos, para aventajar con 2' 16" al español García, con 3'47" a Sánchez y con 3'54` a Rodríguez. El quinto sitio lo ocupó el canadiense Barrel -segundo en San José seguido del finlandés Kononén, del Australiano Baker -segundo en San José-, y del Alemán Gauder, campeón olímpico en Moscú 80.
Los tres mejores equipos de los 50 kilómetros fueron México con 275 puntos; España con 251, Francia con 245. Al final, con la suma de los puntos conseguidos por los veinteros -Daniel García, Alberto Cruz e Ignacio Zamudio- México logró la Copa Mundial de Caminata con 540 puntos, para doblegar a España con 491 y a Italia con 487 puntos.
¿Por qué ganó México?
Varios factores fueron determinantes en la victoria: el coraje, la determinación y la estrategia usada por los andarines; además, influyó el sofocante calor que se registró en los días de competencia.
México nuevamente fue campeón de caminata y el renovado equipo de jóvenes ha empezado escribir otra historia; ojalá tan rica como su pasado.
Carlos lo sabe, es parte de él... Y ya se ha cifrado una nueva meta: Atlanta 96.
Fuente:
Medallistas Olímpicos mexicanos.
Comisión nacional del Deporte. Portal: Actívate ya.
Marzo de 2004.
Bernardo Segura Rivera
Medallista de bronce.
Caminata
Atlanta 1996
Primera medalla para México: Bernardo Segura, bronce en marcha de 20 km
La Jornada 27 de julio de 1996
Rosalía A. Villanueva, enviada Atlanta, 26 de julio
Fue de bronce pero con sabor a oro y gloria.
Bernardo Segura levantó los brazos al cielo y lloró de emoción y de felicidad al cruzar la meta y depositar once años de sacrificios y trabajo, para dar al país y a su pueblo zapatero de San Mateo Atenco la primera medalla, en los 20 kilómetros de caminata, en el marco de los Juegos Olímpicos del Centenario, con un tiempo de 1:20.23 horas. Jefferson Pérez, de Ecuador, con tiempo de1:20.07, se llevó el oro y el ruso Ilya Markov, 1:20.16 horas, la plata.
Octava presea de la marcha mexicana en Juegos Olímpicos desde México-68, con el sargento José Pedraza; Daniel Bautista, Montreal-76; Raúl González y Ernesto Canto, dobles medallistas en Los Angeles-84, y Carlos Mercenario en Barcelona-92.
Son las 7:50 horas y la pista está invadida de impacientes marchistas a la espera de la salida. Se forman en hilera. Los mexicanos Segura, Miguel Angel Rodríguez y Daniel García al frente. Bernardo se persigna para pedir a Dios ``que este sea mi mejor día''. El disparo suena y la hilera de andarines sale para dar dos vueltas al estadio olímpico de Atlanta, donde el mexicano va a la caza de los kenianos David Kimtai, Julius Sawe y Justus Kavulanya, quienes más tarde pagarían caro su osadía.
En fila india los andarines abandonan el inmueble, acompañados de aplausos, para adentrarse al túnel que los conduciría al circuito aledaño de dos kilómetros. Y más tardaron en bajar que en tomar agua y refrescarse con esponjas por la humedad. Recorrido difícil en la Avenida Central, cuyo trayecto fue diseñado en forma de gancho, con pendientes y bajadas y una curva donde cada uno de los protagonistas hicieron de las suyas lejos de los verdugos ojos de los jueces. Habría que ver como flotaban y hasta los mexicanos le entraron.
El nacionalismo surgió en todo momento. Decenas de banderas mexicanas tapizaron las rejas de seguridad. Y el grito de México, México, México se dejó escuchar.
El eslovaco Igor Kollar se adelantó en el kilómetro cuatro, nada especial. Los fuertes y amplios favoritos estaban atrás. Miguel Angel, Daniel y Bernardo, el campeón olímpico de Barcelona, el español Daniel Massana y el ruso Mikhail Schenikov iban al frente del pelotón, que formaban 22 andarines, entre ellos, el ecuatoriano Jefferson, campeón mundial juvenil de 1994 y monarca panamericano de Mar del Plata el año pasado.
Como si todos los competidores se hubieran puesto de acuerdo, el grupo se mantuvo completo, si acaso hubo pequeños jalones, pero nada de peligro. Los nuestros estaban allí trabajando en equipo sin perder de vista al enemigo. Cruzaban palabras y también con señas se decían quién se adelantaba o se retrasaba, esa fue la estrategia, mantenerse juntos hasta que pudieran. Los jueces, como siempre, hicieron de las suyas y comenzaron a sacar las tarjetas. El derrumbamiento de los mexicanos todavía no se esperaba.
