Palabra de escritor:

 

Escribir es una forma de conocimiento

 

Semblanza del escritor Guillermo Samperio

 


 

El poemario

Luis Leal, i.m.

 

En mi jardín, entre otras flores y desde el césped alto emergiendo, solitario, se encontraba un tulipán rojo de puntas amarillas y, en su centro, dos largas hojas como lancetas naturales, que alcanzaban a cubrirlo apenas con levedad. Un amanecer, al asomarme por la ventana  lo vi afligido; de inmediato, en pijama, salí a removerle la tierra y le puse un poco de agua pura.

 

Por la tarde, le noté la nostalgia de plano: algo, alguien, un tal vez, un resquicio, una peripecia, lo había lesionado, malherido, agraviado, escarnecido. No tenía caso ya remover la tierra: sólo le agregué algo de mi mejor abono. Ya en la noche, noté que las hojas de lanceta verdes se habían vuelto amarillas y duras y ambas se clavaban firmes en el cuerpo del rojizo tulipán alicaído, como ponzoñas, cuchillas, clavos de cruces, tajaderas, bisturís, escalpelos, estiletes. Las desclavé y las puse distantes de la flor quien, ahora, abría sus hojas en estrella amarillento-púrpuras, como si el tono escarlata fuera ya la sangre última.

Me fui a dormir y, al despertar de madrugada, con el albor del amanecer y puestas mis chanclas grises, vi al tulipán muerto sobre el pasto, los pétalos resecos, como si un sol noctívago los hubiera llameado, consumido, chamuscado, a través de un martirio con inclemencia. De forma normal, antes de fenecer, este tipo de tulipanes dejaban parvulitas letras en forma de poema en sus pétalos que yo podía ver auxiliado de una lupa enorme, luego transcribir y reelaborar en el poemario que estoy a punto de concluir. En esta ocasión, sus pétalos amanecieron negros como si alguien los hubiera quemado hasta convertirlos en brunos papeles quebradizos y no había una letra, ni siquiera un signo de puntuación.

 

Se habían reunido, en su entorno, gusanos, hormigas rojas, arañas patonas, avispas viejas, saltamontes y mosquitos revoloteando. Llevaban a cabo un funeral, al que yo me uní. Hice, por decirlo así, mi propio réquiem entre algunos lagrimones. Mi duelo era tanto por el tulipán, mi preferido, como por el poema que se llevó la negrura.  

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