Cuando todo indicaba que el trío de mexicanos estarían en la punta, el ruso Rishat Shafikov se desprendió a la mitad de la prueba, mientras que sus compatriotas Markov y Schennikov marcaban fuertemente el ritmo para los mexicanos y suciamente comenzaron a dar codazos. Miguel Ángel no se dejó y con empujones pasó enmedio de los dos. ``Rómpeles la madre'', gritó un mexicano con ronca voz. Otros les dijeron a los rusos lo peor.
Shafikov volaba y sus pies parecían de propulsión dejando atrás el estilo tradicional de la caminata en movimiento de cadera y piernas. El ruso corría ante la perdida mirada de los jueces europeos que estaban más pendientes en sacar fuera a los mexicanos. Daniel, el único mexicano inscrito en 20 y 50 kilómetros, comenzó a bajar de ritmo, se rezagaba ante el paso rápido de los contendientes.
Adheridas totalmente al cuerpo, las playeras ombligeras y el pantaloncillo corto de los mexicanos escurrían de sudor y agua, y cientos de esponjas tapizaban el concreto, pese a que el clima no fue caluroso como se esperaba, y para el que los mexicanos se prepararon con temperaturas arriba de 35 grados.
Bernardo, Miguel Ángel y el ecuatoriano Pérez hicieron sombra a los europeos y comenzó el rezago de andarines por allí del kilómetro 15. Massana, el campeón defensor, se quedaba, le siguieron los rusos Schennikov y Misyulya y el medallista olímpico de bronce, el italiano Giovanni Benedictis, grandes estrellas del selecto grupo mundial.
En la punta y cuando faltan dos kilómetros para culminar la prueba, y vomitando en el trayecto, Miguel Angel y Jefferson se dieron un apretón de manos. Ya saboreaban el triunfo y sólo esperaban atacar a Markov, el único sobreviviente ruso a escasos 20 metros. ``Vamos por América'', le dijo el ecuatoriano al mexicano, pero Miguel ya no lo escuchó porque fue descalificado y salió con dolor y llanto.
Segura, quien ostenta la marca mundial de la distancia con 1:17.25 horas, estaba en cuarta posición y se arriesgó y poco le importó la acumulación de dos tarjetas, pero en vano su esfuerzo porque Jefferson y Markov, en esa posición, ingresaron con un estallido de aplausos al estadio.
El mexicano culminó levantando el rostro al cielo y se persignó. Levantó su playera con el nombre de México y le depositó un beso, llorando de emoción. Daniel García, quien hace cuatro años terminó en séptimo, ocupó ahora la décimo novena plaza con 1:24.10.
20 kms caminata:
1.- Jefferson Pérez, Ecuador, 1.20.07 ORO
2.- Ilya Markov, Rusia, 1.20.16 PLATA
3.- Bernardo Segura, México, 1.20.23 BRONCE
4.- Nick A'Hern, Australia, 1.20.31
5.- Rishat Shafikov, Rusia, 1.20.40
7.- Mikahil Schennikov, Rusia, 1.21.09
11.- Daniel Plaza, España, 1.22.05
19.- Daniel García, México, 1.24.10
27.- Giovanni Benedictis, Italia, 1.25.22
Rosalía A. Villanueva, enviada Atlanta, 26 de julio
El bronce olímpico de Bernardo Segura levantó la moral de la delegación mexicana, pero también suscitó críticas y acusaciones entre los protagonistas y los dirigentes.
Si algo tuvo de acierto Segura, fue el hecho de reconocer ante los medios que la presea ganada fue ``un triunfo a medias'', puesto que todo el trabajo en la prueba de los 20 kilómetros lo hizo el andarín Miguel Angel Rodríguez, a quien Bernardo le dedicó su triunfo y a la madre de éste, fallecida hace dos años.
El mexiquense irradiaba de felicidad y aunque insistía en que su tercer lugar no fue ``de manera limpia'' porque Miguel la merecía más, no le restó méritos para decir que si no hubiera tenido esas dos amonestaciones ``a lo mejor hubiera hecho un mejor papel y luché hasta el final manteniéndome en el grupo puntero''. Además de la medalla, Segura ganó una bolsa de 300 mil pesos en premios.
Segura, quien debutó como padre hace unos meses, dijo que compartía su medalla con todo el pueblo mexicano. Y alabó el triunfo de oro del ecuatoriano Jefferson Pérez, un joven de condición humilde que dedicaría su presea dorada ``a toda América''.
-- ¿Feliz por la medalla?
-- Es una recompensa de todos los años trabajado, más de 10 mil kilómetros acumulados en mi preparación y por eso digo que Dios me ayudó hoy.
Quien estaba triste y decepcionado era Miguel Angel, el andarín que acusó a las autoridades de haberle negado la acreditación al entrenador Jerszy Hausleber y al equipo de éste, por lo que su ausencia mermó en su rendimiento. ``Pero aquí ustedes han visto, hay mucha gente acreditada que nada tiene que hacer y sólo estorba. Al profesor no le dieron gafete porque tiene problemas personales y lo malo que ese resentimiento entre los dirigentes truena la mentalidad del atleta'', señaló.
Por su parte, Daniel García comentó que no le respondieron las piernas pese a que tuvo un excelente trabajo. Ahora se prepara para los 50 kilómetros, prueba programada para el próximo viernes y donde espera tener un buen resultado.
En las afueras del estadio, Mario Vázquez Raña, presidente del Comité Olímpico Mexicano, declaró a La Jornada que a veces los atletas no saben reconocer cuando pierden ``y muchos se hacen las víctimas''. Se le preguntó sobre la ausencia de Hausleber y sólo respondió que al técnico se le dio todo el apoyo que necesitaba para ir con un equipo grande a Bolivia y que el Comité Olímpico Mexicano no escatimó en gastos.
-- Pero hizo falta el entrenador como medida de apoyo para los andarines
-- ¡Bah!, ningún entrenador corre por su atleta. Y no podemos traer más entrenadores que deportistas.
-- ¿Contento por la medalla
-- Podría estar más, pero como conozco muy bien al deporte, pues ahí vamos. Mira, cuando el atleta pierde yo me preparo para todo y pueden decirme que soy un hijo de la chin... y se lo perdono, pero cuando ganan y lo primero que dicen es que no tienen apoyos, yo les digo a esos atletas que aparte de fracasados no tienen güevos para aceptar su derrota.
Noé Hernández Valentín
Medallista de plata.
Caminata
Sydney 2000
La dura competencia y la descalificación de Bernardo Segura
Desde el inicio de la competencia que se caminó por las calles aledañas al estadio olímpico en un circuito de 20.5 kilómetros, los tres mexicanos, Segura, Hernández y Daniel García, quien a la postre se retrasaría del grupo puntero, caminaban dentro pelotón de vanguardia que integraban 12 de los 48 concursantes.
Bernardo se mantuvo durante varios kilómetros a la cabeza del grupo junto con Korzeniowski, Andreiev y el alemán Andreas Erm y el campeón olímpico, el ecuatoriano Jefferson Pérez, entre otros; no fue sino hasta poco después de la mitad de la competencia cuando Segura, quien portaba el número 2569, fue amonestado por primera vez al igual que sus acompañantes, el alemán y el ruso.
Después del kilómetro 14, el trío de mexicanos marchaban en el grupo puntero, aunque ahora lo encabezaban Korzeniowski y Andreiev. Metros atrás, Hernández apretó el paso para colocarse en la tercera posición, mientras volteaba a ver a Segura. Minutos más tarde, Daniel se había rezagado definitivamente.
A dos kilómetros del final, la lucha entre los cuatro punteros comenzó a ser más férrea por mantenerse al frente, y el primero en darse por vencido fue el ruso que se retrasó varios metros, lo que aprovecharon los dos mexicanos para presionar al polaco, quien poco antes había recibido su segundo aviso, simultáneamente que Hernández, quien portaba el número 2559.
En la bajada hacia el estadio, Korzeniowski perdió el ritmo y fue rebasado por Segura, quien lo dejó en el segundo lugar, con 1:18.59, y Hernández, afianzó su posición en 1:19.03, en tanto que el ruso arribó con 1:19.27.
El sufrimiento y los sacrificios de Noé le entregan resultados
Voluntad, coraje y determinación fueron las claves que llevaron al joven debutante Noé Hernández a la obtención de la medalla olímpica de plata, y a darle a México la octava presea en la disciplina de caminata. "Yo sufrí bastante para llegar al Comité Olímpico Mexicano. No tenía acreditación (para el comedor) y llegaba a las 4 de la mañana, sin comer, a entrenar. Pero siempre me decía que tenía que luchar para llegar a esto y por fin ese sueño se cumplió''.
Hernández piensa que esta medalla es un premio al sacrificio. "Llevo un año sin ver a mi familia. Estuve en Bolivia entrenando la resistencia y la técnica, además de la velocidad'', indicó.
El andarín de 22 años y nacido en Chimalhuacán, estado de México, comentó que nunca se sintió presionado durante la competencia, porque nadie lo daba como favorito, a diferencia de sus compañeros Bernardo Segura y Daniel García. El pensaba en sí mismo, porque el sólo hecho de haber calificado a sus primeros Juegos Olímpicos, "ya era un premio''.
Su gusto por la caminata comenzó hace ocho años por invitación de sus profesores de educación física, una disciplina que en principio le causaba risa al ver a los andarines "menearse de esa forma y me reía de mí mismo cuando comencé'', contó el apodado Chivo, de 1.60 metros de estatura, quien siempre tuvo el apoyo económico de su familia, pues explicó que en México, cuando un atleta apenas comienza no tiene los recursos suficientes que las autoridades y las empresas ofrecen a los deportistas famosos por sus logros.
Durante la entrevista, Noé fue enlazado telefónicamente con su familia y tanta fue su emoción que no pudo evitar el llanto ante las cámaras. "Papi (sollozos)... madre, ya nos fue bien'', decía, mientras que su progenitora le pedía que le diera gracias a Dios por lo que había hecho: "Con esos 5 y 10 pesos que te daba para que te fueras a entrenar, tendrás que reprocharme con justa razón. Ya saliste adelante y tú pusiste la mayor parte de tu esfuerzo''.
La fama
El marchista Noé Hernández Valentín, ganador de medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Sydney, dijo que está muy contento porque su logro deportivo ha contribuido para que su pueblo deje de pensar en otras cosas -la matanza de Chimalhuacán. Asimismo, aseguró que no aceptará ningún cargo público, como ya se lo ofrecieron.
A un día de su llegada a nuestro país y al municipio que lo vio nacer, el ganador de la presea plateada en la caminata de 20 kilómetros pasó parte del día con sus progenitores, su familia y cientos de pequeños que traían puestas playeras de agradecimiento y felicitaciones por la victoria.
Tras infinidad de entrevistas para los medios de comunicación especializados en deportes, Noé Hernández se dijo satisfecho por el logro, el cual consideró ha provocado que los habitantes de esta localidad marginal pasen a un estado de ánimo mejor y ya no piensen por lo ocurrido recientemente.
Decenas de pintas donde se agradece lo que ha traído al municipio la victoria de un vecino de la localidad, arreglo de calles y de alumbrado público han llegado con Noé Hernández, quien una y otra vez se dice feliz por haber alcanzado la meta a través de esfuerzos y gastos económicos que salieron de su bolsa.
Orgulloso de haber nacido en Chimalhuacán y desde su casa con vista panorámica de la parte baja de este municipio y Nezahualcóyotl, el joven de 23 años de edad sostiene que no aceptará ningún cargo público; la única ayuda que aceptará es para sus estudios y para continuar su preparación atlética con miras a las Olimpiadas de Atenas 2004.
Dijo que esa es su única meta. Recordó que sufrió muchas carencias y tuvo que trabajar como albañil y vendedor de unicel para costear su preparación física para los juegos de Sydney, donde obtuvo la medalla de plata.
José Hernández Guillermo, papá del andarín, informó que tras el triunfo de su hijo, la familia ha recibido infinidad de apoyos, incluso les ofrecieron la instalación de una línea telefónica en su casa, "pero no aceptamos para no comprometernos ni comprometer a nuestro hijo". Indicó que la familia no aceptará nada a menos que su hijo lo acuerde, porque de lo contrario "sería como venderlo (a Noé)".
José Luis Ontiveros, vecino del barrio de Xochiaca, recordó cómo Noé se convirtió en uno de los mejores jugadores del equipo de futbol llanero Arsenal, que ganó 11 trofeos, "pero se fue a la caminata y aunque nunca pensamos que llegaría tan alto, pues ahí está el resultado de su esfuerzo y dedicación".
La familia Hernández Valentín no puede dejar a un lado la emoción y brotan las lágrimas de felicidad, como cuando Noé ganó la presea plateada en caminata, o al ser recibido en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
Ahora, asegura que no perderán el piso y Noé Hernández seguirá siendo el mismo, pero exigieron mayor apoyo deportivo para los pequeños y los jóvenes de este municipio del oriente del estado.
Fuentes:
La Jornada. 22 de septiembre de 2000.
La Jornada. 23 de septiembre de 2000.
La Jornada.4 de octubre de 2000.
Soraya Jiménez Mendívil
Medallista de oro.
Levantamiento de pesas
Sydney 2000
La jornada.
19 de septiembre de 2000.
Histórico triunfo de la halterista mexicana Soraya Jiménez en JO
Agencias, Sydney, 18 de septiembre.
Una medalla histórica consiguió la pesista Soraya Jiménez Mendívil para México, al ganar el oro en la categoría de los 58 kilos en los Juegos Olímpicos de Sydney, hazaña que la convirtió en la primera campeona olímpica de su país en ondear la bandera y entonar el himno mexicano.
La mexicana de 23 años y octava lugar del mundo, consiguió la victoria en el segundo movimiento (envión), cuando levantó un peso de 127.5 kilos, que sumados a los 95 obtenidos en el arranque, elevó la cifra a 225.5 kilogramos, implantando récord olímpico en la halterofilia femenil, deporte que por primera vez aparece en el programa oficial de los juegos.
Soraya tuvo como principal rival a la subcampeona mundial, la norcoreana Ri Son Hui, quien había tomado el mando en el arranque con 97.5 kilos. La mexicana, con el rostro tembloroso y gritándose: “¡si, si, si!'', levantó 95 kilogramos y quedó atrás de la asiática y por delante de la tailandesa Khassaraporn Suta, la monarca panamericana canadiense Maryse Turcote, la polaca ataliaa Kleinoswka, la ucraniana atalia Shakun y la bielorrusa Anna Batsiushko, que formaron el bloque estelar de 17 competidoras en la división de los 58 kilogramos.
Alentada por su madre María Dolores y Magali, su hermana gemela, los principales directivos mexicanos y decenas de compatriotas que ondearon banderas mexicanas en el Centro de Convenciones del Puerto de Darling, la halterista de 1.56 metros de estatura y 56.92 kilogramos, salió decidida a todo en la modalidad de envión, para dar pelea por la ansiada presea que durante seis años soñó en el viejo gimnasio del CDOM, y las largas estadías y campamentos que hizo en Bulgaria con su entrenador Gheorgui Koev y sin que las autoridades deportivas le brindaran el apoyo médico de un fisiatra.
Como toda una Hércules, Soraya comenzó la batalla levantando 117.5 kilos, una marca que también hizo la tailandesa, pero ésta se quedó con el bronce con un total de 210. La norcoreana Song, de menor peso (53.900), y recordista mundial de la especialidad con 130 kilos, no quería que la mexicana la opacara y alzó la barra en 120, lo cual la puso al frente de la prueba.
Llegó el momento crucial. La mexicana levantó 122.5, pero al tocarle el turno a Son Hui, ésta sobrepaso el tiempo reglamentario de 10 segundos y los jueces marcaron nulo el levantamiento dejando a la norcoreana desconcertada, quien hizo el peso en su segunda y última oportunidad totalizando 220 para cederle el camino a Soraya, quien con base en su fuerza y determinación puso la barra en sus hombros, abrió en tijeras las piernas, impulsó los brazos extendidos y alzó la barra en 127.5 kilos para un total de 222.5 kilogramos y darle la primera medalla áurea femenil a México en 68 años de participación olímpica, desde Los Angeles 1932. Soraya se convirtió en la tercer mexicana en conseguir una medalla olímpica, después de Pilar Roldán y Maritere Ramírez, plata y bronce, en las Olimpiadas del 68.
Los norcoreanos presentaron una protesta por la actuación de los jueces, pero ésta no prosperó y la Federación Internacional de Halterofilia dio oficial la victoria de la mexicana.
La Jornada.
19 de septiembre de 2000.
Era cuestión de arriesgar y fuimos por todo: la pesista
Agencias, Sydney, 18 de septiembre.
“Estoy feliz porque trabajé para esto durante muchas horas de sacrificio. Fue una competencia muy dura y sólo era cuestión de arriesgar, y por fortuna lo sacamos adelante'', expresó la primera campeona olímpica de México, la pesista Soraya Jiménez.
Sin poder contener las lágrimas de felicidad, Soraya señaló que a pesar de que ya tenía asegurada la medalla de plata, no se quiso conformar y “nos lanzamos por el oro'', porque sabía que “los mexicanos podemos hacer eso y mucho más''.
Dijo que el triunfo es de todos, e incluso, de Bulgaria, país donde se preparó en los últimos meses, pero que en el fondo de su corazón, la medalla se la dedicaba a su abuelo fallecido, Tomás Mendívil. “Le prometí que entrenaría a todo vapor con tal de lograr una medalla, y estoy feliz, porque le cumplí'', declaró la halterista, quien sacrificó todo, familia y carrera de leyes.
También deseó que su medalla, la primera de la delegación mexicana que participa en Sydney, sea un aliciente para los deportistas, porque está segura de que se obtendrán más.
La halterista confesó que no se dio cuenta cuando la norcoreana Ri Song Hui falló en su segundo intento de envión. “Yo estaba concentrada en lo mio, en lo que debía levantar para ganar, y mi entrenador Gheorgui Koev me dijo que la cifra era de 127.5 kilogramos. Me convenció al decirme que las oportunidades se presentan una vez en la vida y hay que aprovecharlas. Hoy fue una de esas'', anotó.
Tras cumplir con el examen antidopaje que se le realiza a los medallistas olímpicos, Soraya dijo que no le preocupan los controles, pues a lo largo del año “me han hecho como una docena, y el último de ellos fue uno de sorpresa hace dos días. Es más –agregó- me da gusto que se interesen por mí, ya que significa que soy de lo mejor del mundo''.
Para Soraya, este oro logrado es como un sueño que le perdurará toda la vida, pero ahora “espero –dice-tranquilizarme y disfrutar por buen tiempo de mi familia, que la tuve abandonada este año'', precisó.
María Dolores Mendívil, madre de la campeona olímpica, dijo que su hija es la “pequeña grande'', porque demostró que “tiene un corazón y unas ganas de ser medallista como pocas deportistas en el mundo''.
Confesó que poco antes de que Soraya compitiera, le comentó que “se iba a tirar a matar si tenía la opción de hacerlo y lo logró'', por lo que sólo esperan regresar a México para festejar la victoria de su hija con un “buen plato de pozole'', su platillo favorito.
Trayectoria de Soraya Jiménez Mendívil
Fecha de nacimiento: 5 de agosto de 1977
Deporte: Halterofilia
Seis veces campeona nacional en la división de 58 kilogramos
Joel Sánchez
Medallista de bronce.
Caminata
Sydney 2000
Crónica de una medalla
"Yo quería la de oro, pero no se pudo; qué más podía hacer después del bajón que di por las dos amonestaciones, y no me arriesgué. Lo importante es que gané el bronce y me siento feliz porque esta medalla olímpica es del equipo mexicano de caminata y todos trabajamos juntos'', expresó con emoción Joel Sánchez, el campeón panamericano de 50 kilómetros.
Con dos amonestaciones a cuestas, el andarín mexicano Joel Sánchez no quiso arriesgarse a una descalificación y prefirió mantener la tercera posición hasta el final en una acción que le garantizó la obtención de la medalla de bronce en 50 kilómetros, prueba en la que el polaco Robert Korzeniowski, también ganador de la prueba de 20, refrendó el título olímpico obtenido en Atlanta 96.
La hilera de 56 participantes comenzó a partirse en dos grupos cerca del kilómetro 15. Los primeros eran los de mayor cuidado, entre ellos, los mexicanos: Joel Sánchez, Miguel Ángel Rodríguez y Germán Sánchez, que cambiaban de lugares, pero siempre trabajando en equipo para no despegarse del pelotón.
Al completarse los 40 kilómetros (2:56.28) Korzeniowski y Joel peleaban codo con codo la punta. Atrás venían el español Jesús García y el letón Fadejevs, mientras que Germán, quien ya llevaba dos amonestaciones, y Miguel Ángel, se rezagaron. Dos mil metros más adelante ocurrió la primera baja de los mexicanos: El Toluco Sánchez fue descalificado.
No fue el único aviso. Joel también fue amonestado y decidió bajar el ritmo y se quedó. El polaco, aunque para ese entonces cargaba una tarjeta, aceleró el paso rumbo a la victoria.
Joel, quien iba segundo, comentó que ni vio cuando el letón Aigars Fadejevs lo rebasó, porque pensaba que en cualquier momento podría llegar la descalificación. "Pensé en Barcelona 92, cuando me expulsaron y me dije a mí mismo: 'tranquilo, aguanta el paso'. Tras pasar la meta, pensé que después de tantos años recibí el resultado de mi trabajo''. Y añadió: "Yo sé que detrás de este desempeño hay mucho esfuerzo, mucha preparación, muchas ganas, mucho sacrificio también, pero como verás, vale la pena. Eso te motiva a ti para seguir adelante, pero también nos motiva a todos los mexicanos, porque en ti como en nuestros otros deportistas que se han preparado muy bien, que han hecho un gran esfuerzo y que están triunfando, tenemos un gran ejemplo no solamente para las actividades deportivas sino para todas las actividades que tenemos que seguir realizando para mejorar nuestro país''.
Además dijo sentirse orgulloso de haber sumado la quinta presea a México en Sydney. "Creo que caminé muy bien, aunque me faltó ese final excelente que yo suelo tener siempre, pero a partir de los 45 kilómetros, los jueces estaban implacables. Yo recibí una amonestación y varias llamadas de atención, se me bajó un poco la moral y no quise ser expulsado ni arriesgar la medalla'', agregó el marchista, quien además mejoró su marca personal.
Joel
Soldado del Ejército Mexicano, Joel Sánchez Guerrero nació el 15 de septiembre de 1966
El ejército lo rescató. Sin su ayuda, la carrera de Joel Sánchez corría el riesgo de terminar por la falta de apoyos. O seguía en la caminata o trabajaba, la familia se lo exigía.
Pero en 1989, fue inscrito en el Ejército Mexicano, del cual recibe apoyo a través de su sección de educación física, y un sueldo suficiente que le permite dedicarse completamente al deporte.
Ahora, en su tercera participación en Juegos Olímpicos, Sánchez se consagró con su medalla de bronce.
Convencido de representar al ejército siempre con dignidad, Joel siempre ha trabajado para recuperar la tradición de la marcha mexicana, mims a que en estos juegos ha dado grandes satisfacciones a nuestro país.
Al ejército le debe mucho. Cuando se enroló en éste, la beca que recibía por su actividad deportiva era mínima, insuficiente para mantenerse.
"Fue muy importante que me dieran las oportunidades para entrenar, porque apenas recibíamos para vivir, porque las becas que nos daban entonces no eran suficientes como para decir: "me dedico de lleno al deporte". De no haber sido por el ejército, me hubiera dedicado a otra cosa.
"Eso sucede con muchos atletas, que ya en última instancia dicen: 'ya no puedo, tengo que trabajar' o 'mejor me aguanto 4 años, termino mi carrera y me dedico a trabajar, o me aguanto unos 10 o 20 años muerto de hambre y llego a unos Juegos Olímpicos y quién sabe, porque ahí el que gana es uno o tres, porque nada más son tres medallas'".
Aún sin la ayuda del ejército, Joel logró clasificarse para los Juegos Olímpicos de Seúl '88, tras sortear varias dificultades, pero el resultado no fue el esperado. De hecho, en aquella ocasión México sólo obtuvo un par de medallas, una en clavados y otra en boxeo. La caminata regresó con las manos vacías.
Sánchez atribuye los malos resultados a la falta de apoyos. Recuerda que él debió conseguir por su cuenta su equipo de competencia (tenis, shorts y camiseta), porque el apoyo recibido en esa época, aunque no se comparaba al de las anteriores cuando veía sus tenis Dunlop deshacerse en la carretera después de los entrenamientos o cuando alargaba la vida de los mismos vulcanizándolos con cámara de llanta de avión, nunca fue suficiente.
Todo eso le provocó incluso lesiones en los lumbares y en el nervio ciático que, aunque le permitieron participar en Barcelona '92, se lo impidieron para Atlanta '96.
En Sydney, con condiciones totalmente distintas, con el apoyo de CIMA, Joel hizo el mejor papel de su vida.
Fuentes
La Jornada, 29 de septiembre de 2000.
Juegos Olímpicos, Sydney 2000. Terra.com; 29 de septiembre de 2000.
Tapia, José Luis.
Joel Sánchez, Armado con lo mejor de sí.
Terra.com/ Reforma.
31 de julio de 2000.
Fernando Platas Álvarez
Medallista de plata.
Clavados
Sydney 2000.
De niño, hasta el sol le hacía daño
La Jornada.
27 de septiembre de 2000.
Agencias, Sydney/México, 26 de septiembre
"El gran triunfo es tuyo, es producto de tu disciplina, de tu esfuerzo, de tu dedicación al deporte, de tu conducta como joven. En ti tenemos un estímulo más para los jóvenes mexicanos", le dijo el presidente Ernesto Zedillo a Fernando Platas, durante la felicitación vía telefónica, momentos después de que el clavadista se hiciera del segundo lugar en la prueba de trampolín de 3 metros.
El primer mandatario, comunicado mediante el teléfono de un noticiario de Televisa, a las 5:20 hora de México, indicó que no obstante la reñida competencia, la presea "pudo haber sido de oro, pero tienes toda una trayectoria de esfuerzo, de trabajo tuyo, sobre todo tuyo".
Antes de que se cortara la llamada por fallas técnicas, Platas alcanzó a responder: "Se trata de dar lo mejor como mexicano y hay que agradecerle a usted un poco por todo el apoyo, y esto es para México, para que lo disfrute la gente, lo goce, y aquí estamos".
Posteriormente, durante una gira de trabajo en Zinacantepec, estado de México, el presidente aclaró que no le habló al marchista Noé Hernández para felicitarlo por su medalla de plata, porque temía que "llegara un señor, le mostrara un paletón rojo y lo eliminara. Esperaré a darle un abrazo personalmente y felicitarlo por su triunfo".
Zedillo destacó que las tres medallas olímpicas que ha ganado México se han logrado por atletas mexiquenses; las de la pesista Soraya Jiménez y de Platas, ambos de Naucalpan, y la de Noé, de Chimalhuacán.
Desde la alberca, Platas fue enlazado también con su familia, sus padres, Fernando y Victoria Platas, y su hermana Esperanza con el pequeño Federico, quienes vieron la competencia en su casa de Arboledas, rodeados por un nutrido grupo de vecinos expectantes.
"Mi hijo compitió contra los mejores mostrando una madurez deportiva, producto de años de trabajo. Lo vimos tan seguro, que sabíamos que algo maravilloso iba a pasar. Valió su esfuerzo, su constancia, su disciplina y sus desveladas", dijo su padre, mientras que doña Victoria celebraba con lágrimas la medalla de Fernando, quien les agradecía la vida a sus progenitores. "Mamá, ya desperté del sueño", exclamó un sereno Platas.
"Esto es un gran premio. Nosotros lo vimos sufrir por una lesión en Barcelona, pero todo es un caminar para alcanzar el éxito", comentó doña Victoria, quien recordó que su hijo "de niño fue muy enfermizo; hasta el sol le hacía daño".
La leyenda viviente de los clavados mexicanos, Joaquín Capilla, ganador de cuatro medallas en tres justas veraniegas, consideró que el logro de Platas "es el resultado de su calidad y esfuerzo". Emocionado porque "Fernando trajo nuevamente la alegría a los clavados", comentó que rezó durante la noche para que el clavadista alcanzara un buen resultado.
En Sydney, Jesús Mena, quien celebraba precisamente doce años de haber ganado la medalla de bronce en la plataforma de Seúl 88, se sumó al festejo. "Fernando brinda otra gran alegría al pueblo mexicano; el autocontrol y la regularidad le permitieron ganar una presea muy importante", anotó el también titular de la Comisión Técnica de Clavados.
Según Mena, la medalla es el resultado de un trabajo bien planificado. "Fernando se dedicó de lleno a prepararse para conseguir una medalla, y lo logró".
El titular del COM, Mario Vázquez Raña, reveló su satisfacción por el logro. "Fue una final interesante y sólo por tres centésimas perdió el oro. Al evaluar la actuación de la delegación mexicana la definió como "histórica", y señaló que "todavía falta ver a los demás deportistas; hay esperanzas de que se puedan obtener más medallas".
El jefe de misión, Felipe Muñoz Kapamas, elogió el desempeño del clavadista y aseguró que aunque pudo ser oro, la plata es buena para México. "La estrategia fue exactamente la que tenía que hacer. Al final se tomó la decisión por parte de los jueces porque fue una competencia de intensa lucha".
La medalla se definió en un suspiro
La Jornada.
27 de septiembre de 2000.
Ap, Afp, Reuters y Dpa, Sydney, 26 de septiembre
"La competencia se definió por un suspiro y de eso se trata, para eso son los Juegos Olímpicos... mi sueño siempre fue estar ahí, peleándolo, sacar la casta y sacar la actitud. Nadie más en el mundo anhelaba esa medalla como yo, y ahora que la tengo, no solamente es mía sino también del equipo de clavados y del pueblo de México", afirmó emocionado el subcampeón olímpico, Fernando Platas.
Envuelto con la bandera mexicana y con la medalla colgada en el pecho, el deportista dijo estar satisfecho con su actuación, porque su presea significa "alegría, gozo y responsabilidad", en un deporte que ha dado a su país nueve medallas olímpicas con Joaquín Capilla, Alvaro Gaxiola, Juan Botella, Carlos Girón, Jesús Mena "y este servidor que hoy escribió su historia haciendo honor a mi apellido".
A pesar de haber estado muy cerca del metal dorado, el abanderado nacional consideró que muchas veces así es el deporte y que nadie más que a él le hubiese gustado ganar el oro, pero no quiso arriesgarse presentando una tabla de clavados de alto grado de dificultad como lo hicieron el chino Xiong y el ruso Saoutin, a quienes sólo tuvo palabras de elogio como excelentes y grandes clavadistas.
"Yo opté por la constancia, sabiendo que si mantenía el nivel en todos los saltos tenía condiciones de disputarle a cualquiera. El grado de dificultad de la serie que elegí era un poco bajo y decidimos mi entrenador (Jorge Rueda) y yo no aventar el nuevo clavado (de 3.5), porque la seguridad que tenía era muy grande.
Ahora puedo decir que viví mi sueño", dijo el mexicano, quien con pícara sonrisa dijo que su último clavado fue "una palomita y no me temblaron las piernas ni las manos", suficiente para desbancar al ruso, a quien derrotó por primera vez.
Platas recordó que su medalla llegó exactamente 12 años después de la última presea olímpica que México ganó en clavados, el bronce de Jesús Mena en Seúl 88. "En la mañana (durante las semifinales), le dije a Chucho que era una buena fecha para romper esa espera, y gracias a Dios se logró", asentó el estudiante en administración de empresas, quien recibirá 30 mil dólares y un auto por su triunfo.
Rueda, quien durante 36 años ha formado medallistas olímpicos, expuso que su alumno finalmente logró su objetivo al salir consistente en sus ejecuciones. "Se nos hizo la medalla y aunque al chino (los jueces) le dieron su ayudadita, tuvimos una buena medalla de Platitas", anotó.
Girón, quien acudió a los juegos como comentarista de Televisa, abrazó efusivamente al clavadista y le recordó que fue la venganza de Moscú cuando al ruso le hicieron repetir el clavado final y le quitaron a él la oportunidad de ganar el oro. "Tú sabes de eso", le dijo Carlos. Y Fernando le asintió.